CUBA EN 1898.

Contenido esencial: el desastre terrestre de Estados Unidos; el desastre marítimo de España; la Paz de París de 1898.

         Ruptura definitiva entre Estados Unidos y España en 1898.

     El 12 de enero de 1898, algunos militares españoles asaltaron los periódicos de La Habana porque hablaban mal de los españoles. Mackinley dio por fracasado el proyecto de autonomía cubana: “Cuba debe ser libre e independiente, como lo es de hecho”, y puso en marcha su escuadra, que se acercó a la isla.

     No había pues ninguna solución para Cuba. Todos los caminos se habían cerrado, y Estados Unidos lo sabía perfectamente. Woodford le dijo a Moret que España tendría que marcharse de Cuba.

     Los periódicos americanos, New York Journal y New York World, vendían muchos periódicos con artículos en que describían a los cubanos como buena gente torturada por los españoles, y cada día contaban un episodio de tortura, inventado en la redacción de esos periódicos. Algunas personalidades americanas se escandalizaban de ello y sabían que los rebeldes eran gente con pocos valores morales a los que se estaba ensalzando a los altares.

El hablar mal de España se institucionalizó cuando un dibujante del World creó una viñeta con un personaje llamado The Yellow Boy (el chico amarillo) que tenía expresión simple, amplias orejas y una túnica amarilla. El comyc tenía mucho éxito en el suplemento dominical que se publicaba con color y fotografías. William R. Hearst, el director del Journal, fichó al dibujante de moda, y entonces Joseph Pulitzer contrató otro dibujante que siguiera haciendo la misma historieta, de modo que había dos tiras cómicas, en dos periódicos, con la misma figura de The Yellow Boy. Dana, el dueño del Sun, que presumía de más liberal que los otros dos periódicos, empezó a llamar a esa prensa sensacionalista, conservadora y mentirosa, “prensa amarilla”, expresión que tuvo éxito, y fue muy utilizada en la primera mitad del XX. La guerra de Cuba aparecía todos los días en los periódicos amarillos desde 1895, pero se hacía monotemática en 1898.

     El 9 de febrero de 1898, los periódicos amarillos publicaron una carta del embajador español Enrique Dupuy de Lome, que llevaba 3 años en New York intermediando con acierto, dirigida a José Canalejas. En esa carta se calificaba a MacKinley de politicastro débil y populachero. Dupuy de Lome dimitió por el error cometido, pero el escándalo estaba difundido en la opinión americana. Se había insultado a su Presidente.

         Ignorancia de los españoles.

     Los españoles, el pueblo en general, no tenía ni idea de la escasa valía de su ejército frente a una potencia industrializada, y la prensa era de un optimismo exagerado que demostraba una ignorancia supina sobre lo que significaba la revolución industrial empezada por los americanos treinta años antes. La prensa pedía el aplastamiento de los americanos, y el darles una lección inolvidable. Y si los periodistas no eran ignorantes, la mentira que estaban contando en España era imperdonable.

     La flota española se componía en 1885 de 4 fragatas acorazadas, 6 fragatas de hélice con casco de madera en la península y 1 en Cuba, 2 cruceros de madera en la península, otros 2 en Cuba y 1 más en Filipinas, 1 crucero de casco de hierro en Filipinas, 1 aviso en Cuba, 1 aviso en Filipinas y 4 goletas en Filipinas. También usaba 12 cruceros sin blindaje alguno. Posteriormente se botaron 6 buques más, pero no debía estar muy lejos de estas cifras la potencia total española en 1898. Poco más de una treintena de buques.

España poseía en 1898, 17 buques protegidos con planchas metálicas, a los que se denominaba a veces acorazados pero que no lo eran propiamente hablando, 80 cañoneros y ningún acorazado, y tenía que vigilar Filipinas y el Estrecho de Gibraltar. Los cañoneros eran barcos normales adaptados para disparar un cañón, de muy poca utilidad en una guerra convencional.

     La flota americana era muy similar a la española, pero había optado por barcos mejor acorazados, y por tanto más pesados y lentos, pero de tiro de más alcance. Contaba con 4 acorazados pesados, 1 acorazado ligero, 2 cruceros muy pesados, 11 cruceros pesados, 20 cruceros sin blindaje alguno y 6 barcos de aviso. No era mucho más poderosa que la flota española. Ninguna de las dos potencias marítimas se podía comparar a Francia, y mucho menos a Gran Bretaña[1].

     España había optado por barcos rápidos, lo cual era fundamental en batallas en mar abierto. Estados Unidos había optado por tener además, unos barcos pesados que soportaran cañones muy pesados que, al disparar no rompieran el barco desde el que se disparaba. Su alcance de tiro era mayor.

              La tragedia del Maine.

     En 25 de enero de 1898 un barco americano, el Maine, hizo una visita a La Habana. Había zarpado de Key West el 24 de enero. Había llegado a La Habana el 25 de enero en visita de buena voluntad, sin ser invitado, pero fue agasajado por las autoridades españolas. Era un barco nuevo, de 1890, orgullo de la última tecnología de los Estados Unidos. Era un vapor de 6.600 toneladas, 96 metros de eslora, dos hélices, dos mástiles, dos chimeneas y portaba 10 cañones. Lo comandaba Charles S. Sigskee y sus órdenes eran quedarse en La Habana hasta nueva orden. Pasaron tres semanas y el barco no se iba. Hacían recepciones a los españoles, celebraban fiestas.

De pronto, explotaron sus bodegas el 15 de febrero de 1898 a las 21:30 horas. Los españoles le prestaron todo tipo de auxilios. Pero los periodistas americanos se empeñaron en decir que había sido un sabotaje español.

El Maine fue socorrido por el Ciudad de Washington, un correo americano, y por el Alfonso XII, un crucero español. Hubo 254 muertos. El 17 de febrero fue el entierro solemne de las víctimas. El suceso debió ser fortuito: El 3 de noviembre de 1893, había tenido lugar un suceso parecido en Santander (España) cuando había explotado el Machichaco causando 590 muertos. Los barcos transportaban grandes cantidades de dinamita y podían estallar con cualquier manipulación indebida, sobre todo si una chispa incendiaba los gases de la dinamita.

     En los primeros días de marzo de 1898, el embajador estadounidense Woodford se puso al habla con Segismundo Moret para evitar el conflicto armado, pero entonces llegaron al público americano las noticias del Maine, y los Estados Unidos dijeron que eso significaba la guerra.

Los españoles quisieron investigar qué había pasado, pero los americanos no les dejaron visitar el barco. Constituyeron una Comisión de Investigación secreta, que dio un informe secreto de 300 páginas, y llegaron a la conclusión de que había explotado una mina. La explosión desde dentro del barco cambiaba toda la perspectiva de la tragedia, pero no interesaba al Gobierno de los Estados Unidos. Los restos del buque permanecieron frente a La Habana hasta 1912, momento en que fue llevado a alta mar y hundido, para que nadie pudiese investigar nada.

 Exaltación bélica en Estados Unidos y en España.

     En marzo de 1898, la opinión pública española, es decir, periódicos y mentideros de Madrid, decía que era preciso ir a la guerra pues las humillaciones que España estaba soportando, provenientes de los Estados Unidos, eran insoportables.

El Wold y el Journal estaban vendiendo por encima del millón de ejemplares diarios, uno de los mejores negocios de su época y de todas las épocas del periodismo. A fines de febrero, el Journal acusó a España de un atentado en el Maine y, durante una semana, dedicó al tema ocho páginas diarias. Incluso publicó la foto del boquete abierto por la mina puesta por los españoles, una foto falsa. La foto era imposible en un barco hundido, así que el periódico publicó la foto de un eclipse solar como si fuera el agujero provocado por la mina del Maine. Muchos estadounidenses le creyeron.

Y ya nadie se ocupó de evitar la guerra: Estados Unidos declaró su apoyo a los rebeldes cubanos en nombre de la libertad y de los derechos humanos, que es como se hicieron todas las guerras durante el siglo XX. Y Mackinley envió a su secretario personal, Porter, a ofrecer 300 millones de dólares a España por la isla de Cuba, y también ofrecía un millón para los negociadores que lograran su aceptación. España se negó a vender, y el 17 de marzo de 1898, Moret le dijo no a Woodford, embajador de Estados Unidos en España. Estados Unidos venía haciendo ofertas en los últimos treinta años y el Gobierno español necesitaba mucho dinero para salvar el déficit del Estado. España les contestó románticamente que en el caso hipotético de una guerra con los Estados Unidos, estaba segura de la derrota de España, pero que nunca accedería a vender parte de su territorio. Los partidos políticos españoles rechazaron el dinero y aconsejaron en ese sentido a la Regente. Consideraban una vergüenza vender Cuba. El quijotismo nubló la mente de los más.

El 25 de marzo llegó el informe oficial del Maine a Estados Unidos, y MacKinley lo envió al Congreso el 28 de marzo. El informe decía que la explosión había sido interior al barco. El informe dejaba como mentirosos a todos los periódicos amarillos que habían dado detalles de “la bomba puesta por los españoles” junto al barco, e incluso habían hablado de los autores del atentado. Los periódicos quedaban en ridículo, pero se ocuparon de que la noticia del informe oficial no llegara al público. Las mentiras debían ser sostenidas y no enmendadas.

El 8 de abril de 1898 salió de España el contraalmirante Pascual Cervera Topete[2]. La escuadra de Cervera estaba integrada por dos cruceros protegidos, dos cañoneros y tres destructores, uno de los cuales se averió en Cabo Verde y no llegó a destino. En muchos tratados, a los dos cruceros protegidos y a los dos cañoneros se les denomina acorazados, lo cual no es del todo correcto. Estaban reforzados, pero no eran acorazados propiamente dichos. Su alcance de tiro era muy limitado.

Cervera fue a Cabo Verde, tras enviar una petición de confirmación de la orden en la que alegaba desproporción de fuerzas y de calidad de los barcos para la batalla que se le encomendaba. La opinión pública decía que había que ir a combatir. Los oficiales de marina españoles tuvieron la sensación de ser enviados a Cuba para ser vencidos. En Cabo Verde, en 23 de abril de 1898, Cervera recibió la orden de proseguir, y se dirigió a Curaçao (Venezuela) y a Santiago de Cuba después. Por ello, tardó más de un mes en lo que hubiera debido llevarle 17 ó 18 días.

     Uno de los problemas españoles era la falta de disponibilidad de carbón, de depósitos suficientes para garantizar el movimiento de los barcos durante largo tiempo.  Gran Bretaña prestó carbón a Estados Unidos, pero no a España. Los barcos españoles estuvieron en Santiago sin combustible.

     Otro de los problemas era que no disponían de acorazados pesados, que soportaran cañones pesados de largo alcance de tiro. A cambio, los barcos españoles eran más rápidos, pero no podían sostener un duelo parados en el mar con acorazados de más alcance de tiro.

La táctica pensada por Cervera era atacar puertos americanos con barcos ligeros que se retirarían a toda velocidad, y defender Cuba con baterías pesadas de tierra de largo alcance de tiro. No había posibilidad de improvisar acorazados pesados.

     El ultimátum de Estados Unidos.

El 11 de abril MacKinley razonó que el puerto de La Habana era responsabilidad del Gobierno español y, por tanto, la explosión del Maine era responsabilidad española. Era un razonamiento tan estúpido que se comenta por sí mismo. Pidió al Congreso permiso de intervención militar. Y el Congreso de los Estados Unidos aceptó la iniciativa de su Presidente.

El 18 de abril, el Congreso americano envió un ultimátum a España con la frase: “El pueblo de Cuba es y debe ser libre e independiente, y el Gobierno de los Estados Unidos, por la presente, así lo reconoce”. El ultimátum exigía la renuncia del Gobernador español en Cuba y autorizaba al Presidente de los Estados Unidos a utilizar todas las fuerzas militares y morales para la guerra.

El 19 de abril el Congreso de los Estados Unidos aprobó la intervención.

El 20 de abril, Woodford entregó al Gobierno español el ultimatum para iniciar la guerra, y ese mismo día la Regente de España hacía un discurso ante el Senado que decía que la razón y la justicia estaban de parte de los españoles. La guerra era inevitable.

 El 25 de abril de 1898 se hizo en España declaración formal de guerra. El Gobierno español expulsó inmediatamente al embajador Woodford de España.

     En abril de 1898 las potencias europeas se ofrecieron como mediadoras para evitar la guerra. Los españoles corrientes dicen en estos casos: “a buenas horas, mangas verdes”. O tal vez todas las potencias quisieran participar de los despojos del vencido.

     El inicio de la guerra con Estados Unidos.

La escuadra americana al mando del almirante Sampson, bloqueó la isla de Cuba, y bombardeó Matanzas el 27 de abril de 1898. Los acontecimientos bélicos habían empezado rápido porque los estadounidenses estaban allí desde hacía tiempo. Estados Unidos envió a Santiago de Cuba dos yates acorazados, dos cruceros y cuatro acorazados, algunos llegados desde el Pacífico, tras 13.400 millas de navegación, hechas en 68 días.

     A la par, otra escuadra americana mandada por el comodoro Dewey salió de Hong Kong y llegó a Manila y en 1 de mayo, atacó y destruyó a los barcos españoles del Almirante Patricio Montojo Pasarón, y mató 356 marinos en Cavite. Tras esta victoria se apoderaron de Cavite. Pactaron con los tagalos el apoyo americano para una República Filipina, y éstos se sublevaron contra los españoles.

     El Gobierno español envió a Cuba al Almirante Pascual Cervera con cuatro cruceros y tres destructores. El Gobierno sabía que les enviaba a la derrota. El Almirante español pronosticó la derrota ante Estados Unidos, pero aceptó la misión y fue a Cuba. Cervera llegó a Santiago el 19 de mayo de 1898. Había tardado más de un mes en llegar, 15 días más de lo necesario. Atracó dentro de la bahía. Necesitaba cargar carbón.

El 19 de mayo, los estadounidenses, conscientes de lo que estaba ocurriendo, cerraron la bahía de Santiago e inutilizaron así los barcos españoles. Pusieron sus acorazados frente a la bahía, fuera del alcance del fuego español, pero en condiciones de hacer fuego sobre los barcos españoles en cuanto éstos salieran a alta mar.

     Cervera decidió no salir a alta mar. Los barcos estadounidenses no podían acercarse a la bahía para no ser batidos por las baterías de tierra, pero los barcos españoles no podrían salir.

La táctica de guerra estadounidense consistía en un bloqueo naval a la isla de Cuba y ataques esporádicos a algunos puertos como Matanzas (Cuba) y Manila (Filipinas). Al tiempo, hacía desembarcos para atacar las baterías de tierra españolas.

     En junio de 1898, la Joint Resolution autorizó la guerra de Estados Unidos contra España. La guerra había empezado meses antes, en abril.

Las masas españolas reaccionaron, fervorosa y estúpidamente, saliendo a la calle para reclamar un ataque sobre New York. Los americanos desembarcaron en Cuba y coordinaron su ataque con el de los rebeldes cubanos. Todo el pueblo cubano se volvió hostil a los españoles y la posición española era por primera vez complicada.

     El desastre terrestre estadounidense.

El 1 de julio de 1898, el general William Rufus Shafther había enviado a Santiago el 5º Cuerpo del Ejército estadounidense, compuesto por tres divisiones y dos brigadas, unos 18.000 hombres en total, y su primer objetivo fue tomar El Viso, una fortaleza militar de mampostería construida en lo alto de un cerro y dotada de artillería pesada.

Como medida preparatoria, atacó una posición militar de madera situada en El Caney, el poblado cercano a El Viso. El ataque empezó a las 06:00 horas. Se empezó atacando el pueblo de El Viso, defendido por unos 120 hombres. Y tras ello se pasó a El Caney. Esa posición era guardada por 550 españoles bajo las órdenes de Joaquín Vara de Rey. Shafther envió contra El Caney al general Henry Lawton, con 6.899 hombres y una batería de artillería mandada por el capitán Capron. En teoría era una escaramuza, pero los españoles resistieron 12 horas, y murieron 466 españoles. Por la tarde, los 84 españoles vivos se retiraron hacia Santiago llevándose los heridos, en cuyo momento la columna fue atacada por los mambises que mataron a muchos y les robaron lo que pudieron. Uno de los muertos fue el general Vara de Rey. Quedaron vivos muy pocos españoles.

Los estadounidenses contaban con 12 cañones hotchkiss y un globo cautivo. Los españoles tenían 2 cañones Krupp de pólvora sin humo. Los cañones españoles disparaban sobre las manchas de humo estadounidenses con efectividad y contra el globo cautivo hasta lograr derribarle. Hicieron muchos muertos a los estadounidenses, tal vez un millar. Dos de los batallones de asalto estadounidenses, también utilizaban pólvora negra, por lo que tuvieron que ser retirados del campo de batalla al comprobarse que delataban las posiciones estadounidenses. Los ataques estadounidenses en oleadas eran contrarrestados con fuego al unísono ordenado por los oficiales españoles.

A las 13.00 horas se acabaron los proyectiles de cañón de los españoles. A las 13:20 horas, las posiciones españolas fueron tomadas por los estadounidenses. Los 84 españoles supervivientes huyeron llevándose a hombros un cañón desmontado.

Al llegar el atardecer, los estadounidenses habían vencido, dejándose unos 1.200 muertos, y habiendo hecho 466 muertos a los españoles. Cinco o seis victorias más como esa, y no quedaría vivo ni un solo soldado estadounidense. Sus gritos de victoria fueron ahogados cuando les dijeron que todavía quedaban muchas defensas españolas por tomar. Lo que les habían dicho por la mañana, que aquello iba a ser  un paseo de unos minutos, había durado más de doce horas y les había causado demasiados de muertos. Y tendrían que seguir atacando al día siguiente y al otro.

Un objetivo simultáneo de los estadounidenses fue Lomas de San Juan. La posición era defendida por el general Arsenio Linares Pombo con 1.072 soldados. La defensa estaba bien organizada con unas líneas de trincheras sucesivas, unos agujeros para tiradores aislados, y unas alambradas para impedir el avance enemigo, tras las cuales había un blocao de ladrillo, y más allá estaba el cuartel general en la casa de la plantación. Complementariamente, en una depresión del terreno, estaba el fuerte Canosa.

El tercer objetivo estadounidense fue Canosa, el cual era defendido por el Coronel Caula. Caula murió y el general Linares que le socorría por un flanco, fue herido y sustituido por el general Toral. Canosa no pudo ser tomada por los estadounidenses hasta después de la firma del armisticio.

Y todavía les faltaba a los estadounidenses tomar Santiago, defendida por 4.300 hombres, y Las Cruces, además de otras fortificaciones españolas. Al ritmo de muertos habidos, a los estadounidenses no les quedaría un solo soldado vivo pasados 15 días. Las perspectivas no eran optimistas.

     El desastre marítimo español.

     El general Ramón Blanco Erenas, Capitán General de Cuba, ordenó a los barcos de Cervera, el 2 de julio de 1898, salir de la bahía, y pelear contra los barcos americanos del almirante Sampson, que esperaban a la salida. Era un suicidio. La orden se cumplió el 3 de julio y los barcos fueron saliendo uno a uno, mientras eran cañoneados por los yanquis, hasta embarrancar en la costa una vez heridos de muerte. Murieron Oquendo, Lazaga, Villaamil y otros muchos. Muchos más españoles cayeron prisioneros.

     Los estadounidenses hundieron 7 barcos españoles en Santiago.     Los barcos españoles fueron hundidos en cuatro horas y los españoles recibieron 323 muertos y 151 heridos y cerca de 1.800 prisioneros. Los estadounidenses tuvieron un muerto y unos pocos heridos en esta batalla marítima. Los españoles que se salvaron, lo hicieron nadando hasta la costa.

El propio Cervera ganó la costa a nado. Regresó a España en septiembre de 1898 y fue juzgado y absuelto. En 1901 ascendió a vicealmirante y estuvo en el Estado Mayor de la Armada en 1902-1904, y fue Capitán General de El Ferrol en 1905-1907. Falleció en Puerto Real en 1909.

Obedecer la orden de sacrificar a sus soldados y sus barcos, fue una decisión que ha sido, posteriormente, muy controvertida. Fue calificada de heroísmo por unos, el obedecer incluso en el caso de ser enviado a la muerte. Y fue calificada de imprudencia imperdonable para otros, pues obedecer la orden de salir a la mar, a pesar de opinar que la orden era desacertada, fue enviar a los soldados a la muerte. Cervera es por tanto un villano o un héroe, según distintos puntos de vista.

Había alternativas al plan de Cervera: el Capitán de Navío Fernando Villaamil había diseñado una estrategia para salir a mar abierto todos juntos y disparando, y enfrentarse con el enemigo, lo cual daría una oportunidad a los españoles, que eran más rápidos. Y el Capitán de Navío Joaquín Bustamante había diseñado una salida nocturna, sin luces y escalonada, que debía dar oportunidades a algún buque. Cervera rechazó ambos planes, y ordenó una tercera estrategia, que salieran de uno en uno, y lo más pegados a la costa que pudieran, a fin de que estuvieran cubiertos por las baterías de tierra. Los contrarios a Cervera dicen que lo hacía a fin de que los marineros pudieran llegar a nado a la costa cuando los barcos fueran hundidos. Cada barco español era pues bombardeado por toda la escuadra estadounidense en el momento de la salida. No había escape.

La explicación a esta actitud de Cervera puede ser el complejo de inferioridad que tenía Cervera respecto a la flota americana, de la que siempre había huido, porque se ha demostrado que, técnicamente, los barcos de un bando no eran muy diferentes de los del otro bando. En el juicio a Cervera, éste tuvo muchos apoyos populares, y muchas críticas de los técnicos militares, y el caso se sobreseyó.

El 3 de julio empezó la toma de Santiago. Santiago de Cuba estaba defendido por unos 13.000 hombres, sumando soldados españoles y cubanos. Los mandaba el general José Toral, pues Arsenio Linares estaba herido.

El general William Rufus Shafther mandó ametrallar las murallas por todas partes y de modo constante. Santiago capituló el 16 de julio.

     Entonces los americanos fueron hacia Puerto Rico, 26 de julio, y hacia Manila (Filipinas). El Arsenal de Cavite fue tomado el 2 de mayo de 1898. Manila fue sitiada por tierra por Aguinaldo, un rebelde filipino, y Manila se rindió el 12 de agosto.

     España tenía todavía 220.000 soldados más en Cuba, pero una vez hundidos los seis barcos de guerra, y otros seis en Filipinas, la guerra ya no tenía sentido, pues no recibirían armas ni municiones. Cuba y Filipinas debían ser abandonadas.

         El final de la guerra de 1898.

     España decidió poner fin a la guerra, y el Ministro de Estado, Juan Manuel Sánchez Gutiérrez de Castro duque de Almodóvar del Río, envió un telegrama al embajador español en París para que el Gobierno francés negociase la paz, el 18 de julio de 1898.

     El embajador francés en Washington, Jules Cambon, entregó al Presidente Mackinley, el 26 de julio, un memorándum del Gobierno español en el que se proponía el final de la guerra.

     Los Estados Unidos esperaron unos días para contestar. Querían dominar Puerto Rico y Manila antes de iniciar conversaciones. En esta posición de dominio militar absoluto, los Estados Unidos ofrecieron la paz a España el 30 de julio.

Las condiciones de paz eran: España renunciaría a su soberanía sobre Cuba; abandonaría Cuba inmediatamente; no se pediría a España indemnización de guerra, pero como Estados Unidos se había gastado mucho dinero en la guerra, España le cedería como indemnización Puerto Rico y todas las islas occidentales que poseyera, una isla en las Islas de los Ladrones (Marianas), la que escogiera Estados Unidos, y una serie de exigencias sobre Filipinas. Manila quedaría ocupada por los estadounidenses hasta que se firmase el tratado de paz y se decidiese sobre Filipinas definitivamente.

     España recibió las noticias de MacKinley y las de las derrotas, en muy pocos días, casi a la vez. Y aceptó conversaciones con MacKinley.

     Las condiciones de paz eran bochornosas para España, pero el Gobierno y la oposición española coincidieron en que era preciso aceptarla.

              La Paz de París

El 12 de agosto se firmó el Protocolo de Washington, que establecía que las conversaciones empezaran el 1 de octubre en París.

Los embajadores se reunían en el palacio de Quai d`Orsai: Eugenio Montero Ríos por España, y William Rufus Day, Secretario de Estado, por Estados Unidos.

     Las conversaciones de París fueron duras porque Estados Unidos pretendía que España pagase todas las deudas que Cuba había contraído con Estados Unidos, y se prolongaron hasta diciembre de 1898. No fue una negociación sino un “diktat”, una serie de imposiciones estadounidenses.

España firmó la rendición en París el 10 de diciembre de 1898. Las condiciones de paz eran: la renuncia a la soberanía sobre Cuba; la entrega de Puerto Rico a Estados Unidos como indemnización por la guerra; la aceptación de una ocupación provisional de Filipinas; la cesión a Estados Unidos de la isla de Guam en las Marianas; y el pago de todas las deudas que los Gobiernos españoles habían contraído en Cuba; España cedía librecomercio a Estados Unidos por 10 años; España devolvería a Estados Unidos el material y prisioneros cogidos durante la guerra, tanto estadounidenses como cubanos y filipinos. Estados Unidos se comprometía a respetar las propiedades particulares españolas en Cuba.

Una vez perdido todo esto, España liquidó el resto de su imperio, Marianas, Carolinas y Palaos, vendiéndoselo a Alemania, en 1899, por 25 millones de marcos.

     El último Capitán General de Cuba, Adolfo Jiménez-Castellanos Tapia, tuvo la difícil misión de repatriar a 87.000 soldados españoles, muchos de ellos heridos o enfermos, organizar la evacuación y transporte hasta España y gestionar las indemnizaciones de guerra para cada uno de ellos. El 1 de enero de 1899, entregó la isla a los Estados Unidos. Los rebeldes cubanos habían perdido definitivamente la guerra.

              Balance de la guerra.

     En la guerra de 1895-1898.

Según Pedro Pascual Martínez[3], en la guerra de 1895-1898, los españoles se dejaron 44.000 cadáveres en Cuba. De ellos, sólo 3.101 habían muerto en combate. El 93%, 41.288, habían muerto por enfermedades tropicales y suciedad de los cuarteles y uniformes. A ellos se deberían sumar los cubanos alistados en ejércitos españoles y muertos en combate.

Javier Navarro dice que se debe elevar la cifra de muertos españoles a 59.000, a los que se deberían sumar 33.800 que volvieron enfermos y no se sabe qué fue de ellos en fechas posteriores a la repatriación. También se debería tener en cuenta como víctimas importantes a otros 11.000 que volvieron con inutilidades diversas. Navarro dice igualmente que los repatriados fueron 156.492, y entonces, si los muertos fueron 59.000, eso nos da un resultado de que en Cuba habría 217.000 soldados, aunque quizás hubiera algunos más que no quisieron repatriarse y optaron por quedarse en Cuba o Puerto Rico. Fuentes militares dicen que España llevó a Cuba, en 1895-1898, un total de 220.285 soldados, lo cual está muy cerca de los cálculos que hemos hecho anteriormente.

Si aceptamos que en Cuba había unos 220.000 soldados españoles, más otros 80.000 Voluntarios Cubanos, las pérdidas son altísimas, de un 25% de muertos, aunque el 93% lo fueran por enfermedad.

Fuentes militares afirman que los muertos directos en combate en 1898 fueron 1.375, y muertos a consecuencia de las heridas sufridas en combate 786, lo que daría un total de 2.151 muertos. Estas mismas fuentes hablan de 53.000 muertos por enfermedades tropicales, lo que daría un total de 55.000 muertos.

Estas noticias nos abren una horquilla entre los 44.000 y los 59.000 muertos. Es lo máximo que nos podemos aproximar, por el momento, a las cifras de víctimas de la guerra. Las citas de 83.000 y de más de 100.000 muertos, utilizadas por autores cubanos, nos parecen exageradas.

A estos muertos se deberían añadir los que murieran tras la repatriación, pues muchos llegaban a España enfermos y en malas condiciones. No se sabe qué paso de los 16.415 enfermos repatriados, pues se marcharon a sus casas, pero se documentó que 102 soldados murieron en la travesía de regreso, hecha en La Trasatlántica en malas condiciones.

En este concepto de “enfermedades tropicales”, entraban las causas propias de la falta de cuidado del soldado, que bebía aguas infectadas, que comía alimentos en cualquier estado, que dormía en jergones sobre los que pasaban varios hombres al día y nunca se lavaban, etc. El ejército español moría de tifus, difteria, fiebre amarilla y malaria. Hasta el 93% de los muertos lo fueron por enfermedad. Las cifras no son coherentes.

Los rebeldes cubanos perdieron 9.000 hombres, una cifra también importante. Los guerrilleros independentistas debían ser unos 40.000, a los que debemos sumar los muchos Voluntarios Cubanos que se pasaron del ejército español a los independentistas en 1898, por lo que las pérdidas fueron enormes, de entre el 15 y el 30% de los hombres.

Faltan datos sobre los 82.000 Voluntarios Cubanos que luchaban a favor de España, pues parece que es un tema que no interesó investigar a nadie. No he encontrado casi nada sobre el asunto, excepto la sospecha de que quizás la mitad de ellos desertaron en 1898 y algunos se pasaron al enemigo, a los rebeldes cubanos.

Pero no hay cifras oficiales ni confirmadas de nada de ello.

Las víctimas de 1895-1898 representaban un cambio importante respecto a 1868-1878 en varios sentidos: los muertos en combate en la Guerra de los Diez años habían sido unos 8.000, es decir, cuatro veces más que en 1895-1898 en una guerra de más del doble de años de duración. Los muertos por enfermedades tropicales habían sido 72.000 en la Guerra de los Diez años, un 50% más que en la Guerra de 1895-1898. Pero la característica esencial, que el 90% de los soldados moría por enfermedades tropicales seguía siendo la misma.

En la Guerra de Santiago 1898.

Ateniéndonos a la Guerra contra los Estados Unidos, limitada a 1898, las muertes en combate en 1898, no eran excesivas, pues representaban 2.032 soldados, el 14% de los combatientes en la zona de Santiago. Los soldados españoles disponibles en Santiago debían ser unos 13.000 al mando de José Toral, más los de la escuadra anclada en la Bahía.

Balance estadounidense.

La victoria de los Estados Unidos fue triste para Estados Unidos: Habían enviado a Santiago unos 18.000 hombres. Se habían dejado más de 2.000 muertos en combate en cuatro meses, el 12% de sus hombres, lo que en caso de derrota hubiera sido considerado una catástrofe. Por ello, Estados Unidos no quiso publicar sus bajas. Y además murieron otros 3.000 hombres por enfermedades tropicales. Más de 5.000 muertos en total no eran una noticia buena para la popularidad del Presidente, pues el 30% de sus soldados enviados a Cuba había muerto. No se permitió en Estados Unidos publicar los datos.

     Impacto de la derrota en España.

     La opinión pública española, se sintió engañada, y efectivamente, así había sido. Su sorpresa ante la derrota militar de julio era inexplicable si, como venía diciendo la prensa, España era tan superior militarmente a los Estados Unidos. Los acuerdos posteriores de París produjeron sentimientos de rabia, desilusión y escepticismo muy profundos.

     El pueblo español sufrió un profundo golpe que afectará incluso a su cultura y forma de ser durante décadas.

El ambiente popular anterior al 98 era de comentar las novelas de Galdós que en sus Episodios Nacionales de 1872-1912, revivía la política de todo el siglo o en su Electra, de 1901, presentaba el problema anticlerical español, o las obras de Pereda que eran puramente estéticas e intrascendentes, o los dramas de Echegaray que eran una especie de culebrones resumidos en dos horas.

Los españoles se divertían escuchando cantar zarzuelas de Ruperto Chapí, Tomás Bretón, Federico Chueca o Jerónimo Giménez, o escuchando coplas andaluzas de gran contenido poético,  cantando habaneras, bailando chotís, comentando las gestas de Lagartijo (retirado en 1893) o de Frascuelo (retirado en 1890) o viendo torear a Rafael Guerra Bejarano alias El Guerra (famoso por su ignorancia), y contando muchos chistes más o menos groseros.

El hecho de que esta apariencia de felicidad coincidiera con pucherazos en política, caciquismo y corrupción, dio lugar a que, en el 98, muchos intelectuales se sintieran miembros de un pueblo bobo, idiotizado y frívolo, explotado por los políticos, de un pueblo que los intelectuales tenían el deber de culturizar y denunciar todas las miserias que se venían produciendo con regularidad. Este es el significado del 98.

     Pero las consecuencias de la derrota no fueron tan catastróficas como la generación del 98 quiso hacer ver: al repatriarse capitales, hubo nuevas inversiones en la península, se redujo la deuda pública y bajó la inflación. La peseta se devaluó y ello benefició a los exportadores, que casi compensaron las pérdidas de exportación a Cuba. Los cubanos siguieron comprando en España botas, zapatos, aceite y ajos, aunque empezaron a comprar algodón, papel, vino y conservas a los americanos. Las cosechas de 1898 y 1899 fueron buenas y ello fue muy importante en un país agrícola como España. Los soldados recibieron sus pagas y ello incrementó el consumo. El Valle del Ebro sembró mucha remolacha para producir azúcar y hubo un nuevo recurso interior agrícola.

     Los que perdieron dinero tras 1898 fueron algunos productores de trigo castellanos y algunos productores textiles catalanes, dos de los pilares de la oligarquía gobernante, que se mostraron disconformes con el Gobierno. Al Gobierno sólo le quedaba la Iglesia y el ejército como apoyos seguros.

Francisco Silvela era un buen católico y trató de restablecer los viejos pilares del régimen: organizaba misas antes de los actos oficiales, y propugnaba conceder créditos baratos a los grandes capitalistas españoles. El proyecto era contradictorio con el plan de Villaverde de anular la deuda subiendo impuestos, lo cual molestaba a los ricos. Algunos comerciantes medios se negaron a pagar impuestos y sus tiendas fueron cerradas y sus ingresos sufrieron retenciones forzosas, llegando a haber por ello tumultos en Barcelona.


[1] En 1914, Gran Bretaña contaba con 24 acorazados, 14 cruceros de batalla, 31 cruceros ligeros, 76 destructores, y otros barcos auxiliares.

[2] Pascual Cervera Topete, 1839-1909, había nacido en Medinasidonia (Cádiz), siempre fue marino y había visitado Cuba, Filipinas y algún punto de África. Hoy se tiende a calificarle de torpe e imprudente.

[3] Pedro Pascual Martínez, “Combatientes muertos y prófugos del ejército español en la Guerra de Independencia Cubana, 1895-1898”. ACISAL, 1996.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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