CUBA EN 1896-1897

Contenido esencial: Las negociaciones de paz con los Estados Unidos en 1896; la presidencia de MacKinley; el asesinato de Cánovas en agosto de 1897; entregacionismo de Sagasta en 1897;

 La intervención de Estados Unidos en 1896.

     En marzo de 1896, el Presidente de Estados Unidos, Stephen Grover Cleveland, llevó a la Cámara de Representantes el debate sobre Cuba, y ésta Cámara aprobó una moción que implicaba a los Estados Unidos en el conflicto. La nota llegó a España el 4 de abril de 1896. Creveland pedía que España conservase sus derechos de soberanía en Cuba, pero concediera a los cubanos un Gobierno Autónomo.     El embajador norteamericano en España, Hannis Taylor, entregó la nota a Cánovas el 4 de abril de 1896. La prensa española y los partidos políticos españoles consideraron la oferta como una ofensa. Cánovas reaccionó con orgullo español y decidió no contestar nada. Se decidió ganar tiempo.

     La existencia del comunicado norteamericano puso de manifiesto que el problema fundamental que se iba a plantear en Cuba era el intervencionismo de los Estados Unidos. En esos momentos, Estados Unidos se había convertido ya en un país fuerte, y era más rico que España. Y Estados Unidos tenía interés en quedarse con el azúcar cubano, y otros productos de la isla, para venderlos en los Estados Unidos con un margen de beneficios altísimo.

     Los independentistas cubanos no supieron interpretar la intervención estadounidense, y prefirieron pensar que Estados Unidos apoyaba su independencia.

       La respuesta de España a Estados Unidos.

     Cánovas, desde España, mantuvo firmes sus criterios: primero, debía producirse una paz completa. Más tarde, podía haber conversaciones sobre una autonomía política y unos derechos para los cubanos. En esa postura, era secundado por Carlos Manuel O`Donnell Ministro de Estado. Se oponían a esta posición política los del Partido Liberal y algunos conservadores.

     En mayo de 1896, con motivo de la apertura de las Cortes españolas, Cánovas hizo el discurso preceptivo, en el que fueron destacables el tema de Cuba y el peligro de guerra de España contra los Estados Unidos. Cánovas dijo que la paz exigía concesiones, pero que las concesiones no garantizaban nada, porque los separatistas cubanos exigían la independencia. Por ello, lo primero era vencer a los separatistas, y más tarde se hablaría de hacer concesiones. Martínez Campos aconsejaba la política de concesiones, y ver qué pasaba después.

     Durante la segunda parte del año 1896, Cánovas permaneció todo el tiempo en Madrid y mantenía las Cortes abiertas permaneciendo atento a los sucesos de Cuba.   Cánovas necesitaba habilidad para entretener a los norteamericanos mientras trataba de resolver el conflicto cubano antes de que tuviera lugar una negociación. Pidió a Weyler que fuera más enérgico y acelerase el final del problema cubano, y pidió a sus diplomáticos que, con respuestas suaves, dilataran las conversaciones con Estados Unidos cuanto pudieran.

     Cánovas contestó a Richard Olney en junio de 1896, dos meses después de recibir la nota diplomática estadounidense. Richard Olney era Secretario de Estado del Presidente Grover Cleveland desde 10 de junio de 1895. En la nota, le decía que se cumplirían los deseos de los Estados Unidos, una vez se hubiese consumado la victoria española sobre los independentistas cubanos, y que haría reformas políticas importantes en Cuba. El mensaje trataba de ganar tiempo.

Efectivamente, el Ministro de Estado español, Carlos Manuel O`Donnell, estuvo fino, calmoso y diplomático, y la parte diplomática se estaba cumpliendo según el plan. Pero el asunto le corría prisa al Presidente Cleveland, demócrata y pacifista, porque terminaba su mandato y en noviembre se designaría nuevo Presidente de Estados Unidos. Su popularidad estaba cayendo y se preveía un triunfo del Partido Republicano, de ideología imperialista, jingoísta y aliado de las empresas y comerciantes del azúcar norteamericanos. Cánovas apostó porque podía terminar la guerra en pocos meses y negociar con Cleveland a fin de año, cuando éste estuviera de lo más agobiado. El Secretario de Estado, Olney, se mostraba conciliador y dispuesto a aceptar cualquier solución. Todos sabían que, en último término, Estados Unidos iba a por Cuba. Y Cánovas perdió su apuesta, porque la guerra no se acabó en 1896 y no negoció cuando más fácil era.

El verano de 1896 fue tenso en las relaciones de España con Estados Unidos. El embajador Taylor no paraba de entregar notas diplomáticas pidiendo una solución. Cánovas estuvo muy preocupado ese verano y no se tomó sus consabidas vacaciones, excepto unos pocos días de descanso en Toledo, pues veía que el asunto era muy grave.

     También el Presidente Cleveland había decidido esperar a ver qué sucedía.

El otoño fue peor. Tras el regreso de Cánovas a Madrid, en noviembre supo que el republicano William MacKinley había sido elegido Presidente. A Cleveland le quedaban pocos meses, pues MacKinley tomaría posesión el 4 de marzo de 1897. Era un halcón imperialista que se quedaría con la isla de Cuba si podía.

Si España solucionaba el conflicto antes de marzo de 1897, no habría caso frente a Estados Unidos.

     La fase decisiva de la Guerra de Cuba.

España estaba segura de la victoria militar: Los soldados del bando español, españoles y cubanos, habían llegado a la cifra de 200.000. Y Weyler actuaba eficazmente. Los rebeldes cubanos caían muertos con regularidad. Pero la victoria militar no era suficiente, porque gran parte del pueblo cubano se estaba sumando a la rebelión.

José Martí, muerto en combate el 19 de mayo de 1895, había sido elevado a la categoría de mártir de la revolución, un mito que atraía a muchos cubanos. Igualmente, Antonio Maceo era otro mito viviente, y cuando murió el 7 de diciembre de 1896, Antonio Maceo se convirtió en el “gigante mulato”, el “titán de bronce”. Un nuevo mito para la revolución.

Después del verano de 1896, Weyler dominaba la provincia de Pinar del Río, cuando Antonio Maceo decidió desembarcar en ella. Se trataba de iniciar una guerra abierta en el extremo occidental de la isla, todo un desafío a los españoles. Maceo fue localizado por el comandante español Francisco Cirujeda, que le apresó y ejecutó en 7 de diciembre de 1896. Weyler esperó la reacción de los cubanos, y el resultado no fue alentador para España, pues el movimiento de los mambises continuó como hasta entonces, a pesar de haber perdido a sus principales líderes, el teórico Martí y el jefe de guerrillas Maceo.

La eficacia militar de Weyler se veía ninguneada por el hecho de que los líderes independentistas muertos se convertían en mitos, y ello atraía a la juventud cubana a las filas independentistas. Máximo Gómez se convertía en el nuevo mito vivo.

     En octubre de 1896, Cánovas envió 25.000 hombres más a Cuba. No tenía sentido enviar tantos soldados a una guerra que, según Cánovas y Weyler, se estaba ganando. La explicación era que se estaba preparando para una guerra con Estados Unidos. No hay otra.

  Los empresarios españoles ante la Guerra de Cuba.

     Los empresarios aprovecharon la oportunidad de la guerra de varias maneras. La guerra siempre es un negocio estupendo para algunos.

     A finales de 1896, el problema mayor del Gobierno español era la financiación de la guerra. El Banco de España pidió mil millones en los mercados internacionales, pero nadie se los dio. Entonces rebajó la petición a 400 millones, con garantía de la renta de aduanas. Y tampoco se los dieron. Se pidieron 250 millones, y no hubo éxito. España no tenía crédito internacional.

     El Estado pensó obligar a las compañías ferroviarias a tomar el préstamo de 1.500 millones de pesetas al 5%, pero los ferrocarriles ya no eran viables y no podían aceptarlo, aunque se les prometió la inyección de un crédito estatal en ferrocarriles.

     Se pensó en Tabacalera y se le ofrecieron 22 años de explotación del monopolio, y la administración del timbre, a cambio de 60 millones al 5% anual.

     Se pensó en los Rothschild de Londres y se les ofreció la explotación del azogue y el pago anual de 220.000 libras, a cambio de 3 millones de libras, lo que daba un interés del 5% en 30 años.

     El sindicato de banqueros, presidido por Bauer, manifestó su negativa a prestar al Estado español.

     No obstante, las Cortes aprobaron, el 26 de agosto de 1896, un presupuesto de 400 millones de pesetas que debía servir para seis años de guerra. Fue aprobado por 186 votos contra 33.

A continuación, se abrió una suscripción de obligaciones en territorio español[1] a 16 de noviembre de 1896. Las Cámaras de Comercio, el Círculo de Labradores y el marqués de Comillas se negaban a aceptar un empréstito forzoso. Por ello, el Estado lanzó un Empréstito Nacional Voluntario que se vendía por debajo de nominal, a 93% de nominal (quebranto del 7%) y al rédito del 6,5%. Y en esas condiciones tan desventajosas para el Estado, se consiguieron suscripciones de 595 millones de pesetas hechas por los españoles, lo cual fue una sorpresa para el Gobierno. El problema era que el Estado sólo tenía garantías para 400 millones, por lo que había que, o bien reducir el interés ofrecido, o bien prorratear la venta. Se hizo lo segundo.

Compraron el Marqués de Comillas (a cambio de la concesión de los transportes de guerra a la Trasatlántica), Girona (a cambio de la concesión de suministros de guerra por el Banco de Castilla), marqués de Urquijo, Credit Lyonnais, Crédito Mobiliario, Duro-Felguera, Banco Hipotecario, Banco de Bilbao, Cámaras de Comercio, Banco de Barcelona (capital cubano), Banco Hispano Colonial (capital cubano), Fomento del Trabajo Nacional (Barcelona), Ligas de Productores, Cámaras Agrícolas, Montepío de Funcionarios Públicos, y el mismo Cánovas, entre otros. Se vendieron muchos lotes de una sola obligación cuyo coste nominal era de 500 pesetas. Un 6,5% de interés con el respaldo y aval del Estado, era muy atractivo. Y comprando por debajo de nominal, se convertía en un negocio con perspectivas de poder vender con liquidez.

     Lo siguiente era fabricar material de guerra: En marzo de 1896 se formó el trust Unión Española de Explosivos. Este trust estaba dirigido por Sociedad Española de la Dinamita y participaban La Manjoya (empresa de Rheinische Dinamit Fabrik), Mechas de Manjoya (Manjoya está en Asturias, muy cerca de Oviedo), Explosivos de Burceña (empresa de Deutsche Sprengstoff, muy cerca de Bilbao), Vasco Asturiana, Vasco Andaluza, General de Explosivos, Nueva Manresana, Santa Bárbara de Lugones (muy cerca de Oviedo). En 1900, la fabricación de dinamita se nacionalizó. En 24 de julio de 1970, el trust Unión Española de Explosivos se uniría con Compañía Española de Minas de Riotinto S.A. y se formó una empresa más grande todavía llamada Unión Explosivos Riotinto.

         Situación política a fines de 1896.

     En septiembre de 1896 se hizo en España una Ley de Represión del Terrorismo muy dura, sin cortapisas que pudieran impedir su mala aplicación sobre ciudadanos normales. El tema del terrorismo se vio afectado por la situación de guerra.

     William McKinley, dijo que los rebeldes cubanos eran excelentes personas maltratados por los españoles, y que los rebeldes debían ser ayudados por los Estados Unidos, y que la isla debía ser agregada a los Estados Unidos. Fue nombrado presidente el 4 de marzo de 1897. Los cubanos no parecieron enterarse de esta declaración tan concisa. O no quisieron enterarse.

     Ante la testarudez de los españoles, el Presidente Cleveland dijo en diciembre de 1896, a punto de expirar su mandato, que la ineficacia de España llevaba a los Estados Unidos a cumplir deberes más altos que guardar la soberanía de España en la isla. Los españoles se sentían envalentonados porque habían dominado Pinar del Río, Habana y Matanzas, la zona oeste de Cuba y la victoria militar era incontestable, si se lo proponían.

              Weiler en La Habana.

     El 10 de febrero de 1897 llegó el general Weiler[2] a La Habana y levantó la trocha occidental, de Mariel a Majano, al oeste de La Habana, para encerrar a Maceo en Pinar del Río. El 20 de marzo Weiler logró encerrar a Máximo Gómez en Camagüey. El 10 de octubre levantó la trocha de Jaimiqui en Pinar del Río, y logró capturar y matar a José Maceo, el hermano de Antonio Maceo. En noviembre de 1896 se atreverá a invadir la zona oriental, el dominio de los rebeldes, matando a Antonio Maceo. El 5 de enero de 1898 Weyler tenía asegurada la zona occidental de la isla de Cuba y, en ese momento, fue cesado Weyler. Se puso en su lugar al general Ramón Blanco Erenas como Capitán General.

          Presentación del Presidente MacKinley.

     En 4 de marzo de 1897, el nuevo Presidente de Estados Unidos, William MacKinley, parecía favorable a los cubanos. Pero no quería soluciones en las que Estados Unidos pudieran perder dinero u hombres a cambio de nada, y eso significaba que no quería una guerra de conquista contra 230.000 soldados españoles, tras la cual, Estados Unidos sustituiría a España como potencia ocupante, y tendría que soportar el terrorismo independentista cubano. Quería soluciones diplomáticas, pero en plan duro frente a España. Quería que los Estados Unidos dominasen el negocio de Cuba. El embajador español en Washington, Dupuy de Lome, entendió que el asunto se resolvería diplomáticamente en Washington.

MacKinley empezó su presidencia manifestando que no quería la guerra de conquista, y que no haría la guerra hasta agotar todos los medios que pudieran impedirla.

     El 6 de abril de 1897, el embajador Hannis Taylor invitó a España a sumarse al homenaje al General Grand que se celebraría en New York ese mismo mes. Era el acto de despedida del Presidente saliente. España envió el crucero María Teresa el cual portaba saludos para el Presidente MacKinley y para el pueblo americano. MacKinley se comportó con deferencia. España pidió que Estados Unidos suspendiera sus “ayudas” a Cuba. MacKinley y su Secretario de Estado, John Sherman, hicieron publicar la noticia de que un crucero estadounidense había atrapado a una barcaza que portaba armas para los cubanos. Lo presentaban como un gesto de buena voluntad hacía España, pero de difícil interpretación, pues las armas las vendían los estadounidenses.

Los españoles y los cubanos se quisieron dejar engañar, pero Estados Unidos sólo estaba ganándose la opinión pública en una campaña magistralmente dirigida por John Sherman, nuevo Secretario de Estado de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, Sherman estaba negociando con los hacendados cubanos el restablecimiento del comercio del azúcar con los Estados Unidos. Simultáneamente, estaba organizando una campaña de prensa contra España en la que los periódicos debían demostrar los daños que España estaba causando en Cuba, las destrucciones de negocios.

  La apuesta de los negociantes estadounidenses.

Los comerciantes azucareros estadounidenses no estaban de acuerdo con la solución de entendimiento en el conflicto cubano, pues querían la isla para ellos. Comprar los productos cubanos, tabaco, azúcar y frutas, a muy bajo precio, y venderlos en Estados Unidos a altos precios, era un negocio fabuloso. Entonces iniciaron una campaña de prensa contra su propio Gobierno y contra los españoles. Sabían que MacKinley temía mucho a la prensa, y pagaron a las cadenas Pulitzer y Hearst para que publicaran artículos a favor de que Estados Unidos se comprometiese en la guerra contra España.

Ambas cadenas de periódicos empezaron a contar noticias falsas, espectacularmente presentadas a fin de vender muchos periódicos. Hablaban sobre que los españoles destruían los bienes de los cubanos, que no respetaban a las personas, que torturaban a sus prisioneros y a los informadores independentistas que capturaban, y que cualquier ciudadano cubano, por muy inocente que fuera, podía ser víctima de malos tratos. Y aparecían casi todos los días los abusos de algún soldado español sobre una pobre cubana, españoles que manoseaban a las mujeres estadounidenses que encontraban, y que violaban a las mujeres vírgenes cubanas. Pocas veces era verdad. Se trataba de tocar el sentimentalismo popular.

Joseph Pulitzer había llegado desde Missouri a Nueva York con el objetivo de vender periódicos del New York World. En su testamento de 1917, dejó encargada a la Universidad de Columbia, que todos los años diera premios a los mejores periodistas. Así, su fortuna quedó un poco blanqueada de inmoralidad. Los estadounidenses citan que Pulitzer fue un judío húngaro, como si ello les descargase de responsabilidad.

William Randolph Hearts había llegado desde California para vender el New York Journal. En el caso de Hearts, que había nacido en San Francisco, los americanos no tuvieron la fácil excusa de cargar contra un inmigrante.

Eran dos periodistas sin escrúpulos morales, cuyo único objetivo eran las ventas de periódicos cada día. Mintieron descaradamente a los americanos y construyeron artículos de periódico con grandes titulares, diferentes tipos de letra, caricaturas, chistes, historietas, para construir noticias espectaculares en las que imperaba el lema “no dejes que la verdad te estropee un buen artículo”. Ambos cultivaron el sensacionalismo y crearon una prensa que se denominó “amarilla”. Ambos se hicieron multimillonarios.

En contraste con esta situación, los periódicos estadounidenses de 1897 apenas se preocuparon por condenar el asesinato de Cánovas en agosto 1897, cosa que sí hicieron los periódicos cubanos independentistas, mucho más democráticos y humanitarios.

Las falsas noticias se repitieron tantas veces que muchos estadounidenses llegaron a creérselas.  Una mentira repetida muchas veces, aparece como verdad, pues la masa no es capaz de pensar, cualidad reservada para el individuo. Y como, tanto MacKinley en Estados Unidos, como Sagasta en España, temían a la “opinión publicada” que se hacía llamar a sí misma “opinión pública”, se creó un mal ambiente de opinión. Los políticos que utilizan estas tácticas, son altamente inmorales, pero no son castigados en ningún cuerpo legal del mundo, ni tampoco los periodistas que colaboran con ellos en la difusión sistemática de mentiras.

La prensa española cayó en la trampa y apareció una prensa belicosa contra Estados Unidos, que era el fin perseguido por los azucareros estadounidenses. Los historiadores españoles todavía están investigando quién y cómo se pagó esa campaña de prensa antiestadounidense en España.

     MacKinley se implicó en la guerra.

MacKinley hizo que el Senado reconociera a los cubanos como beligerantes, y mandó a su Secretario de Estado, John Sherman, que protestase por la supuesta crueldad con que los españoles llevaban la guerra.

Cuando la opinión pública hubo cambiado lo suficiente, John Sherman cambió el tono de su discurso, y de un discurso agradable pasó a otro amenazante, acusando a España de dañar los intereses de los Estados Unidos por no terminar rápido la guerra de Cuba, y por gestionar la guerra de una manera salvaje, feroz e inhumana.

     John Sherman, el nuevo Secretario de Estado de Estados Unidos, empezó a enviar notas de protesta acusando a España de daños a los intereses norteamericanos por su incapacidad de terminar con la Guerra de Cuba. España le contestó que la guerra ya habría terminado si no fuera por la intervención estadounidense en ella. Sherman acusó a España de hacer una guerra salvaje e inhumana. España contestó que ese tipo de guerra la estaban haciendo los terroristas cubanos, los mambises, pero no el ejército de España. Estados Unidos alegó que había campos de internamiento en Cuba. Cánovas contestó que los campos de internamiento eran un invento norteamericano, concretamente hecho por el General Grant en la guerra de Secesión de 1860-1865, cuando los dedicó a torturar a los sudistas. Cánovas hacía gala de su erudición para dar “lecciones” a los americanos, pero en este caso, esta ostentación no era nada diplomática. Atacaba a un mito norteamericano y no encontraba aliados contra Estados Unidos.

En realidad eran los Estados Unidos los que estaban vendiendo armas a los cubanos, pero interesaba despistar a la opinión pública. Estados Unidos podía aprovechar que España no tenía ningún aliado en el mundo, y la forma de aprovecharlo era que ni España ni los rebeldes venciesen en la guerra, pues en cualquier caso, se perderían los intereses de los Estados Unidos. Era conveniente levantar una gran polémica internacional en la que Estados Unidos acabara quedándose con la isla, al aparecer como el pacificador. La guerra entre españoles y cubanos la debía ganar Estados Unidos.

     Mientras tanto, Weyler expulsó a los independentistas cubanos del centro de la isla y algunos españoles llegaron a creer posible la victoria. Cánovas no lo creía así. A Weyler le quedaba por dominar Camagüey y Santiago de Cuba, el este de la isla. La próxima victoria militar española no dejaría margen a la duda.

     Cánovas intentó internacionalizar la guerra.

     Cánovas buscó aliados en Italia, patria del Rey expulsado de España, y en Austria, patria de la Reina Regente. Pero estas dos potencias tenían poco que ganar en una guerra en Cuba. Envió también a Vega de Armijo a Alemania, potencia que contestó con buenas palabras, pero dijo que no tenía medios navales para emprender una acción de tal envergadura. Cánovas se puso en contacto con la Dúplice, de Francia y Rusia, y entonces Estados Unidos amenazó con una acción inmediata si estos países manifestaban algo contra Estados Unidos. Rusia se retiró inmediatamente de las conversaciones, y Francia dijo que la empresa era de mucha envergadura para Francia, pues una acción así representaba también iniciar la guerra contra Gran Bretaña en África y en La India.

     Tanto Cánovas como MacKinley sabían que no eran posibles las alianzas exteriores. Que se trataba de un conflicto en el que estarían solos los dos, frente a frente. España debía reconocer que, si no había ganado hasta entonces la guerra, es que la había perdido.

Cánovas intentó que no hubiera guerra contra Estados Unidos, y lo logró mientras vivió. Cánovas era consciente de que el enemigo era Estados Unidos y de que España perdería una guerra lejos de sus bases, y contra una potencia económicamente superior y apoyada desde dentro de Cuba.

Cuando los españoles se pusieron eufóricos porque Weyler hablaba de victorias sobre los mambises, Cánovas permanecía con el rostro muy serio. Fabié, un amigo de Cánovas que relató su vida, afirmó que si Cánovas hubiera vivido, tal vez no hubiera habido guerra.

     En los meses de mayo-junio de 1897, Weyler telegrafió que no quedaban más allá de 200 rebeldes en Pinar del Río, y otros 300 en la zona de La Habana (occidente de la isla) y que se disponía a atacar Sierra Madre con todo lo que tenía, para acabar con el núcleo rebelde más duro. La guerra, según Weyler, estaba prácticamente ganada.

         La desorientación del Partido Liberal.

     El 19 de mayo de 1897, estando todavía Cánovas en la Presidencia, Sagasta reunió a los liberales y anunció que apoyaría la autonomía de Cuba, que el problema era irresoluble por medio de las armas, y que debía ser resuelto dialogando con los rebeldes. La proposición de Sagasta, hecha en público, era un error de grandes magnitudes: en primer lugar, contradecía a Weyler; en segundo lugar, estimulaba a los Estados Unidos a proseguir su campaña contra España; en tercer lugar, daba ánimos a los insurrectos al dar por perdida la guerra un hombre importante en España. Sagasta no obró seguramente por mala voluntad sino por ignorancia y torpeza. Lo que quería Sagasta era derribar al Gobierno de Cánovas para poner en práctica su plan de conceder autonomía a los cubanos, pero hacerlo de esa manera era torpe.

     Sagasta interpretaba mal el problema cubano, pues creía que los comerciantes estadounidenses del azúcar se conformarían con una Cuba autónoma. Eso significaría para los estadounidenses tener que discutir los negocios con los cubanos en vez de hacerlo con España. Pero los comerciantes estadounidenses querían un sometimiento total y completo de los productores cubanos de caña. No les interesaba la victoria de España, ni la de los independentistas cubanos, sino poseer la isla. Cuando Sagasta se inclinó por dar autonomía a Cuba, y Cánovas ya no existía, los comerciantes estadounidenses decidieron que era urgente la guerra para dominar ellos la isla.

     La autonomía para Cuba, si la hubieran dado en 1868, hubiera evitado quizás muchas tensiones, pero en 1897 el momento era otro: Estados Unidos estaba muy implicado; se habían producido muchas muertes de rebeldes cubanos; y había muchos intereses de los rebeldes cubanos comprometidos con los prestamistas americanos. Hacer en 1897, lo que se debería haber hecho en 1868, no tenía sentido.

       Posicionamiento duro de Cánovas en 1897.

Cánovas discrepaba de estas posiciones del Partido Liberal, y argumentaba que primero era necesaria la victoria y, luego, se les daría la autonomía para afianzar la paz.

     Y en medio de esta crisis, el Ministro de Estado, Carlos Manuel O`Donnell, se lió a golpes en las Cortes con un diputado del Partido Liberal, lo cual fue un espectáculo decepcionante para los españoles, que dejaron de confiar tanto en Cánovas cono en Sagasta.

Cánovas escribió a María Cristina que, si se pensaba dar autonomía a Cuba, estaba dispuesto a cesar antes de que ello sucediese. María Cristina ratificó su confianza en Cánovas.

     Y llegó a las Cortes una nueva disputa: los liberales le echaban en cara a Cánovas que hubiera hecho concesiones a los cubanos en otros momentos, y que en el presente negara la validez de la política de concesiones políticas que propugnaba el Partido Liberal. Cánovas les contestó que él había dicho lo que había dicho, y que no se añadieran interpretaciones. Y se cerraron las Cortes.

Cánovas, una vez cerradas las Cortes, se marchó al balneario de Santa Águeda (Mondragón – Guipúzcoa) a tomar las aguas, en la idea de convocar elecciones en octubre y afrontar el problema de Cuba con unas Cortes nuevas, más adecuadas a sus ideas.

Por aquellos días se descubrió a los asesinos del Corpus de Sangre en Barcelona y comprobó que eran anarquistas, y que eran autores de los otros atentados, fueron condenados a muerte cinco activistas. Los periódicos extranjeros organizaron una campaña de clemencia a favor de los “pobres españoles” “obreros hambrientos” culpados de asesinato, olvidando cuidadosamente y por completo en sus crónicas que habían matado a más de cien personas. Los periódicos extranjeros, a menudo ignorantes de la realidad española, suelen dar soluciones fáciles, porque muchas veces son pagados por españoles disconformes. La desinformación es más fácil en el extranjero donde no saben casi nada de lo que está pasando en el interior.

Los intereses por eliminar a Cánovas eran cada día mayores. Cánovas era consciente de que el enemigo en el Caribe era Estados Unidos, y de que España perdería una guerra lejos de sus bases, contra una potencia económicamente superior y apoyada desde dentro por muchos cubanos. Cuando los españoles se ponían eufóricos porque Weyler hablaba de victorias sobre los mambises, Cánovas permanecía con el rostro muy serio. Fabié, un amigo de Cánovas que relató su vida, afirmó que si Cánovas hubiera vivido, tal vez no hubiera habido guerra.

Cánovas fue asesinado el 8 de agosto de 1897.

El periódico republicano El País, publicó al día siguiente de la muerte de Cánovas que la diplomacia española se había venido abajo, pues la gestionaba Cánovas y, una vez muerto éste, no habría diplomacia.

Salvador Bermúdez de Castro O`Lawlor II Marqués de Lema dijo que, de vivir Cánovas, hubiera encontrado una solución diplomática de último momento para evitar la guerra.

Valeriano Weyler dijo que, si Cánovas hubiera vivido, no se hubiera perdido aquella guerra.

Todas estas declaraciones tienen poco valor pues se hicieron tras la muerte de Cánovas, y hablaban de suposiciones.

              Sagasta en el poder.

     El general Azcárraga se hizo Cargo del Gobierno de España en agosto de 1897. Pero en octubre, dejó paso a Práxedes Mateo Sagasta, el hombre que había dicho que se debía abandonar Cuba.

     El 1 de septiembre de 1897 Estados Unidos envió a España como embajador al general retirado Stewart Lyndon Woodford.

     El 4 de octubre de 1897 Sagasta formó Gobierno en España porque la Reina Regente estaba preocupada por el problema de Cuba y no quería Gobiernos de segunda fila. Se nombró ministro de Ultramar a Segismundo Moret, un hombre que debía solucionar el problema de Cuba.

Lo primero que hizo este Gobierno fue cesar a Weyler el 9 de octubre de 1897. Valeriano Weyler fue sustituido por Ramón Blanco Erenas marqués de Peña Prieta. El Partido Liberal Fusionista español se puso en contra de Weyler y hablaba de “su violencia”. Con sus decisiones, es evidente para nosotros que el Partido Liberal de Sagasta “se empeñó en perder la guerra” y en abandonar Cuba. Los fusionistas le negaron a Weyler las tropas y el dinero, e hicieron campañas de prensa contra él. El triunfo se le regalaba a MacKinley. Lo que no se sabía era el método para que España se deshiciera de Cuba. Sucedió de la forma peor posible, con una derrota ante los Estados Unidos. A finales de 1898, MacKinley aparecería como un gran vencedor. Este Presidente también fue asesinado el 14 de septiembre de 1901.

Inmediatamente, en 27 noviembre de 1897, se le concedió la autonomía a Cuba. El decreto de autonomía fue publicado en La Gaceta el 26 y 27 de noviembre de 1897, y debía entrar en vigor el 1 de enero de 1898. La autonomía se basaba en un Estatuto de corte similar a la Constitución española de 1878: un Poder Moderador en manos del Gobernador General (que además administraba Estado, Guerra, Marina y Ultramar en nombre de España); un poder legislativo que era compartido por el Parlamento Insular “con” el Gobernador, en pie de igualdad entre ambos, y dividido en un Consejo de Administración y una Cámara de Representantes; un poder ejecutivo en manos de unos Secretarios de Despacho que eran cinco: Industria y Comercio; Agricultura; Obras Públicas y Comunicaciones; Instrucción Pública; Hacienda, Gracia y Justicia.

     La autonomía se concedía a Cuba en un momento en el que esta medida ya no servía de nada, pues los acontecimientos habían enquistado el problema y los cubanos no aceptaban sino la independencia. La guerra final había empezado en 1895, y por tanto, las soluciones diplomáticas de finales de 1897 ya no estaban en hora, a no ser que se venciese en la guerra.

     Casi simultáneamente, Segismundo Moret, hombre clave del Partido Liberal, dio un mitin en Zaragoza hablando de “una autonomía federada” para Cuba, semejante a las de la Commonwealth, a cambio de que los rebeldes cubanos aceptasen la paz. Tampoco tenía ya sentido, y Cánovas había advertido, antes de morir, que primero era vencer, y luego idear soluciones.

     Inmediatamente al decreto de 27 de noviembre, los cubanos quisieron hacer uso de esa autonomía y que les dejasen publicar en la prensa los abusos cometidos por los gobernantes españoles para que éstos fueran condenados. Los militares españoles se opusieron y asaltaron los periódicos que publicaban esas noticias, y los cubanos decidieron que la autonomía era una mentira, que su único camino era la independencia. La prensa yanqui dijo entonces que la autonomía era una mentira de los españoles.

Entonces Sagasta permitió a los barcos americanos fondear en La Habana, como los barcos españoles podían hacerlo en New York. Trataba de suavizar relaciones con Estados Unidos.

La difícil situación cubana a fines de 1897.

     Los abusos y la corrupción de los españoles eran grandes. Los campesinos de las “reconcentraciones” eran alojados en “alojamientos provisionales” que resultaban insuficientes, y el resto de la gente era hospedada en almacenes e incluso en la calle. A estos refugiados había que darles de comer, y las raciones eran pequeñas, cuando las había. En las reconcentraciones murieron unas 200.000 personas, víctimas de las enfermedades. La corrupción no era menor en el ejército donde los oficiales vendían las raciones de comida, y aguaban el vino de la tropa para vender el resto, hacían descuentos en las pagas, resultando que había poca comida y hacían trabajar mucho a los soldados en medio del calor y la lluvia, lo que dio como resultado cerca de 58.000 muertos por fiebre amarilla, disentería, malaria y anemia, hambre y cansancio, mientras sólo 4.128 murieron en combate. El desastre era previsible y así lo vieron Maura, Silvela y muchos en el Partido Liberal, y también los Estados Unidos.


[1] Elena Hernández Sandoica- María Fernanda Mancebo, El empréstito de 1896 y la política financiera en la Guerra de Cuba.

[2] Valeriano Weiler Nicolau, marqués de Tenerife, duque de Rubí, 1838-1930, era un mallorquín, hijo de médico militar, que estudió en la academia de infantería de Toledo. En 1888 fue Capitán General en Filipinas, en 1896 Capitán General en Cuba. Hizo famosa la táctica antiguerrillera de las trochas y concentraciones. Las trochas dividían el territorio, de costa a costa, con líneas de fortificaciones y trincheras. Las concentraciones trataban de hacer agrupaciones de personas, protegidas por el ejército, a fin de que los guerrilleros no tuvieran apoyo alimenticio en el campo. El efecto de pérdida de cosechas por abandono del campo, lo tenía previsto Weyler repartiendo raciones de comida. Las agrupaciones tuvieron un efecto secundario imprevisto y negativo, la propagación fácil de enfermedades con resultado de muertes masivas. Estados Unidos aprovechó la circunstancia para publicar que se estaban produciendo matanzas de civiles en Cuba. En marzo de 1898 se decidió acabar con las concentraciones. Weyler sería ministro de Guerra en marzo de 1901, de Guerra en junio de 1905, de Guerra y de Marina simultáneamente en octubre de 1905.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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