Replanteamiento de la Guerra de España en septiembre.

Ideas clave: toma de Guipúzcoa por los rebeldes, la amenaza sobre Madrid en septiembre, el ataque catalán sobre Aragón, el ataque de Miaja sobre Córdoba, la superioridad militar rebelde en septiembre, la Batalla del Guadarrama en septiembre de 1936, la unificación franquista, la remodelación militar de Largo Caballero en octubre, la defensa de Madrid en septiembre, Franco toma Toledo,

     Toma de Guipúzcoa por los rebeldes.

El 5 de septiembre, Franco protestó porque Francia ayudaba a un bando en guerra, al del Gobierno republicano. No obstante, gran parte de Guipúzcoa cayó en manos rebeldes en septiembre de 1936: el 5 de septiembre cayó Irún, y tras ello cayeron Orio, Urnieta y Hernani. El 13 de septiembre cayó San Sebastián, y del 17 al 22 de septiembre cayó todo el territorio del Oria-Deva, y del 24 de septiembre al 7 de octubre, el resto de Guipúzcoa. Uno de los últimos puntos en caer dentro de este bloque, fue Ondárroa (Vizcaya) el 6 de octubre. La zona gubernamental quedaba aislada de la frontera francesa en el lado occidental.

Para tomar Irún, José Solchaga obtuvo la ayuda de un Tercio de Requetés, a las órdenes del comandante García Valiño, y también se llegaron hasta allí un Tercio de la Legión Extranjera, lo más selecto del ejército rebelde. Para la toma de San Sebastián, del 5 al 13 de septiembre de 1936, llegaron los rebeldes coronel Cayuela, y coronel Latorre, el uno por la carretera nacional y el otro por el trazado del ferrocarril.

El 12 de septiembre, los defensores de San Sebastián huyeron, tanto los del Frente Popular, como los peneuvistas. Y el 13 de septiembre, la ciudad de San Sebastián fue tomada por los rebeldes sin lucha.

Los del bando de Mola estaban ya deshaciendo Leyes frentepopulistas, dejando claro el sentido de la rebelión: El 8 de septiembre, los rebeldes suprimieron los jurados de tribunales de trabajo. El 13 de septiembre, fueron ilegalizados todos los partidos políticos.

El siguiente objetivo rebelde era la zona guipuzcoana entre San Sebastián y Vizcaya, lo cual se planificó mediante el avance en tres columnas: una por la costa y otras dos por el interior. La ofensiva empezó el 17 de septiembre de 1936. El general Solchaga era el jefe de la operación. Por la costa, iban Iruretagoyena, Latorre y Cayuela; por la carretera de Tolosa y Beasaín a Elgoíbar y Vergara, iba el teniente coronel Los Arcos; por la carretera de Álava, puerto de Arlabán hacia Mondragón, iba el teniente coronel Camilo Alonso Vega. En total, los rebeldes sumaban 20.000 hombres, pero el avance les resultaba muy difícil ante el sistema de fortificaciones dispersas por todas partes adoptado por los gubernamentales vascos. El 26 de septiembre, Alonso Vega entró en Mondragón tras tres días de lucha. El 27 de septiembre, Latorre entró en Motrico. Al mismo tiempo se estaba bombardeando Bilbao para ir preparando el terreno para el asalto inminente. El 25 de septiembre se bombardeó Bilbao para señalar el día en que Irujo estaba jurando como Ministro para Largo Caballero.

Largo Caballero entendió el mensaje de Mola, y el 1 de octubre de 1936, aprobó el Estatuto Vasco, para dejar atado el PNV a su Gobierno.

     La amenaza sobre Madrid a fines de septiembre.

El 20 de septiembre, los rebeldes tomaron Santa Olalla, avanzando desde Talavera hacia Madrid; el 21 de septiembre, Maqueda, punto intermedio entre Talavera y Madrid; y el 22 de septiembre, Torrijos. Maqueda es el punto de cruce de la carretera N-VI Madrid-Badajoz, con la carretera comarcal de Toledo a Ávila. La distancia al centro de Madrid es de 70 kilómetros. Para un camión militar, eran dos horas de marcha. Ello provocó una crisis dentro de cada bando combatiente.

     El ataque catalán sobre Aragón.

Aragón había quedado en manos de los sublevados, y Cataluña necesita a Lérida y Aragón para abastecerse de muchos alimentos y de mano de obra barata. Inmediatamente al triunfo de los gubernamentales sobre los rebeldes, los anarquistas catalanes organizaron columnas para la reconquista de Aragón. Estas columnas fueron la columna Durruti, la columna Ascaso, la columna Ortiz, la columna Hilario Zamora, la columna Aguiluchos, la columna Solidaridad Obrera, y otras. Pero nunca consiguieron tomar Zaragoza, y por ello, se puede decir que fracasaron.

El Comité de Milicias Antifascistas de Barcelona se puso nervioso, y acusó a las milicias de falta de operatividad. Y entonces, se creó en Cataluña un Comité de Guerra del Frente de Aragón, el cual primero dependió del Comité de Milicias Antifascistas, y más tarde directamente de la CNT, sin organismo intermedio ninguno.

El 18 de octubre de 1936, el Comité de Guerra del Frente de Aragón hizo un Manifiesto por el que reclamaba su independencia para hacer colectivizaciones y para crear entes revolucionarios en Aragón. Sorprendentemente, estos anarquistas catalanes que hablaban de la libertad de los individuos, no contaban para nada con la opinión de los aragoneses, a los que trataban como a territorio conquistado.

Simultáneamente, se reunieron en Bujaraloz los sindicalistas CNT con delegados de todas las columnas de milicianos anarquistas que estaban invadiendo Aragón y constituyeron un Consejo Regional de Defensa que pretendía ser independiente, sin tener en cuenta que las armas, municiones y comida, se lo proporcionaba la Generalitat de Cataluña, y la independencia era puramente nominal.

Entonces llegó el problema de integrar a la población aragonesa en las instituciones anarquistas catalanas creadas para Aragón. CNT cayó en la utopía de crear por todas partes Consejos Autónomos que se coordinarían mediante el Consejo Regional de Defensa, que sería el máximo órgano político y militar. Y en eso consistía su revolución. No se daban cuenta de que había que pagar las armas y la comida y eso resta independencia. Necesitaban tanto a Cataluña como a Valencia para que siguieran formando milicianos, uniformándoles y llevándoles a Aragón. La utopía se basaba en el entusiasmo de las masas difundido durante décadas.

El Consejo de Aragón se organizó en una reunión en Alcañiz, y constaba de siete Departamentos anarquistas, que residirían en Fraga (Huesca): Justicia y Orden Público era gestionado por Adolfo Ballano; Agricultura, por José Marila; Información y Propaganda, por Miguel Jiménez; Transportes y Comercio, por Francisco Ponzán; Instrucción Pública, por José Alberola; Economía y Abastos, por Adolfo Aranal; y Trabajo por Miguel Checa. El Presidente del Consejo de Aragón era Joaquín Ascaso, primo de Francisco Ascaso, el líder anarquista muerto en Barcelona el 20 de julio de 1936. Joaquín no era Presidente por ser primo de Francisco, sino por ser el líder del Sindicato de la Construcción en Zaragoza.

La reacción comunista, pesoísta y republicana contra el Consejo de Aragón dominado por los anarquistas, fue inmediata, pues estaban siendo excluidos del poder. CNT fue a hablar con Companys en Barcelona y Companys, que quería los pantanos aragoneses para sus empresas de electricidad, no estaba de acuerdo en reconocer la independencia de Aragón respecto a Cataluña. Tampoco Azaña ni Largo Caballero admitieron esa independencia, y si los anarquistas querían armas y colaboración, debían dar participación a todas las fuerzas políticas del Frente Popular. CNT pasó por el aro. Y en diciembre de 1936, se crearon seis Departamentos del Consejo de Aragón, que sin eliminar los siete que ya desempeñaban los anarquistas, elevaban el número de Departamentos a 13, con dos pesoístas, dos republicanos y dos comunistas. Los anarquistas perdían así el poder en Cataluña y en Aragón, una vez que no tenían la exclusiva de las armas ni de las instituciones.

En Aragón, las ofensivas catalanas y valencianas habían fracasado a finales de agosto, y las capitales de provincia rebeldes resistían al ataque gubernamental:

El coronel republicano Villalba fue enviado contra Huesca, donde resistía los rebeldes coroneles Solans, Caso y Urrutia, que resistieron. Pidieron refuerzos y llegaron muchos anarquistas catalanes, entre los que destacaban Juan García Oliver al mando de Los Aguiluchos de FAI y Jiménez Pajarero al mando de la columna Roja y Negra. García Oliver fracasó y se volvió a Barcelona sin las glorias por las que había llegado. Y se quedó en la zona Miguel García Vivancos como único jefe republicano. El 21 de octubre los catalanes volvieron a atacar Huesca, esta vez con artillería pesada, y también fracasaron.

Zaragoza fue atacada por los anarquistas catalanes desde el este: por el norte del Ebro iba Durruti, y por el sur del Ebro iba Ortiz. A primeros de agosto, ambos desistieron en el avance, y se quedaron parados en Tardiente-Osera, y en Quinto-Belchite.

Teruel era atacado por 10.430 valencianos a las órdenes del coronel Velasco, el teniente coronel Manuel Pérez Salas, el teniente coronel Eixea, y el comandante Serrano. Defendía Teruel Muñoz Castellanos, el cual estaba cercado.

El frente aragonés se convirtió en algo complejo que se dividió en siete sectores: Jaca, Ayerbe, Huesca, Zaragoza, Belchite, Calatayud y Teruel. De un problema, los republicanos catalanes habían hecho siete.

Los rebeldes tenían 28.275 hombres en la zona y 84 piezas de artillería. Los republicanos tenían unos 30.000 hombres y la artillería de la IV División, procedentes de columnas catalanas: La Pirinaica, la Carlos Marx, la Hilario Zamora, la Ferrer-Carod, y la del POUM, y también otros 10.430 hombres encuadrados en dos columnas valencianas.

El ataque de Miaja sobre Córdoba en septiembre de 1936.

El 20 de septiembre de 1936, la “columna Miaja” integrada con militares valencianos, guardias civiles de Jaén, y civiles milicianos, que sumaban unos 3.000 hombres, salió hacia Córdoba bajo las órdenes de comandante Pérez Salas. A 14 kilómetros de Córdoba sufrieron un ataque aéreo en campo abierto y fueron diezmados por unos pilotos italianos que ametrallaban sin defensa posible de los que iban por tierra. Entonces, 200 guardias civiles desertaron y Pérez Salas decidió no continuar hasta córdoba.

  Superioridad militar rebelde en septiembre de 1936.

Los 10 batallones africanos que Franco había logrado poner en la península en los primeros días de la sublevación, fueron decisivos. Eran la única tropa con experiencia de combate, y en los primeros días del golpe, se iba a jugar una guerra de nervios, para la cual los republicanos, milicianos, guardia civil y soldados peninsulares, no estaban preparados: Los rebeldes empezaban preparando el terreno con bombardeos de aviación, que hacían mucho ruido y desmoralizaban mucho, y se culminaba la fase con bombardeo de aviones a baja altura, apoyado con bombardeo intenso de artillería. El soldado no tenía defensa con sus fusiles de 1.500 metros de alcance, frente a cañones que disparaban desde 7.000 ó 10.000 metros de distancia, o frente a los aviones. Luego se aproximaban las líneas de tiro de ambas partes, pero sin hacerse demasiado daño. Y luego venía el ataque duro de los soldados africanos, españoles y marroquíes de legionarios y regulares, a quienes la vida no les importaba lo más mínimo. Los soldados africanos seguían adelante a pesar de las balas. Y una vez llegados a líneas republicanas, no dudaban en matar a mansalva y con rabia. Y por fin, llegaban las tropas ordinarias rebeldes, con el camino ya batido anteriormente.

Lo común era que los republicanos, pobres obreros apuntados en una milicia sindicalista o de partido, huyeran en alguna de estas fases, por mucho que los dirigentes les gritaran, desde atrás y sin comprometerse ellos, que resistieran y dieran la vida por la causa obrera. Estos arengadores, pasado el ataque, se encargaban de fusilar a los “cobardes”, para justificar su autoridad en el siguiente asalto enemigo, y se jactaban de poseer mucho valor, pero su labor no pasaba de  fusilar y amenazar constantemente.

El resultado de un avance rebelde era demoledor: los soldados rebeldes tenían “carta blanca” durante 24 horas, y podían robar, violar, matar, vejar y divertirse como quisieran. Las noticias del resultado de un avance rebelde causaban pavor en los pueblos cercanos y en los más alejados, cuando se conocían las noticias.

Cuatro batallones africanos fueron enviados a Sevilla y a Mérida más tarde. Luego llegaron dos batallones más que fueron utilizados para tomar Badajoz y enlazar con Mola al norte de Extremadura, en Cáceres.

Una Bandera del Tercio (legionarios) fue utilizada por Beorlegui en Irún y fue la que rompió las líneas de defensa republicanas y entró en Irún.

Y el mismo modelo de combate se utilizó en Córdoba, Granada y Algeciras, donde dos Tabores de Regulares y una Bandera del Tercio arrasaron las primeras líneas enemigas con total desprecio de la muerte. Las fuerzas regulares de Mola y de Queipo de Llano era muy inferiores en calidad militar a las fuerzas del Ejército del Protectorado. Y las fuerzas republicanas todavía eran peores, pues estaban divididas entre diversas obediencias al Gobierno, a la UGT, a la CNT, a los comunistas, al PNV, o al Gobierno de Barcelona.

Las fuerzas militares peninsulares de ambos bandos eran columnas de aficionados. Una mezcla de voluntarios, guardias civiles y soldados que nunca habían actuado en combate. Para el novato, las balas y las bombas asustan, y la caída de compañeros muertos desmoralizan. Pero es que, además, los milicianos combatientes solían carecer de instrucción militar, y los grupos militares se iban improvisando sobre la marcha. Las crónicas cuentan, que un avión y media docena de bombas de artillería, les ponían en fuga. Los soldados presumían de mucho “ardor patriótico”, pero eso valía poco en pleno combate, salvo para dejarse matar. La cohesión, la disciplina, la táctica militar, y los mandos competentes no se pueden improvisar. La igualdad entre ambos bandos era muy notoria, y en medio de esa igualdad, la actuación de los africanos profesionales de la guerra era abrumadora.

Los republicanos tenían muy mal remedio a estos males, porque los anarquistas por convicción, y los comunistas por política, decían que odiaban al ejército, y no aceptaban la disciplina que pretendían imponer los oficiales militares, sino que preferían sus milicias, con sus propios jefes. Creían en la utopía de que el entusiasmo pasaba por encima de las balas. Los comunistas hablaban de un nuevo ejército popular que arrollaría a las fuerzas rebeldes, lo cual eran palabras vacías, aunque luego fueron muy aceptadas después de la guerra, en la propaganda de los que no supieron estar en su momento donde debían.

En el terreno pesoísta, la torpeza de Largo Caballero se demostró también en el terreno militar, cuando diagnosticó que todo el problema radicaba en la unidad de mando, es decir, en que el PCE y la CNT se enfrentaban a UGT. Según Largo Caballero, todo se solucionaba obedeciéndole a él. Era mezclar una idea política, con la realidad de una táctica militar. Quizás tuviera algo de razón, pero no contemplaba el problema en su totalidad. Su obsesión por convertirse en el dictador que redimiera a España, era extrema.

Sorprendentemente para muchos, los soldados más inteligentes se produjeron en CNT, los cuales dijeron que eran precisos el orden y la disciplina, la subordinación y respeto a las jerarquías. Sorprende porque era todo lo contrario a lo que dice la doctrina anarquista. Pero los soldados anarquistas tenían más sentido común que sus dirigentes anarquistas.

Por estas causas, la República perdió en pocos días y como fruto de su incompetencia militar, Talavera, Irún, y Mallorca. Tras esos primeros días de septiembre, las fuerzas rebeldes ya no eran tan débiles como aparecían el día de la sublevación.

Los gubernamentales, militarmente incompetentes, habían cometido un error de base el 18 de julio de 1936, del que no pudieron salir en toda la guerra: habían entregado el poder a las milicias ciudadanas, aunque aparentaban que el Gobierno seguía en manos de las instituciones normales. Y una vez cometido este error, los más populistas, Largo Caballero y los dirigentes comunistas, resultaron líderes de la República e incluso Ministros y Presidente del Gobierno. Los republicanos quedaron progresivamente excluidos de la toma de decisiones.

La Batalla del Guadarrama en septiembre de 1936.

El general republicano Carlos Bernal García fue sustituido en septiembre por el teniente coronel Enrique Jurado, el cual estableció una línea defensiva entre Paredes de Buitrago y el Puerto de Navafría. Los puertos de la Sierra de Gredos y Navacerrada quedaron en manos del republicano gubernamental Julio Mangada Rosenörn, jefe de la “columna Mangada”, y el resto de puertos eran dominados por los rebeldes. Pero ni los rebeldes podían pasar al sur de la cordillera, ni los republicanos podían pasar al norte. La Cordillera Central se convirtió en el frente de batalla.

El cambio en la guerra, ostensible a partir de septiembre de 1936, es que los hombres de ambos bandos estaban mejor instruidos, se protegían mejor, actuaban con más disciplina y con mayor seguridad ante el enemigo. Aquello ya no eran los momentos del golpe, sino lo que iba a ser el resto de la guerra. Las fuerzas de voluntarios eran ya tan eficaces como los profesionales militares peninsulares. Pero todos eran poco eficaces ante profesionales como los africanos.

El efecto de esta profesionalización de los voluntarios fue muy diferente en los distintos bandos:

En el bando de la República, el ejército se diluyó el 18 de julio de 1936 entre las milicias, que tomaron el mayor protagonismo y tuvieron el mayor apoyo gubernamental. El Gobierno republicano cometió el error de disolver los cuerpos militares en los que había habido varios rebeldes y ello fue aprovechado por los socialistas y comunistas para imponer su idea de revolución. El 27 de julio de 1936, el Gobierno republicano dio la orden de reorganizar la I División Orgánica, pero sus mandos ya no eran obedecidos por los soldados, porque los soldados habían decidido integrarse en milicias diversas. Entonces, el Ministerio de Guerra creó una Jefatura de Milicias para intentar controlar a estas fuerzas, pero los comunistas estaban haciendo bien su trabajo y no se avinieron a ceder al Gobierno el poder que habían conseguido de hecho. La República había dado un paso atrás, seguramente definitivo en el trascurso de la guerra. Porque a partir de entonces, lo importante en toda la Sierra de Madrid, lo importante fue el Quinto Regimiento, un Regimiento comunista. Y ya no se lucharía por la democracia, sino por la revolución comunista. El Regimiento se había conformado antes de empezar la guerra con un Centro de Organización, Instrucción y Reclutamiento de soldados en las “Compañías de Acero”. Pero nunca se pensó que pudiera llegar a tomar tanto protagonismo como el que tuvieron a final del verano de 1936. Otras milicias serranas eran las socialistas del Capitán González Gil, que murió en combate, y las de Fernando de la Rosa, que también murió en combate.

En el bando rebelde, la desorganización pudo haber sido similar a sus contrincantes, pues las milicias requetés y milicias falangistas eran tan ineficaces como las del bando gubernamental. Eran buenos para las represalias tras el combate. Pero Franco sometió al requeté y a milicias de Falange a la autoridad del ejército, primero de hecho, y en abril de 1937, abiertamente por ley. Y la disciplina militar hizo del ejército franquista un cuerpo mucho más efectivo que el gubernamental.

     La unificación franquista.

El 21 de septiembre de 1936 tuvo lugar la primera reunión de la Junta de Defensa Nacional, máximo órgano de dirección rebelde. Los rebeldes se regían hasta entonces por la Junta de Burgos, pero los generales Mola, Queipo de Llano y Franco tenían permiso ilimitado de actuación según sus propios criterios en sus zonas respectivas. Debían mantener un contacto informativo permanente, pero la coordinación entre ellos fue nula. Queipo de Llano actuaba en Sevilla y Andalucía occidental, Franco en Cáceres, y Mola en el norte del Sistema Central.

El 21 de septiembre, una vez dominada la Andalucía occidental y Granada, Queipo de Llano decidió consolidar posiciones tomando la cuenca minera cordobesa, Peñarroya y Pozoblanco, las zonas que podían dar apoyo a las fuerzas republicanas. Queipo de Llano estaba haciendo su propia campaña de propaganda.

La Junta de Defensa Nacional pensó que había que adoptar un sistema de Gobierno único para los territorios conquistados, pues ya no se trataba de un golpe de Estado, sino de una guerra. Había mucho que hablar: Mola quería una dictadura militar republicana democrática. Los requetés querían una restauración monárquica. Juan de Borbón Batemberg se había presentado el 1 de agosto de 1936 en Burgos, reclamando sus derechos monárquicos sobre España, y fue despedido con cajas destempladas. Pero los carlistas no se atrevían a imponer su candidato monárquico. Los carlistas habían impuesto la bandera bicolor y el himno de la marcha real, y habían aceptado a Queipo de Llano como líder de los rebeldes y a la Junta de Defensa Nacional como órgano dirigente de la guerra. Y los falangistas no tenían fuerza para imponer nada. Pero todos sabían que necesitaban un jefe único, y los militares impusieron que fuera un militar.

Llegados a este punto, Franco era el hombre con mayor prestigio en ese momento. Desde el 19 de julio, todos los rebeldes le veían como la cabeza militar del golpe, después de la proclama que había lanzado ese día, e incluso era más conocido que Sanjurjo, proclamado cabeza de la rebelión, y que Mola, organizador táctico de la rebelión. Y también en el extranjero le veían así. Cabanellas era el general de mayor antigüedad entre los sublevados y era el Presidente de la Junta de Defensa Nacional, pero era liberal y republicano, y su perfil no encajaba en la mentalidad de la mayoría de los rebeldes. Ni los requetés, ni los falangistas ni la mayoría de los militares aceptaban a Cabanellas.

Emilio Mola tenía mucho prestigio en el norte de España, donde sabían que él era quien había preparado la rebelión. Pero Mola era republicano y tampoco gustaba a monárquicos de Alfonso de Borbón Battemberg, ni a falangistas. Y además. Mola no tenía un historial de victorias militares como Franco. Mola conocía el carácter de Queipo de Llano y de Francisco Franco, ambos con tendencias dictatoriales. Y sabía que Queipo de Llano era torpe, una persona incapaz de gestionar un Gobierno, y menos una guerra. Franco sin embargo, era admitido por Falange, CEDA, tradicionalistas y monárquicos.

La Junta de Defensa Nacional se reunió dos veces para discutir el asunto de la jefatura de la rebelión.

La primera reunión tuvo lugar en Salamanca el 21 de septiembre de 1936. En concreto, la reunión se celebró en el campo de aviación de Matilla de los Caños, en la finca de Antonio Pérez Tabernero. Estuvieron presentes los generales rebeldes Mola, Saliquet, Ponte, Dávila, Cabanellas y Franco). Yagüe se había ido a Cáceres el día 20 de septiembre, y no estuvo presente. No era miembro de la Junta, y no consideraba que su presencia fuera necesaria. Kindelán propuso nombrar un jefe militar único, al margen de los partidos políticos. Proponía un Generalísimo, que tuviera poder sobre todas las cosas. Se opuso a ello Cabanellas, y como no había acuerdo, se decidió posponer el tema para otro momento más oportuno.     Franco prefirió en esos momentos, liberar a Moscardó en Toledo, aunque con ello abandonase Madrid, una tarea que podría llevar meses. El golpe de propaganda le podía hacer generalísimo.

Yagüe estuvo con Franco y con Millán Astray en el balcón del Palacio de los Golfines (Cáceres), la noche del 27 de septiembre, cuando se comunicó la liberación del Alcázar de Toledo. Y Yagúe habló en ese momento y dijo que la nación tendría en pocas horas un Primer Magistrado, y el ejército tendría un caudillo indiscutible. Y creía que sería Franco. Y el día 28, Yagüe se trasladó en avión a Ceuta. El 29, felicitó al Almirante Moreno por haberse enfrentado a los republicanos. Regresó a la Península el 12 de octubre. 

El 28 de septiembre tuvo lugar la segunda reunión de la Junta de Defensa Nacional. El lugar de reunión era el mismo que siete días antes. A la reunión habían acudido todos los miembros de la Junta de Defensa Nacional, y nadie más que ellos. Cabanellas, Dávila, Mola, Gil Yuste, Saliquet, Kindelán, Orgaz, Valdés Cabanilles, Queipo de Llano, Franco, y los coroneles Montaner y Moreno Calderón.

Kindelán proponía nombrar un jefe único del Ejército y del Estado para mientras durase la guerra. No se tomó ningún acuerdo definitivo, y Cabanellas consultó después por teléfono a Queipo de Llano y a Mola su opinión sobre el texto que estaban a punto de publicar. Y el 29 de septiembre de 1936, se publicó un Decreto, firmado por Cabanellas en Burgos, en el que Franco era reconocido comoJefe del Gobierno del Estado Español” y “General en Jefe del Ejército”. Pero se olvidaron de ponerle límite de tiempo. El título de Generalísimo llegó después. El tema había sido preparado por Kindelán y Nicolás Franco, hermano de Francisco Franco. Discutieron qué poderes se le atribuirían al nuevo líder de los rebeldes. La mayoría de los reunidos quería que el jefe tuviera poder omnímodo, Generalísimo por encima de los generales, pero no todos estaban de acuerdo en ello. Nicolás Franco pensaba que el Jefe debía tener la Jefatura del Ejército y una jefatura temporal del Estado, mientras durase la guerra.

El Decreto de 29 de septiembre de 1936 decía que se nombraba al general de división Francisco Franco Bahamonde, “Jefe de Gobierno con todos los poderes del Estado, Generalísimo de las Fuerzas nacionales de tierra, mar y aire, General en Jefe de todas las fuerzas de operaciones”. Extraño título que sin duda salió de la mente de Franco mismo.

Durante el lapso de tiempo entre este Decreto y la proclamación oficial del nuevo Líder, “la Junta de Defensa Nacional seguiría ejerciendo los poderes que hasta ahora ejerce”. El Decreto fue publicado en el Boletín de la Junta de Defensa Nacional el 30 de septiembre de 1936.

El 29 de septiembre se producía la unificación política de los nacionales en la persona de Francisco Franco, cuando los republicanos todavía no habían empezado a organizarse. El 1 de octubre se hizo oficial en Burgos el nombramiento de Franco como Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire.

El 30 de septiembre, Queipo de Llano renovó su ataque  en Córdoba, enviando a Sáenz de Buruaga y Álvarez Rementería a la zona minera andaluza. Ya no tenía sentido su campaña de propaganda, porque todo estaba decididido.

Este nombramiento de Franco era apoyado oficialmente por la Iglesia el 30 de septiembre, cuando obispo Pla y declaraba la sublevación de Franco como una «cruzada contra los hijos de Caín».

La remodelación militar de Largo Caballero en octubre de 1936

El Gobierno de Largo Caballero de septiembre de 1936, carecía de poder. El país funcionaba como un aglomerado de Gobiernos en Cataluña, Euskadi, Aragón, Asturias, Santander, Valencia, Murcia, Málaga… los cuales tomaban decisiones cada uno por su cuenta.

Y el PCE se había dado cuenta de la debilidad del Gobierno y trataba de eliminar a Largo Caballero. La táctica del PCE era crear enemigos dentro del PSOE.

Largo Caballero decidió el 27 de septiembre de 1936 crear un ejército nuevo con base en las milicias socialistas. Tal vez con esta decisión estuviera perdiendo la guerra. Ponía el ejército al servicio del socialismo, o más bien del PSOE-UGT y PCE, y no el socialismo al servicio del ejército en tiempos de guerra. Y se iba a enfrentar a un ejército de profesionales, como era el de los rebeldes.

El 28 de septiembre, Largo Caballero decretó el pase a la escala activa militar de todos los jefes, oficiales y clases que componían por entonces las milicias. Era la intención de recomponer el ejército, un ejército distinto al popular, al “ejército del pueblo” como lo llamaba La Gaceta: El 29 de septiembre, se concedió a todos los milicianos los derechos y deberes de los militares, y se declaró que todos ellos se considerarían en adelante soldados. El que no aceptara la incorporación al ejército, debía darse de baja, y renunciar a la paga. Este aspecto de renunciar a la paga, muy substanciosa en el bando republicano, era muy sensible.

Como no se veía futuro a la orden de integrarse en el ejército, a primeros de octubre de 1936 se crearon las brigadas mixtas. Todos los batallones de milicias quedaban obligados a incorporarse a esas brigadas mixtas. Las columnas de milicianos se redenominaron como “batallones de infantería”, y fueron provistas de cañones y ametralladoras. Se reconoció a cada batallón la autonomía como unidad militar.

Lo más llamativo fue que el PCE aceptara reconvertir su Quinto Regimiento en una Brigada Mixta. El PCE teorizó que la creación de ese ejército, permitiría a los comunistas introducirse en muchas brigadas mixtas, lo que constituía un paso en la revolución.

Largo Caballero nombró Jefe de la Fuerzas en el Tajo al coronel José Asensio Torrado. Su misión era defender Madrid de los rebeldes, que atacaban desde Cáceres y desde Castilla la Vieja.

Largo Caballero creó unos cargos políticos por los que los jefes de las organizaciones políticas debían exigir de sus hombres sometimiento absoluto al mando único.

El nuevo ejército de Largo Caballero tendría un Cuartel General; 4 batallones de infantería; 1 escuadrón de caballería; un Grupo de artillería; 1 Compañía Mixta de ingenieros; 1 Grupo de Sanidad; 1 Sección de intendencia; 1 Columna de municionamiento dotada de 3.876 hombres con 7 jefes, 155 oficiales, y 249 suboficiales.

 La Primera Brigada Mixta de este nuevo ejército, para lo cual reunió el batallón Margarita Nelken del Quinto Regimiento, el batallón Prieto del Quinto Regimiento, el batallón Milicias Vascas del Quinto Regimiento, el batallón Teruel nº 11 de Voluntarios y unidades militares especializadas. A su frente estaría Enrique Líster. Es decir, un ejército plenamente comunista.

La Segunda Brigada Mixta, con dos batallones del ejército sacados de Madrid y un batallón de milicianos extremeños, y un batallón de ferroviarios de UGT tendría su base de operaciones en Ciudad Real y estaría a las órdenes de Jesús Martínez de Aragón y Carrión, un abogado de Vitoria, líder del Partido Comunista.

La Tercera Brigada Mixta la organizó en Alcázar de San Juan el comunista José María Galán, a través de un Decreto de 25 de octubre que le permitió reclutar  20.000 hombres, y otro Decreto de 29 de septiembre que le permitía reclutar 8.000 hombres más.

La Cuarta Brigada no era mixta, sino exclusivamente militar y estaba a las órdenes del capitán de infantería Eutiquiano Arellano Fontán, también comunista.

La Quinta Brigada estaba integrada por Carabineros a las órdenes de Fernando Sabio de Villena.

La Sexta Brigada tenía su sede en Murcia, y estaba a las órdenes de Miguel Gallo.

Las Brigadas Internacionales estaban integradas por voluntarios extranjeros a las órdenes del comunista francés André Martí, comisario político el comunista italiano Luigi Gallo y jefe de Estado Mayor el francés “Vidal”. En el Comité de Organización figuraban el italiano Nicoletti, el alemán Hans, el eslavo Kalmanovitch y el italiano Gallo. Tenían su base en Albacete y desde allí se desplegaron hacia Mahora, Tarazona de la Mancha, Madrigueras, Villanueva de la Jara, Quintanar de la Orden, Casas Ibáñez, y Almansa. La mayoría eran comunistas, con algunos trotskistas y algunos anarquistas. El porcentaje mayor eran franceses, seguidos de alemanes, e italianos, y luego llegaron eslavos, británicos y algún estadounidense. Estaban organizados en dos Brigadas, la nº 11 a las órdenes de Emilio Kleber, y la nº 12 a las órdenes de Mateo Zalka alias Pavel Luckacs. Tardíamente, aparecieron las Brigadas Internacionales nº 13, nº 14 y nº 15, que pueden ser admitidas como Internacionales, y liego la nº16, nº 17, nº18, nº 19, nº 20 y nº 21, que fueron exclusivamente de españoles. Estas nuevas brigadas de españoles tuvieron como jefe a Martínez Monge.

Largo Caballero había pensado reclutar unos 100.000 hombres y calculaba que estarían listos antes de fin de año. Pero no tenía cuadros para organizarlos y mandarlos. Admitió a viejos cuadros del ejército y los que aportaban las milicias, pero no era suficiente. El 7 de octubre ordenó abrir centros de formación de oficiales, y ya era la tercera vez que la República abría estos centros sin éxito en el empeño.

Para conseguir este ejército, reclutó los reemplazos desde 1932 a 1935, pero apenas logró obtener reclutas en provincias. Entonces, ordenó la militarización de las milicias y la disolución de los “Comités Militares”, de modo que todos los oficiales de milicias se integraban en el ejército. Para ello, creó una Junta de Clasificación.

Y entonces se le ocurrieron tonterías que en nada mejoraban la calidad del ejército: el 3 de octubre cambió las insignias militares, y desaparecieron las estrellas doradas para dar paso a la estrella roja de cinco puntas; también cambió los galones; el 4 de octubre ordenó el saludo puño en alto, como los comunistas; instituyó el Comisariado cuyos componentes tenían la misión de levantar el ánimo de las tropas y propagar el odio al enemigo; creó el Gabinete de Información y Control para vigilar a sus propios soldados y funcionarios.

El Comisario General del ejército de Largo Caballero, fue Julio Álvarez del Vayo, un socialista filocomunista. Subcomisarios eran: Crescenciano Bilbao, del PSOE; Ángel Gil Roldán, de CNT; Ángel Pestaña, del Partido Sindicalista; Antonio Mijé, del PCE. Secretario del Comisariado General era Felipe Pretel, de UGT. Largo Caballero se cuidó de no poner ningún alto Comisario republicano, y ello fue un error manifiesto, pues los comisarios se convirtieron en agentes de la revolución. Largo Caballero creía en su egolatría, que él sería el líder de esa revolución, “el Lenin español”, pero tiempo después comprobó que se había equivocado.

En el Comisariado no había republicanos porque Largo Caballero quería la revolución del proletariado, y no la revolución burguesa, y confiaba ciegamente en domesticar a los comunistas y someterles a sus órdenes. Su revolución sería económica, jurídica y social y decía que se haría después de ganar la guerra. España estaba a punto para una revolución socialista, que pudiera ser comunista dada la infiltración comunista en todos los órganos caballeristas.

El 16 de octubre de 1936, Largo Caballero asumió el mando de las fuerzas armadas. Era un nuevo intento de recomponer la unidad del ejército. Copiaba el gesto de los rebeldes de declarar jefe único a Franco. Era Jefe del Gobierno, Ministro de Guerra, y jefe de los ejércitos, igual que Franco en el otro bando. Par ello, creaba la figura de unos Comisarios Políticos, sin poder militar ni rango en el ejército, pero con la misión de controlar que las operaciones militares se llevasen a cabo según lo planificado. El Comisario de Guerra era una especie de agente del Estado Mayor de un ejército convencional. Recibieron la misión de ir transformando las unidades militares en un ejército regular desde el punto de vista social, político, jurídico y económico. Era algo más que un militar de Estado Mayor.

Una vez más, la realidad se impuso a los deseos de Largo Caballero, y las milicias no se le sometieron.

Los líderes políticos se dieron inmediatamente cuenta del enorme poder que significaban los comisarios de guerra, y trataron de conseguir el máximo de comisarios para cada entidad política, anarquistas, comunistas y nacionalistas, pues eran el camino directo a una revolución.

El 16 de octubre, Largo Caballero decretó que todas las fuerzas militares, tanto profesionales como de milicias, se pusieran a las órdenes del Ministerio de Guerra y del General en Jefe del Teatro de Operaciones del Centro de España, TOCE. Se estaba dando cuenta de que el ejército estaba en manos de otros, y quería dominarlo él.

El 20 de octubre, se ordenó que todos los batallones de milicianos se organizaran según un modelo común, más amplio que el de las brigadas mixtas de PCE y anarquistas, y que desaparecieran las adscripciones de los batallones a partidos y sindicatos. Con ello estaba denunciando la realidad, que muchas fuerzas del ejército republicano no eran dominadas por el Gobierno sino circunstancialmente. Pero con esta medida, desapareció “oficialmente” la Inspección General de Milicias y las Comandancias Generales y Regimientos de los partidos. En la realidad no desapareció nada, y siguieron existiendo los Comisarios Políticos de cada unidad militar, aunque Largo Caballero creía que podría controlarlos él. Se creó una Comandancia Militar de Milicias que debía liquidar todo el entramado de milicias y poner esos soldados a disposición del ejército. Era una pretensión difícil de llevar a la práctica. Y se reguló que los batallones podían tener una máximo de 30.000 hombres, que era la cifra de milicianos que se calculaba que había.

Como era lógico, nadie obedeció estas órdenes de Largo Caballero. Los anarquistas de Barcelona y los comunistas de Madrid, habían levantado milicias, pero no para ponerlas al servicio de Largo Caballero. Las Comandancias Generales de sindicatos y partidos, los regimientos y batallones de milicias, continuaron como si nada hubiese pasado. Y cada uno hacía su recluta y adoctrinamiento por su cuenta. La Comandancia Militar de Milicias protesto, pero nadie le hizo caso, y no había forma de hacerse obedecer.

Este fracaso, tuvo consecuencias inesperadas: la Comandancia Militar de Milicias necesitaba cuadros militares para recibir a tantas decenas de miles de milicianos, sin admitir los mandos que ya tenían, que eran miembros de partidos y sindicatos. El Ministerio de Guerra comenzó a proporcionar ascensos a mansalva, hasta el grado de coronel. Para ascender, sólo se necesitaba un informe del Gabinete de Información Central. Y la lucha por tener un buen informe fue el tema que ocupó a los militares en 1936 y 1937.

Se cesó al general Miaja, Jefe de la III División (Valencia), y se nombró en su lugar a García-Gómez Caminero, al que se le entregó el mando de las operaciones en Albacete, Teruel y Andalucía. Y el mando de la TOCE, Teatro de Operaciones del Centro de España, fue entregado al general Pozas, que sustituyó al general Asensio. La Subsecretaría de Guerra fue entregada a Asensio. Se nombró a Miaja Comandante Militar de Madrid. Y las Jefaturas de Estado Mayor fueron puestas en manos de civiles, desconfiando de los militares.

Ante las pretensiones de Largo Caballero era preciso que los partidos y sindicatos tomasen una postura: La CNT catalana decidió que no se podía seguir con la espontaneidad anarquista y dejar que cada afiliado se sumase o no a las peticiones de Largo Caballero. Había que dar alguna organización al sistema anarquista y dar algunas normas, aunque las imprescindibles. Y García Oliver organizó una Escuela Militar Revolucionaria en Barcelona, para dar ideología a los suyos. Pero los tiempos eran muy complicados y, García Oliver aceptó el 27 de septiembre un puesto político en la Generalitat de Catalunya. Era sorprendente, porque poco antes defendía que no había que aceptar cargos políticos, e incluso apoyaría a los que decidiesen asesinar a los que aceptaban cargos políticos.

En el Frente del Norte, las fuerzas aéreas fueron organizadas de la siguiente manera: Jefe de las Fuerzas Aéreas, comandante Hernández Franch; jefe en Asturias, teniente Luis cerro; jefe en Santander, teniente Eloy Fernández Navamuel; jefe en Vizcaya, teniente Luis Cerro.

En cuanto a la Marina de Guerra, hubo que improvisar. El único barco de guerra era el torpedero C-3, con base en Pasajes. Y en la segunda quincena de agosto llegaron los submarinos C-2 y C-6 a las órdenes del capitán de corbeta Verdía. A mediados de septiembre, llegó también el B-6, pero fue hundido el 19 de septiembre frente a las costas gallegas. Y posteriormente se incorporaron al Cantábrico el destructor José Luis Díez, el submarino C-5. Se nombró jefe de las fuerzas navales del norte al capitán de corbeta Lara, que era comandante del C-5, el cual fue sucedido en el cargo por el capitán de navío Federico Monreal. Ante tal escasez de fuerzas navales, se decidió instalar cañones en barcos pesqueros y mercantes, 8 bous de entre 120 y 200 toneladas, y un petrolero el Elcano. Este sistema es malo pues los disparos del cañón dañan la estructura de los barcos no preparados para este estrés de vivraciones.

     La defensa de Madrid en septiembre de 1936.

Una vez Talavera en manos de los rebeldes desde el 3 de septiembre, el planteamiento realista para los gubernamentales era que había que defender Madrid como prioridad absoluta. Se consultó a Estado Mayor, y los militares dijeron que había que fortificar los alrededores de Madrid, y además, organizar unas acciones ofensivas para no ceder la iniciativa al enemigo. El plan de defensa lo presentó José Asensio Torrado.

Las líneas defensivas se establecerían, la primera en Escalona, Maqueda y Torrijos, en la provincia de Toledo al norte del Tajo, y la segunda en Navalcarnero y Aranjuez, ya en la provincia de Madrid.

La acción ofensiva se haría sobre Talavera de la Reina (Talavera de Tajo para los republicanos), el punto por donde estaban llegando la mayoría de las tropas rebeldes desde Andalucía.

La primera ofensiva gubernamental sobre Talavera se hizo el 5 y el 6 de septiembre de 1936 y fue un fracaso. Yagüe no solo resistió el ataque de Asensio, sino que contraatacó y derrotó a Asensio. Asensio repitió el taque sobre Talavera, y de nuevo fue derrotado.

Tras la derrota de José Asensio Torrado, el ala izquierda de Yagüe, mandada por Heliodoro de Tella y por Delgado Serrano, ganó el valle del Tiétar, y tomaron Arenas de San Pedro, con lo cual dominaban toda la ladera sur de la Sierra de Gredos. Allí contactaron con las tropas del rebelde coronel José Monasterio Ituarte, que estaba en Gredos con tropas de Valladolid y de Ávila. La posición rebelde era más fuerte que nunca. Y Asensio comprendió que Madrid peligraba y envió contra los rebeldes al coronel Del Rosal y al comandante López Tienda, a los cuales sacó de la zona de Levante.

Pero también el general Franco se había dado cuenta en Cáceres de la importancia de Arenas de San Pedro, y ordenó a Yagüe tomar Maqueda y la Sierra de San Vicente, para consolidar las posiciones rebeldes al norte de Talavera la Real. Ello les permitiría avanzar por la carretera de Talavera hacia Madrid. José Asensio Torrado se trasladó a Toledo para establecer allí la línea de defensa. No importaba que el Alcázar estuviera ocupado por el rebelde coronel Moscardó y por el teniente coronel de la Guardia Civil Pedro Romero Bassart, los cuales mandaban sobre un millar de rebeldes, y acogían a unos trescientos civiles dentro del Alcázar.

Riquelme se dirigió al Guadarrama, para contener la ofensiva rebelde sobre Madrid por el norte.

Asensio Torrado encargó la toma del Alcázar de Toledo al coronel de infantería Álvarez Coque, profesor de la Academia de Infantería. Y este hombre decidió bombardear todos los días el Alcázar con artillería y aviación. No se amedrentaron los sitiados, y entonces utilizó gases tóxicos el 9 de agosto. Por fin, el coronel Álvarez Coque sufrió un accidente y fue reemplazado por el capitán Antonio Rubert de la Iglesia, tras haber demostrado su impericia.

El 14 de septiembre, Rubert fue sustituido por el teniente coronel Luis Barceló Jover, el cual se mantuvo en la dirección del ataque una semana hasta el 21 de septiembre. El 15 de agosto, Rubert decidió minar el edificio y hacerlo saltar por los aires. El 21 de agosto seguía en la operación de minado, cuando fue destituido. Había convertido aquello era una operación militar de gran envergadura contra un único edificio, y contra tan solo mil hombres.

José Asensio Torrado tomó el mando de las operaciones contra el Alcázar, y el 18 de septiembre hizo explotar una gran mina, y el 19 lanzó un ataque. Pero se marchó a Madrid porque el rebelde Yagüe ya avanzaba por la carretera de Talavera a Madrid y había tomado Maqueda.

El 23 de agosto se bombardeó desde el aire con bombas de destrucción. Y los milicianos asaltaron la cárcel de la ciudad y asesinaron a los rebeldes que allí estaban presos, entre ellos el hijo de Moscardó, para desmoralizar a los que resistían en el Alcázar.

         Franco toma Toledo.

En ese momento de la guerra, sucedió algo insólito: Francisco Franco ordenó ir sobre Toledo, 30 kilómetros al sureste, y abandonar la marcha sobre Madrid, que estaba a tan solo 60 kilómetros al nordeste. Lo irregular era que se abandonase el objetivo principal que estaba a la vista y parecía asequible, Madrid, y se dedicase parte de las fuerzas a la toma de un objetivo sin importancia, pero que había tomado fuerza en los periódicos, Toledo.

Yagüe se enfureció por esta decisión de Franco. Fue destituido al instante. Al frente de las fuerzas que iban sobre Madrid y Toledo, Franco puso al general José Enrique Varela Iglesias, el cual debía llegar desde Andalucía. En tanto, el mando lo tomó interinamente el rebelde Carlos Asensio Cabanillas. Varela llegó a Toledo el 27 de septiembre de 1936. Las tropas de Franco tomaron Toledo, una operación sin trascendencia bélica pero de gran efecto propagandístico.

El republicano José Asensio Torrado, atacó Maqueda los días 22 y 23 y 24 de septiembre, para aprovechar el error de Franco de ir sobre Toledo, y copar a los soldados que se habían desviado a esa ciudad. Pero Asensio Torrado fracasó por su falta de rapidez: había dado tiempo a que el general Varela llegase desde Sevilla con dos Tabores de Regulares de Melilla, los cuales imponían pánico en las tropas republicanas. Y Toledo se convirtió en un nuevo frente de guerra inesperado a finales de septiembre. El 5º Regimiento comunista de Líster, acudió a Toledo a esa batalla y se empeñaron en eliminar la resistencia de El Alcázar, pero tampoco lo lograron. El 27 de septiembre, Varela estaba en La Vera (Cáceres), al oeste de Maqueda. Y se dirigió a Toledo como había ordenado Franco.

En Toledo estaban los gubernamentales republicanos Carlos Bernal García, el coronel de la Guardia Civil Manuel Uribarri Barutet, y el teniente coronel José Fernández Navarro. Varela atacó el cementerio de Toledo, al norte de la ciudad, y a las 17:00 Bernal se retiró hacia la fábrica de armas de la ciudad. Luego atacó el Primer Tabor de Regulares de Tetuán, y se presentó en Zocodover en pocos momentos, llegaron más regulares, y la ciudad de Toledo fue de los rebeldes el 28 de septiembre.

En Madrid surgió el pánico entre los milicianos republicanos, y los asesinatos de personas consideradas simpatizantes de los rebeldes, eran cada vez más frecuentes. En septiembre de 1936, las embajadas de Francia, Chile y Argentina aceptaron refugiados, y se llenaron de personas que huían de “los rojos”. Otras embajadas también aceptaron algún refugiado. No aceptaban refugiados rebeldes las embajadas de URSS, Gran Bretaña y Estados Unidos. El número de refugiados en embajadas se calcula en unos 8.000, de los cuales, unos 5.000 fueron llevados hasta el extranjero. Gran Bretaña sí colaboraba en la acogida de refugiados que emigraban, aunque no colaborase desde la embajada.

El Comité Internacional de la Cruz Roja salvó muchas vidas. Fue el organismo que dio noticias sobre las matanzas en los cuarteles de Barcelona y Madrid, en las cárceles de estas ciudades, en los pueblos andaluces… los asesinatos eran protagonizados tanto por milicianos republicanos como por falangistas rebeldes. El 2 de agosto llegó a Barcelona el doctor Junot en calidad de Delegado General del Comité Internacional, y más tarde visitó Madrid y puso en marcha la Cruz Roja Española en la zona republicana. El 5 de septiembre regresó a Ginebra. Luego viajó a Burgos, para hablar con los rebeldes y también creó la Cruz Roja en la zona rebelde. Junot les hablaba a los Gobiernos republicano y rebelde de la necesidad de intercambiar prisioneros, y ambos accedieron a ello. Giral firmó el 3 de septiembre de 1936 el acuerdo de acoger una doble Delegación de la Cruz Roja, en Madrid y en Barcelona y los rebeldes la aceptaron en Sevilla y Burgos. A partir de este acuerdo, el emblema de la Cruz roja debía ser respetado por ambos bandos. La Cruz Roja se informaba de los prisioneros que había en cada bando y hacía propuestas de intercambios. Por los rebeldes firmó el general Cabanellas en Burgos, pero pidió a cambio material sanitario. En el acuerdo, dijo que respetaría la Convención de Ginebra sobre heridos de guerra, enfermos y prisioneros, y aceptaría que las mujeres y los niños abandonasen las zonas de guerra, e incluso que se marchasen al extranjero.

Hubo intercambios de presos, pero los intercambios se negaron siempre de cara a la prensa. Ambos bandos estaban orgullosos de “no poseer rehenes y no tener presos”, y la prensa no podía publicar que se intercambiaban los presos que no existían oficialmente.

A mediados de septiembre de 1936, los republicanos de Madrid trabajaron a toda prisa excavando trincheras y tomando posiciones en Moncloa y Ciudad Universitaria de la Complutense. Tuvieron mes y medio para preparar su ataque, y la resistencia fue muy grande cuando llegó el verdadero ataque “nacional”.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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