Benito Mussolini[1]: infancia y juventud.

Conceptos clave: Benito Mussolini, el Partido Socialista Italiano en 1912-1922, Mussolini revolucionario, la conquista del poder por Mussolini.

     ¿Qué sentido tiene citar aquí estas anécdotas personales de un personaje mediocre? Pues precisamente llamar la atención sobre que un personaje mediocre y sin demasiada formación intelectual, puede tener una entonación del habla agradable a las masas, y puede aprender a hablar en público, aunque no tenga razón ni sepa mucho de lo que habla, y se puede convertir en un líder de masas. Estos personajes ignorantes se amalgaman con las masas, ignorantes por definición, pues cuanto más masa menos capacidad de pensar, y pueden dirigir países, incluso muy cultos como la Alemania de principios del siglo XX.

Benito Mussolini, 1883-1945, era esencialmente un maestro de primaria que nunca obtuvo plaza fija en la enseñanza pública, y se colocó en la privada. Su padre, Alejandro, era herrero y trillique, había heredado alguna fortuna y se la había gastado en las tabernas y en las mujeres. En la familia no había problemas económicos, porque la madre de Benito, Rosa Maltoni, era la maestra de Davia-Predapio, un pueblo de la Emilia Romaña, y tenía un sueldo fijo. Alejandro Mussolini era socialista, y educó a sus hijos en las ideas que él creía socialistas. El hermano mayor de Benito se llamaba Arnaldo, y era muy amigo de Benito. Hedwige era la hermana menor de los Mussolini.

Benito se formó en los salesianos de Faenza, de donde fue expulsado por pegarle a un compañero. Benito, aunque de 169 centímetros de estatura, era más fuerte que el común de los chicos de su edad, y se aprovechaba de ello. Se fue al colegio Giosué Carducci, en donde pegó a otro compañero. Demostró ser bruto e intolerante desde pequeño.

     En 1900, y seguramente por influencia de su padre, se afilió al Partido Socialista Italiano, cuando tenía 16 ó 17 años, y terminó por libre sus estudios medios. Estudió en la Escuela Normal de Forlimpopoli, y obtuvo el título de maestro a los 18 años de edad. El 13 de febrero de 1902, su padre le encontró un trabajo en una suplencia de maestro en la escuela elemental de Pieve Saliceto. Pero no le gustaba soportar a los niños, pues tenía más agresividad que paciencia.

Al terminar este trabajo, Mussolini debía ir al servicio militar, y en 1902 decidió huir a Lausana (Suiza), donde creía que las actividades socialistas revolucionarias serían fáciles, pero fue detenido y expulsado del país dos veces. Trabajaba en un periódico socialista llamado Il Proletario. Dentro del socialismo, Mussolini se fue haciendo cada vez más violento, lo que en la época se denominaba más de izquierdas. Vivió en Berna, Ticino, Lausana y Ginebra, y eso fue la mejor oportunidad de su vida, pues aprendió francés y unas nociones de alemán, aprovechando que en Suiza se hablan esos idiomas. Fue peón de albañil, mancebo de botica, propagandista entre los obreros emigrados, entre los que se sentía superior, aunque no tuviera muchos más estudios que ellos. Leyó al azar los libros que había por allí, novela y filosofía, pero de forma autodidacta, sin maestros que le explicaran, lo cual no suele ser positivo en la mayor parte de los casos.

     En 1904, Italia concedió amnistía, y Mussolini regresó a hacer el servicio militar. Lo hizo en Verona. En 1905, murió su madre. Terminado el servicio militar, en 1905 Mussolini se complicó en una insurrección de campesinos, y conoció por primera vez la cárcel. Luego fue a Marsella, donde trabajó algunos meses y aprendió más francés. En 1906 Mussolini volvió a encontrar trabajo de suplente en una escuela de Tolmezzo (Udine).

         Benito Mussolini: años de indecisión.

En 1907, Benito Mussolini obtuvo el título de maestro de francés, y encontró trabajo en un colegio privado de Oneglia (Riviera Ligur) para impartir francés, italiano, historia y geografía, todo el área de sociales. También trabajó en Trento como Secretario de la Cámara de Trabajo y como periodista, pero fue expulsado por la policía austriaca, por sus violentas opiniones periodísticas.

Mussolini seguía con sus actividades socialistas desde el semanario La Lima. En 1908 dirigió una huelga y amenazó a los patronos, por lo que fue condenado a tres meses, pero puesto en libertad a los 15 días de su detención. Entonces, en septiembre de 1908, organizó violencia para forzar unas elecciones, y volvió a la cárcel.

     La capacidad intelectual de Mussolini era limitada. En cambio su facilidad de palabra y de comunicación con las masas era muy grande. El populismo era lo suyo. Era emotivo, voluble, ruidoso, fanfarrón, dispuesto a cantar canciones populares en cualquier momento. Y en el momento de un discurso, podía hablar en contra de cualquiera y de cualquier institución, que es un tema fácil para los ignorantes y los cotillas. Todos los italianos tenían el estereotipo en Europa de “macaroni”, es decir, poco cultos, congénitamente inhábiles para la cooperación social, y muy despiertos para el individualismo. Por tradición familiar, no confiaban los unos en los otros, porque desde pequeños jugaban a engañarse los unos a los otros, y a sacar ventaja a costa de los demás. Los italianos sospechaban de todos los no italianos, eran cínicos y su palabra no valía nada, si no era entre camaradas.

     Los políticos italianos se habían acostumbrado al servilismo para medrar: podían servir a los monárquicos, a la Iglesia, a los ricos del lugar… y podían cambiar de chaqueta política cuando alguien les pagaba más. Ello era una oportunidad para cualquier arribista.

     Como no tenían futuro en su pueblo, Alexandro Mussolini (padre de Benito) y Benito Mussolini, emigraron en 1909 a Forli (Emilia Romaña), donde trabajaron en una trattoría o casa de comidas. En realidad la trattoría era de la señora que se acostaba con Alejandro Mussolini. Y Benito, por su parte, sedujo a una chica de 17 años de edad, llamada Raquel Guidi, con la que empezó a convivir en enero de 1911. Se casaría en 1925 y pasó a llamarse Raquel Mussolini. Le dio a Benito cinco hijos.

Pero Benito no era feliz en ese trabajo, y en 1909 se marchó a Trento, en el norte de Italia, al periódico L`Avvenire del Lavoratore, donde continuaba con su excentricismo violento. De nuevo volvió a delinquir incitando a la violencia contra Austria, y de nuevo fue encarcelado. Fue expulsado de Trento y regresó a Forli. Estuvo en Forli tres años, y trabajaba para el Partido Socialista en el periódico La Lotta di Clase. Era Secretario General de la Federación Provincial Socialista de Forli. En esta ocasión fue condenado a un año de cárcel por hacer propaganda antibelicista en el momento en que Italia entraba en guerra en Libia. En octubre de 1911, Mussolini se manifestó contra la guerra, cuando Italia decidió tomar la Cirinaica y la Tripolitania (Libia) iniciando su propio imperialismo o colonialismo. Ya en estos años se mostraba radicalmente anticlerical.

     En 1911, el Presidente Giolitti llevó a los italianos a una guerra con Turquía. El objetivo era Libia. Aprovechaba que el Parlamento estaba de vacaciones para tomar por su cuenta una decisión muy grave, lo cual era antidemocrático. Giovanni Giolitti, Presidente del Consejo de Ministros del Reino de Italia, no había tenido reparo en gobernar fabricando moneda sin respaldo alguno, ni en aliarse con el diablo si ello le permitía mantener el poder, lo que en Italia se llama “transformismo”. Le daba lo mismo pactar con los católicos que con los socialistas. Defendía que las ideologías y la moral no servían de nada en política, lo cual recordaba a Maquiavelo. Con esta mentalidad, su capacidad para enfrentarse a la revolución del proletariado, planeada en 1920-1921, era nula. Y dejó que fuera el propio pueblo italiano el que hiciera la oposición al comunismo según su propio saber y entender popular, y ocurrió el fascismo. Pensaba que el Estado no debía inmiscuirse en las luchas entre empresarios y trabajadores, y dejó hacer. El resultado fue un desastre en todos los ámbitos. Giolitti no creía en la democracia liberal, y sin embargo dio el sufragio universal en 1913, lo que le puede hacer aparecer como un demócrata, a ojos de quien no sabe mucho.

          El Partido Socialista Italiano,

En 1912, la facción socialista radical del Partido Socialista Italiano, o socialistas de izquierdas, se impuso sobre los socialistas moderados. Los socialistas de izquierda eran partidarios de la violencia. Y los violentos pusieron en manos de Mussolini el periódico Avanti, órgano del partido. Desde ese puesto; Mussolini comenzó a tomar decisiones por sí mismo, como proponer en 1914 la ruptura de los socialistas respecto a los masones, es decir respecto a los liberales progresistas.

     Filippo Turatti, Secretario General de los socialistas, se encontró el cisma interno entre los reformistas pacíficos y los revolucionarios violentos, y no supo o no se atrevió a darle una solución. Ni supo evolucionar hacia la socialdemocracia, aunque ello costara una ruptura del partido, ni se definió entre las ideas de una y otra posición socialista. Pero la ruptura interna era una realidad, y se produjo de todos modos. Los socialistas revolucionarios de Constantino Lazari y de Benito Mussolini eran mayoría. Los reformistas pacíficos de Leonida Bissolati eran minoría, porque el largo plazo requiere mayor elaboración conceptual que la violencia. Y en 1912, Bissolati fue expulsado del PSI, y los revolucionarios se apoderaron de las organizaciones y tesorería del PSI. Los reformistas sólo conservaron Confederación General del Trabajo presidida por Rinaldo Rigola.

     A fines de 1912, Mussolini fue a Milán. Le ofrecían dirigir Avanti, el periódico socialista italiano más importante del momento. En esta etapa, se mostró como un socialista intransigente, de clase, enemigo de los socialistas moderados y pactistas. Quería el Gobierno del proletariado, y se consideraba la izquierda del socialismo.

     La Gran Guerra de 1914, empezó el 28 de julio. El antimilitarismo estaba candente en la sociedad y en el PSI, porque los militares estaban iniciando guerras imperialistas desde hacía años. El 7 de junio de 1914 se había producido en Italia la Semana Roja, iniciada en Ancona por el anarquista Enrico Malatesta, un ataque armado contra el ejército. El PSI había secundado la campaña con una huelga general en 8 de junio. Y los muertos fueron tomados como bandera y motivo para las siguientes manifestaciones. La violencia llegó a tal nivel que asustó a los sindicatos convocantes de la huelga. Y entre estos violentos destacaba el joven socialista Benito Mussolini, director de Avanti desde 1912.

     El fracaso liberal llevó al partido liberal a dividirse en grupúsculos. Y el fracaso socialista llevó a los socialistas a posiciones encontradas dentro del partido. La política italiana estaba fracasando, y era un momento favorable a la revolución, a la toma del Estado por quienes estuviesen dispuestos a hacer algo. Y esos fueron los comunistas en 1921, y los fascistas en 1922.

     Una vez empezada la Gran Guerra, Mussolini aceptó la neutralidad que decidió su partido, pero en 18 de octubre de 1914 cambió de idea y pidió “la neutralidad activa”, aprovechar para hacer la revolución.

En el Gobierno Italiano, eran intervencionistas Antonio Salandra y Sidney Sonnino. Era partidario de la neutralidad, Giovanni Giolitti. El Vaticano era proaustríaco. Los nacionalistas italianos, Umberto Boccioni, Gabrielle D`Anunzio y Filippo Tomasso Marinetti, eran progermánicos y pidieron la entrada en la guerra el 6 de agosto de 1914. Y también había muchos partidarios del bando aliado como Bissolati y Sonnino.

En noviembre de 1914, Benito Mussolini cambió de opinión, y de la neutralidad activa, pasó al intervencionismo en lo que se denominó “volte face”. Fue expulsado de Avanti, y poco después del PSI.

              Mussolini revolucionario.

     Mussolini no dejó el periodismo. Fundó Pópolo d`Italia, un diario que compraban los intervencionistas. Lo pagaba Filippo Naldi, propietario de otro periódico conservador llamado Resto di Carlino, el cual había encontrado colaboradores financieros entre armadores, azucareros y metalúrgicos (Edison, Fiat y Ansaldo), para los cuales la entrada en la guerra sería un buen negocio. También se recibía dinero de Francia, pagado regularmente por el Gobierno francés a fin de que Italia entrase en la guerra del lado de Francia.

     En octubre de 1914, Mussolini creó en Milán sus Fasci d`Azione Rivolucionaria Internacionalista, para pedir que Italia entrase en guerra. En noviembre de 1914, una de las primeras acciones de sus fascios, fue destruir el periódico Avanti, el periódico socialista en el que había trabajado Mussolini. Las posiciones de Mussolini eran extremadamente violentas. Y los socialistas y sindicalistas intervencionistas, aunque minorías, tomaron Ayuntamientos y se declararon “comunas independientes” en actos no programados, sino de relativa espontaneidad.

     La decisión de entrar, o no, en guerra, no fue propiamente una labor del Parlamento Italiano, como hubiera sido su obligación, sino el fruto de manifestaciones callejeras y de declaraciones individuales de distintos personajes, incluido el Rey. Y el Parlamento se limitó a ratificar lo que bullía en la calle. La dejación de funciones del Parlamento es fundamental para entender el fascismo. Se le amenazó con que Víctor Manuel III abdicaría y sobrevendría el caos político si no se ratificaba la declaración de guerra. Y los parlamentarios llegaron a creer que un Rey es más importante que el interés general de un pueblo. El Rey escogió como Primer Ministro a Salandra. Y los ciudadanos no fueron consultados ni directa, ni indirectamente. Las llamadas “masas”, los violentos dispuestos a manifestarse y alborotar en la calle, habían impuesto su voluntad. En mayo de 1915, Italia entró en guerra. A Mussolini, la guerra le parecía la ocasión de hacer la revolución.

     La nueva idea de Mussolini, un intelectual mediocre, era que Italia necesitaba una revolución purificadora, pero no sabía cuál. Lo descubriría tiempo más tarde, y sería la revolución que él mismo, personalmente, ideara y liderara. El fascismo italiano se había originado en el Partido Socialista, en el sindicalismo, en las vanguardias artísticas y en el ejército. Y lo desarrollaban varios personajes simultáneamente, de entre los cuales destacó Mussolini.

     En agosto de 1915, Mussolini fue reclutado y enviado al frente, donde en 1916 ascendió a cabo, una cosa en común con Hitler (ambos fueron prófugos, y ambos llegaron a cabo, una vez alistados). El 23 de febrero de 1917, Mussolini fue herido en un ejercicio de tiro de mortero, y obtuvo la baja en el ejército. Ello le permitió regresar a Pópolo d`Italia y mostrarse más violento todavía. A Mussolini le atraía la violencia. En el ejército se había mostrado como un figurín al que le gustaba lucir pectorales, y conducir coches, subir en aviones y hacer deporte. Su mirada era siempre desafiante y sus gestos más desafiantes todavía. Era un provocador. Sabía que desconocía muchas cosas, y trataba de disimular su ignorancia con un trato envarado y altivo, y con el uso de la mala educación en la palabra y en el gesto. No tenía amigos, excepto su hermano Arnaldo, pero sí amantes, como Margarita Sarfatti y Claretta Petacci. En el ejército se dio cuenta de la facilidad con que se dirigen las multitudes, con habilidad dialéctica y capacidad de abrir polémicas. Y eso le encantaba. Tenía gran capacidad de síntesis, aportaba muchas imágenes al discurso, y hablaba francés y alemán. Tocaba el violín como aficionado. Le encantaba cantar en público. Y era capaz de hacer referencias a Marx, Nietzsche, Pareto, Georges Sorel, aunque sólo supiera de ellos unos esquemas muy sumarios. Aprendió una táctica dialéctica que le daba muy buen resultado: hablar de coyunturas intrascendentes al principio de las polémicas, mientras los demás exponían cada uno sus argumentos, y tomar frases de los unos y los otros, y elaborar sobre la marcha un discurso aparente. Llevaba la discusión a los puntos en los que él sabía algo y podía opinar, y rechazaba hablar de las demás cosas. De esta manera, nunca quedaba en evidencia su ignorancia. Esta táctica es buena para medrar en política, pero se demostró altamente absurda cuando tuvo que gobernar, pues tenía que esperar las opiniones de los demás políticos, y siempre resolvía tarde y mal.

     Del 24 de octubre a 9 de noviembre de 1917, tuvo lugar la derrota italiana de Caporetto, en el río Isonzo, la cual se explica tanto por la incapacidad de los mandos militares, como por la poca fe de los italianos en sus autoridades militares y civiles. Italia tuvo unos 40.000 muertos y heridos, y quedaron prisioneros unos 275.000 italianos. El impacto social fue enorme, pero los políticos italianos no cambiaron. El Gobierno quiso reivindicarse y lo hizo de la peor manera posible: Vittorio Emanuelle Orlando, Primer Ministro de Italia, decidió hacer demagogia diciendo que habría tierra para todos los campesinos, justicia social para los obreros, y regeneración moral para todos los italianos. En el colmo de la estupidez, se estaba anunciando la aparición de una Italia buena, honrada, paciente y trabajadora, que iba a acabar con la Italia mala y alborotadora. Estas simplezas, prepararon el terreno para las revoluciones. Una vez que se acabó la guerra, todo fueron decepciones: no había ni tierra, ni escuela, ni comida, ni trabajo para los soldados, ni casas…

     Durante la Gran Guerra, Italia había movilizado 5.750.000 hombres y había tenido un total de 670.000 muertos y 950.000 heridos (200.000 de ellos mutilados). Y la deuda pública creció en más de un 300%, unos 60.000 millones de liras. El desastre era muy grande. Y la lira se había devaluado de modo que el dólar, que se pagaba en 1914 a 5 liras oro, se pagó en 1921 a 30 liras. Igualmente, la inflación había multiplicado los precios por seis en ese periodo de tiempo. Y los salarios, aunque habían subido, habían perdido un 25% en su poder adquisitivo. No todo era negativo, pues Milán, Turín y Génova habían desarrollado grandes industrias gracias a la demanda de guerra, y algunos italianos estaban haciendo mucho dinero.

     La desmovilización a partir de 4 de noviembre de 1918 fue un gran problema. Los soldados que volvían a sus pueblos, veían que sus propiedades valían muy poco, cuando no habían sido adquiridas por prestamistas. Ante esa dura realidad, los socialistas se radicalizaban, y aceptaban el leninismo. No querían pactar con burgueses la política de reconstrucción del país.

     En 1919 Mussolini reivindicaba el Gobierno para los soldados que se habían batido en la guerra, lo que llamaba la trincherocracia. La realidad era muy dura pues había paro obrero, hambre y huelgas continuas. Y la política se convirtió en un amoral “sálvese quien pueda”, y se salvaría quien detentase el Gobierno y se hiciera con los recursos del Estado: los socialistas, los obreros, los profesionales, los soldados…

     El 7 de enero de 1919, Mario Carli estuvo entre los fundadores de los Arditi, unos grupos de soldados, que actuaban con su viejo uniforme de guerra, y se contrataban para resolver conflictos entre ciudadanos. Era el primer signo externo de fascismo.

     Incluso el Partito Popolare Italiano, católicos de Luigi Sturzo, evolucionó en estos momentos abandonando las viejas teorías papales, y aceptando un liberalismo moderado y unas reformas sociales, dentro de un socialismo cristiano.

Mussolini encontró unos supuestos culpables del desastre económico y político italiano: entendía que los organizadores de las huelgas eran los socialistas, y los ocupantes de fábricas eran los comunistas, y que el paro y el hambre eran la consecuencia de esas huelgas sistemáticas. De ahí que se hiciera enemigo de las izquierdas, y de ahí que los socialistas y comunistas digan, que los enemigos de los socialistas son fascistas. Los comunistas trataban de descomponer al máximo la sociedad y el Estado, para crear un caldo de cultivo revolucionario. Cuantas más huelgas y más desorden, mejor. “Cuanto peor, mejor”. Y Mussolini estaba denunciando lo que era obvio para todos los italianos.

Los arditi, o fuerzas especiales de asalto, militares de élite, se sentían frustrados porque al finalizar la guerra eran despedidos del ejército, y no encontraban ningún trabajo del que poder vivir. Se convirtieron en fuerzas muy importantes de los fascios.

En marzo de 1919 se produjo el primer triunfo importante de Mussolini: decidió apoyar a los trabajadores de las viñas, cuando éstos ocupaban fincas no cultivadas. Y luego pasaron a ocupar otras fincas y reclamar el cultivo para cooperativas de trabajadores. Y de ahí, pasaron a controlar municipios enteros.

     El 21 de marzo de 1919, Mussolini reunió a unos pocos arditi, y el 23 de marzo de 1919, creó Fasci Italiani di Combatimento, grupos de jóvenes para ir contra los piquetes socialistas y comunistas que organizaban las huelgas, y que coaccionaban a los obreros para que las hicieran. Mussolini había encontrado dos filones para obtener seguidores: el sentimiento nacionalista por Fiume, y el antisocialismo y antibolchevismo que se estaban extendiendo. Mussolini reivindicaba Fiume y Dalmacia. Se decía de izquierdas, republicano y socialista.

A sus nuevos arditi, o Fascisti, les puso una camisa negra como uniforme. Les dijo que le daba lo mismo ser de izquierdas que de derechas, reaccionario o revolucionario, legal o ilegal, porque lo único importante era actuar, y no quedarse discutiendo inútilmente como los políticos al uso. Había que actuar todos juntos (como un fascio) y cada uno se debía sacrificar por el grupo y por Italia. Estaba definiendo exactamente el fascismo.

De momento, a principios de 1919, los fascistas sólo eran unos 200 jóvenes, pero sus asaltos y espíritu de violencia, fueron alimentados por una doctrina contra el aburrimiento de la vida ordinaria, que ya provenía desde los tiempos de preguerra de las vanguardias artísticas. Mussolini obtenía dinero de los empresarios a los que les quitaba de en medio a los huelguistas. En el Fascio di Combatimento había socialistas revolucionarios, anarquistas, sindicalistas revolucionarios, republicanos y veteranos de guerra. Es falso que el fascismo provenga de la extrema derecha como se ha dicho en algunos círculos.

Mussolini no tenía un fondo de ideas políticas sólido, y por ello era “anti”: antimonárquico, anticlerical, antisocialista, antiparlamentario, antiburgués… los que carecen de esquemas racionales suelen refugiarse en el “anti”. Se buscan unos enemigos, y se les culpabiliza de todo. Los discursos “anti” siempre tienen seguidores, pues son pocos los que tienen cultura, y capacidad crítica sobre las cosas, y muchos los que creen que pueden opinar en contra de cualquier cosa. A finales de 1919, Mussolini tenía 17.000 seguidores en el fascio.

     Los duros inicios, de 1919 y 1920.

Francisco Severio Nitti, gobernante de Italia de junio de 1919 a junio de 1920, no tenía fuerza ni autoridad. Decidió convocar elecciones para elegir 508 diputados. En las elecciones de 16 de noviembre de 1919, el Partido Socialista Italiano de Nicola Bombacci obtuvo 152 escaños; el Partito Popolare Italiano (católicos) de Luigi Sturzo, 100 diputados; la coalición de liberales, demócratas y republicanos de Vittorio Emmanuele Orlando, 96 diputados; el Partido Democrático y Social Italiano (radicales) de Giovanni Antonio Colonna, 60 diputados; La Unión Liberal de Giovanni Giolitti, 41 diputados; Los socialistas independientes, 21 escaños; los liberales, 25 escaños; los republicanos, 9 escaños. Y los fascistas no obtuvieron ningún diputado, sino sólo 4.795 votos en Milán. Nadie tomó en serio a los fascistas. Pero había sucedido algo que debiera haber llamado la atención de los políticos: el 50% de los italianos se había abstenido. Y no es que faltara interés político, porque el PSI estaba explosionando y dio lugar al PCI en enero de 1921. La sociedad iba por un lado y los políticos por otro.

El primer rival de Mussolini como dirigente de las masas descontentas, fue el poeta Gabriele D`Annunzio, el cual tomó, un grupo de legionarios nacionalistas y ocupó Fiume, al este de Venecia, el 19 de septiembre de 1919. D`Annunzio se hizo líder de los escuadristas con el lema “Me non frego” (me importa un comino). D`Annunzio se había dado cuenta de la inhibición del Estado en los temas sociales, y decidió aprovechar esa brecha. Se mantuvo en la ciudad hasta 25 de diciembre de 1920. Declaró el Estado Libre de Fiume, una región al este de Venecia. Aprovechaba que esa ciudad había sido austriaca, y la mayoría de la población era italiana. No había ninguna autoridad que le impidiera gobernar la ciudad, lo cual es otra de las circunstancias del triunfo del fascismo. Mussolini decidió manifestar solidaridad con D`Annunzio. Y muchos italianos acabaron reivindicando Fiume como si en ello tuvieran algo que ganar los pobres. Cuando el Estado gana un territorio, no es precisamente la clase baja la que gana. Pero la irracionalidad funcionó, y muchos exsoldados se sumaron al proyecto. Y se inventaron dos enemigos exteriores, Austria y Yugoslavia, dos enemigos pequeños y vencidos. Se hizo un “relato” nuevo de la Guerra en el que los italianos aparecían como decisivos, y se habló de la necesidad de poseer Fiume como remedio a los males de la posguerra. Todo era fantasía.

     En 1919, en Versalles, Italia no obtuvo territorios a costa de Austria o de Turquía, como esperaba. Los italianos lo tomaron como una ofensa.

Y la ceguera de los socialistas ayudó mucho a Mussolini en su retórica populista: ante los problemas, las soluciones socialistas siempre eran las mismas: huelga. Y si la huelga fracasaba, se convocaba huelga violenta y revolucionaria, con ataques a las fuerzas de orden. En esas huelgas, los sindicalistas siempre ganan, pues se apuntan haber arrastrado a las masas, y los obreros siempre pierden, pues ponen las pérdidas salariales, los presos y los muertos. Y cuando los trabajadores se dan cuenta de esta realidad, las consecuencias son terribles. El pueblo se entrega a los populistas.

En abril de 1920, los ocupantes de fincas ya dominaban 27.000 hectáreas pertenecientes a 191 propietarios. Y una vez más, el Gobierno no cumplió su deber, sino que legalizó las ocupaciones.

En junio de 1920 volvió el poder Giolitti, el político de siempre. Este hombre abandonó Albania en septiembre de 1920, y cercó Fiume por mar, y en diciembre hizo retirarse a D`Annunzio de la ciudad, lo cual significó la desaparición de D`Annunzio para siempre de la política. La expulsión fue utilizada con victimismo, y la llamaron “Natale di Sangue”.

La agitación obrera era mayor que nunca, y entre los campesinos pasaba lo mismo. El que no hubieran participado en las elecciones, manifestaba cansancio y desconfianza en los políticos. No había puestos de trabajo, y cada día llegaban miles de soldados desmovilizados a los que la familia no tenía nada que darles para comer y vestirse.

Los socialistas creyeron que era el momento revolucionario perfecto y contribuyeron a aumentar el desorden social: Los campesinos fueron empujados a ocupar las tierras, y los obreros fueron llamados a la huelga. La Confederación Nacional del Trabajo pedía aumentos salariales, ocupación de fábricas y gestión obrera de las mismas. El 20 y 21 de junio de 1919, el PSI convocó una huelga general y se encontró con que Italia no quería la huelga. Era un fracaso socialista grave, pues hasta entonces, bastaba con convocar huelga para tener miles de obreros en la calle. En diciembre de 1919, 156 diputados socialistas interrumpieron un discurso del Rey con gritos de Viva la República y el cántico de Bandera Roja. Creían estar haciendo algo importante, llamando la atención. En agosto y septiembre de 1920, Italia estuvo paralizada.

La URSS fue derrotada en Polonia, y la esperanza de la llegada de los ejércitos liberadores del proletariado se perdió. Los socialistas se decepcionaron. La mayoría de los italianos respiró más tranquila, pues el miedo a la expropiación de la propiedad les estaba ahogando. La recesión y el paro eran muy duros, pero al menos, no serían comunistas. Otro aspecto del fascismo se estaba dando a conocer: el miedo a los “rojos”.

En noviembre de 1920 hubo elecciones y se elegían 508 diputados. Los socialistas obtuvieron 256 escaños y eran mayoría absoluta. Pero una vez llegados al Gobierno, los socialistas no tenían nada que ofrecer contra el hambre y el desempleo. Sabían organizar huelgas y armar desórdenes, pero gobernar es mucho más difícil. El 11 de diciembre legalizaron las ocupaciones de fábricas hechas por “Consejos de Obreros” (soviets). Pero las fábricas en manos de los obreros revolucionarios fueron un fracaso. Giolitti no estaba haciendo nada al respecto. Las ocupaciones de fábricas fueron languideciendo hasta que se decidió abandonarlas.

Con el movimiento de las ocupaciones de fábricas se había producido la ruptura social entre patronos y obreros. Los sindicalistas revolucionarios insistieron en que los fracasos en la dirección de las empresas se debían a boicots de socialistas conservadores aliados a la burguesía. Y acabaron concluyendo que necesitaban el poder, la dictadura del proletariado, para evitar en lo sucesivo estos boicots.  Los intelectuales jóvenes y los estudiantes crearon ideas que ya no convencían a nadie, ni siquiera a los socialistas. La desorientación entre los socialistas era grande.

En agosto de 1920, los patronos reaccionaron creando la Confederación General de la Agricultura, una patronal para defenderse contra los ocupantes de fincas, o “democracia de los trabajadores”. En octubre de 1920, cuando era necesaria la vendimia, los propietarios aceptaron gran parte de las reivindicaciones de la Liga de los Trabajadores. Pero también contrataron “escuadristas” para atacar las organizaciones de trabajadores y los municipios controlados por ellas. Los escuadristas eran tanto hijos de propietarios que no querían perder la propiedad familiar y no aceptaban ser expropiados, como jóvenes fascistas que simpatizaban con ellos. Se dedicaron a atacar a los locales de sindicatos que pedían colectivizaciones, como los sindicatos católicos y los sindicatos socialistas. Igualmente, atacaban a los partidos que predicaban el fin de la propiedad. La forma de luchar sería crear unos sindicatos de trabajadores opuestos a eliminar la propiedad.

Lo que había pasado era una dejación de funciones por parte del Estado. El Estado había dejado hacer a los sindicatos y partidos más allá de la ley y de la Constitución, y la sociedad se tomaba sus propias soluciones, sabiendo que el Estado tampoco actuaría contra ellos. Era el populismo. Y los patronos reaccionaron de forma paralela adoptando sus propias medidas. Si los abusos de una parte no son corregidos, surgen abusos de la otra parte. No hacer nada, no es la solución.

En 1920, también se estaba negociando internacionalmente si Fiume debía ser entregado a los aliados o a Yugoslavia, y muchos militares italianos simpatizaron con los revoltosos. La derecha radical también simpatizó con estos movimientos populares anticomunistas. Y entonces se ofreció Mussolini, un soldado de la Gran Guerra, a liderar el nuevo movimiento popular. El miedo a la revolución comunista y la teoría de la eliminación de la propiedad, hicieron el resto. A finales de 1920, Mussolini intentó un acuerdo con el viejo liberal burgués, Giolitti, y con los ya conocidos socialistas. Pero los fascios de 1920 eran más fuertes que Mussolini. Los fascios estaban subvencionados por los caciques, para romper las huelgas socialistas, y los banqueros e industriales se sumaron a la idea del fascio. Los “rojos” no paraban de convocar huelgas, con ánimo de desestabilizar la economía y enervar a toda la sociedad, para crear las condiciones de una revolución comunista. Y no había soluciones contra el estado de huelga permanente. El Estado no cumplía con sus deberes de mantener el orden. El liberalismo burgués era un fracaso absoluto. Y los socialistas podían pedir todo tipo de reformas económicas y sociales a favor de los trabajadores, aunque éstas no tuviesen sentido alguno. Los socialistas hacían populismo, y los empresarios les contestaron con populismo anticomunista.

Mussolini se presentó como un hombre de izquierdas, pero a su manera. Provenía de la izquierda del Partido Socialista Italiano. Y prometió todo tipo de reformas laborales. Tenía un lenguaje desconcertante. Dijo simpatizar con los ocupantes de fábricas, pero rechazaba las expropiaciones. Inmediatamente, los nacionalistas, la extrema derecha, los propietarios y los escuadristas, pensaron en utilizar a este charlatán simpático. Y le apoyaron en todo lo que decía. Se oponía a los desalojos de obreros de las fábricas, al desalojo de Fiume, e incluso a la brutalidad de los escuadristas de D`Annunzio. La sorpresa para todos, fue que Mussolini los utilizó a todos ellos poco después.

Mussolini dijo no ser de izquierdas ni de derechas, sino antimarxista y anticapitalista, pues ambas tendencias eran abusos contra el pueblo. Despreciaba a los grandes burgueses. Odiaba a los marxistas en todas sus versiones. También se declaraba ateo. Los comunistas comenzaron a decir que el fascismo era de extrema derecha, lo cual no es exacto, pues sólo era anticomunista. Los  católicos no se atrevieron a plantarle cara a pesar de que, a su tiempo, anuló su Partido Popular Italiano, que era católico.

Mussolini creía en un socialismo de Estado, por el que el Gobierno imponía las directrices económicas a todos los empresarios, socializaba la tierra y creaba cooperativas de producción, nacionalizaba las industrias que creía necesarias para el Estado, protegía a las industrias que creía interesantes para los planes del Estado. En ese sentido, era de izquierdas. Los fascistas hablaban de obreros  autónomos, al margen de los patronos y del Estado burgués.

Mussolini era populista, exaltaba los sentimientos populares y halagaba a los colectivos más débiles por su virilidad, sus tradiciones, su entereza ante la adversidad, por la grandiosidad de su pasado. Halagaba a la juventud y les decía que esperaba de ellos el triunfo de su rebeldía contra la corrupción social, económica y política existente. Les pedía que no tuvieran miedo a la violencia contra unos viejos partidos inmorales.

Mussolini era ultranacionalista italiano, al punto de exigir la máxima violencia al servicio del Estado y del líder.

Mussolini se presentaba públicamente como ateo, pero la Iglesia no quiso oponerse a él para no tener problemas.

La conquista del poder por Mussolini.

A finales de 1920, el movimiento fascista se extendió desde Milán y Génova, y encontró miles de seguidores en el valle del Po y en la Toscana. En esos momentos, el aspecto del fascismo era de bandidaje puro y duro: escuadristas de excombatientes, de parados, de estudiantes, y de pequeño burgueses arruinados, asaltaban y destruían las oficinas municipales, las sedes socialistas y sindicalistas socialistas, las sedes de los popolari. Sentían que los políticos no servían para nada, y les aplicaban el “santo manganello” (una estaca para darles golpes), les hacían beber aceite de ricino, les afeitaban la mitad de la barba o de la cabeza, sobre todo si eran mujeres… La práctica de la violencia atraía a muchos italianos, más cada día, en vez de provocar sentimientos de rechazo. Era la plenitud del fascismo.

En enero de 1921, apareció el PCI como una escisión del PSI. Entre los italianos corrientes, ello reforzaba la necesidad del movimiento fascista.

Giolitti no supo hacer evolucionar el liberalismo burgués hacia un liberalismo democrático y social. Su Gobierno parecía una agencia de colocaciones. Y tampoco supo valorar la importancia del fascismo naciente. Su Ministro de Educación, Croce, le decía que se trataba de cuatro tontos sin programa político, que nunca podrían ser un peligro para ellos. Le decía que los tribunales serían suficiente para doblegarlos. El cambio más importante que introdujo Giolitti, fue decretar que las acciones de bolsa fueran nominativas, es decir, que se supiera quién era su propietario, pues de esta manera se cortó la costumbre de que las acciones las comprara siempre El Vaticano, aunque en realidad fueran de diversos empresarios, lo cual era un negocio excelente para las dos partes.

El 28 de marzo de 1921, el éxito de Mussolini era tan grande que se atrevió a hacer desfilar por Milán a sus “camisas negras”. En teoría, era un acto en honor a las víctimas del terrorismo anarquista. Y allí, Mussolini se declaró enemigo de los socialistas y de los comunistas. Estas declaraciones fueron un éxito, y muchos italianos simpatizaron con él, y sobre todo, los empresarios dieron dinero para continuar el movimiento fascista. La popularidad era tan grande, que fue elegido Diputado ese mismo año. Y cuanto más violentos aparecían los camisas negras para con los comunistas, más popularidad conseguía Mussolini. Los comunistas no hicieron un análisis adecuado de este fenómeno. Los camisas negras se organizaron en “escuadras de acción” y comenzó el fenómeno del squadrismo o escuadrismo: Bandas de fascistas podían atacar a una persona, una institución, un periódico, un empresario, un sindicalista…

     Pero los católicos, los demócratas y los capitalistas llegaron a creer que unas fuerzas sociales tan fuertes como creían que eran ellos, no podrían ser echadas abajo por unos pocos incultos fascistas por muy entusiastas que aparecieran. Colaboraron con los fascistas. En el proceso, se vieron engullidos por ellos.

En mayo de 1921, Giolitti pensó en aliarse con los fascistas y constituir un “bloque nacional” que le permitiera ganar las elecciones. Las elecciones de 15 de mayo de 1921 les proporcionaron a los fascistas 32 ó 35 escaños (diversidad de fuentes): los socialistas obtuvieron 122 escaños, y perdieron 34 escaños. Esos escaños los ganaban los comunistas, 16 escaños, y los fascistas, 35 escaños. Los popolari católicos ganaron 7 escaños y se pusieron en 107. Y cuando Giolitti creyó dominar a los fascistas, éstos le retiraron su apoyo y le echaron del Gobierno en julio de 1921. Le sucedieron en la Presidencia del Gobierno italiano Ivanoe Bonomi, de julio de 1921 a febrero de 1922; Luigi Facta, de febrero de 1922 a julio de 1922; y de nuevo Luigi Facta a partir de agosto de 1922. La inestabilidad se convirtió en algo habitual.

Los fascistas organizaron sus propios sindicatos obreros. Los sindicatos socialistas hacían política, y esta actividad política era dominante en el sindicato sobre la defensa de los intereses del trabajador. También los sindicatos católicos hacían propaganda de la religión, en vez de defensa de los derechos de los trabajadores. Y los fascistas aprovecharon este fallo socialista y católico, para organizar sus propios sindicatos fascistas. Si la cuestión era quién tenía más agallas, los fascistas podían armar más bulla que ninguno. Los fascistas se podían oponer a las ligas de terratenientes, a los rojos comunistas y socialistas, y a los blancos católicos. Y los obreros entendieron el mensaje fascista directo, mejor que el complicado lenguaje comunista, en el que la huelga sólo era un medio para llegar al Estado de los trabajadores.

     El 2 de julio de 1921, Mussolini ofreció un pacto de no violencia a los socialistas, y éstos la aceptaron el 2 de agosto, pero fue una farsa para ganar popularidad, y la violencia entre ambos grupos continuó. Los propietarios se opusieron al pacto de no violencia, y Mussolini dimitió como líder fascista. Dino Grandi y Roberto Farinacci no fueron capaces de sustituirle.

     Del 7 al 11 de noviembre de 1921 tuvo lugar el Congreso Fascista de Roma. Ya eran un partido político, y contaban con sindicatos fascistas: Unión Obrera del Trabajo, dirigida por Italo Balbo y Dino Grandi. En ese momento habían afiliado a 310.000 hombres, pero en pocos meses llegarían a los 720.000 afiliados. Los trabajadores abandonaban los sindicatos socialistas, y se iban a los fascistas.

     Inmediatamente, Mussolini se impuso como líder indiscutible de los fascistas, imponiendo la disyuntiva de él, o el caos. Y dijo a los escuadristas que no era precisa la violencia incontrolada. Si no hacía falta violencia, tampoco eran necesarios los escuadristas, sino al servicio del partido. Y una vez ganado el golpe de fuerza, el 12 de noviembre de 1921, en el Tercer Congreso de Fasci di Combattimento, Mussolini creó el Partido Nacional Fascista, PNF. A los viejos escuadristas les prometió un golpe de Estado que les haría protagonistas de la política italiana. A los católicos les prometió la conciliación del Estado italiano con la Iglesia. A los empresarios les prometió la libertad de empresa a cambio de su dinero. Y a los pseudointelectuales, como Giovanni Gentile, les prometió un mundo nuevo. A los monárquicos les dijo que sería conciliador con la monarquía. Y a todos les dijo que acabaría con el sindicalismo socialista que sólo buscaba la desestabilización y el enfrentamiento social, lo cual gustó mucho entre los militares. Y en poco tiempo obtuvo 300.000 afiliados, sobre todo en Emilia Romagna, Lombardía y Toscana, al norte del país.

     En la dirección política del Partido Nacional Fascista estaban Benito Mussolini, Michele Bianchi y Cesari Rossi. En la organización interna y de los escuadrones, Cesare María di Vecchi y Emilio de Bono. A los escuadristas se les denominaría desde entonces “ejército fascista”.

     Mussolini se puso en contacto con los políticos italianos del momento, Giolitti, Facta y Salandra. Les dijo que la crisis se resolvería con sólo nombrar dos o tres Ministros fascistas.

     La ocasión del Gobierno de la irracionalidad fascista era perfecta, pues nadie quería colaborar con nadie: liberales, populares católicos, socialistas, anarquistas y comunistas, todos estaban en contra de todos, y el resultado global era un Estado débil, perfecto para no soportar un golpe de Estado.

     La ocasión la percibió Mussolini, cuando los fascios del sur de Italia, organizaciones locales de defensa de intereses locales, confluyeron con los squadristi nacionalistas provenientes sobre todo del norte industrializado para defender los intereses obreros frente a los patronos. El sur se caracterizaba por una sociedad corrupta y caciquil, donde la mafia era necesaria porque el Estado no daba los servicios que el ciudadano esperaba de él, sino a través de los contactos mafiosos. La mafia y el cacique, suplían al Estado a veces, y conseguían para el ciudadano las cosas que la burocracia ponía muy difíciles. Sin la mafia, los italianos no podían vivir.

     En el norte de Italia, los campesinos no podían mejorar sus condiciones de vida ni buscar el porvenir de sus hijos, porque el minifundio y la posguerra estaban expulsando miles de personas del campo cada día. Y sin clientela, los profesionales liberales y la clase media no veían prosperar sus negocios, hicieran lo que hicieran. Al contrario, se estaban empobreciendo cada día que pasaba. Los obreros tenían mejor nivel de vida porque el trabajo de la mujer llevaba más dinero a casa, pero los socialistas, anarquistas y comunistas les pedían huelgas un día sí y al otro también, en aras a una revolución del proletariado que nunca llegaba. Y estaban cansados de tanto teórico revolucionario que les daba de comer.

     En mayo de 1922, el líder escuadrista, Italo Balbo, organizo la ocupación de Ferrara. Eran 60.000 los escuadristas que ocupaban la ciudad durante cuatro días. Pedían trabajo y que el estado iniciase programas de obras públicas para dárselo. Era demagogia, pero no mayor que la de los demás sindicatos de otros partidos. De hecho, decían en voz alta que los sindicatos socialistas y comunistas no servían de nada al obrero, sino que estaban al servicio de la política. Y lo terrible fue que era verdad.

     El menosprecio hacia los sindicalistas rojos era muy grande, y los fascistas se atrevieron primero a afeitarles medio bigote, o media caballera, más tarde a hacerles beber aceite de ricino, y las violencias pasaron a más, a golpear con una estaca, o santo manganello, con puños de hierro… y en la culminación de la violencia, no mucho más tarde, utilizaron revólveres y granadas de mano para controlar los incendios de las sedes de sus enemigos. Meses después, los fascistas se atrevían a sacar hombres de sus casas, maltratarlos, torturarlos, mutilarlos, e incluso fusilarlos, si consideraban que habían hecho algo no lícito.

     El 2 de agosto de 1922, los socialistas y comunistas convocaron una huelga contra el fascismo. Y el fascismo aceptó el reto. Los squadristi atacaron a los piquetes de huelga socialistas y comunistas, y ganaron la calle. Ser piquete sindicalista no fue ya gratis, pues podían ser apaleados. Los fascistas sirvieron el correo, condujeron los autobuses urbanos protegidos por el piquete correspondiente, condujeron los trenes… Y los italianos estaban encantados de que alguien les librara de “los piquetes informativos” comunistas que daban palizas a quienes no secundaban sus huelgas. Ante la simpatía que despertaban los fascistas, los “rojos” no tuvieron más remedio que desconvocar. Hasta los trabajadores socialistas empezaron a desconfiar de sus sindicatos.

Y una vez ganada la huelga, Mussolini dio un paso más y se dispuso a ocupar Ayuntamientos como Ancona, Génova, Livorno, Parma, Bolzano, y Trento, asaltándoles con las armas en la mano. Los funcionarios reaccionaban a favor de los fascistas porque estaban cansados de los piquetes socialistas que no les dejaban trabajar, y les obligaban a la huelga. Mussolini se hizo llamar Il Duce, el guía. Los camisas negras obtuvieron armas de los almacenes y cuarteles del Estado, y se organizaron en legiones correspondientes a los distintos territorios italianos. No eran peligrosos para el Estado, pues sólo pedían una renovación de la democracia en sentido autoritario y antimarxista. Y sólo esa consigna, hacía que cientos de miles de ciudadanos simpatizasen con el nuevo movimiento político. Los militares eran sus mayores simpatizantes, los que les proporcionaban las armas.

Los fascistas tenían el apoyo de Manuel Filiberto de Aosta, 1851-1926, primo del Rey Víctor Manuel III, que aspiraba a ser el próximo Rey de Italia. Víctor Manuel sabía que su primo estaba entre los fascistas, pero nunca valoró la importancia del nuevo movimiento social. Odiaba a los socialistas y desconfiaba de los liberales, y los fascistas decían que iban a acabar con los unos y los otros. En cuanto a Mussolini, el Rey consideraba que era un político de medio pelo que nunca llegaría a nada.

Los sindicatos socialistas entraron en crisis internas. Perdían afiliados, y se demostraba que la huelga no siempre era el medio de preparar la revolución del futuro.

En octubre de 1922, Mussolini dio orden a sus fascios de incrementar la violencia en toda Italia. Y el 12 de octubre se inició la marcha sobre Roma. Se hacían cargo de la organización fascista Ítalo Balbo, Emilio De Bono, Césare María De Vecchi, Miguel Bianchi.

En 24 de octubre se produjo la concentración fascista en Nápoles. Llovía y hacía mucho frío. Había desaliento, y Mussolini no se decidía a actuar. Fue Italo Balbo el que decidió la acción sobre Roma. El éxito popular era tan brillante, que en 24 de octubre de 1922, Balbo llevó a 25.000 ó 26.000 camisas negras a Roma en una gran manifestación, y exigió que les fuera entregado el Gobierno. Siguieron llegando fascistas a Roma, hasta una cifra de 40.000.

El 27 y 28 de octubre, los fascistas ocuparon varios edificios públicos de Roma, hasta el punto de que el Jefe de Gobierno, Luigi Facta, el 25 de octubre pidió al Rey Víctor Manuel III el estado de sitio. El Rey no se lo concedió. La situación era complicada porque el Estado tenía 12.000 soldados, muchos de los cuales simpatizaban con los fascistas, y los fascistas era el triple en número y estaban armados.

Los fascistas estaban además en los centros de comunicaciones del norte de Italia, y en la prefectura en Peruggia, mientras Mussolini asistía a una sesión de teatro en Milán. El 27 de octubre, Facta quiso dimitir, pero el Rey le ordenó continuar en el cargo.

El 28 y 29 hubo conversaciones con los empresarios a fin de que apoyaran el nombramiento de Mussolini para Primer Ministro. El Duque de Aosta, primo del Rey, apoyaba a los fascistas. El ejército se inhibía.

     El 29 de octubre de 1922, el Rey Vittorio Emanuele entregó el Gobierno a Mussolini. Mussolini estaba en Milán y tomó el tren de la noche. Y el 30 de octubre, Mussolini entró en Roma a mediodía, en medio de una multitud de camisas negras que habían marchado sobre Roma. Por la tarde presentó Gobierno en el que había 3 fascistas, 2 populares (católicos), 4 demócratas liberales, 1 nacionalista, 1 intelectual (Giovanni Gentile), 1 general, y 1 almirante. Y los fascistas desfilaron por Roma. Los Ministros pensaban que se iba a restablecer por fin la ley y el orden. No había ningún socialista en el Gobierno, que era el deseo general de la mayoría de los italianos. En todos los casos, las subsecretarías de los Ministerios eran ocupadas por fascistas.

     Los escuadristas no sabían nada de política y los ras que se habían sumado al fascismo eran demasiado jóvenes, menores de 30 años, e ignorantes. Mussolini no tenía experiencia política, ni cultura política para gestionar el Gobierno, ni conocía el funcionamiento del Parlamento.

     El 16 de noviembre, Mussolini se enfrentó a la Cámara de Diputados y fue ratificado por 316 votos a favor, 116 en contra y 7 abstenciones. La llegada al poder de Mussolini era legal, como lo sería la de Hitler diez años después. Mussolini presumió de tener 300.000 jóvenes armados a su servicio, y de no haber querido liquidar el Parlamento, sino respetar la legalidad. El 24 de noviembre de 1922, obtuvo de la Cámara plenos poderes durante un año, tanto económicos como administrativos, lo que daba comienzo a una dictadura no declarada formalmente. Se haría formal en 31 de diciembre de 1925. La votación para la dictadura la había ganado por 306 síes, 18 noes, y 7 abstenciones. Mussolini conservaba la Constitución, pero no le molestaba incumplirla.

     Una vez llevado Mussolini al poder, los 60.000 fascistas que había en agosto de 1922, sintieron que ya habían hecho lo que querían, desalojar a los “rojos”, y más de la mitad abandonaron el partido. Entre los que abandonaron había muchos hijos de terratenientes del Po. Y entonces ocurrió un fenómeno interesante para el populismo: unos 300.000 italianos se sintieron simpatizantes del nuevo partido y del nuevo líder. Por una parte, los que abandonaban pensaba que si no había peligro de socialización de la propiedad, su presencia no era necesaria. Por otro lado, cientos de miles de personas creyeron que el nuevo partido era la ocasión para colocarse. Y la rivalidad fue muy evidente dentro del partido.


[1] Tannenbaum, Edward R. La Experiencia Fascista. Sociedad y cultura en Italia (1922-1945). Alianza Universidad, 1975. Original publicado en 1972.

 Guichonnet, Paul. Mussolini y el Fascismo. Oikostau,  ¿qué sé? 11. Barcelona 1970.

 Schapiro, Leonard. El Totalitarismo. Breviarios de Fondeo de Cultura Económica. México 1972.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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