Gobierno Berenguer de enero de 1930.

Contenido esencial: Dámaso Berenguer, el Gobierno Berenguer, concesiones democráticas de enero de 1930, la depresión económica de 1930, la crisis política de 1930, los republicanos en 1930, el PSOE-UGT en 1930, inadecuación de los partidos políticos españoles, muerte de Primo de Rivera.

Dámaso Berenguer gobernó de 30 de enero de 1930, a 18 de febrero de 1931.

Dámaso Berenguer Fusté nació en San Juan de los Remedios (Cuba) en 1873. De familia militar, fue militar. Fue Ministro de la Guerra en 1918 y Alto Comisionado en El Rif en 1919-1922. Residía en Tetuán en el momento de los sucesos de El Annual de julio de 1921. Fue amnistiado en 1924 por Primo de Rivera, ascendido a Teniente General y nombrado Jefe de la Casa Militar del Rey en 1929. Un colaborador tan estrecho de Primo de Rivera fue el encargado de sucederle al frente del Gobierno en 1930, en la confianza de que no actuaría ni contra Primo de Rivera, ni contra el ejército, ni contra el Rey. En estos años, el general Berenguer, debido a sus minusvalías, era transportado en una silla de ruedas. Se nombró a sí mismo Ministro de Guerra en enero de 1930, y continuó siéndolo en el Gobierno Aznar de febrero de 1931. Fue condenado por la República por unos fusilamientos en Jaca, pero amnistiado en 1934. Murió en Madrid en 1953.

El general Berenguer gobernó bajo la constante acusación de haber simpatizado y protegido a la Dictadura, y formó Gobierno con personajes del Partido Conservador, lo cual no le hacía simpático a los grupos de oposición a la Dictadura, que estaban en alza en ese momento.

Los liberales, demócratas, republicanos y socialistas no estaban desencaminados: Berenguer era una prolongación de la dictadura de Primo de Rivera en el sentido de que propuso una renovación de los partidos tradicionales, y la renovación automática del nombramiento para todos los concejales y diputados provinciales que había a la retirada del Dictador. La diferencia era que puso en vigor la Constitución de 1876, pero eso tampoco decía mucho de él pues era la Constitución que había permitido tantos errores del Rey y de los Gobiernos sucesivos. La izquierda quería que se celebraran de forma inmediata elecciones municipales y provinciales, previas a unas elecciones generales.

Por estas razones, Ortega y Gasset calificó a este Gobierno como “el error Berenguer”, expresión que se popularizó entre los historiadores. El error consistía en que no era posible volver a 1923, como si no hubiese pasado nada en 1923-1930. Entre otras cosas, porque dando carpetazo a todo este periodo, quedaría tapado el juicio sobre responsabilidades en El Annual, cuestión en la que Berenguer había sido el máximo responsable. Es decir, que la persona más polémica y discutida en las responsabilidades de El Annual, había sido encargada de formar un Gobierno que les exculpase a todos.

Berenguer no identificó bien el papel que le tocaba jugar en 1930, y tardó un año en convocar las elecciones. Pero hizo algunos cambios evidentes: no contó con ninguno de los colaboradores de Primo de Rivera; legalizó la Federación de Estudiantes Universitarios; revocó los decretos anticatalanistas dados por Primo de Rivera; e hizo una revisión general de todo lo legislado durante la dictadura; hizo un indulto; repuso en sus cátedras a los sancionados por el Directorio; autorizó la vuelta de los Colegios de Abogados y del Ateneo de Madrid; disolvió la Asamblea Nacional de Primo de Rivera; toleró los actos públicos de los partidos.

Y a ello siguieron disposiciones de mayor calado: A fines de abril, legalizó CNT, algo que parecía muy difícil pues había sido perseguida durante toda la Dictadura. Desmanteló la economía intervencionista de la Dictadura. Y el 11 de marzo de 1930, un Decreto derogaba los poderes extraordinarios concedidos al Poder Ejecutivo por el Dictador.

Pero el problema político fundamental no era abordado: los liberales querían una revisión constitucional, y ello amenazaba con la abolición de la Monarquía e imposición de la República, pues el Rey se había equivocado gravemente. Y los primorriveristas querían que ni los socialistas ni los anarquistas tocaran poder. El tema era tan arduo que Berenguer llamó a colaborar a los líderes políticos conservadores del momento, pero ninguno quiso colaborar en el nuevo Gobierno: ni Francesc Cambó, ni Gabriel Maura, ni José Sánchez-Guerra.

Respecto a los socialistas, que habían colaborado en la Dictadura, ahora querían la revolución. No sólo querían la eliminación de la monarquía, sino aprovechar para sacar adelante su proyecto de socialismo, un socialismo “de clase” en donde los trabajadores asumieran el Gobierno y los cargos que rigen el Estado. Y posteriormente, asumirían la iniciativa empresarial a través de los sindicatos, las cooperativas, o la acción directa del Estado, lo cual no estaba todavía definido dentro de PSOE-UGT. El programa lo tenían muy claro los comunistas, la acción directa del Estado, pero no tanto los socialistas.

Berenguer acudió a políticos de segunda fila como Gabino Bugallal Araújo[1], 1861-1932, II conde de Bugallal, 1912-1932, cacique gallego y líder de los caciques del momento, y formó un Gobierno que no tenía representatividad alguna. Su única opción era convocar unas elecciones, utilizar la red de caciques, y conseguir que las ganaran los monárquicos.

Berenguer no cayó en la cuenta de la contradicción de querer construir una nueva democracia, y al tiempo reconstruir la red caciquil. Algo no iba a ir bien. Volver al pasado es imposible, como bien saben los científicos, y como había predicho el modelo dialéctico de Hegel.

Creemos que, para Dámaso Berenguer no había más opciones que la que tomó: muchos políticos de 1925-1930, habían abandonado los partidos Conservador y Liberal, en sus expectativas de colocarse, y habían ingresado en Unión Patriótica, el partido del Dictador, por lo cual estaban descartados en 1930. Y por otro lado, Santiago Alba, José Sánchez-Guerra, y el Conde de Romanones, habían sido perseguidos por la Dictadura, y no tenían voluntad de colaborar con el Rey. También estaban en oposición cerrada al Rey: Ángel Ossorio, Niceto Alcalá Zamora, y Miguel Maura, que pedían la abdicación del Rey, o la proclamación de la República en su caso.

La dictadura ya no podía ser borrada de la historia. Alfonso XIII había propiciado la dictadura, la había protegido, había firmado todos los Decretos del Dictador. Por eso, Berenguer seguía amenazando con volver a la dictadura si no se seguían sus planes. Era un Gobierno hijo de la dictadura, y con la amenaza de volver a la dictadura, si era preciso. Pero manifestaba que no aplicaría los métodos represivos de la Dictadura. Los españoles lo llamaron “la dicta-blanda”.

El sistema parlamentario burgués había hecho crisis a partir de 1902 y había quebrado en 1923. Alfonso XIII se había desprestigiado cuando nombraba Jefes de Gobierno sin consultar a las Cortes, cuando disolvía Cortes a voluntad, cuando protegía al ejército en contra de los principios de la democracia liberal, mediante la Ley de Jurisdicciones de 1906, Ley de Fugas de 1920 y golpe de Estado de septiembre de 1923. El ejército se había desprestigiado, ante todo por el mal trato que daba al pueblo español respecto a la comida, vestido y acuartelamiento de los soldados, y luego por las Juntas de Defensa de 1916-1922, los fracasos en la Guerra de Marruecos de 1907-1927, y por los escándalos de corrupción.

     Gobierno Berenguer, 30 enero de 1930:

  Presidencia, general Dámaso Berenguer Fusté.

  Guerra, general Dámaso Berenguer Fusté.

  Estado, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó Portocarrero y Osorio, duque de Alba.

  Instrucción Pública y Bellas Artes, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó Portocarrero y Osorio, duque de Alba / 24 de febrero de 1930, Elías Tormo y Monzó.

  Hacienda, que empezó con la denominación de Hacienda, y ese mismo día cambió la denominación a Economía Nacional, Manuel Argüelles Argüelles, interino / 3 febrero 1930: Julio Wais Sanmartín. En 20 de agosto de 1930 volvió a tomar el denominativo de Hacienda / 20 de agosto de 1930: Luis Rodríguez de Viguri, que retomó el apelativo de Economía Nacional.

  Fomento, Leopoldo Matos Massieu / 25 noviembre 1930: José Estrada Estrada.

  Justicia y Culto, José Estrada Estrada / 25 de Noviembre de 1930, Gracia y Justicia, José Estrada Estrada / 25 de noviembre de 1930: Joaquín de Montes Jovellar.

  Trabajo y Previsión, Pedro Sangro y Ros de Olano.

  Marina, Salvador Carvia Caravaca.

  Gobernación, Enrique Marzo Balaguer / 25 noviembre 1930: Leopoldo Matos Massieu.

     Concesiones “democráticas” de Berenguer.

En 30 de enero de 1930, el general Dámaso Berenguer restableció la Constitución de 1876, y las libertades de prensa, asociación y reunión, devolvió las cátedras a los profesores expedientados, se liberó a los estudiantes de FUE detenidos, se aprobó o legalizó la FUE (Federación Universitaria Española), se devolvieron sus cátedras a los profesores expedientados, se levantaron los confinamientos de los militares, se disolvió la Asamblea Nacional Consultiva, se dio amnistía a los delitos políticos, se dio un indulto a los presos, se prohibió a las Confederaciones Hidrográficas contratar obras sin tener financiación previa, y se restablecieron los Ayuntamientos y Diputaciones abolidas por Primo de Rivera (Unión Patriótica desapareció automáticamente).

Dámaso Berenguer se puso al habla con los constitucionalistas de derechas Miguel Villanueva Gómez, Manuel Burgos Mazo y Manuel Goded Llopis ofreciéndoles cargos para ellos, y amnistía para todos los oficiales de artillería, y con ello conjuró el peligro de golpe de Estado que se venía preparando.

Es decir, Berenguer trataba de volver a 1923, pero eso era ya imposible. Además, quería una transición lenta hacia la normalización democrática, lo cual era más difícil todavía. Incluso el general Valeriano Weyler reclamó que los militares, falsos salvadores del país, volvieran a los cuarteles, y se atuvieran a las mismas leyes que los civiles.

Esta nueva presentación política no tuvo credibilidad ni entre los partidos democráticos, ni entre los intelectuales universitarios, ni entre los catalanistas, ni entre los militares republicanos, ni entre los cenetistas, ni entre los socialistas, porque no iba acompañada de concesión de todas las libertades políticas, aunque se prometían para el futuro, y porque se estaba en plena crisis económica que no permitía esperas. España ya tenía mucha experiencia en concesiones de algunas libertades, que más tarde se retiraban, y los republicanos planteaban que, o se iba a un régimen de libertades, o no aceptarían concesiones venidas como dádivas desde el poder.

     La depresión económica de 1930.

Los políticos de todos los tiempos intentan “jugar a la política”, y en general se creen buenos cuando manipulan y dan apariencia de “conveniencias del pueblo” a las decisiones que son sus propios intereses. Pero hay algo que les resulta difícil de manejar: las cifras económicas. Las leyes de la economía son algo molesto, que los malos políticos sólo saben combatir falseando las cifras, y la realidad es que la economía es algo pertinaz, tozudo, que cuanto más se intenta falsear, más patente se hace. Sólo hay que esperar el tiempo preciso, tal vez una década. Por eso, los juicios sobre las actuaciones políticas se hacen mejor aproximadamente pasada una década.

La crisis económica había empezado en 1929 en todo el mundo. En 1930, durante el periodo Berenguer, la producción nacional estaba descendiendo. La minería, la producción de hierro y acero, caían de forma importante porque no había demanda exterior. La exportación de alimentos, fácilmente prescindibles, cayó también. La exportación de materias primas y productos industriales cayó muy visiblemente. Los “listos” españoles habían aprovechado la Gran Guerra para subir descarada y artificialmente los precios, y para derrochar el dinero en lujos, y tras la guerra, se perdían los mercados.  Y todo ello se tradujo en algo imposible de tapar o disimular: el paro obrero era insoportable; Andalucía, la región más agrícola, tenía 100.000 parados; Barcelona, la ciudad industrial por excelencia, tenía 17.253 parados.

Y para que no quedaran resquicios de disimulo de la realidad, la peseta se depreciaba. El Ministro de Hacienda, Manuel Argüelles, intentó intervenir en el mercado de divisas, como se hace en periodos coyunturales ordinarios, pero no era posible. Y a finales de agosto, dimitió. La peseta había caído a 47,80 pesetas por libra, el valor histórico más bajo de esa moneda hasta entonces: 30 pesetas por libra en 1925; 37 en 1928; 40 en enero de 1930; 47 en agosto de 1930. La caída había sido además brusca.

En febrero de 1930, Manuel Argüelles decidió suprimir el Comité Interventor de Cambios, y confió el valor de la peseta a las fluctuaciones del mercado internacional. Pero no adoptó las medidas recomendadas por Antonio Flores de Lemus, de bajar los precios de los productos españoles a fin de que fueran más competitivos y se pudiera equilibrar la balanza de pagos. No lo hizo porque razonaba que sus medidas iban a bajar el gasto público, razonamiento que no tenía sentido, y que más bien era un deseo, o una profecía. Y menos cuando dijo que el objetivo final era hacer convertible la peseta en oro. Manuel Argüelles fracasó: lanzó mucha moneda al mercado, y ese valor no estaba respaldado por la actividad económica del país. El dilema que se le había planteado era que, si no emitía moneda, los bancos no darían crédito, y se contraía la economía española, y tendría que bajar los sueldos de los funcionarios y asumir una cifra de paro importante. Así que emitió moneda a discreción. Una barbaridad desde el punto de vista teórico.

Las dificultades económicas se tradujeron inmediatamente en alza de precios, y el IPC subió casi un 4% en un año, desde 181 a 187 en la generalidad de los precios, y desde 165,4 a 176,8 en los productos de primera necesidad que afectan más a las familias pobres (base 100 en 1900). Y las regiones agrícolas no subieron nada los salarios a sus trabajadores, por lo que la subida del IPC era neta.

Las clases sociales altas también se vieron perjudicadas, porque el valor de sus acciones bajaba. La explicación dada en ese tiempo a la caída, era la inseguridad jurídica.

Entonces los españoles contemplaron algo insólito según su punto de vista, algo que destruía muchas de sus creencias económicas, difundidas por el regeneracionismo: había carreteras y vías ferroviarias, y había trenes y autobuses, pero no había desarrollo económico. El desarrollo es algo mucho más complejo que hacer unas infraestructuras, pues hay que ver cómo se han hecho, si se han pagado, en qué condiciones, con qué expectativas de rendimiento económico, con qué costes de sustitución. Y esas infraestructuras deben ir combinadas con medidas de organización social distinta y redistribución de la riqueza y los servicios. Y de pronto, el entusiasmo por la Dictadura cayó hasta para los más partidarios. Se habían prometido muchas cosas, pero una cosa es predicar y otra es dar trigo. Y las grandes obras, espectaculares pantanos, nuevos ferrocarriles, plan de carreteras, se habían paralizado y estaban abandonadas. Y al final, se dieron cuenta de que tampoco había pantanos y canales de riego, ni carreteras y ferrocarriles modernos, sino sólo la promesa de hacerlos.

A España no le afectó de momento la crisis mundial de 1929, salvo por la escasez del crédito internacional, sino que su crisis era más profunda y muy particular. La crisis del 29 afectaría más a España unos años después, ya en otro tiempo político.

         La crisis política de 1930.

España, que había permanecido aletargada y en apariencia conforme con el Gobierno de Primo de Rivera, se levantó terriblemente politizada en 1930 como si volvieran los años 1917-1923. Los anarquistas lograron un millón de afiliados. Niceto Alcalá Zamora (presidente de la Academia de jurisprudencia) pidió la República. Manuel Azaña (presidente del Ateneo de Madrid) y republicano conservador, pedía la República. José Sánchez-Guerra, líder de la facción más progresista del Partido Conservador, se declaró monárquico antialfonsino, y pedía la abdicación de Alfonso XIII. Miguel Maura, católico, se declaró republicano. Entre el 13 de abril y el 4 de mayo de 1930, Melquíades Alvarez (reformista republicano) y Angel Osorio (presidente del Colegio de Abogados de Madrid) se declararon republicanos y pedían la abdicación del Rey. Francésc Maciá prometía el apoyo de los catalanistas de izquierdas a la CNT.

La trama civil para un golpe de Estado estaba montada. La trama militar estaba disponible. Para un golpe de Estado, sólo faltaban detalles como una cuenta en el banco para los militares que iniciaran la sublevación (por si fracasaban) y repartir armas a los anarquistas que estaban dispuestos a salir a la calle.

En febrero de 1930, José Sánchez-Guerra hizo un discurso virulento contra Alfonso XIII delante de nobles, de personalidades de la cultura, de representantes del capital y del trabajo, políticos, artistas, militares, y otras personas: Alfonso XIII debía ser derrocado. Las acusaciones contra Alfonso XIII resultaban humillantes para el Rey.

Las embestidas contra el Rey llegaron a ser tantas, que el Ateneo Guipuzcoano, en una conferencia de Ortega y Gasset, le pidió por favor, que no hablara de política, porque la gente empezaba estar cansada de oír todos los días que había que expulsar al monarca.

     Fuerzas políticas republicanas en 1930.

En marzo de 1930 apareció el Bloque Constitucionalista. Lo integraban el Partido Reformista de Melquiades Álvarez; los líderes del Partido Moderado: José Sánchez-Guerra Martínez, el abogado malagueño Francisco Bergamín García, el terrateniente onubense Manuel de Burgos Mazo; los liberales: el abogado alicantino Joaquín Chapaprieta Torregrosa, el periodista de El Liberal Francisco Villanueva Oñate y otros. Se trataba de una tertulia de políticos, y no de un partido. Tenían mucho prestigio y poca representatividad social. Eran moderados y monárquicos, pero exigían: la abdicación de Alfonso XIII, un juicio de responsabilidades a los políticos de la Dictadura, derogación de todas las leyes dadas después de 1923 con espíritu distinto al constitucional, unas Cortes Constituyentes y suspensión de las prerrogativas regias hasta la redacción de una nueva Constitución.

Pero unas Cortes Constituyentes tenían muchas posibilidades de resultar republicanas, dado el comportamiento de Alfonso XIII y los reyes anteriores. Los conservadores no querían Cortes Constituyentes. Este grupo político estuvo funcionando hasta 1931, fue efímero, pero jugó su papel.

Por otro lado, en marzo de 1930, apareció en Barcelona un Manifiesto de la Inteligencia Republicana, el cual había sido elaborado por Lluis Companys, Jaume Aiguadé Miró, Juan Botella Asensi, Joan Peiró i Belis, Jordi Arquer y Rafael Campalans. Pedían una República Federal y unas reformas sociales avanzadas. Para ello, querían la ruptura con el sistema vigente.

Los republicanos de 1930 creían que lo tenían todo a su favor, y no sólo atacaban a la monarquía, sino que iniciaron una campaña contra los principios morales tradicionales españoles. Iniciaron en marzo de 1930, una Liga Laica, e hicieron una campaña feminista, y hablaban de conquistar costumbres sociales más permisivas. Aparecieron muchos partidos republicanos:

  El Partido Republicano Radical Socialista PRRS, apareció en diciembre de 1929 a partir de Partido Republicano Radical, del que era considerado el ala izquierda. Sus líderes eran el maestro catalán Marcelino Domingo Sanjuán, proveniente de Partít Republicà Català, y el abogado asturiano Álvaro de Albornoz Liminiana, proveniente del Partido Republicano Radical. Eran jacobinos, anticlericales, socialdemócratas y federales con autonomía de los municipios y las regiones. Volvieron a Alianza Republicana en mayo de 1930, en la cual habían estado cuando eran Partido Republicano Radical. Se disolvieron en 1934. (No se debe confundir al PRRS de Marcelino Domingo, con el Partido Republicano Radical PRR de Alejandro Lerroux, el cual fue creado por Alejandro Lerroux en 6 de enero de 1908, a partir de una facción de Unión Republicana de Nicolás Salmerón. En 1930, Alejandro Lerroux mostraba una apariencia completamente desconocida, pues el agitador de masas nato pedía disciplina, respeto a la ley y a la autoridad, y evitar a toda costa la sovietización).

  Acción Republicana nació en 1930 a partir de Acción Política, partido de 1925. En ambos partidos el líder era Manuel Azaña Díaz. Acción Republicana tuvo secciones en Granada, Salamanca, Zaragoza, Barcelona, Murcia, Segovia y otras ciudades. Azaña tenía la idea de una “república republicana”, esto es, que no fuera “una monarquía sin rey”, como había ocurrido en 1873, lo que había llevado al enfrentamiento entre republicanos (cantonalismo), y entre republicanos y monárquicos. También quería la autonomía para Cataluña y reformas legales que impidieran que el ejército y la Iglesia católica tuvieran ascendencia sobre el Gobierno.

  Agrupación al Servicio de la República, fue creada en 10 de febrero de 1931 por José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala y Gregorio Marañón, no como un partido político propiamente dicho, que aspirara a detentar el poder, sino como un grupo de apoyo al proyecto republicano que fuera útil para modernizar España. Estaban en la Agrupación muchos intelectuales y estudiantes universitarios. En los primeros quince días, tras su creación, se apuntaron 15.000 militantes, y sesenta días más tarde tenía ya 25.000 afiliados.

     En mayo de 1930, los Radical-Socialistas volvieron a Alianza Republicana. Esta agrupación política, creada en 1926, trataba de agrupar a todos los republicanos, prescindiendo de sus ideologías. En 1930, Marcelino Domingo comprendió que la unidad de los republicanos era necesaria, y que los distintos grupos republicanos no podían perder el tiempo discutiendo si la República debía ser conservadora como decían Lerroux (PRR, incluido en Alianza Republicana), y Niceto Alcalä Zamora, (de Derecha Republicana, también incluida en Alianza Republicana), o debía ser radical socialista como decían Manuel Azaña (Acción Republicana) y Marcelino Domingo (Partido Republicano Radical Socialista). Esta Alianza Republicana se debía preocupar más bien de dar una buena imagen, de no provocar tumultos y desórdenes públicos, lo cual daba imagen de ser un problema para la sociedad en vez de una solución. Pero entendemos que el Partido Radical Socialista se sumó a Alianza Republicana por táctica política transitoria.

Derecha Republicana fue creada el 14 de julio de 1930 por Niceto Alcalá Zamora (cacique católico de Priego–Córdoba) y Miguel Maura Gamazo (monárquico conservador). Pretendían una república que guardara la ley y el orden y respetara la religión, la Constitución, la unidad de España, y el bicameralismo.

A pesar de tantos grupos, los republicanos sabían que eran pocos, y que la unión de esos pocos constituía una minoría todavía poco significativa. Por ello decidieron unirse a los partidos y sindicatos de trabajadores.

Como UGT-PSOE habían colaborado con la Dictadura hasta 1929, los republicanos decidieron pactar con CNT, el sindicato anarquista. CNT tenía una estructura múltiple donde cada grupo actuaba por separado, y en adelante siempre negó que hubiera tenido negociaciones con los republicanos. Lo negó, porque también había tenido negociaciones con Primo de Rivera en 1929, y con Dámaso Berenguer en 1930, y le parecía muy deshonroso que se supiera que negociaban con todos. Lo que habían negociado con los dictadores era la liberación de presos anarquistas, pero al mismo tiempo estaban diciendo que era una traición al pueblo negociar con los burgueses, y no querían que se manifestase la contradicción. Y en 1930, la propuesta de pactar con grupos contrarios al dictador, entre los que estaban Alcalá-Zamora, Miguel Maura y Lerroux, parecía una deshonra, después de lo que habían dicho de estos personajes. Así que decidieron negarlo todo. También fue mentira que no colaboraran con los republicanos para expulsar al Dictador y a Alfonso XIII, pues estuvieron en conversaciones con Ramón Franco, y con el Capitán Medrano, y con diversos líderes del Comité Revolucionario Republicano. El pacto con CNT parecía muy extraño para alguien como los republicanos que querían institucionalizar un Estado nuevo. O se institucionalizaba o se destruía, pero “soplar y sorber, no puede ser”.

Descartados los anarquistas por el lio absurdo en que habían caído, era preciso pactar con UGT-PSOE, aunque éstos hubiesen sido colabores con la Dictadura. Abandonada la cooperación con el Dictador, en 1930 los socialistas habían creado la Federación Nacional de Industria, habían logrado abrir muchas secciones socialistas nuevas, y habían creado la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra, que tenía afiliados a 27.340 agricultores en 1930. UGT no se arrepentía de la labor realizada durante la Dictadura, pues había logrado los Comités Paritarios, que muchas veces acababan en desacuerdo, pero que siempre un juez puesto por el Dictador dictaba a favor de UGT. UGT era tan fuerte, que Berenguer no se atrevió a suprimirles, pues estaba luchando contra CNT en la calle, y si se unía UGT a la lucha callejera, sería el caos. Los anarquistas le hicieron a Berenguer 402 huelgas en 1930.

El mayor problema para el entendimiento de los republicanos con UGT-PSOE era Julián Besteiro, un líder del PSOE. Era el hombre que había llevado a los socialistas a participar en los Comités Paritarios de la Dictadura. Y Besteiro no quería colaborar con el Comité Revolucionario Republicano, porque odiaba la violencia en la calle que los republicanos estaban utilizando. Decía que mientras los republicanos no dieran muestras de “seriedad”, no se podría pactar con ellos, y que seriedad era evitar las algaradas y la violencia gratuita en la calle.

El 20 de octubre de 1930, se reunió la Comisión Ejecutiva del PSOE. Largo Caballero, Fernando de los Ríos e Indalecio Prieto votaron por colaborar con los republicanos y por aceptar cargos ministeriales en el previsible Gobierno Provisional de la República Española. Largo Caballero argumentaba que los socialistas vivían un periodo revolucionario en el que el PSOE tendría la oportunidad histórica de tocar poder. Y continuaba argumentando que, aceptando a los republicanos, neutralizarían los ataques de CNT y les arrebatarían sus militantes. Terminaba diciendo que era preciso luchar por la República aunque ello significase abandonar momentáneamente la lucha por el socialismo. Y Besteiro perdió la votación. Largo Caballero se convirtió en el referente de PSOE-UGT.

         El PSOE-UGT en 1930.

En cuanto a los socialistas, en 1930, ya hemos dicho que Besteiro se había puesto fuera de juego desde 1929 con su enorme error de opinar que era buena la cooperación con el Gobierno. Quedaban como líderes, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos. Éstos, tenían que tomar una decisión ante la voluntad del Rey de nombrar un nuevo Dictador, Dámaso Berenguer, el cual tenía la misión de salvarle el culo al Rey. Dámaso Berenguer duró hasta febrero de 1931.

Los viejos partidos republicanos se esforzaban por manifestar que ellos tenían razón. Que siempre habían tenido razón en su oposición al Gobierno existente en cada momento. Pero esa afirmación no tenía sentido cuando se consideraba que los republicanos presentaban modelos antitéticos de república, modelos incompatibles entre sí. No podían tener todos razón al mismo tiempo.

Los socialistas eran republicanos desde su fundación, pero habían colaborado con Primo de Rivera. Prieto y De los Ríos se esforzaron por convencer a los diversos grupos republicanos de que el PSOE había actuado de forma coherente durante la dictadura, que habían conseguido muchas cosas para los obreros, y de que desde ese momento de 1930, debían colaborar todos contra la prolongación del sistema político existente, bajo el liderazgo del PSOE. Pero entonces hizo su labor el peso de la historia: por una parte, la doctrina de Pablo Iglesias de que nunca se debería colaborar con los republicanos, sino liderar en exclusiva las revoluciones. Y los socialistas se negaban a seguir a Prieto y De los Ríos, sus líderes. Todavía era más difícil seguir a Largo Caballero, el mayor colaboracionista de la dictadura, que ahora pedía liderar la oposición al dictador caído. Pero fue la opción adoptada.

Los españoles estaban muy descontentos porque la crisis económica española, empezada en 1927, empezaba a hacerse notar y de forma agravada, por la crisis mundial de fines de 1929. Y hubo huelgas en Andalucía, Valencia, Bilbao, Cataluña y Galicia. La postura de UGT fue abstenerse y no dirigir esas huelgas. Era un nuevo error, esta vez de Largo Caballero, error que dejaba libre el camino al PCE y a CNT, que lideraban esas huelgas. El PSOE corría el peligro de pasar a ser un partido secundario. Los líderes socialistas decían que estas huelgas no servían para nada y, al contrario, podían provocar acciones represivas contra los obreros.

En cuanto a la alianza del PSOE con los republicanos, Besteiro y Largo Caballero dijeron que los republicanos eran muchos grupos contradictorios, y no eran socios de fiar, porque cada uno buscaba unos fines políticos diferentes. Estaban menospreciando la fuerza de los republicanos. También podían haber argumentado que, siendo los republicanos muchos grupos diferentes, la actuación de los socialistas podía haber arrastrado a algunos hacia el socialismo.

Por el contrario, Prieto y De los Ríos se pusieron al habla con los republicanos, aunque ello iba contra las normas internas del PSOE dadas por Pablo Iglesias. Prieto se puso al habla con Manuel Azaña, el cual había creado Alianza Republicana en 1926, uniendo a Partido Radical de Alejandro Lerroux, Partido Republicano Federal (ya sin líderes importantes), Grupo de Acción Republicana de Azaña, y Partit Republicà Català de Marcelino Domingo y Lluis Companys. El objetivo de Azaña era acabar con la monarquía, dado que Alfonso XIII había traicionado al país.

         La inadecuación de los partidos políticos.

     Con este complicado ramillete de republicanos, llegamos a los dos asuntos clave en la historia de España, la inadecuación de los partidos políticos del siglo XIX a las realidades del siglo XX, y el sentido que el término “república” adquirió para los españoles a partir de ese momento.

El Partido Conservador no había cumplido su función social de ofrecer valores tradicionales y moralidad, y se había convertido en el defensor de los privilegios de la clase burguesa, el ejército y la Iglesia, en contra de los derechos de la mayoría de los españoles.

El Partido Liberal, se había limitado a pedir un sufragio más amplio y a hacer algunas reformas agrarias, pero no había abordado los verdaderos problemas de la sociedad española, un desarrollo del Estado a fin de lograr la justicia impositiva, eliminación del caciquismo, eliminación de ascendencias de la Iglesia y el ejército sobre los Ministros y el Rey, eliminación de los millones de parados en el campo. Se había quedado en intentos de reforma de la propiedad, ampliaciones del sufragio, deseos de eliminación de privilegios de la Iglesia, y deseos de reforma del ejército para ponerlo al servicio del Estado español. No se le podía atribuir ningún cambio decisivo.

Y frente al poder de la burguesía, el ejército y la Iglesia, habían surgido los partidos protesta: el socialista, el comunista y el antipartido anarquista, que denunciaban con razón los males del liberalismo, pero no aportaban soluciones razonables a los españoles.

Ante una situación política desesperada, en la que ningún partido político satisfacía las aspiraciones de los españoles, entre éstos había surgido un deseo de hacer tabla rasa, y a ello lo denominaban “república”. Todo debía ser reformulado de nuevo: desde la Constitución, hasta el reparto de la tierra, la política laboral, las relaciones Iglesia-Estado, el sentido del ejército, la jefatura del Estado, y otras muchas cosas. La república sería el sistema que debía enmendar los males del pasado. Los moderados liberales pasaron a ser republicanos moderados. Los liberales pasaron a ser republicanos progresistas. Los republicanos reformistas, que estaban en el punto álgido de su sentido histórico, no supieron teorizar el momento que estaban viviendo. Y los republicanos independentistas no tenían sentido, salvo el de romper el cacharro y esperar a ver qué resultaba de sus pedazos.

Por su parte, los revolucionarios anarquistas, socialistas “de clase”, y comunistas, querían una revolución, pero cada uno la suya, y estaban dispuestos a matar por ello, empezando por matar a los partidarios de las revoluciones distintas a la suya, continuando por matar a los beneficiados por los viejos privilegios. Y racionalmente, para llegar a la conclusión de la necesidad de matar y matar, no se necesitan políticos.

     Cuando se decía “república”, no se trataba de cambiar simplemente la monarquía por la república, sino que el tema era mucho más complejo. La monarquía había dado pruebas más que sobradas de incompetencia y corrupción, y todos estaban de acuerdo en cambiarla, excepto las clases que se beneficiaban del sistema. La mayoría de los españoles estaba dispuesta a abolir la monarquía. Pero nadie les estaba aportando el modelo de Estado que debería sobrevenir y que fuera justo para todos. Faltaban teóricos con moralidad y fondo de pensamiento. Se iría a la república, pero a partir de ese momento, nadie sabría qué resultaría de ello, y cómo habría de ser el nuevo modelo de convivencia. Y no era posible aplicar los modelos conservadores al tiempo que los revolucionarios, ni era posible aplicar a la vez todos los modelos revolucionarios porque eran incompatibles entre sí. Se iba a cambiar la Monarquía por la República, pero no estaba definido qué iba a ser la República. O quizás había múltiples definiciones, todas contradictorias y enemigas entre sí. El panorama es terrorífico para el estudioso de la historia, y debía ser abrumador para el ciudadano al que le tocaba vivirlo.

Muerte de Primo de Rivera.

El 16 de marzo de 1930 murió Primo de Rivera en París. Era un suceso intrascendente en España. Tres meses después de su marcha, ya estaba olvidado por casi todos. Sólo el general Sanjurjo le fue fiel hasta la muerte.


[1] Gabino Bugallal Araújo, 1861-1932, II conde de Bugallal, 1912-1932, era un terrateniente de Pontevedra, con muchas fincas en Orense, hijo de un líder del Partido Conservador que había sido Alcalde de Puenteareas y Gobernador de Orense. Estudió Derecho en Santiago y en Salamanca, y pasó a Madrid para ponerse a disposición de Cánovas del Castillo. En julio de 1903, fue Ministro de Instrucción Pública para Fernández Villaverde, un hecho crucial en su vida, pues asumió la fe en la necesidad del equilibrio presupuestario. Después, fue del grupo de Antonio Maura. Y a partir de 1912, se pasó al grupo de Eduardo Dato, para el cual fue Ministro de Hacienda en octubre de 1913 y en junio de 1917. Destacó por defender la idea del equilibrio presupuestario, y en ese propósito promovió la Ley del Impuesto de Sociedades, una ley revolucionaria en España que hacía cotizar a las empresas, y la Ley de Reforma del Régimen Tributario de 29 de abril de 1920, que fueron un éxito indudable al paso del tiempo. Pero en pleno éxito, Eduardo Dato acabaría con el conde de Bugallal, porque le encargó el Ministerio de Gracia y Justicia, y luego el de Gobernación, en un momento en que había terrorismo en Barcelona, y Severiano Maretínez Anido practicaba un terrorismo de Estado mediante la Ley de Fugas. El criterio político se impuso a la moralidad, y se decidió que eran necesarios los votos de Cambó y sus empresarios catalanes, para sacar adelante las reformas que España necesitaba. El asesinato de Dato en 8 de marzo de 1921, hizo fracasar el proyecto, y Bugallal se encontró en la peor de las situaciones, pues la culpabilidad en el terrorismo de Estado pesaba más que sus éxitos en Hacienda. Y entonces, llegó el juicio de responsabilidades de El Annual, y Bugallal estaba implicado como Ministro del Gobierno de 1921. Bugallal dimitió de su cargo de Presidente del Congreso de Diputados el 1 de diciembre de 1922, y provocó la crisis de Gobierno de Sánchez-Guerra. A partir de ese momento, Sánchez-Guerra fue enemigo de Alfonso XIII, y Gabino Bugallal el más firme defensor del Rey. Bugallal se puso de parte del Dictador en 1923. Pero en 1924, se dio cuenta de que la Dictadura iba para largo y no cumpliría sus promesas de restaurar el orden constitucional, y tomó una postura difícil, la exigencia del fin de la dictadura, y la defensa del Rey, lo cual era un equilibrio casi imposible. Por eso, Alfonso XIII le hizo Jefe del Partido Conservador tras la caída de Primo de Rivera. Bugallall era el líder de la facción de los “puros”, la derecha de los conservadores, y como líder de muchos diputados de Pontevedra, Orense y sur de Lugo, tenía un peso importante en el congreso de Diputados. El 14 de abril de 1931, tras el triunfo de la República, Bugallal perdió todas sus influencias políticas. Consultado en Juan Pro Ruiz, Gabino Bugallal Araujo. Real Academia de la Historia.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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