EL FINAL DE LA DICTADURA ESPAÑOLA EN 1930.

Contenido esencial: la oposición a Primo de Rivera, el PSOE abandona al dictador, el PSOE contra los republicanos, el juicio a Sánchez-Guerra, Alfonso XIII contra Primo de Rivera, la dimisión de Primo de Rivera, Dámaso Berenguer Fusté, causas de la caída de la Dictadura, alternativas en enero de 1930.

         La oposición a Primo de Rivera.

     La eliminación de Primo de Rivera era posible en 1930:

En primer lugar había un descontento militar: El intento de golpe de Valencia en enero de 1929, demostraba que tampoco el ejército estaba con el Dictador. En agosto de 1929, la Junta de Defensa de Oficiales de Barcelona emitió un panfleto en el que pedía el fin de la familia Borbón y el envío del ejército a los cuarteles. Se constituyeron en Asociación Militar Revolucionaria. El ejército se había ido cansando progresivamente de la Dictadura. En principio estuvieron contentos con ella en 1923, cuando se les nombró Delegados Gubernativos Provinciales, en sustitución del Gobernador Civil de cada provincia, pero eso tenía un coste, la implicación en política, sobre todo en las políticas locales. El tema de los ascensos desagradaba también a los militares. El ascenso único por antigüedad, de escalas cerradas, fue eliminado en 1926 y sustituido por un ascenso por méritos y designación de la superioridad, con lo cual quedaron a expensas de la voluntad del Dictador. Artillería, que había defendido siempre el ascenso de escala cerrada, llegó a crear células clandestinas a favor de un régimen liberal, constitucional y parlamentario, que respetara la soberanía del pueblo. Algunos oficiales llamaron traidor al Rey, que les había prometido el sistema único de ascenso por antigüedad. Algunos cadetes de Segovia habían cantado La Internacional, himno de los republicanos españoles, y habían roto algunos bustos del Rey. Queipo de Llano y López Ochoa se declararon republicanos cuando llegó el momento en que ellos creían que les tocaba ascender y habían sido postergados. El Estado Mayor de Marina fue destituido por el Dictador y la Marina se incomodó mucho.

En segundo lugar, había un descontento de los intelectuales: Los intelectuales empezaron a abandonar a Primo de Rivera porque éste contestaba a todos sus artículos en los periódicos, pero jamás cambiaba una decisión aunque se le demostrase que estaba equivocado. Entre los intelectuales contrarios al dictador, destacaban los juristas porque Primo de Rivera tenía la teoría de que las cosas a menudo había que hacerlas en contra de la letra de las leyes e incluso en contra de los propios decretos hechos por él mismo. El descontento de los intelectuales fue incrementado por el dictador de modo gratuito: El 3 de febrero de 1929, Primo de Rivera equiparó los estudios impartidos por religiosos de Deusto y El Escorial a los universitarios civiles. Toda la Universidad se le puso en huelga ese mes. El 16 de marzo fue cerrada la Universidad de Madrid (que fue reabierta en octubre) y también otras universidades (reabiertas en 1 de abril). Los estudiantes fueron castigados a perder matrícula y volver a pagarla. La mayoría del profesorado se puso en contra de Primo de Rivera. Protestaron José Ortega y Gasset, Felipe Sánchez-Román Gallifa, y Luís Jiménez de Asúa en Madrid, Fernando de los Ríos en Granada, Alfonso García Valdecasas en Salamanca. Primo de Rivera acabó perdonando el pago de la matrícula a los estudiantes.

Los estudiantes fundaron un sindicato no católico, Federación Universitaria Española FUE, que se oponía a Primo de Rivera. Estaban en contra de que las Universidades privadas, que en España eran de curas y frailes, dieran títulos como las estatales, porque ello significaba un coladero por el que los religiosos obtenían titulaciones sin el debido contraste probado frente al resto de la sociedad. No es que algunos religiosos no tuvieran el nivel adecuado, sino que se abría el camino para que los que no tenían nivel accedieran a las cátedras. Entre los críticos a esta medida, Miguel de Unamuno, expulsado de la Universidad, se convirtió en uno de los profesores preferidos de estos estudiantes. Unamuno fue desterrado a Fuerteventura de donde huyó para ir a vivir a Francia. Primo de Rivera encarceló estudiantes, canceló cursos, y escribió despectivamente de profesores y estudiantes abriendo una brecha insalvable entre él y los intelectuales españoles.   Además de Unamuno, despojado de su cátedra de Griego, renunciaron a las suyas los catedráticos de Madrid: Ortega y Gasset de Filosofía, Felipe Sánchez Román de Derecho Civil, Fernando de los Ríos de Teoría Política, Luis Jiménez de Asúa de Derecho Penal. El escritor Valle Inclán fue censurado.

     El 6 de febrero de 1929 murió María Cristina de Habsburgo Lorena, la madre del Rey. Era una pérdida importante, porque era una intelectual, cuyo buen criterio salvaba a Alfonso XIII de muchos errores. Ningún Borbón se había mostrado demasiado inteligente en España.

En tercer lugar, había un descontento de los partidos políticos que habían sido suprimidos: el Partido Moderado, el Partido Liberal, y el Partido Reformista. A ellos se sumó el Partido Republicano Radical de Lerroux un partido de corte antiguo, cristiano, moderado, de derechas, que aparecía como revolucionario en tiempos de Primo de Rivera pero irá tomando su verdadero papel moderado durante los años de la República.

La CNT se radicalizó, y un grupo extremista creó en 1927 Federación Anarquista Ibérica, FAI, con el propósito de llevar la violencia hasta la destrucción del Gobierno. El estado de excepción y el somatén tenían controlados a los cenetistas, y entonces surgió el grupo FAI. Eran dos violencias radicales enfrentadas.

Ante las prohibiciones al catalanismo, los catalanistas reaccionaron febrilmente en favor de su lengua, y decidieron no hablar más que catalán, lengua que identificaban con libertad y bienestar, frente a las imposiciones de la dictadura. Aprovecharon el victimismo para convencer a muchos catalanes. En noviembre de 1926, Francesc Maciá, de Estat Catalá, intentó una invasión de Cataluña desde Francia pagando a soldados de la Primera Guerra Mundial, pero fue detenido en Francia y condenado a dos meses de cárcel. Cambó, el millonario que dirigía la derecha catalanista, encontró que el cambio de 32 pesetas por libra perjudicaba a sus exportaciones, porque la peseta tenía una cotización real de 40 por libra. Aunque Calvo Sotelo insistió en una conspiración contra España de los financieros internacionales y de algunos banqueros españoles, no tuvo más remedio que dimitir ante la presión de la alta burguesía. En 1927, el republicano Antoni Rovira Virgili creó el periódico La Nau para revitalizar el movimiento independentista, y en 1928 creó el movimiento Acció Republicana de Catalunya, cuna de muchos partidos catalanes.

En 1929, los catalanistas percibieron que los españoles soñaban con la república, e hicieron campañas en favor del republicanismo. Acusaron a Lliga Regionalista de ser españolista y monárquica, y así le robaron muchos votos catalanes. El gran ganador de este movimiento fue Estat Republicà, de Francesc Macià, que hablaba de conspirar contra Primo de Rivera. Y otro que se aprovechó del momento político fue Acció Catalana de Nicolau d`Olwer, el cual en agosto de 1929 se declaró republicano. En 1930, a la caída de la dictadura, Acció Catalana se transformó en un partido político republicano, demócrata, catalanista y liberal. Envió al Pacto de San Sebastián a Manuel Carrasco Formiguera. El partido estaba integrado por Jaume Bofill, Luis Nicolau d`Olwer, Antoni Rovira, Carles Jordá, Ramón Abadal y Leandro Cervera.

En las elecciones de 1931, Acció Catalana perdió las elecciones ante Esquerra Republicana de Francesc Maciá, y en marzo de 1931, se fusionó con Acció Republicana de Catalunya, y apareció Acció Catalana Republicana, cuyo sector moral e intelectual era liderado por los antiguos miembros de Acció Catalana.

Con mucho más estruendo mediático se conoció el pase a la oposición de José Sánchez-Guerra, el de Niceto Alcalá-Zamora, el de Miguel Maura una vez muerto su padre en 1925, integrándose los dos últimos en el campo republicano. Sánchez-Guerra era el líder del Partido Moderado. Alcalá-Zamora y Miguel Maura eran católicos convencidos y se entendía que los católicos tenían que ser de derechas y partidarios del Dictador. Se estaban rompiendo los moldes preestablecidos.

En cuarto lugar, había un descontento de los sectores económicos: La bonanza económica de los grandes empresarios contrastaba con los apuros de la pequeña y mediana empresa y de los obreros. Los gastos excesivos del Estado había que financiarlos, y ello se hacía bajando salarios, subiendo precios, e intentando que los obreros trabajasen más tiempo. A los mineros asturianos se les pidió una hora diaria más.

En agosto de 1929 el PCE celebró congreso en París, en el exilio, y se propuso fines utópicos y absurdos para sus fuerzas en ese momento, como formar un Gobierno obrero y campesino. Se trataba de dar ánimos a los núcleos de comunistas nacientes. Era propaganda de uso interno. El PCE era insignificante en 1929.

     El PSOE abandona al Dictador.

Y otro partido que aprovechó la nueva situación de 1929 fue el PSOEUGT. El PSOE había colaborado con Primo de Rivera a través de UGT, y esta relación había hecho fuertes a los socialistas frente a CNT, por la cantidad de convenios colectivos ganados por UGT a favor de los trabajadores. A pesar de sus grandes triunfos, el PSOE estaba cegado por la consigna irracional y marxista de que tenía que ser un partido “de clase”, lo cual le hizo perder la oportunidad de conseguir el Gobierno: El PSOE rechazó a los banqueros, industriales y comerciantes que simpatizaban con ideas de tipo liberal y social, ideales para los que odiaban la revolución marxista, pero gustaban de las reformas sociales en pro de la igualdad social. Pero el PSOE se empecinó en la idea de la lucha de clases, en lugar de evolucionar a la socialdemocracia. Prefería la violencia al diálogo.

En julio de 1929, Primo de Rivera estaba dispuesto a pactar con el PSOE, a aceptar todas sus condiciones, con tal de que se presentaran a la Asamblea Nacional Consultiva que inauguraría un nuevo régimen político. Pero los socialistas comprendieron que la Dictadura se estaba resquebrajando y no les convenía estar en el lado equivocado en el momento del derrumbe del edificio. El Proyecto Constitucional de Primo de Rivera tampoco les gustaba, por ser de origen antidemocrático y de regusto fascista. El único camino era acabar con la dictadura, convocar elecciones generales con sufragio universal y abrir Cortes constituyentes. La circunstancia aprovechada por el PSOE-UGT para romper con el Dictador, fue la negativa a conceder un presupuesto extraordinario contra el paro obrero.

El 11 de agosto de 1929, una reunión socialista rechazó la política de colaboración con Primo de Rivera en la Asamblea Nacional Consultiva. Largo Caballero se había informado previamente del estado de opinión dentro de los socialistas, y defendió con su vehemencia habitual en esta ocasión la postura de no colaborar, lo mismo que había defendido lo contrario hasta ese momento. Argumentaba que lo hacía porque Primo de Rivera no ofrecía libertad para la elección de los candidatos. El argumento era circunstancial. Largo Caballero cambiaba de chaqueta un minuto antes de que le condenaran por haber sido el líder de los colaboradores con la dictadura. Y como necesitaba un chivo expiatorio, Largo Caballero ofreció a Julián Besteiro para el sacrificio. Besteiro, un buen intelectual como filósofo, y un mal político que no entendió el socialismo, había defendido la colaboración justificándolo en una teoría personal, la de que había que colaborar con el poder establecido para poder obtener ventajas para los obreros y, una vez cambiado el parecer general de los socialistas, continuaba defendiendo lo que siempre había defendido. Besteiro insistió en el error de colaborar con una dictadura, y ello le hizo una víctima fácil. Besteiro argumentó que en 1927, los socialistas se habían opuesto a colaborar porque no había libre elección de los representantes, y en 1929, cuando se les ofrecía la libre elección, debían acceder a colaborar. Enrique de Santiago secundó el argumento de Besteiro. Pero Andrés Saborit se pasó al lado de Largo Caballero, viendo que la opinión mayoritaria había cambiado de parecer. El error de Besteiro puede que deba ser considerado un hecho capital en la historia de España, pues el PSOE no evolucionaría a la socialdemocracia hasta 1979.

El rechazo del PSOE a colaborar con el Régimen del Dictador, fue respondido por Primo de Rivera que, inmediatamente, prohibió las publicaciones socialistas.

El tema interesante en este punto de la historia es el cambio de opinión de Largo Caballero. Muchos historiadores dicen que fue oportunismo político, pues todos los partidos democráticos estaban en contra de Primo de Rivera, mientras el PSOE-UGT había estado con el Dictador hasta entonces. Y cuando se preveía que el Dictador iba a caer, lo propio de un arribista es sumarse a la mayoría, con cualquier pretexto. En 1929 ya había síntomas de que la Dictadura flaqueaba, pues los objetivos económicos no se conseguían, los objetivos políticos anunciados se cambiaban por otros sin haberse abordado, y los problemas sociales empezaban a ser evidentes. Los españoles ya habían perdido su fe en el Dictador, y el entusiasmo de primera hora había cambiado a desprecio. Por ejemplo, Primo de Rivera había prometido una reforma militar y lo único que veían los cuerpos de artillería es que se volvería a los ascensos a conveniencia del Poder Ejecutivo y sin respeto riguroso a la antigüedad. Otro ejemplo: en enero de 1929 había habido un intento de golpe de Estado en Valencia, liderado por José Sánchez-Guerra Martínez, un hombre ya septuagenario, lo que era una advertencia de que los políticos tradicionales no estaban conformes con la Dictadura. Y para confirmar la impresión, en 25 de octubre de 1929, un Tribunal Militar absolvió a Sánchez-Guerra. Otro síntoma de decadencia de la dictadura: una serie de grupos de derecha discrepaba de la política de Primo de Rivera, los patronos porque no les gustaba la legislación cooperativista, la Iglesia porque no había obtenido el control de todos los niveles de la enseñanza como pretendía desde 1923, y porque subsistía la ILE. No le bastaba a la Iglesia el que en 1928 se hubiera autorizado a las Universidades Católicas a ofrecer sus títulos con valor similar al de las Universidades estatales civiles, lo que suponía que los frailes y monjas podían obtener títulos que les hicieran acceder a cátedras con facilidad, ante lo cual habían protestado las Universidades civiles y los estudiantes de esas Universidades. Un síntoma más: la cosecha de 1928 fue mala, y las dificultades para los campesinos fueron las mismas que antes de la Dictadura, sin que las pregonadas soluciones de Primo de Rivera significaran nada. Nuevos datos: la balanza comercial era negativa y las salidas de capital eran importantes, y ya habían pasado cinco años desde que Primo de Rivera anunciase que España no necesitaría nada de países extranjeros, lo cual se demostraba falso. Un último síntoma: la peseta se depreciaba en el extranjero.

Había pues motivos para desconfiar de la continuidad normal de la Dictadura. Otro motivo del cambio de opinión de Largo Caballero era que los obreros de UGT, su gran baza política, habían cambiado de opinión y, en 1929, se manifestaban en contra del Dictador. El líder de UGT tenía que hacer algo, o perdería el liderazgo, que era su bien más preciado. SOMA fue a la huelga porque se estaban perdiendo puestos de trabajo en las minas asturianas, y es que la política de proteger el carbón de poca calidad y caro, está condenada a fracasar, y era el caso español. Manuel Llaneza Zapico y Ramón González Peña convocaron a la huelga, y la sorpresa fue que estos dirigentes moderados fueron superados por la acción de los mineros, y cuando Largo Caballero les ofreció una solución corporativa, como las que prometía Primo de Rivera, los mineros se volvieron contra Largo Caballero. En efecto, pretender que los mineros se hicieran cargo de empresas quebradas, no era presentable.

En resumen, Largo Caballero entendió que estaba a punto de ser depuesto por sus obreros, aquellos de los que decía que eran su apoyo, y decidió cambiar de bando un minuto antes de que le dieran la patada. El cambio de opinión de Largo Caballero es explicable, pero moralmente inaceptable, pues presentaba el principio grouchiano de “si no les gustan mis principios, tengo otros”.

 A raíz de todos estas consideraciones, surge otra pregunta: ¿y por qué Besteiro mantuvo sus opiniones en favor del Dictador, cuando el edificio se tambaleaba? En este caso, estamos ante un intelectual que se había equivocado al aceptar una dictadura como medio para sanear la vida política y económica española, y ante un moralista que creía digno el mantener sus opiniones aun en tiempos difíciles. Volvió a cometer un segundo error, el de no rectificar. Tal vez no se paró a analizar la realidad política, económica, militar y religiosa de España en 1929, y se mantuvo en los análisis hechos en 1923. Lo más seguro es que hubiera dogmatizado el principio de que España necesitaba una revolución burguesa previa a la revolución socialista, una revolución que debían hacer los burgueses, y no hubiera analizado que la dictadura era un retroceso de tipo regeneracionista, de vuelta a posiciones medievales o del siglo XVIII, cuando la revolución burguesa debía ir hacia adelante. Tampoco revisó sus posturas ideológicas y políticas, cuando tantas cosas habían cambiado de 1923 a 1929: había aparecido el laborismo, y había aparecido el fascismo. Besteiro era republicano y demócrata, y era marxista. Por lo tanto, debería haber analizado mejor el papel de una dictadura apoyada por el Rey. Y también debería haber estado atento a los descontentos que surgían a partir de 1927. Pero su dogmatismo le llevó a no participar en lo que creía que era un movimiento burgués, y a decir que el socialismo debería estar atento al momento del fracaso burgués, o catástrofe final del capitalismo. Era un error, porque en esa espera, abandonaba a las fuerzas que debían hacer la revolución, los republicanos, los liberales e incluso a gran parte de los socialistas de PSOE-UGT. En efecto, a Besteiro le habían salido enemigos interiores, como Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, que proponían que el PSOE colaborase con los republicanos y que decían ambos que ellos no eran marxistas. Pero ambos habían analizado mejor la situación, y preveían un fracaso de la Dictadura, en cuyo momento se impondría un régimen político distinto, en el que el PSOE tenía que liderar.

Besteiro fue un error que resultaría definitivo para la historia de España, cuando dijo que había que aceptar la propuesta de Primo de Rivera, y tirar la dictadura desde dentro. Largo Caballero dijo que no se podía seguir participando en un régimen antidemocrático. Y así resultaba que el principal colaborador con la dictadura, Largo Caballero, aparecía acusando a Besteiro y a los socialistas moderados de colaboracionismo.

     El PSOE en contra de los republicanos.

Una vez que los socialistas observaron el ambiente general a favor del republicanismo, se sumaron al carro republicano. Eran los finales de 1929. Entonces sufrieron un revés: los republicanos de siempre les vieron como advenedizos, como los colaboradores con la Dictadura que habían sido, como elementos de los que había que desconfiar. Y todo ello, a pesar de que el PSOE era mayoría en la izquierda y siempre se había declarado republicano. Los socialistas hicieron cientos de asambleas en las que defendían su labor en los Comités Paritarios, pero la CNT aprovechó también la circunstancia para acusar a UGT de colaboracionismo con la dictadura. Y el resultado fue que UGT apenas progresó en afiliados durante el periodo dictatorial: En 1923, tenía 210.977 afiliados en 1.275 secciones socialistas. En 1929, tenía 228.501 afiliados en 1.511 secciones.

     Es cierto que el partido en sí, el PSOE, triplicó sus afiliados, desde los 5.400 de 1924, a 8.555 en 1925, y hasta 12.757 en 1929, pero este crecimiento se puede atribuir al impulso de todas las sociedades por arrimarse a los vencedores y gobernantes que reparten cargos con buen sueldo y poco trabajo. Creemos que lo más significativo era el escaso crecimiento de UGT, aunque estaba ganando uno a uno todos los recursos judiciales contra las patronales. En Extremadura y Andalucía, los ugetistas hablaron contra la política de Acción Directa, y pidieron la expropiación y el reparto de los latifundios, pero sin una entrega directa y gratuita, sin condiciones, como lo estaba pidiendo CNT, mucho más populista, y más irracional, pero a la gente le importa poco la irracionalidad, cuando se trata de obtener riqueza. En Levante, Aragón y Castilla el PSOE habló de que los socialistas no eran enemigos de la pequeña propiedad, pero tampoco lograron convencer a los agricultores. Y así, el sindicato UGT permaneció en los sectores industriales, y perdió las masas campesinas.

     Pero el conjunto de revolucionarios necesitaba del PSOE. La conjunción de minorías republicanas, anarquistas y catalanistas, sabía que si el PSOE se sumaba a la rebelión, ésta se convertiría en masiva. Y una vez en marcha la revolución, ya se vería quien se llevaba el gato al agua.

Aprovecharon los comunistas y CNT para proponerle al PSOE una alianza entre las tres fuerzas, una alianza que impusiera la república por la fuerza, y que fuera una república socialista. Se estaba jugando con los múltiples significados de socialismo, y el PSOE entendió enseguida que no se trataba de su idea de socialismo. El PSOE no aceptó lo que era ir a socialismos revolucionarios no sostenibles. Igualmente, el PSOE rechazó las propuestas republicanas de imponer una república por la fuerza, tras lo cual ya se vería qué se hacía posteriormente, porque no quería colaborar a instaurar una república burguesa. Teodomiro Menéndez, Fernando de los Ríos e Indalecio Prieto eran partidarios de colaborar con los republicanos burgueses en la instauración de la socialdemocracia, pero eran una minoría en el PSOE.

El PSOE hablaba de un socialismo “de clase”, pero creía en la necesidad de una etapa intermedia burguesa entre la sociedad antigua y el socialismo del futuro, en una transformación lenta de la sociedad, evitando los traumas que la proposición comunista y anarquista suponía.

El PCE creía en la necesidad de la toma inmediata del poder por el proletariado, utilizando la fuerza para imponer la dictadura del proletariado, es decir, convertir a todos en proletarios, quisieran o no, para que echara a andar un nuevo sistema de convivencia humana.

Los anarquistas, o socialistas libertarios y comunistas libertarios, querían la toma del poder para destruirlo y crear en su lugar comunas de trabajadores libres.

El mensaje que el PSOE envió a la sociedad española en 1929 no era el adecuado: para un socialismo de clase, ya estaba el PCE; para un programa reformista, ya estaban los republicanos; y la propuesta de una socialdemocracia no era aceptada dentro del PSOE, ni era entendida, ni la sabían explicar.

         El Juicio a Sánchez-Guerra.

Primo de Rivera entró en pánico a finales de 1929, y se puso a elaborar una serie de planes que resultaron confusos y contradictorios: el Real Decreto de 9 de febrero de 1929 puso en estado policial a toda España. Se iniciaba la fase final de la dictadura, pero todavía resistiría un tiempo. Los últimos tres meses del Gobierno de Primo de Rivera, de noviembre de 1929 a fines de enero de 1930, fueron muy duros para el Dictador. Se pueden calificar de angustiosos:

En octubre de 1929 se celebró un juicio a Sánchez- Guerra y los abogados de la defensa pidieron la absolución basándose en la ilegitimidad del Gobierno de Primo de Rivera. El juicio no pudo ser más significativo sobre el ambiente en que vivían los españoles en 1929. En octubre de 1929, Sánchez-Guerra fue absuelto del delito de sedición, por su intento de rebelión en 29 de enero de 1929 en Valencia. Su defensa argumentaba que Sánchez-Guerra sólo pedía el restablecimiento de la Constitución y de la legalidad, y no se había rebelado contra ninguna de las dos cosas, sino al contrario.

El 22 de noviembre de 1929 se hizo pública la absolución de Sánchez-Guerra del delito de rebelión, con el alegato de que se había levantado en su derecho a la libertad de expresión. Era un varapalo para quien se había levantado contra la Constitución en 1923, Primo de Rivera. A partir de ese momento, Primo de Rivera dijo que no había plazos fijos para su Proyecto Constitucional. El 14 de diciembre fijó los plazos. Pero el 15 de diciembre desistió de hacerla. Lo que sí dijo fue que nunca abandonaría el poder hasta tener un mecanismo político que asegurara la continuidad de la monarquía, pero que nunca sería parlamentario. El sistema se cerraba sobre sí mismo.

Alfonso XIII contra Primo de Rivera.

A fines de diciembre de 1929 hubo una cena de ex Ministros y hombres de negocios en el Restaurante Lhardy, y Primo de Rivera presentó un plan de actuación: el Rey designaría en tres meses un Gobierno de Transición dirigido por un civil, que tendría que ser una persona de derechas y monárquico, por supuesto. La Asamblea Nacional Consultiva seguiría funcionando hasta septiembre de 1930, y para esas fechas, estaría elegida una nueva Asamblea de 500 miembros, la mitad senadores y la mitad diputados, que sería la base del nuevo sistema de poderes.

Al Rey no le pareció viable esta salida que insistía en la continuidad del sistema, y no sería aceptada por nadie. El Rey empezó a hablar de restaurar la Constitución de 1876 y de acabar con las discrepancias internas en el ejército. Estaba intentando salvar su cabeza. Había propiciado un golpe contra la Constitución en 1923, y ahora pretendía ser el adalid de los constitucionalistas. Hay límites para cualquier postura política, a pesar de que los políticos se crean que no existen los límites. “No se puede engañar a todos, todas las veces”.

El 31 de diciembre de 1929 se reunió el Gobierno con el Rey. Alfonso XIII vio a Primo de Rivera confuso y agotado. Sólo hablaba de retirarse con dignidad. Primo de Rivera pedía un acto decidido del Rey a fin de que el pueblo español se reconciliase con él. Ese acto podía ser la proclamación de la Constitución de 1876. El Rey pidió unos días para madurar el plan. Primo de Rivera era consciente de que estaba completamente solo, y de que estaba acabado. Creía que las clases aristocráticas le odiaban, que los conservadores estaban en su contra, que la Iglesia no le apoyaba, que la banca, la industria, las patronales, los funcionarios y la prensa le habían abandonado.

Primo de Rivera estaba física y psicológicamente agotado. Ya en 1928 había manifestado que necesitaba abandonar el Gobierno porque tenía mala salud. Afirmó que no podría aguantar otros cinco años. Pero, como hacen todos los dictadores, no podía retirarse por una serie de razones: Quería retirarse aclamado por la multitudes, porque se creía un salvador de España, y nunca iba a permitir que pareciera una rata que huye. Su popularidad iba en declive, y no lo entendía. Quería designar un sucesor que continuara su obra, pero no lo encontraba. No encontraba una salida para la Dictadura. No quería elecciones porque las elecciones eran liberales burguesas, el sistema contra el que se había levantado. La única solución que encontró fue hacer un plebiscito, aprobar un Proyecto Constitucional que asegurara la persistencia de su modelo de Estado, y hacer unas Leyes anexas a ese Proyecto Constitucional que dejaran todo seguro y cerrado. Era imposible la salida. Y por eso, los tres meses últimos de su mandato fueron horribles para él.

El 30 de diciembre de 1929, Primo de Rivera tenía un nuevo proyecto político, una nueva Asamblea Nacional, como la que había anunciado en septiembre de 1926 y había funcionado desde octubre de 1927 a junio de 1929. La novedad era que esta vez sería constituyente, pero no era tanta novedad, pues ya se había hablado de ello en 1926. Es decir, se volvía al proyecto de un parlamento de cámara única, de 500 miembros, que debía ser constituyente a fin de inventar un régimen político nuevo que sucediera a la dictadura, para lo cual calculaba que necesitaría unos tres años. El Rey se pidió unos días para estudiarlo, es decir, que no tenía confianza plena en Primo de Rivera.

Entonces se tanteó a la Universidad y la intelectualidad del país. Pero Saínz Rodríguez ya se había opuesto a la dictadura en 1924; Unamuno había sido desterrado; Valle Inclán estaba arrestado; Marañón había sido multado injustamente tras la sanjuanada de 1926; la FUE estudiantil se oponía a la dictadura; el colegio de abogados y el Ateneo de Madrid se mostraron en contra; en el ejército había una nueva conspiración en ciernes, en la que intervenían Miguel Villanueva y el general Goded. Y a todo ello, se sumaba un descontento popular por los primeros síntomas de la crisis, la inflación. Calvo Sotelo advirtió de la gravedad de la crisis inflacionista, y dimitió.

El 31 de diciembre de 1929 Primo de Rivera decidió en privado acabar con su dictadura. Cuando el 2 de enero de 1930 el Rey rechazó el Proyecto Constitucional de julio de 1929, estaba indicando que ya no tenía confianza en Primo de Rivera.

     La dimisión de Primo de Rivera.

La realidad militar en enero de 1930 era muy distinta de lo que Primo de Rivera esperaba: El general Manuel Goded Llopis, y el comandante Ramón Franco Bahamonde estaban negociando con los republicanos y constitucionales de varios partidos, un levantamiento para el 24 de enero de 1931, fecha que se aplazó porque se supo que iba a dimitir el dictador, y nunca hubo rebelión. Los golpistas se equivocaron al abandonar, porque los generales Dámaso Berenguer Fusté y Leopoldo Saro Marín, restablecieron la Constitución de 1876, pero gestionada por un nuevo Directorio Militar.

Primo de Rivera pidió la destitución del Capitán General de Andalucía, Carlos de Borbón y Borbón Dos Sicilias, el cual estaba casado con María de las Mercedes, la hermana de Alfonso XIII, porque había estado complicado con el fallido levantamiento de Manuel Goded. Era un conflicto con la familia real. Y los militares le contestaron que sólo aceptaban órdenes del Rey, su Jefe natural. Al Rey no le gustó nada el conflicto en el que le involucraba Primo de Rivera y, en conversación privada, le pidió su dimisión. El Dictador se negó a presentarla.

El 26 de enero de 1930, Primo de Rivera llamó a consulta a los Capitanes Generales para dialogar sobre si debía seguir o no. Les dijo que él había asumido el poder en 1923 a petición de los militares. Pero los generales sabían que esto era falso, y que la mayoría había esperado en 1923 la decisión del Rey, y habían seguido las consignas del Rey. La pretendida aclamación del Dictador era imaginaria. Primo de Rivera les pidió a los militares una manifestación de confianza en su persona. Y dijo que si no se la ofrecían, dimitiría cinco minutos después de saberlo. Era el órdago final. No hubo manifestación militar de apoyo al Dictador.

El Rey se disgustó, porque esa conducta atribuía la soberanía al ejército, cosa que era lo que realmente creía Primo de Rivera, mientras Alfonso XIII creía que la soberanía le correspondía al Rey. Ninguno opinaba que la soberanía le correspondía en exclusiva a los españoles. El 27 de enero, sólo José Sanjurjo y Enrique Marzo Balaguer mostraron su adhesión al dictador. Los demás generales mostraron adhesión al Rey pero no a Primo de Rivera, es decir, manifestaron que debía ser el Rey quien tomara la decisión. Valeriano Weyler incluso denunció la atribución de la soberanía al ejército como una irresponsabilidad de Primo de Rivera.

En 27 de enero de 1930, el Rey envió al Ministro de Hacienda, Francisco Moreno Zuleta conde de los Andes, a llevarle a Primo de Rivera la petición oficial de su dimisión. Moreno Zuleta venía de ser Ministro de Economía Nacional desde 3 de noviembre de 1928 a 21 de enero de 1930, y decidió cambiar el nombre de su Ministerio de Economía Nacional, por el de Ministerio de Hacienda, pero a los pocos días fue sustituido por Sebastián Castedo Palero, que volvió a tomar el denominativo de Ministerio de Economía Nacional.

Y el28 de enero de 1930, martes, Primo de Rivera dimitió. No lo hizo en silencio, sino que envió un comunicado a El País diciendo que dimitía “para no crear problemas al Ejército y la Marina, que deseaba paz y trabajo y cultura para el pueblo español”, y terminaba diciendo que “la libertad necesitaba ir acompañada por guardias civiles, y que él se iba a descansar y reponerse de los nervios”. Murió en París el 16 de marzo de 1930.

         Dámaso Berenguer.

El 28 de enero de 1930, el Rey encargó al general Dámaso Berenguer Fusté que preparara la vuelta al constitucionalismo. El 30 de enero de 1930, Berenguer convocó elecciones a Cortes para 1 de marzo de 1930, pero no eran constituyentes.

El 27 de febrero de 1930, el líder del Partido Conservador, Sánchez-Guerra, dio un mitin en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, el primero en libertad política en siete años, y dio a entender que Primo de Rivera había traicionado a España con el apoyo de Alfonso XIII, y que las próximas elecciones debían ser constituyentes, porque la monarquía había decepcionado a los españoles.

Reaccionó Bugallal, también líder del Partido Conservador, exculpando al Rey, y apoyando a Dámaso Berenguer. Todos sabían que la caída de Primo de Rivera iba a tener consecuencias graves.

     Causas de la caída de la dictadura.

Primo de Rivera creía que sus errores habían consistido en no acabar de redactar su Constitución, pues ello le hubiera permitido someterla a votación popular, y estaba seguro de que hubiera ganado esa votación. El proyecto se parecía mucho al de Mussolini. Esta falta de decisión, le habría llevado al estancamiento, y el quedarse parado significó su caída. También pensaba que no había sido capaz de conectar con la modernización del país, lo cual le había alejado de las nuevas generaciones, y eso significó una pérdida de apoyo progresivo de forma natural.

Pero la caída de Primo de Rivera en 1930 fue saludada con alegría popular. Y debemos buscar causas más convincentes del hecho:

La Dictadura era incapaz de asumir políticamente el cambio, la evolución. Creía que estaba fundamentada en principios eternos, válidos en cualquier circunstancia, lo cual es una falsedad, o simplemente ignorancia, pues el mundo está en continuo cambio, y los Gobiernos deben adaptarse todos los días a las nuevas circunstancias teniendo en cuenta, en cada uno de los cambios, el corto, medio y largo plazo, para dar sentido a las acciones de Gobierno. Por ello el 16 de diciembre de 1928, un artículo de El Socialista, firmado por Gregorio Marañón, preveía el final del sistema político vigente.

El progreso económico y social español actuaba en contra de la popularidad de la Dictadura: El régimen político era incapaz de integrar a los nuevos fenómenos económicos y a las nuevas fuerzas sociales que estaban apareciendo. El problema era que la dictadura tenía fundamentos no democráticos, y una sociedad más avanzada suele pedir más democracia, más libertades y derechos. No se trataba de una rebelión contra la crueldad y la represión, porque la Dictadura de Primo de Rivera no era cruel, no practicaba el terror ni la represión, salvo con minorías comunistas y anarquistas. Era, simplemente, que la sociedad no aceptaba los métodos no democráticos.

Uno de los primeros ámbitos en sentirse la incapacidad de la Dictadura para su adaptación a la vida real, fue la Universidad. Algunos profesores se dieron cuenta del absurdo de limitar la libertad, cuando era preciso criticar el atraso social. Y mucho más absurdo les parecía que el Dictador dijera, con aires paternalistas, que se hacía por guardar el orden social y el bien de todos los españoles. El problema lo vieron Miguel de Unamuno,  Marcelino Domingo, Jiménez de Asúa y otros profesores. Y algunos de ellos estaban decididos a liderar un cambio político.

En el nuevo ambiente, se produjeron contradicciones como que una de las fuerzas conservadoras como la monarquía, que apoyaba a la Iglesia en su campaña contra que la mujer mostrara su cuerpo, creara la colección de fotos y películas pornográficas más importantes del momento. Alfonso XIII se pasaba muchas horas haciendo y contemplando películas pornográficas.

Los estudiantes habían cambiado. Hasta 1920, los universitarios eran hijos de clases altas, de familias nobles, salvo los que accedían a través de la Iglesia, que seleccionaba las buenas cabezas y las hacía progresar intelectualmente con ánimo de tener buenos defensores del catolicismo en la sociedad y en la política. Pero en 1930, la mayoría de los estudiantes eran de clases medias. Incluso la mujer de clase media presumía de “mujer moderna” porque iba a la Universidad, y la familia se presentaba orgullosa de ello. Los centros privados empezaron a ser de categoría inferior, cuando antes habían sido el deseo de cualquier señorita. Y algunos estudiantes rechazaban la moral tradicional e incluso hablaban de amor libre y de nudismo.

La mujer estaba a punto de incorporarse a la Universidad: La gallega Concepción Arenal Ponte, 1820-1896, fue la primera mujer que asistió a la Universidad, en 1841-1846, pero tuvo que figurar como hombre. María Elena Maseras Ribera fue la primera a la que se permitió en Barcelona, en 1872, matricularse como estudiante mujer, si bien se la asignó un asiento en la tarima del profesor y lejos de los estudiantes hombres. Al terminar su carrera, se negaron a permitirle ejercer la medicina. Hasta 1910, sólo 36 mujeres habían finalizado una licenciatura universitaria, y sólo 8 se habían doctorado. Pero las cosas estaban a punto de cambiar: En 1940 las mujeres eran el 12,6% de los estudiantes. En 1970, eran el 31% de los estudiantes universitarios. En 2000, eran el 53% de los estudiantes universitarios.

Los estudiantes de los años veinte rechazaban las políticas tradicionalistas y los modos tradicionales de educación, vestido, y formas sociales. El fenómeno incomodó mucho a las clases conservadoras, que hablaron de pecado, de influencias de Moscú, y de otras explicaciones más o menos irracionales. Los obispos y el Papa no entendieron para nada el nuevo fenómeno social, y se conformaron con declararlo pecado.

En enero de 1927, los estudiantes fundaron Federación Universitaria Escolar FUE, y desde entonces, la Asociación Católica de Estudiantes ACE, fue perdiendo seguidores de forma exponencial. Las clases conservadoras y estudiantes reaccionarios, estaban asustados. Y FUE se identificó con los republicanos, porque los partidos conservadores les atacaban.

En marzo de 1928, los estudiantes hicieron huelga. Era la primera vez que eso ocurría en España, e impresionaron a la gente corriente, que no lo entendía. Era imposible explicar que alguien que no trabajaba, hiciera huelga. El motivo de la huelga era que el Gobierno había suspendido la actividad del profesor Jiménez de Asúa porque había dado una conferencia sobre control de la natalidad, lo cual era un tema tabú para la Iglesia.

Los líderes de los estudiantes eran profesores contrarios a la Dictadura: el catedrático de Derecho en Granada Fernando de los Ríos Urruti, el médico madrileño Gregorio Marañón Posadillo, el hasta 1920 catedrático de química y farmacéutico de Salamanca José Giral Pereira, el abogado madrileño Luis Jiménez de Asúa, los cuales crearon Liga de Educación Social, organización que trataba de movilizar a la sociedad española, los obreros, las mujeres, la juventud, en pos de una nueva actitud en pro de los valores del individuo y de la sociedad de tipo liberal y social. De esta forma, la Universidad de 1929 estaba en plena rebelión de conciencias.

Cada vez había más españoles alfabetizados y más estudiantes en bachillerato, y hasta se duplicaron los alumnos universitarios entre 1923 y 1929. Y empezaban a verse cosas nuevas: había literatura pornográfica, literatura política, bailes completamente rupturistas con la tradición, como el tango y el charleston, cines, y todo ello daba formas nuevas de pensamiento. Por muy bien que le pareciera a la Iglesia el mantenimiento de las viejas costumbres, la sociedad estaba cambiando, y como la Iglesia católica tampoco evolucionaba, los españoles dejaban la Iglesia al tiempo que abandonaban a los viejos dictadores.

Los conservadores no sabían interpretar la realidad de su tiempo. Los conservadores como la Infanta Eulalia de Borbón y el político Gabriel Maura estaban asombrados porque las masas pedían la república. La inmensa mayoría de los españoles no sabía qué era una república, pero ni aproximadamente, pero “querían la república”. La república era para ellos una especie de paraíso que solucionaría los males que ellos sufrían. Los conservadores habían mantenido los privilegios de la clase burguesa durante un siglo, y habían asumido que el Estado era suyo, y que la alianza con el ejército y la Iglesia católica, era algo natural que se mantendría para siempre. No alcanzaban a ver que los abusos sobre la clase trabajadora estaban provocando un cansancio social, por el que las masas votarían cualquier cosa que se opusiera a la “dictadura de los empresarios”, al liberalismo burgués. Y si la Corona se identificaba con los conservadores, el pueblo pedía república, pero sin alcanzar el significado de este concepto.

Esta irracionalidad se veía también entre los estudiantes universitarios, que tampoco sabían muy bien qué era la república, pero afirmaban que la justicia y el progreso eran incompatibles con la Dictadura y con la monarquía de Alfonso XIII, “un Rey perjuro”, aunque ninguno sabía en qué había perjurado.

Y los literatos tomaron temas nuevos: el papel de la mujer en la sociedad, el divorcio, la vida moderna en las grandes ciudades, las cuestiones sociales, la historia contemporánea, la revolución y la democracia, temas de los que se hicieron mitos indefendibles racionalmente. Estos libros se vendían en los quioscos callejeros y, en 1929, llegaron a ser el producto literario más vendido. El Debate, periódico conservador, dijo que esa literatura era “propaganda disolvente”. Por el contrario, los profesores republicanos recomendaban las nuevas lecturas a sus estudiantes.

Surgió una nueva generación literaria: En ese ambiente se educó un joven rebelde llamado Federico García Lorca, cuyas obras literarias tuvieron inmediatamente buena acogida entre los estudiantes y entre algunos círculos intelectuales. Otros autores que se pusieron de moda fueron Pedro Salinas Serrano y Rafael Alberti Merello. Y también la Revista de Occidente que publicaba José Ortega y Gasset.

En 1926 Salvador Dalí, que había conocido a Picasso en París ese año, se rebeló contra el tribunal de Bellas Artes que iba a examinarle, diciendo que el tribunal no era competente para juzgarle. Le suspendieron y le expulsaron, se fue a Barcelona y publicó el Manifiesto Groc en 1928. Sus obras iban a impresionar fuertemente a los americanos cuando en 1932 fue a New York.

En 1928 se descubrió a Vicente Aleixandre Merlo, 1898-1984, porque publicó “Ámbito”. Había nacido en Sevilla, pero se educó en Málaga y en Madrid, donde estudió Derecho y Comercio. En 1917, Dámaso Alonso le hizo descubrir la poesía y a partir de 1928 publicó sus propias obras. En 1977 será recompensado con el nobel de literatura. En Ámbito, presentaba una nueva visión de la realidad, aceptaba lo irracional, hablaba de fusión cósmica, exaltaba las cosas elementales y las eróticas que todos los españoles ocultaban con rubor, descubría que el tiempo hace evolucionar la realidad, hablaba de la dimensión histórica y social del hombre, además de su dimensión individual, y reivindicaba la poesía como conciencia del yo.

Debemos advertir que los que financiaban estas publicaciones “subversivas”, también eran los empresarios conservadores, los que se beneficiaban de las obras públicas que emprendía el dictador, los fabricantes de coches, los dueños de compañías monopolísticas, las grandes fortunas recientemente hechas. El negocio es el negocio. La contradicción era muy evidente, pero nadie quería verla.

Por otra parte, los pequeños y medianos empresarios, industriales y comerciantes, se quejaban de que los impuestos subían. Pero no querían entender que si un Gobierno hace obras públicas, hay que pagarlas y eso significa impuestos, y si se suben los sueldos a los funcionarios y se ponen maestros y profesores, hay que pagarles, y eso significa impuestos. Lo primero, hacer obras y tener servicios es popular, y lo segundo, pagar impuestos, no lo es. Lo saben muy bien los cultivadores de los populismos. Saben que éste es el tema dónde más fácilmente se engaña a la gente, y se la arrastra a posturas absurdas, con sólo presentarles una parte de la realidad. Los comerciantes empezaron a quejarse del alto proteccionismo, y decían que importando caro, ellos vendían menos, y acusaban al Gobierno de intervencionista porque fijaba los precios de varios artículos que ellos vendían. Los burgueses también estaban enfadadospor tener que soportar créditos caros, y achacaban este contratiempo a que el Gobierno no cesaba de emitir deuda pública, lo cual retiraba capital en circulación.

La forma de protesta de los pequeños y medios burgueses, no fue contra la Dictadura, que sería lo lógico, sino con un ¡abajo el Rey!, que era el grito más oído en la calle. Y estamos diciendo que gente monárquica estaba gritando ¡Abajo el Rey!. En ese momento, Romanones, el líder del Partido Liberal, manifestó que, si no se restablecía la Constitución, temía que sus militantes se pasaran al republicanismo. Hay que decir que, ser republicano era una moda social que no significaba adoptar la república como forma de Estado, sino adoptar una de las políticas de izquierda de los diversos grupos republicanos: la España federal regida asambleariamente, o el socialismo, o el anarquismo.

Las organizaciones republicanas, que en 1923 estaban a punto de desaparecer, tomaron así mucho vigor a finales de la década. Jiménez de Asúa llegó a decir que hubieran hecho falta unos años más de dictadura, para conseguir la república para siempre. Pero los republicanos no eran una sola entidad política, sino múltiples grupos con ideario distinto e incompatible entre ellos, decenas de idearios dispuestos a enfrentarse cada uno a los demás. Y debemos advertir que los españoles creían que, si les dejaban solos, acabarían en una guerra de todos contra todos. Triunfaría el grupo que captara más españoles para su idea de república. Y todos se pusieron a hacer populismo, a mentirle al pueblo, a decirle al pueblo lo que el pueblo quería creer. En estas condiciones, en los momentos el que la república era una posibilidad inminente, estaba en la mente de todos, pero todos creían que no sería un régimen estable.

A su vez, hay que tener en cuenta el avance de la crisis económica, que había empezado en España en 1927, y se reforzaría a partir de fines de 1929. Una mala gestión política tiene muchas influencias en la vida económica de un Estado. Aunque algunos afirmen que la política puede ir por un lado, mientras la economía va por otro, parece ser que ese axioma sólo funciona en Italia, Estado conocido por sus irregularidades políticas. En España, los proyectos económicos fracasan cuando la política del Estado es errante[1].

Las alternativas en enero de 1930.

A la hora de sustituir a Primo de Rivera, una posibilidad era perpetuar la dictadura en la persona del general Emilio Barrera Luyando, 1869-1943, que había sido Capitán General de Cataluña en 1924-1930, y había demostrado su capacidad de reprimir a la sociedad. Otra posibilidad era el general Severiano Martínez Anido, 1862-1938, igualmente experto en la represión contra los catalanistas. Era la opción dura de una represión generalizada a toda España.

Otra posibilidad era instaurar una dictadura al estilo de Alejandro I de Yugoslavia. Alejandro I Karadordevich se había hecho con la dirección del ejército durante la Gran Guerra, y en agosto de 1921 se proclamó Rey de los montenegrinos, servios, croatas y eslovenos. En 1929, se proclamó Rey de toda Yugoslavia, abolió la Constitución, suprimió el Parlamento y los partidos políticos, y promovió un orden político nuevo, en el que el Rey era dueño de todo el Ejecutivo, y designaba la mitad del legislativo. El Rey sería una dictadura personal, sin intermediarios.

Una tercera posibilidad, era volver sin más a la democracia, por la vía rápida, pero entonces, los partidos pedirían responsabilidades, y el Rey Alfonso XIII ya no estaba dispuesto a admitirlas.

Una cuarta posibilidad era imponer un militar sin filiación partidista, que se hubiera mantenido al margen de la política, como podía ser Dámaso Berenguer Fusté, el cual podía gestionar una vuelta pausada a la democracia. Sus misiones serían convocar Cortes, y salvar la responsabilidad del Rey. Fue lo escogido, pero Berenguer no estaba preparado para un embrollo tan complicado.

La dimisión de Primo de Rivera dejaba en serio peligro al Rey, pues el Rey le había admitido, tolerado y mantenido como dictador. Era precisa una solución urgente, y el Rey creyó encontrarla en Dámaso Berenguer, un hombre que estaba implicado en los sucesos de Annual de 1921 y podía ser popular entre los africanistas. Le aconsejó que gobernara asociado a Cambó. Pero Cambó fue diagnosticado en esos días de un cáncer de garganta y no aceptó ser Ministro del Gobierno.


[1] Un ejemplo de las interinfluencias entre política y economía puede ser La Casa de Salud Valdecilla en Santander. Fue inaugurada en 1929, y era la obra de Ramón Pelayo de la Torriente, marqués de Valdecilla, un indiano natural de Valdecilla, un pueblo de Cantabria. Ramón Pelayo, tras regresar de Cuba en 1898 abrió escuelas como la Ramón Pelayo de Santander, o la escuela-comedor de Tresviso en lo más alto de las montañas. Y luego pensó en obras de más trascendencia, como un palacio para la familia Real en La Magdalena (Santander), y un hospital en Santander, con escuela de enfermeras y biblioteca médica (la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander).

  Santander tenía un viejo hospital en la Calle Alta, denominado Hospital de San Rafael, y Ramón Pelayo ofreció a la ciudad hacer un hospital moderno con la condición de que le dejaran hacer lo que él quería, y lo consiguió. Contrató a Wenceslao López Albo para ponerlo en marcha. López Albo, 1889-1944, era un médico cántabro que había estudiado medicina en Valladolid, y había sido seleccionado por la Junta de ampliación de Estudios, que le formó primero en el Laboratorio de Histología, y luego le envió a Berlín y a Francia a ampliar estudios de neuropsiquiatría. En 1915 abrió una clínica en Bilbao y dirigió la consulta de Neuropsiquiatría del hospital de Bilbao y en 1924 el manicomio de Zaldívar. En 1928 fue seleccionado por el marqués de Valdecilla para su hospital. Ambos eligieron al arquitecto Gonzalo Bringas para la construcción de sus planes. Y en octubre de 1929, se inauguró la Casa de Salud Valdecilla, un complejo de más de veinte de pabellones exentos y bien soleados, en una ladera que daba al sur y estaba bien ventilada, cada uno para una tipología de enfermos. López Albo quería en realidad un hospital “americano”, construido en vertical, con espacios grandes alrededor, pero el proyecto le fue impuesto porque ya estaba redactado desde 1918 por el marqués. No obstante, López Albo planificó la coordinación de una formación médica en el hospital, con una biblioteca médica en el centro de la ciudad, una Escuela de Enfermería al lado del hospital, y una Escuela de Médicos Posgraduados cercana, pero en la ladera norte de la ciudad.

  El problema se presentó en 1932 con la muerte del marqués, pues quedó la propiedad en manos de la sobrina, Marquesa de Pelayo. López Albo quería su Escuela de Enfermeras, es decir, profesionales laicas, y la Marquesa dijo que de ninguna manera se iban del Hospital las monjas, Hermanas de la Caridad, que desde siempre habían gestionado los hospitales en España. López Albo fue cesado como director, y la dirección pasó a la Monja Sor Bastos. La Directora de Enfermería, Teresa Junquera, dimitió en solidaridad con López Albo, pues no quería dirigir monjas, sino enfermeras. López Albo acabó volviendo a Bilbao. En 1936 las cosas fueron muy mal para Sor Bastos, pues Santander quedó en zona republicana, y la monja fue a la cárcel. El nuevo Director Gerente fue Ernesto Gonzalvo. Y en 1937, los rebeldes franquistas tomaron Santander. Gonzalvo fue fusilado el 14 de octubre de 1937. López Albo huyó desde Bilbao a San Juan de Luz (Francia) y llevó a su familia a Niza. Volvió a Barcelona a ayudar a los republicanos, pero en 1939, los franquistas avanzaban sobre Barcelona, y López Albo se fue a Cuba y, desde allí, en 1940, a México.

  En 1972, Segundo López Vélez, decidió “reconstruir” el hospital, derribar los pabellones cercanos a la carretera de entrada (mantuvo los posteriores) y construir un edificio de doce plantas, estilo americano, en dos edificios enormes, que incluso gozaban de helipuerto en la cubierta, los cuales amenazaban ruina pocos años después, y uno fue remodelado y otro derruido en 2008, dando origen a un nuevo hospital en tres torres unidas entre sí, mas una cuarta torre conservada del viejo edificio. Unos destruyen lo que otros han construido, según el signo político de los tiempos, en algo que debía estar tan al margen de la política como un hospital.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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