CUBA DE 1868 A 1896.
Contenido esencial: El asunto del Virginius; la Paz
de Zanjón; la guerra en 1895; Arsenio Martínez-Campos; Valeriano Weiler.
El asunto de Cuba en 1868-1872 en España.
El Gobernador Francisco
Lersundi Hormaechea, 1867-1869, practicó la política de represión, y
los cubanos dejaron de confiar en un Gobierno español que daba buenas palabras
y hablaba de igualdad de derechos, pero mantenía a un represor. Los hechos se
contradecían, y Lersurdi era demasiado conservador y de derechas.
En 1868,
Estados Unidos le ofreció a Prim la paz a cambio de la independencia de Cuba,
pero Francisco Silvela y Manuel Becerra no querían perder la isla. España buscó
apoyo en Francia, Inglaterra y Prusia, y consiguió que el apoyo de Estados
Unidos a Cuba no fuera abierto. Aun así, el presidente Grant manifestaba su
simpatía por los insurrectos cubanos.
La revolución de septiembre de
1868 en España, tenía un nuevo aire, precisamente en contra de los
explotadores de Cuba. Juan Prim cambió a Francisco Lersundi por Domingo Dulce Garay
e inició una política a tres bandas, muy difícil de compaginar: negociación con
Estados Unidos sobre la venta de la isla de Cuba; negociación con los
insurrectos cubanos prometiendo una Constitución autonómica; nombramiento de un
Capitán General enérgico, que asegurase la autoridad de España.
Domingo Dulce Garay, tras llegar a Cuba,
decretó la libertad de imprenta, la libertad de reunión, con el fin de restar
fuerza moral a los rebeldes. Concedía lo que decían no tener y lo que, de
alguna manera, justificaba la rebelión. No se consiguió aplacar a los rebeldes:
el empresario Zulueta estaba enemistado con el nuevo Gobernador. Los rebeldes
se aprovecharon de estas libertades para organizarse mejor, y Dulce fue
depuesto en 1869. Los rebeldes tal vez se equivocaron en no colaborar con el
grupo de españoles, los progresistas, que querían terminar con los problemas
cubanos.
El nuevo
Capitán General en 1869 fue Antonio Caballero Fernández de Rodas, también dispuesto a acabar
con la corrupción cubana y con el poder político de los hacendados, pero este
poder era demasiado grande y contaba en su apoyo con muchos políticos
españoles. Caballero de Rodas fracasó.
Entre los
rebeldes cubanos, el líder desde 1869 a 1873 fue Carlos Manuel de Céspedes, el cual
utilizaba a Manuel
Quesada como su hombre de confianza.
Prim llamó al embajador
norteamericano en Madrid, señor Sickles, y le propuso una paz basada en
cuatro puntos: Deposición de las armas
por los insurrectos; Amnistía concedida por España; Plebiscito sobre la
independencia; En caso de salir sí en el plebiscito, indemnización de Estados
Unidos a España (compra de la isla por Estados Unidos).
Adelardo López Ayala, Ministro
de Ultramar desde febrero de 1868, decidió actuar con cautela
en los asuntos del Caribe para no provocar nuevos motines ni levantamientos
independentistas. Sopesó el problema de la esclavitud y decidió mantener la
esclavitud para evitar conflictos. Tal medida agradó a los grandes hacendados y
empresarios residentes en España, pero desencantó a muchos cubanos, que se
sumaron a los independentistas.
La
negociación de Prim con el señor Sickles provocó un escándalo en el que amenazaron
con dimitir en España Manuel Becerra (Ministro de Ultramar en julio de 1869) y Juan
Bautista Topete (Ministro de Guerra).
En 1870, el Capitán General Blas
Villate de la Hera II conde de Valmaseda, se confundió de
política, y basó su estrategia en castigar a la población civil cubana que daba
apoyo a los insurrectos, la cual le parecía responsable del problema creado. Y sólo
logró incrementar el conflicto.
En 1871, los Gobiernos de Amadeo
I exigieron a los rebeldes el deponer las armas, antes de seguir
cualquier negociación sobre reformas políticas, y los rebeldes cubanos no
aceptaron.
El 12 de marzo de 1871,
Estados Unidos ofreció a España un préstamo de 150 millones de dólares, cuya
garantía eran la posesión de Cuba y Puerto Rico. España se negó a este
chantaje. Era obvio que España no podría devolver este dinero, y aceptarlo era
ceder Cuba a Estados Unidos.
En este
tiempo, la situación social cubana había cambiado un poco, pues los
peninsulares, que eran esencialmente comerciantes, habían comprado tierras y
eran productores al tiempo que comerciantes. Ya no había una rivalidad cerrada
entre comerciantes y productores cubanos. Todos eran conservadores, y habían desaparecido
los librecambistas.
El Capitán General Francisco de
Paula Ceballos Vargas, marqués de Torrelavega, no dio soluciones en 1872.
Política cubana de la República española.
En 1873, la
República Española no hizo nada en el asunto de las Antillas. Preveían en una
próxima Constitución reconocer a los cubanos como iguales en derechos, pero
ésta Constitución no tuvo lugar nunca. En marzo de 1873 abolieron la esclavitud
en Puerto Rico dejando 30.000 esclavos libres.
Entre los
rebeldes, en 1873, Salvador Cisneros de Betancourt destituyó a Carlos Manuel de
Céspedes, y ello dio lugar a una división de los rebeldes cubanos en
partidarios de uno y de otro dirigente rebelde. El asunto de Cuba parecía
perder intensidad, cuando ocurrió la intervención de los Estados Unidos y se
reavivó el conflicto.
El asunto del Virginius.
En 1873, el Capitán General
Joaquín Jovellar Soler, apresó un barco americano, el Virginius, y se lo
llevó a Santiago de Cuba. Allí estaban buena parte de los jefes de la
insurrección cubana: Bernabé Varona Borrero alias Bembeta, coronel Pedro
Céspedes del Castillo, Manuel Quesada Loynaz, coronel Jesús del Sol Corderos, William
O`Ryan. También había un cargamento de armas que era el asunto principal que se
discutía. Los prisioneros, el capitán norteamericano, 36 tripulantes y los
cubanos apresados, fueron juzgados, condenados y ejecutados el 7 y 8 de
noviembre de 1873. De 156 tripulantes y pasajeros, fueron ejecutados 53.
Estados Unidos protestó
por la captura alegando que se había hecho en aguas internacionales, treta
legal irrelevante, cuando de los que se hablaba era de tráfico de armas. El Gobierno
de Madrid ordenó suspender las ejecuciones, pero la noticia llegó a Cuba cuando
ya estaba cumplida la sentencia. Inglaterra medió para que Estados Unidos y
España no llegasen a más, pero Estados Unidos “se sintió ultrajado” porque
algunos norteamericanos hubieran sido fusilados. Parecía no importar que se
dedicasen al tráfico de armas y de guerrilleros a Cuba.
En 1874,
el Gobernador de las islas del Caribe, José Gutiérrez de la Concha Irigoyen marqués de La
Habana, retornó a un poder absoluto. Lo utilizará para hacer ganar al
Partido Conservador todas las actas cubanas y cumplir los deseos de Cánovas.
Pero no logró imponerse a los rebeldes. Y lo mismo le ocurrió a Blas Villate de la Hera en 1875,
a pesar de utilizar la violencia por sistema, y a Joaquín Jovellar Soler en 1875.
Política de Cánovas respecto a
Cuba.
En 1875, ya era
Presidente en España Antonio Cánovas del Castillo, pero este hombre estaba
relacionado con los hacendados y no era parte desinteresada, a pesar de ser
tenido por hombre de buen juicio y entendimiento.
En 1876,
Cánovas decidió cambiar de política en Cuba, y envió a Arsenio Martínez-Campos Antón para
utilizar la diplomacia y el diálogo. El nuevo Capitán General empezó por
ofrecer amnistía para todos los rebeldes que abandonaran las armas, lo cual
tuvo un impacto grande entre los cubanos, pues muchos pequeños hacendados, y
los ciudadanos corrientes en general, ya estaban hartos de ocho años de guerra,
de incendios de casas y cosechas, de matanzas de ganado, de pagos o impuestos de
guerra a los rebeldes y de represalias por parte de los soldados españoles y por
parte de los rebeldes cubamos.
En 1876, Máximo Gómez era el
Secretario de Guerra de los rebeldes cubanos. Le tocará hacer las
conversaciones de paz de 1878. Tras esta paz, Gómez se marchó a Jamaica y a
Honduras, donde fue general del ejército.
En 1876, Antonio Maceo tomó el
mando de las fuerzas revolucionarias de Oriente. Maceo había nacido en
Santiago de Cuba y era hijo de negros, un venezolano y una dominicana. Será el
principal protagonista de la Guerra Chica de 1879. Será contrario a la Paz de
Zanjón de 1878 porque no daba la independencia ni abolía la esclavitud. En 1885
volverá a iniciar el movimiento insurreccional y desembarcará en Cuba. Murió en
combate con los españoles en Punta Brava, en 7 de diciembre de 1896.
En enero de 1878 se
hizo líder de los rebeldes cubanos Vicente García González.
En 10 de
febrero de 1878, el Capitán General Arsenio Martínez-Campos llegó a un acuerdo con Vicente
García González, que se llamó Paz del Zanjón. Por este acuerdo, España concedería a Cuba
las condiciones políticas de que ya gozaba Puerto Rico, ofrecía una amnistía
tan amplia que afectaba incluso a los desertores del bando español, prometía la
libertad de todos los esclavos, y daba facilidades para abandonar la isla quien
lo quisiera. Los rebeldes aceptaban al Gobierno español y deponían las armas a
cambio de la libertad de los esclavos que habían luchado en sus filas y las
libertades de prensa y de reunión para todos los cubanos.
La paz de Zanjón fue
aceptada por una veintena de jefes rebeldes, pero negada por una docena de
ellos, entre los que destacaban Vicente García González y Antonio Maceo. La
guerra continuaba, aunque se prefirió declarar que se vivía de nuevo en paz.
España había prometido,
en esta paz, reformas liberales que nunca se cumplieron. Incluso las reformas
habidas en la península a partir de 1882 no se aplicaron en Cuba. Por eso
Estados Unidos tenía simpatías entre los isleños cuando reivindicaba la
independencia de la isla.
Las
promesas de la Paz de Zanjón se quedaron en letra muerta, y en 1879, el Capitán General Ramón Blanco
Erenas marqués de Peña Plata, tuvo que iniciar de nuevo la guerra, La Guerra Chiquita. La
Guerra Chiquita fue una sublevación mal dirigida por Guillermón Moncada y el Comité
de los Cinco, que creyeron que una sublevación se podía mantener
con sólo el apoyo del pueblo, sin atender al suministro regular de armas y
alimentos. Una guerra requiere mucha infraestructura y dinero, y el apoyo de
alguna potencia o de entidades financieras importantes, pero los guerrilleros
Pancho Jiménez, Antonio Maceo y Emiliano Sánchez, hicieron una guerra
romántica, que fue calificada por los españoles como “una revuelta de negros”,
y por los cubanos como la Guerra Chiquita.
Tras 1879,
el problema de Cuba se pudrió, pues ni se quería en España la situación
anterior, ni los políticos españoles estaban dispuestos a cambiar. Lo único que
parece que interesaba a los nuevos Gobernadores era hacer rentable la isla. Así
actuaron desde 1881 los sucesivos Gobernadores Luis Prendergast Gordon, desde
1883 Ignacio María del Castillo Gil de la Torre, desde 1884 Ramón Fajardo
Izquierdo, y desde 1886 Emilio Calleja Isasi. En 1887, el Gobernador Sabas
Marín González estaba casado con una cubana. Desde 1890 fue Capitán General y
Gobernador Camilo García de Polavieja y del Castillo.
La fase intermedia entre 1878
y 1895.
Nos
referimos a una época entre dos guerras oficiales, al de 1868-1878, y la de
1895-1898.
Cuba vivía
de vender azúcar y tabaco a los Estados Unidos, así que pedir relaciones libres
con los Estados Unidos era natural. Para Estados Unidos, las relaciones
supondrían precios más baratos del azúcar y más posibilidades de negocio
vendiendo en los propios Estados Unidos. Pero las relaciones libres
significaban también la desaparición de muchos burócratas y de comerciantes
intermediarios, y un perjuicio grande para los textiles catalanes y para las
harinas castellanas que salían del puerto de Santander que perderían el mercado
cubano ante los precios americanos mucho más baratos.
En 7 de octubre de 1886 fue abolida la esclavitud. Fue
derogada la Ley del Patronato, y los patronos perdieron el derecho a tener
esclavos. Era la abolición definitiva de la esclavitud. En la situación en que
se vivía, el rasgo español no tenía mérito ninguno, llegaba tarde, y no tuvo
repercusión alguna.
En 1888, Alemania comenzaba a
ver que la posición de España en el Caribe era débil y envió barcos a Vieques,
Culebra y La Mona, islas españolas en el entorno de Puerto Rico.
Alemania mostraba gran interés por conseguir colonias en todo el mundo, pero
tenía pocas posibilidades en El Caribe, ante los intereses estadounidenses,
británicos y franceses. Pero el hecho nos sirve para reflexionar sobre la
consideración internacional del conflicto, que no parecían ver ni los españoles
ni los cubanos. Estos tres imperios eran la gran amenaza a la que temía España,
y que los ingenuos independentistas cubanos pensaban utilizar para su rebelión
contra España. Pero los préstamos que tomaban de estas potencias estaban
condicionando su futuro.
En 1892,
el Capitán
General Alejandro Rodríguez-Arias Rodulfo, fue eficaz en la
lucha militar contra los rebeldes, pero su muerte indica que no gestionaba bien
los problemas, pues murió de enfermedad tropical (diarreas).
España no
supo aprovechar este periodo de calma relativa, para fortalecerse dentro de
Cuba, y evitar la presión de las potencias internacionales del momento:
En 1891, el Arancel Cánovas obligaba a los cubanos a
comprar los textiles catalanes, lo cual perjudicaba mucho a los cubanos,
pues disponían de textiles británicos mucho más baratos. Los empresarios
catalanes habían impuesto sus conveniencias al Estado español, y éste había
accedido. La cesión mostraba que España trataba los territorios del Caribe como
colonias, y fue un error de grandes dimensiones. Predominaban los intereses de
los empresarios españoles con intereses en Cuba, a costa de los verdaderos
intereses de España, la convivencia con los cubanos.
La
reacción independentista no se hizo esperar: En 1892, José Martí[1]
fundó en Nueva York el Partido Revolucionario Cubano. En 1895,
junto a Máximo Gómez, redactaron el Manifiesto de Montecristi (Santo Domingo)
llamando a los cubanos a la sublevación en aras de la libertad humana y no como
una venganza contra los españoles.
La Guerra de Cuba en 1895-1897.
En Cuba la
denominan Guerra de la Independencia. En España se llama la Guerra de Cuba.
En el inicio de la Guerra
de Cuba, el 24
de febrero de 1895, no hubo declaración de guerra. Pero la percepción en
España era que se había declarado la guerra. Los diarios El Resumen y El Globo,
que culpaban a los militares de haber iniciado una guerra, fueron destruidos
por unos militares. Los diarios publicaban que el Gobierno tenía dificultades
para cubrir las plazas de oficiales con destino a Cuba. Denunciaban que no
había voluntarios, lo cual era lo mismo que decir que las declaraciones
constantes de valentía por la patria hechas por militares, eran falsas.
Sagasta, que había reducido el presupuesto militar recientemente, y había
evitado las reformas propuestas por Maura, fue culpabilizado de ser causa de la
guerra en Cuba. El hecho fue seguido, en marzo, por la dimisión de Práxedes
Mateo Sagasta como Presidente del Gobierno español en marzo de 1895.
Hasta 1895, la situación militar española
en Cuba había sido débil: En Cuba había unos 14.000 soldados
españoles, que eran una marioneta en manos de los hacendados y su ejército de
40.000 hombres, y no podían enfrentarse ellos solos a los insurrectos, que eran
entre 17.000 y 37.000, según épocas. Eran por lo tanto tres bandos, de los
cuales el más débil era el ejército español. Los tres bandos eran los
hacendados, los rebeldes populares y los españoles. El Capitán General Emilio Calleja Isasi, tenía
experiencia en Cuba pues ya había sido Capitán General en 1886-1887, antes de
volver a serlo en 1893-1895.
La rebelión había empezado en Sierra Madre, al este
del país, como muchas otras rebeliones cubanas. Sierra Madre es una selva
tropical en una cordillera que hace muy difícil transitar. El general Calleja,
con sus 14.000 hombres, no podía hacer frente a los rebeldes. En 1895, la
rebelión se había extendido a toda la isla. Los insurrectos habían nombrado Presidente de la
República de Cuba al poeta José Martí. En mayo de 1895 murió
Martí, jefe político de los sublevados, y los rebeldes estaban pasando un mal
momento.
El 25 de febrero de 1895
surgió la rebelión independentista en el Grito de Baire. Máximo
Gómez, general en Cuba en 1868, en Jamaica y Honduras en años posteriores, fue
llamado por José Martí para hacer la revolución y fue nombrado generalísimo.
Máximo Gómez, secundado por Antonio Maceo, tenía
unos 900 jinetes y otros tantos soldados de a pie. Avanzaba desde occidente a
oriente de la isla arrasando campos, puentes y ferrocarriles.
Gobierno de Cánovas en marzo de 1895.
La nueva rebelión
cubana fue considerada un fracaso del Capitán General Emilio Calleja Isasi,
presente en su destino desde 1893, que fue relevado inmediatamente por Arsenio Martínez-Campos Antón. España
empezó a enviar tropas en gran número desde la primavera de 1895 a enero de
1896. Llegaron a Cuba 80.000 soldados españoles en seis meses.
Cánovas, llegado el
Gobierno en marzo de 1895, destituyó a Calleja como jefe de operaciones en
Cuba, y envió a Arsenio Martínez-Campos en su lugar. Cánovas dijo en las Cortes
que emplearía hasta el último hombre y la última peseta en evitar la
independencia de Cuba. Esa declaración tenía especial significado en un momento
en el que España tenía un grave déficit en Hacienda. La entrega de 100.000
hombres a Arsenio Martínez Campos era un gesto de mucho valor por parte de
Cánovas.
España tenía entonces
en Cuba unos 14.000 soldados e, inmediatamente, tuvo que enviar 112.000 más.
En 1895 era Presidente de
Estados Unidos el demócrata Grover Cleveland, un hombre que quería
la paz y estaba dispuesto a negociar con Cánovas una neutralidad de Estados
Unidos a cambio de compensaciones.
Antecedentes de Martínez-Campos en el tema
cubano.
Martínez-Campos ya
había estado en Cuba y se había mostrado como un negociador. Tenía sus propias
ideas, y creía que los políticos de Madrid debían dejarse aconsejar por él. Era
el general que había hecho el pronunciamiento de Sagunto en 1874 y había
firmado la Paz de Zanjón en 1878.
Martínez-Campos
era una figura militar que había entronizado al Rey Alfonso XII con su
levantamiento en Sagunto, y Alfonso XII le estaba muy agradecido y le
consideraba de toda su confianza. Los hacendados cubanos habían puesto dinero
para entronizar a Alfonso XII y tenían en cierta estima a Martínez-Campos.
Martínez Campos propuso las reformas que, a su
parecer, Cuba necesitaba: bajada de impuestos de un 22% a los
cultivadores, y contratación de deuda pública para gobernar Cuba; pagar a los comerciantes cubanos el dinero que el
Estado les debía, pues cobraban con mucho retraso; abolición de la esclavitud;
concesión a los cubanos de los derechos de que gozaban los españoles.
Y en 9 de octubre de
1876, al llegar Martínez Campos a Cuba, pidió la abolición de los derechos de
exportación que pagaban los pequeños hacendados, porque los precios del azúcar
estaban bajando. En efecto, los precios bajaron en un 50% en los siguientes
años hasta fin de siglo por aparición del azúcar de remolacha en Alemania y
Estados Unidos. Después, había logrado en 1878 la Paz de Zanjón con los
rebeldes cubanos. Martínez Campos se había convertido en un peligro para el
Gobierno español y recibió la orden de regresar a España, lo que hizo en 27 de
febrero de 1879, fecha de su llegada a Madrid.
El 3 de
marzo de 1879 le encargaron a Martínez-Campos formar Gobierno de España,
seguramente por intervención directa del Rey Alfonso XII. Y Martínez-Campos
redujo las contribuciones de los cubanos, propuso el comercio libre y la
abolición de la esclavitud. Estaba poniéndose en contra de los hacendados
cubanos, y Romero Robledo, el hombre de los cubanos en España, le llamó la
atención.
Cánovas decidió que él
mismo debía hacerse cargo del poder, y que el Rey destituyese a Martínez
Campos. En el nuevo Gobierno de Cánovas, Romero Robledo impuso “el patronato” sobre los
esclavos, es decir, que los hacendados se quedaban con ellos un tiempo “hasta
que estuviesen preparados para su libertad”, un tiempo indefinido.
Martínez–Campos abandono el gobierno en diciembre de 1879. Martínez-Campos
abandonó también el Partido Liberal Conservador de Cánovas.
En 1883,
los precios del azúcar comenzaron a hundirse, y la crisis sería estructural y
no momentánea. En 1884, habían bajado un 40% respecto a 1868, y en 1886 bajaron
otro 10% más respecto a 1868[2].
Gobernar se demostraba
más difícil que aconsejar a los Gobiernos. Ahora los hacendados se habían
puesto del lado de los rebeldes, y la única posibilidad de los españoles era un
ataque masivo, un ejército llegado de España.
Arsenio Martínez-Campos en 1895.
El 16 de abril de 1895,
Arsenio Martínez-Campos Antón tomó de nuevo posesión como Capitán General de
Cuba.
En 1895, Arsenio
Martínez-Campos Antón tenía 64 años de edad y mucho prestigio militar, pero
algunos creen que este prestigio era inmerecido, pues más bien era atolondrado
y temerario en el combate, lo que le llevaba unas veces al éxito y otras, como
fue el caso de Cuba en 1896, al fracaso completo. Tenía carácter fuerte e ideas
muy conservadoras. Tenía facilidad de palabra y gesto autoritario. Nunca supo
planificar una guerra, pero sí era experto en negociar, en hablar y en poner
voz profunda como si estuviera muy seguro de todo. Cuando fue nombrado para
dirigir la Guerra de Cuba, a finales de marzo de 1895 o en abril siguiente, se sintió
disgustado[3]. Era una orden directa de
Cánovas y no le quedó otra alternativa.
En cuanto a las relaciones políticas del
momento, Martínez-Campos se había reconciliado con Cánovas y en 1895 ambos
creían el uno en el otro. Además, Martínez-Campos tenía confianza en sí mismo,
pues ya había pacificado Cuba en una ocasión anterior. Pero esta vez, Martínez
Campos veía complicado alcanzar acuerdos, cosa en la que era un maestro, y
lograr la paz mediante la palabra. Había que ejercer la fuerza, y en ello,
Martínez Campos no era demasiado experto.
Se le concedieron a Martínez-Campos 140.000 hombres, entre
soldados españoles, en número de 110.000, y tropas indígenas, 30.000. Esta
cantidad de soldados era solamente nominal, pues los insectos, las aguas
sucias, la suciedad de las camas y ropas del soldado y la mala alimentación,
acababan con los soldados españoles. A menudo, solamente le quedaban útiles
45.000 hombres. Esta circunstancia muestra la enorme desidia de todos los
Capitanes Generales que habían estado en Cuba, pues es un fallo gravísimo el
que un jefe militar no haya previsto la buena alimentación y correcto
abastecimiento de agua de sus soldados. El agua de zonas tropicales debe ser
hervida antes de consumirla.
Recordemos
que Cánovas pensaba que Cuba era una provincia más de España, y que para
restablecer la paz había que hacer allí algunas reformas. La reforma oportuna
parecía el autogobierno de la isla, pero se había decidido en el Gobierno español
que no se daría autogobierno a Cuba antes de haber sido restablecida la paz.
Los empresarios cubanos con
los que se debía negociar eran: Julián Zulueta Samá (hijo de Julián
Zulueta Amondo, muerto en 1878); Concepción Serrano, condesa de Santovenia, hija
del General Serrano; Anastasio Carrillo de Albornoz marqués de Casa Torres;
Narciso Peñalver conde de Peñalver; Nicolás Brunet marqués de Casa Brunet;
Ignacio Montalvo marqués de Casa Montalvo; familia Calvo de la Puerta; marqueses
de Du`Quesne; Bernardo Losada Pastor conde de Bagaes; José Eugenio Moré conde
de Casa Moré; José Antonio Suárez Argudín y del Valle; Carlos Drake conde de
Vegamar; conde de Casa Lombillo; Francisco Feliciano Ibáñez Palenciano; Vicente
Galarza conde de Galarza; Francisco Retortillo Imbrechts conde de Almaraz;
Rafael de Toca y Aguilar conde de San Ignacio; Julia Herrera; Ramón Argüelles;
Rafael Torices; y otros.
Estos empresarios
solían depositar sus capitales en Londres, porque tanto Cuba como España les
parecían sitios inseguros, y porque así estaban preparados para el caso de
tener que abandonar Cuba. No depositaban todo su capital, sino que seguían con
sus negocios cubanos y españoles, pero mantenían como salvaguardia una buena
parte de su dinero en Londres. Algunas de las inversiones británicas en España,
como compra de deuda pública o fundación de empresas como el Banco Hispano
Colonial, eran de estos hacendados cubanos.
Empresarios cubanos rebeldes y
en armas eran: Francisco Vicente Aguilera; Pedro Figueredo; Carlos Manuel de
Céspedes; Vicente García; Salvador Cisneros Betancourt; Miguel Jerónimo
Gutiérrez.
Martínez Campos y la guerra de Cuba.
Martínez-Campos, llegó
a Guantánamo, y fue desde allí a Santiago a ver la situación política de la
isla, antes de llegar a La Habana en 16 de abril de 1895. Comprobó que era
imposible lograr enfrentar a los hacendados contra los rebeldes, pues ambos
grupos se habían unido contra España, y perdió mucho tiempo en tratar de
negociar, aspecto que era su fuerte: José Martí había hecho un buen trabajo
uniendo a casi todos los cubanos en contra de España y había generado un
sentimiento nacionalista, hasta entonces inexistente.
En mayo de 1895
llegaron los primeros 6.000 soldados desde España. En junio llegaron otros
9.000. Eran reclutas, cuya única instrucción es la que recibían en el barco,
durante el viaje, y consistía en cómo se disparaba un fusil máuser.
Inmediatamente, Martínez-Campos ordenó la ofensiva general aun en
los casos en que las fuerzas enemigas fueran superiores en número. También
ordenó no rematar a los heridos y no maltratar a los prisioneros. Y concedía un
indulto general a los que abandonasen la rebelión. Estaba en su papel de
negociador.
Los gestos pacíficos de
Martínez-Campos fueron puestos en duda por los hechos: el rebelde Antonio Maceo
venció al militar español Ramón Yaguas. Entonces, Martínez-Campos ordenó
fusilar a Ramón Yaguas por cobarde. Extraña autoridad ésta, la del jefe que
fusila a los suyos.
En verano de 1895, el
movimiento insurreccional se había extendido desde Baire, en Oriente, hasta La
Habana, Matanzas, Holguín y Guantánamo en occidente. Pero no eran enemigo
militar de talla para España. Los muertos españoles se producían por causas
intrínsecas al mal funcionamiento del ejército español, principalmente por
suciedad en las comidas y en las camas, así como en la ropa del soldado, y consumo
de aguas corrompidas.
Martínez
Campos adoptó la táctica de atacar, al tiempo que ofrecía negociaciones a los
rebeldes, pero no encontraba la táctica adecuada para atacar a la guerrilla
pues estaba preparado para un ejército más convencional. Volvió a poner en uso
la trocha central de la isla, una franja de 200 metros de ancho con un foso y
abundante alambre de espino, y con fortificaciones militares cada poco, y un
ferrocarril que permitía trasladar soldados a lo largo de ella. La segunda
táctica de Martínez Campos era bloquear la llegada de alimentos, armas y
municiones que llegaban desde Florida (Estados Unidos), pero se trataba de
muchos barcos pequeños difíciles de controlar por unos pocos barcos de
vigilancia españoles.
Los combates tuvieron
resultados dispares: el 13 de mayo murió el coronel español Bosch. En 19 de
mayo de 1895 murió
el líder cubano José Martí en combate, en Dos Ríos, luchando
contra el Coronel Jiménez de Sandoval. Quedaron como jefes rebeldes un militar,
Máximo Gómez, y un negro valiente como soldado, Antonio Maceo, que se convirtió
en un mito entre los soldados españoles y entre los cubanos, conocido como “El Titán
de Bronce”.
El 5 de junio, el
rebelde Máximo
Gómez emprendió una ofensiva sobre Camagüey y pasó las líneas españolas con
éxito. El paso no era impermeable, pues había muchos kilómetros a cerrar, y no
todos eran cubiertos por los soldados españoles. La táctica rebelde era ir a
caballo, moverse rápidamente, incendiar campos e ingenios, y huir
inmediatamente con rumbo imprevisible. Martínez-Campos tenía unos 27.000
hombres. Los rebeldes contaban con unos 4.000 hombres, pero la mayoría dotados
de caballo.
Tomó el mando de la
tropa española el brigadier Fidel Alonso de Santocildes, el cual sorprendió al
rebelde José
Antonio Maceo Grajales en monte La Caoba, y creía que podría
eliminarle. Pero los rebeldes atacaban con más velocidad de desplazamiento,
ante lo cual los soldados españoles formaban cuadros, y los caballos rebeldes
giraban alrededor disparando. Y en uno de esos ataques murió Santocildes el 13
de julio de 1895.
Martínez-Campos debía asumir
personalmente el mando de las operaciones efectivas sobre el campo de batalla y
hacerse cargo, por primera vez en su vida, de la planificación de un ataque
general. No era ése su fuerte.
Inmediatamente delegó
ese mando: Encargó el ejército al coronel Máximo Ramos, al capitán Miguel Primo de Rivera, y al
teniente Miguel
Martínez, hijo suyo.
Los nuevos e inexpertos
jefes españoles, persiguieron a los rebeldes en todo momento, y en una ocasión
se metieron en un paso alambrado por ambos lados, en Peralejo, y estuvieron a
punto de morir todos ellos, hasta que Martínez-Campos ordenó romper las
alambradas y salir de la trampa. Antonio Maceo lo consideró una gran victoria
rebelde. Martínez-Campos se apuntó también el éxito por haber escapado de la
encerrona. Orgullo militar por ambos lados.
Los españoles no comprendían lo que era un ejército
no convencional, que abandonaba los uniformes y se confundía con la población
civil hasta alcanzar nuevos objetivos. Los rebeldes practicaban la guerra
de guerrillas. La táctica ordinaria era el incendio sistemático de las
plantaciones de caña. Con esta táctica, los terratenientes afectados despedían
a los braceros, y éstos se sumaban a la guerrilla, “se echaban al monte”. También,
los rebeldes iban por los pueblos prometiendo el fin de la esclavitud y del
racismo, lo cual ganaba a los negros para su causa. También afirmaban que
respetarían la propiedad privada trabajada honestamente, lo que les ganaba a
los pequeños y medios propietarios.
Para los españoles, no
había más remedio que controlar a la población civil, en una guerra que se
parecería demasiado a la de Estados Unidos en Vietnam sesenta años más tarde.
El gran problema era localizar a los espías rebeldes y a los informadores que
trabajaban para estos espías. Los españoles adoptaron la táctica de fusilarles
para desincentivar la colaboración con la guerrilla. Esta actitud, practicada
también por los rebeldes, no le dio el resultado apetecido a los españoles, que
eran calificados de crueles por lo mismo que hacían los rebeldes, los cuales
eran calificados de patriotas.
Arsenio Martínez Campos
pensó que él no era el hombre adecuado para este tipo de guerra: El 25 de julio
de 1895, Martínez-Campos comunicó a sus superiores en España que los partidos
políticos cubanos no apoyaban a los españoles, y la población en general
tampoco. Y que se precisaba tomar medidas duras contra la población civil.
Envió una carta a Cánovas diciendo que debían sustituirle, y recomendaba a
Weyler para ello. Se consideraba derrotado nada más llegar a Cuba. Y la
situación era mucho peor que lo que Martínez-Campos declaraba, porque en esos
días surgieron nuevas partidas rebeldes, la del general polaco Karol Roloff Mialofsky
y la de Serafín Sánchez Valdivia, muerto en Las Villas en noviembre de 1896.
En agosto,
Martínez-Campos fortificó Las Villas mediante la trocha de Júcaro a Morón, de forma
que los rebeldes de Oriente no pudieran pasar al oeste de la isla. Pero la
fortificación era una simple línea de cañas vigilada, y como no había
suficientes soldados para hacer la vigilancia, en muchos lugares se ponían
muñecos de trapo con fusiles en la mano, para confundir a los rebeldes. En Las
Villas, Martínez-Campos instaló el fortín principal para atender los ataques
eventuales de los rebeldes a un punto de la trocha.
En agosto de 1895 llegaron
25.000 soldados más desde España, y las fuerzas españolas alcanzaban los 55.000
hombres, además de 5.000 soldados indígenas. Se podía cubrir efectivamente la
vigilancia de toda la trocha. Pero dedicar 55.000 soldados a vigilar una
trocha, y las principales ciudades cubanas, era conceder la iniciativa a los
rebeldes y actuar a la defensiva, lo cual no es propio de un general que aspira
a la victoria.
En octubre de 1895 los rebeldes
iniciaron un ataque coordinado sobre la trocha: Máximo Gómez atacaba
desde Camagüey, y Antonio Maceo desde Oriente. Pero no era un ataque
convencional, como esperaba Martínez Campos, sino que se trataba de ataques
relámpago, que iban sobre un punto concreto, quemaban las plantaciones,
destruían los puentes y las líneas telegráficas, y huían a toda prisa. Martínez
Campos se puso muy nervioso porque no sabía combatir ese tipo de guerrilla. Los
rebeldes esperaron una tormenta para lanzar el primer ataque serio, el 17 de
octubre, entre lluvias torrenciales. Pero la táctica era la misma, tocar un
objetivo, y retirarse con rapidez a caballo.
El 29 y 30
de noviembre de 1895, Antonio Maceo y Máximo Gómez pasaron la trocha central,
de Júcaro a Morón, hacia el oeste de la isla y atacaron Matanzas. Entraron en
Pinar del Río, y quemaron las plantaciones y los ingenios que encontraron a su
paso. El 7 de enero de 1896 atacaron La Habana. El método de lucha era la
guerrilla, método utilizado por quien se siente inferior en el combate. Era una
guerra absurda en la que los dos contendientes se sentían inferiores al otro.
A fines de
noviembre de 1895 salieron de España 35.000 soldados más con destino a Cuba. La
superioridad española era teóricamente abrumadora, pero los españoles se ponían
enfermos masivamente, debido al consumo de agua en mal estado, comida en peores
condiciones y mala evacuación de aguas fecales, además de suciedad de camas y
uniformes. Los enfermos eran decenas de miles en cada momento. Y la voluntad de
luchar de los soldados españoles era nula.
El 3 de diciembre, Máximo
Gómez y Antonio Maceo volvieron a atacar. Aprendieron una nueva
táctica de provocar a los españoles para que les persiguiesen, lo cual
dispersaba las fuerzas españolas, y las dejaba inermes en un punto lejano al
que habían sido conducidos en la persecución. El verdadero objetivo de los
rebeldes quedaba desprotegido. Martínez Campos cayó en todas las trampas. Demostró
ser un incapaz en cuestiones de tácticas militares al igual que era un incapaz
en abastecimientos, pues no hervía el agua en cantidades suficientes y no
cuidaba de la higiene del soldado. El 15 de diciembre, los rebeldes vencieron
en Mal Tiempo. Y sin un solo combate abierto, Martínez-Campos estaba siendo
derrotado en Las Villas. Martínez Campos emprendió una gran ofensiva contra el
oriente cubano, y entonces los guerrilleros se presentaron en occidente, en La
Habana. Los soldados de Martínez Campos avanzaban sin resistencia y llegaron al
extremo oriental de la isla. Entonces supieron que los rebeldes estaban en
occidente, atacando La Habana. Era ridículo, y demasiado para el orgullo del
general español. Se había puesto de manifiesto su incompetencia.
Martínez Campos se vino
abajo, y pidió ser sustituido, al tiempo que recomendaba al general Weyler para
esa misión, pues se requería inteligencia, valor y estrategia. En su descargo,
alegaba que él se sentía incapaz de fusilar a la gente y que, en ese momento,
era preciso fusilar a muchos. Extraña declaración de bonhomía de un hombre que
estaba fusilando a los suyos, cuando eran derrotados, y dudaba en si debía
fusilar a los enemigos. La petición de Martínez Campos de ser sustituido, la hizo
en contra de la voluntad del Gobierno de España, y del mismo Cánovas, que
quería tenerle lejos, pero Martínez Campos se sentía más a gusto supervisando
Gobiernos en Madrid, que luchando en Cuba.
Campañas de desinformación en España.
Los españoles, negociantes
portuarios, banqueros, navieros, fabricantes textiles, exportadores… crearon un
ambiente popular favorable a la solución militar en Cuba, y utilizaron los
toros y teatros para hacer escuchar himnos militares, la prensa para
comentarios favorables a la completa derrota de los rebeldes, y las concentraciones
de multitudes para jalear a los soldados que se embarcaban para Cuba. Animaban
a Cánovas a que resolviera el problema sin conceder autonomía a la isla. La
burocracia colonial y la Iglesia católica, que temían perder sus puestos e
influencia en la isla, animaban a la guerra también. Hasta los republicanos
como Blasco Ibáñez exigieron la solución militar (aunque no Pi, que se opuso a
la guerra y pedía la autonomía. Los propios socialistas pedían la paz, pero no
estaban en contra de la guerra, a pesar de que los obreros cubanos estaban con
la guerrilla. Sólo los anarquistas estaban netamente en contra de la guerra. Se
dice que es más fácil predicar, que dar trigo. Los españoles pensaban que lo de
Cuba no era más que llegar, disparar unos tiros, y vencer. No tenían ni idea de
lo que pasaba en Cuba, pero es que la desinformación a que venían siendo
sometidos durante décadas, les hacía ver las cosas en un plano de completa
irrealidad.
La derrota de Martínez Campos.
El 1 de enero de 1896, Máximo
Gómez y José Antonio Maceo estaban en la Provincia de La Habana, en el oeste de
la isla, lugar en el que Martínez Campos se sentía seguro, pero que
dejaba de serlo. Los rebeldes cabalgaban de noche y sólo atacaban pequeños
objetivos fáciles de destruir. El 22 de enero llegaron a Pinar del Río. Y el
pánico se apoderó de los habaneros. Martínez Campos fue considerado un inútil
por los hacendados cubanos, y le abandonaron. Para justificarse,
Martínez-Campos se enorgulleció de haber fusilado a algunos cabecillas
rebeldes, pero su fracaso era evidente. Recordaba que desde 1874 a 1878, había
agotado a los rebeldes con continuos ataques, y había triunfado. Pero los
rebeldes habían aprendido y, en 1895, rechazaban todos los enfrentamientos
abiertos contra Martínez Campos. Martínez Campos disponía de 114.000 hombres
(80.000 españoles y 34.000 cubanos), pero no le eran suficientes para poner
guarniciones en todos los pueblos y todas las haciendas cubanas, como
pretendía. Cuba tiene más de 100.000 kilómetros cuadrados. Era la táctica
militar la que estaba equivocada. Martínez Campos no tenía Estado Mayor, sino
que le gustaba improvisar, dispersaba sus fuerzas, no tenía caballería
suficiente, y confiaba en que en época de lluvias no se podían hacer ataques
militares. Pero los rebeldes no acataban esta supuesta norma militar, y
atacaban en días de tormenta.
Como
tantos otros fracasados, Martínez Campos culpó a la prensa de atacar al
ejército, hablando de mala organización y mala administración de los fondos
militares. Y como era amigo personal de Rey Alfonso XII, tuvo todo el apoyo de
la jerarquía militar española. Se creó una fractura entre la prensa, los
políticos y la opinión pública española por un lado, y el ejército por el otro.
Algunos militares apoyaron a Martínez Campos, como si la crítica a su
incapacidad fuera crítica a todo el ejército español. Y se generó un nuevo
problema político y militar.
En enero de 1896 Martínez-Campos
dimitió. Había estado en Cuba 10 meses escasos. Dejó el ejército español
desmoralizado, y fue mal recibido en España, como un derrotado.
Martínez-Campos había
fracasado. A su regreso a España, Martínez Campos fue recibido en Madrid entre silbidos y abucheos. El
primer año de la Guerra de Cuba había sido un enorme desastre para España.
El general Weyler en Cuba.
En 16 de enero de 1896, se sustituyó a Arsenio Martínez-Campos
Antón por Valeriano Weyler Nicolau duque de Rubí y marqués de Tenerife, un
hombre mucho más capaz que Martínez Campos.
El 16 de
enero de 1896, se hizo cargo del mando en Cuba el general Sabas Marín, hasta la
llegada del nuevo
Capitán General, Valeriano Weiler Nicolau, que llegó a Cuba en febrero de 1896.
En 1896, había ya en
Cuba más de 80.000 soldados españoles, que llegarían a ser 140.000 en abril de
1896. Weyler tenía experiencia en Cuba y en Santo Domingo, era un hombre duro y
parecía adecuado. Era un hombre enjuto y bajito, es decir, poca cosa de
apariencia, pero era un militar muy capaz. Era sobrio y modesto en el vestir,
descuidado en el atuendo, capaz de aguantar el hambre y el frío, y de dormir en
un camastro, cuando lo había, o en el suelo como sus soldados. Era un patriota
fiel a España y entendía que Cuba era una parte de España. Y era un militar
acabado, de alta escuela. Era duro en temas militares, y cuando encontraba
civiles colaboradores con el enemigo los fusilaba sin miramientos, lo cual le
dio fama de muy duro, pero consiguió grandes éxitos y, de hecho, consiguió en
dos años que la guerra estuviese a punto de la victoria española.
Weyler reconsideró la situación militar: Cuando
llegó Weyler a Cuba, había 114.000 soldados en el bando español, pero Martínez-Campos
los había distribuido por toda la isla (100.000 kilómetros cuadrados, algo más
que Andalucía y Murcia españolas juntas) y estaban desperdigados y mal
equipados.
La primera orden fue de
concentración
de las tropas en pocos cuarteles, para mantener siempre la superioridad de
fuego. No importaba abandonar muchos puntos.
El segundo proyecto de
Weyler fue el de concentración de la población civil cubana, cosa que
también se hizo en Vietnam años más tarde. Los campesinos cubanos fueron
concentrados en grandes pueblos llamados “reconcentraciones”, amenazando con que los que no acudieran a
ellos serían considerados insurrectos. Cada pueblo de concentración tenía la
protección de un destacamento militar.
Y Weiler dividió el territorio cubano en tres
pedazos, o distritos, con “trochas” que iban de mar a mar. La trocha era una
franja deforestada, allanada, con empalizadas cada pocos kilómetros vigiladas
por soldados a fin de que no se pudiera pasar de unas zonas a otras. Lo normal
del paisaje era la manigua, terrenos silvestres con ciénagas, bosques,
vegetación tupida, donde era muy fácil esconderse. Las torres de vigilancia
dentro de las trochas, estaban dotadas de proyectores eléctricos para iluminar
el terreno en la noche, y todo el terreno quedaba observado desde una torre o
desde la siguiente. Los rebeldes quedaban así confinados en las montañas del
este. Las trochas estuvieron muy bien organizadas, aunque quedaran espacios
entre los fortines.
Weyler tuvo algunos
éxitos iniciales, e inmediatamente pensó en una victoria fácil. Pero los
mambises (insurrectos) estaban organizados en comandos que se ocultaban en la
manigua, y podían atacar los bohíos y las aldeas en cualquier momento. Su
táctica era de lo más simple: asesinar a cualquier español cuando tuvieran
ocasión. Era una táctica terrorista, un paso de nivel más bajo que la guerra de
guerrillas que venían practicando antes de Weyler. Estaban desesperados.
Pero la guerra no tenía
solución militar. Los pueblos grandes eran de los españoles, y el campo era de
los guerrilleros. Por ello, Weiler pedía una solución política. La victoria
militar española era evidente para todos, pero ello no significaba el fin de la
guerra en ningún caso.
La desinformación difundida
por los rebeldes era máxima: La propaganda militar rebelde hablaba del daño
causado a la población por los españoles por haberla obligado a concentrarse en
poblados defendidos militarmente. El daño era mínimo y puede considerarse
normal en tiempos de guerra. Los periódicos estadounidenses hicieron una
tragedia de las concentraciones de población. Era sólo propaganda en contra de
España.
Los rebeldes y sus
apoyos capitalistas, se dieron cuenta de la fortaleza y superioridad militar de
Weyler. Inmediatamente, los rebeldes y los periodistas de Estados Unidos
iniciaron una campaña de desprestigio de Weyler, y publicaban en sus
periódicos, y en los de Estados Unidos, que se cometían atrocidades con la
población civil, lo cual era habitualmente falso. El objetivo de estas
noticias, muchas veces agrandadas convenientemente, y muchas veces falsas, era
ganarse la opinión pública norteamericana y la de las potencias europeas en
general. Y si lograban destituir al general Weyler, pues mucho mejor.
El objetivo principal
de los españoles era privar a los rebeldes de suministros de alimentos, que les
llegaban desde algunas haciendas y desde los pueblos, y privarles de
información entre ellos, información que se pasaban a través de civiles
colaboradores en cualquier bohío. Los rebeldes tuvieron que cambiar de táctica,
y pasar de unas zonas a otras por mar, que no estaba vigilado por los
españoles. Ése era el fallo del sistema militar español, la falta de dominio
del mar.
Weyler pensó que la
victoria sobrevendría con sólo esperar el cese de las acciones rebeldes, y
responder adecuadamente hasta el agotamiento del enemigo. Pero se encontró un
problema: el agotamiento llegó primero a las filas del ejército español, porque
las enfermedades tropicales hacían muchas bajas entre los españoles. El tiempo
jugaba en contra de los españoles.
Por su parte, los
rebeldes iniciaron una política de tierra quemada, incendiando todo lo que
encontraban y matando el ganado, esperando con ello hacer mucho daño a los
hacendados. El resultado fue el hambre generalizada para los dos bandos.
Hubo durante la campaña
decenas de miles de soldados españoles muertos, una cifra muy considerable, pero
sólo 3.000 soldados españoles murieron en combate. El resto fue por causas de
enfermedad. Los insurrectos cubanos no tenían ninguna capacidad para hacer verdadero
daño a los españoles, nunca fueron demasiado numerosos, a lo más entre 20.000 y
37.000 hombres. Su fuerza consistía en el secreto de su actuación y en la
sorpresa: vestían como civiles, atacaban por sorpresa y huían sistemáticamente.
Ellos no enfermaban tan gravemente, porque sabían cómo sobrevivir en la
manigua.
El paso del tiempo
resultó favorable a los mambises, porque las bajas en los comandos eran
sustituidas inmediatamente, mientras en España cundía el pánico entre los
reclutas cuando eran trasladados a Cuba.
Esto no quiere decir
que la rebelión cubana fuera generalizada. La mayoría de los cubanos no quería
saber nada del conflicto político. Era la minoría nacionalista la que se
integraba en los comandos. Es más, muchos cubanos se prestaron a colaborar con
los españoles, unos 70.000, lo cual era una cifra que representaba el doble de
los colaboracionistas con los independentistas. De los 70.000 cubanos
colaboradores, 57.000 entraron directamente en el ejército español en algún
momento. No podemos saber cuántos cubanos participaban efectivamente en las
acciones terroristas de los mambises, pero hacemos cálculos y unos autores
dicen que 20.000 a lo sumo, y otros elevan la cifra hasta 37.000 como tope
máximo. Siempre debemos considerar también el aspecto de guerra civil en la
Guerra de Cuba.
El fracaso de Weiler.
En abril de 1896, Cleveland ofreció
a España una mediación para dialogar con los rebeldes cubanos. La gestionaba
el secretario de Estado Richard Olney exigiendo autonomía para los cubanos. La propuesta
fue rechazada por Madrid en junio de 1896. Entonces Cleveland ofreció comprar
la isla.
En mayo de
1896 llegó a haber 200.000 soldados españoles en Cuba. Cánovas creía poder
ganar esa guerra. Pero no era cuestión de número de soldados, sino de cómo se
solucionaba el problema de las enfermedades del soldado. Llegó un momento en
que cuantos más soldados, más hospitales y más inconvenientes para los
españoles había.
Weiler
liberó completamente la provincia de Pinar del Río en occidente y, cuando Antonio Maceo desembarcó para
reanudar la lucha rebelde, fue muerto por el comandante Francisco Cirujeda Cirujeda,
en 7 de diciembre de 1896.
Pero el
problema de Cuba durante el mandato de Weyler fue a peor: En España, los del
Partido Liberal Unionista culpaban al nuevo jefe militar de Cuba, Valeriano
Weyler, de utilizar extremada violencia, porque obligaba a la población a
abandonar sus casas y la concentraba en poblados protegidos por el ejército.
Los políticos entraban en temas militares de los que no sabían nada.
Factores externos en la
guerra.
En julio de 1896 los rebeldes
filipinos se pusieron en armas y el general Ramón Blanco Erenas fue
sustituido por el general Camilo García-Polavieja, que detuvo al líder José
Rizal y lo ejecutó. En 1897 sería enviado a Filipinas el general Fernando Primo
de Rivera. España tenía una segunda guerra, o segundo frente de guerra al otro
lado del mundo, propiciado por Estados Unidos.
Y en agosto de 1897, fue
asesinado Antonio Cánovas, Presidente del Gobierno español. En ese
momento, Weyler estaba venciendo militarmente, aunque no era capaz de acabar
con los rebeldes cubanos. Pero los políticos acabaron con Weyler. Sagasta
destituyó a Weyler, concedió la autonomía a Cuba cuando ya nadie la quería, y
el asunto estaba ya en términos de la independencia o nada, y además, decidió
abandonar la guerra. Los rebeldes habían ganado. En ese punto, los Estados
Unidos decidieron quedarse con la isla, ante las narices de los rebeldes
cubanos, que no se lo creyeron aunque lo estaban viendo.
Carácter de la Guerra de Cuba.
La Guerra de Cuba era una guerra civil y una guerra
colonial. En primer lugar, si consideramos que muchos españoles, y también muchos
cubanos, pensaban que Cuba era España, aquello era una guerra civil. Y en
segundo lugar, si consideramos que los cubanos luchaban en ambos bandos, era una guerra entre cubanos.
Pero era una guerra más
complicada que una simple guerra civil, porque había muchos bandos:
los independentistas estaban divididos a su
vez entre pueblo llano y empresarios terratenientes, cuyos intereses eran
distintos y enfrentados, aunque llegaran a confluir en el momento de la guerra,
debido a los errores de España, pero que volverían a chocar en cuanto
consiguieron su independencia;
los autonomistas que se conformaban con que
hubiera decisiones de Gobierno a favor de los intereses cubanos, siempre que
fueran tomadas desde Cuba;
y los españolistas que mantenían la
superioridad de España sobre Cuba.
Así pues, la llamada
Guerra de la Independencia Cubana por los cubanos, no era una guerra
convencional de independencia.
Una guerra tan compleja
no podía tener solución simple, y no la tuvo. Tras 1898, los grandes hacendados
que hacían negocios con grandes empresarios españoles, pasaron a hacerlos con
empresarios estadounidenses. Cuba no ganó la guerra contra España, sino que la
ganaron los Estados Unidos. El problema social se mantuvo exactamente igual, y
ello supuso nuevos conflictos, de los cuales se aprovechó el movimiento
comunista, en los años cincuenta, el cual, con la promesa de expropiar a los
grandes hacendados, y poner la tierra en manos del pueblo, se gano a la mayoría.
Era otra falsa solución, pues no se entregaba la tierra a los cubanos, sino que
se eliminaba la propiedad privada, y el nuevo Gobierno atribuiría la riqueza a
los más fieles al nuevo sistema. Que todos los cubanos se declararan entonces
castristas, no debe extrañar a nadie.
[1] Uno de los líderes espirituales de la independencia
cubana fue José Martí 1853-1895. Había nacido en La Habana en 1853 y era hijo
de un valenciano y una tinerfeña, que le mandaron a estudiar derecho a
Valencia. Fue luego a La Habana, colegio San Pablo, donde le enseñó Rafael
María de Mendive, un separatista. En 1868 estuvo en el grito de Yara con sólo
15 años de edad. En 1869 escribió una carta contra un amigo que se había
alistado en el ejército español y fue condenado a seis años de cárcel, de los
que sólo cumplió unos meses en las canteras de San Lázaro. Fue deportado a
España y publicó en 1871 El Presidio
Político, estudió derecho y filosofía y se licenció en Zaragoza. En 1878
volvió a Cuba y, en 1879, iba a ser deportado de nuevo, cuando decidió irse a
Estados Unidos. Se estableció en 1880 en Nueva York donde residió hasta su
muerte en 1895, años que dedicó a apoyar la revolución cubana. Allí fundo el
Partido Revolucionario Cubano, fraguó el Plan de Fernandina para desembarcar en
Cuba en 1894 y declarar la independencia, pero fracasó. Por fin, en 29 de
febrero de 1898 desembarcó en Cuba, luchó contra los españolistas y murió allí.
[2] José Piqueras Arenas, Capitales en el azúcar. Los hacendados cubanos ante la rentabilidad.
Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
[3] Luis
Navarro García, La Última Campaña del general Martínez
Campos: Cuba, 1895. Universidad de Sevilla.