CUBA DE 1868 A 1896.

Contenido esencial: El asunto del Virginius; la Paz de Zanjón; la guerra en 1895; Arsenio Martínez-Campos; Valeriano Weiler.

      El asunto de Cuba en 1868-1872 en España.

     El Gobernador Francisco Lersundi Hormaechea, 1867-1869, practicó la política de represión, y los cubanos dejaron de confiar en un Gobierno español que daba buenas palabras y hablaba de igualdad de derechos, pero mantenía a un represor. Los hechos se contradecían, y Lersurdi era demasiado conservador y de derechas.

     En 1868, Estados Unidos le ofreció a Prim la paz a cambio de la independencia de Cuba, pero Francisco Silvela y Manuel Becerra no querían perder la isla. España buscó apoyo en Francia, Inglaterra y Prusia, y consiguió que el apoyo de Estados Unidos a Cuba no fuera abierto. Aun así, el presidente Grant manifestaba su simpatía por los insurrectos cubanos.

     La revolución de septiembre de 1868 en España, tenía un nuevo aire, precisamente en contra de los explotadores de Cuba. Juan Prim cambió a Francisco Lersundi por Domingo Dulce Garay e inició una política a tres bandas, muy difícil de compaginar: negociación con Estados Unidos sobre la venta de la isla de Cuba; negociación con los insurrectos cubanos prometiendo una Constitución autonómica; nombramiento de un Capitán General enérgico, que asegurase la autoridad de España.

Domingo Dulce Garay, tras llegar a Cuba, decretó la libertad de imprenta, la libertad de reunión, con el fin de restar fuerza moral a los rebeldes. Concedía lo que decían no tener y lo que, de alguna manera, justificaba la rebelión. No se consiguió aplacar a los rebeldes: el empresario Zulueta estaba enemistado con el nuevo Gobernador. Los rebeldes se aprovecharon de estas libertades para organizarse mejor, y Dulce fue depuesto en 1869. Los rebeldes tal vez se equivocaron en no colaborar con el grupo de españoles, los progresistas, que querían terminar con los problemas cubanos.

     El nuevo Capitán General en 1869 fue Antonio Caballero Fernández de Rodas, también dispuesto a acabar con la corrupción cubana y con el poder político de los hacendados, pero este poder era demasiado grande y contaba en su apoyo con muchos políticos españoles. Caballero de Rodas fracasó.

     Entre los rebeldes cubanos, el líder desde 1869 a 1873 fue Carlos Manuel de Céspedes, el cual utilizaba a Manuel Quesada como su hombre de confianza.

     Prim llamó al embajador norteamericano en Madrid, señor Sickles, y le propuso una paz basada en cuatro puntos:  Deposición de las armas por los insurrectos; Amnistía concedida por España; Plebiscito sobre la independencia; En caso de salir sí en el plebiscito, indemnización de Estados Unidos a España (compra de la isla por Estados Unidos).

     Adelardo López Ayala, Ministro de Ultramar desde febrero de 1868, decidió actuar con cautela en los asuntos del Caribe para no provocar nuevos motines ni levantamientos independentistas. Sopesó el problema de la esclavitud y decidió mantener la esclavitud para evitar conflictos. Tal medida agradó a los grandes hacendados y empresarios residentes en España, pero desencantó a muchos cubanos, que se sumaron a los independentistas.

     La negociación de Prim con el señor Sickles provocó un escándalo en el que amenazaron con dimitir en España Manuel Becerra (Ministro de Ultramar en julio de 1869) y Juan Bautista Topete (Ministro de Guerra).

     En 1870, el Capitán General Blas Villate de la Hera II conde de Valmaseda, se confundió de política, y basó su estrategia en castigar a la población civil cubana que daba apoyo a los insurrectos, la cual le parecía responsable del problema creado. Y sólo logró incrementar el conflicto.

     En 1871, los Gobiernos de Amadeo I exigieron a los rebeldes el deponer las armas, antes de seguir cualquier negociación sobre reformas políticas, y los rebeldes cubanos no aceptaron.

El 12 de marzo de 1871, Estados Unidos ofreció a España un préstamo de 150 millones de dólares, cuya garantía eran la posesión de Cuba y Puerto Rico. España se negó a este chantaje. Era obvio que España no podría devolver este dinero, y aceptarlo era ceder Cuba a Estados Unidos.

     En este tiempo, la situación social cubana había cambiado un poco, pues los peninsulares, que eran esencialmente comerciantes, habían comprado tierras y eran productores al tiempo que comerciantes. Ya no había una rivalidad cerrada entre comerciantes y productores cubanos. Todos eran conservadores, y habían desaparecido los librecambistas.

     El Capitán General Francisco de Paula Ceballos Vargas, marqués de Torrelavega, no dio soluciones en 1872.

      Política cubana de la República española.

     En 1873, la República Española no hizo nada en el asunto de las Antillas. Preveían en una próxima Constitución reconocer a los cubanos como iguales en derechos, pero ésta Constitución no tuvo lugar nunca. En marzo de 1873 abolieron la esclavitud en Puerto Rico dejando 30.000 esclavos libres.

     Entre los rebeldes, en 1873, Salvador Cisneros de Betancourt destituyó a Carlos Manuel de Céspedes, y ello dio lugar a una división de los rebeldes cubanos en partidarios de uno y de otro dirigente rebelde. El asunto de Cuba parecía perder intensidad, cuando ocurrió la intervención de los Estados Unidos y se reavivó el conflicto.

          El asunto del Virginius.

     En 1873, el Capitán General Joaquín Jovellar Soler, apresó un barco americano, el Virginius, y se lo llevó a Santiago de Cuba. Allí estaban buena parte de los jefes de la insurrección cubana: Bernabé Varona Borrero alias Bembeta, coronel Pedro Céspedes del Castillo, Manuel Quesada Loynaz, coronel Jesús del Sol Corderos, William O`Ryan. También había un cargamento de armas que era el asunto principal que se discutía. Los prisioneros, el capitán norteamericano, 36 tripulantes y los cubanos apresados, fueron juzgados, condenados y ejecutados el 7 y 8 de noviembre de 1873. De 156 tripulantes y pasajeros, fueron ejecutados 53.

Estados Unidos protestó por la captura alegando que se había hecho en aguas internacionales, treta legal irrelevante, cuando de los que se hablaba era de tráfico de armas. El Gobierno de Madrid ordenó suspender las ejecuciones, pero la noticia llegó a Cuba cuando ya estaba cumplida la sentencia. Inglaterra medió para que Estados Unidos y España no llegasen a más, pero Estados Unidos “se sintió ultrajado” porque algunos norteamericanos hubieran sido fusilados. Parecía no importar que se dedicasen al tráfico de armas y de guerrilleros a Cuba.

     En 1874, el Gobernador de las islas del Caribe, José Gutiérrez de la Concha Irigoyen marqués de La Habana, retornó a un poder absoluto. Lo utilizará para hacer ganar al Partido Conservador todas las actas cubanas y cumplir los deseos de Cánovas. Pero no logró imponerse a los rebeldes. Y lo mismo le ocurrió a Blas Villate de la Hera en 1875, a pesar de utilizar la violencia por sistema, y a Joaquín Jovellar Soler en 1875.

         Política de Cánovas respecto a Cuba.

En 1875, ya era Presidente en España Antonio Cánovas del Castillo, pero este hombre estaba relacionado con los hacendados y no era parte desinteresada, a pesar de ser tenido por hombre de buen juicio y entendimiento.

     En 1876, Cánovas decidió cambiar de política en Cuba, y envió a Arsenio Martínez-Campos Antón para utilizar la diplomacia y el diálogo. El nuevo Capitán General empezó por ofrecer amnistía para todos los rebeldes que abandonaran las armas, lo cual tuvo un impacto grande entre los cubanos, pues muchos pequeños hacendados, y los ciudadanos corrientes en general, ya estaban hartos de ocho años de guerra, de incendios de casas y cosechas, de matanzas de ganado, de pagos o impuestos de guerra a los rebeldes y de represalias por parte de los soldados españoles y por parte de los rebeldes cubamos.

     En 1876, Máximo Gómez era el Secretario de Guerra de los rebeldes cubanos. Le tocará hacer las conversaciones de paz de 1878. Tras esta paz, Gómez se marchó a Jamaica y a Honduras, donde fue general del ejército.

     En 1876, Antonio Maceo tomó el mando de las fuerzas revolucionarias de Oriente. Maceo había nacido en Santiago de Cuba y era hijo de negros, un venezolano y una dominicana. Será el principal protagonista de la Guerra Chica de 1879. Será contrario a la Paz de Zanjón de 1878 porque no daba la independencia ni abolía la esclavitud. En 1885 volverá a iniciar el movimiento insurreccional y desembarcará en Cuba. Murió en combate con los españoles en Punta Brava, en 7 de diciembre de 1896.

En enero de 1878 se hizo líder de los rebeldes cubanos Vicente García González.

     En 10 de febrero de 1878, el Capitán General Arsenio Martínez-Campos llegó a un acuerdo con Vicente García González, que se llamó Paz del Zanjón.  Por este acuerdo, España concedería a Cuba las condiciones políticas de que ya gozaba Puerto Rico, ofrecía una amnistía tan amplia que afectaba incluso a los desertores del bando español, prometía la libertad de todos los esclavos, y daba facilidades para abandonar la isla quien lo quisiera. Los rebeldes aceptaban al Gobierno español y deponían las armas a cambio de la libertad de los esclavos que habían luchado en sus filas y las libertades de prensa y de reunión para todos los cubanos.

La paz de Zanjón fue aceptada por una veintena de jefes rebeldes, pero negada por una docena de ellos, entre los que destacaban Vicente García González y Antonio Maceo. La guerra continuaba, aunque se prefirió declarar que se vivía de nuevo en paz.

España había prometido, en esta paz, reformas liberales que nunca se cumplieron. Incluso las reformas habidas en la península a partir de 1882 no se aplicaron en Cuba. Por eso Estados Unidos tenía simpatías entre los isleños cuando reivindicaba la independencia de la isla.

     Las promesas de la Paz de Zanjón se quedaron en letra muerta, y en 1879, el Capitán General Ramón Blanco Erenas marqués de Peña Plata, tuvo que iniciar de nuevo la guerra, La Guerra Chiquita. La Guerra Chiquita fue una sublevación mal dirigida por Guillermón Moncada y el Comité de los Cinco, que creyeron que una sublevación se podía mantener con sólo el apoyo del pueblo, sin atender al suministro regular de armas y alimentos. Una guerra requiere mucha infraestructura y dinero, y el apoyo de alguna potencia o de entidades financieras importantes, pero los guerrilleros Pancho Jiménez, Antonio Maceo y Emiliano Sánchez, hicieron una guerra romántica, que fue calificada por los españoles como “una revuelta de negros”, y por los cubanos como la Guerra Chiquita.

     Tras 1879, el problema de Cuba se pudrió, pues ni se quería en España la situación anterior, ni los políticos españoles estaban dispuestos a cambiar. Lo único que parece que interesaba a los nuevos Gobernadores era hacer rentable la isla. Así actuaron desde 1881 los sucesivos Gobernadores Luis Prendergast Gordon, desde 1883 Ignacio María del Castillo Gil de la Torre, desde 1884 Ramón Fajardo Izquierdo, y desde 1886 Emilio Calleja Isasi. En 1887, el Gobernador Sabas Marín González estaba casado con una cubana. Desde 1890 fue Capitán General y Gobernador Camilo García de Polavieja y del Castillo.

         La fase intermedia entre 1878 y 1895.

     Nos referimos a una época entre dos guerras oficiales, al de 1868-1878, y la de 1895-1898.

     Cuba vivía de vender azúcar y tabaco a los Estados Unidos, así que pedir relaciones libres con los Estados Unidos era natural. Para Estados Unidos, las relaciones supondrían precios más baratos del azúcar y más posibilidades de negocio vendiendo en los propios Estados Unidos. Pero las relaciones libres significaban también la desaparición de muchos burócratas y de comerciantes intermediarios, y un perjuicio grande para los textiles catalanes y para las harinas castellanas que salían del puerto de Santander que perderían el mercado cubano ante los precios americanos mucho más baratos.

En 7 de octubre de 1886 fue abolida la esclavitud. Fue derogada la Ley del Patronato, y los patronos perdieron el derecho a tener esclavos. Era la abolición definitiva de la esclavitud. En la situación en que se vivía, el rasgo español no tenía mérito ninguno, llegaba tarde, y no tuvo repercusión alguna.

     En 1888, Alemania comenzaba a ver que la posición de España en el Caribe era débil y envió barcos a Vieques, Culebra y La Mona, islas españolas en el entorno de Puerto Rico. Alemania mostraba gran interés por conseguir colonias en todo el mundo, pero tenía pocas posibilidades en El Caribe, ante los intereses estadounidenses, británicos y franceses. Pero el hecho nos sirve para reflexionar sobre la consideración internacional del conflicto, que no parecían ver ni los españoles ni los cubanos. Estos tres imperios eran la gran amenaza a la que temía España, y que los ingenuos independentistas cubanos pensaban utilizar para su rebelión contra España. Pero los préstamos que tomaban de estas potencias estaban condicionando su futuro.

     En 1892, el Capitán General Alejandro Rodríguez-Arias Rodulfo, fue eficaz en la lucha militar contra los rebeldes, pero su muerte indica que no gestionaba bien los problemas, pues murió de enfermedad tropical (diarreas).

     España no supo aprovechar este periodo de calma relativa, para fortalecerse dentro de Cuba, y evitar la presión de las potencias internacionales del momento:

En 1891, el Arancel Cánovas obligaba a los cubanos a comprar los textiles catalanes, lo cual perjudicaba mucho a los cubanos, pues disponían de textiles británicos mucho más baratos. Los empresarios catalanes habían impuesto sus conveniencias al Estado español, y éste había accedido. La cesión mostraba que España trataba los territorios del Caribe como colonias, y fue un error de grandes dimensiones. Predominaban los intereses de los empresarios españoles con intereses en Cuba, a costa de los verdaderos intereses de España, la convivencia con los cubanos.

     La reacción independentista no se hizo esperar: En 1892, José Martí[1] fundó en Nueva York el Partido Revolucionario Cubano. En 1895, junto a Máximo Gómez, redactaron el Manifiesto de Montecristi (Santo Domingo) llamando a los cubanos a la sublevación en aras de la libertad humana y no como una venganza contra los españoles.

         La Guerra de Cuba en 1895-1897.

     En Cuba la denominan Guerra de la Independencia. En España se llama la Guerra de Cuba.

En el inicio de la Guerra de Cuba, el 24 de febrero de 1895, no hubo declaración de guerra. Pero la percepción en España era que se había declarado la guerra. Los diarios El Resumen y El Globo, que culpaban a los militares de haber iniciado una guerra, fueron destruidos por unos militares. Los diarios publicaban que el Gobierno tenía dificultades para cubrir las plazas de oficiales con destino a Cuba. Denunciaban que no había voluntarios, lo cual era lo mismo que decir que las declaraciones constantes de valentía por la patria hechas por militares, eran falsas. Sagasta, que había reducido el presupuesto militar recientemente, y había evitado las reformas propuestas por Maura, fue culpabilizado de ser causa de la guerra en Cuba. El hecho fue seguido, en marzo, por la dimisión de Práxedes Mateo Sagasta como Presidente del Gobierno español en marzo de 1895.

Hasta 1895, la situación militar española en Cuba había sido débil: En Cuba había unos 14.000 soldados españoles, que eran una marioneta en manos de los hacendados y su ejército de 40.000 hombres, y no podían enfrentarse ellos solos a los insurrectos, que eran entre 17.000 y 37.000, según épocas. Eran por lo tanto tres bandos, de los cuales el más débil era el ejército español. Los tres bandos eran los hacendados, los rebeldes populares y los españoles. El Capitán General Emilio Calleja Isasi, tenía experiencia en Cuba pues ya había sido Capitán General en 1886-1887, antes de volver a serlo en 1893-1895.

La rebelión había empezado en Sierra Madre, al este del país, como muchas otras rebeliones cubanas. Sierra Madre es una selva tropical en una cordillera que hace muy difícil transitar. El general Calleja, con sus 14.000 hombres, no podía hacer frente a los rebeldes. En 1895, la rebelión se había extendido a toda la isla. Los insurrectos habían nombrado Presidente de la República de Cuba al poeta José Martí. En mayo de 1895 murió Martí, jefe político de los sublevados, y los rebeldes estaban pasando un mal momento.

     El 25 de febrero de 1895 surgió la rebelión independentista en el Grito de Baire. Máximo Gómez, general en Cuba en 1868, en Jamaica y Honduras en años posteriores, fue llamado por José Martí para hacer la revolución y fue nombrado generalísimo.

Máximo Gómez, secundado por Antonio Maceo, tenía unos 900 jinetes y otros tantos soldados de a pie. Avanzaba desde occidente a oriente de la isla arrasando campos, puentes y ferrocarriles.

     Gobierno de Cánovas en marzo de 1895.

La nueva rebelión cubana fue considerada un fracaso del Capitán General Emilio Calleja Isasi, presente en su destino desde 1893, que fue relevado inmediatamente por Arsenio Martínez-Campos Antón. España empezó a enviar tropas en gran número desde la primavera de 1895 a enero de 1896. Llegaron a Cuba 80.000 soldados españoles en seis meses.

Cánovas, llegado el Gobierno en marzo de 1895, destituyó a Calleja como jefe de operaciones en Cuba, y envió a Arsenio Martínez-Campos en su lugar. Cánovas dijo en las Cortes que emplearía hasta el último hombre y la última peseta en evitar la independencia de Cuba. Esa declaración tenía especial significado en un momento en el que España tenía un grave déficit en Hacienda. La entrega de 100.000 hombres a Arsenio Martínez Campos era un gesto de mucho valor por parte de Cánovas.

España tenía entonces en Cuba unos 14.000 soldados e, inmediatamente, tuvo que enviar 112.000 más.

     En 1895 era Presidente de Estados Unidos el demócrata Grover Cleveland, un hombre que quería la paz y estaba dispuesto a negociar con Cánovas una neutralidad de Estados Unidos a cambio de compensaciones.

 Antecedentes de Martínez-Campos en el tema cubano.

Martínez-Campos ya había estado en Cuba y se había mostrado como un negociador. Tenía sus propias ideas, y creía que los políticos de Madrid debían dejarse aconsejar por él. Era el general que había hecho el pronunciamiento de Sagunto en 1874 y había firmado la Paz de Zanjón en 1878.

     Martínez-Campos era una figura militar que había entronizado al Rey Alfonso XII con su levantamiento en Sagunto, y Alfonso XII le estaba muy agradecido y le consideraba de toda su confianza. Los hacendados cubanos habían puesto dinero para entronizar a Alfonso XII y tenían en cierta estima a Martínez-Campos.

Martínez Campos propuso las reformas que, a su parecer, Cuba necesitaba: bajada de impuestos de un 22% a los cultivadores, y contratación de deuda pública para gobernar Cuba; pagar a  los comerciantes cubanos el dinero que el Estado les debía, pues cobraban con mucho retraso; abolición de la esclavitud; concesión a los cubanos de los derechos de que gozaban los españoles.

Y en 9 de octubre de 1876, al llegar Martínez Campos a Cuba, pidió la abolición de los derechos de exportación que pagaban los pequeños hacendados, porque los precios del azúcar estaban bajando. En efecto, los precios bajaron en un 50% en los siguientes años hasta fin de siglo por aparición del azúcar de remolacha en Alemania y Estados Unidos. Después, había logrado en 1878 la Paz de Zanjón con los rebeldes cubanos. Martínez Campos se había convertido en un peligro para el Gobierno español y recibió la orden de regresar a España, lo que hizo en 27 de febrero de 1879, fecha de su llegada a Madrid.

     El 3 de marzo de 1879 le encargaron a Martínez-Campos formar Gobierno de España, seguramente por intervención directa del Rey Alfonso XII. Y Martínez-Campos redujo las contribuciones de los cubanos, propuso el comercio libre y la abolición de la esclavitud. Estaba poniéndose en contra de los hacendados cubanos, y Romero Robledo, el hombre de los cubanos en España, le llamó la atención.

Cánovas decidió que él mismo debía hacerse cargo del poder, y que el Rey destituyese a Martínez Campos. En el nuevo Gobierno de Cánovas, Romero Robledo impuso “el patronato” sobre los esclavos, es decir, que los hacendados se quedaban con ellos un tiempo “hasta que estuviesen preparados para su libertad”, un tiempo indefinido. Martínez–Campos abandono el gobierno en diciembre de 1879. Martínez-Campos abandonó también el Partido Liberal Conservador de Cánovas.

     En 1883, los precios del azúcar comenzaron a hundirse, y la crisis sería estructural y no momentánea. En 1884, habían bajado un 40% respecto a 1868, y en 1886 bajaron otro 10% más respecto a 1868[2].

Gobernar se demostraba más difícil que aconsejar a los Gobiernos. Ahora los hacendados se habían puesto del lado de los rebeldes, y la única posibilidad de los españoles era un ataque masivo, un ejército llegado de España.

     Arsenio Martínez-Campos en 1895.

     El 16 de abril de 1895, Arsenio Martínez-Campos Antón tomó de nuevo posesión como Capitán General de Cuba.

En 1895, Arsenio Martínez-Campos Antón tenía 64 años de edad y mucho prestigio militar, pero algunos creen que este prestigio era inmerecido, pues más bien era atolondrado y temerario en el combate, lo que le llevaba unas veces al éxito y otras, como fue el caso de Cuba en 1896, al fracaso completo. Tenía carácter fuerte e ideas muy conservadoras. Tenía facilidad de palabra y gesto autoritario. Nunca supo planificar una guerra, pero sí era experto en negociar, en hablar y en poner voz profunda como si estuviera muy seguro de todo. Cuando fue nombrado para dirigir la Guerra de Cuba, a finales de marzo de 1895 o en abril siguiente, se sintió disgustado[3]. Era una orden directa de Cánovas y no le quedó otra alternativa.

En cuanto a las relaciones políticas del momento, Martínez-Campos se había reconciliado con Cánovas y en 1895 ambos creían el uno en el otro. Además, Martínez-Campos tenía confianza en sí mismo, pues ya había pacificado Cuba en una ocasión anterior. Pero esta vez, Martínez Campos veía complicado alcanzar acuerdos, cosa en la que era un maestro, y lograr la paz mediante la palabra. Había que ejercer la fuerza, y en ello, Martínez Campos no era demasiado experto.

Se le concedieron a Martínez-Campos 140.000 hombres, entre soldados españoles, en número de 110.000, y tropas indígenas, 30.000. Esta cantidad de soldados era solamente nominal, pues los insectos, las aguas sucias, la suciedad de las camas y ropas del soldado y la mala alimentación, acababan con los soldados españoles. A menudo, solamente le quedaban útiles 45.000 hombres. Esta circunstancia muestra la enorme desidia de todos los Capitanes Generales que habían estado en Cuba, pues es un fallo gravísimo el que un jefe militar no haya previsto la buena alimentación y correcto abastecimiento de agua de sus soldados. El agua de zonas tropicales debe ser hervida antes de consumirla.

     Recordemos que Cánovas pensaba que Cuba era una provincia más de España, y que para restablecer la paz había que hacer allí algunas reformas. La reforma oportuna parecía el autogobierno de la isla, pero se había decidido en el Gobierno español que no se daría autogobierno a Cuba antes de haber sido restablecida la paz.

     Los empresarios cubanos con los que se debía negociar eran: Julián Zulueta Samá (hijo de Julián Zulueta Amondo, muerto en 1878); Concepción Serrano, condesa de Santovenia, hija del General Serrano; Anastasio Carrillo de Albornoz marqués de Casa Torres; Narciso Peñalver conde de Peñalver; Nicolás Brunet marqués de Casa Brunet; Ignacio Montalvo marqués de Casa Montalvo; familia Calvo de la Puerta; marqueses de Du`Quesne; Bernardo Losada Pastor conde de Bagaes; José Eugenio Moré conde de Casa Moré; José Antonio Suárez Argudín y del Valle; Carlos Drake conde de Vegamar; conde de Casa Lombillo; Francisco Feliciano Ibáñez Palenciano; Vicente Galarza conde de Galarza; Francisco Retortillo Imbrechts conde de Almaraz; Rafael de Toca y Aguilar conde de San Ignacio; Julia Herrera; Ramón Argüelles; Rafael Torices; y otros.

Estos empresarios solían depositar sus capitales en Londres, porque tanto Cuba como España les parecían sitios inseguros, y porque así estaban preparados para el caso de tener que abandonar Cuba. No depositaban todo su capital, sino que seguían con sus negocios cubanos y españoles, pero mantenían como salvaguardia una buena parte de su dinero en Londres. Algunas de las inversiones británicas en España, como compra de deuda pública o fundación de empresas como el Banco Hispano Colonial, eran de estos hacendados cubanos.

     Empresarios cubanos rebeldes y en armas eran: Francisco Vicente Aguilera; Pedro Figueredo; Carlos Manuel de Céspedes; Vicente García; Salvador Cisneros Betancourt; Miguel Jerónimo Gutiérrez.

     Martínez Campos y la guerra de Cuba.

Martínez-Campos, llegó a Guantánamo, y fue desde allí a Santiago a ver la situación política de la isla, antes de llegar a La Habana en 16 de abril de 1895. Comprobó que era imposible lograr enfrentar a los hacendados contra los rebeldes, pues ambos grupos se habían unido contra España, y perdió mucho tiempo en tratar de negociar, aspecto que era su fuerte: José Martí había hecho un buen trabajo uniendo a casi todos los cubanos en contra de España y había generado un sentimiento nacionalista, hasta entonces inexistente.

En mayo de 1895 llegaron los primeros 6.000 soldados desde España. En junio llegaron otros 9.000. Eran reclutas, cuya única instrucción es la que recibían en el barco, durante el viaje, y consistía en cómo se disparaba un fusil máuser.

Inmediatamente, Martínez-Campos ordenó la ofensiva general aun en los casos en que las fuerzas enemigas fueran superiores en número. También ordenó no rematar a los heridos y no maltratar a los prisioneros. Y concedía un indulto general a los que abandonasen la rebelión. Estaba en su papel de negociador.

Los gestos pacíficos de Martínez-Campos fueron puestos en duda por los hechos: el rebelde Antonio Maceo venció al militar español Ramón Yaguas. Entonces, Martínez-Campos ordenó fusilar a Ramón Yaguas por cobarde. Extraña autoridad ésta, la del jefe que fusila a los suyos.

En verano de 1895, el movimiento insurreccional se había extendido desde Baire, en Oriente, hasta La Habana, Matanzas, Holguín y Guantánamo en occidente. Pero no eran enemigo militar de talla para España. Los muertos españoles se producían por causas intrínsecas al mal funcionamiento del ejército español, principalmente por suciedad en las comidas y en las camas, así como en la ropa del soldado, y consumo de aguas corrompidas.

     Martínez Campos adoptó la táctica de atacar, al tiempo que ofrecía negociaciones a los rebeldes, pero no encontraba la táctica adecuada para atacar a la guerrilla pues estaba preparado para un ejército más convencional. Volvió a poner en uso la trocha central de la isla, una franja de 200 metros de ancho con un foso y abundante alambre de espino, y con fortificaciones militares cada poco, y un ferrocarril que permitía trasladar soldados a lo largo de ella. La segunda táctica de Martínez Campos era bloquear la llegada de alimentos, armas y municiones que llegaban desde Florida (Estados Unidos), pero se trataba de muchos barcos pequeños difíciles de controlar por unos pocos barcos de vigilancia españoles.

Los combates tuvieron resultados dispares: el 13 de mayo murió el coronel español Bosch. En 19 de mayo de 1895 murió el líder cubano José Martí en combate, en Dos Ríos, luchando contra el Coronel Jiménez de Sandoval. Quedaron como jefes rebeldes un militar, Máximo Gómez, y un negro valiente como soldado, Antonio Maceo, que se convirtió en un mito entre los soldados españoles y entre los cubanos, conocido como “El Titán de Bronce”.

El 5 de junio, el rebelde Máximo Gómez emprendió una ofensiva sobre Camagüey y pasó las líneas españolas con éxito. El paso no era impermeable, pues había muchos kilómetros a cerrar, y no todos eran cubiertos por los soldados españoles. La táctica rebelde era ir a caballo, moverse rápidamente, incendiar campos e ingenios, y huir inmediatamente con rumbo imprevisible. Martínez-Campos tenía unos 27.000 hombres. Los rebeldes contaban con unos 4.000 hombres, pero la mayoría dotados de caballo.

Tomó el mando de la tropa española el brigadier Fidel Alonso de Santocildes, el cual sorprendió al rebelde José Antonio Maceo Grajales en monte La Caoba, y creía que podría eliminarle. Pero los rebeldes atacaban con más velocidad de desplazamiento, ante lo cual los soldados españoles formaban cuadros, y los caballos rebeldes giraban alrededor disparando. Y en uno de esos ataques murió Santocildes el 13 de julio de 1895.

Martínez-Campos debía asumir personalmente el mando de las operaciones efectivas sobre el campo de batalla y hacerse cargo, por primera vez en su vida, de la planificación de un ataque general. No era ése su fuerte.

Inmediatamente delegó ese mando: Encargó el ejército al coronel Máximo Ramos, al capitán Miguel Primo de Rivera, y al teniente Miguel Martínez, hijo suyo.

Los nuevos e inexpertos jefes españoles, persiguieron a los rebeldes en todo momento, y en una ocasión se metieron en un paso alambrado por ambos lados, en Peralejo, y estuvieron a punto de morir todos ellos, hasta que Martínez-Campos ordenó romper las alambradas y salir de la trampa. Antonio Maceo lo consideró una gran victoria rebelde. Martínez-Campos se apuntó también el éxito por haber escapado de la encerrona. Orgullo militar por ambos lados.

Los españoles no comprendían lo que era un ejército no convencional, que abandonaba los uniformes y se confundía con la población civil hasta alcanzar nuevos objetivos. Los rebeldes practicaban la guerra de guerrillas. La táctica ordinaria era el incendio sistemático de las plantaciones de caña. Con esta táctica, los terratenientes afectados despedían a los braceros, y éstos se sumaban a la guerrilla, “se echaban al monte”. También, los rebeldes iban por los pueblos prometiendo el fin de la esclavitud y del racismo, lo cual ganaba a los negros para su causa. También afirmaban que respetarían la propiedad privada trabajada honestamente, lo que les ganaba a los pequeños y medios propietarios.

Para los españoles, no había más remedio que controlar a la población civil, en una guerra que se parecería demasiado a la de Estados Unidos en Vietnam sesenta años más tarde. El gran problema era localizar a los espías rebeldes y a los informadores que trabajaban para estos espías. Los españoles adoptaron la táctica de fusilarles para desincentivar la colaboración con la guerrilla. Esta actitud, practicada también por los rebeldes, no le dio el resultado apetecido a los españoles, que eran calificados de crueles por lo mismo que hacían los rebeldes, los cuales eran calificados de patriotas.

Arsenio Martínez Campos pensó que él no era el hombre adecuado para este tipo de guerra: El 25 de julio de 1895, Martínez-Campos comunicó a sus superiores en España que los partidos políticos cubanos no apoyaban a los españoles, y la población en general tampoco. Y que se precisaba tomar medidas duras contra la población civil. Envió una carta a Cánovas diciendo que debían sustituirle, y recomendaba a Weyler para ello. Se consideraba derrotado nada más llegar a Cuba. Y la situación era mucho peor que lo que Martínez-Campos declaraba, porque en esos días surgieron nuevas partidas rebeldes, la del general polaco Karol Roloff Mialofsky y la de Serafín Sánchez Valdivia, muerto en Las Villas en noviembre de 1896.

     En agosto, Martínez-Campos fortificó Las Villas mediante la trocha de Júcaro a Morón, de forma que los rebeldes de Oriente no pudieran pasar al oeste de la isla. Pero la fortificación era una simple línea de cañas vigilada, y como no había suficientes soldados para hacer la vigilancia, en muchos lugares se ponían muñecos de trapo con fusiles en la mano, para confundir a los rebeldes. En Las Villas, Martínez-Campos instaló el fortín principal para atender los ataques eventuales de los rebeldes a un punto de la trocha.

En agosto de 1895 llegaron 25.000 soldados más desde España, y las fuerzas españolas alcanzaban los 55.000 hombres, además de 5.000 soldados indígenas. Se podía cubrir efectivamente la vigilancia de toda la trocha. Pero dedicar 55.000 soldados a vigilar una trocha, y las principales ciudades cubanas, era conceder la iniciativa a los rebeldes y actuar a la defensiva, lo cual no es propio de un general que aspira a la victoria.

     En octubre de 1895 los rebeldes iniciaron un ataque coordinado sobre la trocha: Máximo Gómez atacaba desde Camagüey, y Antonio Maceo desde Oriente. Pero no era un ataque convencional, como esperaba Martínez Campos, sino que se trataba de ataques relámpago, que iban sobre un punto concreto, quemaban las plantaciones, destruían los puentes y las líneas telegráficas, y huían a toda prisa. Martínez Campos se puso muy nervioso porque no sabía combatir ese tipo de guerrilla. Los rebeldes esperaron una tormenta para lanzar el primer ataque serio, el 17 de octubre, entre lluvias torrenciales. Pero la táctica era la misma, tocar un objetivo, y retirarse con rapidez a caballo.

     El 29 y 30 de noviembre de 1895, Antonio Maceo y Máximo Gómez pasaron la trocha central, de Júcaro a Morón, hacia el oeste de la isla y atacaron Matanzas. Entraron en Pinar del Río, y quemaron las plantaciones y los ingenios que encontraron a su paso. El 7 de enero de 1896 atacaron La Habana. El método de lucha era la guerrilla, método utilizado por quien se siente inferior en el combate. Era una guerra absurda en la que los dos contendientes se sentían inferiores al otro.

     A fines de noviembre de 1895 salieron de España 35.000 soldados más con destino a Cuba. La superioridad española era teóricamente abrumadora, pero los españoles se ponían enfermos masivamente, debido al consumo de agua en mal estado, comida en peores condiciones y mala evacuación de aguas fecales, además de suciedad de camas y uniformes. Los enfermos eran decenas de miles en cada momento. Y la voluntad de luchar de los soldados españoles era nula.

     El 3 de diciembre, Máximo Gómez y Antonio Maceo volvieron a atacar. Aprendieron una nueva táctica de provocar a los españoles para que les persiguiesen, lo cual dispersaba las fuerzas españolas, y las dejaba inermes en un punto lejano al que habían sido conducidos en la persecución. El verdadero objetivo de los rebeldes quedaba desprotegido. Martínez Campos cayó en todas las trampas. Demostró ser un incapaz en cuestiones de tácticas militares al igual que era un incapaz en abastecimientos, pues no hervía el agua en cantidades suficientes y no cuidaba de la higiene del soldado. El 15 de diciembre, los rebeldes vencieron en Mal Tiempo. Y sin un solo combate abierto, Martínez-Campos estaba siendo derrotado en Las Villas. Martínez Campos emprendió una gran ofensiva contra el oriente cubano, y entonces los guerrilleros se presentaron en occidente, en La Habana. Los soldados de Martínez Campos avanzaban sin resistencia y llegaron al extremo oriental de la isla. Entonces supieron que los rebeldes estaban en occidente, atacando La Habana. Era ridículo, y demasiado para el orgullo del general español. Se había puesto de manifiesto su incompetencia.

Martínez Campos se vino abajo, y pidió ser sustituido, al tiempo que recomendaba al general Weyler para esa misión, pues se requería inteligencia, valor y estrategia. En su descargo, alegaba que él se sentía incapaz de fusilar a la gente y que, en ese momento, era preciso fusilar a muchos. Extraña declaración de bonhomía de un hombre que estaba fusilando a los suyos, cuando eran derrotados, y dudaba en si debía fusilar a los enemigos. La petición de Martínez Campos de ser sustituido, la hizo en contra de la voluntad del Gobierno de España, y del mismo Cánovas, que quería tenerle lejos, pero Martínez Campos se sentía más a gusto supervisando Gobiernos en Madrid, que luchando en Cuba.

          Campañas de desinformación en España.

Los españoles, negociantes portuarios, banqueros, navieros, fabricantes textiles, exportadores… crearon un ambiente popular favorable a la solución militar en Cuba, y utilizaron los toros y teatros para hacer escuchar himnos militares, la prensa para comentarios favorables a la completa derrota de los rebeldes, y las concentraciones de multitudes para jalear a los soldados que se embarcaban para Cuba. Animaban a Cánovas a que resolviera el problema sin conceder autonomía a la isla. La burocracia colonial y la Iglesia católica, que temían perder sus puestos e influencia en la isla, animaban a la guerra también. Hasta los republicanos como Blasco Ibáñez exigieron la solución militar (aunque no Pi, que se opuso a la guerra y pedía la autonomía. Los propios socialistas pedían la paz, pero no estaban en contra de la guerra, a pesar de que los obreros cubanos estaban con la guerrilla. Sólo los anarquistas estaban netamente en contra de la guerra. Se dice que es más fácil predicar, que dar trigo. Los españoles pensaban que lo de Cuba no era más que llegar, disparar unos tiros, y vencer. No tenían ni idea de lo que pasaba en Cuba, pero es que la desinformación a que venían siendo sometidos durante décadas, les hacía ver las cosas en un plano de completa irrealidad.

     La derrota de Martínez Campos.

     El 1 de enero de 1896, Máximo Gómez y José Antonio Maceo estaban en la Provincia de La Habana, en el oeste de la isla, lugar en el que Martínez Campos se sentía seguro, pero que dejaba de serlo. Los rebeldes cabalgaban de noche y sólo atacaban pequeños objetivos fáciles de destruir. El 22 de enero llegaron a Pinar del Río. Y el pánico se apoderó de los habaneros. Martínez Campos fue considerado un inútil por los hacendados cubanos, y le abandonaron. Para justificarse, Martínez-Campos se enorgulleció de haber fusilado a algunos cabecillas rebeldes, pero su fracaso era evidente. Recordaba que desde 1874 a 1878, había agotado a los rebeldes con continuos ataques, y había triunfado. Pero los rebeldes habían aprendido y, en 1895, rechazaban todos los enfrentamientos abiertos contra Martínez Campos. Martínez Campos disponía de 114.000 hombres (80.000 españoles y 34.000 cubanos), pero no le eran suficientes para poner guarniciones en todos los pueblos y todas las haciendas cubanas, como pretendía. Cuba tiene más de 100.000 kilómetros cuadrados. Era la táctica militar la que estaba equivocada. Martínez Campos no tenía Estado Mayor, sino que le gustaba improvisar, dispersaba sus fuerzas, no tenía caballería suficiente, y confiaba en que en época de lluvias no se podían hacer ataques militares. Pero los rebeldes no acataban esta supuesta norma militar, y atacaban en días de tormenta.

     Como tantos otros fracasados, Martínez Campos culpó a la prensa de atacar al ejército, hablando de mala organización y mala administración de los fondos militares. Y como era amigo personal de Rey Alfonso XII, tuvo todo el apoyo de la jerarquía militar española. Se creó una fractura entre la prensa, los políticos y la opinión pública española por un lado, y el ejército por el otro. Algunos militares apoyaron a Martínez Campos, como si la crítica a su incapacidad fuera crítica a todo el ejército español. Y se generó un nuevo problema político y militar.

     En enero de 1896 Martínez-Campos dimitió. Había estado en Cuba 10 meses escasos. Dejó el ejército español desmoralizado, y fue mal recibido en España, como un derrotado.

Martínez-Campos había fracasado. A su regreso a España, Martínez Campos fue recibido en Madrid entre silbidos y abucheos. El primer año de la Guerra de Cuba había sido un enorme desastre para España.

     El general Weyler en Cuba.

En 16 de enero de 1896, se sustituyó a Arsenio Martínez-Campos Antón por Valeriano Weyler Nicolau duque de Rubí y marqués de Tenerife, un hombre mucho más capaz que Martínez Campos.

     El 16 de enero de 1896, se hizo cargo del mando en Cuba el general Sabas Marín, hasta la llegada del nuevo Capitán General, Valeriano Weiler Nicolau, que llegó a Cuba en febrero de 1896.

En 1896, había ya en Cuba más de 80.000 soldados españoles, que llegarían a ser 140.000 en abril de 1896. Weyler tenía experiencia en Cuba y en Santo Domingo, era un hombre duro y parecía adecuado. Era un hombre enjuto y bajito, es decir, poca cosa de apariencia, pero era un militar muy capaz. Era sobrio y modesto en el vestir, descuidado en el atuendo, capaz de aguantar el hambre y el frío, y de dormir en un camastro, cuando lo había, o en el suelo como sus soldados. Era un patriota fiel a España y entendía que Cuba era una parte de España. Y era un militar acabado, de alta escuela. Era duro en temas militares, y cuando encontraba civiles colaboradores con el enemigo los fusilaba sin miramientos, lo cual le dio fama de muy duro, pero consiguió grandes éxitos y, de hecho, consiguió en dos años que la guerra estuviese a punto de la victoria española.

Weyler reconsideró la situación militar: Cuando llegó Weyler a Cuba, había 114.000 soldados en el bando español, pero Martínez-Campos los había distribuido por toda la isla (100.000 kilómetros cuadrados, algo más que Andalucía y Murcia españolas juntas) y estaban desperdigados y mal equipados.

La primera orden fue de concentración de las tropas en pocos cuarteles, para mantener siempre la superioridad de fuego. No importaba abandonar muchos puntos.

El segundo proyecto de Weyler fue el de concentración de la población civil cubana, cosa que también se hizo en Vietnam años más tarde. Los campesinos cubanos fueron concentrados en grandes pueblos llamados “reconcentraciones”,  amenazando con que los que no acudieran a ellos serían considerados insurrectos. Cada pueblo de concentración tenía la protección de un destacamento militar.

Y Weiler dividió el territorio cubano en tres pedazos, o distritos, con “trochas” que iban de mar a mar. La trocha era una franja deforestada, allanada, con empalizadas cada pocos kilómetros vigiladas por soldados a fin de que no se pudiera pasar de unas zonas a otras. Lo normal del paisaje era la manigua, terrenos silvestres con ciénagas, bosques, vegetación tupida, donde era muy fácil esconderse. Las torres de vigilancia dentro de las trochas, estaban dotadas de proyectores eléctricos para iluminar el terreno en la noche, y todo el terreno quedaba observado desde una torre o desde la siguiente. Los rebeldes quedaban así confinados en las montañas del este. Las trochas estuvieron muy bien organizadas, aunque quedaran espacios entre los fortines.

Weyler tuvo algunos éxitos iniciales, e inmediatamente pensó en una victoria fácil. Pero los mambises (insurrectos) estaban organizados en comandos que se ocultaban en la manigua, y podían atacar los bohíos y las aldeas en cualquier momento. Su táctica era de lo más simple: asesinar a cualquier español cuando tuvieran ocasión. Era una táctica terrorista, un paso de nivel más bajo que la guerra de guerrillas que venían practicando antes de Weyler. Estaban desesperados.

Pero la guerra no tenía solución militar. Los pueblos grandes eran de los españoles, y el campo era de los guerrilleros. Por ello, Weiler pedía una solución política. La victoria militar española era evidente para todos, pero ello no significaba el fin de la guerra en ningún caso.

La desinformación difundida por los rebeldes era máxima: La propaganda militar rebelde hablaba del daño causado a la población por los españoles por haberla obligado a concentrarse en poblados defendidos militarmente. El daño era mínimo y puede considerarse normal en tiempos de guerra. Los periódicos estadounidenses hicieron una tragedia de las concentraciones de población. Era sólo propaganda en contra de España.

Los rebeldes y sus apoyos capitalistas, se dieron cuenta de la fortaleza y superioridad militar de Weyler. Inmediatamente, los rebeldes y los periodistas de Estados Unidos iniciaron una campaña de desprestigio de Weyler, y publicaban en sus periódicos, y en los de Estados Unidos, que se cometían atrocidades con la población civil, lo cual era habitualmente falso. El objetivo de estas noticias, muchas veces agrandadas convenientemente, y muchas veces falsas, era ganarse la opinión pública norteamericana y la de las potencias europeas en general. Y si lograban destituir al general Weyler, pues mucho mejor.

El objetivo principal de los españoles era privar a los rebeldes de suministros de alimentos, que les llegaban desde algunas haciendas y desde los pueblos, y privarles de información entre ellos, información que se pasaban a través de civiles colaboradores en cualquier bohío. Los rebeldes tuvieron que cambiar de táctica, y pasar de unas zonas a otras por mar, que no estaba vigilado por los españoles. Ése era el fallo del sistema militar español, la falta de dominio del mar.

Weyler pensó que la victoria sobrevendría con sólo esperar el cese de las acciones rebeldes, y responder adecuadamente hasta el agotamiento del enemigo. Pero se encontró un problema: el agotamiento llegó primero a las filas del ejército español, porque las enfermedades tropicales hacían muchas bajas entre los españoles. El tiempo jugaba en contra de los españoles.

Por su parte, los rebeldes iniciaron una política de tierra quemada, incendiando todo lo que encontraban y matando el ganado, esperando con ello hacer mucho daño a los hacendados. El resultado fue el hambre generalizada para los dos bandos.

Hubo durante la campaña decenas de miles de soldados españoles muertos, una cifra muy considerable, pero sólo 3.000 soldados españoles murieron en combate. El resto fue por causas de enfermedad. Los insurrectos cubanos no tenían ninguna capacidad para hacer verdadero daño a los españoles, nunca fueron demasiado numerosos, a lo más entre 20.000 y 37.000 hombres. Su fuerza consistía en el secreto de su actuación y en la sorpresa: vestían como civiles, atacaban por sorpresa y huían sistemáticamente. Ellos no enfermaban tan gravemente, porque sabían cómo sobrevivir en la manigua.

El paso del tiempo resultó favorable a los mambises, porque las bajas en los comandos eran sustituidas inmediatamente, mientras en España cundía el pánico entre los reclutas cuando eran trasladados a Cuba.

Esto no quiere decir que la rebelión cubana fuera generalizada. La mayoría de los cubanos no quería saber nada del conflicto político. Era la minoría nacionalista la que se integraba en los comandos. Es más, muchos cubanos se prestaron a colaborar con los españoles, unos 70.000, lo cual era una cifra que representaba el doble de los colaboracionistas con los independentistas. De los 70.000 cubanos colaboradores, 57.000 entraron directamente en el ejército español en algún momento. No podemos saber cuántos cubanos participaban efectivamente en las acciones terroristas de los mambises, pero hacemos cálculos y unos autores dicen que 20.000 a lo sumo, y otros elevan la cifra hasta 37.000 como tope máximo. Siempre debemos considerar también el aspecto de guerra civil en la Guerra de Cuba.

         El fracaso de Weiler.

     En abril de 1896, Cleveland ofreció a España una mediación para dialogar con los rebeldes cubanos. La gestionaba el secretario de Estado Richard Olney exigiendo autonomía para los cubanos. La propuesta fue rechazada por Madrid en junio de 1896. Entonces Cleveland ofreció comprar la isla.

     En mayo de 1896 llegó a haber 200.000 soldados españoles en Cuba. Cánovas creía poder ganar esa guerra. Pero no era cuestión de número de soldados, sino de cómo se solucionaba el problema de las enfermedades del soldado. Llegó un momento en que cuantos más soldados, más hospitales y más inconvenientes para los españoles había.

     Weiler liberó completamente la provincia de Pinar del Río en occidente y, cuando Antonio Maceo desembarcó para reanudar la lucha rebelde, fue muerto por el comandante Francisco Cirujeda Cirujeda, en 7 de diciembre de 1896.

     Pero el problema de Cuba durante el mandato de Weyler fue a peor: En España, los del Partido Liberal Unionista culpaban al nuevo jefe militar de Cuba, Valeriano Weyler, de utilizar extremada violencia, porque obligaba a la población a abandonar sus casas y la concentraba en poblados protegidos por el ejército. Los políticos entraban en temas militares de los que no sabían nada.

         Factores externos en la guerra.

     En julio de 1896 los rebeldes filipinos se pusieron en armas y el general Ramón Blanco Erenas fue sustituido por el general Camilo García-Polavieja, que detuvo al líder José Rizal y lo ejecutó. En 1897 sería enviado a Filipinas el general Fernando Primo de Rivera. España tenía una segunda guerra, o segundo frente de guerra al otro lado del mundo, propiciado por Estados Unidos.

Y en agosto de 1897, fue asesinado Antonio Cánovas, Presidente del Gobierno español. En ese momento, Weyler estaba venciendo militarmente, aunque no era capaz de acabar con los rebeldes cubanos. Pero los políticos acabaron con Weyler. Sagasta destituyó a Weyler, concedió la autonomía a Cuba cuando ya nadie la quería, y el asunto estaba ya en términos de la independencia o nada, y además, decidió abandonar la guerra. Los rebeldes habían ganado. En ese punto, los Estados Unidos decidieron quedarse con la isla, ante las narices de los rebeldes cubanos, que no se lo creyeron aunque lo estaban viendo.

     Carácter de la Guerra de Cuba.

La Guerra de Cuba era una guerra civil y una guerra colonial. En primer lugar, si consideramos que muchos españoles, y también muchos cubanos, pensaban que Cuba era España, aquello era una guerra civil. Y en segundo lugar, si consideramos que los cubanos luchaban en ambos bandos, era una guerra entre cubanos.

Pero era una guerra más complicada que una simple guerra civil, porque había muchos bandos:

  los independentistas estaban divididos a su vez entre pueblo llano y empresarios terratenientes, cuyos intereses eran distintos y enfrentados, aunque llegaran a confluir en el momento de la guerra, debido a los errores de España, pero que volverían a chocar en cuanto consiguieron su independencia;

  los autonomistas que se conformaban con que hubiera decisiones de Gobierno a favor de los intereses cubanos, siempre que fueran tomadas desde Cuba;

  y los españolistas que mantenían la superioridad de España sobre Cuba.

Así pues, la llamada Guerra de la Independencia Cubana por los cubanos, no era una guerra convencional de independencia.

Una guerra tan compleja no podía tener solución simple, y no la tuvo. Tras 1898, los grandes hacendados que hacían negocios con grandes empresarios españoles, pasaron a hacerlos con empresarios estadounidenses. Cuba no ganó la guerra contra España, sino que la ganaron los Estados Unidos. El problema social se mantuvo exactamente igual, y ello supuso nuevos conflictos, de los cuales se aprovechó el movimiento comunista, en los años cincuenta, el cual, con la promesa de expropiar a los grandes hacendados, y poner la tierra en manos del pueblo, se gano a la mayoría. Era otra falsa solución, pues no se entregaba la tierra a los cubanos, sino que se eliminaba la propiedad privada, y el nuevo Gobierno atribuiría la riqueza a los más fieles al nuevo sistema. Que todos los cubanos se declararan entonces castristas, no debe extrañar a nadie.


[1] Uno de los líderes espirituales de la independencia cubana fue José Martí 1853-1895. Había nacido en La Habana en 1853 y era hijo de un valenciano y una tinerfeña, que le mandaron a estudiar derecho a Valencia. Fue luego a La Habana, colegio San Pablo, donde le enseñó Rafael María de Mendive, un separatista. En 1868 estuvo en el grito de Yara con sólo 15 años de edad. En 1869 escribió una carta contra un amigo que se había alistado en el ejército español y fue condenado a seis años de cárcel, de los que sólo cumplió unos meses en las canteras de San Lázaro. Fue deportado a España y publicó en 1871 El Presidio Político, estudió derecho y filosofía y se licenció en Zaragoza. En 1878 volvió a Cuba y, en 1879, iba a ser deportado de nuevo, cuando decidió irse a Estados Unidos. Se estableció en 1880 en Nueva York donde residió hasta su muerte en 1895, años que dedicó a apoyar la revolución cubana. Allí fundo el Partido Revolucionario Cubano, fraguó el Plan de Fernandina para desembarcar en Cuba en 1894 y declarar la independencia, pero fracasó. Por fin, en 29 de febrero de 1898 desembarcó en Cuba, luchó contra los españolistas y murió allí.

[2] José Piqueras Arenas, Capitales en el azúcar. Los hacendados cubanos ante la rentabilidad. Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

[3] Luis Navarro García, La Última Campaña del general Martínez Campos: Cuba, 1895. Universidad de Sevilla.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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