ESPARTERO, EL PERSONAJE Y SU ÉPOCA.

 

 

 

Los militares españoles en 1840.

 

Los militares se habían dividido en dos bandos: uno se llamaba de Los Ayacuchos porque habían estado en la Guerra de América. Algunos, pocos, habían estado en la batalla de Ayacucho, la última gran batalla perdida por los españoles en América. Su jefe era Espartero que se proclamaba progresista igual que podía haberse proclamado moderado si éstos hubieran aceptado todas sus condiciones y le hubieran admitido como su jefe político. El otro bando se llamaba liberal moderado, estaba capitaneado por Narváez y Diego de León hasta el fusilamiento de este último en 1841, y por Narváez a partir de esa fecha, y decía ser moderado porque los moderados habían escogido a este general para oponerse a Espartero. Es complicado que Narváez pueda ser considerado por nosotros liberal moderado. No le gustaban las Constituciones, ni luchaba por extender los derechos políticos de todos los españoles. No obstante, representó el liberalismo español hasta el final del reinado de Isabel II. Más difícil es considerar progresista a Espartero, pues no creía en la democracia liberal.

Narváez y Espartero contradicen los prejuicios político religiosos que podemos tener sobre el tema: Curiosamente el progresista Espartero, el que ampliaría la desamortización e iba contra los carlistas ultracatólicos, era un creyente meapilas, y el moderado Narváez, el aliado de la Corona y de la Iglesia, era agnóstico.

Se trataba de una oposición interna dentro del ejército que había llevado a cada uno de los dos a la jefatura de un partido distinto, y ello no coincidía con sus convicciones religiosas, que era lo normal en el XIX y XX españoles, ni tenía por qué coincidir con las ideologías de los partidos que decían liderar.

Se trataba de dos militares autoritarios y “bonapartistas”. En el ejército, el criterio doctrinarista, adoptado por muchos militares plebeyos, se llamaba en aquél tiempo “bonapartismo”. Los ayacuchos se sumaron al bonapartismo. Pero, dado que ellos eran de procedencia militar corriente, y no de cuerpos de élite, quedaron adscritos al grupo de los progresistas que defendían el derecho de los inferiores a acceder a los cargos públicos, sin ser los ayacuchos necesariamente de ideología progresista. Los narvaístas eran también doctrinaristas bonapartistas, más todavía que los ayacuchos. Ambos eran autoritarios.

El nuevo sistema tenía como peligro el que cualquier individuo poco preparado pudiera ascender en el ejército por méritos de guerra y llegar a dirigir incluso la política y el Gobierno, careciendo de preparación para ello. Era precisamente el caso de Espartero. Contra este peligro se rebelaba la élite del ejército dirigida primero por Córdova, y por Narváez y Diego de León más tarde.

Una segunda cuestión es cómo llegaron a jefes de los partidos estos militares. Sencillamente, por la poca representatividad democrática de los líderes burgueses del momento, y la tendencia autoritaria de todos los grupos políticos, fenómenos que llevaban a que todos los políticos necesitasen a un militar, o a varios, que les apoyasen y respaldasen. El militar así elegido por el azar, consciente muchas veces de que el poder estaba en él, tomaba directamente el poder y dictaba la postura del partido que le apoyaba.

Una tercera pregunta es cómo se organiza un pronunciamiento para que triunfe: El éxito del pronunciamiento viene dado por la llamada trama civil o masas que van a salir a la calle a provocar desórdenes en el campo y poner barricadas en la ciudad, de modo que sea completamente necesario el uso del ejército, y así, las peticiones del pronunciamiento tengan que ser concedidas. El éxito del pronunciamiento depende siempre, primero, de la implicación de muchos grupos políticos que saquen la gente a la calle y, segundo, de la preparación de un grupo militar que esté esperando el momento oportuno. Incluso entre los moderados como Narváez se producía la contradicción de que, diciendo que era amante del orden y la paz, se saltaba las leyes cuando le convenía y provocaba los desórdenes que le parecía a fin de asegurarse el éxito. El resultado de este sistema era perverso y antiliberal pues, apoyándose en que una multitud había salido a la calle a ayudarle, el militar golpista se decía intérprete de la voluntad popular o voluntad nacional, según los casos.

 

 

Los católicos españoles en 1840.

 

Con Espartero, 1840-1843, España estuvo al borde del cisma religioso. Espartero suprimió el Tribunal de la Rota de la Nunciatura, desterró al obispo de Canarias Judas José Romo, depuso a varios párrocos en Granada, La Coruña y Ciudad Real, cerró el Palacio de la Nunciatura en Madrid y expulsó al vicegerente José Ramírez de Arellano. Se trataba de eliminar carlistas de puestos que fueran comprometidos.

Gregorio XVI se quejó públicamente en 1 de marzo de 1841 de la política de Espartero y dijo que era «una violación manifiesta de la jurisdicción sagrada y apostólica ejercida sin contradicción en España desde los primeros siglos».

Espartero contestó al Papa en 29 de junio de 1841, por medio del ministro de Gracia y Justicia, José Alonso Ruiz de Conejares, el cual le expuso al Papa los términos del conflicto Iglesia-Estado y sugirió la posibilidad de organizar una Iglesia española no sometida al Papa. No olvidemos que Espartero era católico de misa diaria, lo cual resultaba sorprendente.

España quería relaciones con la Santa Sede, pero no a cualquier precio. En cambio, Luigi Lambruschini, el Secretario de Estado de El Vaticano, exigía la reparación completa de lo que él consideraba “atropellos y violencias cometidos contra la Iglesia”, si se quería empezar una negociación. El Papa tenía el mismo conflicto con Inglaterra y con Alemania, pero su postura en España fue la de hacerse el fuerte ante los suyos, los católicos españoles, y aparecer como un mártir. Confiaba en la mentalidad integrista católica española.

Entonces Espartero creó una Comisión de Asuntos Eclesiásticos que debía estudiar el conflicto entre España y Roma. Formaron parte de esta comisión Nicolás María Garelli, Narciso Heredia y Begines conde de Ofalia, Francisco Martínez de la Rosa, el obispo Félix Torres Amat y el Auditor de La Rota Manuel Tariego. Esta comisión determinó que el principal problema era que El Vaticano no reconocía a Isabel II y declaraba verbalmente su neutralidad en el conflicto carlista, pero a la vez, recibía con simpatía a los representantes carlistas, mientras ponía todo tipo de trabas a los embajadores isabelinos. La Comisión decidió que no se toleraría la publicación de bulas papales sin haber antes obtenido éstas el permiso de la Corona española. También decidió que los obispados vacantes seguirían siendo cubiertos desde España sin intervención de Roma, hasta que el Papa enviase Nuncio y estableciera relaciones normales con el Gobierno español. Los integristas católicos españoles calificaron de anticlericalismo esta postura que simplemente era antiintegrista.

Por otra parte, el Papa padecía rebeliones en sus propios Estados Pontificios, sometidos a una política absolutista. Estas rebeliones eran sofocadas por Austria, la cual tenía un ejército en los Estados Pontificios y el Papa se mostraba agradecido y servilista de cara a Austria. Austria aprovechaba la situación para presionar al Papa y conseguir apoyo a sus intereses políticos, y de paso, apoyo a los carlistas españoles.

España intentó varios acercamientos a El Vaticano mediante el encargado de negocios de España en Roma, Antonio Aparisi Guijarro, y del embajador español en París, Manuel Pando Fernández de Pinedo marqués de Miraflores, el cual hablaba con el Nuncio en París, Pietro Antonio Garibaldi.

Tras la paz de Vergara de 1839, el Gobierno de España sustituyó a Aparisi y envió a Roma a Julián de Villalba en 1840. Éste fue mal recibido por Luigi Lambruschini y por el Papa Bartolomeo Alberto Capellari, Gregorio XVI. La conclusión a que llegó Villalba fue que el Papa haría lo que dijera Austria. Villalba falleció en Roma en 1843. El nuevo embajador español en Roma fue José del Castillo y Ayensa, un hombre del círculo de María Cristina y de Luis González Bravo, un liberal moderado de derechas y católico, con más posibilidades de negociación que Espartero.

González Bravo permitió el regreso de los obispos exiliados, la reapertura del Tribunal de La Rota, pero ni aun así cedió Gregorio XVI, un hombre duro e integrista católico. Gregorio XVI seguía exigiendo la devolución de todos los bienes desamortizados a partir de 1836 y la supresión de la obligación para el clero español de jurar la Constitución. González Bravo cayó sin haber podido solucionar el conflicto.

 

 

Los obreros en 1840.

 

Tras los sucesos de 1835, y la decisión de los gobernantes de apoyar a los empresarios frente a las reivindicaciones de los obreros tejedores, llegó la reacción obrera.

Los progresistas habían autorizado el 28 de febrero de 1839 la promoción de Sociedades de Ayuda Mutua. Se entendía que estas sociedades cubrirían necesidades sociales como las situaciones de enfermedad, viudedad, orfandad y entierros. Inmediatamente, el 10 de mayo de 1840, los tejedores de Barcelona abrieron la Asociación de Protección Mutua de Tejedores del Algodón, conocida también como la “sociedad de tejedores”.

La Asociación tuvo gran éxito y, en 1842 estaba implantada en todas las fábricas de la provincia de Barcelona. Alguien opinaba que había unos 50.000 obreros afiliados, lo cual es una cifra muy alta, teniendo en cuenta que calculamos que existían 150.000 obreros en Barcelona.

El dirigente obrero que promocionaba estas asociaciones obreras era Juan Muns. Y la organización fue mucho más allá de cada fábrica, y englobó a todos los obreros: los “compañeros” de una fábrica elegían a sus delegados, los cuales se integraban en secciones locales, y las secciones locales elegían, a su vez, delegados para la Asociación de Tejedores.

La Asociación era por lo tanto una entidad muy fuerte. Prestaba servicios asistenciales a sus afiliados en caso de accidente, enfermedad, viudedad, orfandad… pero también servía para coordinar huelgas y protestas contra los descensos de salarios. Incluso fue capaz de organizar pequeños talleres de tejedores, para dar trabajo a parados de Barcelona y Olot. Aprovechaba las máquinas obsoletas, para comprarlas y llevarlas a estos talleres, donde los obreros trabajaban en cooperativa. Como es lógico, las máquinas eran menos eficientes que las de los talleres normales, y los obreros tenían que trabajar mucho más y vender a precios más baratos, lo cual significaba que no eran sostenibles, sino sólo servían para paliar una situación desesperada puntual. Lo importante era que los obreros estaban organizados y empezaban a poner en valor el factor trabajo frente al factor capital.

En estas condiciones, era fundamental saber quién controlaba la fuerza de trabajo, si los empresarios o los sindicatos, quién ponía disciplina a los obreros, quién preparaba los planes de producción, quién decidía las condiciones de trabajo, y quién decidía la cuantía de los salarios. Había aparecido el concepto “explotación del obrero” entendido como abusos patronales en los temas citados anteriormente.

Y los obreros se dieron cuenta de que el sindicato, la Asociación, podía financiar la huelga y el despido, como financiaba el infortunio. La primera experiencia se produjo a fines de 1840, cuando un grupo pequeño de obreros se pudo mantener en situación de huelga de forma prolongada, pues la Asociación les retribuía mientras estaban en huelga aunque fuera con un salario pequeño.

Estos primeros sindicalistas obreros eran gente muy bien pagada, que cobraba tres y cuatro veces más que un salario medio español y vivía un alto nivel de vida, muy por encima de la media de los españoles.

En enero de 1841, el Ayuntamiento de Barcelona decidió poner un poco de orden en el tema obrero y se le ocurrió convocar una comisión mixta, de patronos y obreros, a fin de solucionar el conflicto. Entre los obreros de esa comisión estaban Juan Muns, José Sort i Rull, José Sugrañes i Pascual, Vicente Martínez, Pedro Mártir Cardeñas (sustituido más tarde por Pedro Vicheto). La comisión mixta acordó el tamaño de las piezas de algodón y la remuneración del trabajador según categorías.

Pero los patronos no estaban acostumbrados a doblegarse ante las exigencias obreras e incumplieron los acuerdos. Los obreros iniciaron las huelgas en primavera de 1841. En estos momentos, ya no cabía duda de que se estaba ante un movimiento obrero organizado.

 

En el resto de España había determinados conflictos obreros, pero sin verdadero sindicalismo, sin organización que les hiciera fuertes:

En 1839 se habían puesto en huelga los tejedores de lana y seda, los zapateros y los alpargateros de Granada.

En 1840 había habido protestas de los sombrereros de Madrid.

En 1842 estuvieron en huelga los cajistas de los periódicos y los albañiles de Madrid.

En 1843, protestaron los sederos de Valencia.

Las huelgas se producían por acuerdos puntuales. Tenían Asociaciones de Ayuda Mutua, pero en estas ciudades pequeñas o con poca actividad industrial, las Sociedades de Ayuda Mutua acogían a obreros de distintos oficios y actividades, a artesanos y hasta a pequeños empresarios. Nunca se plantearon pasar a la actividad reivindicativa organizada. Estos grupos heterogéneos eran fácilmente instrumentalizables por los progresistas radicales y más tarde serían instrumentalizados por los republicanos, el grupo más a la izquierda de los progresistas de la época. Más bien se parecían a las antiguas corporaciones gremiales.

 
El personaje, Espartero.

 

Joaquín Baldomero Fernández Álvarez, “Espartero”, 1793-1879, conde de Luchana, 1837-1879, vizconde de Banderas, 1837-1879, duque de la Victoria, 1839-1879, duque de Morella, 1840-1879, príncipe de Vergara, 1872-1879, había nacido en Granátula, cerca de Almagro (Ciudad Real) en 1793 y provenía de una familia de clase media. Era el menor de ocho hermanos. Para su sobrenombre, tomó el apellido segundo de su padre Antonio Fernández Espartero, que era carretero-carpintero, porque Fernández y Álvarez son demasiado corrientes en España. Su madre era Josefa Álvarez del Toro. Su padre encomendaba los estudios de sus hijos a un maestro católico muy beato (que tuvo un hijo que llegó a obispo) y preparaba a los niños para estudios religiosos.

Joaquín Baldomero Fernández Álvarez tenía tres hermanos frailes, y una hermana monja, que le llevaron al convento a que también profesase, y estaba en la Universidad preparando estudios religiosos cuando su vida cambió por completo: en 1807, Carlos IV cerró las Universidades.

En 1808, la Junta Suprema Central de Aranjuez buscaba reclutas jóvenes para luchar contra los franceses, y Espartero se presentó voluntario al Regimiento de Infantería Ciudad Rodrigo. Como tenía algunos estudios universitarios, se le nombró soldado distinguido. Su primera experiencia militar fue la batalla de Ocaña, donde los españoles fueron derrotados. Entonces, en agosto de 1808, Espartero se fue al Batallón de Voluntarios Universitarios de Toledo, que preparaban oficiales para el nuevo ejército, y con ellos hizo la marcha de la Junta Suprema Central hasta Cádiz. Ingresó entonces en la Academia Militar de Sevilla, creada en ese mismo momento para preparar nuevos oficiales y dirigida por Mariano Gil Bernabé. El 11 de septiembre de 1811, Espartero entró en la Academia de Ingenieros y ascendió a subteniente en 1 de enero de 1812. Pero el siguiente curso suspendió y tuvo que abandonar la academia, yendo con el resto de los alumnos suspensos a Infantería.

Una vez en infantería, se incorporó a las operaciones militares reales y luchó en Chiclana, incluido en el Regimiento de Infantería de Soria, que pronto fue destinado a Cataluña a luchar contra los últimos franceses que quedaban en España. Estuvo pues, en el final de la Guerra de la Independencia, sólo en el final.

Terminada la guerra, en 1814 se alistó en el Regimiento Extremadura, que salía para América, lo cual significó su ascenso a teniente. Partió el 1 de febrero de 1815 en una expedición compuesta de 6 regimientos de infantería y 2 de caballería, mandada por el general Miguel Tacón Rosique. Llegaron a Panamá, y el Regimiento Extremadura fue enviado a Perú, llegando a El Callao en 14 de septiembre de 1815. Llevaban con ellos la orden de sustituir al virrey José Fernando de Abascal y Sousa marqués de la Concordia, por Joaquín de la Pezuela. Sus primeras órdenes fueron luchar contra José San Martín.

La casualidad le concedió la fortuna a Espartero: era el único oficial con algún conocimiento de ingeniería. Había que fortificar el sur de Perú (Arequipa) y el Alto Perú (Potosí y Charcas) y Espartero se encargó de las fortificaciones, lo cual le valió el ascenso a capitán en 1816 y a comandante en 1817.

En 1820, atacó San Martín a los españoles, y los oficiales de Perú destituyeron por su cuenta al Virrey Pezuela el 29 de enero de 1821 y nombraron virrey a José de la Serna Hinojosa, acción que no fue considerada rebeldía, sino servicio al rey y a la revolución del Trienio Liberal. Espartero había tenido suerte una vez más en la operación de rebeldía contra Pezuela, y ascendió a coronel en 1823, alcanzando el mando de un batallón. Su jefe era el general Jerónimo Valdés, un personaje muy importante para el destino de Espartero. Valdés le utilizaba para infiltrarse entre grupos sublevados, informarse, arrestarlos y ejecutarlos. Esta especialidad requería mucha sangre fría, y mucho dominio de sí mismo para poder engañar a sus compañeros, pero se convirtió en la especialidad de Espartero. Se decía que hablaba y escuchaba sin mover un solo músculo de la cara. Estos méritos le valieron el ascenso a brigadier en 9 de octubre de 1823 e ingreso en el Estado Mayor del Alto Perú. Incluso fue enviado a la Conferencia de Salta como representante del Virrey, junto al general José Santos de las Heras, que representaba al rey. Espartero se negó a cualquier acuerdo con los insurgentes, que eran las instrucciones del virrey, aunque esa no era la postura del general, y mantuvo su posición con altanería. Se ganó la confianza de La Serna y de Valdés, que le enviaron a Madrid a por refuerzos e instrucciones. En 1824, Espartero viajó a Madrid y obtuvo instrucciones, pero no refuerzos. Como muchos de los ayacuchos, no estuvo en la batalla de Ayacucho.

El 9 de diciembre de 1824, Espartero embarcó en Burdeos para volver a Perú, a donde llegó el 5 de mayo de 1825. No sabía que los españoles habían sido derrotados en Ayacucho, y fue hecho prisionero por Bolívar y apresado en Venezuela. Fue liberado y enviado a España. En adelante, presumió mucho como líder de “los ayacuchos”, o grupo de militares americanos, y se enfadaba muchísimo cuando le recordaban que él nunca había estado en Ayacucho, en la batalla en que España perdió Perú.

Fue destinado primero a Pamplona. Sus enemigos les pusieron el mote de Ayacuchos, para hacer referencia a los derrotados en América que querían medrar en España. En Logroño se casó en 1827 con una rica heredera, lo cual fue otro nuevo escalón en la suerte de Espartero. Fue destinado a funciones sin importancia, porque su currículum en España era pobre, y estuvo en Barcelona y en Palma de Mallorca. Su suerte parecía acabada. Pero todavía le quedaban ases en la manga: su experiencia en América respecto a la importancia de la topografía para hacer fortificaciones y en la importancia de la rapidez de actuación, aunque fuese con pocos efectivos, su experiencia en convencer a las tropas, su experiencia en infiltrarse entre el enemigo y aparentar ser uno de ellos para espiarles, y el dinero que a partir de 1827 tenía por su matrimonio ventajoso, eran muchas ventajas para jugar en política. En 1830 fue ascendido a coronel.

En 1833 le llegó una nueva oportunidad. Se declaró isabelino y fue nombrado Comandante General de Vizcaya en 1834. La nueva suerte se la proporcionaba el hecho de que Jerónimo Valdés se había declarado isabelino y necesitaba hombres de su entera confianza para lograr el éxito contra los carlistas. Jerónimo se acordó de su oscuro colaborador en América. Y así, un hombre modesto, íntegro, valiente y muy católico, como Espartero, tuvo su oportunidad de ascender a primera fila de la política. La sociedad se olvidó de que había fracasado en la Academia Militar, se obvió que no tenía dotes de oratoria ni capacidad política para una negociación, se ignoró que no tenía convicciones políticas claras y, por ello mismo, no tenía un proyecto político y vacilaba cada vez que se le planteaba un dilema. Pocos años después, empezó a utilizar muletillas para cada vez que no era capaz de decidir una posición ante un problema. Decía: “cúmplase la voluntad nacional”, o “defendemos la libertad bien entendida”, y esas frases le servían para salir del paso aunque carecían de significado concreto.

Como jefe de Vizcaya, Espartero fortificó Bilbao, Durango y Guernica, según sus conocimientos americanos, y así se pudo enfrentar a los carlistas con éxito. Además los carlistas se sintieron muy ofendidos por esas posiciones cristinas y decidieron atacarlas, lo cual daba más prestigio al acierto de Espartero en fortificarlas. Espartero fue ascendido a Mariscal de Campo. En 1835, Zumalacárregui decidió acabar con las posiciones de Espartero, y éste recibió el mando de dos divisiones y un batallón para contrarrestar a Zumalacárregui. Espartero cometió el error de ir a por Zumalacárregui a Villafranca de Ordicia, perdiendo su ventaja de las fortificaciones, y en el camino fue atacado por unos pocos carlistas, cundió el pánico entre su tropa, y sus soldados huyeron en desbandada hacia Bilbao. Se había demostrado que Espartero era un imprudente, al que no importaba la vida de sus soldados, sino el éxito de sus empresas. Pero no fue castigado, sino que se dedicó a rehacer fortificaciones, demostrando que con pocos hombres se podía mantener una posición bien fortificada. Entonces llegó el primer sitio de Bilbao y se demostró la utilidad de las fortificaciones, recuperando Espartero su prestigio. En agosto de 1835, segundo sitio de Bilbao, de nuevo le fue fácil combatir desde las fortificaciones, pero en un ataque sobre los carlistas quedó aislado y casi pierde la vida. De nuevo se mostraba su imprudencia y desprecio a la vida de sus soldados. Espartero se caracterizó más por vender bien sus acciones de guerra, que por su eficacia militar. Con excesivo lenguaje tapaba sus derrotas y equivocaciones y magnificaba sus victorias. Pero era un hombre poco culto y carecía de dotes políticas. Era un charlatán de feria con pocas dotes de oratoria que llegó a considerarse imprescindible y salvador de España en 1840 y en 1854. Era autoritario y decía ser representante del pueblo, se sentía cercano al pueblo, y con esa expresión se refería a las clases bajas urbanas.

En 1836 la guerra del País Vasco fue encomendada a Luis Fernández de Córdoba y al británico George Lacy Evans. Espartero siguió con sus maneras, atacar y atacar, unas veces con éxito y otras no. No tenía la confianza de sus jefes de ese momento, pero entre tantos ataques consiguió algún éxito y fue ascendido a teniente general. Por entonces se hizo muy popular en Logroño, que le eligió diputado varias veces a partir de estos años. También logró popularidad al ser designado líder de los “ayacuchos”. En realidad los “ayacuchos” eran una especie de hermandad de todos los que habían peleado en América y, Espartero, al tener suerte en la Guerra Carlista, apareció como miembro destacado del grupo. La hermandad de los ayacuchos servía para repartirse cargos, y colocar a los allegados y familiares.

Y, de repente y para sorpresa de muchos, en verano de 1836, Espartero fue nombrado General en Jefe del Ejército del Norte y Virrey de Navarra, sustituyendo en ello a Fernández de Córdoba. La popularidad le venía porque, al menos, él hacía algo contra los carlistas, que los demás no hacían, atacar. Pero le dieron el ejército en un momento en que no había recursos y la moral estaba muy baja, dándose casos frecuentes de indisciplina. En esta ocasión, Espartero se mostró prudente, con ánimo de mantener el prestigio. Al fin atacó y demostró sus limitaciones como estratega militar: La campaña de 1836, durante el tercer sitio de Bilbao, fue desastrosa. En noviembre llevó el ejército por el valle del Mena y sus tropas llegaron cansadas a Bilbao, fracasó en levantar el sitio, lo volvió a intentar y levantó el sitio en 19 de diciembre. Por ello fue nombrado conde de Luchana.

En 1837, Espartero ingresó en el Partido Progresista. Lo hizo tanto por rechazo a la inestabilidad dentro del Partido Moderado, como por rechazo al líder moderado, Ramón María Narváez. Los moderados hicieron campañas de prensa contra Espartero, pero no lograron echarle abajo debido a los supuestos éxitos que alcanzó en los meses siguientes.

En 1837 las cosas dieron un vuelco, los cristinos estaban en superioridad sobre los carlistas, tanto en número como en capacidad de maniobra. Y Espartero decidió ir al Maestrazgo, a donde más incordiaban los carlistas. Entonces tuvo lugar la Expedición Real carlista sobre Madrid, y Espartero fue sorprendido, pero reaccionó a toda prisa, alcanzando a los carlistas en Aranzueque, cerca de Madrid. La renuncia de los carlistas a tomar Madrid, fue interpretado por las masas como que Espartero había liberado Madrid, y aquello fue el éxito más importante para su carrera personal, y para que los liberales le aceptaran como su líder.

Espartero aprovechó el momento para atacar a los carlistas en Peñacerrada (Álava) y Ramales (Cantabria), concretamente en la aldea contigua a Ramales llamada Guardamino. Lo más importante no fueron las derrotas carlistas, apenas sin importancia, sino cómo vendió el producto: Espartero fue nombrado Duque de la Victoria y la localidad de Ramales pasó a denominarse Ramales de la Victoria.

A mediados de 1839, Espartero tuvo una brillante idea: fomentar la división entre los carlistas al tiempo que ofrecía públicamente la paz. No dudó en utilizar hombres pagados y en gastar el dinero preciso. El resultado fue espectacular: El desgaste carlista fue muy grande, y el 6 de julio de 1839 se produjeron los acuerdos de Vergara, ratificados en 29 de agosto de 1839 en el convenio de Oñate con Maroto, y en el Abrazo de Vergara de 31 de agosto de 1839 por Espartero. Los soldados daban gritos de alegría, tiraban rosas al aire, y se abrazaban en el llamado Abrazo de Vergara, porque se había acabado la guerra. Espartero fue nombrado duque de la Victoria.

El resultado de retirar a Maroto de la guerra era una inflexión definitiva en el conflicto. Era una empresa patrocinada por Gran Bretaña, por medio de John Hay. Dos días más tarde, los dos generales, Espartero y Maroto, le comunicaron a sus soldados el acuerdo por el que se terminaba la guerra y los carlistas veían reconocidos sus cargos militares y su sueldo.

 

Cabrera no aceptó el Acuerdo de Oñate y Abrazo de Vergara, y la guerra continuó en Aragón hasta que Cabrera fue derrotado en Morella el 30 de mayo de 1840. Espartero recibió el título de duque de Morella.

 

En 1840, los progresistas necesitaban un general que se opusiese a Narváez, el general escogido por los moderados como su líder militar, y apoyaron a Espartero aunque sabían que contradecía muchos de los principios básicos del progresismo. No sabemos quién utilizó a quien a la hora de poner a Espartero al Frente del Gobierno, si Espartero al Partido Progresista, o el partido a Espartero. Los líderes progresistas no creían en Espartero, pero le necesitaban. Espartero tampoco creía en la democracia liberal ni en los progresistas.

Espartero fue nombrado Presidente del Consejo de Ministros en 1840, en posición difícil, pues no tenía mayoría en las Cortes. Además se sublevaron Barcelona, Zaragoza y Madrid. Espartero reclamó la Regencia.

El tema de la Regencia, enemistó a Espartero con parte del Partido Progresista, porque le veían demasiado autoritario, personalista y dictatorial, y cada vez más liberales se pusieron en su contra. Aprovechó la circunstancia el moderado O` Donnell para sublevarse, y Diego de León fue fusilado como cabeza de los rebeldes. En noviembre de 1842 se sublevó Barcelona, que estaba en crisis algodonera, y Espartero bombardeó la ciudad el 3 de diciembre, perdiendo su popularidad. Prim se puso en contra de Espartero e hizo méritos entre los progresistas. En 1843 se disolvieron las Cortes, Narváez y Serrano se pronunciaron, y hasta los soldados de Espartero se pasaron de bando en Torrejón de Ardoz. Espartero huyó por Cádiz hacia Inglaterra el 30 de julio de 1843.

 

La Constitución de 1845 fue un tremendo error de los Moderados, pues se hizo sin consenso, en contra de los progresistas. Era la abolición partidista del consenso habido en la Constitución de 1837.

María Cristina aconsejó a Isabel la reconciliación con Espartero para asegurar el futuro, y el 3 de septiembre de 1848 fue nombrado senador, por decreto expedido por Joaquín Francisco Pacheco. También le hicieron embajador plenipotenciario en Inglaterra. Regresó a España.

Cuando los moderados Luis González Bravo y Ramón María Narváez intentaron acabar con los progresistas y con Salustiano Olózaga, se acordaron de Espartero. En 1849, Espartero fue restituido en todos sus honores y volvió a Logroño.

En 1854, Espartero reapareció compartiendo con O`Donnell el liderazgo progresista y fue nombrado Presidente del Gobierno, pero O`Donnell quería echarle del poder y crear su propio partido, Unión Liberal.

En 1868, Espartero fue uno de los candidatos a la Corona de España y hubo campañas progresistas a su favor, pero tenía 77 años y era muy difícil regresar a la política.

Amadeo fue a verle en 1871 para ganar popularidad y le concedió el título de Príncipe de Vergara.

Estanislao Figueras fue a verle en 1873 para popularizar la República.

Alfonso XII fue a verle en febrero de 1875 para su propia popularidad, y en septiembre de 1876 para comunicarle la victoria sobre los carlistas.

Espartero murió en Logroño en 1879, a los 86 años de edad.

 

 

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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