SIGNIFICADO DE 1898 EN LA HISTORIA DE ESPAÑA.
Contenido esencial: significados
demográfico, social y político del 98; el nivel cultural español hacia 1898.
Consecuencias demográficas.
Desde 1 de marzo de 1895 a 1 de
marzo de 1897 salieron de España, un país de 18,6 millones de habitantes, más
de 200.000 jóvenes soldados. Y murieron unos 50.000 soldados, por causa de la
guerra y la suciedad, además de quedar inútiles decenas de miles. No murieron exactamente
en combate, que murieron pocos así, pero sí movilizados en el ejército. Ni
tampoco todos los muertos eran soldados, sino que también murieron civiles,
pero esta circunstancia afectó más a los cubanos. Era una tragedia demográfica,
una catástrofe demográfica.
En la población española en
conjunto, sólo el 46% estaba en tramos en edad laboral productiva rentable, de los
de 20 a 45 años, y sólo eran varones el 23% de ese contingente de población, es
decir, unos 4 ó 5 millones de habitantes. Los niños y viejos podían hacer
trabajos de supervivencia, pero poco más. A los 50 años de edad de una persona,
las noticias que tenemos es que los hombres eran ya muy viejos, y las fotos de
la época nos dejan asombrados en ese sentido, cuando nos dicen la edad del
fotografiado, pues a los 40 años aparecen avejentados. Y los relatos de
nuestros mayores nos hablan de padecimientos generalizados, que incapacitaban
para trabajar. Sobre todo hablan de muchos “baldados”. Aceptemos que hubiera 5
millones de habitantes como potencialmente activos. La ausencia durante muchos
años de tanta población laboral, reclutada por el ejército durante varios años,
y muchos de ellos muertos o incapacitados laboralmente en el tramo de edad de
20 a 25 años de edad, cuando más eficaz era su esfuerzo laboral, debió ser
penosísima. Pero no era irrecuperable.
Las noticias sobre la época nos
cuentan que las mujeres debieron hacerse cargo muchas veces de la agricultura y
ganadería familiar, además del cuidado de los hijos y de la casa. Y los chicos
trabajaban a partir de los nueve o diez años de edad, ayudando en lo que
podían. Las chicas trataban de quitarse de en medio, colocándose a servir en
alguna casa, aunque sólo fuera por la comida, cama y vestido, pues de esta
manera significaban una boca menos que alimentar para la familia.
La percepción social de los
efectos de la recluta venía de muchos años atrás: Muchos huían cuando les
tocaba el turno de recluta, pues entre la gente corriente, la selección para ir
a Cuba sabían que significaba un 50% de posibilidades de morir (en realidad la
probabilidad era menor, de un 25%, pero la percepción entre los españoles
agrandaba la tragedia). En condiciones de paz, el servicio militar quitaba la
vida a casi un 10% de los soldados, por neumonías, tisis y otras enfermedades
denominadas cuartelarias. Cuando los soldados se trasladaban a Cuba o
Marruecos, la mortalidad crecía espectacularmente. Los méritos de los
generales, evaluados por sus resultados políticos, sin tener en cuenta que
mandaban cientos y miles de soldados a morir en cada batalla, sin inmutarse lo
más mínimo, es cuestionable. Las condiciones de salubridad de los cuarteles
eran vergonzosas. La comida y vestido de soldado era lamentable. El servicio
militar era, por ello, odiado y temido.
No era el caso de los hijos de
militares de alta graduación, que iban voluntarios para ascender deprisa, pero
sus condiciones de vida eran diferentes a las del soldado.
En todo caso, la mortalidad por
la guerra no era una pérdida demográfica mayor que las que cada año se producirían
en los años anteriores a la Gran Guerra, alguno de los cuales contó con más de
160.000 emigrados. Y también los emigrantes se producen en las edades de máxima
capacidad laboral. Tampoco era la crisis demográfica de 1917, con más de 180.000
muertos por la gripe. Pero todo sumaba.
El aspecto demográfico no fue lo
más importante de la derrota de 1898.
Significado social de la
derrota.
Entre la gente corriente, la derrota de 1898 no
significó nada especial, salvo llorar a los muertos. Ya estaban acostumbrados desde
décadas antes, a que ir a África o a Cuba, significaba grandes posibilidades de
muerte del familiar reclutado. Pero la derrota en sí no era una mala noticia. En
todo caso, la derrota significaba el final de una guerra, y era motivo de
alivio. Pero también estaban convencidos de que los políticos eran gente
corrupta, llegados al cargo para vivir sin trabajar, y a costa del
contribuyente. Quedaba el temor de que la derrota significase nuevos impuestos
para paliarla. Cuando los políticos de buen sentido común quisieron equilibrar
las cuentas del Estado y subieron los impuestos en los siguientes años, los
españoles se incomodaron. Cuando los precios subieron en los años de la Gran
Guerra, la insurrección fue generalizada.
Entre los intelectuales, la cosa era diferente: 1898 fue
el hundimiento de la conciencia nacional de superioridad de lo español, de un
pasado glorioso, de unas posibilidades ilimitadas de los españoles, aunque sólo
estuvieran en su imaginación. La educación en la idea de una raza indomable que
había conquistado la península a los musulmanes a lo largo de novecientos años,
toda la Edad Media, y de un imperio glorioso que había conquistado Europa
occidental en el XVI y lo había mantenido en el XVII, seguía siendo la misma.
La enseñanza olvidó voluntariamente las derrotas del XVIII y el atraso técnico
del XIX, así como la situación de bancarrota perpetua del XIX. Y así fue en los
libros de texto hasta la muerte de Franco en 1975[1].
En todo caso, se debe resaltar la gran distancia entre los intelectuales, y la
gente trabajadora corriente. Incluso los que decían representar al pueblo
español y hablar en su nombre, solían estar muy al margen de la realidad.
Entre los políticos, 1898 fue el punto de partida de la
disolución de un sistema político, el canovismo, que sostenía, de una manera
artificiosa, y jugando en falso, la convivencia entre los españoles, pero era convivencia
al fin y al cabo. A partir de este momento, empezará una convivencia imposible,
que se manifestará en el terrorismo, en las dictaduras militares y en la Guerra
Civil de 1936. El sistema se sostenía gracias a la corrupción electoral y al
caciquismo, pero se evitaba la rebelión de los católicos integristas, la
rebelión de los nacionalistas catalanes y vascos, la rebelión anarquista, la
rebelión republicana cantonalista… A partir de este momento, los equipos de
Gobierno se manifestarían incompletos, representantes de sólo una parte de la
población, que trataba de imponerse sobre la otra, y de imposición de unas
minorías sobre la mayoría.
En efecto, el Partido Liberal
Conservador se había convertido, desde 1881, en una organización de reparto del
presupuesto del Estado entre los militantes y simpatizantes del partido.
Y el Partido Liberal Fusionista,
era desde 1881, un partido agotado, sin ideas, sin programa político, sin
líder, sin ilusiones, que evolucionaba a quedarse con el poder y repartir el presupuesto
entre los suyos. Hasta 1890, Sagasta, el teórico líder, parecía que sabía lo
que tenía que hacer y el papel que jugaba en la política global española, y de
hecho había hecho cosas interesantes en 1881-1883, y en 1885-1890, pero a
partir de de 1890, no se sintió con capacidad para hacer lo que debía, el
saneamiento de Hacienda, previo a la reconstrucción económica y cultural del
país. Porque, para realizar las reformas, había que deshacerse de las colonias,
que sólo daban gastos al Estado y beneficios a algunos particulares, pero esos
particulares tenían mucho poder en la banca y en los negocios y en el Gobierno
y en el ejército, y era difícil abordar el problema sin un consenso político.
Tampoco tenían ideas maduras los
socialistas, republicanos y anarquistas, cuya mentalidad se reducía a luchar
contra el empresario, en la idea de que la lucha contra el empresario, o en su
caso contra el poder establecido, siempre era positiva, sin analizar las
condiciones, el momento económico y social, y las personas concretas contra las
que se luchaba. Ellos eran la oposición al sistema canovista, pero la oposición
no tenía nada que aportar al sistema. La formación intelectual de los grupos
autodenominados de izquierda era muy baja, tan baja como la de los grupos
denominados de derechas.
En 1893, Antonio Maura había
afrontado el problema de las colonias, pero enseguida encontró la oposición de
la mitad de su propio partido, el Liberal Fusionista, y de todo el Partido
Conservador, y abandonó la política de regular la economía de las colonias. Los
hacendados y negociantes con asuntos de Cuba y Filipinas, tuvieron más fuerza
que Antonio Maura. Maura se pasó al Partido Conservador cuando creyó que éste
se lanzaría a hacer algunas reformas.
En 1894, Germán Gamazo intentó
el camino correcto de saneamiento de la economía e hizo “el presupuesto de la
paz”, como llamaba a su presupuesto de equilibrio de ingresos y gastos. Pero
surgió la guerra de Melilla, se cortó el programa de ahorro, y el Partido
Liberal Fusionista no fue capaz de superar ni siquiera este obstáculo que
parecía menor. Los gastos de Hacienda se volvieron a incrementar hasta límites
que España no podía soportar. Y Gamazo se pasó al Partido Conservador.
Ambos líderes, Gamazo y Maura,
eran jóvenes en 1898, 58 y 45 años, mucho más jóvenes que los que dirigían la
política en ese momento. Ambos abandonaron el Partido Liberal Fusionista y se
pasaron al Partido Liberal Conservador, porque al menos, los conservadores eran
coherentes con lo que defendían, y no aceptaban que se propusieran reformas, y
se votara en masa en contra de ellas como se hacía en el Partido Liberal. Ambos
serían en adelante los nuevos líderes del Partido Conservador, una vez
desaparecido Cánovas en 1897. Eran la nueva generación del canovismo.
Pero el cambio generacional en
la política, viene marcado más por la muerte de Cánovas en 1897, y de Sagasta
en 1903, que por la derrota de Cuba en 1898.
La crisis política.
Al fin y al cabo, el canovismo
era fruto de una crisis. Era un modo ingenioso de superar la ruptura social
provocada por la negativa de los españoles a adoptar el liberalismo, con sus
implicaciones de igualdad legal, derechos para todos y fin de los privilegios.
La sociedad española tradicional se basaba en los privilegios de los
terratenientes, de la Iglesia, de los militares y de los políticos. Habían sido
advertidos todos por la revolución de 1868 y por la Primera República. Y
Cánovas logró ponerles a todos de acuerdo para mantenerse en pie todos juntos,
como un grupo de borrachos que se sostienen los unos en los otros. Si nadie
rompía la baraja, aquella baraja trucada podría servir para continuar la partida
indefinidamente. Al fin y al cabo, los socialistas no tenían doctrina
suficiente como para tomar el poder, y los republicanos eran tantos grupos que
nunca se pondrían de acuerdo para actuar juntos. Ambos grupos tenían pocas
cartas en el reparto de aquella mesa.
Pero, de pronto, el sistema canovista
se vino abajo:
En 1895 se inició la Guerra de Independencia
de Cuba o el tramo final de la misma, pues en guerra se estaba desde 1868. Y la
política española se convirtió en un sinsentido. Los empresarios cubanos más
conservadores querían manejar la política española, y creían que podrían
hacerlo. Y los rebeldes cubanos tenían toda la razón en que las promesas de
España no se cumplían nunca.
En 1897, Sagasta otorgó a Cuba la
autonomía, la misma que se había negado desde 1893. Se hacía en mitad de una
guerra, y no se podía pretender que el otro bando aceptase un trato como ése. Ya
era tarde, y los rebeldes estaban comprometidos con la independencia y con los Estados
Unidos, el cual no les toleraría una marcha atrás. Ya les debían a los
estadounidenses demasiadas armas y abastecimientos. Y Estados Unidos se había
hecho a la idea de que el azúcar cubano era suyo.
Y en abril de 1898 España entró
en guerra con los Estados Unidos, y perdió la mitad de la flota de guerra, que
no era mucha, dos docenas de buques, pero era el símbolo de un imperio que,
durante siglos, había dominado los mares. La crisis financiera que venía de
lejos, la crisis industrial y la crisis social, se incrementaron con un nuevo
factor, la pérdida de la flota y de las colonias, lo que significaba que los
españoles perdían toda esperanza de solucionar sus problemas seculares. Lo que
se perdía en 1898 era la esperanza.
España
no fue vencida por los independentistas cubanos ni por los filipinos, aunque
éstos colaboraron mucho a su derrota. De hecho, los independentistas cubanos
estaban prácticamente vencidos en 1897 desde el punto de vista militar. Pero
las contradicciones políticas de España eran tantas, que su escuadra fue
aniquilada por los Estados Unidos con facilidad. Y una vez sin escuadra, apenas
quedaban recursos para defender las costas españolas. El comercio marítimo ya
no sería seguro nunca, y sin comercio se resentiría la industria, además de las
finanzas españolas. Sin escuadra, las colonias debían ser abandonadas. Los
rebeldes creyeron llegada su hora de tomar el poder, sin caer en la cuenta de
que el poder es siempre para los vencedores, y los vencedores eran los
estadounidenses.
Los revolucionarios españoles quisieron
imponerse por la fuerza aprovechando el descontento creciente, y ello provocó
la acción conjunta de la Iglesia, el ejército, y los propietarios, que se
mantuvieron en el poder hasta 1975. Pero todo ese movimiento, no puede ser
interpretado como consecuencia de la derrota de 1898. Fueron muchos los
factores que llevaron a las dictaduras del siglo XX.
El impacto psicológico
de 1898.
En España, todos los políticos españoles
de cierto nivel sabían que serían vencidos. Pero, a consecuencia de las
presiones políticas, las contradicciones históricas, y la estupidez de los gobernantes,
los políticos prefirieron la muerte de los soldados españoles, defendiendo la
honra de la patria. Un sentimiento absurdo. Algunos afirman que los gobernantes
mandaron a sus soldados a morir a sabiendas de que iban al matadero. Decían que
con ello demostraban valor, en vez de cobardía. Y los militares obedecieron
sabiendo que les mandaban a morir, y dijeron que era su deber como soldados. Y
la sociedad denominó heroísmo a esa estupidez. Algo funcionaba mal en la cabeza
de los españoles, pues no eran los soldados los que debían morir para salvar a
España, el honor de España. Los soldados eran los trabajadores. Y el delito
había sido cometido por otros. Como muestra de disciplina y valor, fue
asombroso, pero como política de solución de problemas, fue absurdo.
Muchos otros países estaban en crisis en aquellos
años:
China
había sido derrotada por Japón en 1894.
Francia había sido derrotada en Indochina en 1896, cuando el Gobierno
británico decretó que Siam fuera un Estado independiente.
Francia había sido derrotada en Fachoda (África) en 1898 por Gran
Bretaña.
Japón
fue humillada por Rusia en Port Arthur.
Creta
se independizó de Turquía.
Pero
ninguno de estos países llevaba tanta carga de fracasos interiores como España,
fracasos que no se habían escondido durante todo el siglo XIX, aunque todos
sabían que existían, y que afloraron a la luz pública de golpe tras la derrota.
No fue posible seguir con los ojos cerrados. Las antiguas potencias estaban cayendo,
y se imponía un nuevo orden internacional en el que no estaría España como
potencia directora, pero eso se sabía desde la Paz de Utrecht. España caería
irremediablemente en manos de alguna potencia exterior. Algunos españoles
preferían que fuera Alemania, y otros Francia e Inglaterra. Más tarde, algunos
prefirieron que fuera la URSS.
Tras la derrota, se creó en España un ambiente social
extraño, que la
sociedad española asumió con más claridad que los políticos. Éstos previeron
que habría levantamientos y violencias en España. Por el contrario, entre la
gente corriente solo hubo silencio generalizado, pena, horror, asco por los
políticos, desprecio por sí mismos. Y eso fue el 98. Un duelo por los muertos.
¿Desastre en 1898?
El “desastre del 98” no era
tan grande como decían los periódicos. Lo que era grande era
la conciencia de fracaso. 1898 podía ser la fecha de referencia de una crisis
política, del final de una época política, pero era el principio de una nueva
era, preparada por los krausistas, por la Institución Libre de Enseñanza, y por
un gran esfuerzo colectivo que daba sus primeros frutos a fines del XIX.
Precisamente por estas
fechas estaba apareciendo en España una sabia nueva, que no tenía apenas nada
que ver con el regeneracionismo, y sí más bien con la renovación académica habida
a partir de 1854 y años siguientes.
En el 98
podemos hablar de crisis política y militar pero, con todas las personalidades
culturales que existían en España, no podemos hablar de decadencia social y
cultural, sino todo lo contrario, de edad de plata de la cultura española. Algunos
intelectuales hablan de una edad de oro española, a pesar de que la mayoría
habla de una edad de plata para hacer juego y no contradecir, con la expresión
el “siglo de oro”, para el XVII. En todo caso, la expresión “desastre”,
referida a 1898, debe ser matizada.
Para
los jóvenes licenciados universitarios, la derrota de 1898 fue una sorpresa.
Les habían engañado. Les habían contado historietas, y les habían hecho
manifestarse a favor de la guerra. Los recién licenciados españoles, sobre todo
en carreras de letras, se veían en el paro, excepto si eran de buena familia
que les colocaba utilizando sus influencias y padrinos políticos. Los demás
estaban condenados a postrarse ante los caciques y suplicarles un trabajo más o
menos miserable.
Asomarse a la realidad fue
para los jóvenes españoles una sorpresa, y hablaron de desastre, pero el
desastre era de sus vidas, de su trayectoria vital. Las voces de la sociedad
española vivían un desastre personal.
El engaño al pueblo español.
Lo que sí levantó emociones populares
fue la entrada de Estados Unidos en guerra en 1898. En abril
de 1898, la Reina lanzó una suscripción popular a favor de la guerra, y en cada
pueblo la gestionaron el alcalde, el maestro, el cura, el juez o algún
artesano, que recogía las donaciones que hacía el clero, las Cámaras de
Comercio, los oficinistas, las escuelas de primaria, las asociaciones
deportivas, los toreros, las corridas de toros por la guerra…
Los estudiantes se
manifestaban a favor de la guerra, y la Iglesia católica hablaba en contra de
los protestantes americanos enemigos de España.
Y todos cantaban
canciones patrióticas y versos que hacían alusión a la guerra de Cuba, y se
representaban viñetas con una mujer joven acompañada de un león (que
representaba a España) y un cerdo cubierto con la bandera de Estados Unidos. Y
los periódicos publicaban que España tenía muchos barcos, y muchos cañones, y
soldados, y marinos, y era una potencia muy superior a los Estados Unidos. Y
así se creó un ambiente patriotero a favor de la guerra. Eso fue en abril de
1898.
En mayo de
1898 hubo grandes manifestaciones populares contra el Gobierno, pero por motivo
de la subida del precio del pan. Se estaba exportando mucha harina a Francia,
mientras subían los precios por causa de escasez en España. El 11 de mayo se
tuvo que decretar la ley marcial para controlar las manifestaciones. Muchos de
los manifestantes eran mujeres. Estaba aflorando la realidad de la explotación
capitalista a que estaban sometidos los españoles. Pero nadie fue capaz de
relacionarlo con el problema de Cuba.
El
desastre de julio del 98 fue un duro varapalo cuya evidencia negó que las
creencias populares de riqueza, felicidad y progreso fueran realidad. Fue una
gran decepción global. En julio de 1898, tras el hundimiento de los barcos en
Santiago de Cuba, los periódicos dieron noticias de barcos hundidos, de barcos
averiados, madres enlutadas, soldados heridos, repatriaciones de enfermos…
acompañados de comentarios negativos para el Gobierno español.
En agosto
de 1898, la prensa quiso dar carpetazo al asunto, y volvió a publicar escenas
regionales y costumbres pintorescas españolas, tonterías en suma. Y entonces
surgió el desastre en la opinión pública: los republicanos como Lerroux,
aprovecharon para denunciar que se estaba engañando al pueblo. Y otros muchos
se apuntaron a secundar que el engaño había sido voluntario y doloso.
Y entonces llegó lo más duro
de 1898, la repatriación de los soldados: el transporte de
tropas se concedió en monopolio a la Compañía Trasatlántica del marqués de
Comillas, amigo y socio del ministro de la Guerra general Azcárraga. Cobraban
32 pesetas por soldado transportado y llevaron más de 200.000 soldados a Cuba.
El precio del billete era más alto que de un viajero normal. Hasta los muertos
y heridos pueden ser una ocasión de negocio. Estados Unidos volvió a contratar
a la misma compañía para repatriar soldados.
La repatriación se hizo
en condiciones lamentables de higiene y espacio, y muchos soldados murieron en
la travesía, pues venían enfermos de disentería, paludismo y tuberculosis, y
pasaban hambre en el viaje. El aspecto que daban a la llegada a Vigo, La Coruña
y Santander era espantoso. Una vez desembarcados, debían ser subidos a trenes
para sus provincias de origen, pero mientras esperaban su turno no tenían
comida ni dinero, y mendigaban para comer, y pedían ropa. Cuando encontraban
sitio en el tren, se les llevaba a su capital de provincia, desde donde tenían
que ir a su pueblo por su cuenta, a veces a varias jornadas de camino. Pasado
un tiempo, se les dio 20 pesetas a cada uno, y un sueldo de 7,50 pesetas al mes
(el jornal de un día del soldado era de 2,50 pesetas). La paga de compensación
era miserable. Algunos recibieron este dinero en 1903, ya con cuatro años de
retraso. En los puertos de llegada de soldados, hubo motines populares a favor
de los soldados y en contra de quienes permitían esa miseria.
NIVEL CULTURAL ESPAÑOL EN 1898.
Sin
embargo, España tenía, a fines del XIX, el mayor nivel cultural alcanzado en
los dos últimos siglos.
Para
entonces, estaba formado todo un grupo de personas nacidos en torno a 1856, año
de la reforma educativa. En 1898 había pues en España un nivel científico ya
suficiente para sacar a la enseñanza de su marasmo tradicional acientífico, y
se habían renovado los planteamientos educativos y los métodos pedagógicos.
Otra cosa era si ese ambiente estaba suficientemente difundido y tolerado por
la sociedad, la Iglesia católica y los políticos españoles. No será fácil la
introducción de las nuevas ideas, y el ambiente cultural de toda la primera
mitad del XX, lo rechazará. La renovación hubo de hacerse en contra de los
regímenes políticos, o a pesar de los regímenes políticos. La victoria final en
el campo de la cultura, tendrá lugar en los años sesenta y setenta del siglo XX,
y en ello tuvieron mucho que ver los seminarios diocesanos, en donde la rebeldía
causó grandes emociones. Los seminarios tenían cientos de aspirantes a
sacerdotes. Tras la crisis, las “vocaciones” fueron decayendo, y se quedaron en
dos docenas en los seminarios más poblados. Y la Iglesia española decidió “importar”
sacerdotes sudamericanos.
Medicina:
Santiago Ramón y Cajal 1852-1934, premio nobel de 1906, había
destacado en histología y descubierto la trasmisión de señales entre las
células del cerebro. Era un miembro destacado de un grupo de histólogos como Nicolás Achúcarro, Pío del Río Ortega, Jorge Francisco Tello, Rafael Lorente de No, Fernando Castro. En
fisiología había destacado Ramón Turró, 1854-1926, formado en la Universidad de Barcelona. En
bacteriología, Jaume Ferrán Clúa, 1852-1929, con su vacuna contra el cólera, el cual estaba formado en la Universidad de
Barcelona. En patología León Corral Maestro, 1855-1939, formado en la Universidad de
Valladolid.
Matemáticas:
En
matemáticas destacaban: Eduardo Torroja 1847-1928, con su teoría de curvatura de
líneas en sus puntos de infinito, Julio Rey Pastor, y Leonardo Torres Quevedo
1852-1928.
Química:
En
química: Eugenio
Peñerúa 1854-1937, Laureano Calderón 1847-1894, y José Rodríguez Carracido 1852-1928
el cual había nacido en Santiago de Compostela y estudiado farmacia, se hizo
farmacéutico militar en 1875, pero abandonó el ejército en 1880 porque le
habían destinado en 1875 a Tafalla y en 1880 al Peñón de Vélez de la Gomera. En
1881 era catedrático de química orgánica en la facultad de Farmacia de Madrid y
en 1888 publicó un Tratado de Química
Orgánica. En 1898 se creó para él una cátedra nueva de química biológica
(bioquímica), y en 1903 escribió un Tratado
de Química Biológica.
Botánica:
En
botánica Blas
Lázaro Ibiza 1858-1921 y Joaquín María de Castellarna 1848-1943.
Zoología:
En
zoología, Ignacio
Bolívar 1850-1944, y Augusto González Linares 1845-1904.
Mineralogía:
En
mineralogía Francisco
Quiroga 1853-1894, y Salvador Calderón Arana 1853-1911.
Literatura:
Al
igual que se estaba produciendo una generación de científicos, la primera en
España, había una generación de literatos. Eso era precisamente lo que daba pie
a la consciencia de “desastre” tras el 98, aunque situaciones parecidas se
habían producido en la historia de España en el XIX, pero nadie había sido
consciente de ello. Los literatos fueron los que hablaron de “desastre”. Entre
estos literatos están el canario Benito Pérez Galdós, 1843-1920; el cordobés Juan Valera Alcalá-Galiano,
1824-1905; el granadino Pedro Antonio de Alarcón, 1833-1891; el
madrileño José
de Echegaray Eizaguirre, 1832-1916, (premio Nobel 1904); el
vallisoletano Gaspar
Núñez de Arce, 1832-1903; el bilbaíno Miguel de Unamuno Jugo, 1864-1936; el
granadino Ángel
Ganivet García, 1865-1898; el alicantino José Martínez Ruiz, alias
Azorín, 1873-1967; el sevillano Manuel Machado Ruiz, 1874-1947; el vitoriano Ramiro de Maeztu Whitney, 1874-1936; el onubense Juan Ramón Jiménez Mantecón, 1881-1958.
Los escritores del 98 eran esencialmente un grupo de periodistas
jóvenes de ideas radicales avanzadas, tales como el anarquista José Martínez Ruiz (Azorín),
el anarquista Vicente
Blasco Ibáñez que dirigía el periódico El Pueblo, de Valencia, el socialista, autoritario y militarista,
prefascista, Ramiro
de Maeztu Whitney, y algún socialista como Miguel de Unamuno Jugo, aunque
éste no logrará publicar hasta 1899, precisamente en Los Lunes de El Imparcial. Unamuno abandonó al PSOE debido a la
poca altura intelectual y moral que observó en sus dirigentes.
Este grupo de escritores fue alabado desde
1926 por alemanes y suizos y empezó, desde entonces, a ser conocido en España como
grupo.
La idea de grupo literario fue retomada por Laín Entralgo en 1947 en
su libro La Generación del 98,
considerándoles un grupo y añadiendo al grupo al sevillano Antonio Machado Ruiz,
1875-1939, al
pontevedrés Ramón
María del Valle Inclán, 1866-1936; al granadino Ángel Ganivet García,
1865-1898, al madrileño Jacinto Benavente García, 1866-1954, al coruñés
Ramón Menéndez
Pidal, 1869-1968, el sevillano Manuel Machado Ruiz, 1874-1947, y logró crear el mito de que se
trataba de un grupo liberal y renovador, pero tal grupo nunca existió sino en
la mente de Laín Entralgo.
Grupos
literarios de fines del XIX español.
Analizando más detenidamente a estos escritores de fin de siglo, se ve
que unos son modernistas y otro regeneracionistas.
Los modernistas son un grupo literario que intentaba renovar
el lenguaje y la expresión. Tal vez estarían entre ellos Ramón María del Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez Mantecón y Jacinto Benavente García.
Los regeneracionistas son un grupo de escritores que intentaban
cambiar la realidad española de fin de siglo XIX. Tal vez pudiéramos considerar
regeneracionistas a Pío Baroja Nessi, Manuel Machado Ruiz, Miguel de Unamuno Jugo y José Martínez Ruiz Azorín. E
incluso a Joan Maragall
Gorina y a Ramón Pérez
de Ayala Fernández del Portal.
De todos modos, habría que hacer otro grupo
con escritores
consagrados anteriormente al 98, como Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas Clarín y Marcelino Menéndez Pelayo.
Y ello nos llevaría a hacer otro grupo con escritores que se prolongan con
posterioridad al 98 como José Ortega y Gasset, Eugenio D`Ors Rovira, Gregorio Marañón Posadillo, Salvador de Madariaga Rojo, Carles Riba Bracons, Miguel Asín Palacios, Manuel Azaña Díaz, Federico García Lorca, Rafael Alberti Merello, Jorge Guillén Álvarez, Dámaso Alonso Fernández de las
Redondas, Gerardo
Diego Cendoya, Luis Cernuda Bidón, José María Gabriel y Galán…
Los autores más leídos
en 1900 eran Gaspar Núñez de Arce, Ramón de Campoamor Campoosorio, Benito Pérez
Galdós y Joaquín Dicenta Benedicto, y mucho menos leídos eran Pío Baroja Nessi
y José Martínez Ruiz Azorín, los cuales irán creciendo en estimación a lo largo
del XX a medida que decaían los citados anteriormente.
Historia.
En opinión
de Raimond Carr, la historiografía se empeña en dar excesivo papel a la
intelectualidad cuando el papel de la intelectualidad sobre la política y la
sociedad del 98, fue muy escaso. El fracaso del 98 se debe plantear más
ampliamente, de forma más dramática, pues el problema es que había que dar paso
a una alternativa de Gobierno, y la única alternativa que había era la
partidaria de destruir el Estado, lo cual hacía imposible dar una salida a la
situación. Ese es el drama del 98 español.
En el
drama del 98 juegan un papel fundamental los radicalismos sobre todo los
anarquistas y republicanos y un papel menos conocido, por no estar bien estudiado,
la Iglesia católica integrista.
En la
mayoría de los estudios de la época se da mucha importancia al protagonismo
catalán y ello sólo es así porque la mayoría de los historiadores que han
escrito sobre ello son catalanes. La historia de España se ha planteado como un
duelo entre Madrid y Barcelona, duelo que es absolutamente deformante de la
realidad. Existieron las demás regiones españolas, aunque no estén
suficientemente estudiadas. El desigual desarrollo regional entre regiones
españolas, no es un caso exclusivo español, se produjo en todas partes, es la
regla en la revolución industrial y no debe servir de pretexto para dar el
protagonismo exclusivo de esta época a catalanes y vascos.
En el
siglo XIX hubo en España muchísimos historiadores, pero hablar de economía les
parecía desplazarse al campo “liberal”, o más tarde al campo marxista, y hablar
de problemas sociales les parecía incitar a la revolución. Por eso, su trabajo
era de valor muy limitado. En cuanto al catolicismo, o bien se hacía alabanza de
todo lo católico, o se tachaba al autor de anticlerical, con todo lo que ello
suponía. El valor de las historias escritas en el XIX, es considerado muy
escaso en nuestros días.
José María de Zuarnávar
Francia, 1764-1840, hizo historia de Canarias.
Eugenio Tapia García,
1776-1860, se interesó por los árabes.
Enrique de Vedia,
1802-1863, se interesó por los conquistadores de Indias.
Manuel Lasala Ximénez de Bailo,
1803-1874, hizo historia de Aragón.
Modesto Lafuente Zamalloa,
1806-1866, escribió la Historia General de España en 1850-1867.
José Muñoz Maldonado,
1807-1875, escribió cosas sueltas sobre Historia de España.
Basilio Sebastián Castellanos
de Losada, 1808-1891, escribía curiosidades del pasado.
Pascual Gayangos Arce,
1809-1897, hizo historia de la literatura.
Sebastián Lorente Ibáñez,
1813-1884, hizo historia del Perú.
Francisco Javier
García-Rodrigo García-Sáez, 1816-1891, se interesó por la Inquisición.
Tomás Baeza González,
1816-1891, escribió sobre Segovia.
Miguel Lafuente Alcántara,
1817-1850, hizo historia de Andalucía.
Vicente de la Fuente,
1817-1889, hizo una historia de los eclesiásticos españoles.
Joaquín Rubió Ors,
1818-1899, hizo una Historia Universal.
Manuel Colmeiro Penido,
1818-1894, hizo historia económica y política.
Eduardo Chao Fernández, 1822-1887,
se interesó por diversos temas políticos del XIX.
Adolfo de Castro Rossi,
1823-1898, escribió sobre Cádiz.
Francesc Pi y Margall,
1824-1901, escribió historia de la pintura, historia de América e historia de
España en el XIX.
Niceto Zamacois Urrutia,
1820-1885, hizo historia de México.
Joaquín Guichot Parody, 1820-1906,
hizo historia de Andalucía.
Antonio Bofarull Brocá,
1821-1892, escribió sobre el catalanismo.
Antonio Pirala Criado,
1824-1903, escribió historia del carlismo e historia de España en el XIX.
Manuel Villar Macías,
1828-1891, hizo historia de Salamanca.
Manuel Ibo Alfaro Lafuente,
1828-1885, hizo un compendio de historia de España.
Isidoro Martín Rizo,
1828-1896, hizo historia de Cartagena.
Francisco Javier Simonet Baca,
1829-1897, se interesó por los mozárabes.
José María Asensio Toledo,
1829-1905, se interesó por diversos personajes de España.
Eduardo Pérez Pujol,
1830-1894, hizo una historia del Derecho.
Cesáreo Fernández Duro,
1830-1908, escribió sobre Zamora.
Esteban Hernández Fernández, hizo una
historia general de España y sus colonias en 1878.
Miguel Morayta Sagrario,
1834-1917, hizo una Historia General de España en 1893-1898.
Manuel Merry Colom,
1835-1894, hizo una Historia de España en 1886-1888.
Bienvenido Oliver Esteller,
1836-1922, hizo una Historia del Derecho.
Julián Zugasti Sáenz,
1836-1915, se interesó por los árabes.
Francisco Codera Zaidín,
1836-1917, se interesó por la cultura árabe española.
Juan Bautista Cabrera Ibarz,
1837-1916, era un anglicano que escribió sobre la Iglesia católica española.
José Coroleu Inglada,
1839-1895, escribió sobre temas catalanes.
Alfonso Moreno Espinosa,
1840-1905, hizo una Historia de España para estudiantes de secundaria en 1871.
Sebastián Montserrat de Bondía,
1840-1915, hizo historia de Aragón.
Nicolás María Serrano Díez,
1841-1899, escribió una Historia Universal en 1874.
Enrique de Leguina Vidal,
1842-1924, hizo historia de Santander.
Joaquín Martín de Olías,
1842-1900, hizo historia del movimiento obrero.
José Fernández Montaña,
1842-1936, se interesó por los Austrias españoles.
Celestino Pujol Camps,
1843-1891, escribió sobre epigrafía y numismática.
Manuel Sales Ferré,
1843-1910, escribió una Historia Universal en 1884.
Leopoldo de Alba Salcedo,
1843-1913, defendía el conservadurismo español.
Roque Chavás Llorens,
1844-1912, hizo historia de Valencia.
Josep Balari Jovany,
1844-1904, se interesaba por la etnología.
Juan Ortega Rubio,
1845-1921, hizo compendios de historia de España y de historia universal.
Estanislao Jaime de Labayru
Goicoechea, 1845-1904, hizo historia de Vizcaya.
Juan Catalina García López,
1845-1911, se interesó por la arqueología.
Enrique Aguilera Gamboa,
1845-1922, marqués de Cerralbo, defendía el integrismo católico y se interesaba
por la arqueología.
Francisco Guillén Robles,
1846-1926, hizo historia de Málaga.
Eduardo Jusué Fernández de
Peragata, 1846-1922, concluyó la Historia Sagrada de Enrique Flórez.
Antonio Chabret Fraga,
1846-1907, hizo historia de Sagunto.
Alfred Opisso Vinyas,
1847-1924, hizo historia de España y de Europa.
Francisco Hernando Eizaguirre,
1847-1912, hizo historia del carlismo.
Ramiro Fernández Valvuena,
1847-1822, fue un sacerdote que escribió contra el liberalismo.
Francisco Valverde Perales,
1848-1913, escribió cosas de Baena (Córdoba).
Carlos Cambronero Martínez,
1849-1913, escribió sobre temas del siglo XIX español.
Eduardo de Hinojosa Naveros,
1852-1919, fue medievalista.
Marcelino Menéndez Pelayo, 1856-1912,
hizo historia de las ideas.
Ángel Altolaguirre Duvale,
1857-1939, hizo biografías de conquistadores españoles.
Jerónimo Bécquer González,
1857-1925, se interesaba por la diplomacia y relaciones exteriores de España.
Julio Altadill Torrentera de
Sancho de San Román, 1858-1935, contaba cosas de Navarra.
Arturo Blázquez
Delgado-Aguilera, 1859-1950, hizo historia antigua y medieval.
Luis Calpena Ávila,
1860-1921, escribió sobre los Concilios de Toledo.
Narciso Díaz Escobar,
1860-1935, escribió historia del teatro y cosas de Málaga.
Laureano Díez-Canseco Berjou,
1862-1930, hizo una historia del Derecho.
Ángel del Arco Molinero,
1862-1925, se interesó por la arqueología.
Reynaldo Brea Cuartero, 1863- ,
exaltaba el carlismo.
Ignacio Calvo Sánchez,
1864-1930, hizo arqueología.
Carmelo Echegaray Corta,
1865-1935, hizo historia del País Vasco.
Eduardo Ibarra Rodríguez,
1866-1944, hizo Edad Moderna.
Rafael Altamira Crevea,
1866-1951, se ocupó de la historia de las ideas y del Derecho.
Antonio Zamalloa Zamalloa,
1867-1923, se interesaba por su orden religiosa, los trinitarios.
Vicente Allanegui Lusarreta,
1868-1948, escribía sobre Teruel y Calanda.
Ramón Menéndez Pidal,
1869-1968, hizo historia de la literatura.
Juan Díaz del Moral,
1870-1948, se interesó por el obrerismo en Córdoba.
Guillermo Antolín Pajares,
1873-1928, era bibliófilo.
Julián Juderías Loyot,
1877-1918, hizo Edad Moderna.
ARTE.
También
en el arte, podemos intuir que no había tanta crisis y desastre como se proclamaba:
Arquitectura:
En Arquitectura, la Restauración había construido
muchísimos monumentos conmemorativos. La lista de arquitectos españoles es
larguísima: Eduardo
Adaro Magro, Miguel Aguado de la Sierra, Luis Aladrén, Manuel Aníbal Álvarez Amoroso, Pablo Alzola Minondo, Federico Aparisi Soriano, Fernando Arbós Tremantí, José María Arnau Miramón, Francésc Berenguer Mestres, Joan Bergés Massó, Antonio Borrego, Cayetano Buhigas Monrayà, Carlos Campuzano, Emile Cachelievre, Josep María Carnet Alas, Narciso Clavería, Lucio del Valle, Lluis Doménech Montaner, Josep Domenech Estapà, Alfonso Dube Díez, Claudio Durán Ventosa, Luis Ferreres Soler, Augusto Font Carreras, Josep Fontsere Mestre, Antoni María Galissà, Antonio Gaudí Cornet, Enrique Grasset, Josep María Jujol Gibert, Vicente Lampérez Romea, Pedro Mariño Ortega, Llorenc Matamala Piñol, Oriol Mestres, Francisco Daniel Molina, Adolfo Morales de los Ríos
García-Pimentel, Juan Moya, Camino Oliveras Gensana, Agustín Ortiz Villajos, Alberto de Palacio Elisague, Josep Puig i Cadafalch, Enrique María Repullés Vargas, Eduardo Reynols, Amador de los Ríos, Eugenio Rivera Dutaste, Emilio Rodríguez Ayuso, Antoni Rovira Trías, Joan Rubió Bellver, Enric Sarnier Villavechia, Juan Torres Guardiola, Ricardo Velázquez Bosco, Salvador Vignals…
Escultura:
En
escultura, casi todas las ciudades españolas tuvieron estatuas del tipo de
Alfonso XII del Retiro de Madrid, o de Colón en Barcelona, destacando Agustín Querol Subirats, 1860-1909, Mariano Benlliure Gil, 1862-1947, Aniceto Marinas García, 1866-1953,
y Antonio
Rodríguez Hernández, alias Julio Antonio, 1889-1919. También se hizo
escultura complementaria a la arquitectura del tipo de la fachada del
Arqueológico de Madrid o del Palacio de Justicia de Barcelona.
Pintura:
Igualmente
se celebraban Exposiciones Nacionales de pintura en las que profesores
académicos daban premios para dar a conocer a los mejores artistas.
Antecedentes de ello eran Eduardo Rosales Gallinas 1836-1873, por haber
ganado en 1864 con el Testamento de Isabel la Católica, y en 1871, con La
Muerte de Lucrecia. Compitiendo con Rosales, estaba Mariano Fortuny Marsal, 1838-1874, que no
participaba en las Exposiciones porque odiaba el academicismo y los cuadros
religiosos y mitológicos, destacando por la Batalla de Tetuán y La Vicaría, en
los que triunfa el ambiente en sí, y no un protagonista individual. Rosales y Fortuny
casi murieron al mismo tiempo y dejaron abierto el camino para una eclosión
grande de pintores como:
Ramón Martí Alsina 1826-1894,
en Barcelona.
Agustín Riancho Gómez de la
Mora, 1841-1929, en Cantabria.
Francisco Pradilla Ortiz, 1841-1921,
en Zaragoza
Casimiro Sainz Saiz,
1853-1898, en Cantabria.
Darío de Regoyos Valdés,
1857-1913, en Asturias
Joaquín Sorolla Bastida 1863-1927,
en Madrid.
Ignacio Zuloaga Zabaleta 1870-1945
en Guipúzcoa.
Isidre Nonell Monturiol,
1872-1911, en Barcelona.
Pablo Ruiz Picasso,
1881-1973, malagueño, formado en Barcelona y París.
Daniel Vázquez Díaz, 1882-1969,
en Huelva.
José Gutiérrez Solana,
1886-1945, maqdrileño.
Joan Miró Ferrè,
1893-1983, barcelonés.
José Victoriano
González-Pérez, alias Juan Gris, 1887-1927, madrileño.
La música.
Después de grandes maestros como Juan Pascual Arrieta Corera,
1821-1894; Francisco
Asenjo Barbieri, 1823-1894; Joaquín Gaztambide Garbayo,
1822-1870, y otros, en la época del 98
quedaban muchos otros músicos, entre los que citaremos:
Manuel
Caballero Fernández, 1835-1906; Josép Ribera Miró, 1839-1921; Cosme Ribera Miró,
1842-1928; Apolinar
Brull Ayerra, 1845-1905; Estanislao Federico Chueca Robres,
1846-1908; Ángel
Rubio Laínez, 1846-1906; Tomás Bretón Hernández, 1850-1923; Ruperto Chapí Lorente,
1851-1909; Gerónimo
Giménez Bellido, 1854-1923; Isaac Albéniz Pascual, 1860-1909; Enrique Granados Campiña,
1867-1916; Tomás
López Torregrosa, 1868-1913; Vicente Lleó Balbastre, 1870-1922; Rafael Calleja Gómez,
1870-1908; Amadeo
Vives Roig, 1871-1932; José Calixto Serrano Simeón,
1873-1941; Joaquín
Valverde Sanjuán, 1875-1918; Manuel de Falla Matheu, 1876-1946; Luis Foglieti,
1877-1918; Conrado
del Campo Zabaleta, 1878-1953; Pablo Luna Carné, 1879-1942; Jesús Guridi Bidaola,
1886-1961; José
María Usandizaga Soraluce, 1887-1915 ; José Padilla Sánchez, 1889-1960; Federico Moreno Torroba,
1891-1982; Jacinto
Guerrero Torres, 1895-1951; Pablo Sorozábal Mariezcurrena,
1897-1988.
[1] En mis primeros años de docencia,
la historia de España empezaba en tiempos de los romanos y se terminaba con los
Austrias. Los programas estaban cuidadosamente elaborados para que no diera
tiempo a ver más temas. La coordinación entre profesores, “necesaria para unos
exámenes comunes a todos”, significaba que ninguno debía salirse de ese esquema
de enseñanza. Los profesores que no utilizábamos libro, sino que
proporcionábamos apuntes, éramos vistos como “especiales”. Y en caso de
explicar Historia Contemporánea, empezábamos en el XVIII, y la materia a
examinar se acababa a principios del XX. las cuestiones sobre el socialismo no
constaban en ningún libro, salvo para condenarlo. La coordinación era una
excusa para controlar al profesorado, por mucho que se hablase de progresos
docentes.