Contenido esencial: El programa de Silvela; la
disgregación del Partido Conservador en 1898; la crisis del Partido Liberal
Fusionista en 1898.
GOBIERNO AZCÁRRAGA DE AGOSTO DE 1897.
Marcelo Azcárraga Palmero nació en
Manila en 1832. Hizo carrera militar en Estado Mayor y era moderado. Derribó a
Espartero en 1856. En 1861 estuvo en Cuba, y en 1864 en Santo Domingo. Fue
alfonsino en 1868 y colaboró con Cánovas en 1874, reprimiendo a los cantones y
a los carlistas. Se integró entonces en el Partido Conservador. Fue Ministro de
Guerra en varias ocasiones, siempre en Gobiernos de Cánovas. Fue Presidente de
Gobierno en 1897 durante dos meses, cuando Cánovas fue asesinado, pero cedió el
puesto a Sagasta inmediatamente. Siguió haciendo su papel de Ministro de la Guerra
con Silvela. Volvió a la Presidencia de Gobierno en 1900, ante el fracaso del
inexperto Silvela, y de nuevo en 1904, siempre de forma transitoria. Murió en
Madrid en 1915.
Era un católico integrista
del grupo de Antonio María Cascajares.
En 1897, fue
presidente interino hasta 21 de agosto, y presidente definitivo a partir de
esta fecha y hasta octubre 1897. Mantuvo el Gobierno con los Ministros de Cánovas
en su integridad, salvo la Presidencia, claro está.
Gobierno del general Azcárraga,
Provisional 8 agosto 1897 – 21
de agosto 1897.
Definitivo, 21 de agosto-29 de
septiembre 1897.
Presidente del Consejo, general Marcelo
Azcárraga Palmero.
Guerra, general Marcelo
Azcárraga Palmero.
Estado, general Carlos
Manuel O`Donnell Abreu duque de Tetuán.
Gracia y Justicia, Manuel
Aguirre de Tejada conde de Tejada de Valdosera.
Marina, almirante
José María Beránger Ruiz de Apodaca.
Hacienda, Juan
Navarro-Reverter Gomis.
Gobernación, Fernando
Cos-Gayón Pons.
Fomento,
Aureliano Linares Rivas.
Ultramar, Tomás
Castellano Villarroya.
Aunque fue
declarado definitivo en 21 de agosto de 1897, todos los españoles sabían que
era un Gobierno de transición, hasta encontrar un Jefe de Gobierno fuerte. Y
todos los líderes se esforzaron por ser ellos ese líder en el que la Reina
Regente confiase.
La crisis del Partido Liberal Conservador.
En el
sistema de turno de partidos, parecía que debía gobernar el Partido
Conservador. Por eso, los líderes del Partido Conservador se esforzaron, cada
uno de ellos, por dominar el partido. En 1897, a la muerte de Cánovas, nos
encontramos con un Partido Conservador roto.
La cuestión de la sucesión de
Cánovas era muy difícil de abordar dentro del Partido
Liberal Conservador, porque Cánovas lo era todo en el partido. A su muerte, el
partido sería necesariamente diferente.
El 26 de
octubre de 1897, el general Martínez-Campos reunió a los líderes del partido,
los católicos de Alejandro Pidal, el amigo de Cánovas Fernando Cos-Gayón[1], otro amigo de Cánovas
llamado José de Elduayen[2], los disidentes Francisco Silvela
y Raimundo Fernández Villaverde y dos generales, el general Polavieja y el
general Azcárraga, y les dijo que había que hacer un partido fuerte. Azcárraga
comprobó, en esa reunión, que él no era popular, no era el hombre que todos
buscaban.
El líder del nuevo
Partido Conservador, una vez desaparecido Cánovas, parecía que debía ser Francisco Silvela.
Joaquín Sánchez de Toca
y Calvo escribió un folleto en 30 de octubre de 1897 titulado “La Crisis presente del Partido conservador.
La Jefatura y sus ideales”. La principal preocupación que mostraba Sánchez
de Toca era la unificación del Partido Liberal Conservador. Creía que el
partido necesitaba un ideal común, y ese ideal debía ser la moralización de la
vida española. Si se lograba imponer la moralidad, se atraería a las clases
sociales no implicadas en la política y a las clases populares en general. Y
creía que el hombre idóneo para esta tarea era Francisco Silvela. Pero Silvela
debía exponer, pronto y bien, un programa de acciones del partido, y una
programa de principios morales a defender.
EL PROGRAMA DE SILVELA en
1897-1898.
Primero: Silvela
escribió el 23 de
diciembre de 1897 en El Tiempo, un
artículo en el que exponía los puntos básicos de su programa de reformas:
Respeto a las creencias
católicas (lo cual era una llamada de atención a Polavieja); organización de la
Administración central de forma que se convirtiera en un organismo honrado,
solvente, y descentralizado, lo cual se podía traducir en eliminación del
caciquismo; reforma de la instrucción pública en cuanto a orden y en cuanto a
métodos; reforma de las leyes penales y de enjuiciamiento criminal; mejora del
sistema colonial; restablecimiento de la disciplina social; y protección al
trabajo nacional (lo cual se debía entender como proteccionismo).
Segundo: El 6 de enero de 1898, Silvela
hizo un discurso en Badajoz pidiendo la fusión de todos los grupos
conservadores. Para ello, debían atender a lo esencial y olvidarse de disputas
sobre los detalles. Y el nuevo partido de Silvela, se llamo Unión Conservadora. Tras
Silvela, firmaron otros muchos conservadores. La idea inicial de un nuevo
partido la había tenido Silvela en 1893, y en 1897 creía que se llamaría Unión
Nacional, pero al final se llamo Unión Conservadora.
La mayoría
del Partido Conservador estaba con la Unión Conservadora organizada por
Silvela, pero éste estaba pidiendo cosas difíciles para el partido, ni más ni
menos que se juzgase, política y penalmente, la corrupción de todos los cargos
de Gobierno habidos en el Gobierno Cánovas. La idea gustaba incluso a los del
Partido Liberal de modo que Maura abandonó el Partido Liberal y se pasó a Unión
Conservadora. También regionalistas como Durán y Bas, y católicos cono el
general Polavieja, se sumaron al nuevo partido.
Tercero: El manifiesto inicial del nuevo
partido, Unión Conservadora, estuvo listo el 21 de enero de 1898, y El
Manifiesto de 21 de enero hablaba del tema de las Antillas, de Filipinas, de la
justicia, de la enseñanza, de la Administración, del cuerpo electoral y de la
cuestión social. El Manifiesto de Silvela se estaba introduciendo en terrenos
peligrosos para el nivel de estudios sociales que había en el momento. Pero
Silvela respetaba en todo caso la democracia liberal, luchaba por un sufragio
limpio. Visto con perspectiva, el plan de Silvela se parecía bastante al de la
Unión Católica de Pidal, y al Partido Católico que proponía Cascajares, pero
eliminaba de éstos programas los clericalismos. Tampoco era un acuerdo entre
conservadores y católicos, aunque pedía a los católicos que dieran un paso de
acercamiento a Unión Conservadora. Al
menos, Unión Conservadora no era un partido pesimista, pues creía en las
posibilidades del futuro, que no se habían perdido las formas de vida, las
costumbres, las diversiones y las formas de Gobierno. Había futuro, si se ponía
el remedio adecuado.
Cuarto: En agosto de 1898, Silvela
publicó un Manifiesto en El Tiempo, titulado “Sin Pulso”, diciendo
que quería iniciar una nueva época política.
Como síntesis de estas cuatro piezas de Silvela, que
acabamos de citar, podemos dar un esquema de su pensamiento:
Silvela defendía que el Partido Liberal Conservador estaba
roto y también el Partido Liberal Fusionista lo estaba. Ello constituía un
problema grave para España, y no se podía seguir haciendo crisis de Gobiernos en
turno, sin solucionar el problema de recomposición de los partidos que se iban
a turnar.
El
problema más grave de ese momento era el de las Antillas. Silvela defendía que
se debía guardar su vínculo con España y dijo que el nuevo partido que él
creaba, aceptaría lo que el Rey y las Cortes decidieran. Silvela daba por
perdidas las Antillas, pero creía que era tarea del Partido Liberal Fusionista,
porque este partido había generado el problema el año anterior destituyendo a
Weyler, resolver ese problema.
Respecto a
Filipinas, creía
que debía ser reorganizada su Administración y su ejército. Pero no decía nada
del problema de los misioneros, que eran propietarios, gobernadores, banqueros
y líderes políticos. No daba soluciones a nada, y se limitaba a unas frases de
generalidades.
Respecto a
la reforma
de la Justicia y de la Administración, no era tampoco nada
concreto. Simplemente exponía unas dudas sobre la idoneidad del jurado, y sobre
el alcance de la libertad de cátedra. Y pedía una reforma del Código Penal,
sobre todo en el tema del juicio por jurados.
Sobre la enseñanza hacía una
llamada a volver al tradicionalismo y hablaba de armonizar la libertad de
cátedra con el respeto a la conciencia de las familias españolas.
Sobre el ejército, decía
que había que restituir el prestigio militar.
Sobre la Administración Local, decía
que había que reformarla, pero no decía cómo ni en qué sentido. Por el devenir
de la historia, debemos entender que hablaba de descentralizar.
Sobre la reforma financiera, hablaba
de una reorganización de los tributos indirectos y racionalización de los
gastos del Estado, de redactar unos presupuestos creíbles.
Sobre las obras públicas, creía
que había que mejorar las comunicaciones, lo cual se debía hacer expandiendo la
deuda pública para conseguir el capital necesario.
Sobre el sufragio, decía
que era un problema grave. Pensaba en un sufragio corporativo, que fuera
representativo de los problemas de España, porque lo importante eran los
gremios, y debían tener voz en la política.
Sobre la política social, pensaba
que no podía basarse en la represión, sobre todo con una policía mal
organizada, sino que lo fundamental era apoyar los fueros del trabajo y las
leyes económicas naturales. Ello implicaba la represión de las asociaciones
criminales y del socialismo. En cuanto a las cuestiones económicas de tipo
social, estos temas debían pasar en adelante a ser tema preferente de los
Gobiernos, pues solucionando los temas económicos se solucionaban gran parte de
los problemas de orden público y los problemas de actuación de la fuerza
pública.
Para
finalizar, Silvela hacía una apelación a que todos los españoles guardaran la
ley, respetaran la libertad y los derechos de los demás, respetasen las
costumbres sociales viejas. Era una llamada a la ética.
LA DISGREGACIÓN DEL PARTIDO CONSERVADOR.
Naturalmente
que la aceptación de Silvela como el nuevo líder, no podía ser aceptado por
muchos altos cargos del Partido Conservador, y éstos se unieron a Romero
Robledo que estaba dispuesto a colaborar con los liberales conservadores e
incluso con los liberales reformistas de López Domínguez. El Partido
Conservador estaba roto de nuevo.
Teniendo en cuenta que
el Partido Liberal Conservador estaba fragmentado y faltaba Cánovas, que había
sido su nexo interno, los católicos vieron la oportunidad de conseguir el Gobierno para una
coalición de Francisco Silvela, el general Marcelo Azcárraga Palmero, el
general Camilo García Polavieja, el general Arsenio Martínez Campos, el general
Ramón Blanco Erenas y Alejandro Pidal y Mon.
Rafael Gasset Chinchilla en 1898.
Rafael Gasset
Chinchilla procedía de una familia progresista y publicaba su periódico, El Imparcial, con ideas liberales
fusionistas, pero no era del Partido Liberal fusionista. Era hijo de Rafael
Gasset Artime, el cual le legó El
Imparcial, que era el periódico de más tirada en España en aquellos años.
En 1898, trabajaba para que Francisco Silvela y Camilo García Polavieja
llegaran a un acuerdo de Gobierno. Otro aspecto de su trabajo fue el impulso a
un programa de regadíos, que sacaran a España de su pobreza y degradación
social.
Carlos Manuel O`Donnell en 1898.
Un sector minoritario
liderado por José Elduayen Gorriti, propuso a Carlos Manuel O`Dónnell-Álvarez
Abreu Duque de Tetuán para liderar un nuevo Gobierno. Era continuar el
canovismo.
El duque
de Tetuán, Carlos Manuel O`Donnell, dijo que no aceptaba el programa de Silvela,
y que él seguiría defendiendo las viejas ideas de Cánovas. Los seguidores de
Carlos Manuel O`Donnell fueron llamados “Caballeros del Santo Sepulcro” en
cuanto que “defendían las ideas de un muerto”.
Alejandro Pidal y Mon en 1898.
Romero-Robledo
propuso a Alejandro
Pidal y Mon, otro católico integrista, con la intención de que
no fuera elegido Silvela, que era enemigo personal de Romero Robledo y parecía
tener el apoyo de la mayoría del Partido Liberal Conservador, pero Pidal
rechazó el ofrecimiento y hasta dijo que Romero Robledo representaba la falta
de seriedad, y que no se podía ir con él a ninguna parte.
El 3 de enero
de 1898, Alejandro Pidal tomó posesión de la Presidencia del Círculo
Conservador Madrileño, y allí pidió la creación de un Partido Conservador
moderno que defendiera las libertades sociales frente a los anarquismos.
Alejandro
Pidal, tras leer el opúsculo lanzado por Sánchez de Toca, con las ideas de
Silvela, manifestó que él se uniría a Silvela en el propósito de la realización
de ese programa, y lo mismo dijeron Salvador Bermúdez de Castro o`Lawlor II
marqués de Lema y Arsenio Martínez-Campos Antón.
Ramón Nocedal en 1898.
En febrero
de 1898, el Partido
Integrista celebró su V Asamblea. Para ello, le encargó a
Ramón Nocedal un programa para debatir, y este programa fue publicado en 7 de
noviembre de 1898.
Los integristas estaban
dispuestos a aceptar la monarquía de Alfonso XIII, o la república en su caso,
si el sistema aceptaba sus principios. Lo que no aceptaban era a Carlos VII, el
pretendiente carlista. Su ruptura con los carlistas era lo dominante.
Cascajares en febrero de 1898.
También el
arzobispo Antonio
María Cascajares hizo una de sus últimas pastorales de tipo
político en febrero de 1898. De nuevo hizo una pastoral. Se quejaba de que la
guerra había llevado a la juventud española a Cuba, había arruinado a Hacienda,
había desconcentrado a los políticos, arruinaba a la industria y a la
agricultura, desmoralizaba al país, y amenazaba con una revolución. La guerra
había roto al Partido Conservador y no era probable que la Unión Conservadora
de Silvela lo pudiera recomponer. También había roto al Partido Liberal de
Sagasta, un hombre ilustre que había prestado grandes servicios a España. Decía
que, en esos momentos, 1898, no era posible un “Gobierno Nacional” o “Gobierno
de Conciliación”, ni era posible la república ni un Gobierno carlista, porque
los éstos políticos sólo saben de guerras y de revoluciones, pero de soluciones
a los problemas. Y acababa manifestando que la única posibilidad era un partido
católico, la única idea que podía unir a todos en los propósitos de defender la
religión, la monarquía, la moral, la sociedad y la familia. Seguía Cascajares
diciendo que el Partido Católico todavía se estaba formando, y la solución para
España era ya urgente. El partido católico no estaba maduro porque los
católicos estaban confundidos y divididos entre sí.
Y en marzo de 1898, de nuevo
Cascajares publicó un opúsculo, o panfleto, titulado “En justa defensa”, en el que
refutaba las críticas que se le estaban haciendo, como publicar en una
pastoral, que es un documento religioso, una proclama política. Terminaba
afirmando que se necesitaba un hombre enérgico, de voluntad firme, con valor
frente a la impopularidad, con conocimiento y determinación, para salvar a
España. Este pensamiento debió estar presente en buena parte de la sociedad,
pues es el espíritu de Primo de Rivera en 1923 y el de Franco en 1936.
Vázquez
Mella dijo que Cascajares se estaba refiriendo a una persona concreta, al
general Polavieja, pero es dudoso que estuviera preconizando a alguien en
concreto.
Camilo
García Polavieja en 1898.
En 10 de septiembre de 1898, el
general Camilo García Polavieja publicó un Manifiesto que los
periódicos vieron relacionado con el opúsculo de Cascajares de marzo pasado.
Así lo publicaron Suárez de Figueroa en El
Heraldo, y Rafael Gasset en El Imparcial.
Era un programa de reformas políticas, publicado como si fueran cartas a un
amigo, en el que decía que muchos le estaban pidiendo que tomara las riendas
del Gobierno y reformara la política, y que él pensaba, sin ser antidemócrata,
que había que purificar la democracia, porque en ese momento, los partidos
estaban falseando la Constitución, corrompían el voto, se ponían por encima de
la Administración y la Justicia, a la que por el contrario, debían servir. Por
todo ello, pedía transformaciones en la enseñanza, la justicia y la
Administración, eliminando intereses creados y falsos derechos adquiridos.
Pedía elevar la cultura del país, reorganizar los tribunales de justicia,
restaurar la Hacienda pública, erradicar los vicios parlamentarios, purificar la
Administración, acabar con el caciquismo, decirle a los españoles la verdad
sobre lo que ocurría en política, hacer política de lo concreto en el ámbito
agrario, industrial y mercantil, hacer que gestionaran el Gobierno empresarios
entendidos en gestionar y derribar a políticos profesionales que sólo servían a
su partido y se olvidaban de los intereses de España, descentralizar la
Administración a fin de que los catalanes, más avanzados social y
culturalmente, se sintieran a gusto en España. Y entendía por descentralización
instaurar tributaciones concertadas como las del País Vasco y Navarra.
En España,
para favorecer a la industria, instalada en el País Vasco y Navarra, se pidieron
siempre menores tributos en estas regiones, las más ricas del país junto a
Cataluña, de modo que se hicieron “conciertos” o acuerdos, negociados entre
estas regiones y el Gobierno de turno en España, para pagar una cantidad global
que, primero, es más pequeña que la proporcional a su riqueza (suelen ajustarse
a la media española) y, segundo, no sube durante el tiempo que dure el
concierto. Para favorecer a la industria catalana se pidió una política
arancelaria que favoreciera a su industria, aunque ello perjudicara a otras
regiones españolas. Cataluña perdió la capacidad de negociar su “concierto” al
perder la Guerra de Sucesión de Carlos II, y desde entonces, reclamaba una
situación de privilegio semejante a la vasca y navarra[3]. Como resultado de ser las
regiones más ricas y más pobladas, el monto de impuestos de estas regiones era
el más alto, y ello daba como resultado un equívoco, según se considerase la
aportación global o la aportación por cada empresa concreta instalada allí.
Seguía diciendo
Polavieja que no se debía reducir el presupuesto militar, que había que
eliminar la redención militar a metálico, que era preciso el servicio militar
obligatorio, que había que romper el aislacionismo internacional que ya duraba
cuarenta años, que había que acabar con sistemas como el carlismo y el
republicanismo que sólo llevaban a la guerra civil, que se debía respetar la fe
de la mayoría de los españoles, es decir, la Iglesia Católica. No quería una
dictadura militar, pero tampoco las reglas de juego de los partidos existentes
en ese momento en España porque éstos estaban acostumbrados a todo tipo de
falsedades.
No era la
primera vez que Polavieja hacía un Manifiesto al País, pues en abril de 1898 ya
había hecho otro, titulado “Relación documentada” hablando de la política
llevada en Cuba, y ofreciéndose a sí mismo por si España necesitaba de sus
servicios, pero en septiembre de 1898 era la primera vez que hacía una
exposición general de todos los problemas que él percibía.
El
Manifiesto de Polavieja de septiembre de 1898 tuvo diversas acogidas: lo
rechazaron Práxedes Mateo Sagasta, los conservadores en general y la prensa
tradicionalista. Lo acogieron bien El
Imparcial de Rafael Gasset, El
Heraldo de Madrid de Augusto Suárez de Figueroa, José Canalejas Méndez,
José Francos Rodríguez, y Álvaro de Figueroa y Torres Mendieta conde de Romanones.
Romanones pensó
incluso en poner sus 22 periódicos al servicio de Polavieja.
Los empresarios catalanes con
Polavieja.
También se aproximó a
Polavieja un grupo catalán no nacionalista, integrado por personas que creían
que Cataluña no estaba suficientemente representada en las Cortes españolas y
en el Gobierno. Defendían que, precisamente por eso, los intereses catalanes,
el proteccionismo, no era defendido con la suficiente eficacia. Cataluña estaba
fuertemente relacionada con los negocios cubanos que peligraban en 1897.
En 1897, había en
Cataluña dos grupos políticos principales, los de Unió, que eran nacionalistas,
y los proteccionistas no nacionalistas.
Los de Unió trataban de
infiltrarse en las instituciones, el Ateneo, la Academia de Legislación y Jurisprudencia,
la Sociedad Económica de Amigos del País, Fomento del Trabajo Nacional,
Instituto Agrícola de de San Isidro, Liga de Defensa Industrial y Comercial…
En 1897, Alberto Rusiñol, un catalán
fabricante de textiles, protestó por la concesión de la autonomía a Cuba, y
estableció contactos con los republicanos catalanes para oponerse al Gobierno
de España. Pero los empresarios no habían pensado todavía en integrarse en
Unió.
Por eso, los empresarios catalanes se
acercaron a Polavieja, y allí estaban: Andrés Sard (Presidente de la
Diputación de Barcelona), Juan Sallarés i Pla (industrial lanero de Sabadell y
Presidente de Fomento del Trabajo Nacional en 1897-1898), Lluis Doménech
Montaner (arquitecto), Narciso Verdaguer Callís (Director de La Veu de Catalunya). Doménech le pidió
a Polavieja que ampliara, con el tema del regionalismo, las ideas expuestas, y Polavieja le contestó, el 30
de septiembre de 1898, que impondría un cupo de tributación a Cataluña,
como el del País Vasco (bajada de impuestos a los industriales), y que haría
una reforma municipal para que todas las fuerzas sociales tuvieran
representación en los Ayuntamientos. Que refundiría en una sola las cuatro
Diputaciones Catalanas. Que permitiría la organización de la enseñanza
profesional y técnica catalana por los empresarios catalanes, y que respetaría
las instituciones jurídicas catalanas.
Se sumaron entonces al
proyecto de Polavieja el abogado Durán i Bas, el periodista Mañé i Flaquer, el
industrial Ferrer i Vidal, el Diario de Barcelona, y varios banqueros,
sacerdotes, el doctor Bartolomeu Robert, e incluso algunos carlistas catalanes.
Pero Polavieja rechazó
ponerse al frente de Unión Conservadora, la cual era llamada en la calle Partido
Conservador desde verano de 1898. Polavieja prefería ser líder
del viejo Partido Liberal Conservador, es decir, el sucesor de Cánovas.
El carlismo a fin de siglo XIX.
En 1896
los carlistas pensaron relanzar su partido. Lanzaron una nueva campaña de
propaganda instaurando la fiesta del 10 de marzo como día de los mártires de la
tradición, con funeral, rezo ante las tumbas, y otras ceremonias. Además
completaban su campaña con emisión de estudios sobre carlistas y artículos de
periódico que difundieran gestas y retratos carlistas.
Carlos VII
había enviudado de Margarita de Parma en 1893 y se había vuelto a casar con
María Berta de Rohán. Con Margarita había tenido cuatro hijos que eran Blanca,
Beatriz, Alicia, y Jaime. Con María Berta tendrá a Elvira. La imagen de la
familia en general, y de la familia real de Carlos VII, se convirtió en
instrumento de propaganda. El valor de este instrumento fue tan grande que los
carlistas decidieron no llamarse partido, sino “familia” o “comunión”. Todos
los carlistas tenían en su casa un retrato de la familia de Carlos VII.
En
diciembre de 1896, la cúpula del carlismo se concentró en Venecia: Vázquez
Mella, Sanz, Polo Peyrolón, marqués de Tamarit, Melgar y Sacanell, y elaboraron
un texto conocido como Acta de Laredán en el que se hacían elogios del
ejército, se defendía el regionalismo entendido como derecho de todos a los
fueros, y se citaba la importancia de la “cuestión social” al estilo de cómo la
había enfocado la Rerum Novarum, es decir, divulgando el mutualismo y la
caridad.
El Acta de Laredán, ya vista en el capítulo anterior, fue dada a conocer en enero
de 1897, y fue un fracaso del carlismo, como lo sería del catolicismo en
general, por dejar de lado los verdaderos problemas del obrero en esos días,
las relaciones patrón obrero y las limitaciones a que, éticamente, se debían
someter los patronos. El mutualismo estaba trasnochado y la caridad no era lo
que podía salvar el problema, pero el catolicismo prefería estar del lado de
los ricos poseedores. La no adaptación del carlismo supuso su decadencia en el
siglo XX. Los carlistas se esforzaron por declarar que no querían una nueva guerra
carlista, pero los españoles veían que seguían cultivando los grabados de
batallas, libros sobre la guerra de guerrillas, y que tenían jefes militares
(José B. Moore Arenas en Cataluña, Domingo Sanz en Madrid, Alejandro Reyero en
Valencia y Francisco Cavero en Aragón), seguían comprando armas y uniformes, y
seguían haciendo de vez en cuando ataques a cuarteles de la Guardia Civil (el
28 de octubre de 1900, unos 70 carlistas atacaron el cuartel de Badalona). El
carlismo se alejaba de la evolución de los españoles, cada vez más lejos de la
guerra.
Ante el
evidente fracaso carlista, Cerralbo fue cesado, y el nuevo jefe carlista fue
Matías Barrio Mier, de Cervera de Pisuerga (Palencia). Igualmente perdieron la
confianza de Carlos VII Vázquez Mella, Francisco Cavero, José de España Orteu
(que abandonó el partido) y Francisco Martín Melgar (que fue sustituido en
Secretaría Política por el general Sacanell).
Matías Barrio Mier impuso la
boina blanca para las mujeres carlistas, la roja para los hombres y, sobre
todo, meriendas campestres multitudinarias como modo de propaganda del partido.
Estas reuniones al aire libre se denominaban “aplecs” y consistían en una
marcha en fila ordenada hacia un paraje rural, una misa, sermón, banquete,
mitin tras la comida y muchas banderas y banderines.
Con Barrio
Mier, el partido carlista tuvo un relanzamiento pequeño: en 1901 sacó 6
diputados y en 1905 ya sólo 4, lo que demostraba que se agotaba. Entonces
Barrio Mier tuvo la idea de integrar al carlismo en el movimiento solidario
catalán. Solidaridad Catalana hablaba de una unión de partidos para lograr el
nacionalismo. Era una idea complicada, pues los carlistas defendían la
integridad de España, y Solidaridad defendía el Estado Federal. De todos modos,
el carlismo subió y sacó 14 escaños en 1907 (6 en Cataluña), pero la
contradicción básica mencionada hizo su efecto y el carlismo se fue hundiendo a
9 escaños en 1910 y 2 escaños en 1914.
El catalanismo de Lluis Doménech i Montaner,
Lluis Doménech i
Montaner, 1850-1923, es conocido como destacado arquitecto de fines del XIX y
de principios del XX, pero también fue un político de talla, pues fue
Presidente de la Liga de Cataluña en 1888, Presidente de Unió Catalanista en
1892, Presidente de la sesión inaugural de la Asamblea de Manresa de marzo de
1892. En 1899 se incorporó a Centre Nacional Catalá, y más tarde fue de Lliga
Regionalista en 1901, cuando Centre Nacional Catalá y Unió Regionalista se
fusionaron en Lliga Regionalista. Abandonó la política en 1904. En 1901, Lliga
Regionalista fue un organismo muy prestigioso por tener en sus filas al
presidente de la sociedad de Amigos del País, Bartolomeu Robert; al presidente
del Ateneo Barcelonés, Lluis Doménech; al presidente de la patronal fomento del
Trabajo Nacional, Albert Russinyol; y al presidente de liga Industrial y
Comercial, Sebastiá Torres; conocidos como “los cuatro presidentes”. En la
Asamblea de Manresa, Lluis Doménech dijo que “la intervención de todas las
clases y estamentos en el Gobierno del común, no necesita de la moderna
democracia”, y también que el capital, la inteligencia y el trabajo no deben
pelearse, sino sentarse a discutir y resolver los problemas, cada día nuevos,
que ante ellos se presentan. Doménech era un hombre desilusionado con Polavieja
y buscaba una Cataluña libre, fuerte y autónoma.
Cataluña no estaba en
el mismo caso que el resto de España, pues era una región industrializada y,
culturalmente, mucho más avanzada que el resto peninsular. Un tipo culto
catalán como Lluis Doménech i Montaner, no podía compartir las soluciones
regeneracionistas, simplistas y sin futuro político
LA CRISIS DEL PARTIDO LIBERAL FUSIONISTA.
El Partido
Fusionista de Sagasta no estaba mucho mejor que el Partido Conservador. Cada
personalidad tenía su camarilla, y cada vez que los líderes reñían, el partido
aparecía troceado. Sus líderes eran Martos, Gamazo, López Domínguez
(reformistas) y Emilio Castelar (posibilistas).
El Partido
Liberal Fusionista había perdido el poder en 1895 y no era capaz de elaborar un
programa de gobierno, lo cual era fundamental para el futuro del partido. Tras
las reformas para conseguir las metas de la revolución de 1868, se quedaron sin
ideas. El resultado fue la posibilidad de que coexistieran dentro del partido
múltiples cabecillas, los unos con unas ideas diferentes a los demás, y los
otros sin más ideas que medrar gracias al partido.
En 1897,
los dirigentes más destacados del Partido Liberal Fusionista eran Germán Gamazo y José Canalejas. Gamazo
hablaba de proteccionismo, reformas presupuestarias a favor de los
agricultores, y de autonomía para Cuba. Canalejas hablaba de que no se podía
dar la autonomía a Cuba. Germán Gamazo abandonó el partido en 1898 y se pasó al
Partido Conservador. José Canalejas lo abandonó en 1897, aunque volvería a él
más tarde.
Lo que
unía a los diversos líderes fusionistas era el estar contra Cánovas, pero Cánovas
había muerto en agosto de 1897, y ello significaba el peligro de desaparición
del Partido Liberal Fusionista, dándose la paradoja de que la desaparición del líder de un
partido provocara la posible desaparición del partido de la oposición.
En mayo de
1897, Sagasta condenó la política de Cánovas en Cuba, y la tolerancia que
mostraba para con la violencia ejercida por Weyler.
En junio
de 1897, Sagasta hizo aprobar a los miembros de su partido un programa para
Cuba, y lo hizo tan mal que Canalejas abandonó el partido. Volvería a él más
tarde.
El 19 de
julio de 1897, Segismundo Moret hizo un discurso en Zaragoza en pro de la
autonomía de Cuba, argumentando que ello aseguraría la soberanía española en la
isla. Proponía exigírselo a la Regente, de modo que, si no lo aceptaba, el Partido
Liberal Fusionista se pusiera en contra de la monarquía, a favor de la
república.
El 20 de
julio de 1897, Estados Unidos reconoció a los rebeldes cubanos como
beligerantes y dio un ultimátum a España, de que si la guerra no terminaba en 1
de noviembre de ese año, Estados Unidos intervendría para dar una solución al
problema de Cuba.
En esas
condiciones, Sagasta no quería aceptar el Gobierno, porque no quería tomar
decisiones de las que se tuviera que arrepentir, y así se lo dijo a la Regente.
Canalejas en 1898
Canalejas había sido
fiel a Sagasta hasta 1897, pero cuando Sagasta ofreció la autonomía a Cuba y
Puerto Rico, abandonó el Partido Liberal Fusionista y viajó a Cuba para conocer
la situación de primera mano. Al regresar en 1898, se puso al servicio del
conservador Polavieja, que apoyaba la autonomía de Cuba, pero Canalejas había
cambiado de opinión para entonces.
José Canalejas Méndez
tenía una posición política en la derecha del Partido Liberal Fusionista, e
incluso a veces, apoyaba a los católicos a pesar de su fama posterior de
anticlerical, que es otro tema diferente. Canalejas era cerebral, inteligente,
buen orador, católico y poseía dotes de mando. Había empezado en el Partido Republicano,
estaba en el Liberal Fusionista y terminaría por ser tildado como anticlerical.
Solamente era un racionalista católico.
El problema cubano en 1897.
El general
Azcárraga recibió de Estados Unidos un ofrecimiento de mediación para terminar
la Guerra de Cuba. Pero su Gobierno no duró lo suficiente, sólo estuvo mes y
medio, para tomar una decisión.
La sustitución del Gobierno Azcárraga.
Cuando el
Gobierno Azcárraga fue declarado definitivo, a fines de agosto de 1897, el general Camilo García Polavieja, también
líder de los católicos, comunicó a la Reina Regente que incluso Silvela opinaba
que, en aquella circunstancia difícil, debían gobernar los del Partido Liberal
Fusionista para solucionar el problema de la Guerra de Cuba y Filipinas. Y
había que hacerlo antes de que desapareciese el Partido Liberal Fusionista, lo
que podía suceder en cualquier momento. Una vez solucionado el problema de
Cuba, y reorganizado el Partido Liberal Conservador, sin Cánovas, se podría
entrar en una época de estabilización política dando el Gobierno a los
conservadores.
Lo más normal era que
el Partido Liberal aceptase la rendición y abandono de Cuba y de Filipinas,
sucumbiese, y puesto que el Liberal Fusionista estaba a punto de romperse, era
el partido ideal para este sacrificio político. Y terminaba Polavieja diciendo
que un nuevo Gobierno, con Silvela y Polavieja en él, garantizaría una
renovación de España.
María
Cristina optó por la continuación de Azcárraga. En realidad estaba esperando
una propuesta más fuerte, y era un nombramiento provisional. Fue sustituido en
ese mismo año por Sagasta.
Todos sabían que el Gobierno
de Azcárraga era provisional y que la Reina esperaba que se le presentase una
solución viable para el Gobierno de España. Todos intentaron posicionarse o, en
su caso, ofrecerse.
Cese de Azcárraga.
El 29 de
septiembre de 1897, se le agradecieron a Azcárraga los servicios prestados. Y
se le entregó el Gobierno a Sagasta, líder del Partido Liberal.
Los
conservadores estaban divididos y no serían capaces de formar un Gobierno
estable. Por eso la Reina llamó a Sagasta. Y Sagasta dijo que aceptaba el
encargo por lealtad. En realidad, no deseaba el poder en ese momento porque la
guerra de Cuba, la guerra de Filipinas, la ruina de Hacienda, las revueltas
carlistas, las conspiraciones republicanas, los asesinatos anarquistas y las
amenazas de Estados Unidos, no hacían muy atractivo el poder. Había una fecha
tope, el 1 de noviembre, llegada la cual los Estados Unidos habían declarado
que iniciarían la guerra contra España, si España no había solucionado para entonces
la Guerra de Cuba. Sagasta aceptó el Gobierno a su pesar. Tardó casi dos meses
en decidirse.
[1] Fernando Cos-Gayón y Pons, 1825-diciembre
de 1898, fue un cántabro que se hizo periodista en Madrid y trabajó en La
Primavera, El Heraldo, La Ilustración, El Occidente, La Época, Semanario
Pintoresco Español y Revista de España. En 1857 entró en el Ministerio de
Gobernación, y en el Sexenio Revolucionario dirigió La Gaceta, que era el
periódico oficial del Gobierno. Se hizo amigo personal de Cánovas y su hombre
de confianza, y por ello era importante que estuviera en la reunión en que se
discutía la sucesión de Cánovas.
[2] José de Elduayen Gorriti,
1823-1898, marqués de Pazo de la Merced, 1875-1898, era un madrileño Ingeniero
de Caminos, Canales y Puertos, que fue varias veces Ministro para Cánovas.
[3] La situación de Cataluña se
agravó con la Constitución de 1978, pues esta Constitución preveía un “fondo de
solidaridad” por el que las regiones ricas debían contribuir al desarrollo de
las regiones pobres de España, lo que significa que, de una situación de
privilegio, pasaba a una situación de
obligación de ser solidaria. El tema se complica mucho, cuando las regiones
pobres falsifican números para gozar de más dinero de apoyo, y cuando hacen
gastos fastuosos para actividades no sostenibles como palancas de desarrollo. A
la vez que las regiones ricas tratan de falsificar números para no salir tan
perjudicadas en el reparto del fondo de solidaridad. Y todavía se complica más,
cuando llegan extranjeros, que no saben nada de la historia de España, a dar
soluciones simplistas.