Actuación del Gobierno Largo Caballero

 en octubre de 1936.

Ideas clave: La Junta de Defensa de octubre de 1936, Largo Caballero en octubre de 1936, la colectivización de la tierra, las Brigadas Mixtas, El Quinto Regimiento, intervención de la URSS en España, la CNT contra la URSS, la Internacional Socialista y España, caída de la segunda línea de defensa de Madrid, Azaña en octubre de 1936, Cataluña en octubre de 1936,

           La Junta de Defensa de Madrid de octubre.

El 27 de septiembre de 1936, el Consejo de Ministros  nombró Jefe de la I División Orgánica (Madrid) y Jefe de la Junta de Defensa de Madrid a Sebastián Pozas Perea. Pozas había sido Ministro de Gobernación del 19 de julio al 6 de septiembre de 1936, para José Giral, e había hecho que la Guardia Civil se llamase Guardia Nacional Republicana. Cambiar de nombre a las cosas es más fácil y rápido que cambiar las funciones y organización de cualquiera de ellas.

El antiguo Jefe de la I División Orgánica, Luis Castelló Pantoja, había sabido que su hermano había sido asesinado por republicanos anarquistas, y su esposa e hijos habían sido apresados por rebeldes en Badajoz, y se recluyó en un sanatorio psiquiátrico, luego pidió asilo en la embajada de Francia, y en primavera de 1937 se marchó de España.

El 28 de septiembre de 1936, Largo Caballero decretó la creación de un organismo unitario que dirigiera la guerra en la defensa de Madrid. Resultó imposible lograrlo. Cada entidad política quería el poder, y no estaba dispuesta a ceder. El organismo en cuestión se llamó Junta de Defensa de Madrid, y estaba integrado por representantes de todos los partidos y sindicatos, además de por Juventudes Socialistas Unificadas, y un representante del Ayuntamiento de Madrid, y otro de la Inspección Nacional de Milicias. Esta primera Junta de Defensa de Madrid no tenía atribuciones concretas, pues los milicianos del Frente Popular se habían negado a dárselas, y tampoco tuvo recursos propios, sino que debía depender en cada momento de la voluntad de las unidades de milicianos. En fin, era un órgano inútil, al que no obedecía nadie (La Segunda Junta de Defensa de Madrid se creó el 6 de noviembre de 1936, cuando Largo Caballero huyó de Madrid).

En cuanto a las unidades de milicianos, unos decían que había que salir a combatir al Tajo, otros que había que trabajar más en las fortificaciones de Madrid, y cada uno planteaba tácticas diferentes. No sólo no había dinero para hacer la guerra, sino que no había tampoco unidad de criterio. La falta de autoridad de Largo Caballero para imponerse sobre “sus organizaciones obreras”, completaba el triste panorama del Gobierno. Ni se podía salir lejos de Madrid, ni había dinero para realizar las fortificaciones oportunas. El populismo de Largo Caballero empezaba a hacer aguas ante la realidad de la guerra. De hecho, dio por perdida la ciudad de Madrid antes de empezar a combatir por su defensa, y huyó a Valencia. Había muchos comités, y todos con pocos medios humanos y militares. Y ninguno tenía autoridad ni fuerza para imponerse a los demás, pues estaban dispuestos a luchar todos contra el que tratara de imponerse. Los pobres milicianos que creían en las diversas causas, iban a ser sacrificados.

          Largo Caballero en octubre.

Largo Caballero creó las Milicias de Vigilancia de Retaguardia, para controlar la “investigación y vigilancia interna”, es decir, un sistema policial de control político, y el Comité de Investigación, Información y Control del Ejército, para controlar a sus propias fuerzas militares. Es mala señal en un dirigente político, que trate de crear fuerzas policiales, al tiempo que es incapaz de crear servicios ciudadanos y unidades militares efectivas. Es un poco, reconocer su propia incapacidad, y culpabilizar a otros. Son órganos necesarios, pero al servicio de la guerra y no al servicio del dirigente político. El Comité de Investigación, Información y Control del Ejército y las Milicias de Vigilancia de Retaguardia, eran una policía política y social, que podía dar mucho poder a quien la controlase. Sonaba a estalinismo, nazismo o fascismo, pero dirigido por Largo Caballero.

El 6 de octubre de 1936, el Comité de Investigación recibió unas “normas de registro de domicilios”, un ataque a la libertad en toda regla. Los funcionarios de este Comité cometieron impunemente todo tipo de asesinatos. Era lo mismo que el fascismo o el estalinismo. Al final de la guerra, Ángel Galarza agradeció los servicios prestados a todos estos personajes que habían dedicado sus esfuerzos a buscar rebeldes y matarlos. Pero justificaba los crímenes como “un exceso de celo que había llevado a algunos errores”. Calificar los ataques a los derechos humanos de falta leve, era indignante. Galarza decía que había sido preciso crear una institución estatal gubernamental que acabara con estas “pequeñas cosas”, y por esas pequeñas cosas se entiende que eran los asesinatos políticos. Y los asesinos fueron convertidos en una policía política que podía hacer lo que venía haciendo desde julio de 1936, pero legalmente desde ahora. Si entendemos democracia como la mejor distribución de los derechos humanos entre todos los ciudadanos, el Gobierno de Largo Caballero no era democrático. No se diferenciaba tanto del Gobierno de Francisco Franco. No peleaban los buenos contra los malos, como en las malas películas.

La represión de Largo Caballero fue bien captada por algunos comunistas y anarquistas: El 6 de octubre, Andreu Nin, antiguo líder de CNT y ahora dirigente de POUM, criticó a Largo Caballero alegando que un Gobierno autoritario no podía implantar la “dictadura del proletariado”, pues Nin entendía la dictadura del proletariado como libertad, en la idea de que, gobernando los trabajadores, no habría imposición del capital sobre el trabajo. Nin empezaba a ser consciente de la contradicción en que se movían los anarquistas, y aún los comunistas. De momento, Nin aceptó la autoridad de la Generalitat, pues era evidente que las improvisaciones de columnas anarquistas estaban llevando a la derrota una y otra vez. Fue un fuerte golpe para el CCMAF, el cual, creado el 23 de julio de 1936, dejó de existir en 3 de octubre de 1936. A partir de esta última fecha el CCMAF se limitó a ser un comité de enlace entre milicias, y un coordinador de voluntarios antifascistas.

         La colectivización de la tierra.

El 7 de octubre de 1936, el comunista Vicente Uribe, Ministro de Agricultura para Largo Caballero, decretó la colectivización de la tierra, declarando expropiable la tierra de los sublevados y sólo ésa. Pero la colectivización iba a ser manejada por colectivos campesinos, muchos de ellos anarquistas, que cada uno tenía un concepto distinto de colectivización. En primer lugar, ya habían ocupado las tierras de los grandes propietarios que habían abandonado los pueblos republicanos para refugiarse en territorio nacional. Tanto ellos, como los alcaldes ugetistas, sintieron la necesidad de crear un nuevo orden político y económico que autoabasteciera a su pueblo concreto en periodo de guerra. Estas colectivizaciones tuvieron lugar Castilla la Mancha, Andalucía, mitad oriental de Aragón, País Valenciano y Cataluña. Con lo que no contaron fue con las requisas que les haría el Gobierno en guerra, de modo que las cosechas se las llevaban al frente, y ellos pasaban necesidad y quedaban defraudados por ello. CNT y FETT-UGT (Federación Española de Trabajadores de la Tierra) decidieron que cada familia sólo podía cultivar y ser propietaria de la cantidad de tierra que fuera capaz de trabajar por sus propios medios, lo cual abrió una polémica que debilitó mucho al bando republicano.

Las colectivizaciones tuvieron lugar a fines de 1936 y durante el año 1937: Andalucía hizo 147 colectivizaciones (42 de UGT, 36 de CNT, 38 de UGT-CNT, y 31 dirigidas por otros), Castilla la Mancha, 455 colectivizaciones (231 de UGT, 186 de CNT, 37 de UGT-CNT, y 1 de CNT-PCE), el País Valenciano hizo 353 colectivizaciones (264 de CNT y 69 de UGT), Cataluña hizo 95 colectivizaciones (43 de CNT, 3 de UGT, 18 de CNT-UGT y 31 de otros), y Aragón hizo 306 colectivizaciones (275 de CNT y 31 de UGT). El Gobierno republicano quiso controlar las colectivizaciones, pero los colectivistas se resistieron. Tras los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, Negrín decidió acabar con las colectivizaciones y, en ello, le apoyó el PCE, luchando ambos contra CNT que defendía la utopía de que cada uno defendiera su pueblo.

     Las Brigadas Mixtas de Largo Caballero.

El 10 de octubre de 1936 tuvo lugar el primer intento de reorganización del ejército republicano creando el Ejército Popular y militarizando las milicias. Se crearon seis “Brigadas mixtas del Ejército Popular” intentando mezclar ejército, milicias y nuevos reclutas, que fueran adiestrados por oficiales profesionales, para poder ser dirigidos profesionalmente cuando hiciera falta. Pero era muy difícil controlar a esas masas milicianas, y la segunda línea de defensa de Madrid, la más exterior, cayó en 12 de octubre de 1936.

En la práctica, las Brigadas Mixtas eran la legalización de las milicias republicanas. Cada partido y cada sindicato, tenía sus propias milicias. No se creó un ejército unitario, sino se consolidó al dispersión del mando.

En Madrid funcionaba una Inspección General que les proporcionaba armas y uniformes a estos voluntarios, y les indicaba un destino al que debían incorporarse. Pero lo común era que las grandes organizaciones, como UGT y CNT, tuvieran sus propios almacenes de armas y enviaran sus voluntarios a donde les apetecía a cada una de ellas. La República era un caos militar. Los mandos de las milicias de partido y sindicato se autonombraban a sí mismos, y luego eran reconocidos por el Gobierno republicano como tales mandos. La cifra total de voluntarios en el bando republicano se calcula en 75.000, pero en Cataluña había unos 30.000 más que no contabilizaban como soldados de la República, sino de Cataluña.

Cuando las unidades de milicias no eran de un partido o sindicato fuerte, la unidad era mandada por un profesional, militar, guardia civil o guardia de asalto. También había unidades militares de este segundo tipo. Mientras en las unidades de los sindicatos abundaban las armas, en este segundo tipo de unidades escaseaba el armamento.

En todos los casos, cada grupo de milicianos llevaba un Comisario, que era un delegado político que vigilaba el orden interno en el pelotón.

Las organizaciones de milicianos tenían más armas que voluntarios. Habían acumulado muchas armas en sus propios depósitos, y tras los primeros días de escasez, les sobraban armas por todas partes.    Madrid pudo proporcionar 10.000 milicianos voluntarios en julio de 1936 (diez días), y serían unos 30.000 al finalizar el verano.

Los líderes más conocidos de las milicias eran: En el Cantábrico: Cristóbal, Marquina, Bravo Quesada, Carrocera, Víctor Álvarez, Berzana y Manolín Álvarez. En el centro: Etelvino Vega, Nilamón Toral, Martínez Cartón, y Cipriano Mera. En Cataluña: Durruti, Sanz, García Vivancos, Del Barrio, Trueba y Jover. En Andalucía: Recalde.

Los republicanos reunieron en 1936 un ejército de 400.000 hombres, de los cuales, 280.000 serían soldados de reemplazo procedentes de cuatro quintas, y 120.000 serían milicianos voluntarios en distintas agrupaciones.

         El Quinto Regimiento.

Dentro de los grupos de milicianos, el más popular fue el grupo comunista o Quinto Regimiento. No era un regimiento concreto, sino un centro de adiestramiento del que salieron varios regimientos. El Centro de Reclutamiento del PCE levantó el 5º Batallón de Milicias, y los puso a las órdenes del comandante Fernández Navarro. Eran en principio 3.030 hombres, que cobraban cada uno 10 pesetas diarias, un sueldo considerable. A partir del 17 de octubre de 1936 se apuntaron muchos, porque el salario era muy alto y posiblemente alcanzaron los 20.000 hombres. En agosto ya eran 30.000 los que habían pasado por el Quinto Regimiento. Y cuando fueron disueltos eran 35.740 hombres. Los líderes eran Juan Modesto, Enrique Líster, Manuel Tagüeña Lacorte y Valentín González El Campesino…

     El Quinto Regimiento tenía su sede en Cuatro Caminos de Madrid, en un convento de Calle Francos Rodríguez. Los milicianos fueron la única defensa del Gobierno una vez disuelto el ejército, y serían la parte más eficaz cuando Largo Caballero trató de reconstruir el ejército a partir de octubre de 1936. Los batallones de milicianos se ayudaban de guardias civiles, guardias de asalto y carabineros, que ayudaban a enseñar a disparar a los hombres.

     Los milicianos del Quinto Regimiento eran lo más parecido a un ejército profesional que había en el bando gubernamental, porque utilizaba militares profesionales como asesores, y porque exigía disciplina férrea y obediencia jerárquica. Los comunistas no querían la continuidad de una República burguesa, sino la instauración de una República Popular, comunista, que repartiera la tierra entre los campesinos y diera armas al pueblo. El inconveniente era que las órdenes provenían tanto del Partido, como del Gobierno de la República de España, o de los sindicatos, y no siempre coincidían.

     En cuanto al origen del Quinto Regimiento, el PCE había organizado desde 1933, las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas MAOC, para estar preparados para “la revolución del proletariado”. La idea era crear cinco batallones de voluntarios a partir de la colaboración de los comunistas de Unión Militar Republicana Antifascista UMRA. UMRA aportaba jefes militares profesionales como los tenientes coroneles Julio Mangada Rosenörn, Marina, Lacalle, los comandantes Sánchez Aparicio y Fernández Navarro, y los capitanes Miguel Gallo y Eutiquiano Arellano. El primer entrenamiento de las MAOC se hizo peleando contra las fuerzas de orden público en algaradas en la calle.

Cada grupo se organizó en escuadras, secciones y centurias, y en cada grupo había un delegado técnico (un militar) y un comisario político (un comunista de fiar). La Milicia Antifascista Obrera y Campesina, MAOC, del norte de Madrid se llamó Batallón de Cuatro Caminos, la del oeste se llamó Batallón del Puente de Segovia, la del este se llamó Batallón de Ventas o de Chamberí, y la MAOC del sur se llamó Batallón de Pacífico. Cada una de ellas debía reclutar a los jóvenes de su zona. Sus primeras misiones eran proteger las concentraciones populares comunistas contra pistoleros de derechas y proteger los locales de la prensa y los vendedores de la misma.

     Una vez entrenados, la segunda fase, también hecha antes de la Guerra de España, fue pasar a la ofensiva y realizar sabotajes, acciones de boicot, y servicios de vigilancia e información para el PCE. Los nombres de sus jefes eran materia reservada, desconocidos para el gran público. Dicen que en mayo de 1936, podía haber entre 1.500 y 4.000 jóvenes enrolados en las MAOC.

     El 16 de julio de 1936, día anterior a la sublevación de Melilla, las MAOC fueron puestas en alerta, y sus miembros concentrados en distintos puntos de Madrid. Había información sobre la sublevación que iba a tener lugar. El 17 de julio, estaban listas para la acción, y el 18 eran casi las únicas preparadas para luchar en el Cuartel de la Montaña, donde se habían refugiado los rebeldes madrileños. El cuartel estaba en Príncipe Pío, donde luego se instalaría el Templo de Nebot. Las MAOC no tenían apenas armas, y consiguieron 300 fusiles y dos ametralladoras en el asalto al Cuartel de la Montaña.

     El 18 de julio, Enrique Castro Delgado, miembro del Comité Provincial del PCE de Madrid, se incautó de un edificio abandonado de la calle Francos Rodríguez, que había sido convento de Salesianos. Y decidió que aquello fuera la sede de la milicia comunista. Cumplía órdenes del Comité Central, y a la inauguración del edificio asistieron José Díaz, Dolores Ibárruri, Pedro Checa, Enrique Líster, y Juan Modesto. Las órdenes, dadas en 17 de julio según Líster, eran que las MAOC se concentraran en unidades superiores bajo un mando único. La idea primera era que se creasen 5 batallones de voluntarios comunistas, y el primero en organizarse fue el 5º Batallón de Milicias, con sede en la calle Francos Rodríguez.

     El día 20 de julio, el 5º Batallón de Milicias se retiraba a descansar de la batalla del Cuartel de la Montaña, y cuando llegó a Francos Rodríguez, decidió llamarse Quinto Regimiento de Milicias Populares. La incorporación de las distintas MAOC en el Quinto Regimiento fue paulatina. El Comité Central del PCE designó responsables del proyecto a Vittorio Vidali (alias Carlos Contreras), Pedro Checa, Mariano de Pablo, Enrique Castro y Francisco Barbado.

     El primer Jefe del Quinto Regimiento oficialmente reconocido por el Gobierno fue designado el 19 de septiembre de 1936, y fue Enrique Líster.

     El Quinto Regimiento se planificó como un centro de reclutamiento y de primera instrucción militar de los reclutas, a los que Juan Modesto y Francisco Galán, el capitán de infantería Miguel Gallo Martínez, el capitán de infantería Manuel Márquez Sánchez de Movellán, el comandante Luis Barceló Jover, el capitán de infantería Autiquiano Arellano, el capitán de artillería Bozada, el comandante Rivas, el capitán Enrique Martínez Laredo, el capitán Beltrán, el portugués Oliveira, les enseñaban el manejo de las armas. La instrucción militar también se ocupaba de detectar a los individuos con capacidad de mando, capaces de controlar el pánico, y a los que tenían espíritu comunista seguro.

     Los individuos seleccionados por los instructores, pasaban a la Escuela de Mandos, donde el portugués Luis Oliveira Romero, Manuel López Iglesias, Francisco Cacho Villaroig, Miguel Gallo Martínez, Manuel Márquez Sánchez de Movellán, Eutiquio Arellano Fontán, y José Antonio Heredia, les instruían en las cualidades de un jefe.

     La organización del Quinto Regimiento fue compleja: por un lado existía un Buró Político con un comisario en cada unidad militar. Y por otra parte estaba el Mando General o Comandancia General.

La Comandancia General se reunía semanalmente para informarse de lo sucedido en todas las unidades militares, y discutir acciones militares a realizar. En Francos Rodríguez se recibían informes diarios de los jefes de operaciones para ser entregados a la Comandancia General. Más tarde la sede de la Comandancia General pasó a calle Lista 20. Los jefes eran Enrique Castro, Francisco Barbado y Mariano de Pablo, alias Pablo el Alemán.

La Comandancia General tenía varias secciones: la Sección de Organización seleccionaba los mandos, dirigía la instrucción de los reclutas, organizaba las unidades militares, y controlaba los cuarteles. Era regida por militares profesionales. La Sección de Información poseía unos enlaces motorizados que la comunicaban con las zonas de combate y con el Ministerio de Guerra, y también realizaba funciones de contraespionaje para detectar infiltrados. La Sección de Operaciones planificaba los combates y la colaboración con otras unidades militares y estaba a las órdenes de Vittorio Vidali alias Carlos Contreras. La Sección de Servicios se ocupaba de la intendencia, el armamento, los transportes y la sanidad. La Sección de Trabajo Social se ocupaba de la propaganda, agitación, ayuda al combatiente, y también de la formación política y cultural de los hombres (Benigno Rodríguez y Francisco Ganivet eran los encargados), y también de la edición de “Milicia Popular” una revista que se distribuía gratuitamente y cuyos artículos debían reproducir los demás periódicos comunistas. También editaba folletos que explicaban el manejo de las armas y carteles de propaganda. Hacía emisiones radiofónicas, llevaba el cine a lugares del frente y a lugares de retaguardia. Y gestionaba la banda del Quinto Regimiento. La Sección de Servicios Especiales se ocupaba de investigaciones complejas y que afectaban a jefes o cargos políticos y al contraespionaje para el Gobierno. La Sección de Comisariado se ocupaba del adoctrinamiento político de los reclutas y del nombramiento de los “Comisarios Políticos” que debían ir a cada compañía.

El Quinto Regimiento creó 11 “Compañías de Acero” que eran batallones con autonomía de medios que fueron incorporándose progresivamente al frente. Cada Compañía de Acero tenía unos 250 hombres, un cabo cada diez soldados, un sargento cada 30 soldados, y un oficial cada 100 soldados. Las compañías tenían secciones de fusileros, ametralladoras, bombas de mano, gastadores, tambores, cornetas, cometas, y enlaces.

Para ser miembro de una Compañía de Acero se debía tener hecho el servicio militar, estar físicamente sano, ser políticamente seguro, y pasar la instrucción especial en el Quinto Regimiento.

     La primera “Compañía de Acero” salida del Quinto Regimiento fue capitaneada por Manuel Márquez. El 5 de agosto entró en combate en el Guadarrama.   Otras “Compañías de Acero” fueron mandadas José Antonio Pérez Heredia, Cecilio Pérez y Valentín González “El Campesino”. La de Justo López combatió en Cercedilla; Luis Rivas mandaba la Columna Galán que fue a Somosierra; Enrique Líster fue al Guadarrama a principios de agosto; Julián Fernández-Cavada Ugarte estuvo también en Cercedilla, y luego en Toledo y en Carabanchel.

Otras unidades de combate comunistas fueron: La Brigada de la Victoria, que era una selección de los mejores hombres de otras Compañías, reunidos en 3 batallones de 400 hombres cada uno, que se puso a las órdenes de Manuel Márquez el 18 de agosto, y reunía gentes de Vallecas y de Yecla (Murcia). El batallón Thaelman que se organizó en Navacerrada a principios de agosto a las órdenes de Juan Modesto Guilloto, y que estuvo en el Guadarrama, en Talavera, en el Jarama, en Brunete y en Guadalajara. El Batallón Campesino de Milicias Gallegas que estaba integrado por madrileños de origen gallego, muchos de ellos segadores o deportistas, y combatió en Toledo. El Batallón Amanecer, que se formó en septiembre en El Guadarrama y estaba integrado por obreros de Puente de Vallecas y campesinos de Granada y Córdoba, y en el que fue famoso Ramón J. Sénder.  El Batallón Líster o Batallón Corbata, mandado por el comandante Corbata.  La Columna Galán de Francisco Galán. El Batallón Móvil de Choque de Valentín González El Campesino, formado con los restos de otras unidades y con campesinos de Salvanés, Villamanrique y Villavieja. En diciembre, llegó a tener 3.600 hombres. El Batallón Sargento Vázquez; el Batallón Asturias; el Batallón Capitán Condes; el Batallón Juventud Campesina; el Batallón Alpino; el Batallón de Hierro o Brigada Motorizada de Ametralladoras; el batallón José Díaz; el Batallón Canarias; el Batallón Leal; el Batallón Artes Blancas; el Batallón Leones Rojos formado por dependientes de comercio; Batallón UHP (Uníos Hermanos Proletarios) de Chamberí; Batallón Radio Chamberí; Batallón Radio Norte; Batallón Radio Sur; Batallón Pacífico; Batallón El Águila; Batallón Félix Barzana; Batallón La Pluma; Batallón La Montaña; Batallón Leningrado; Batallón Comuna de Madrid; Batallón Marinos de Kronstadt; Batallón Comuna de París; Batallón de Voluntarios de Andalucía; Batallón Vanguardia Roja; Batallón Estrellas Rojas; Batallón Cruz (por el comandante Cruz)…

Jesús Líster Forján, el “camarada Enrique”, había nacido en Ameneiro (La Coruña) en 1907, y su familia había emigrado a Cuba en 1918, donde practicó el oficio de cantero. En 1927 había ingresado en el PCC cubano. En 1929 regresó a Galicia como activista político y fue apresado. En 1931 salió de prisión y se fue a la URSS, a la academia Frunze, a recibir instrucción militar, y regresó a España ya preparado para organizar una rebelión. En julio de 1936 llevó sus milicias a luchar al Alto del León y enseguida se le encomendó la I Brigada Mixta, en Alcalá de Henares, que se convirtió en la base del “Quinto Regimiento” o ejército del PCE. En enero de 1937 organizó la XI División conocida como División Líster. En abril de 1938 estaría en el Ebro luchando junto al también comunista Juan Guilloto León, alias “Modesto”, batalla que perdieron los republicanos. En 1945 estuvo en el ejército de la URSS que combatía en Alemania. Era un intransigente, y en fecha tan avanzada como 1968 no permitía la menor crítica a Moscú y al comunismo. En 1970 sería expulsado del PCE y en 1977 regresó a España.

Juan Guilloto León, el “camarada Modesto”, 1906-1969, había nacido en Puerto de Santa María (Cádiz) y en 1930 había ingresado en el PCE marchando a la URSS a recibir instrucción militar. En 1936 se encargo de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas MAOC y después pasó al Quinto Regimiento defendiendo Madrid. En 1938 estuvo en el Ebro mandando 150.000 hombres. En febrero de 1939 se pasó a Francia pero retornó enseguida a España, para volver a marchar en marzo y acabar en la URSS y Checoslovaquia. Falleció en Praga.

A pesar de todo lo dicho, los comunistas no eran suficientes para intentar tomar el poder, frente a los anarquistas y ugetistas, y frente al resto de republicanos que también estaban en el Frente Popular, y nunca dieron su golpe de Estado, pero estaban preparando su momento.

     Intervención de la URSS en España.

El 7 de octubre de 1936, el Delegado soviético en el Comité de Londres de No Intervención, denunció que Alemania e Italia estaban enviando armas a Franco, y que si eso se toleraba, la URSS apoyaría al Gobierno de la República Española.     La campaña comunista por instalar un Gobierno comunista en occidente, concretamente en España, se puso en marcha. El PCF de Francia decidió reclutar voluntarios para la Guerra de España, y al momento, muchos otros PC le copiaron, tal como ordenaba el Comintern. La URSS les prometía armas, consejeros militares rusos, y dinero, y empezaron a formase las llamadas Brigadas Internacionales, grupos de voluntarios comunistas procedentes de casi todo el mundo, para luchar en la Guerra de España “contra el fascismo”.

Las Brigadas Internacionales eran voluntarios comunistas llegados de todo el mundo para ayudar a la revolución comunista en España. A finales de octubre de 1936 ya habían llegado 8.483 hombres, de los cuales 308 eran aviadores. A 31 de diciembre de 1936, eran ya 35.744 hombres, y de ellos, el contingente más numeroso era el francés con unos 15.000 hombres.

El proyecto comunista olvidaba que en España había monárquicos carlistas, monárquicos alfonsinos, liberales burgueses, republicanos liberales de izquierdas, que eran la mayoría de los españoles. Y reducía la realidad, a la lucha entre “la inmensa minoría de los comunistas”, y “la inmensa minoría de los fascistas”. Tampoco se reconocía que la mayoría de los milicianos gubernamentales era anarquistas, y no comunistas. No se reconocía que el Gobierno se apoyaba en milicianos de UGT, y se asumía que el PSOE se rompería definitivamente a favor del “socialismo de clase” de Largo Caballero, y que este socialismo de clase se convertiría inmediatamente en comunismo, una vez que intervinieran los estalinistas.

Los pesoístas españoles daban pie a esta interpretación, pues al tiempo que presumían de democracia, no dudaban en aceptar la ayuda de la dictadura comunista. Pietro Nenni, Delegado de la Internacional Socialista, pensaba que en España se realizaría la revolución comunista bolchevique, y que los socialistas españoles serán eliminados prontamente de España, los cual plantearía tres semanas después ante la Internacional Socialista. Sólo los pesoístas españoles no se daban cuenta de cómo eran manipulados.

En efecto, la impresión era que los comunistas iban a triunfar: Largo Caballero quería comunistas en todos los órganos de Gobierno españoles y favorecía la unión de Juventudes Comunistas con Juventudes Socialistas, sin darse cuenta que esa alianza era dominada por comunistas. Largo Caballero creía que era posible la integración del Sindicato Comunista en UGT, y como UGT tenía 10 veces más afiliados que el comunista, creía que absorbería a los comunistas sin dificultades. Se equivocaba de pleno, pues la realidad fue que el PCE creció como nunca,  y el PSOE discutió y se fragmentó como venía haciendo desde principios de siglo.

Juventudes Socialistas Unificadas fueron controladas siempre por los comunistas. Los comunistas aportaban dinero y material para las columnas de milicianos, porque los recibían de la URSS. Y los comunistas aportaban militares expertos que sabían de táctica militar, pues la URSS les había entrenado para ello. Eso eran hechos objetivos, y los cálculos de Largo Caballero, de atraerse a los comunistas por su labia y atractivo personal, eran elucubraciones.

La llegada de las primeras Milicias Internacionales Comunistas, o Brigadas Internacionales, no se demoró. En los primeros días de octubre de 1936 empezaron a llegar. Y el 14 de octubre, llegaron a España los primeros tanques soviéticos y los cuadros militares para manejarlos. Los oficiales rusos, eran de Estado Mayor y fueron instalados en Aranjuez e Illescas, preparando la defensa de Madrid.

En esta primera fase, llegaron a España unos 10.000 jóvenes voluntarios extranjeros, que fueron enviados a Albacete para su entrenamiento militar. Llegaron a Albacete el 16 de octubre. Los traían Togliatti, un dirigente comunista italiano, y André Marry, un comunista francés.

El 15 de octubre, Largo Caballero preguntó al embajador de la URSS en España, Rosemberg, si la URSS aceptaría un depósito de 500 toneladas de oro del Banco de España, como señal y aval para financiar las armas rusas. La URSS no tardó en decidirse ni un instante. Y el oro empezó a salir de España al poco. El 25 de octubre, salieron de Cartagena cuatro barcos soviéticos con destino a Odessa, y llevaban 7.780 cajas de oro.

 Repercusiones en CNT de la intervención de la URSS.

     La CNT cambió profundamente ante las noticias de la llegada de brigadistas internacionales comunistas, junto con material de guerra. Comprendió que su teoría de que la revolución vendría por sí sola, no iba a funcionar. Por una parte, la FAI tenía razón. Por otro lado, los comunistas no iban a respetar la libertad anarquista como habían hecho los republicanos. Decidió que debían aceptar algunas reglas de disciplina y debía aceptar el juego de la política. Era un cambio de pensamiento profundo.

Hasta entonces, se había regido por el Pleno Nacional de las Regionales, convocado por el Comité Nacional, cada vez que se quería decidir algo en lo que se entendía como “democracia”. Pretendían la democracia directa, y huían de la democracia representativa. Pero era evidente que el sistema era lento y complejo, y que debían evolucionar a un sistema más dinámico.    El 15 de septiembre, un Pleno Nacional de Federaciones Anarquistas había debatido la ponencia del Consejo Nacional de Defensa que planteó la posibilidad de coordinarse y aglutinar las fuerzas de todas las Regionales contra el fascismo. Y a los pocos días, fueron a ver a Largo Caballero y le pidieron que creara un Consejo Nacional de Gobierno, en el que participaría CNT, y unos Consejos Regionales de Defensa. Se cerraría el Gobierno, y sería sustituido por este Consejo Nacional. Largo Caballero se opuso.

CNT no podía hacer frente a Largo Caballero, porque su marginación representaría la alianza inmediata de Largo Caballero con los comunistas, y la marginación definitiva de CNT, tal vez la extinción del anarquismo, pues los comunistas les eliminarían.

CNT convocó otro Pleno Nacional de las Regionales, el 18 de octubre de 1936, el cual fue presidido por Horacio Prieto Y este nuevo pleno, concedió al Comité Nacional Anarquista poderes extraordinarios para que negociase con Largo Caballero. En los días intermedios, se habían reunido las federaciones locales, las provinciales y las regionales, a toda prisa, y había habido unanimidad en cuanto a participar en el Gobierno de Largo Caballero.

La entrada de los anarquistas en el Gobierno no es un tema fácil de evaluar, pues podemos hablar de cooperación de todos contra los rebeldes, pero también tenemos que tener en cuenta que en el Consejo de Ministros se sentaban anarquistas, socialistas de clase, comunistas, y republicanos liberales, cuyas convicciones eran incompatibles entre sí.

          La Internacional Socialista y España.

El 26 de octubre de 1936, Pietro Nenni, delegado de la Internacional Obrera Socialista, presentó el tema de la Guerra de España en el Congreso que se celebraba en París. Dijo que Mussolini y Hitler boicoteaban los acuerdos de No Intervención, y que la URSS estaba dispuesta a intervenir en cualquier momento a favor del Gobierno de Largo Caballero.

Pietro Nenni, 1891-1980, era un periodista italiano, afiliado al PSI desde 1921, y opuesto a la política de Mussolini, que vio cerrado su periódico, Avanti!, y se exilió a Francia. En 1936 se presentó en la Guerra de España y fue comisario de la Brigada Garibaldi, grupo de italianos de Brigadas Internacionales. No se daba cuenta de que las Brigadas Internacionales eran un proyecto comunista.

Pietro Nenni planteaba la Guerra de España como una lucha contra el fascismo, una guerra del fascismo contra el antifascismo, en una simplificación que iba a hacer mucho daño a los españoles, pues no se ajustaba en absoluto a la realidad. Razonó en su discurso que en ese enfrentamiento, la Internacional Socialista no estaba haciendo nada, y estaba propiciando que la URSS se quedara con España y ampliara el dominio del comunismo a occidente. Concluyó diciendo que la Internacional Obrera Socialista y la Federación Socialista Internacional, que estaban en ese Congreso de París, debían formar un “bloque de no intervención” en la guerra española.

Con esta deformación de la realidad, fabricada para salvar la Internacional Socialista, y no en beneficio de España, la Guerra de España se complicaba aún más.

Pietro Nenni aprendió mucho en la Guerra de España, y en 1942-1967 fue Secretario General del PSI, y se opuso siempre a los Frentes Populares, porque ya sabía que eran sistemas de expansión del estalinismo. El resto de su vida, luchó por un socialismo más de izquierdas, pero no comunista.

Caída de la segunda línea de defensa de Madrid.

Madrid era el objetivo principal a tomar por los rebeldes, pero “los nacionales” tenían agotadas las unidades africanas y de requetés, y no eran capaces de culminar la conquista.

Frente al ataque de Mola, los gubernamentales actuaron a la desesperada, y decidieron pasar a la ofensiva, contraatacando en Illescas (Toledo). Llevaban los primeros tanques soviéticos, y ello les daba mucha confianza. El mariscal soviético Nicolai Nicolayevich Voronov cuenta que la ayuda soviética llegó a España a fines de octubre de 1936 y consistía en tanques y aviones. Los soviéticos aconsejaban utilizar reclutas para apoyar los ataques aéreos, seguidos de ataques de artillería y tanques.

Los tanques soviéticos actuaron descoordinadamente. Llegaron a Seseña demasiado deprisa, pues habían dejado muy atrás a la infantería de Enrique Líster. Los tanques tuvieron que retroceder hasta el terreno de la infantería, y en el camino se encontraron sorpresas, como que los rebeldes habían aprendido a anular los tanques: se escondían con un bidón de gasolina en un agujero cavado en el suelo, y dejaban pasar el tanque, y le incendiaban desde atrás, porque la ametralladora iba delante. Los tanquistas salían para evitar el calor, y eran ametrallados. Varios tanques fueron inutilizados por los rebeldes en el repliegue gubernamental.

En esos momentos difíciles, la República volvió a hacer una tontería: destituyó a José Asensio Torrado, sustituido por el general Sebastián Pozas Perea y entregó el mando de la I División a José Miaja Menant. No era el momento oportuno para hacer cambios en el mando.

El rebelde Juan Yagüe Blanco tomó Navalcarnero el 21 de octubre, al noroeste de Illescas y a sólo 50 kilómetros de Madrid, y los republicanos abandonaron Illescas, segunda línea de defensa de Madrid, para centrarse en la primera línea de defensa de Madrid. El 22 de octubre de 1936, Azaña se marchó de Madrid. El 23 de octubre, los junkers alemanes hicieron los primeros bombardeos.

En pleno ataque sobre Madrid, Largo Caballero decidió ganar tiempo a fin de que le llegara toda la ayuda soviética, pero los milicianos ya no aguantaban los ataques de Enrique Varela Iglesias, y huían tras los primeros combates. Y exponerse a poner en el frente a reclutas era un suicidio. Los consejeros soviéticos le exigían una ofensiva general sin importar los muertos que costase. Lo que estaba haciendo Largo Caballero era concentrar en Madrid a soldados republicanos traídos de todas partes de España, a fin de organizar una defensa ya dentro de la ciudad.

Largo Caballero decidió hacer caso a los rusos y utilizar a los reclutas. Y el 29 de octubre de 1936 lanzó el contraataque con los tenientes coroneles Ricardo Burillo Stholle y Manuel Uribarri Baturell, atacando desde Aranjuez para ir sobre Valdemoro y Torrejón de Velasco. Era un ataque desde el sur, destinado a sorprender al enemigo y coparle entre ellos y Madrid. En la operación iban la Primera Brigada Mixta de Enrique Líster, y la agrupación de tanques del comandante Semion Krivosheim, y una escuadrilla de aviones Katiuskas.

Los rebeldes se sorprendieron, pues no esperaban el ataque gubernamental republicano desde el sur, ni una llegada masiva de tanques. Pero difundieron la manera de anular un tanque ruso con dos botellas de gasolina y un mechero. Los rusos perdieron tres tanques ese día por el mismo método. Pero la acción sólo era posible para un soldado experimentado y tranquilo, pues los reclutas huían en cuanto veían cerca los tanques.

El 30 de octubre, los rebeldes Carlos Asensio Cabanillas, Francisco Delgado Serrano y Antonio Castejón Espinosa avanzaron otros 15 kilómetros más sobre Madrid, y llegaron hasta Villaviciosa de Odón, Móstoles y Fuenlabrada en 2 de noviembre. Estaban en la primera línea de defensa de Madrid.

El 4 de noviembre, el rebelde Enrique Varela Iglesias tomó Alcorcón, Leganés y Getafe, los pueblos colindantes con Madrid. Varela aprovechó el desconcierto republicano para tomar Brunete, 24 kilómetros al oeste de Madrid. Había alcanzado la segunda línea de defensa de Madrid. Y como los rebeldes dominaban Valdemoro, Fuenlabrada y Pinto, 20 kilómetros al sur de Madrid, los republicanos podían dar por sentado que sus enemigos entrarían en Madrid muy pronto. Y el 6 de noviembre, los rebeldes estaban en Campamento y en la zona sur de Carabanchel, ya en las afueras de Madrid. El 7 de noviembre, llegaron a Villaverde.

Los soldados moros fueron los primeros en entrar en Madrid, por encima de las ruinas del Puente de los Franceses. Es un puente ferroviario hecho por dos ingenieros franceses en 1860-1863, al sur de la Complutense y al norte de Argüelles y da paso desde la Casa de Campo al norte de Madrid. Los gubernamentales acabaron huyendo a la carrera porque era imposible que aficionados milicianos hicieran frente a un ejército regular experimentado. Luego, los gubernamentales escribieron canciones hablando de heroísmo y de resistencia en el Puente de los Franceses, pero era folclore para consumo popular. Largo Caballero no sabía defender Madrid, declaró que Madrid era indefendible y que “la única manera de defender Madrid habría de ser desde fuera de Madrid”, y se marchó a Valencia. Era una excusa de perdedor.

Los soviéticos culparon de su fracaso a Largo Caballero. Dijeron que Largo Caballero era un “bocazas” que había anunciado por radio la disponibilidad de tanques y dónde los iba a utilizar.

Los franquistas aprovecharon la pausa en la guerra para transformar los Tercios del requeté navarro en las Brigadas Navarras, es decir que perdía autoridad sobre ellos el partido carlista, y la ganaba el ejército, Franco. Estas Brigadas Navarras tendrán mucho protagonismo en adelante, porque estaban entrenados para la lucha en la montaña, y aprendieron la lucha en el llano y en lo urbano. Una Brigada Navarra se componía de 10 batallones de infantería, 2 grupos de artillería, y los servicios de ingenieros, intendencia y sanidad. Eran cuatro Brigadas, cada una de unos 6.000 hombres, que llevaban con ellos cañones de 75 y de 105 mm, y podían contar puntualmente con el apoyo de la Reserva General de Artillería. El jefe de las Brigadas Navarras era José Solchaga Zala[1] y su Jefe de Estado Mayor era el coronel Juan Vigón Suero-Díaz. Sirvieron como punta de lanza para Emilio Mola, y tras la muerte de éste para Fidel Dávila. Tenían el apoyo de la División Cóndor alemana y del CTV italiano.

Franco contaba en aquel momento con unos 120.000 voluntarios falangistas, y unos 30.000 requetés carlistas, pero que no eran militares profesionales, ni suficientes para la ofensiva que planificaba. Por eso también detuvo su avance sobre Madrid y hubo una pequeña pausa.

Franco mostró un poco de su manera de pensar: odiaba la crítica a los Gobiernos, los modos democráticos y liberales, el sufragio universal y el Estado descentralizado. Decía que había que construir escuelas y hospitales, y levantar unas relaciones justas entre el capital y el trabajo. Creía en un Estado católico pero respetuoso con otras creencias religiosas. Decía admirar a Felipe II y Primo de Rivera, por su autoritarismo.

Falange, ante la falta de teoría política de Franco, lanzó las ideas de reforma agraria y de separación Iglesia-Estado. Estaba claro que Falange no era lo mismo que franquismo.

             Azaña en octubre de 1936.

A fines de octubre de 1936, Manuel Azaña envió a Londres a Bosch Gimpera, a fin de que éste hablase con Eden de un acuerdo de paz propuesto por Gran Bretaña. Parece mentira que un hombre de la experiencia de Azaña, llevase a cabo una iniciativa de este calibre sin contar con el Gobierno de la República Española, y sólo a título de Presidente de la República. Las conversaciones fracasaron al poco de empezar. Azaña había enviado la idea de aprobar un armisticio que condujera a una “consulta nacional” sobre el modo de Estado y modelo de gobierno que querían los españoles. La ingenuidad de la propuesta desmerece en la alta consideración que, a menudo, tenemos de Azaña.

   Cataluña a finales de octubre de 1936.

En 24 de octubre de 1936, se produjo el Decreto de Colectivizaciones y Control Obrero en la Industria y el Comercio de Cataluña. El decreto declaraba colectivas: las empresas que antes de 30 de junio de 1936 tuvieran más de 100 obreros, aquellas cuyos propietarios hubieran sido declarados fascistas en un tribunal popular, y aquellas cuyos propietarios hubieran huido; las empresas de 50-100 obreros en las que tres cuartos de los obreros votasen por la colectivización; las empresas en las que los obreros se pusieran de acuerdo con los propietarios para realizar la colectivización. Esta última posibilidad no era irreal, pues con la guerra los precios habían subido mucho, y los inmigrantes a zonas catalanas hacían crecer el consumo, lo cual hacía inviable la explotación pues los salarios eran muy bajos, cayéndose en la contradicción de tener que producir a precios por debajo de coste. Como resultado general, hubo problemas de abastecimiento de materias primas, descenso en los salarios reales, baja de calidad de los productos para intentar llegar a la capacidad adquisitiva baja de los obreros, y aparición de un mercado negro con productos caros de buena calidad.

El 2 de noviembre de 1936, Tarradellas puso en marcha la Escuela Popular de Guerra de Cataluña, una academia militar que debía preparar soldados y crear un “Ejército de Cataluña”, de modo que no se dependiera de voluntarios milicianos. El Ejército de Cataluña se creó el 21 de noviembre de 1936 y disponía de 3 Divisiones que se declararon “de reserva general del Ejército de Operaciones de Aragón”. Es decir, Tarradellas jugaba a utilizarlas cuando él quería, y no cuando lo ordenase el Gobierno de España. Cada División catalana constaba de 3 Regimientos de infantería de a tres Batallones cada uno, 1 Grupo de Artillería, 1 Grupo de Reconocimiento y 1 Agrupación de Ingenieros. El ejército obedecía a un Comisariado General de Defensa, que dependía de Tarradellas.

El 17 de noviembre de 1936 se renovó la Generalitat de Cataluña, lo que significó que Tarradellas continuó como Presidente, pero cambió a los Consejeros para poner gente de su confianza: en Defensa estaba Francisco Isgleas, de CNT.

En ese juego político, los comunistas se sentían ninguneados y empezaron a hacer su propia propaganda a fin de tomar las riendas de la revolución, si podían. Su primera campaña fue la del “parásito disidente”, y denominaban así a todos los que no colaboraban en la guerra, incluidos los de CNT, pues muchos CNT ortodoxos se oponían a la guerra, como es la tradición anarquista.

Tarradellas creó un nuevo Consejo de la Generalitat como acuerdo entre UGT, CNT y los catalanistas. Lo extraño de este Consejo era que de un lado estaban los sindicalistas obreros, y del otro los empresarios catalanistas. Desde hacía décadas se estaban peleando a muerte, con decenas de asesinatos por ambos lados, y ahora aparecían como amigos en torno al nacionalismo catalán. El Presidente y los altos cargos del gobierno eran burgueses.

El componente burgués de este Gobierno catalán quería reafirmar su autonomía sobre el Gobierno de España. Y en ello eran apoyados por CNT-FAI que querían destruir el Gobierno de España. Todos hablaban de una España federal, como si ello fuese la solución a sus problemas y decían que primero era destruir el Estado español, y luego ya se vería si el Estado catalán era burgués o anarquista, o tal vez socialista. Olvidaban voluntariamente que un Estado Federal tiene dos partes, el componente “Estado” que significa lo que las distintas regiones van a tener en común, y el componente “Federal” o las atribuciones a administrar por cada una de las Federaciones. Consideraban que el federalismo era la independencia total, y “luego ya se vería”. Era anunciar una guerra en el caso de que triunfaran.

Tarradellas creó una Secretaría de Relaciones Exteriores y decretó que ninguna Ley del Gobierno de España, ni de las instituciones catalanas, tendría vigor en Cataluña hasta que no fuese ratificada por el Presidente de la Generalitat.

Los socialistas y los comunistas, tan críticos y tan analistas de las realidades políticas, prefirieron ignorar las contradicciones de este Gobierno de Tarradellas. En realidad esperaban que los burgueses entrasen en conflicto con los anarquistas y volviesen a matarse entre ellos, momento que aprovecharían para imponer la revolución socialista. Pero también la revolución socialista-ugetista era diferente a la comunista de PSUC, y también preferían ocultar qué pasaría en caso de alcanzar el poder uno de ellos.

El meollo del problema era que el ejército catalán más fuerte era anarquista. Los milicianos de CNT habían conquistado Aragón y exigían de los Gobiernos de Madrid y de Barcelona fuerzas y dinero para mantener sus posiciones, desde las cuales poder ampliar conquistas. Una de las condiciones era que ninguno de los dos Gobiernos debía intervenir en Aragón, donde ellos estaban ensayando comunas anarquistas de producción y de gestión municipal. El reverso de la moneda era que, si se ayudaba a consolidar la revolución anarquista, no habría quien la parara después.

Por su parte, los comunistas catalanes PSUC, y los socialistas catalanes UGT, tenían un `problema interno que era el Trotskismo. Los comunistas trotskistas eran muy críticos y no aceptaban sumisión a Moscú, ni sumisión a un Comité del PSOE. Pero si se producía un enfrentamiento entre comunistas, que ya eran pocos de por sí, la revolución sería una entelequia.

El Consejo de la Generalitat decidió crear un ejército diferente, que no fuera anarquista ni se basara en milicias populares. Cataluña no tenía competencias legales para hacerlo, y se las tomó por su cuenta: empezó creando un Código Penal del Ejército del Proletariado, y una Ley de Atribuciones, Organización y Enjuiciamiento Militar, de modo que el ejército dependiera exclusivamente de las autoridades catalanas y no del Gobierno de España.

Por muy torpe que fuera Largo Caballero, se dio cuenta de que le estaban ninguneando. Los catalanes no colaborarían en otras regiones de España a luchar contra los rebeldes, y en cambio, él debería colaborar con los catalanes aportando dinero y armas. Ante la evidencia, los catalanes argumentaban que estaban haciendo mucho esfuerzo en Aragón, y no podían ayudar en otras regiones españolas. Esa afirmación se podía constatar como falsa, porque en Aragón había principalmente anarquistas, y el ejército catalán no progresaba porque los comunistas y burgueses tenían otros intereses completamente diversos. Los comunistas pensaban utilizar a los burgueses como “tontos útiles” para eliminar a CNT, para luego imponer su revolución comunista. Estaban presentes en algunas acciones, pero no se comprometían del todo. El conflicto se plantearía abiertamente en marzo de 1937.

Los republicanos organizaron sus territorios en Juntas, al estilo del siglo XIX. En teoría, estas juntas debían ser democráticas y representar a los ciudadanos de cada región. En la práctica, las armas acabaron siendo repartidas por PSOE y PCE, por lo que las Juntas se transformaron en órganos de dichos partidos, y las Juntas perdieron personalidad y protagonismo.

Triunfó entonces el sistema de los «comités» de milicianos. Un miliciano era un soldado miembro de un comité. Su nombre proviene de la antigua «milicia nacional» de la época 1812-1843. El comité se encargaba de buscar un local para las armas y la tropa, camiones, armas y reclutas nuevos. En realidad, el poder estaba en manos de estos comités y el sueño cenetista se estaba realizando. El Gobierno del Estado apenas existía, pues sus decisiones debían pasar por la aprobación de cada comité. PSOE y PCE estaban cometiendo un error gravísimo, que les costaría perder la guerra.

Los comités degeneraron inmediatamente en jacobinismo o populismo: Cada comité organizaba sus propias acciones de guerra. Casi siempre acababan dirigiendo el comité gentes oscuras, de formación escasa y moral nula, que aprovechaban el poder para hacer matanzas indiscriminadas en los pueblos que les servían de objetivo. Aquello era más un asesinato masivo, un intento de genocidio, que una guerra.

Los dirigentes republicanos no se atrevieron a tomar represalias contra estos asesinos. Las acciones típicas de estas cuadrillas jacobinas eran quemar las iglesias, simular misas revestidos como curas pero blasfemando y bebiendo, y dar palizas a todos los que llevasen traje o sombrero, y matarles si se resistían. Llevar traje o sombrero fue considerado burgués por estos comités, pues se asumía que los obreros llevaban boina y los empleados, gorra. Otra actividad de estos comités fue ordenar la colectivización de la tierra.

El Gobierno republicano sabía que debía organizar un ejército profesional y restaurar la democracia liberal para poder presentarse ante el extranjero con visos de legalidad y reclamar armas y préstamos para sobrellevar la guerra. Pero ello significaba reprimir a cientos, a miles de republicanos, no todos ellos anarquistas, que creían que sólo en la espontaneidad estaba la libertad y realización del ser humano.

El dilema, democracia o populismo, estaba otra vez en primer plano en España. Las dos formas radicales de gobierno de nuestra tradición histórica, volvían para pedir el control total de la vida política: los unos para las fuerzas del orden y del gobierno, los otros para los comités populares espontáneos. Los republicanos cayeron, primero, en los problemas típicos del populismo como la actuación al margen de toda legalidad y, más tarde, en la reglamentación absoluta y burocratización total exigiendo informes y permisos de comités, sindicatos y jerarquías militares para todas y cada una de las acciones de guerra. Lo primero fue de una crueldad tal que arrastró a muchas personas al bando nacional, aunque no estuviesen de acuerdo, en principio, con los rebeldes. Lo segundo se mostró, por una parte, ineficaz, y además, como una fuente de conflictos y desacuerdos: los desacuerdos eran manifestados por todos aquellos que creían en la causa republicana y se veían coartados para actuar por el excesivo papeleo.

Cataluña, fuertemente dominada por CNT y FAI, se inclinaba por el apoyo a estos comités populares y espontáneos. Cataluña era una parte muy considerable del territorio y población republicanos. Dominar a los anarquistas suponía otra guerra civil dentro del bando republicano.

Los anarquistas catalanes se hicieron cargo de las fábricas, tranvías, autobuses, barcos pesqueros, espectáculos… Los comercios fueron suprimidos y los dueños de las tiendas fueron nombrados «obreros de la cooperativa de consumo» correspondiente, es decir, la tienda que antes había sido suya.

Aparte del drama humano que ya es por sí mismo el hecho de que el pequeño tendero perdiera todo aquello por lo que había luchado él y su familia, y que, además, debiera mostrarse agradecido por que le dejasen seguir trabajando su propia tienda, las colectivizaciones o cooperativas de consumo funcionaron muy mal. Hacer funcionar lo que ya funcionaba, era relativamente fácil, pues simplemente se había cambiado de nombre al tendero y al mayorista. Introducir algún cambio era imposible: sin una autoridad que decidiese sobre el conjunto del proceso comercial, principio contrario al anarquismo, la iniciativa de cualquier tendero de abastecerse de otro mayorista o proveedor, o adquirir cosas nuevas, era imposible puesto que todo estaba comprometido dentro de la cadena que se organizó.     La necesaria reorganización de la producción y el consumo por motivos de guerra se hacía muy difícil en el territorio republicano. Despedir a un obrero, cambiarle de puesto de trabajo o de pueblo, era enfrentarse con una serie de comités dispuestos a solidarizarse con el despedido o trasladado, lo cual podía derivar en la declaración de antipopular de quien hubiese intentado el despido o traslado y el peligro correspondiente para su vida.

En el campo, el anarquismo catalán fue muy peculiar. CNT prefería respetar al pequeño propietario agrícola y colectivizar las grandes propiedades. En Cataluña, eso tenía mucho sentido porque abundaban los rabassaires, que pasaban a ser propietarios de las fincas que habían venido trabajando en arrendamiento y se convertían en «payesos». En Cataluña había estado siempre fuertemente implantado el anarquismo, pero, a partir de entonces, fue un anarquismo especial.

El resultado de esta política económica fue casuístico: Aquellas fábricas donde el comité decidió reconvertir, se reconvirtieron y las que no, pues no lo hicieron. Las fincas sobre las que se decidió que eran derecho del propietario quedaron en propiedad y las demás se colectivizaron.


[1] José Solchaga Zala, 1881-1953, era un general navarro de familia militar y carlista. Se había formado en la Academia de infantería de Toledo, y en 1909 pasó a Melilla, Larache y Tetuán en África. En 1914, se trasladó a San Sebastián, y en 1920 pasó a Pamplona con el grado de coronel. En octubre de 1934 participó en la represión de los mineros de Asturias, lo que quiere decir que era hombre de confianza de Franco, el organizador de la operación militar. En julio de 1936, se puso a las órdenes de Mola, y cuando Mola se trasladó a Burgos para dirigir desde allí la sublevación, Solchaga se quedó en Pamplona, el lugar de partida de Mola. Luchó en Vizcaya, Santander y Asturias, al mando de las Brigadas Navarras, ya como general, y en 1938 estuvo en la campaña de Aragón, en la ofensiva contra Valencia, y en la ofensiva contra Cataluña, ya en 1939. A Solchaga no le gustaba el proyecto fascista de Serrano Súñer, pero tras caer Serrano Súñer, Solchaga fue Capitán General de Valladolid, y más tarde de Barcelona.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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