Planteamientos en la Guerra de España en septiembre de 1936. (I)

Ideas clave: El ejército de Largo Caballero en septiembre de 1936, los alféreces provisionales del bando rebelde, la CNT en septiembre de 1936, Cataluña en septiembre de 1936, la Iglesia franquista en septiembre de 1936, crisis del catolicismo español,

Una de las primeras acciones concretas de Gobierno Largo Caballero fue ordenar el ataque sobre Talavera de Tajo, Talavera de la Reina para los sublevados. Pero era una decisión más seria de lo que populistas como Largo Caballero podían concebir y de lo que los milicianos podían afrontar. Se trataba de luchar contra un ejército profesional, las fuerzas africanas, contra el que poco valieron las proclamas periodísticas que el Gobierno lanzó en todo Madrid: “Madrid será la tumba del fascismo”, “No pasarán”. Estos titulares quedaron bien entre los pesoístas y comunistas, y entre los periodistas internacionales, pero eran una ficción absurda, imaginativa, que enviaba a la muerte a muchos madrileños. El Gobierno necesitaba plantearse la guerra de forma diferente a lo que venía sucediendo desde julio de 1936.

     El ejército de Largo Caballero.

El ejército republicano se calificaba a sí mismo de “ejército popular”, y era un ejército heterogéneo, con católicos vascos, con pesoístas, con comunistas y con anarquistas, muchas veces enfrentados entre sí, además de tener republicanos diversos. Este ejército estuvo mal dirigido: a veces se obsesionaron por poseer ciudades militarmente prescindibles, como Oviedo o Vitoria. Pero el defecto mayor del ejército republicano fue no estar dirigido siempre por técnicos militares cualificados. Los jefes de partidos y los líderes sindicales eran muy entusiastas, y ello llevaba a la muerte inútil de muchos soldados. Luchaban con entusiasmo y heroísmo, pero sin sentido desde el punto de vista militar. El País Vasco se empeñó en tener un ejército vasco, y nunca pensó en la República Española como conjunto, lo que en principio dio como resultado que los vascos no se sublevasen con Franco, que odiaba el separatismo, pero en 1937 dio lugar a la defección general de todos los vascos respecto al ejército gubernamental.

En estas condiciones, a menudo los objetivos militares, como destruir posiciones del ejército enemigo y ganar un territorio, no se buscaban. Se perseguía aniquilar a la población del bando contrario, a los que tenían un pensamiento diferente al del que tomaba un pueblo. Se cortaba la retirada del enemigo, en vez de darle salida. Se buscaba poder matar a todos los jefes, oficiales y suboficiales, e incluso a los soldados que hubieran destacado por mostrar ideología contraria a la del vencedor del momento, o por demasiado espíritu de servicio para con la otra parte. Y conseguido un objetivo concreto, lo primero era el exterminio de civiles y las represalias materiales sobre ellos. Es cierto que pasó en los dos bandos, pero no es excusa en ninguno de los dos casos.

El ejército de Largo Caballero se llamó el Ejército Popular, y se caracterizará por las Brigadas Mixtas. Se organizó entre el 27 de septiembre de 1936, en que se decidió el modelo que se quería, y el 10 de octubre, en que empezaron a constituirse realmente las Brigadas Mixtas. Las Brigadas Mixtas fueron llamadas así, porque integraban en sus filas tanto a militares como a milicianos. Se las dotó de uniforme, se impuso el saludo puño en alto, y se creó el comisariado militar. Para empezar, se llamó a los reemplazos de 1932 y 1933, que se sumaban a los de 1934, 1935, y 1936, que ya estaban en los cuarteles.

El 20 de octubre, se crearon nuevos batallones de milicianos, denominados numéricamente, y no por nombres románticos como venían conociéndose hasta entonces. La iniciativa de borrar los nombres de los batallones dados por los partidos y sindicatos, a fin de desvincularlos de los partidos y crear un ejército estatal, fracasó donde había muchos milicianos del PSOE, que fue el partido que más se opuso a someterse a Largo Caballero, aunque Largo Caballero tuviese carnet del PSOE. Los milicianos de UGT y del PCE se negaron a aceptar oficiales profesionales del ejército, y se obstinaron en mantener a sus propios jefes de partido y sindicato. En cambio, los anarquistas aceptaron las Brigadas Mixtas, es decir, aceptaron llevar militares en sus filas, a los que consideraban “asesores técnicos”, donde el Gobierno veía “jefes militares”.

Un problema sobrevenido fue que los partidos y sindicatos habían declarado decenas de miles de afiliados, y en la práctica no contaban ni con la mitad de los hombres declarados como afiliados, lo que supuso que los nuevos batallones teóricos, no tenían los hombres que se suponía que debían tener. La costumbre era mentir en las cifras, y declarar cientos de miles de afiliados, dónde sólo eran unos cientos de unidades, y en la guerra se declararon miles de milicianos, pero sólo contaban con unos cientos. En la hora de la verdad, del combate militar, no aparecían esos soldados.

Desapareció la Inspección de Milicias y en su lugar se creó la Comandancia Militar de Milicias, dependiente del Ministerio de Guerra, cuyo titular era Largo Caballero. Era el nuevo comisariado. Se suprimieron las comandancias de milicias de los distintos partidos políticos, y se fue a una Comandancia Militar única.

Las primeras Brigadas Mixtas terminaron sus entrenamientos y salieron de Albacete en 26 de noviembre de 1936, tras un breve periodo de entrenamiento e instrucción. Con ellas, se creó el Cuerpo de Ejército de Madrid a las órdenes de Miaja. Y a continuación, en 28 de noviembre, Pozas tuvo su Cuerpo de Ejército. La perfección del sistema de las Brigadas Mixtas de Largo Caballero tuvo lugar hacia el mes de agosto de 1937, nueve meses más tarde. En estas condiciones, la sofocación de la rebelión fue imposible, pues a los rebeldes se les habían dado cuatro meses de ventaja. Las milicias rebeldes tenían el mismo problema, pero los profesionales rebeldes del Ejército de Marruecos, estaban listos desde julio de 1936.

La idea era que los jefes fueran profesionales militares, pero no había suficientes oficiales, y se aceptaron los jefes de las antiguas milicias de partido, como Juan Guilloto León, alias Modesto, y Enrique Líster Forján, el cual llegó al grado de coronel del ejército regular. En el ejército gubernamental, los oficiales y jefes eran unos 7.000, cifra completamente insuficiente para levantar un ejército que se pretendía que fuera de cientos de miles de hombres y que llegó a los 500.000 en un momento preciso de 1937.

En el intento de recomponer el ejército, Largo Caballero ascendió a José Asensio Torrado a general, y le nombró Jefe de Operaciones del Centro. Asensio Torrado sustituía a José Riquelme, al cual se le consideraba fracasado en Talavera. La diferencia entre Asensio Torrado y Riquelme, era que Asensio Torrado prefería la guerra ofensiva, y el abandono de las tácticas defensivas de Riquelme. Por eso, del 5 al 8 de septiembre de 1936, el Gobierno lanzó varias ofensivas.

El problema de Asensio Torrado, o las razones de Riquelme para no haber tomado la iniciativa en la ofensiva, era que los milicianos no estaban preparados para la guerra de ofensiva. Cada ofensiva miliciana se traducía en un fracaso, con pérdida de muchas vidas y de mucho material. Los milicianos gustaban de parapetarse en un alto, y esperar acontecimientos. Asensio Torrado tenía la confianza de Largo Caballero y se lanzó a unas operaciones en las que no estaban de acuerdo casi ninguno de los generales de su entorno. Efectivamente, Asensio Torrado fracasó, y el 13 de septiembre fue sustituido por el general Sebastián Pozas Perea[1] en el mando de la I División Orgánica, Madrid, y en el mando del Ejército del Centro. Asensio Torrado pasó a la Subsecretaría de Guerra, y se hizo con el mando de Madrid el general Miaja.

Largo Caballero, como Ministro de Guerra, creó un Estado Mayor, y nombró Jefe de Estado Mayor a Manuel Estrada Manchón, un joven de 34 años. Manuel Estrada demostró pronto su incapacidad, y entonces, fue nombrado Jefe del Servicio de Información del Estado Mayor, SIEM, o servicio de espionaje, en el que contrató a muchos civiles, sobre todo médicos: Alejandro García Val, Virgilio Martínez, José Cobos Panadero, Alfredo Aransay, Antonio Capella, Dionisio Nieto Gómez, Emilio Estrada, Carmelo Estrada…

El 11 de septiembre de 1936, Manuel Estrada dispuso organizar la guerra en cuatro frentes o “teatros de operaciones”: el del centro que comprendía el sistema Central y el Tajo; el de Aragón, que comprendía el Valle del Ebro; el de Andalucía, que comprendía Málaga, Granada, Córdoba y Badajoz; y el del Norte, que comprendía Asturias, Santander y Vizcaya. El mando de cada teatro de operaciones correspondería a un general y su Estado Mayor. Cada columna militar tendría su propio mando militar y su propio Estado Mayor, en caso de que dispusiera de más de 4.000 hombres. La iniciativa militar le correspondía al Ministro de Guerra, pero éste podía delegar en el Jefe de Estado Mayor gubernamental, o en el Jefe del Frente. La misión de los Estados Mayores era restablecer la disciplina en el ejército y en las milicias, y también controlar a los jefes de las distintas agrupaciones políticas. Es decir, el 11 de septiembre se generaba un mando único de la guerra, que sometía a los milicianos a la autoridad militar, a costa de la libertad de los españoles. Aquello era muy impactante, y nadie hizo caso a los Decretos de Estrada, y no pasó nada por desobedecer.

Cada teatro de operaciones fue dividido en varios “escenarios de guerra”, lo que era cambiar el nombre a los antiguos “sectores”. La invención de nombres y denominaciones, que no suele arreglar nada las cosas, respondía al deseo de recuperar la unidad de mando y someter a las distintas columnas de milicianos. La idea era que cada “escenario” tuviera un solo jefe militar. Para ello, se ordenó que las columnas de más de 4.000 hombres se pusieran a las órdenes del jefe militar en ese escenario.

La idea general era buena en la teoría, pero Largo Caballero no estaba en disposición de hacerla cumplir. Largo Caballero se había significado por extender la idea de la revolución y la desobediencia al Gobierno, y ahora debía convencer a los milicianos de los sindicatos, de que debían obedecer al Gobierno, que las milicias se debían incorporar al ejército regular, y que debían aceptar la autoridad militar ordinaria del Estado.

Los problemas militares de Largo Caballero eran principalmente dos: someter a las milicias anarquistas y comunistas a su autoridad, y someter a las fuerzas nacionalistas a la autoridad del Estado. Cada región y cada partido, y cada sindicato se creían autónomos. Cada uno pretendía la exclusividad del poder en la zona militar en la que actuaba. Las armas parecían ser la fuente de la soberanía. El Gobierno central de Largo Caballero no tenía autoridad.

La forma de superar estas situaciones fue convocar a Gobiernos de coalición, y así se había hecho en Cataluña, País Vasco y Aragón. Primero se constituía un Gobierno, y luego se procuraba quitar funciones a las organizaciones populistas, y nombrar dirigentes afines a ese Gobierno.

Por ejemplo, en Cataluña, el Comité de Milicias dominado por CNT, acabó siendo apartado del Gobierno en octubre de 1936, y la Generalitat tomó las riendas del poder. En Cataluña, en ese Gobierno de coalición inicial, CNT dominaba los principales resortes del poder: “Economía, Sanidad y Asistencia Social”, en el aspecto social, y el “Consejo de Defensa” en el aspecto político. El titular del Consejo de Defensa era el teniente coronel de aviación Felipe Díaz Sandino, y su Secretario del Consejo de Defensa era Juan García Oliver. El President de la Generalitat, Companys, llamó a Josep Tarradellas al Gobierno de la Generalitat como Conseller en Cap, y decidieron aceptar a los anarquistas en cargos del Gobierno. Pero también aceptaron a pesoístas, comunistas, sindicalistas y POUM, para no depender de los anarquistas exclusivamente. Decidieron actuar con autonomía respecto a Madrid, declararse un poder federal, y crear un “ejército de Cataluña”. En el momento en que los anarquistas aceptaron ese ejército, y se necesitaban mandos que fueron puestos por la Generalitat, la crisis interna entre los anarquistas que aceptaban la participación en el Gobierno, y los que estaban en contra, dejó el poder en manos de la Generalitat, y el inmenso poder que representaban los anarquistas se diluyó en sus propias contradicciones. A la Generalitat, la guerra le importaba menos que la independencia de Cataluña. Y la Generalitat emprendió la guerra por sí misma, sin contar con Madrid, lo cual también fue un error, pues Cataluña es múltiple en ideologías, y cuando hubo problemas graves, no tuvo el apoyo de Madrid, sino que en Madrid interesó dejarles caer, y evitar que aprovechasen para independizarse.

En el País Vasco, predominaba la idea de la defensa de los territorios vascos, de la Euskalerría. El Lehendakari dominaba Vizcaya, pero había perdido Guipúzcoa, Navarra y Álava a manos de los rebeldes. No veían posibilidades de reconstituir la unidad de territorios, y creyeron que lo fundamental era lograr un Estatuto al cual se pudieran adherir los vascos. Por ello, querían mostrarse fieles a Largo Caballero, y resultó así, que un partido nacionalista muy de derechas como el PNV, se convertía en socio de un revolucionario de izquierdas como Largo Caballero, y socio del PCE el enemigo que más odiaban. El 1 de octubre de 1936, consiguieron su Estatuto. Y el 7 de octubre tenían Gobierno presidido por José Antonio Aguirre, un abogado y empresario industrial, nacionalista, ultracatólico y republicano. Era la imagen perfecta del nacionalismo vasco. Aguirre se quedó también con la Consejería de Defensa, porque el poder militar daba la soberanía. Las Consejerías de Hacienda, Cultura y Justicia, pasaron a miembros del PNV, como básicas para generar ideología nacionalista. Y las de Industria y Trabajo, Previsión y Comunicaciones, y Bienestar Social, se las cedieron al PSOE, porque necesitaban dinero de Madrid para sostenerlas. La de Agricultura fue a parar al ANV, para tener contentos a los nacionalistas de izquierda. Y Comercio y Abastecimientos, y Sanidad, fueron a los republicanos, porque necesitaban a los industriales vascos. Obras Públicas fue para el PCE, lo cual fue muy extraño pues los católicos del PNV eran anticomunistas, pero necesitaban las milicias comunistas. Y dejaron fuera del Gobierno a los anarquistas a pesar de que había muchos soldados anarquistas en el ejército vasco.

En Aragón, a mediados de septiembre de 1936, la CNT abrió un Consejo Regional de Defensa, que actuaba como Gobierno de Aragón. Pero el ejército no obedecía órdenes del Consejo Regional, sino que cada jefe de cada columna actuaba por su cuenta. La primera dificultad para los aragoneses fue la llegada de las columnas catalanas. También eran anarquistas, pero los anarquistas catalanes convivían con el Gobierno de la Generalitat, y no era lo mismo en Aragón, donde no respetaban las instituciones aragonesas. En Aragón, los anarquistas decidieron imponer su revolución libertaria. Para Largo Caballero, era un problema muy grave permitir la revolución anarquista en Aragón, pero sólo en diciembre de 1936 consiguió intervenir en el Consejo Regional de Defensa de Aragón. El modelo fue el de la Generalitat en Cataluña. Se introdujeron dos consejeros de UGT, dos del PCE, dos de Izquierda Republicana y uno del Partido Sindicalista, junto a los seis de CNT que ya había.

Los Alféreces Provisionales del bando rebelde.

Franco en el sur, y Mola en el norte, se encontraron igualmente con falta de oficiales para el enorme ejército que querían levantar. Por ello, Franco y Mola decidieron crear la figura del Alférez Provisional. Se trataba de jóvenes estudiantes que pasaban a ejercer como oficiales, pero no ocupaban puesto en la escala de ascensos, ni adquirían derecho alguno en el ejército, entendiéndose que, al terminar el conflicto, volverían a ser civiles sin paga ni recompensa. En la práctica, a algunos se les regalaron las oposiciones de maestro o de profesor de enseñanza media, o algún carguillo en la Administración provincial o local, una vez terminada la guerra. O se quedaron en el ejército.

La figura del Alférez Provisional se creó por Decreto de 7 de septiembre de 1936, para bachilleres superiores, muchas veces estudiantes en la Universidad de primeros cursos, que se comprometieran a realizar un cursillo de pocas semanas, y tenían una edad entre 20 y 30 años. El bachiller superior, cursos, quinto, sexto y séptimo, se terminaba hacia los 18 años. Debían tener capacidades físicas propias de un soldado, y estar enrolados en alguna organización de milicias, lo cual quiere decir que se ofrecía preferentemente a falangistas y requetés.

El 15 de septiembre de 1936, empezó en Burgos el primer cursillo de Alféreces Provisionales. El 3 de octubre salió la primera promoción, tras un cursillo de 15 días. Se abrieron academias en Burgos, Sevilla, Tenerife, y Xauen. Y en años siguientes, algunas más. Se impartía táctica militar y topografía, lo que se podía en quince días. La calidad militar del alférez profesional era pésima, y así lo entendieron todos los españoles, que despreciaban a este tipo de militares, se negaban a obedecerles si podían, porque obedecerles era tener muchas probabilidades de morir. Pero no obedecerles conllevaba ser fusilado por ellos, por lo que la postura habitual era decir que sí, y hacer luego lo que pareciera lo más conveniente.

Franco quería a los Alféreces Provisionales para la toma de Madrid, y calculaba que necesitaba 1.500 oficiales de este nivel. Pero la toma de Madrid fracasó en marzo de 1937, y para conquistar toda España, hacían falta muchos más oficiales. Se decidió aceptar a candidatos que tuvieran el bachillerato elemental, el cual se solía aprobar a los 15 años de edad, y no estaban en la Universidad, pero sí en Escuelas de Magisterio y Escuelas de Peritos. Para ellos, hubo que ampliar el periodo de formación, pues no sabían lo que era una isoipsa o curva de nivel, ni leer un plano. En enero de 1937, se amplió el cursillo de formación a los 24 días lectivos, cuatro semanas. La edad para ser admitido se rebajó a los 18 años.

La idea de los Alféreces Provisionales no gustó a Falange ni a Tradicionalistas, porque ellos habían preparado sus propios cuadros de milicias en la idea de llevar a cabo su revolución, mientras los Alféreces Provisionales estaban pensados al servicio de Franco. Se discutía si Falange y Requetés se debían poner al servicio de los militares profesionales, o los falangistas y requetés debieran tomar el poder en el ejército rebelde, como pasaba en las milicias republicanas.

El 8 de diciembre de 1936, los requetés crearon su propia Academia Militar, proyecto que hicieron público en El Pensamiento Navarro en 18 de diciembre de 1936. Fidel Dávila acusó entonces a Fal Conde de rebelión contra Franco, y Fal Conde tuvo que exiliarse a Lisboa.

Manuel Hedilla, el jefe de Falange Española, no quiso arriesgarse a la suerte de Fal Conde, y pidió unos instructores alemanes para su proyecto de academias de Falange. Llegaron unos 50 alemanes, y nunca dijo que sus academias fueran exclusivas de Falange, para no molestar a Franco. Franco captó el mensaje, y decidió que no le convenía que llegaran demasiados instructores alemanes, a así se lo hizo saber a Hitler.

Falange emprendió entonces su propio camino hacia el dominio del ejército: En marzo de 1937, empezó el primer cursillo de oficiales de Falange en la Academia Pedro Llen de Salamanca. A Franco, que residía en Salamanca, no le pareció bien. En abril, se produjo un enfrentamiento a tiros entre los alumnos que querían fidelidad a Falange, y los que se sentían hombres al servicio de Franco. El ejército cerró la Academia de Pedro Llen, y nunca hubo un segundo cursillo de oficiales de Falange. Todos los alumnos falangistas fueron detenidos y se obligó a todos los falangistas de España a aceptar la autoridad de Franco. El Decreto de Unificación, de abril de 1937, terminó la discusión, admitiendo una sola Falange, la fiel a Franco, en la que Franco sería el jefe indiscutible. Con ello se terminaba el movimiento falangista inicial, aunque hubo nostálgicos que intentaron mantener una “Falange Auténtica”. El fascismo dejaba paso al franquismo.

Franco ordenó al general Luis Orgaz Yoldi reestructurar las academias de alféreces provisionales, de forma que los alumnos permanecían más tiempo y recibían más ideología franquista, de unidad en torno a la persona de Franco. Orgaz era, desde el 25 de marzo de 1937, “Jefe de los Servicios de Movilización, Recuperación e Instrucción de la Oficialidad de las Academias de Retaguardia”. Y Orgaz hizo, desde mayo de 1937, que los alumnos de las academias se especializasen en infantería, artillería e ingenieros, cursasen en régimen de internado, se mantuviesen en el cursillo 30 días lectivos (5 semanas en principio, que en 1938 se elevaron a dos meses). Los que superaban el cursillo, recibían un contrato por dos meses, que luego fueron cuatro meses cuando se creyó que la guerra sería larga, y luego se les contrató por seis meses. Orgaz aprovechó los instructores alemanes, e incluso sumó a algunos italianos, para que la academia no fuera alemana, ni italiana, sino franquista.

Con el tiempo, y dado que la guerra se prolongó más de lo esperado, los Alféreces Provisionales que tenían un nivel suficiente, fueron admitidos como oficiales del ejército, y pasaron a Capitanes Provisionales. Los voluntarios procedentes de milicias falangistas o carlistas, una vez que pasaban por la academia, no podían volver a sus unidades de origen, sino que se incorporaban en lugares alejados del punto en donde se habían incorporado a las milicias, y quedaban subsumidos en el ejército.

Los sargentos y brigadas profesionales protestaron el hecho de que algunos de sus subordinados hicieran el cursillo de dos meses y se convirtieran en sus superiores, pues el Alférez Provisional tenía consideración de oficial, por encima de los suboficiales. También los suboficiales de complemento se quejaron por el mismo motivo. Y el asunto se complicó cuando se concedieron ascensos a los alféreces provisionales y fueron tenientes provisionales y capitanes provisionales. Protestaron Queipo de Llano y Saliquet, y Franco encontró una salida diciendo que Orgaz se había sobrepasado en sus atribuciones.

Se cree que hubo hasta 25.000 alféreces provisionales a lo largo de la guerra, y que murieron unos 2.500. De ellos, ascendieron a tenientes provisionales unos 10.463, y a capitanes provisionales unos 400. Sólo el 20% procedían de milicias falangistas y carlistas, y casi todos fueron universitarios que no acabaron sus estudios, que procedían de familias de la burguesía baja o clase media alta. Casi todos, el 75%, procedían de zonas rurales y concretamente de Andalucía, Castilla-León, Galicia y Extremadura[2].

Tras pasar por la escuela, los alféreces se convertían en la columna vertebral de la ideología franquista nacionalcatolicista. No eran buenos militarmente, pero habían sido preparados ideológicamente. La academia les marcaba para siempre, en las ideas de regenerar España y de aceptar que Franco era el enviado de Dios para esa misión de erradicar el comunismo y el liberalismo, y sus ideas asociadas, la irreligión y la democracia.

El ejército rebelde había cambiado mucho en julio y agosto de 1936. Por un lado, los legionarios y regulares que iniciaron el golpe estaban desapareciendo, por causar baja en las tomas de Sevilla, Badajoz y en el avance sobre Madrid. Se les pidió ir sobre Madrid, para lo cual tenían que pasar Sierra de Guadalupe, y llegar al Valle del Tajo. El ataque a Madrid fue ya definitivo para dejarles sin hombres. Por otro lado, los milicianos requetés y falangistas, ya no eran unos novatos inexpertos, sino que habían aprendido a luchar en tres meses de guerra. Lo mismo les pasaba a los milicianos republicanos, que habían aprendido que, militarmente, no se podía defender todo el terreno ganado, sino sólo los cruces de caminos, los puertos de montaña, los pueblos más importantes.

     CNT en septiembre de 1936.

La Confederación Nacional del Trabajo, CNT, defendía que la política es intrínsecamente perversa, y que nunca se debía participar en ella. Decía que el posibilismo degradaba a los líderes políticos y a las ideas que CNT defendía. Decía que el posibilismo tiende a perder los objetivos de lograr una sociedad sin clases, de la libertad del individuo, de la igualdad económica y social, y de la democracia directa, que es la única democracia para el anarquista. Para conseguir los objetivos anarquistas, o libertarios, era preciso destruir primero las estructuras políticas, económicas y sociales instituidas en la sociedad burguesa.

Los anarquistas defendían que no se podía confiar en pesoístas y comunistas que sólo querían crear nuevos Estados, los cuales resultaban tan opresores como el Estado burgués que trataban de destruir. Pero la lucha anarquista no había dado frutos desde su fundación de CNT en 1910, hasta el momento de 1936, y algunos anarquistas habían pensado en la oportunidad de aliarse con pesoístas y comunistas. El objetivo era desgastar al poder constituido, para luego destruir el Estado mismo.

Joan Peiró, Juan López y Ángel Pestaña, habían creado un grupo anarquista moderado, denominado “treintista”, que rechazaba la violencia, y creía que la sociedad libertaria se podría conseguir por evolución y difusión ideológica. Por el contrario, Federación Anarquista Ibérica, FAI, creía que la violencia era el único camino. La violencia se traducía en organización constante de levantamientos populares, huelgas, ocupaciones de fincas, robos de bancos para conseguir fondos, y algún asesinato de burgueses conocidos, o de militares y funcionarios represores del pueblo.

En mayo de 1936, los anarquistas habían celebrado Congreso Confederal de la CNT en Zaragoza. Y concluyeron que había que defender las conquistas revolucionarias, y para ello, y en tanto no triunfase la revolución anarquista internacional, era preciso defender al Gobierno de la República contra el capitalismo extranjero y contra los ataques interiores contra el proletariado. El primer objetivo a destruir era el ejército permanente.

CNT, que había aprobado que Largo Caballero fuera Presidente del Gobierno, también hizo asambleas para considerar si debían participar en el Gobierno con Ministros. Y resultó lo esperado: que no debían participar. Al pueblo no se le puede decir que se está en contra de todos los Gobiernos, que hay que acabar con todo tipo de autoridades políticas y sociales, y luego pedirle que acepte la existencia de autoridades socialistas, comunistas y anarquistas. Era difícil que los españoles entendieran a CNT.

El modelo de Estado de CNT era una alianza sindical de CNT con UGT, de la que debía salir un Comité de Milicias, cuya presidencia se cedería a Largo Caballero. Esa fue la propuesta a Largo Caballero en 2 de septiembre de 1936.

El 15 de septiembre, la CNT celebró un nuevo Congreso Nacional de Comités Regionales. Los anarquistas catalanes, levantinos y asturianos solicitaron la constitución de un Comité Nacional de Defensa, integrado por cinco miembros de UGT, cinco de CNT y cuatro republicanos.

Lo difícil en CNT era teorizar cómo hacer compatible la doctrina del anarquismo con esa decisión que implicaba obediencia a la autoridad del Estado. La solución fue un remedio muy socorrido en la izquierda: jugar con el idioma e inventar nuevos términos políticos, vulgarmente conocidos como “palabros”: en vez de “Gobierno”, los anarquistas hablaban de un ”Consejo General de Defensa”, definido como la síntesis de los Consejos Regionales, lo cual decían que era lo mismo que ya existía en CNT desde hacía mucho tiempo. Y en vez de “Comités Locales” anarquistas, aparecieron “Consejos Municipales”. La diferencia es que los nuevos Consejos, en Cataluña ya eran controlados por la Generalitat, lo cual se hizo mediante un Decreto de Gobierno, sin contar con votaciones populares ni acuerdos de órganos inferiores. La Generalitat parecía poder recobrar la dirección política de Cataluña, pero necesitaba dinero, para pagar aun funcionariado. Se lo pidieron a Largo Caballero, y no lo recibieron nunca. El Consejo General de Defensa (Gobierno) estaría integrado por 14 miembros (Ministros), de los cuales 5 eran de UGT, 5 de CNT y 4 republicanos. Sería Presidente del mismo, Francisco Largo Caballero, y Jefe del Estado, Manuel Azaña. Los Ministerios se llamarían en adelante Departamentos, los Ministros se llamarían Delegados, el ejército se llamara Milicia de Guerra y la policía se llamaría Milicia Popular. Su argumentación decía que en este nuevo organismo de gestión del Estado, no habría policía, ni milicia popular, ni ejército, sino que todos los ciudadanos pertenecerían a una “Milicia de Guerra”. Los profesionales de la Milicia de Guerra se llamarían “Auxiliares Técnicos”.

En el pleno de 15 de septiembre los anarquistas valencianos, Domingo Torres y Juan López Montserrat, apoyaron participar en el Gobierno de Largo Caballero. Los catalanes, Francesc Isgleas Piarnau, Federica Montseny Mañé y Mariano Rodríguez Vázquez, no querían la participación en un Gobierno de un Estado. El pleno creó una Comisión de Integración, la cual propuso la fundación de un Consejo o Comité Nacional de Defensa, integrado por 5 miembros de CNT, 5 de UGT y 4 republicanos, cifras que consideraban proporcionales a los soldados que aportaban en la guerra. No contemplaban  que hubiera ningún comunista. Y acordaron pedir a Largo Caballero que no hubiera Ministros, sino Delegados, que no hubiera ejército, sino Milicia de guerra, y que no hubiera policía sino Milicia Popular. En realidad era cambio de denominaciones, y no cambiaban para nada la realidad. Largo Caballero no les aceptó las propuestas. El Presidente de este comité sería Largo Caballero, y constaría de cinco delegados de CNT, cinco de UGT, cuatro de republicanos, y ningún comunista. Fue Largo Caballero el que rechazó esta propuesta anarquista, pues consideraba que renunciando a los comunistas, caería en manos de los anarquistas. La presencia comunista le venía bien para anular a los anarquistas, que dominaban grandes masas de trabajadores.

Denominaban a los miembros de UGT “marxistas”, para indicar dos cosas: primera, que debían ser largocaballeristas, socialistas de clase; segunda, que podían representar perfectamente a los comunistas, porque eran el mismo pensamiento. Ofrecían que el Presidente del Consejo fuera Largo Caballero, y que Manuel Azaña siguiera siendo Presidente de la República.

Los anarquistas nombraron una comisión integrada por Juan López de la Federación de Levante, Federica Montseny de la Federación catalana, y Aurelio Álvarez de la Federación Asturiana, la cual fue a ver a Largo Caballero, y aceptaron participar en el Gobierno de España.

Naturalmente, la propuesta anarquista fue rechazada, tanto por el Frente Popular, como por UGT. Largo Caballero entendió que no sólo se cambiaba de nombre al Gobierno, llamándole Consejo Nacional de Defensa, sino que el poder pasaba a órganos colectivos, y Largo Caballero perdía su protagonismo. Largo Caballero ofreció un Ministerio a los anarquistas.

Incluso una persona poco inteligente como Largo Caballero quedó muy defraudado por la disparidad interna entre las fuerzas militares republicanas, y decidió organizar el ejército sin contar con los anarquistas. Los rebeldes habían tomado Toledo y amenazaban entrar en Madrid, y no era el momento de discutir cosas como el Consejo General de Defensa. Los más contrarios a la propuesta anarquista eran los comunistas, los cuales querían un ejército soviético, con comisarios políticos comunistas, lo cual les facilitaría su revolución en cuanto fuesen capaces de dominar las fuerzas armadas.

Las asambleas locales de CNT tampoco aceptaron las propuestas de su Congreso Nacional de 15 de septiembre, y el Secretario General de CNT, Horacio Martínez Prieto, dijo que había que dejarse de subterfugios, y decidir que o se aceptaba entrar en el Gobierno, o se rompía con Largo Caballero. El Comité Nacional de Defensa le parecía imposible.

El 28 de septiembre de 1936, los anarquistas celebraron nueva reunión en Barcelona. Ratificaron su participación en el Gobierno de la Generalitat, donde se sabían mayoría, y creían dominar. Aceptaron ser tres Consejeros de los doce que había. La condición era que los anarquistas tendrían el Comité de Defensa, teniendo en cuenta que las milicias anarquistas eran mayoría en el ejército catalán. No ocurría lo mismo respecto al Gobierno de España, donde no aceptaban participar porque eran una minoría en el Gobierno, grande, pero minoritaria.

El 18 de octubre hubo un tercer pleno nacional anarquista, en el que CNT decidió participar, a pesar de todo, en el Gobierno. Lo que discutieron fue cuántos Ministerios les darían. Largo Caballero les dio cuatro. Los anarquistas querían decidir ellos a quién se nombraba Ministro en cada uno de esos cuatro Ministerios, y el Comité Nacional CNT eligió a García Oliver, Federica Montseny, Juan López y Joan Peiró. Cada Ministro representaba una de las tendencias de los anarquistas.

CNT decidió participar en el Gobierno de España contradiciendo toda su doctrina anterior. Lo explicaba como una necesidad del momento. Pero las discusiones internas fueron muchas y fuertes. Efectivamente, entraron en el Gobierno el 4 de noviembre de 1936.

Federica Montseny Mañé, 1905-1994, era hija de los conocidos anarquistas Federico Urales (Joan Montseny Carret) y Soledad Gustavo (Teresa Mañé Miravet), dirigentes de La Revista Blanca. Fue educada en un anarquismo radical, y militó en un grupo de acción en Barcelona. Luchaba por anular a los anarquistas moderados o treintistas. En 1936, era miembro del Comité Regional de CNT en Cataluña y miembro de FAI. Y esta activista radical partidaria de la violencia absoluta, aceptó el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social el 5 de noviembre de 1936. Tras los sucesos de marzo de 1937 en Barcelona, cambió de pensamiento, abandonó la postura FAI y se hizo partidaria de la conciliación entre anarquistas, y también defendió al POUM frente al PCE. Tras la caída de Largo Caballero, se opuso a la colaboración de CNT con los pesoístas de Negrín. En 1939, se marchó a Toulouse, y trabajó en el Servicio de Emigración de Refugiados Españoles SERE. Estuvo en el exilio hasta 1977.

Joan Peiró, 1887-1942, trabajaba en una fábrica de vidrio de Barcelona, donde conoció a Salvador Seguí y se afilió a CNT. Participó en la Semana Trágica de Barcelona en 1909, y tras ser detenido, fue conocido entre los anarquistas. En 1912 llegó a Presidente del Comité Nacional del Vidrio, y dirigió la revista El Vidrio y La Colmena Obrera. En diciembre de 1920 fue detenido de nuevo y encarcelado hasta 1922. En 1922 era Secretario del Comité Nacional de CNT. En 1923 fue de nuevo detenido por el primorriverismo. En 1925 huyó a Francia, regresó y fue de nuevo detenido en mayo de 1929. En 1930 apoyó el treintismo de Ángel Pestaña. En octubre de 1934, estuvo en la revuelta de octubre, y en 1936 fue Ministro de Industria para Largo Caballero hasta mayo de 1937. Se hizo cargo de una cooperativa del vidrio en Mataró, y en agosto de 1937 dirigió el diario Cataluña. Fue Comisario General de Electricidad. En enero de 1939 se marchó a Francia, donde residió hasta ser detenido por la policía, llevado a España y fusilado en Paterna (Valencia) el 24 de julio de 1942.

Juan García Oliver, 1901-1980, era un anarquista catalán fundador del grupo Los Solidarios, en 1923, grupo al se le atribuyeron varios asesinatos. García Oliver huyó a Argentina, y regresó a España en 1931, tras la amnistía. Entonces ingresó en FAI, el grupo radicalizado anarquista que quería la revolución ya, y por las armas. En mayo de 1936, preparó un ejército anarquista armado, y por eso, los anarquistas fueron los mejor preparados en julio de 1936, cuando tuvo lugar la sublevación militar. García Oliver quería proclamar el “comunismo libertario” en Barcelona, pero la asamblea anarquista votó en contra. En 4 de noviembre de 1936 aceptó ser Ministro de Justicia en el segundo Gobierno Largo Caballero. Destruyó muchos expedientes penales de su Ministerio.

Juan López Sánchez, 1900-1972, era un obrero de la construcción murciano, miembro del grupo “Solidaridad” de los treintistas que creían que los españoles no estaban preparados para aceptar una sociedad anarquista, y debían ser adoctrinados previamente. el 4 de noviembre de 1936, aceptó ser Ministro de Comercio.

Federica Montseny, una vez propuesta para Ministra, fue a ver a sus padres para pedirles permiso para aceptar la cartera ministerial, lo que se interpretó como un lavado de conciencia de esta anarquista radical. Federica Montseny se opuso a colaborar en el Gobierno Joan Porqueras Fábregas, líder de la Confederación Regional de Catalunya.

     Cataluña en septiembre de 1936.

Cataluña estuvo a punto de tener un Gobierno revolucionario anarquista. El Comité Central de Milicias Antifascistas CCMAF,  se organizó como una cúpula erigida sobre unos Consejos de Gobierno locales, unos Consejos de Milicias, unas Patrullas de Control, y unos Comités de Empresa y de Colectivizaciones. El poder teórico radicaba en la Generalitat, pero el poder real radicaba en el CCMAF. De hecho, la Generalitat se limitaba a dar forma legal a lo que el CCMAF le proponía. Pero los anarquistas no estaban preparados para sustituir al Gobierno de la Generalitat, porque no había coordinación posible de los muy distintos Consejos anarquistas, y los comités acabaron siendo subsumidos en órganos de la Generalitat, lo cual fue aprovechado por los nacionalistas y significó el alejamiento del poder de los anarquistas.

La posible coordinación entre Consejos, que los anarquistas no fueron capaces de ejercer, la hizo la Generalitat de Tarradellas, y la revolución anarquista perdió su oportunidad, si es que alguna vez la hubo. CNT, POUM, y PSUC acabaron aceptando al Gobierno de la Generalitat, una vez que los anarquistas fracasaron, y ello fue la oportunidad para que Tarradellas se erigiese como un mito, en el que el Presidente Companys delegó el ejercicio del poder ejecutivo.

En la nueva correlación de fuerzas, presidida por Tarradellas, CNT y ERC quedaron enfrentados, pero decidieron no confrontar fuerzas en ese momento, pues podían destruirse mutuamente, y perder la guerra. CNT dominaba de hecho, pero no era capaz de organizarse, pero Tarradellas dominaba los órganos de Gobierno y controlaba desde ellos a CNT. ERC era el partido mayoritario en Cataluña, pero no disponía de un sindicato que le acercara las masas, lo que sí tenía CNT. Entonces ocurrió que, los militantes de CNT, votaban ERC en las elecciones, y Tarradellas aparecía como un gran líder.

El nuevo enemigo político de ERC, puesto que CNT no era capaz de asumir el poder, era POUM y PSUC, es decir, el comunismo. POUM era un partido comunista exclusivamente catalán, y contaba con el sindicato Federación Obrera de Unificación Sindical, FOUS, pero FOUS ingresó en UGT en verano de 1936, y POUM quedó subordinada al PSOE. El POUM, aunque era bolchevique y revolucionario, quedaba inerme para intentar su revolución.

El modelo catalán fue el que se impuso para el Gobierno de España.

         La Iglesia franquista.

El 30 de septiembre de 1936, el obispo de Salamanca, Enrique Pla y Deniel, publicó una pastoral por la que la Iglesia se ponía al servicio de Franco. Se titulaba “Las Dos Ciudades”, y decía que España, en esos momentos, representaba la lucha entre la ciudad de Dios y la ciudad del Diablo, una idea de San Agustín. Se trataba de la lucha de dos sentimientos, dos fuerzas universales, la del amor a sí mismo con desprecio de Dios, y la del amor de Dios con desprecio del egoísmo. El mal de España estaba representado por los comunistas y anarquistas, los hijos de Caín, los fratricidas, los cuales no pudiendo acabar con Dios porque eso es imposible, trataban de acabar con sus templos, con las imágenes y con los ministros de la Iglesia. Frente a ellos, se erigía la Ciudad de Dios, en la que los hombres llevan el amor hasta el heroísmo y el martirio. El problema era tan grave, que la Iglesia no tenía más remedio que intervenir para decir que no hay autoridad que no provenga de Dios. Los españoles no tenían por qué obedecer las leyes del Gobierno de la República, que encarnaba el mal. La Iglesia se pronunciaba a favor del orden, contra la anarquía, a favor del Gobierno jerárquico, contra el disolvente que era el comunismo, a favor de la civilización cristiana, de la religión, de la patria y de la familia, en contra de los sin Dios. Y no se trataba de una guerra civil, sino de una cruzada por la religión, la patria y la civilización. El nuevo Estado a formar, debía rechazar influencias extranjeras, e identificarse con la tradición española. En cuanto al peligro, no debía temérsele, porque la guerra es forjadora de hombres que olvidan la afeminación muelle, para perseguir la idea redentora en la que ofrecen generosamente sus vidas en el frente de batalla, una sangre redentora que debía fructificar en un Estado confesional que no fuera ni laico ni teocrático. La confesionalidad se debía traducir a aceptar el crucifijo en todas partes, a la enseñanza religiosa en la escuela, al reconocimiento del carácter sacramental del matrimonio, al reconocimiento de la superioridad de la Iglesia sobre la sociedad, por ser la Iglesia una sociedad perfecta proveniente de Dios. Pla y Deniel decía que esto es lo que defendían los españoles que se habían rebelado contra el Gobierno de la República.

Esta pastoral se convirtió en la base ideológica del bando falangista, y desde entonces, los franquistas dijeron que España era el paladín de la espiritualidad, que la guerra era una cruzada por la civilización occidental, y que el modelo de Estado debía ser confesional. Es lo que los estudiosos posteriores llamaron “nacional catolicismo”.

En suma, que si el ejército le concedía a Franco el mando militar absoluto y la jefatura de un nuevo Estado, la Iglesia de Pla y Deniel le concedió la legitimación moral, e incluso algunos pidieron más adelante la santificación de Franco, pues consideraron a Franco como un enviado de Dios, el hombre que iba a reconstituir la Ciudad de Dios.

La Iglesia católica hizo exactamente lo mismo que estaban haciendo los anarquistas, los comunistas, los vasquistas, los catalanistas, los fascistas, y los socialistas de clase: Tratar de aprovechar el momento de la guerra para sacar adelante sus intereses, todo ello, en medio de una persecución en la que estaban muriendo curas y estaban ardiendo templos, lo cual también fue utilizado en plan victimista. La Iglesia católica, al igual que el resto de las organizaciones políticas españolas, se declaró en posesión de la verdad, y manifestó que todos los demás mentían, y era preciso aclarar la verdad al Papa, a los obispos del mundo, y a los católicos de España y del resto del mundo. Y se inventó su propio relato de los hechos, igual que estaban haciendo las demás fuerzas revolucionarias que peleaban en España. Actuó con la misma soberbia que el resto, y de ello no quisieron saber nada ni la mayoría de los obispos españoles, ni la de los obispos del resto del mundo. Eran excepción el arzobispo de Tarragona, Vidal y Barraquer, y algunas escuelas de dominicos de Estados Unidos, que sí vieron las contradicciones de acusar de asesinos a los demás, y legitimar a los rebeldes que estaban asesinando a sus enemigos, de decir que eran mentiras todas las ideas de los demás, y verdades todas las propias, un acto de soberbia incalificable.

Existieron tres niveles en la implicación de la Iglesia en el conflicto español: la posición de El Vaticano; la posición de la jerarquía católica; y la posición de los católicos españoles.

El Papa, mostró al principio una cautelosa reserva, para no pillarse los dedos. No quería declararse a favor de un bando, y que ganara el otro la guerra. El 18 de agosto de 1936, los rebeldes enviaron a Roma al almirante Antonio Magaz Pers[3], el cual amenazó al Papa con que “debía apoyar a los rebeldes, no siendo que la embajada española en Roma desapareciera para siempre”. Siendo esta embajada una fuente importante de recursos para El Vaticano, la amenaza tenía su significado específico. Magaz exigía la bandera bicolor franquista para que la foto certificase que el Papa estaba con los rebeldes. También exigía condenar el nacionalismo, lo cual afectaba a los catalanes, pero sobre todo era una bomba respecto a los vascos, que presumían de catolicismo integrista. Pero la posición tradicional de la Iglesia es no manifestarse hasta ver cómo evolucionan los asuntos, y el cardenal Pizzardo le sugirió a Pío XI no tomar partido, aunque el general de los jesuitas, Ledochowski, opinaba lo contrario, que había que apoyar a los rebeldes españoles. Magaz decidió asaltar la embajada española, en ausencia del embajador de la República de España, e izar bandera franquista, pero ni aun así fue reconocido por el Papa.

En julio de 1936, la Iglesia se limitó a protestar por el cierre de periódicos católicos y por la supresión de la libertad de cultos. Y aunque nunca había habido libertad de cultos en España, pues el único favorecido por el Estado era el catolicismo, se entendía por libertad de cultos la libertad para el catolicismo.  Magaz fue destituido y enviado a Berlín, donde su radicalismo político molestaba menos. Pero ya en septiembre de 1936, Pío XI denunció la persecución religiosa y los asesinatos de clérigos que estaban produciéndose en la zona gubernamental. Todavía no era agresivo, sino que recomendó el perdón y la paz, y mantuvo a su Nuncio de Madrid, Federico Tedeschini, aunque peligraba su vida. Cuando Tedeschini fue retirado, se ocupó de los negocios de España Isidro Gomá Tomás, a título de Encargado de Negocios, pero ya en 1937. Y el 21 de septiembre de 1937, se encargó Ildebrando Antoniutti. En 16 de mayo de 1938, monseñor Gaetano Cicognani fue Nuncio en España.

En cuanto a los representantes de España en El Vaticano, el asunto era más complicado, dada la circunstancia de la guerra civil: desde 1934 a 1937, fue embajador plenipotenciario Leandro Pita Romero; y en 1937, Antonio Magaz, marqués de Magaz representaba a los franquistas, mientras Silvio Sericano representaba al Gobierno de Valencia; a partir de 7 de junio de 1937, Pablo Churruca Dotres representaba a los franquistas ante El Vaticano. Y en 30 de junio de 1938, José Yanguas Messía fue embajador extraordinario de España ante El Vaticano.

Los obispos españoles pasaron paulatinamente de la cautela, a declararse partidarios del bando rebelde. En septiembre de 1936, eran 11 los declarados abiertamente a favor de los rebeldes. Y tres de ellos eran fanáticos de ese bando, e inventaron el término “cruzada”, una guerra en defensa de la religión, como fue el caso de Tomás Muñiz, arzobispo de Compostela. Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona, incluso abrió una suscripción de ayuda a los sublevados. Lo más extemporáneo de estos obispos “rebeldes” fue la “movilización de vírgenes”, o declaración de que las distintas vírgenes veneradas por los españoles estaban con el bando rebelde. El culto a la Virgen, la diosa madre, es muy antiguo en España, más antiguo que el cristianismo, y cientos de pueblos tienen su virgen particular, generalmente denominada por el lugar en que apareció la imagen tras la persecución de los adoradores de vírgenes a partir del siglo VI después de Cristo. La diosa madre, era muy popular en casi todo el Mediterráneo antiguo, cuando muchos niños no eran reconocidos por su padre, lo cual les condenaba a ser esclavos de la familia que les alimentaba. El caso de las niñas, menos valiosas como mano de obra, era peor, con más probabilidades de ser abandonadas y utilizadas. La doctrina de la Diosa Madre defendía que todos los hombres y mujeres tienen una madre protectora entre los dioses. La Iglesia cristiana hizo una síntesis entre estas vírgenes madres y la Madre de Dios, Virgen y Madre, y aprovechó así la devoción popular de cientos de pueblos españoles. Las niñas en España durante el franquismo, se llamaban María de… referencia al lugar o nombre de la virgen local. Como los comunistas y anarquistas destruían imágenes, y las más frecuentemente destruidas eran la de las vírgenes, los dirigentes católicos de 1936 no tuvieron más que declararse protectores de este culto, para tener millones de seguidores para la Iglesia, y cientos de miles de soldados para Franco.

El anarquista Andreu Nin equivocó el sentido del anarquismo, inicialmente liberación de la persona respecto a toda autoridad, incluso la liberación de la mente. En su lugar, apareció una absurda obsesión por destruir cultos religiosos e imágenes, sin tener en cuenta la profunda y ancestral devoción de los españoles por estos cultos. Y España entró en una ola de barbarie en la que murieron 4.184 curas seculares, 2.365 sacerdotes regulares, 283 monjas y 12 obispos. Y donde más anarquistas había, más incendios y asesinatos, como fue el caso de Cataluña en el Maresme, Lérida o Tortosa. Aunque también en Barbastro hubo mucha violencia gratuita.

Los obispos se declararon masivamente en contra del Gobierno de la República Española a partir de 14 de septiembre de 1936. Si Pla y Deniel, obispo de Salamanca, definió la Guerra de España como una cruzada, Gomá, primado de Toledo, hablaba de una confrontación mundial entre la Iglesia y el comunismo. La posición de los obispos españoles fue más dura que la que sostuvo El Vaticano.

El componente religioso apenas jugó inicialmente ningún papel entre los jefes y oficiales del ejército rebelde en julio de 1936, que se proclamaban católicos. Para ellos, la guerra era una sublevación contra el desorden jurídico y social introducido por el socialismo de clase, el comunismo y el anarquismo, y parte de ese desorden era el ataque al clero y sus bienes materiales, pero la religión no era el motivo de la guerra, sino un componente más en la guerra. Pero la sublevación falló, y la toma de Madrid también falló, y entonces se comprendió que la guerra iba a ser larga. Los rebeldes necesitaban hombres y justificaciones  morales. Y se pidió el apoyo de la Iglesia católica a los rebeldes. Y la Iglesia se convirtió en un elemento esencial de la rebelión.

En cuanto a la influencia del catolicismo en el conflicto, es un tema complicado: en el norte de España se enfrentaron católicos de Castilla y de Navarra, contra católicos del País Vasco. Pero el País Vasco es un caso muy especial siempre: La población es muy mayoritariamente católica, pero más nacionalista que católica, y hasta algunos sacerdotes son más nacionalistas que católicos. En 1936, el PNV pidió a José Antonio Aguirre sumarse a la rebelión, pues el conjunto de la Iglesia católica estaba por la rebelión. Pero surgió una rivalidad con Vitoria, que se había declarado rebelde, y los católicos de Vizcaya y Guipúzcoa se declararon republicanos, porque los gobernantes rebeldes dijeron que uno de los motivos de su rebelión era acabar con los nacionalismos catalán y vasco.

El sacerdote José Aristimuño contactó con los carlistas en San Sebastián, y trató de llegar a un acuerdo entre Emilio Mola y el Euskadi Buru Batzar del PNV. Y los vascos enviaron a otro sacerdote, el padre Alberto Onaindía Zuloaga[4], como negociador. Las instrucciones de este negociador era que debía pedir la integración foral de Álava y Navarra en el País Vasco, un participación del PNV en las Diputaciones Provinciales de la mitad de los diputados, y la renuncia a las represalias sobre los vascos. Y Emilio Mola no accedió. Como los vascos reaccionaron verbalmente de mala manera, Mola bombardeó Bilbao con proclamas a favor de los rebeldes. Pero los líderes nacionalistas se envalentonaron y el Gobierno de Ajuriaguerra envió una nota amenazante a Pamplona, donde estaba Mola, sobre la suerte de los presos rebeldes que tenían en Bilbao. A Mola no le quedaba salida alguna, salvo atacar a los vascos, y así, los vascos resultaron republicanos a su pesar.

Todavía a fines de septiembre, José Antonio Aguirre viajó a Madrid para que las Cortes le aprobaran un Estatuto de Autonomía Vasca.

Cuando Franco se enteró de la barbaridad que estaba ocurriendo en el País Vasco, de pacto de católicos con comunistas para luchar contra él, llamó a Aguirre para que depusiera su actitud, y abandonase las ideas nacionalistas. Y Aguirre decidió luchar por la República. Y Manuel de Irujo pasó a ser Ministro sin cartera del Gobierno republicano. Una vez resuelto este tema, el 1 de octubre se le concedió la Autonomía al País Vasco. Aguirre se excusó en que prefería la democracia al fascismo.

En la retaguardia rebelde se exigió a toda la población “un patriotismo sano y entusiasta, católico y nacionalcatolicista”. El movimiento de masas era dirigido por obispos y sacerdotes, además de por fieles católicos próximos a Falange Española. Falange no era en principio católica, pero decidió en estos días asumir el catolicismo como lo fundamental de sus bases. Y el catolicismo les proporcionó la unidad de criterio de que carecían los republicanos. La manipulación que se había hecho desde los sindicatos y partidos izquierdistas, redundó en una fe en que el catolicismo era el nexo de unión entre los españoles. Y los Falangistas se dieron cuenta y lo aceptaron.

El cardenal Gomá era un nazi-fascista muy ultra: el 12 de octubre de 1934, en Buenos Aires, culpaba al Gobierno español de no haber reprimido suficientemente a los mineros asturianos. En 1936 había pedido la dictadura militar. El 28 de septiembre de 1936 celebró que los nacionalistas hubieran tomado el Alcázar de Toledo y lo presentó como el triunfo sobre la antiEspaña, contra el alma bastarda de los hijos de Moscú, contra los judíos y los masones y contra la internacional semítica. En diciembre de 1936, Gomá acusaba de los males de España al parlamentarismo, al sufragio universal, a la libertad de enseñanza y a la libertad de prensa. En enero de 1937 se dirigió a los vascos para preguntarles que cómo, siendo católicos, podían colaborar con las hordas marxistas. Les acusó de un ansia de autonomía que les estaba cegando.

A fines de octubre de 1936, algunas docenas de curas vascos fueron condenados a muerte en zona franquista. Gomá fue a ver a Franco y logró el indulto. Los PNV dominaban Guipúzcoa y Vizcaya, mientras los falangistas y requetés mantenían Álava y Navarra. El País Vasco quedaba dividido.

Crisis del catolicismo español en 1936-1939.

Los españoles habían sido católicos siempre sin cuestionarse el tema del dogma ni del culto. Pero la guerra de 1936 influyó mucho para que el catolicismo perdiera su significado tradicional: por una parte, una mayoría se hizo ultracatólica, pero más bien franquista, y aunque la Iglesia se sintió orgullosa de cómo estos católicos imponían el catolicismo, debería haber analizado si servían al franquismo o a la Iglesia. El catolicismo por imposición, incluso con denuncias ante la Guardia Civil, no era la mejor manera de presentar una creencia religiosa. Los mandamases, alcaldes, gobernadores, jefes de Falange, directores de instituto y de escuelas, etc. eran católicos e imponían el catolicismo a la fuerza. Las juventudes serían en adelante cada vez menos creyentes, e incluso en los años cincuenta, surgió un movimiento en los seminarios diocesanos, de seminaristas que rechazaban este tipo de catolicismo, más bien nacional-catolicismo.

Por otra parte, los perseguidos, los miembros de sindicatos, partidos de izquierda, partidos liberales, tuvieron razones para dejar de creer en las jerarquías católicas, puestas al servicio del franquismo. Y el goteo en los siguientes 30 años, hizo que en España se perdiera la fe en la Iglesia católica.

Durante la Guerra de España, El Vaticano ya sabía que el catolicismo estaba retrocediendo en España, y creía que España debía ser recristianizada bajo criterios distintos. Pero el clero era muy ignorante, y era imposible imponer criterios modernos, entre un clero que presumía de inamovible en sus creencias tomistas.

El único clero con cierto nivel cultural en algunos grupos, era el catalán, pero era un clero nacionalista, dispuesto a romper España en múltiples trozos, para hacer su propia revolución en algunos de ellos. La idea de romper España era compartida también por anarquistas y comunistas, por lo cual se creó un ambiente rupturista, en el que hablar bien de España, o llevar su bandera, fue considerado extraño y detestable por muchos. Y de rebote, los que defendieron la idea de la unidad España, los fascistas, encontraron muchos simpatizantes. Pero los españoles no eran fascistas.

En Cataluña había mucha diversidad de pensamiento social: Llegaban ideologías procedentes del sur de Francia, próximas a los obreros y a los pobres, que rompían la tradición de proteger a los ricos, que eran los que daban las mejores limosnas y los que más colaboraban con la Iglesia. También habían llegado movimientos bíblicos distintos, litúrgicos, gregorianistas, patrísticos, catequéticos…

El integrismo católico en Cataluña era un sector marginal, limitado a algunas asociaciones piadosas y cofradías parroquiales. Lo normal en Cataluña era un catolicismo moderado y moderno, como el de las Congregaciones Marianas de Barcelona, que hacían catequesis y asistencia social; como la Obra de Ejercicios Parroquiales; como la Federació de Joves Cristians de Catalunya FJCC (de donde provino fejocistas), presidida por el doctor Albert Bonet, que había logrado introducirse en el mundo obrero y en el mundo rural, los medios que más católicos estaban perdiendo. En 20 de julio de 1936, los fejocistas fueron a ver a Companys, y se declararon contrarios a la sublevación militar, al tiempo que protestaban por los excesos anarquistas que ya habían empezado. Estaban dispuestos a colaborar con la Generalitat en aquello que su conciencia les permitiese. Durante la guerra, los fejocistas fueron perseguidos y asesinados, y muchos se pasaron a los rebeldes, donde tampoco encajaban porque su catolicismo social no era compatible con el franquismo y su catolicismo tomista. Muchos se alistaron en el Tercio de Requetés de Montserrat, como una forma de reconciliarse con el franquismo. Pero cuando el Tercio de Montserrat llegó al País Vasco y a Navarra a luchar, no fueron bien acogidos por el resto, porque se les consideraba católicos próximos a los rebeldes. Su lema “Dios y Cataluña”, no ayudaba a identificarlos como franquistas ni como gubernamentales. El mejor trabajo de los fejocistas fue sacar gente a Francia y colaborar con Cruz Roja Internacional para sacar a niños, mujeres y hombres mayores de 60 años, con el trabajo de FJCC y el dinero de Cruz Roja. Franco consideró que huir de España era una traición, y no valoró el trabajo de FJCC.

Otros grupos de católicos moderados fueron el diario El Matí, de Josep María Capdevila, fundado en 1929, tan discordante con el catolicismo habitual, que simpatizaba con la República en 1931. Unió Democrática de Catalunya, fundada en 7 de noviembre de 1931, un partido católico y liberal, de los que luego se llamarían democristianos, que se declaraba aconfesional pero simpatizante de la Iglesia Católica, aunque hay que decir que eran unos 3.000 militantes, muy pocos. Unió Democrática de Catalunya, fue fundada en noviembre de 1931 por Manuel Carrasco Formiguera, 1890-1938, un abogado catalanista de Barcelona, que había sido concejal por Lliga Regionalista en 1920, y había estado en la fundación de Acció Catalana. Había dirigido la revista L`Estevet, la cual criticó al ejército español imperialista de aquellos años, y acabó preso. En 1930 estuvo en el Pacto de San Sebastián, y en 1931 había sido Consejero de Comunicaciones para Macià, Consejero de Sanidad y Beneficencia y Diputado en Cortes. En 1936, Companys creyó que Carrasco Formiguera no sobreviviría a la persecución que estaba haciendo FAI, y le envió a Bilbao, pero en febrero de 1937, el barco en el que huía fue apresado por el crucero rebelde “Canarias”, y Carrasco fue llevado a Burgos y fusilado.

Cataluña en 1936 estaba en el bando gubernamental, junto a comunistas y anarquistas que se declaraban anticatólicos, y el catolicismo tuvo muy difícil asimilar que luchaba contra el bando rebelde que se proclamaba católico y decía que el bando gubernamental era enemigo de Dios. El confusionismo de ideas se impuso: Lliga Catalana, una derecha dura, de empresarios del gran capitalismo, lo que se entiende por derecha, se alió a Esquerra Republicana de Catalunya, un partido de izquierdas. El nexo entre ambos era el nacionalismo. Cataluña tenía mucho que perder si ganaban los rebeldes, porque Cataluña había obtenido un Estatuto de Autonomía, que perderían, y porque los burgueses catalanes estaban acostumbrados a obtener privilegios a costa del resto del Estado español, y posiblemente fueran castigados por el nuevo régimen político por no haber colaborado en la rebelión con suficiente fuerza. En efecto, en Cataluña, la trama civil de la rebelión había sido muy débil, tan sólo unos pocos falangistas y unos pocos requetés.

El día después del triunfo ante los rebeldes catalanes, comenzaron las dificultades en Cataluña: La mayoría de la población era anarquista, otros muchos eran socialistas-UGT, y había muchas minorías comunistas, todas diferentes entre sí. Inmediatamente empezaron los asesinatos de supuestos fascistas, entre ellos muchos sacerdotes, y empezó el incendio de templos. Las células populares dotadas de armas el día de la lucha contra la rebelión, podían hacer lo que quisieran, pues ellos eran el poder de hecho.

Tras la quema de iglesias y asesinato de curas, muchos catalanes se declararon simpatizantes de los rebeldes, y la calle se hizo muy conflictiva, radicalizada, entre los partidarios de los rebeldes y los anticatólicos de pensamiento anarquista y socialista. Pero los católicos catalanes tenían un problema supletorio: debían optar entre religión y nacionalismo, pues los rebeldes eran antinacionalistas y católicos. A ninguno les gustaba el Gobierno de la República Española que toleraba el asesinato de religiosos, saqueo e incendio indiscriminado de iglesias.

El peligro para los sacerdotes era muy real, y el 2 de agosto de 1936, varios centenares de sacerdotes catalanes subieron a “El Tevere”, un barco italiano que la Generalitat había contratado para sacarles de Cataluña y librarles de la muerte en caso de que les localizara la FAI. Fueron a Génova, y muchos se llegaron después a Roma. Algunos de los que huyeron en “El Tevere”, eran fejocistas. Al llegar a Roma, la situación de los sacerdotes catalanes era muy compleja: no querían relaciones con el Delegado de los rebeldes en El Vaticano, ni con el Delegado de la República de España. Alberto Bonet estaba en tan difícil situación, que huyó de Italia, regresó a España, y se sumó al bando franquista. Llegó a Pamplona el 19 de noviembre de 1936, y enseguida recibió amenazas de muerte, por lo que de nuevo huyó, esta vez a Francia. El 28 de febrero de 1937, Franco recibió a Bonet en Salamanca y le dio la misión de explicar la Guerra de España en Europa, para lo cual Bonet viajó a explicar a los católicos europeos la Guerra de España.

La Falange de Franco asumió el discurso de Pla y Deniel sin críticas, lo cual no era normal en un partido fascista, pues los fascistas se imponen sobre la Iglesia como sobre cualquier otro órgano social. Y Falange cometió así otro error que la llevó a desaparecer.


[1] Sebastián Pozas Perea, 1876-1946, se formó en la Academia Militar de Zaragoza en el arma de Caballería, y pasó a servir en Marruecos, endonde ascendió hasta general en 1926. En 1934, mandaba una brigada en Barcelona. En febrero de 1936, fue nombrado Director General de la Guardia Civil, y Franco sondeó su opinión para sumarse a una rebelión militar, a lo que Pozas se negó. En julio de 1936, mantuvo su opinión y se declaró fiel al Gobierno. El 19 de julio fue Ministro de Gobernación para Giral, hasta 6 de septiembre de 1936. En 5 de octubre de 1936, fue nombrado jefe de la I División Orgánica- Madrid. El 23 de octubre fue nombrado Jefe del Ejército del Centro que debía defender Madrid, y por ello fue responsable de la batalla del Jarama. El 6 de mayo de 1937, fue nombrado jefe de la IV División Orgánica-Barcelona. Su misión era rehacer el ejército en Cataluña, el cual estaba en manos anarquistas y nacionalistas. Se comenta que por entonces le captó el PCE. Al nuevo ejército, Pozas lo llamó “Ejército del Este”, y eliminó muchas unidades anarquistas del frente de Aragón. Tenía un hermano, Gabriel Pozas Perea, que murió junto a Mola en un accidente aéreo. Pero al romper con los anarquistas, fracasó en el ataque a Huesca y en el ataque a Zaragoza, y ése fue el final de su carrera militar. A partir de marzo de 1938, ocupó puestos militares secundarios, como comandante militar de Gerona y comandante militar de Figueras. Se exilió a Francia, y desde allí, a México.

[2] Juan Carlos Losada Malvárez, “La improvisación de oficiales”, La Guerra Civil, 10, de Historia 16, 1986.

[3] Antonio Magaz Pers, II marqués de Magaz, era veterano de la Guerra de Cuba. En 1923 fue miembro del Directorio Militar. En 1926-1930, actuaó como embajador en El Vaticano. En 1930 llegó a almirante y capitán general de Cartagena. En septiembre de 1936, fue designado embajador de España en El Vaticano, pero el Papa no le reconocía como tal, por lo que asaltó la Embajada de España en Roma e izó bandera rebelde. El Vaticano siguió sin declararse a favor de ningún bando en la Guerra de España. En 1937, Magaz fue retirado de Roma y enviado a Berlín como embajador, en donde estuvo toda la guerra, hasta 1940. En 1940, fue enviado a Buenos Aires hasta 1943.

[4] Alberto Onaindía Zuloaga, 1902-1988, fue un jesuita de Vitoria que e hizo activista social para trabajar con los obreros de Aenas de Guecho. También entró en contacto con el nacionalismo de José Antonio Aguirre Lecube y con el sacerdote sindicalista de ELA-STV Policarpo Larrañaga Aranguren. Onaindía creó Asociación Vasca de Acción Social Cristiana, con el fin de crear líderes para PNV-ELA. En 1935 abandonó esta asociación porque pensaba que estaba manipulada por empresarios vascos. Al empezar la guerra de 1936, firmuló la justificación de por qué el PNV estaba en el bando de la República. Esta posición del PNV determinó el que Franco decidiera fusilar a algunos curas vasquistas. Onaindía hizo la presentación al mundo de lo ocurrido en Guernica y exageró la tragedia a favor de los vasquistas. Más tarde, en 1937, negoció la retirada del ejército vasco de la guerra y su rendición ante el ejército italiano, el conocido Pacto de Santoña. Fue un cura muy polémico por ser muy nacionalista vasco. Consiguió que no se publicara nada sobre sus intervenciones en la Guerra de España, y se convirtió en un tema oscuro hasta muy avanzada la democracia española.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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