Indecisiones en la Guerra de España en septiembre de 1936.

Ideas clave: armas para el Gobierno en septiembre, armas para los rebeldes en septiembre, la embajada de Roma en verano de 1936, cambio de líderes en verano de 1936, Francisco Largo Caballero, dimisión de Giral, septiembre de 1936 entre los gubernamentales, septiembre de 1936 entre los rebeldes.

         Armas para el Gobierno de la República.

A fines de agosto llegaron algunas armas desde México para el Gobierno de la República Española. Las enviaba Lázaro Cárdenas. Eran 20.000 fusiles y 20 millones de cartuchos. México se deshacía de su material viejo, a fin de poder renovarlo, y apostaba por el bando del Gobierno.

A finales de agosto de 1936, llegó a Madrid, Marcel Rosemberg, como embajador de la URSS ante el Gobierno de España. Como era muy evidente para todos los europeos que España funcionaba como un conglomerado de Gobiernos, la URSS envió también a Barcelona a V.A. Antonov Obseenko, como cónsul general de la ciudad. Simultáneamente, el Gobierno de la URSS, organizó una gran manifestación popular en Moscú en solidaridad con la República Española. La URSS deformaba la realidad española para convertirla en una “guerra contra el fascismo”, lo cual era una táctica que les podía permitir intervenir en España, y tal vez poner un bastión comunista en el oeste del continente europeo. La idea de que se trataba de una guerra contra el fascismo, fue inmediatamente asimilada y obedecida por los comunistas españoles, e hicieron tal propaganda de ello, que todavía, un siglo después, se sigue aceptando como verdad única, lo que sólo era una campaña de la Internacional Comunista. La URSS se estaba preparando para el envío de armas a España. Pero realidad era que, en el bando rebelde, había demócratas monárquicos de Alfonso XIII, monárquicos carlistas, demócratas republicanos moderados, católicos de todas las tendencias políticas, y también falangistas que presumían de ser fascistas y eran una minoría insignificante. Pero la URSS optó por el lema de “no dejes que la realidad te estropee una buena campaña de propaganda”, y la insistencia machacona en la mentira, realizada por los comunistas españoles y extranjeros, hizo aparecer como verdad lo que no lo era.

En septiembre y octubre de 1936, a cambio del oro español, Francia autorizó la venta al Gobierno de España de aviones no armados, 2.000 fusiles, 50 ametralladoras, siete millones de cartuchos, 14 aviones de caza Dewoitine 37, 6 Potez 54, y 10.000 bombas para aviación que se metieron en España por el País Vasco. A lo largo de la guerra, Francia envió un mínimo de 50 aviones: 26 cazas Dowoitine 37, 12 trimotores Potez 52, 4 aviones de observación, 2 bombarderos trimotores Bloch 200, 2 Latecoere 28, 1 Liorè Olivier 21, 1 Bleriot 111/S, 1 Couzinet 101, y posiblemente 8 Potez 54 más , y 6 Amiot más. El contingente francés era insignificante en cantidad, y de calidad mediocre.

El Gobierno republicano compró en el mercado internacional de armas, en Londres: 4 Havilland Dragon Rapide bimotores, 4 Airspeed Envoy bimotores, y 1 Airspeed Viceroy bimotor, 3 Monospar monomotor, 1 Hawker Ospray monomotor, 2 avionetas Miles monomotor, 2 Percival Gull Six monomotor.

El 9 de septiembre, el Gobierno republicano se había gastado tres millones de libras oro en la compra de armas, y además de los aviones, había conseguido 200 ametralladoras, 22.000 fusiles, 8 cañones de 75 mm, cañones antiaéreos, 3 tanques, y millones de cartuchos. La cantidad era insignificante para la guerra.

Y a partir de octubre, llegó material de guerra ruso. Este llegaría en abundancia y de todo tipo de calidades, desde chatarra cuyas piezas se podían reutilizar para armar o reparar fusiles “nuevos”, hasta aviones de máxima tecnología.

         Armas para los rebeldes.

Los rebeldes recibieron en verano de 1936 algún material de guerra: se adueñaron de un avión de Lufthansa JU-52 que estaba en Canarias, e Italia les envió 12 Savoia 81 que se colocaron en Cerdeña el 1 de julio de 1936, tres semanas antes del levantamiento. Luego, a la hora de la entrega, se perdieron tres aviones en el viaje a España. Italia también les envió a fines de agosto 3 Fiat CR-32, 3 Andros Macchi-41 de caza, 9 Fiat que llegaron a Vigo, y 3 trimotores Savoia 81, que llegaron a Palma el 28 de agosto. Los aviones llegados a Vigo, fueron desmontados y cargados en vagones de ferrocarril que los llevaban a Sevilla, donde eran de nuevo montados.

Los alemanes enviaron 15 cazas Heinkel 51, 26 bombarderos, 9 He 51, 6 Junkers de observación, y 9 Heinkel que llegaron a Lisboa el 20 de agosto de 1936 en el mercante “Wigbert” y fueron trasladados a Cáceres en septiembre. Estos aviones fueron utilizados para ametrallar a los barcos gubernamentales en puerto, de forma que los inutilizaban temporalmente.

Los rebeldes compraron en el mercado internacional de armas: 4 Havilland Dragon Rapide bimotores, 2 Fokkers F-VII bimotores, 1 FokkerF-12 Bimotor, 1 Monospar monomotor, 2 cazas belgas Fayrey Feroce monomotores, 1 Fokker F-VII monomotor.

Los rebeldes compraron también a Italia, por 74 millones de liras, 5 tanquetas Fiat-Ansaldo, 12 ametralladoras antiaéreas, y 40 ametralladoras de campo. Y a Alemania le compraron 20 ametralladoras antiaéreas, 50 ametralladoras de campo, 8.000 fusiles, 8.000 granadas, 10.000 bombas de mano, y 8 millones de cartuchos.

El material de los rebeldes era muy poco para sostener una guerra. La guerra sería por tanto, una guerra “antigua”, con armamento de la Gran Guerra e incluso de años anteriores. Como las tácticas eran también decimonónicas, la Guerra de España sería vista con curiosidad y recelo en toda Europa.

Los rebeldes pagaban a crédito con el aval de financieros españoles, sobre todo Juan March, un hombre que obtuvo todo lo que quiso en España tras la victoria de Franco en 1939.

La Embajada española en Roma en verano de 1936.

Al empezar la sublevación en 18 de julio de 1936, el embajador español en Roma era Luis de Zulueta. Este hombre fue propuesto a El Vaticano en 1931, pero no fue aceptado por el Papa, que alegó que Zulueta tenía ideas modernistas de librepensador. Pero sí se le aceptó en 9 de mayo de 1936, porque el Papa quería relaciones con todos los Gobiernos de todos los signos políticos.

Cuando en agosto de 1936, la República envió como embajador a José María de Aguinaga, el personal de la embajada romana dimitió en bloque, y a Aguinaga no se le dejó entrar en la embajada española, incluso mostrando pistolas en las manos. El nuevo embajador pidió refugio en El Vaticano, pero se le negó la entrada, y decidió volverse a España. Cuando llegó a la frontera española, Franco tampoco le dejaba entrar en España.

Durante la guerra de 1936-1939, Luis de Zulueta continuó como embajador, y recibía diariamente a muchos españoles que habían huido de la zona roja y solicitaban asilo político en Roma. Los huidos le hablaban de asesinatos, persecuciones de sacerdotes, fusilamientos masivos… y Zulueta se hizo una imagen falsa de la guerra española, pues la mayoría le relataban charlas radiofónicas de Queipo de Llano en las que éste se inventaba historias lo más truculentas posible, para desacreditar a los “rojos”. La documentación de Roma sobre la Guerra de España es bastante incorrecta, porque la imaginación estaba sustituyendo a la verdad.

En la embajada española no había nadie durante la guerra. Un empleado italiano se ocupaba de pagar a la servidumbre. Las claves para cifrar mensajes en España fueron sacadas de la embajada fácilmente por los rebeldes españoles.

El Gobierno de la República Española nombró a Javier Conde García como Asesor Jurídico de Zulueta, y este hombre se hizo cargo de la Embajada en 12 de septiembre de 1936. Conde García estaba a bien con Mussolini, y tiempo después se supo que era franquista y colaborador de Mussolini. Como era un delegado del Gobierno de España, el confusionismo era patente.

En la embajada se traficaba con “libros raros”, que era la clave para trasladar cardenales y obispos de destino, y con “códices valiosos” que era la clave para trasladar frailes y monjas de convento.

Franco envió como su representante ante El Vaticano a Jaime Magaz i Pers marqués de Magaz, y desde entonces, el Gobierno italiano decidió entregar a Magaz el cheque que enviaba cada mes la República Española. Zulueta se quedó sin fondos.     Por su parte, Javier Conde se puso en contacto con un hombre de Hitler de la embajada alemana en Roma, al servicio del conde de Welczek, que antes había sido embajador en Madrid.

El Vaticano seguía teniendo contactos con Luis de Zulueta, al que consideraba embajador de la República Española. Y así fue hasta final de 1936. Entonces, Zulueta decidió emigrar a Bogotá (Colombia).

En resumen, la embajada española en Roma era un caos, y la información que podemos obtener por esta vía, no es fiable.

     Cambio de líderes en la Guerra de España.

En septiembre y octubre se afianzaron las jefaturas de gobierno de ambos bandos combatientes, Largo Caballero fue Presidente del Gobierno de la República desde 4 de septiembre, y Francisco Franco fue jefe absoluto del bando rebelde desde 1 de octubre. Y los frentes de guerra se estabilizaron, dando a entender que la guerra sería larga. Desde octubre de 1936, las referencias sobre España estuvieron mucho más claras en todas partes.

      Francisco Largo Caballero.

Desde 19 de julio de 1936, el poder había pasado de hecho a los sindicatos CNT y UGT. El hecho de entregarles armas fue definitivo. Pero los sindicatos no tomaron el Gobierno, sino que formaron comités sindicales, comités locales, comités de defensa, y trataron de incautarse de las tierras, fábricas y empresas para ser gestionadas por obreros. Pero la UGT de Largo Caballero no podía exigir el Gobierno porque CNT era muy superior en número y en armas, y CNT no podía formar Gobierno porque su pensamiento era contrario a la existencia de Gobiernos en el mundo. El poder se había dejado en manos de Giral, pero de forma “ficticia y teórica”, mientras se lo permitieran los sindicatos armados. Giral mantenía una apariencia de legalidad, pero no era capaz de hacerse obedecer por los milicianos. El haber disuelto el ejército el 19 de julio era una medida que le incapacitaba, y nunca fue capaz de restablecerlo. El Gobierno era necesario para obtener ayuda exterior y relaciones exteriores, y por eso los sindicatos mantenían a Giral. Pero el fracaso del ejército en Irún y en Talavera, cambiaron el parecer de los milicianos, y se decidió quitar a Giral de la Presidencia del Gobierno y sustituirle por un hombre más adecuado a lo que las distintas revoluciones pretendían.

Los sindicatos decidieron que el PSOE, como fuerza sindical mayoritaria, debía hacerse cargo del poder. Y dentro del PSOE, debía ser Largo Caballero, el líder sindicalista, el que asumiera la responsabilidad. Largo Caballero era el personaje peor preparado para ejercer un cargo de esa responsabilidad, pero era el que tenía el respeto de las milicias “socialistas”, que eran mayoría en ese momento.

En España se llama “socialista” a todo el que tiene un carnet del PSOE, a pesar de que en este partido hay todo tipo de ideologías, como en casi todos los partidos, incluso ideologías fascistas, o “nacionalsindicalistas”, e ideologías comunistas, católicos muy convencidos junto a ateos, demócratas junto a antidemócratas. El aspecto de un momento de un partido lo da su Junta Directiva o Comisión Ejecutiva de ese momento, un grupo muy reducido de personas. Los dirigentes del PSOE y de UGT, tienen la costumbre de pontificar quién es socialista y quién no lo es, pero los historiadores no debemos dejarnos guiar por estas santificaciones y anatemas. Sin esta advertencia, es muy difícil entender los discursos y documentos españoles. Y si además, tenemos en cuenta que los dirigentes del PSOE dicen que la derecha es fascista, porque lo dicen ellos, el confusionismo es máximo.

Un partido político es una agencia de colocación de sindicalistas, abogados y universitarios en general, los cuales a menudo no tienen en cuenta las ideologías, sino la posibilidad de hacerse con un carguillo, de los cientos de miles de que dispone el partido en el poder, o de las decenas de miles de que dispone el partido en la oposición. La honestidad del partido depende de que el pequeño grupo de dirigentes crea o no en valores éticos, o sólo aspire a la permanencia en el dominio de esos cientos de miles de colocaciones. Todos los partidos políticos son iguales en este sentido. Y la eficacia del partido, depende de que el pequeño grupo dirigente esté compuesto por intelectuales que están realmente formados, y tengan un nivel de honestidad, o bien se trate de gente intelectualmente mediocre, o directamente torpe y corrupta. La justificación a la que recurren estos dirigentes es la “democracia de los votos”, lo cual les permitiría hacer todo tipo de deshonestidades, ilegalidades  y corruptelas. La democracia liberal es la que consigue más derechos concretos y más poder adquisitivo palpable para cada uno de los ciudadanos, y no es democracia el hacer grandes declaraciones de principios para justificar el mantenimiento en el poder, ni siquiera cuando se obtiene la mayoría de los votos. Para eso, se inventaron las contraposiciones de poderes, para que los unos eliminaran la posibilidad de que ineptos y delincuentes lograran hacerse con el poder en cualquiera de los otros poderes.

Aunque desde un punto de vista absolutista, debemos recordar el famoso eslogan liberal ilustrado  “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

También debemos recordar que los poderes del Estado no son tres, aunque lo haya dicho Mostesquieu, sino que además del legislativo, ejecutivo y judicial, existe el poder militar y policial o privilegio del uso de la violencia, el poder de la prensa o de dar versiones de la información, el poder de manipular las conciencias, el poder de controlar el dinero y las inversiones, el poder de controlar la distribución de productos, el poder de controlar las vías de comunicación, el poder de controlar la energía, el poder de controlar una materia prima de especial relevancia y no sustituible, y otros.

Indalecio Prieto Tuero, era el líder mejor preparado intelectualmente en el PSOE en ese momento. Era taquígrafo, mientras que Largo Caballero era estuquista. El nivel intelectual de ambos era muy bajo, pero Prieto estaba intelectualmente por encima de Largo Caballero. Prieto había trabajado en La Voz de Vizcaya, y en El Liberal desde 1901, y llegó a ser propietario de ese periódico. A los 16 años de edad, ingresó en el PSOE en la idea de que la burguesía vasca era nacionalista y de derechas, y que se debía luchar contra ella. En 1918 consiguió ser Diputado, y una de sus ideas que le hizo popular fue atacar la política española de mantener una guerra en Marruecos. En 1923, no quería que el PSOE colaborase con Primo de Rivera, y en ello se opuso a Largo Caballero y a Julián Besteiro, que pensaban que participando en el poder se reforzaba al partido y al sindicato UGT frente a los anarquistas, y más tarde se tendría acceso a una revolución social. Prieto estuvo en 1930 en el Pacto de San Sebastián que pretendía expulsar al rey Alfonso XIII, y arrastró a todo el PSOE a ponerse junto a los republicanos. De pronto, Largo Caballero se pasó a las filas de los no colaboradores con el Gobierno de Primo de Rivera, y apareció como líder de los ugetistas revolucionarios. Al empezar la República de 1931, se produjo en España una fuga de capitales y una devaluación de la peseta, y fue el momento de los populismos, y el triunfo de Largo Caballero. Prieto fue Ministro de Obras Públicas en diciembre de 1931, y planteó los viejos ideales regeneracionistas de hacer pantanos para regadío. La falta de ideas, les llevaba a todos los políticos del momento a las que ya estaban aceptadas y eran populistas. En octubre de 1934, “octubre rojo” en Asturias, Prieto participó en la rebelión y tuvo que exiliarse, hasta que fue elegido Diputado en febrero de 1936 para la República. No quería el poder mediante las armas, sino ganándolo en elecciones. Largo Caballero aprovechó para mostrarse partidario de las armas, pero no de una revolución bolchevique, sino de un revolución española, con él mismo como líder socialista. Inventó el “socialismo de clase”.

CNT era el organismo más fuerte entre los milicianos de Madrid. Se había preocupado de almacenar armas y municiones en los días previos al golpe de julio de 1936, y se había hecho con la mayoría de las armas que se repartieron a partir del día 20 de julio.

A principios de septiembre de 1936, Federica Montseny dijo en Unión Radio Madrid: “Ahora no somos ni socialistas, ni anarquistas, ni comunistas, ni republicanos, sino antifascistas”, y con ello dijo la palabra mágica que les unía a todos, el antifascismo. Era una torpeza política, pero fue celebrado como una gran idea. En caso de triunfo, ello abocaba a una guerra interna entre todos ellos. Pero nadie quería pensar en ello. Federica Montseny admitía participar en el Gobierno de España de Largo Caballero. Pero todavía era pronto para que los anarquistas se lo admitiesen a ella. Ni sus padres estaban convencidos de que fuese una buena idea.

Clara Campoamor contó, tiempo después, que en realidad, pensaban gobernar los socialistas, comunistas y anarquistas, sin Largo Caballero. Resultó todo lo contrario.

La propuesta de Montseny llamó la atención de Azaña y del embajador de la URSS en España, Rosemberg, que había llegado a España en 24 de agosto de 1936. Ambos veían muy peligroso el optar por la ruptura de la legalidad, frente a unos rebeldes que ya habían roto con la legalidad. Y lo peor no sería apartar a Largo Caballero, sino apartar a los republicanos. Podían dividirse las fuerzas sociales republicanas en dos mitades, republicanos que eran mayoría, y socialistas de clase y comunistas, que eran minoría, y los rebeldes ganarían mucha fuerza con ello. Incluso podían abandonar los republicanos a sus socios de Gobierno.

Por otra parte, si Largo Caballero aceptaba el poder, debía ser con la condición de que renunciase a la dictadura del proletariado, es decir, a su “socialismo de clase”. Sus socios debían ser necesariamente los republicanos, pues los demás estaban a punto de prescindir de él.

La teoría que se impuso en esos días entre los gubernamentales era sencilla y falsa: “Aplastemos el fascismo, y luego haremos la revolución”. Era una frase bonita pero absolutamente inviable por irracional. ¿Qué revolución se iba a hacer luego? Claridad, el periódico de Largo Caballero, les contestó que guerra y revolución eran la misma cosa, y que la una necesitaba de la otra. Vivían un mundo de fantasías. La opinión de Claridad fue secundada por anarquistas, por POUM, y por largocaballeristas, todos los que pensaban hacer sus propias revoluciones, pero no la aceptaban los pesoístas moderados o democráticos, los prietistas. El momento de indecisión era peligroso en el momento de inicio de la guerra.

Entonces, Largo Caballero se sintió llamado por el destino para salvar a España, y aceptó formar Gobierno. Ofreció un Ministerio sin cartera a CNT, y CNT aceptó. El designado  fue Antonio Moreno, que era subsecretario del comité de CNT. Pero el 3 de septiembre de 1936, el pleno de la Asamblea de Regiones de CNT, rechazó que un anarquista estuviera en el Gobierno, y CNT renunció a tener un Ministerio.

Francisco Largo Caballero, 1869-1946, era un hombre de fuertes virajes ideológicos, y por ello, muy difícil de definir, salvo que pensemos que era de formación intelectual muy superficial, y de prácticas muy populistas. Nació en Madrid en una familia pobre, y apenas fue a la escuela. Vivió un tiempo en Granada, y volvió enseguida a Madrid, con su madre. Trabajaba desde niño, y en 1878 se hizo aprendiz de estuquista, con 9 años de edad. Vivió de ese oficio hasta los 32 años. Se afilió a “El Trabajo”, una sociedad de albañiles integrada en UGT, y fue sindicalista porque la vida le llevó por ahí. En 1890, conoció a Pablo Iglesias Posse, y quedó impresionado por su discurso, y entonces, se afilió a UGT y en 1894 se afilió a PSOE en Agrupación Socialista Madrileña, que es como se llamaba el PSOE en Madrid. Participó como vocal obrero del Instituto de Reformas Sociales desde 1904.

En 1908, Largo Caballero fue Vicepresidente de UGT, porque tenía facilidad de palabra, aunque tuviera pocos conocimientos. Y en 1909, fue por primera vez a la cárcel por organizar huelgas. En 1910, era famoso en Madrid y fue elegido concejal, junto a Pablo Iglesias y Rafael García-Ormaechea Mendoza. Por entonces pretendía acuerdos con los republicanos. Fue el momento en que Largo Caballero abandonó su oficio de estuquista y pasó a cobrar del partido. Tenía 41 años de edad y cuando no detentaba un cargo político, le pagaba el partido. Y fue un momento duro para un ignorante como él, pues su ignorancia le hacía desmerecer en el Ayuntamiento. Pero su facilidad de palabra y capacidad para enardecer a las masas, le sacaron adelante. Pasó a la dirección de UGT en 1914, y del PSOE en 1915.

En 1916, Largo Caballero fue vicepresidente de UGT, y lideró una huelga de ferroviarios que le llevó de nuevo a la cárcel y allí conoció a los anarquistas que le hablaron de la huelga general. Aprendió la teoría de la huelga general. Largo Caballero la propuso en 1917. Tras el fracaso de la huelga, se juró odio eterno a los republicanos, a los que creía culpables del fracaso de la huelga, del maltrato obrero, de los bajos salarios… Confundió su problema de inferioridad intelectual frente a los líderes republicanos, con el problema de los derechos de la clase obrera. Destacó en 1917 como uno de los cuatro dirigentes de la huelga revolucionaria fallida. Por ello fue condenado a 30 años, pero fue puesto en libertad en 1918 al ser elegido diputado por Barcelona. Entonces accedió a Secretario General de UGT, cargo que ejercería hasta 1938.

En julio de 1918 Largo Caballero acudió a Amsterdam a una reunión de la Federación Sindical Internacional, y se encontró de nuevo con el hándicap de su propia ignorancia. Besteiro le hacía de intérprete, y así aprendió bastantes cosas. En febrero de 1919 acudió a Berna para preparar la fundación de la Oficina Internacional del Trabajo. En octubre de 1919 estuvo en Washington, junto a Araquistáin y a De los Ríos, para trabajar en la OIT. En estas reuniones oyó hablar de organización sindical, de tácticas huelguísticas y de los fines de la huelga, y se hizo reformista. Fue cuando comprendió que el comunismo internacional no era la vía de redención del proletariado. Pero Largo Caballero no estaba preparado para distinguir entre reformismo y revolución, y simplemente, siguió el camino reformista de Pablo Iglesias. Pablo Iglesias había escrito sobre el tema en 1898 en Organizaciones de Resistencia, pero Largo Caballero no se lo había leído.

La ideología de Largo Caballero se ha denominado por todo lo anterior, “de organizador de la clase obrera” y de “corporativismo obrero”. Pero es muy difícil de definir, porque Largo Caballero cambiaba de argumentos constantemente.

Durante la Dictadura de Primo de Rivera, Largo Caballero se interesó por la “política de clase” y dijo que era secundario la colaboración, o no, con la dictadura. Siguió la línea de Besteiro y Saborit, que pretendían colaborar para obtener las máximas ventajas para el obrero, incluso en Dictadura. Este grupo, tenía en su contra a Prieto, a De los Ríos y a Menéndez. En junio de 1924, desapareció el Instituto de Reformas Sociales, y el tema laboral se integró en el Ministerio de Trabajo. Y Largo Caballero estaba en el Consejo del Trabajo. También colaboró en el Consejo de Estado de la Dictadura.

Por entonces, Largo Caballero formuló su primera teoría política, o teoría del “socialismo de clase”: La organización sindical es el valor prioritario para el obrero; UGT debe actuar exclusivamente como “clase obrera” y no como partido; UGT debe ser representativa, jerarquizada, y fuertemente burocratizada; las negociaciones sindicales deben ser globales y sometidas a la legislación vigente, pues así el obrero adquiere la máxima fuerza dentro del Estado; UGT se organizará en los Comités Paritarios, para obtener las ventajas laborales.

En 1924, Largo Caballero empezó a pensar en las relaciones entre UGT con PSOE. Hablaba de la necesidad de una nueva reestructuración orgánica, dentro del movimiento socialista español, y de una nueva orientación de las intervenciones políticas. Decía que PSOE y UGT eran dos cosas completamente distintas, aunque fueran ramas de un mismo tronco. La UGT no debía limitarse a la negociación económica, sino que era preciso que el sindicato entrase en el campo de la política. Los obreros debían llegar al poder por medios legítimos, y ello era posible si el sindicato actuaba “orgánicamente”. Largo Caballero colaboró con Primo de Rivera como Consejero de Estado del Instituto de Reformas Sociales.

En 1925, tras morir Pablo Iglesias, Largo Caballero luchó por la jefatura del PSOE, y se enfrentó a Julián Besteiro, pues no aceptaba las posturas “socialdemócratas” de éste, sino que quería un Estado Obrero. Tampoco Besteiro supo formular las ideas de la socialdemocracia, pero tendía a ello.

En 1927, Largo Caballero se dio cuenta de que en su participación política, estaba adquiriendo compromisos con la dictadura que condicionaban su libertad y sus aspiraciones sociales sindicales revolucionarias. Y abandonó la idea del colaboracionismo con el poder.

En 1928, PSOE celebró su XVI Congreso, y UGT celebró el XII Congreso. Y se enfrentaron los que se oponían a colaborar con la dictadura, que eran Prieto, Menéndez y Morón, con los que defendían la colaboración, que eran Besteiro, Largo Caballero y Saborit. En el Congreso de PSOE, Caballero dijo que posiblemente el partido no debía colaborar con el Gobierno, pero que el sindicato sólo debía defender a los trabajadores, y defender los derechos adquiridos, para lo cual había que estar en contacto con el Gobierno. Besteiro fue elegido Presidente, Caballero fue Vicepresidente, y Saborit Secretario de la Comisión Ejecutiva. En el Congreso de UGT, Besteiro fue Presidente, Saborit Vicepresidente, y Caballero Secretario.

En 1929 Primo de Rivera ofreció cinco Representantes en la Asamblea Nacional a los ugetistas, pero sólo Besteiro opinó que se debía aceptar. Largo Caballero se opuso de forma incomprensible. Cambiaba de pensamiento, tal vez porque ya no era popular Besteiro. Se estaba “adaptando” a la nueva realidad.

Largo Caballero estuvo en el Pacto de San Sebastián de 1930, donde se pactó acabar con la monarquía.

En abril de 1931, Largo Caballero fue Ministro de Trabajo y Previsión Social. Identificaba al sindicato con “la clase obrera organizada”, representante de todos los obreros, por lo que los intereses del sindicato resultaban siempre democráticos. Y creía que los intereses de los obreros se podían imponer sobre los de los de los empresarios. Ello iniciaba una revolución, aunque Largo Caballero creía que eran reformas. Y sus Decretos fueron drásticos. Durante 1931-1933, se fue declarando cada vez más extremista de izquierdas, partidario de “la dictadura del proletariado”.

En 1933, Largo Caballero dio un giro más, y dijo que “como decía Engels”, la república democrática podía ser un paso hacia la liberación del proletariado. Sonaba a socialdemocracia, pero no en la boca de Largo Caballero.

Largo Caballero llevó a los obreros a la Revolución de Octubre de 1934. En 1934 organizó la sublevación que cuajó en Barcelona y Asturias, y fue procesado y absuelto. En diciembre de 1935 hubo de dimitir de la presidencia del PSOE por presiones de Besteiro y Prieto, pero se encargó de hacerles las cosas difíciles desde UGT a los que le boicoteaban desde el PSOE. En 1936 quiso hacer un Frente Obrero, que evolucionó al Frente Popular cuando intervinieron los comunistas. En 1936 fue Diputado por el Frente Popular y tras el estallido de la guerra fue llamado a Presidente de Gobierno, en septiembre, siendo además Ministro de Guerra. Tras su caída del Gobierno, los socialistas le despojarán de todas sus jefaturas, huirá de España en 1939, caerá en un campo de concentración, Oraniemburg, se le liberará en 1945 y marchará a París. Murió en París en 1946.

         Dimisión de Giral.

El 4 de septiembre de 1936, hubo reunión de la Comisión Ejecutiva del PSOE en el Ministerio de Marina. Giral comunicó su dimisión, y se trasladó al Palacio Nacional (Palacio Real), donde encontró a Largo Caballero hablando con Manuel Azaña. Nada más saber la noticia de la dimisión de Giral, Largo Caballero salió hacia la sede de UGT para hablar con Ruiz de Funes y con Giner de los Ríos, y a las 14:00 horas del 4 de septiembre, presentó su lista de Ministros. Azaña se la aceptó. Azaña le había pedido un Gobierno de concentración de partidos políticos y sindicatos. La Cartera de Obras Públicas le fue ofrecida a José Antonio Aguirre, y éste la rechazó, por lo que ese puesto iba en blanco.

        Septiembre de 1936 entre los gubernamentales.

En septiembre, ya se tenía conciencia de que la guerra iba a ser larga. En ese momento, el Gobierno de Madrid fue más consciente del error cometido al repartir armas el 19 de julio, y pensó en retirar las armas. Pero ya no era posible. Los sindicatos sabían que gracias a las armas, tenían el poder. Y le contestaron al Gobierno con la necesidad de la “Unidad Interclasista Antifascista”, un argumento para no entregar las armas. Prometieron no luchar entre ellos, pero todos sabían que si ganaban la guerra, tendrían que luchar cada uno por su revolución. El ambiente era revolucionario, y no provenía de consignas, ni de órdenes de dirigentes políticos, sino que el pueblo se había creído las martingalas de que todos tendrían tierra y trabajo. Y los obreros exigían todo, y estaban contra todo. La Guerra estaba de hecho perdida para el Gobierno, pero los líderes gubernamentales todavía no se lo creían. El factor tiempo actuaba contra los gubernamentales, a medida que las disputas entre comunistas, socialistas y anarquistas se fueran agrandando. Sólo Gran Bretaña se dio cuenta de esta realidad, por un buen análisis político y social de lo que estaba pasando.

El “pueblo revolucionario” desafiaba al Gobierno, desafiaba a la legalidad vigente, estaba en contra de los militares, estaba en contra de todas las autoridades. Pero era un pueblo ignorante que no era capaz de organizarse y abolir la legalidad vigente, y lo más difícil, sustituirla por otra viable. Por eso, la guerra iba a ser larga, y por eso, estaba perdida para el Gobierno desde el principio.

Las acciones populares se limitaban a colectivizar propiedades y a matar “facciosos”, o “fascistas” como decían los comunistas. La pregunta era por qué se respetaba al Gobierno constituido, y posiblemente fuera, porque se sabían perdedores, y necesitaban la ayuda exterior de Francia y Gran Bretaña para tener alguna oportunidad de victoria, la que sin un Gobierno, no obtendrían de ningún modo.

En este ocultamiento de la verdad, todas las declaraciones de los políticos eran falsedades, incluso cuando afirmaban que ellos no habían vulnerado la Constitución ni las leyes, y los rebeldes sí. La verdad era que entregar las armas a grupos antidemocráticos que buscaban acabar con la Constitución, era un acto inconstitucional, aunque dijeran lo contrario los socialistas y los comunistas. Era una dejación culpable del poder del Estado. Los sindicatos querían las armas para acabar con todo el sistema legal establecido, y no precisamente por la vía democrática, si entendemos por democracia la democracia liberal representativa y social. Otra cosa es jugar con las palabras, y hablar desde el punto de vista de la “democracia socialista”, que equivale a “la toma del poder por los trabajadores”.

Por esta razón, los rebeldes tenían sus argumentos, cuando decían que los gubernamentales llevaban vulnerando la legalidad democrática desde 1931.

Y también los rebeldes decían ser democráticos, cuando era obvio que se habían rebelado contra la Constitución y la legalidad vigente. Además de la circunstancia de que los rebeldes se estaban apoyando en grupos anticonstitucionalistas que iban a destruir la legalidad vigente, como eran los autoritarios africanistas, y también los falangistas.

En un país analfabeto, pero no tonto, el español corriente estaba muy confundido en sus creencias, convicciones y valores. Las palabras le confundían, pero el sentido común le decía que ambos bandos eran un peligro social, y que lo esencial era salvar la vida como pudiese. Muchos jugaban a decir que servían a todos, mientras podían, en un juego dramático en el que todos podían ser víctimas mortales de una denuncia de uno cualquiera de ellos. El terror se imponía, y con el terror, el silencio. Si les ordenaban luchar en una trinchera, lo hacían, y si les ordenaban luchar en la otra, también. Podía matarle cualquier denuncia ante los anarquistas, los comunistas, los pesoístas, los católicos o el cura del lugar, los requetés, los falangistas, y se le mataría sin juicio previo y sin pruebas de nada. El terror en que se vivió durante tres años, fue atroz. En casos menos definitivos, se podía confiscar los bienes de cualquiera, y otro se los apropiaba tras pública subasta, en la que sólo pujaba uno de los vecinos del pueblo. Las heridas de esta guerra de terror, perduraron durante todo el franquismo, y más.

No era el caso de los fanáticos dirigentes de los partidos y sindicatos, que esperaban la revolución para asegurarse una fortuna personal.

Los gubernamentales entendían que, para ganar la guerra, debían recuperar el poder y la organización del Estado. Como Giral no era obedecido en nada, se pensó que, entregando el poder político a Largo Caballero, que era el líder del grupo más numeroso que tenía el poder de hecho, tal vez se recompusiera el Estado. Pero Largo Caballero era uno de esos fanáticos que se creía lo de la revolución, y dijo que aceptaba el poder “para democratizar definitivamente la institución del Gobierno”. En esa locura, hasta los anarquistas aceptaron entrar en el Gobierno, en un absurdo doctrinal difícilmente explicable fuera del ambiente que estamos comentando. También iban a democratizar el Gobierno. Pero la entrada de anarquistas y comunistas en el Gobierno significaba la destrucción del Estado, tal como estaba concebido.

La información y la desinformación de la prensa, periódicos y mítines, consiguió que nadie tuviera las ideas claras sobre lo que estaba pasando. Y muchos actuaron por intuición, según viejos criterios morales. El tema dio lugar a muchas novelas y películas, de hombres buenos en cualquiera de los dos bandos. Y los males se achacaron “a las circunstancias difíciles que les había tocado vivir”. Pero los derechos humanos eran conculcados todos los días en ambos bandos. En esos días, había que ponerse anteojeras y sobrevivir. Y tal vez matar para no ser ese día la víctima.

El conflicto vivido en la España de 1936, no puede ser identificado con la revolución rusa de 1917, porque ésta era la revolución de los soviets, mientras en España había media docena de revoluciones en marcha (largocaballerista, leninista, anarquista, catalanista, vasquista, dictatorial antidemocrática y fascista, como mínimo, sin contar varios modelos socialistas, varios anarquistas, varios comunistas, restauración monárquica carlista en sus versiones de integrismo católico y de liberalismo), las cuales estaban condenadas a eliminarse físicamente, antes de imponerse. Los comunistas en la España de 1936, eran una minoría insignificante, aunque muy activa.

El conflicto español de 1936, tampoco es asimilable al vivido por Alemania en 1918, en donde se luchaba entre un modelo comunista y otro socialdemócrata, aunque la única forma de solucionarlo fuera acabar con los comunistas. En España, los comunistas cada vez fueron más en número y más activos durante todo el periodo de la guerra civil, porque tenían las ideas más claras que los otros grupos.

España sólo podía ser identificada por su desorganización política, económica y social. Además, España no partía de una situación autoritaria como la zarista, sino de una democracia corrompida en democracia liberal burguesa, la cual había producidos una situación de hambre crónica y extrema. Y España no aspiraba a un modelo político y social, sino a muchos distintos, simultáneos y contradictorios. En España se habían vivido 120 años de corrupción del sistema liberal, de pérdida constante de derechos individuales, de falta de separación entre poderes y vigilancia entre ellos, de costumbre de no respetar la constitución ni las leyes, de corrupción constante de la Corona con reyes adictos al sexo y al dinero, con funcionarios igualmente corruptos, con caciques por encima de la ley y de las fuerzas de orden público, y los españoles estaba cansados de todos ellos, y de todos los salvadores que nunca habían cumplido lo prometido en cada “revolución” del XIX. En España no había un poder establecido y otro que tratase de desplazarle y adueñare del Gobierno, sino una multiplicidad de poderes, cada uno de los cuales gobernaba en su momento pero que los anteriores.

Explicar la España de 20 de julio de 1936 a 4 de septiembre de 1936 a un neófito, es materialmente imposible. Para un estudioso extranjero, o para un alumno joven, es prácticamente inabordable, por el número de partidos, facciones, líderes, leyes y puntos de vista. Hay que tener en cuenta que los anarquistas dejaron subsistir y alimentaron un Estado burgués, que los comunistas abandonaron las normas leninistas para adoptar la doctrina de ganar primero la guerra y dejar la revolución para después, que los republicanos liberales confiaron sin ningún motivo en los socialistas y creyeron poder imponerse en su momento a los socialistas y comunistas, que los pesoístas moderados construyeron su propia doctrina a la que llamaron “socialismo”, pero era poco racional, que los largocaballeristas creían en una revolución popular ordenada bajo un líder redentorista…

Y en conclusión, la realidad fue que cada líder de cada comité local hizo en cada momento lo que le dio la gana: Asturias y País Vasco actuaban como poderes independientes; Cataluña creía haber encontrado su vía a la independencia, en medio de una lucha entre anarquistas, comunistas, católicos y nacionalistas; Valencia se disponía a imitar a Cataluña en todo; Baleares fue por libre; en Andalucía, cada provincia era un mundo políticamente diferente; Aragón podía ser anarquista o comunista por un lado, o catalán o español por el otro.

    Septiembre de 1936 entre los sublevados.

Entre los sublevados, durante el periodo de 20 de julio a 4 de septiembre, cada general hizo lo que quiso, y la descoordinación fue tan grande como entre los gubernamentales. Respetaban el estado de guerra y el código de justicia militar, pero no se atenían a sistema legal alguno concreto, ni obedecían a ninguna autoridad de Gobierno superior a la suya. El abogado Ramón Serrano Súñer dijo entonces que era preciso establecer “un Estado de derecho”, porque los sublevados no tenían un líder, ni un partido único, ni un proyecto de Estado. De hecho, Mola actuaba a su aire desde Burgos y la región norte parecía independiente, Andalucía no obedecía a nadie de fuera de Andalucía, y Franco era el jefe de Extremadura. El resultado global era que se improvisaba en todo, en la guerra y en la economía de guerra. Nadie quería ordenar un sistema político, porque tanto Falange Española, como los carlistas de Comunión Tradicionalista, como los de Renovación Española, o los políticos que quedaban de CEDA, todos pensaban en ser ellos los que se hiciesen con el poder.

En la zona rebelde, en septiembre de 1936, la Junta de Defensa declaró fuera de la ley a todos los partidos, sindicatos y organizaciones del Frente Popular, con pena de incautación de sus bienes y documentos y perdida de los puestos de trabajo para los que estuviesen afectados en esas instituciones. Los españoles perdían sus derechos como ciudadanos en ambos bandos.

Así como Franco domesticaba a Falange, también entregaba la educación a la Iglesia Católica, y por decretos de 29 de septiembre de 1936 y de 9 de diciembre de 1936, la religión se hizo obligatoria en la enseñanza primaria y secundaria. Los maestros debían demostrar sus creencias religiosas, mediante práctica diaria y antecedentes, siendo despedidos los que no agradaban al clero. La Iglesia organizó cursillos de orientación religiosa para los maestros imponiendo los métodos a seguir en la enseñanza y los criterios éticos. Ningún alumno podía eximirse de la clase de religión, excepto los marroquíes. Estos decretos alcanzarán toda su significación en 1937, cuando se dé orden de intensificar las prácticas devotas en las escuelas, lo cual significaba que la enseñanza debía hacer ejercicios espirituales todos los años en el mes de mayo bajo vigilancia de los maestros y profesores de instituto. Los maestros debían tener una imagen de la virgen en sus clases, y los profesores de instituto y Universidad un crucifijo en el aula. Los soldados debían asistir a misa cuando se celebrase esa ceremonia. Los párrocos distribuían formularios para cada familia en los que cada miembro de la familia debía manifestar cuándo y dónde había cumplido con su deber pascual (confesar y comulgar por Pascua Florida), de lo que resultó que casi toda la población del bando “nacional” cumplió con Pascua en 1937. En los hospitales y comedores sociales se oía misa, rezaba en las comidas y se rezaba el rosario por la tarde.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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