Errores del Gobierno republicano en el inicio de la Guerra de España. El caos.

Ideas básicas: errores de Largo Caballero y de Prieto, panorama de la guerra en agosto-septiembre de 1936, política confusa de los republicanos.

     Errores de Largo Caballero y de Prieto.

Largo Caballero y su Ministro de Marina y Aire, Indalecio Prieto, cometieron graves errores tácticos en la guerra en agosto y septiembre de 1936. Teniendo, como tenían, casi toda la flota española, habían descuidado la guardia del Estrecho en julio de 1936, y en septiembre, abandonaron Mallorca en manos rebeldes, y de nuevo debilitaron la presencia de la flota en el Estrecho. El error tal vez se deba imputar a la “democratización” de la Marina en manos populares, cuando los comités de soldados se hicieron cargo de los buques de guerra. El error sería entonces entender por democratización, la caída en el populismo. El Alto Estado Mayor de Marina tenía menos peso que los sindicatos militares. Si la Marina, o cualquier otro órgano del Estado, caen en manos de mentes ignorantes, y ello significa malfuncionamiento del Estado o deterior de los derechos de los ciudadanos, no hay tal democratización, sino caldo para una revolución. La verdadera democracia es que cada vez más ciudadanos tengan más y mejores calidades de derechos. Y como los derechos cuestan dinero, democracia es también el desarrollo económico que permita más puestos de trabajo realmente productivos, con lo cual más ciudadanos tengan acceso a comer, y a satisfacer sus derechos culturales. Pero Largo Caballero no entendía nada de esto, pues su nivel cultural era escaso. Era un hombre de partido, de largos discursos en los que se escuchaba a sí mismo, de aspiraciones a un líder social, y por eso le conocían en España como el Lenin español.

A primeros de septiembre de 1936, el proyecto del Gobierno de tomar Baleares había fracasado. Cada expedición había perseguido sus propios fines, la una había querido Baleares para Barcelona, y la otra para Valencia. El acorazado “Jaime I”, y el crucero “Libertad”, escoltaron a los que reembarcaban hacia Barcelona. Una vez libres de la amenaza gubernamental, los rebeldes habilitaron el puerto de Palma como base de operaciones en el Mediterráneo, esto es, el lugar para recibir material de guerra italiano, y el refugio para los apuros en las operaciones marítimas en el Mediterráneo occidental.

En 21 de septiembre de 1936, zarparon un acorazado, dos cruceros y seis destructores hacia el Cantábrico. En vez de asegurar Mallorca y el Estrecho de Gibraltar, se alejaron al punto más lejano. Llegaron a Gijón y Santander el 24 de septiembre de 1936. Allí descargaron armas y municiones y restablecieron el tráfico marítimo que estaba bloqueado por los rebeldes. Pero no destruyeron ningún buque rebelde del Cantábrico, lo que no tiene ningún sentido estratégico. En el momento en que la Marina republicana abandonara el Cantábrico, los rebeldes volverían a esas costas. El Alto Estado Mayor estaba en desacuerdo, pero se hizo de todos modos el abandono del Estrecho.

También debemos ver cierto complejo de superioridad del Gobierno republicano: En el Estrecho de Gibraltar habían quedado 5 destructores y varios submarinos. De pronto, aparecieron en el Estrecho los cruceros rebeldes “Almirante Cervera” y “Canarias”, a los que el Gobierno, equivocadamente, daba por inutilizados y en reparación en El Ferrol, y estos buques rebeldes transportaron todo tipo de material y hombres desde Ceuta hasta Algeciras. El traslado de hombres y material desde Ceuta a Sevilla se hizo de forma masiva, y el Gobierno de la República de España perdió una ventaja definitiva.

Una vez hecho el transporte de tropas y material, estos barcos rebeldes entraron en el Mediterráneo para cortar los suministros gubernamentales que llegaban a Cartagena. Se demostraba que el error del Gobierno Largo Caballero había sido monumental.

Victoria naval rebelde en el Estrecho: El 29 de septiembre de 1936, el “Almirante Cervera” y el “Canarias” estaban en Cabo Espartel, cerca de Tánger. El “Almirante Cervera” navegaba próximo a la costa, mientras el Canarias iba mar adentro. El “Almirante Cervera” avistó al destructor gubernamental “Gravina”, y éste huyó a Casablanca. El “Canarias” avistó al “Almirante Ferrándiz” y lo hundió, porque el “Canarias” llevaba cañones alemanes de largo alcance, y no tenía nada que temer del otro buque, cuyos cañones alcanzaban la mitad en el tiro.

Mientras tanto, lo principal de la flota gubernamental navegaba por el Cantábrico. Entonces, Prieto se dio cuenta de su error, y envió a los buques del Cantábrico que volvieran al Estrecho de Gibraltar. Los buques llegaron a mediados de octubre, pero ya no tenía arreglo el que Franco hubiera pasado todo el material pesado y todos los hombres que consideró conveniente a la Península. Cuando en febrero de 1937, los rebeldes tomaron Málaga, el dominio del Estrecho pertenecería a los rebeldes.

Extrañamente, el Gobierno republicano no declaró estado de guerra hasta 1939, por lo que la iniciativa de la guerra en el bando gubernamental quedó en manos de los sindicatos obreros. Lo peor era que se había disuelto el ejército en 18 de julio, y no era fácil reconstituirlo en su modo estándar, disciplinado y autoritario. El ejército es una cosa demasiado seria y compleja como para dejarla en manos de charlatanes sindicalistas que lo “popularizan”, o según su lenguaje, lo “democratizan”.

Por ejemplo, en Carabanchel (Madrid) se hizo con el poder un albañil anarquista llamado Cipriano Mera Sanz 1896-1975, iniciado en el laborismo en UGT, pero pasado a CNT en 1920. Cipriano organizó columnas y fue sobre Alcalá de Henares y Guadalajara contra los sublevados de estas ciudades. Por su valía en estas decisiones, se le entregó el mando de la XIV División. Al final de la guerra, en 1939, se opuso al entendimiento con Franco y a la entrega del poder a los comunistas. En 29 de marzo de 1939 se fue a Orán, que era francés, y desde allí fue extraditado y condenado a muerte, pero su sentencia fue conmutada por cadena perpetua y salió de la cárcel en 1945, huyó a Francia lo más rápidamente que pudo, para seguir trabajando como albañil.

Otro de las figuras representativas del ejército del bando republicano en Madrid fue el comunista Simón Sánchez Montero, 1915-2006, el cual tomó la guerra como un paso hacia la revolución comunista. Oriundo de un pueblo de Toledo, emigró a Madrid a buscar trabajo. Fue primero sastre, y luego panadero. No tuvo excesivo protagonismo en la guerra, pero sí en el devenir del PCE después de la misma. En 1936, era representante del Sindicato de Artes Blancas y Alimentación dentro de PSOE-UGT, y se pasó al PCE. Como miembro poco destacado del partido, no huyó de Madrid en 1939, y fue detenido en 1945, cuando la represión franquista ya no era tan mortífera, y ya no había fusilamientos inmediatos para los comunistas.

En todos los casos, los líderes populares son grandes oradores que arrastran a las masas, pero poquísimas veces son gente preparada para dirigir racionalmente a esas masas.

     Panorama de guerra en septiembre de 1936

En la Sierra de Madrid, Somosierra y Guadarrama, se seguía luchando desde los primeros días de la sublevación. El plan de Mola de julio de 1936, había sido ir sobre Madrid en cuatro columnas, la una desde Navarra por Somosierra, la segunda desde Valladolid (Castilla la Vieja) por Guadarrama, la tercera desde Zaragoza por Guadalajara, y la otra desde Sevilla, por Extremadura y Talavera de la Reina, llevando el ejército de África. Él mismo dijo que la quinta columna ya estaba dentro de Madrid, y eran los descontentos con el Gobierno.

Las fuerzas del norte se dirigieron a la Sierra de Madrid con unos 10.000 requetés, con unos miles de falangistas y con tropas profesionales diversas. Su acción fue un fracaso desde el principio, pues no entendieron que estaban dando un golpe de Estado, y se entretuvieron en hacer “limpieza” de enemigos en retaguardia, retrasando en cinco días su llegada a Madrid, la que debiera haber sido hecha en 24 horas, y no era complicado, pues los camiones tenían capacidad para avanzar a 40 kilómetros por hora, iban por una carretera abierta, sin acoso enemigo notable, y las distancias a recorrer eran de 200 kilómetros en el caso de Valladolid, y 400 kilómetros en el caso de Pamplona. 10 horas hubieran debido ser suficientes para llegar. Tardaron cinco días, y se encontraron con que los milicianos madrileños, soldados no profesionales, habían ocupado las cumbres y habían excavado trincheras. Se inició una batalla en las cumbres, sin final previsible. El fracaso de Mola es comparable al de Largo Caballero e Indalecio Prieto.

Se dice que la causa de este increíble retraso, era la escasez de munición y las huelgas que organizaban los sindicatos. Mola decretó que quien hiciese huelga fuese fusilado, y así se acabó la huelga de ferroviarios de Valladolid. En cuanto a la escasez de munición, el que el golpe viniera siendo preparado desde marzo de 1936, y no se hubiera previsto este “detalle”, era preocupante. Los sublevados dijeron que esperaban la munición del ejército de África, el cual tenía abundante munición. Pero el ejército de África y el material no pasaron masivamente a la Península hasta septiembre de 1936. También los rebeldes explicaron la amenaza que suponía el dejar el País Vasco, Santander y Asturias en retaguardia, leales a la República. También tenían algunos problemas con guerrillas locales en Galicia y León. Ninguna de estas excusas es válida en un golpe de Estado, en donde la rapidez en conseguir el objetivo es básica.

Las fuerzas rebeldes alcanzaron Somosierra y Guadarrama, donde encontraron resistencia republicana y entablaron combates. Las municiones las aportaban aviones alemanes que volaban desde posiciones del ejército de África en Portugal y Marruecos. Era poca munición.

Los republicanos habían supuesto que el ataque les vendría por la Sierra de Madrid y habían fortificado las cumbres. Habían organizado milicias que eran llevadas a la Sierra en camiones y excavaban trincheras y organizaban patrullas de localización del enemigo, pero solían pedir frecuentes días de descanso para disfrutarlos en Madrid. Las dificultades de los republicanos era que tenían pocos mandos militares de carrera y eran sorprendidos continuamente por ataques de flanco, que nunca acertaban a prever.

Zaragoza se vio atacada por anarquistas catalanes que consideraban la ciudad de Zaragoza como su centro espiritual, sede de sus principales líderes e ideólogos anarquistas. Los anarquistas iban conquistando el Aragón oriental pueblo a pueblo, sin tácticas, y fusilando a todos sus prisioneros e incluso a los desertores del enemigo, excepto si podían demostrar que eran de CNT. La guerra era sangrienta, pero ineficaz.

Las milicias catalanas que atacaban Zaragoza estaban compuestas por columnas muy diferentes: La mayoría eran anarquistas. Había algunas del POUM, Partido Obrero Unificado Marxista, que era antiestalinista. Había algunas de Esquerra Republicana de Catalunya. Había algunas de PSUC Partido Socialista Unificado de Cataluña, unificación de socialistas y comunistas catalanes.

Huesca era defendida por falangistas y fue sitiada por los anarquistas. Se atacaban insultándose, lanzándose granadas de mano, y en ataques a bayoneta calada, todo ello sin menoscabo de respetar la hora de la siesta por ambos lados en algunos días señalados.

El País Valenciano era complicado, pues los comerciantes y muchos agricultores eran conservadores, mientras los obreros eran republicanos. El 18 de julio, el Gobernador de Valencia, de Izquierda Republicana, no quiso repartir armar a CNT y UGT, y eso fue interpretado por éstos como que era rebelde. Del general Fernando Martínez-Monje Restoy, capitán general de la III División Orgánica-Valencia y Murcia, no se sabía en qué bando estaba, pues se declaraba fiel a la República pero tenía acuarteladas las tropas en disposición de sublevarse en cualquier momento, pero no colaboraba con los líderes populistas. Los sindicalistas dieron por hecho que también era de los sublevados, y convocaron huelga el 19 de julio y constituyeron un Comité Obrero CNT-UGT como Gobierno de la ciudad, que entonces tuvo dos Gobiernos, el republicano y el del Comité Obrero. Giral envió a Valencia a Martínez Barrio para evitar esta situación, y Martínez-Monje reiteró su fidelidad a la República pero se siguió negando a repartir armas a CNT. Las calles de la ciudad de Valencia estaban abandonadas, y en ellas peleaban los obreros atacando iglesias y conventos, y los falangistas matando piquetes obreros incendiarios. Era una extrañísima manera de hacer una guerra.

En Valencia, el Comité Obrero decidió atacar los cuarteles, y el asalto fue dirigido por el teniente retirado José Benedito Lleó y algunos guardias civiles, el 31 de julio, logrando el éxito en su objetivo. Entonces, el Comité CNT-UGT de Valencia fue reconocido por Giral como Gobierno legítimo de Valencia. El Comité Obrero de Valencia mandó una columna de obreros a atacar Teruel, que se había declarado insurgente, y la dirigían unos guardias civiles, que se pasaron al enemigo una vez cercanos al objetivo. Lo restante de la columna castellonense, era mandada por el teniente de artillería José Benedito, y el sindicalista de CNT, Domingo Torres, y consiguieron llegar al noreste de la ciudad de Teruel, y los pueblos de Villalba Baja y Corbalán, en donde establecieron un frente que se mantuvo hasta febrero de 1938. Aquello era muy voluntarioso, pero tenía poco sentido militar.

En Asturias: Oviedo, ocupado por Aranda, estaba sitiado por los mineros. Gijón tenía los cuarteles sublevados, pero sitiados por mineros a quienes se rindieron el 17 de agosto. Avilés y Santander eran republicanos. En El Ferrol y en Vigo los obreros habían formado guerrillas para molestar a los insurgentes, que dominaban los centros principales de Galicia. El mayor problema de estas guerrillas era que si iban a Portugal, eran detenidos y entregados a los rebeldes.

En el País Vasco, zona católica e industrial, muy de derechas, los carlistas y los militares intentaban controlar todo el País, pero dominaba el PNV y éste simpatizaba con la legalidad republicana porque esperaba del Gobierno el estatuto de Autonomía. Y todo se complicaba con el sentido religioso que tenían los vascos, de mezclar religión con política: El obispo de Pamplona, Marcelino Olaechea, se negó a bendecir las tropas que iban a la guerra, y los carlistas se sintieron muy decepcionados. El obispo de Vitoria, Mateo Múgica, se declaró simpatizante del PNV. Los carlistas lanzaron una campaña en contra de ambos obispos. El cardenal Gomá viajó al País Vasco pretendiendo que Olaechea y Múgica condenaran la actitud del PNV de colaborar con la República, pero estos obispos se negaron a elaborar la pastoral que Gomá tenía preparada. La tuvo que redactar Gomá, y obligarles a firmar por obediencia debida. Pero los obispos vascos declararon públicamente que habían sido obligados. La guerra entre los falangistas y requetés, por un lado, y los vasquistas del PNV, por el otro, había empezado. En agosto de 1936 los falangistas y requetés detenían sacerdotes vascos, los encarcelaban y fusilaban. También cortaban el pelo a las mujeres y las llevaban a misa los domingos para exhibir su cabeza rapada. Múgica salvó el pellejo porque fue enviado por Gomá a Roma. El 7 de septiembre de 1936, los del PNV formaron su propio Gobierno y negociaron con Largo Caballero sus condiciones: se haría un decreto reconociendo al Gobierno Vasco. Largo Caballero contestó que él no podía hacerlo, pues era tema que competía a las Cortes, pero les ofreció un Ministerio en Madrid. El 1 de octubre de 1936 se les aprobó un estatuto y Manuel de Irujo fue admitido como miembro del Gobierno de Madrid. El País Vasco se quedaba en la zona republicana.

En Barcelona, Companys entregó el poder a los anarquistas y éstos afirmaron que el poder estaba en manos del “colectivo” anarquista. La realidad era que los anarquistas tenían las armas. Entonces los barceloneses abandonaron las chaquetas y sombreros, y se vistieron de anarquistas, en mangas de camisa. Hasta se abolieron las propinas a los camareros “porque eran degradantes para el obrero”. Todos los obreros portaban armas, que eran el signo del poder, no importando que fueran viejas, ni que estuvieran sin munición muchas veces. Se organizaron comités obreros para hacerse cargo de los servicios públicos. Las mansiones de los huidos fueron convertidas en escuelas, hospitales y orfanatos. Los comités se hicieron cargo de las fábricas fusilando a veces a sus antiguos propietarios, aunque otros propietarios se prestaron a actuar como asalariados de sus propias empresas, ahora nacionalizadas. Los salarios fueron elevados un 15% y las rentas de los pisos bajaron un 50% por decreto. Pero se impuso un impuesto de guerra equivalente al 10% de los ingresos de cada trabajador. Las tiendas al por menor fueron respetadas. Federica Montseny predicó la “unión libre” que sustituía al matrimonio, pero no permitía el divorcio. En educación, pensaba que los niños podían ir a la escuela o educarse con sus padres en casa, que era lo mismo.

La Generalitat trataba de salvar vidas facilitando pases hacia los barcos del puerto, pues los trenes y la frontera estaba dominados por los anarquistas. Los carmelitas de la calle Lauria fueron ametrallados a la puerta de su iglesia cuando los soldados rebeldes abandonaron su iglesia, donde se habían hecho fuertes el 18 de julio. Casi todas las iglesias de Barcelona fueron incendiadas. Los obispos de Tortosa, Gerona y Tarragona fueron salvados por la Guardia Civil enviada por la Generalitat. Los catedráticos conservadores se salvaron pidiendo pases a los catedráticos de izquierda.

En Madrid, los obreros colectivizaron los talleres, y el Palace Hotel se convirtió en orfanato para las víctimas extremeñas y andaluzas. Los negocios extranjeros fueron confiscados.

En general, en la España republicana, las rentas de fincas y casas fueron abolidas y los registros de la propiedad incendiados. Algunos pueblos colectivizaron la tierra y otros la distribuyeron entre los jornaleros. Los ayuntamientos fueron reemplazados por comités obreros, formados por un miembro de cada partido del Frente Popular.

    Política confusa de los republicanos.

No hubo cambios reales en la agricultura: ni en los cultivos ni en las técnicas de producción. Se hacían grandes declaraciones ampulosas y “revolucionarias”, pero no se llevaban a la práctica, excepto las que significaban cierta venganza social, y eran leyes excéntricas y propias de odios seculares: las iglesias fueron convertidas en hospitales y mercados; algunos pueblos abolieron el dinero y funcionaron con vales, pues los anarquistas decían que el dinero era un instrumento del capitalismo. El dinero sólo servía para relaciones comerciales con el exterior de cada pueblo; el salario se irracionalizó, desde el punto de vista económico, hasta el punto de ser variable según las necesidades familiares del trabajador. En el País Vasco no hubo colectivizaciones. En Asturias se colectivizó el comercio, y se cambió el dinero por vales. Se colectivizaron los barcos de pesca y las fábricas de enlatado de pescado. En Castilla la Nueva, la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra FNTT, de UGT, colectivizó fincas al estilo del Koljós ruso.

Las colectivizaciones funcionaron de forma desigual, unas bien dirigidas, y otras en anarquía completa, desastrosamente.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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