Gobierno Martínez Barrio, 19 de julio de 1936.

Conceptos clave: Gobierno de Martínez Barrio, la rebelión en Madrid el 19 de julio, la rebelión en Valladolid el 19 de julio, la rebelión en la Marina el 19 de julio, la rebelión en Barcelona el 19 de julio, la rebelión en Burgos el 19 de julio, la rebelión en Madrid el 19 de julio, la rebelión en Zaragoza el 19 de julio, el avance asturiano hacia Madrid el 19 de julio, dimisión de Martínez Barrio,

Al anochecer del 18 de julio, era muy difícil sustituir al Presidente del Gobierno. Los sindicatos obreros se estaban manifestando en casi todas las ciudades españolas, y gritaban que querían armas. Pero el Gobierno Republicano tenía tanto miedo a entregar armas a los anarquistas, comunistas y largocaballeristas, como a la sublevación militar que, todavía, era republicana y liberal, y no se había manifestado de otra manera.

El 18 de julio, tras la dimisión de Casares Quiroga a las 20:30 horas, Azaña convocó una reunión en casa de Felipe Sánchez-Román Gallifa, para hablar de la Presidencia del Consejo de Ministros.

Felipe Sánchez-Román Gallifa, era catedrático de Derecho en Madrid, y entró en política para oponerse a Miguel Primo de Rivera. Se hizo de “Agrupación al Servicio de la República” en 1931, y se opuso al Estatuto de Autonomía de Cataluña porque lo consideraba anticonstitucional, y desleal respecto a los pactos de San Sebastián de agosto de 1930. En 1933, había creado un grupo elitista que se llamó Partido Nacional Republicano. Sus militantes eran profesionales intelectuales como Antonio Sacristán Colás, Ramón Feced Gresa, Manuel Ruiz Villa, Gonzalo Figueroa O`Neil duque de Torres, Justino de Azcárate Flórez, Antonio Güemes conde de Revillagigedo, Alfonso de Mora y Alfredo Correa. Estaban orgullosos de ser élite intelectual. Este grupo, en febrero de 1936, quería la coalición de pesoístas con republicanos, pero no la participación de comunistas en el Frente Popular. Pero Largo Caballero exigió que los comunistas estuvieran en el Gobierno, o el PSOE no participaría. Sánchez Román abandonó el Frente Popular.

A las 22:30 horas, los convocados a la reunión supieron que Santiago Casares Quiroga había dimitido como Presidente del Gobierno, y la reunión efectiva no se produjo hasta las 23:00 horas, porque Azaña estaba ocupado en las funciones propias de la Presidencia de la República.

Azaña recurrió a la Ley, la cual decía que, en ausencia del Presidente del Consejo de Ministros, el Presidente de las Cortes asumía las funciones presidenciales. El Presidente de las Cortes era Diego Martínez Barrio. Martínez Barrio fue designado Presidente Provisional, y luego, Azaña asistió a la reunión de Sánchez Román.

Pero Martínez Barrio no pudo formar Gobierno hasta las 00:30 horas del 19 de julio. No era fácil encontrar un equipo en esas circunstancias. Este Presidente, el más fugaz de la historia de España, gobernó hasta las 09:00 horas del 19 de julio, unas ocho horas en total. Su presidencia fue de lo más trágico en la historia de España, y no por su culpa.

Asistieron a la reunión convocada por Azaña y Sánchez- Román, que comenzó realmente a las 23:00 horas del 18 de julio: Manuel Azaña, Martínez-Barrio, Marcelino Domingo, Antonio Lara, Indalecio Prieto y Enrique Ramos. Azaña propuso que Martínez Barrio formase Gobierno, y que participasen en él Indalecio Prieto y Sánchez-Román. Era un intento de presentar un Gobierno moderado que permitiera pactar con los militares rebeldes republicanos, que eran los que dirigían el levantamiento. Incluso José Antonio Primo de Rivera estaba de acuerdo en hablar con un Gobierno republicano moderado, siempre que éste se comprometiera a acabar con la violencia contra los conventos e iglesias, y contra los grupos de derechas. Prieto exigió que se entregase el Gobierno a Casares Quiroga, y que no se hablase con José Antonio. No se llegó a ningún acuerdo. Azaña opinó que Martínez Barrio debía ser Presidente del Gobierno y Ministro de Guerra simultáneamente en ese momento difícil. Prieto sería Ministro de Obras Públicas, y Sánchez-Román sería Ministro de Estado. El Gobierno sería aceptable para José Antonio Primo de Rivera, y con ello se acabaría gran parte de la rebelión civil, al retirarse Falange Española de la coalición rebelde. Prieto exigió la continuidad de Casares Quiroga, y no hubo acuerdos.

          Diego Martínez Barrio[1].

Es muy interesante considerar la personalidad de un hombre que creía en la democracia liberal, pero que por su poca formación académica, no había sido capaz de constatar que la Segunda República no era ni demócrata ni liberal y de derecho, hasta que los hechos le fueron indicando que la realidad era muy diferente a lo que él imaginaba. Y cuando fue consciente de la realidad de su tiempo, ya era tarde para cambiarla. La Segunda República fue convertida en un mito, dotado de todas las virtudes, pero sólo fue la ocasión que buscaban los anarquistas, comunistas, socialistas de clase, carlistas y fascistas, catalanistas, vasquistas, valencianistas, galleguistas, integristas católicos, y otros, para hacer sus propias revoluciones. Fue un momento de antiliberalismo burgués, pero no hubo auténticos avances hacia la socialdemocracia, ni hacia el liberalismo social respetando un Estado de derecho.

Diego Martínez Barrio, 1883-1962, no recibió en Sevilla más formación académica, que la que él mismo se procuró mientras trabajaba sucesivamente en una panadería, en una imprenta, y en un matadero municipal. Y ante la injusticia social que percibía, se afilió al anarquismo, pero lo abandonó cuando se dio cuenta en 1903, de que el anarquismo buscaba la revolución, pero no la justicia social. En 1905 buscó por el lado del republicanismo, y se dejó hechizar por un charlatán como Alejandro Lerroux, sin más ideales que su propia supervivencia política. Pero creía que la unión de los republicanos regeneraría España, y en 1908, creó “Fusión Federalista”, e ingresó en la masonería. En 1909 publicaba artículos en La Lucha, lo que le valió para ser concejal en Sevilla, y en 1910 le regalaron una imprenta, y tuvo su propio periódico, El Pueblo. En 1913 perdió popularidad y no le eligieron concejal. En 1920, organizó una asociación de sevillanos progresistas, y volvió a salir elegido concejal, e incluso le hicieron Presidente del Partido Republicano Autónomo de Sevilla. En 1923, Martínez Barrio se presentó a Diputado, pero los empresarios de Sevilla sacaron adelante a Juan Ignacio Luca de Tena, hijo del director de ABC, que les convenía mucho más. Juan Ignacio dimitió en cuanto supo de las condiciones en que había sido elegido, un gesto de honradez no muy común entre los políticos. Pero no hubo tiempo para sacar conclusiones, porque en septiembre, empezó la dictadura. Martínez Barrio estaba decepcionado por el anarquismo, por la burguesía, por el ejército y por la Iglesia. Y la conclusión a que llegó fue que, por su clandestinidad, sólo la masonería era una plataforma desde la que se podía luchar por regenerar España. Ingresó en “Isis y Osiris”, del Gran Oriente Español.

En agosto de 1930, Martínez Barrio apoyó a los republicanos de San Sebastián, y éstos le llamaron para ser miembro del Comité Revolucionario Republicano. Tuvo que huir por Gibraltar hasta París y Hendaya. En la República de 1931-1936, fue Ministro de Comunicaciones, Diputado por Sevilla en junio, le hicieron Vicepresidente del Partido Republicano Radical, Gran Maestre del Gran Oriente Español, y Presidente de Honor de la Liga de Derechos del Hombre. Todos se querían beneficiar de su buen prestigio. También era una tentación para anularle, pero Martínez Barrio tuvo buen criterio, y no se puso a la cabeza de los revolucionarios, sino adoptó posiciones de moderantismo, partidario de una democracia liberal y social como nunca había habido nunca en España. Martínez Barrio tuvo ocasión de conocer al PSOE de verdad, y se convenció de que no era democrático liberal, y que el largocaballerismo era una distorsión de la sociedad que sólo perseguía llevar a los dirigentes obreros al poder, sin importar las consecuencias morales y económicas de esa acción. Las Leyes de Largo Caballero le horrorizaban, y la tolerancia de Azaña para con las inmoralidades pesoístas y republicanas le decepcionó.

El 9 de octubre de 1933, le hicieron Presidente del Consejo de Ministros como hombre fiable para dirigir unas elecciones, y convocar luego las Cortes. Pero todavía le faltaba lo más decisivo, decepcionarse de Lerroux, al que consideraba su maestro: fue Ministro de Guerra, y Ministro de Gobernación para Lerroux, y entonces conoció al verdadero Lerroux, más allá de la propaganda y los discursos fatuos. Lerroux era amigo de cambalaches políticos y económicos en todo lo que le sirviera para permanecer en el poder y ganar dinero. Y en mayo de 1934, Martínez Barrio rompió con Lerroux y abandonó el Partido Republicano Radical.

En septiembre de 1934, Martínez Barrio creó “Unión Republicana” como proyecto de unir a los radicales, demócratas, y radical socialistas de Félix Gordón Ordax. Y el año 1935 le dio la razón en todo lo que opinaba sobre Lerroux. Los escándalos dejaban completamente desprestigiado a Lerroux. En febrero de 1936, Martínez Barrio fue Diputado, y su partido obtuvo 35 escaños, pero le nombraron Presidente de las Cortes, patada hacia arriba para quitárselo del protagonismo político. El 8 de abril de 1936, al cesar Alcalá-Zamora como Presidente de la República, Martínez Barrio ejerció de Jefe del Estado 33 días, hasta 11 de mayo.

El 18 de julio, a las 20:30 horas, le encargaron formar Gobierno, pero no fue capaz de presentar un equipo hasta el 19 de julio de 1936, hacia las 00:30 horas. Su misión era hacer el Gobierno de Conciliación que siempre había defendido y nunca le habían aceptado. Era un día después de empezados los sucesos de julio. Martínez Barrio habló por teléfono con los principales rebeldes para convencerles de que depusieran su actitud, pues él se comprometía a rectificar los errores de la República. Nadie le hizo caso tampoco esta vez. Y Martínez Barrio no tuvo éxito.

Durante la Guerra de 1936, Martínez Barrio organizó el abastecimiento de las Brigadas Internacionales, y la recluta de milicianos en Valencia y Albacete. Y en 1939, se exilió a París, donde como Presidente del Congreso de Diputados, recibió la dimisión de Azaña que cesaba como Presidente de la República en febrero de 1939. En mayo se fue a Cuba y a México, donde vivió en la miseria. Y de nuevo fundó Alianza Republicana como un intento de unir a los republicanos españoles de toda Iberoamérica. Todavía le quedaban decepciones por vivir: en 1945, los aliados decidieron no atacar a Franco, y Martínez Barrio se quedó en París, hasta su muerte.

     Intentos de evitar la guerra.

Felipe Sánchez Román, presentó el 18 de julio un plan de negociaciones con los sublevados que contenía los siguientes puntos: alto el fuego inmediato por las dos partes; desarme de las milicias de ambos bandos; prohibición de huelgas; Gobierno de concentración sin comunistas, en el que participarían los sublevados; disolución de Cortes; elección de nuevas Cortes constituyentes, cuyo Proyecto Constitucional sería elaborado por un Consejo Consultivo Nacional; compromiso por ambas partes de renunciar a la fuerza.

A las 24:00 del 18 de julio hubo una nueva reunión en el Palacio Nacional, a la que no asistió Prieto, el más radical. Tampoco se logró un acuerdo para constituir Gobierno. Pero en un momento dado, se acordó aceptar el Gobierno Provisional de Martínez Barrio. Se le encargó a Martínez Barrio, que hiciese un Gobierno de concentración entre republicanos, y prescindir de Acción Popular, partido al que no se consideraba seguro, y también prescindir de Lliga y de comunistas, los cuales tenían su propio modelo de revolución, y no era cosa de darles más poder desde el Gobierno.

Pero antes de formar su Gobierno, Martínez Barrio había estado llamando a los posibles generales rebeldes, a fin de intentar un acuerdo que evitase la guerra. Martínez Barrio telefoneó a todos los militares importantes, y todos le declararon fidelidad al Gobierno, pero más de la mitad mintió. Sólo Mola le dijo que estaba comprometido con los rebeldes.

Azaña le confirmó como Presidente, un tiempo después de las doce de la noche. Pongamos media hora.

     Gobierno Martínez Barrio, 19 de julio.

  Presidente del Consejo de Ministros, Diego Martínez Barrio, 1883-1962.

  Gobernación, Augusto Barcia Trelles, 1881-1961, Izquierda Republiacana, IR

  Obras Públicas, Antonio de Lara Zárate, 1876-1939, Unión Republicana.

  Instrucción Pública y Bellas Artes (educación), Marcelino Domingo Sanjuán, 1884-1939, Izquierda Republicana.

  Agricultura, Ramón Feced Gresa, 1894-1959, Izquierda Republicana.

  Industria y Comercio, Plácido Álvarez-Buylla y Lozana, 1887-1939, independiente.

  Hacienda, Enrique Ramos Ramos, 1890-1958.

  Trabajo, Sanidad y Previsión Social, Bernardo Giner de los Ríos García, 1888-1970, (antes de Comunicaciones).

  Justicia, Manuel Blasco Garzón, 1885-1954.

  Guerra, general José Miaja Menant, 1878-1968.

  Estado, Justino de Azcárate Flórez 1903-1989, Partido Nacional Republicano.

  Marina, José Giral Pereira, 1879-1962, Izquierda Republicana.

  Comunicaciones y Marina Mercante, Juan Lluhí Vallescá, 1897-1944, Esquerra Republicana de Catalunya.

  Sin cartera encargado de dialogar con los sindicatos, Felipe Sánchez Román y Gallifa, 1893-1956, Partido Nacional Republicano.

Sobre las 00:40 horas del 19 de julio, Martínez Barrio pidió información sobre el estado de cosas en cuanto a la rebelión. Para comenzar a tomar medidas, quería localizar un grupo de militares que fueran indudablemente fieles al Gobierno. Martínez Barrio habló por la radio a media noche, para explicarse ante las clases sociales altas, que eran las que tenían aparatos receptores.

José Miaja Menant fue Ministro de Guerra interino en sustitución de Masquelet. Había sido Jefe de la I División Orgánica interino durante “una enfermedad” de Virgilio Cabanellas. Se puso al mando de la I División Orgánica, Madrid, al general Manuel Cardenal Dominicis, el cual asumía el cargo de forma provisional hasta la llegada del titular, Luis Castelló Pantoja, el cual debía llegar desde Extremadura. Cuando Castelló llegó a Madrid, por la mañana del día 19, ya había cambiado el Gobierno, y Giral le había nombrado Ministro de Guerra. En ese momento, el jefe de la I División Orgánica, Madrid, era Celestino García Antúnez. Si los cambios parecen demasiado rápidos al lector, debemos adelantar, que el día 20, García Antúnez fue sustituido por José Riquelme en el mando de la I División Orgánica. En dos días, la División había tenido seis Jefes: Virgilio Cabanellas, José Miaja, Manuel Cardenal, Luis Castelló, Celestino García Antúnez y José Riquelme. Quedaba muy claro el desconcierto gubernamental sobre quién era fiel, y quién era rebelde, y quién serviría para solucionar la crisis sobrevenida.

El Gobierno envió un telegrama a todos los Jefes de División, Comandantes Militares, Gobernadores Civiles y Jefes de guarniciones marítimas, para comunicar que Martínez Barrio era el nuevo Presidente del Gobierno de la República, y que apoyaban a ese Presidente los de Izquierda Republicana, Unión Republicana y Partido Nacional Republicano. Como muchos de los rebeldes eran liberales y republicanos, todavía se esperaba una conciliación que evitara el enfrentamiento armado.

Poco después de las 03:00 horas del día 19, Martínez Barrio empezó a llamar por teléfono a los capitanes generales de las distintas Divisiones Orgánicas: Miguel Cabanellas, de la V División (Zaragoza) no se comprometió a nada, ni dijo que se rebelaba, ni dijo que era fiel al Gobierno. Domingo Batet, de la VI División (Burgos), se declaró fiel al Gobierno, y le comunicó que sus oficiales obedecían en realidad a Emilio Mola, que estaba en Pamplona. Martínez Monje, de la III División (Valencia) le dijo que se mantendría fiel al Gobierno. Martínez Cabrera, Gobernador Militar de Cartagena, le dijo que sería fiel al Gobierno de la República. Luis Castelló Pantoja, desde Badajoz, le dijo que era fiel al Gobierno.

Y Martínez Barrio dio por supuesto que el coronel Antonio Aranda Mata, Gobernador Militar de Asturias, le sería fiel, pues había servido bien en la represión de la rebelión de octubre de 1934, pero se equivocó. Si le hubiera llamado, hubiera recibido una respuesta de fidelidad, pues Aranda no quería descubrirse todavía. También dio por supuesto que el general Francisco Patxot Madoz, Gobernador Militar de Málaga, le sería fiel, pero era rebelde. Las suposiciones resultaban equivocadas. Así que el Presidente del Consejo de Ministros se hizo una idea equivocada de la situación, y supuso que era mucho menos grave de lo que en realidad era. Llegó a la conclusión de que la rebelión se centraba en Pamplona y en África, y de que era fundamental Pamplona, pues la flota impediría el paso del Estrecho al ejército de África.

Martínez Barrio no pensaba que la rebelión hubiera triunfado definitivamente todavía en la madrugada del 19 de julio. Eran fieles al Gobierno un buen número de generales: Juan García Caminero, Inspector General del Ejército; Miguel Núñez de Prado Susbielas, Director General de Aviación; Sebastián Pozas Perea, Director General de la Guardia Civil; Cristóbal Peña Abuin, jefe de la División de Caballería de Madrid; José Miaja Menant, capitán general de la I División, Madrid; José Fernández Villa-Abrille, capitán General de la II División, Sevilla; Fernando Martínez-Monge Restoy, capitán general de la III División, Valencia; Francisco Llano de la Encomienda, capitán general de la IV División, Barcelona; Domingo Batet Mestres, capitán general de la VI División, Burgos; Nicolás Molero Lobo, capitán general de la VII División, Valladolid; Enrique de Salcedo Molinuevo, capitán general de la VIII División, La Coruña; Agustín Gómez Morato, jefe de las fuerzas de Marruecos; José Riquelme López-Bago, presidente de la Asamblea de Órdenes; Carlos Masquelet Lacaci, Jefe de la Casa Militar dl Presidente Azaña. Y el Ministro de Gobernación informaba de que la Guardia Civil no se sublevaría.

Diego Martínez Barrio decidió negociar con Emilio Mola, líder de la sublevación. Le ofreció los cambios que considerase oportunos, incluso un cambio en el Gobierno, en el que Mola sería Ministro, y que muchas fuentes dicen que Ministro de Guerra. Mola le comunicó que estaba a punto de sublevarse, y no escondió su postura. Martínez Barrio insistió en que no era preciso verter sangre, y Mola respondió que se debía a las personas a las que había dado su palabra, también a Francisco Franco y al requeté navarro. Mola terminó diciendo que el ofrecimiento de Martínez Barrio llegaba demasiado tarde.

Por otra parte, Largo Caballero, el líder de UGT, exigía repartir armas a los líderes obreros, como se había hecho en la Guerra de la Independencia y en las guerras del siglo XIX. Para Largo Caballero, el Gobierno de Martínez Barrio era un Gobierno conservador que trataba de llegar a conversaciones con los rebeldes. Los obreros no estaban de acuerdo con este Gobierno que no les daba armas. En la madrugada del 19 de julio, los socialistas y comunistas declararon su insumisión al Gobierno, e incluso pidieron la muerte de Diego Martínez Barrio. Mientras Martínez Barrio formaba Gobierno, hubo en Madrid manifestaciones multitudinarias convocadas por los pesoístas, comunistas, ugetistas, y anarquistas. Francisco Largo Caballero y Santiago Carrillo dirigían los grupos de milicianos más numerosos, y se habían inclinado por la revolución, lo cual significaba la guerra civil.

A las 03:00 horas del 19 de julio, hubo una reunión en casa de Martínez Barrio, en la que estuvieron Marcelino Domingo, Antonio Lara, general José Miaja, general Sebastián Pozas, Augusto Barcia Trelles y Felipe Sánchez-Román. Se constató que si se cedía a las peticiones de Largo Caballero, la guerra civil sería un hecho. Si no se hacía nada, se corría el riesgo de perder ante el golpe de Estado. Si se buscaba la colaboración de los militares fieles al Gobierno, se podía detener el golpe, pues muchos de los golpistas, incluso José Antonio Primo de Rivera, estaban dispuestos a ceder, cuando hubiera un Gobierno no marxista ni anarquista.

El Gobierno de Martínez Barrio destituyó a varios generales, sustituyó a algunos, detuvo a otros, y eximió de obediencia a los soldados cuando sus jefes se declararan rebeldes al Gobierno de la República. Era muy tarde para ese tipo de medidas, y la orden tuvo eficacia en Madrid y en Barcelona, pero ya no llegó a tiempo para ciudades pequeñas como Pamplona y Burgos que habían empezado ya la rebelión.

Martínez Barrio dejó de confiar en los generales, y cometió otro de los grandes errores de esos días: Dio un Decreto de Disolución del Ejército. El Decreto se publicó en la mañana del 19, cuando gobernaban ya José Giral Pereira.

Poco después, en la madrugada del 19 de julio, se recibió un telegrama de Tetuán, firmado por Franco, invitando al Gobierno a rendirse ante la evidencia de la sublevación del ejército. Francisco Franco no era el líder de los sublevados, y estaba inmiscuyéndose en funciones que no le correspondían, pero estaba indicando la amenaza de que el golpe fuera antiliberal y antidemocrático, en vez de reformista liberal.

Rebelión en Madrid en la noche del 18 de julio.

El día 18 por la noche, en el Cuartel de Zapadores de Carabanchel, se enfrentaron a tiros los oficiales y suboficiales de ambos bandos, republicanos y rebeldes, y hubo muertos y heridos. Los rebeldes llamaron al teniente coronel Alberto Álvarez Rementería, el cual pidió la declaración de estado de guerra. Más tarde, el 19 por la tarde, se presentó en Carabanchel el general García de la Herrán, uno de los principales cabecillas rebeldes de Madrid, y se hizo cargo del mando del cuartel. El Ministerio de Guerra había enviado al cuartel al general García Benet, pero no le dejaron entrar a hacerse cargo del mando. Álvarez Rementería murió el 20 de julio en las puertas del cuartel de Carabanchel.

El 19 de julio, a las 00:20 horas, en Madrid, el Director General de Seguridad, José Antonio Mallol, dio la orden de comenzar la rebelión usando para ello una clave previamente convenida.

En la vida normal de los ciudadanos de Madrid, no estaba pasando nada extraordinario en la noche del 18 al 19 de julio. A las 01:00 horas se produjo la salida de los cines y teatros. Lo raro de ese día para el ciudadano, era que no había taxis, y por la calle circulaban motocicletas sobre las que iban guardias armados. También pasaban coches con gente gritando y enseñando armas. Gritaban que iban contra los cuarteles de los sublevados de Madrid. Pero la gente estaba viviendo una noche normal.

La rebelión en la VII División Orgánica, Valladolid.

La VII División Orgánica, Valladolid, comprendía: Zamora, Salamanca, Valladolid, Segovia, Ávila y Cáceres, y estaba a las órdenes del general Nicolás Molero Lobo. En Valladolid, la rebelión empezó a las 23:30 del 18 de julio.

Mola había confiado la dirección del golpe en Valladolid al coronel Ricardo Serrador Santés, pero en abril fue denunciado y pasado a la situación de disponible, y confinado en Madrid. No obstante, el 17 de julio, Serrador estaba en Medina del Campo, dispuesto para colaborar en la sublevación.

El nuevo coordinador de la sublevación en Valladolid fue el comandante Gabriel Moyano Balbuena, el cual decidió que el jefe militar del golpe fuera el general Andrés Saliquet Zumeta[2]. Moyano organizó diversas “juntas” entre militares, y entre civiles. Valladolid, tenía varios grupos organizados rebeldes como Falange Española, Requetés, Acción Popular, y un Cuartel General de Milicias de Renovación Española[3]. Pedro J. Jiménez, era el Jefe Provincial de Legionarios de España, y concentró a los suyos en el Palacio de los Marqueses de Campomanes[4].  Saliquet había pasado la noche del 17 al 18 en una finca de Monte Mucientes, cerca de Olmedo (Valladolid) y supo en todo momento lo que pasaba en Valladolid, a pesar de que el Gobierno había cortado los teléfonos y telégrafos para impedir la coordinación entre los rebeldes.

La población de Valladolid sabía que algo grave pasaba, debido a varios indicios: el día 17 habían sido expulsados del Cuerpo varios Guardias de Asalto, y estos guardias estaban disgustados; el día 18 por la mañana, el teniente coronel Inspector General del Cuerpo de Seguridad y Asalto, Pedro Sánchez Plaza, se llevó de Valladolid a Madrid, parte del destacamento de guardias de asalto, como ordenaba el Gobierno. La 1ª Compañía de guardias de asalto obedeció a Sánchez Plaza, pero las demás se negaron a ir a Madrid, y detuvieron a Sánchez Plaza; a las 18:15 del 18 de julio, el grupo de guardias que quedaba salió por las calles gritando vivas a España y al ejército; los falangistas estaban alertados para el momento en que fuesen llamados a salir, y se habían concentrado en Montes Torozos, Viana y Mojados, recibiendo instrucción en el manejo de armas. En la tarde del 18, las calles de Valladolid estaban desiertas.

El Gobernador de la ciudad era Luis Lavín Gautier, y el general Nicolás Molero Lobo se puso a su servicio. Falange Española le exigía la rebelión, pero el general Nicolás Molero Lobo se negaba a ello.

A las 22:00 horas del 18, Saliquet se trasladó a Valladolid, y se vio con el comandante Anselmo López Maristany, a fin de que los rebeldes dispusieran de armas y munición. El capitán Ángel Gómez Caminero entró en la División con 150 hombres armados. En la calle se oían disparos de pistola.

A las 23:30 del 18 de julio, Andrés Saliquet Zumeta entró en el cuartel de la División acompañado del general retirado Luis Miguel Limia-Ponte[5], del coronel Enrique Uzquiano Leonard, del comandante Luis Martín Montalvo García, del comandante Anselmo López Maristany, y de otros. El general Nicolás Molero Lobo recibió al generalSaliquet, que venía a proponerle la rebelión. Molero se resistió, y Saliquet desenfundó su pistola. El comandante Ruperto Rioboo Llovera también sacó su pistola y apuntó contra Saliquet. Mató a un miembro de Renovación Española. Los de Saliquet dispararon, y resultaron muertos Ruperto Rioboo y el comandante Ángel Liberal Travieso, ayudante de Molero. Saliquet tomó el mando de la División, y entregó la ciudad a los falangistas. Molero fue herido, detenido y expulsado del ejército (murió en Barcelona el 11 de noviembre de 1947). Los rebeldes también detuvieron al Gobernador Civil, Luis Lavín.

Simultáneamente, a las 23:30 horas del día 18 de julio, la tropa amotinada salió de los cuarteles, al mismo tiempo que un tren de mineros asturianos pasaba por la ciudad sin problemas, en dirección a Madrid. La Casa del Pueblo de Valladolid se rindió en la mañana del 19, nada más escuchar dos cañonazos disparados en salvas. Y los obreros de la Estación de Norte se rindieron por la tarde.

Saliquet se nombró a sí mismo Jefe Militar de Valladolid y de la División, y nombró Gobernador Civil a Luis Miguel Limia-Ponte. Inmediatamente, se sumaron a la rebelión la Guardia Civil, los falangistas y los Guardias de Asalto, y empezó una labor de “limpieza” en la que cayeron todos los que intentaron oponerse a los rebeldes.

Enseguida llegó a Valladolid el coordinador designado por Mola, coronel de infantería Ricardo Serrador Santés, que había estado destinado en Valladolid desde 1933, y era africanista en Regulares, donde había ascendido a Coronel. Al saber del levantamiento, huyó de Madrid y se presentó en Valladolid para ponerse a las órdenes de Saliquet. El 8 de enero de 1937, Franco ascendió a Sarrador a general de brigada, y el 23 de febrero de de 1939, a general de división.

Una vez asegurado el oeste de Castilla-León, Saliquet preparó una columna para ir sobre Madrid. Contaba con toda la División, y con los falangistas. También preparó otra columna para contener a los voluntarios republicanos que avanzaban desde Santander a ocupar los puertos del norte de Palencia y el norte de Castilla. Estaba cometiendo un error de bulto, pues las instrucciones de Mola eran ir sobre Madrid, mientras Saliquet estaba tomando precauciones militares para defender Valladolid. Se perdió la oportunidad de presentarse de inmediato ante el Gobierno y ante las Cortes con la fuerza armada.

El domingo 19 de julio llegó Onésimo Redondo a Valladolid, procedente de Ávila y convocó a los falangistas. Los grupos de falangistas y guardias de asalto, atacaron Talleres de Norte, el punto fuerte de los republicanos, y el 19 de julio, tomaron Correos y Telégrafos, Telefónica, y Radio Valladolid.

A la orden de Saliquet de declarar estado de guerra, y hacerse cargo de los órganos de poder, le obedecieron inmediatamente en Salamanca, Zamora, Segovia, Ávila, Medina del Campo, Cáceres y Plasencia. En todas las ciudades, el ejército se hacía cargo de los órganos de poder.

En Zamora, se sublevó el coronel José Íscar Moreno, mientras que el Gobernador Tomás Martín Hernández huyó a Portugal.

En Salamanca, el general Manuel García Álvarez, Jefe de la 14 brigada, se sublevó el 19 de julio a las 11:00 horas como marcaba el plan de Mola. Los militares instalaron ametralladoras en la Plaza Mayor y leyeron el bando de Mola que proclamaba el estado de guerra. Cuando alguien gritó “Viva la República”, dispararon a matar, y mataron a media docena de personas e hirieron a otras. Aquello no tenía sentido, porque los rebeldes gritaban “Viva la República”, igual que los gubernamentales, en esos primeros días de la sublevación.

En Segovia, se sublevaron el 19 de julio, el coronel José Tenorio Muesas, y el coronel José Sánchez Gutiérrez.

En Ávila, el 19 de julio, a las 06:00 horas, la Guardia Civil salió a las calles de Ávila, detuvo al Gobernador, Manuel Ciges Aparicio, y al alcalde Eustasio Meneses Muñoz, y ocupó la Casa del Pueblo. A las 07:00 declaró estado de guerra a favor de “una República que respetase la ley, la justicia, la libertad y el trabajo”. Y luego fueron a la cárcel y liberaron a Onésimo Redondo y 18 falangistas más que allí había. No era una sorpresa en Ávila, pues el Gobernador había ordenado el 14 de julio al coronel de la Guardia Civil que le entregara las armas que estaba acumulando, y el coronel se había negado a entregárselas. Los hombres del Frente Popular estaban nerviosos el 18 de julio, tras conocer las noticias de la sublevación, y se pusieron más nerviosos cuando llegó desde Madrid el Diputado José Felipe García Muro y les dijo que venía de camino un tren de mineros asturianos, al que debían parar para que de ninguna manera llegara a Madrid. Se dio orden al teniente coronel de la Guardia Civil, Romualdo Almoguer Martínez, para que formase milicias y les entregara armas, pero Almoguer alegó que acababa de llegar, y no cumplió la orden. A los milicianos del Frente Popular sólo se les ocurrió patrullar las calles, y se temían lo peor. En efecto, el día 19 de julio, el comandante rebelde Vicente Castell se proclamó jefe de Ávila, nombró alcalde al capitán Pelegrín Iranzo Casanova, y Presidente de la Diputación al capitán José Sainz Llanos y formó patrullas de falangistas para dominar los principales pueblos de la provincia. A Ávila llegaron soldados de Medina del Campo y de Salamanca, y se convirtió en la base desde la que se atacaba el Puerto del León (El Puerto de Guadarrama). A fines de octubre, Emilio Mola Vidal puso su cuartel general en Ávila, y por ese motivo, la aviación republicana bombardeó el aeropuerto de la ciudad el 11 de noviembre, donde destruyó varios aviones rebeldes.

En Cáceres, el comandante Manuel Álvarez Díez detuvo al Gobernador Civil Miguel Canales González, y el 18 de julio, se declaró rebelde sin oposición ninguna, y declaró estado de guerra. Desde ese momento, Cáceres se convirtió en el punto de conexión más cercano entre la VII División Orgánica (Valladolid), a la cual pertenecía, y la II División Orgánica (Sevilla) que también era rebelde. El inconveniente era Badajoz, que era gubernamental, pero el tránsito se podía hacer por Portugal. A partir de ese momento, y de la confluencia de fuerzas andaluzas y castellanas, los ataques principales sobre Madrid, se hicieron desde Cáceres.

La represión hecha por los falangistas castellanos fue terrible: en primer lugar, ocuparon la Casas del Pueblo, y enseguida fusilaron a las personas más destacadas de la izquierda, partidos, sindicatos, autoridades, y también a los liberales que no eran del gusto de los muy católicos párrocos, y de sus parroquianos.

Poco después de las 14:00 horas del 19 de julio, se oyó en Radio Valladolid hablar a Onésimo Redondo, jefe de los falangistas de Castilla, y anunció que los falangistas luchaban junto al ejército español. Onésimo Redondo también usaba la radio, como Queipo de Llano en Sevilla.

Saliquet salió hacia Madrid a media noche del 21 de julio, con tres días de retraso sobre lo previsto, mostrando en ello una ineficacia militar evidente. Este retraso, es una de las causas del fracaso del golpe de Estado del 18 de julio.

Saliquet intentó imponer su autoridad también en Alcalá de Henares, ya cerca de Madrid, pero el 7º Batallón de Zapadores de Alcalá de Henares no quiso rebelarse.

     La Marina en la noche del 18 de julio.

En la noche del 18 al 19 de julio, durante el interludio entre el Gobierno de Martínez Barrio y el de Casares Quiroga, el “Almirante Churruca” y el “Dato” se pasaron a los rebeldes. El “Dato”, el “T-19”, y el “Uad Quert”, desembarcaron en Ceuta a los marinos fieles al Gobierno de la República, y embarcaron a soldados del Tercio. Y en esa misma noche, estos buques escoltaron a los transportes de tropas “Ciudad de Algeciras” y “Cabo Espartel”, que llevaban rebeldes desde Ceuta hasta Cádiz y Algeciras. En la primera expedición, durante la madrugada del 19 de julio, iba el Primer Tabor de Regulares a las órdenes del comandante Oliver, y se llegaron a Cádiz. Más tarde, salió de Ceuta el canoñero “Dato” y el mercante “Cabo Espartel” y llevaron el 2º Tabor de Regulares, mandado por Amador de los Ríos, a Algeciras.

Ello cambió el signo de la sublevación, pues les daba a los sublevados acceso a la península. Los sublevados no conseguían Málaga, unos de sus objetivos de primera hora, que se convirtió en base naval del Gobierno republicano, pero Cádiz y Algeciras eran dos buenos puntos de desembarco. Los siguientes transportes de tropas, una vez decidido hacer la guerra, tuvieron lugar a partir del 25 de julio.

El “Churruca” salió de Cádiz con orden de volver a Ceuta, y en ese momento, se recibió un comunicado de Ciudad Lineal (Madrid) que informaba que sus oficiales se habían sublevado, y tenían permiso para apresarles. La tripulación detuvo a sus mandos, y les llevó a Málaga, donde fueron encerrados en el buque prisión “JJ Sister”. El “Churruca” se pasaba a los gubernamentales de nuevo.

    La rebelión en la IV División, Barcelona.

En la zona de la IV División, Cataluña, la mayoría de los militares, el 18 de julio, no quería decantarse ni por los rebeldes, ni por los gubernamentales. Entre las minorías activas políticamente, la más grande era gubernamental y la más pequeña era rebelde. No estaba claro quién dominaría el ejército, y se pensaba que sería definitiva la actuación de las milicias anarquistas, y de la población civil no encuadrada políticamente.

Entre la población civil catalana, los anarquistas eran mayoría, y las fuerzas conservadoras de Lliga, CEDA y carlistas, eran minoritarias. Y los falangistas eran muy pocos. Los golpistas se sabían débiles, y no se atrevieron a salir a la calle. De hecho, en los planes de Mola no se contaba con Cataluña, aunque sí con Barcelona, si algún militar decidido tomaba el mando allí.

El Jefe de la IV División Orgánica, Barcelona, general Francisco Llano de la Encomienda[6], era fiel al Gobierno de la República. A sus órdenes estaban gubernamentales como el general Ángel de San Pedro Aymat, jefe de la VII brigada de infantería; y rebeldes como el general Álvaro Fernández Burriel; el general Justo Legorburu Domínguez-Matamoros, jefe de la IV brigada de artillería; y el general Álvaro Fernández Ampón, jefe de la II brigada de caballería, residente en Gerona.

Mola había previsto que a Barcelona llegara un hombre de mucho prestigio militar, Manuel Goded, que pudiera ser aceptado por las autoridades militares de la ciudad.

Manuel Goded Llopis era un hombre con grandes expectativas dentro del ejército y de la política. En 1931, le habían propuesto ser Ministro para el Gobierno de Sánchez-Guerra. Luego, fue Jefe de Estado Mayor para Azaña. Pero en 1932 se le encontró relacionado en la conspiración de Sanjurjo, y su carrera se vio comprometida. Le había ido muy bien con Gil Robles en 1934, el cual le había nombrado Inspector General de Ejército y Director General de Aeronáutica, pero la llegada del Frente Popular auguraba el fin de su carrera militar y política. Incluso se le envió a Baleares, lejos de Madrid. Mola había pensado en él para tomar Valencia, pero Goded quería un puesto de mayor relevancia, pues tenía expectativas altas, y se le confió Barcelona. Estaba destinado a ser el jefe de los rebeldes catalanes, pero no se presentó en Barcelona hasta las 11:00 horas, y para entonces, las tropas gubernamentales se habían organizado y hicieron fracasar la sublevación. Goded llamó por teléfono a Llano de la Encomienda, Jefe de la IV División-Barcelona, para que se sumase a la rebelión, pero Llano de la Encomienda se negó.

En Cataluña, también tenía mucho poder militar el Presidente de la Generalitat, Lluis Companys, y su Consejero de Gobernación, José María España, pues mandaban sobre: 21 Compañías de Seguridad y Asalto, a las órdenes del comandante Alberto Arrando Garrido, del capitán Federico Escofet Alsina, y del comandante Vicente Guarner Vivancos; 16 Compañías y 3 Escuadrones de la Guardia Civil a las órdenes del general José Aranguren Roldán, del coronel Antonio Escobar Huerta, y del coronel Francisco Brotóns Gómez; las tropas de Carabineros a las órdenes del coronel Lera, y compuestas de 6 compañías de Carabineros de Costa, 3 Compañías de Carabineros de Barcelona, y 5 Compañías de Carabineros de Frontera; y 300 Mozos de Escuadra.

Los anarquistas y el capitán Federico Escofet, se adelantaron a ocupar las calles de Barcelona, de modo que no hubo sorpresa en el golpe, y los rebeldes tuvieron que luchar duramente en Barcelona, y fueron derrotados al caer la tarde.

El capitán Federico Escofet Alsina, militar de caballería, trasladado luego a las Fuerzas de Asalto, había asumido en abril de 1931 el mando de los Mozos de Escuadra, y actuaba al servicio del Presidente de la Generalitat, el cual le nombró en junio de 1936 Comisario de Orden Público. Escofet había aprendido en 1934, que la actuación en la legalidad da mejores resultados que una rebelión, sobre todo en credibilidad, y en 1936, tenía una actitud mucho más realista que las posiciones románticas nacionalistas sostenidas hasta entonces. En 18 de julio de 1936, una vez que supo de la rebelión militar, se llegó al general Llano de la Encomienda, y le preguntó directamente qué pasaba, ante lo cual, Llano de la Encomienda negó que hubiera una sublevación. Escofet no se dejó engañar, y cuando comenzó la sublevación, y supo que Llano de la Encomienda se excusaba en que no disponía de suficientes medios como para sofocarla, entendió que en la División había muchos rebeldes, y tal vez el propio Llano de la Encomienda lo fuera, y asumió el mando de la fuerza militar disponible.

Escofet tomó la iniciativa de dominar a las tropas de Guardias de Asalto y de la Guardia Civil. Y no quiso entregar armas a los anarquistas hasta no saber qué hacía el ejército ante la situación de rebelión nacional. Quería impedir la violencia desorganizada en la calle. Entonces, los anarquistas asaltaron las armerías de Barcelona y los barcos mercantes que había en el puerto, y se hicieron con algunas armas. Escofet se lo comunicó a los cuarteles militares, y detuvo a tres oficiales de los guardias de asalto rebeldes. En la noche del 18 de julio, envió su informe a Madrid a través de Joan Casenelles, Subsecretario de Trabajo del Gobierno Central, acompañado del capitán Arturo Menéndez. Estos dos hombres fueron detenidos por los rebeldes al llegar a Calatayud donde hicieron escala técnica de vuelo. En el informe, Escofet decía que había ocupado Barcelona para evitar la sublevación.

Escofet, advirtió a los anarquistas de que no toleraría que asumieran el poder, y que debían someterse, y los anarquistas decidieron acabar con Escofet. Companys envió a Escofet a Francia “a comprar armas”, porque creyó que le iban a matar si permanecía en Barcelona. Escofet llegó a Bruselas y se encontró con que el Gobierno Vasco estaba comprando cañones, el Gobierno de la República Española estaba comprando todo tipo de armas, y los distintos partidos españoles tenían gente negociando compras. El precio de las armas subió muchísimo.

El comandante de los Guardias de Seguridad y Asalto, Alberto Arrando Garrido, situó sus hombres en los alrededores del Cinco de Oros, y los rebeldes encontraron resistencia desde el primer momento. El factor sorpresa se había perdido.

El plan de sublevación en Barcelona era el siguiente: El Regimiento de infantería Badajoz nº 13, a las órdenes de López Amor, debía tomar Telefónica. El Regimiento de caballería Montesa, a las órdenes del coronel Pedro de la Escalera, debía asegurar la zona de Plaza de la Universidad a Plaza de Cataluña y ocupar El Paralelo. El Batallón de Zapadores debía asegurar las dependencias militares. La Plaza del Cinco de Oros, que es el cruce de Diagonal con El Paralelo, parecía la posición central, porque era el paso desde Pedralbes (cuartel del Regimiento Badajoz) a Plaza de Cataluña. El plan era converger sobre el centro de la ciudad y tomar la Generalitat, la Consejería del Gobierno y la Comisaría de Orden Público.

El Golpe empezó en Barcelona 19 de julio a las 04:00 horas: El general Álvaro Fernández Burriel, del bando rebelde, fue al cuartel del Regimiento Montesa, en donde tenía órdenes de esperar la llegada de Goded. El general rebelde Justo Legorburu Domínguez-Matamoros le apoyaba desde el cuartel del 7º de Caballería en San Andrés. Se destituyó al coronel Fermín Espallargués.

A las 05:00 horas, los soldados rebeldes estaban en la calle. Salían de sus cuarteles gritando: “Viva la República”. El golpe era contra un Gobierno que se entregaba a los marxistas, y no era un golpe fascista como decían los pesoístas y comunistas que trataban de confundir a los españoles.

El comandante José López-Amor Jiménez, situó una Compañía en el Cuartel de la IV División, y otras compañías siguieron por el Cinco de Oros hacia Plaza de Cataluña. Al poco, llegaron al Cinco de Oros tres Escuadrones del Regimiento Santiago, y poco después llegó una batería del 7º ligero. El Cinco de Oros es el cruce de El Paralelo con Diagonal.

El coronel Pedro Escalera tomó el mando del Regimiento de Caballería Montesa. El coronel Francisco Lacasa Burgos tomo el mando del Regimiento de Caballería Santiago. Y ambas fuerzas se dirigieron a la zona de Plaza de España y Plaza de la Universidad, y las ocuparon durante la mañana.

El general rebelde Justo Legorburu tomó el mando del cuartel de San Andrés. El Séptimo de Artillería se unió a los sublevados y aportó sus cañones y tiros de caballos.

El capitán rebelde Luis López Varela, decidió ocupar la Consejería de Gobernación, la Estación de Francia, y el Puerto de Barcelona. Los objetivos eran ambiciosos, pero apenas hubo salido de Cuartel de los Docks, fue atacado por Guardias de Asalto fieles al Gobierno de España, los cuales estaban apoyados por cientos de milicianos CNT-FAI, de modo que la columna de López Varela tuvo que buscar protección, y se quedó clavada en unos edificios cercanos.

El general Álvaro Fernández Burriel se llegó a la Comandancia de la IV División Orgánica, y ordenó que todos salieran a la calle a ocupar los objetivos de la sublevación. Pero ya nada era fácil, y debían hacerlo disparando.

La operación de Barcelona, concebida como muy fácil, se había complicado, y la llegada de Goded a media mañana no iba a ser tan fácil como se había planificado. Los generales Francisco Llano de la Encomienda, Jefe de la División, y José Aranguren Roldán, jefe de la Guardia Civil, la Guardia de Asalto y la aviación, optaron por la fidelidad al Gobierno de la República, y el triunfo no era nada seguro. Muchos de los guardias de Alberto Arrando se pasaron a los rebeldes, pero los rebeldes habían perdido un tiempo importante en el despliegue de la tropa.

Antes de que pudieran tomar posiciones en Plaza de Cataluña, los rebeldes fueron atacados y perdieron los cañones que llevaban. Se refugiaron en el convento de las Carmelitas. Una Batería del Regimiento Ligero llegó cerca de Plaza de Cataluña, pero inmediatamente fue copada, y se tuvo que rendir. Tres Escuadrones del Regimiento Montesa llegaron a Plaza de España y, desde allí, uno fue a Plaza de la Universidad, y otro a El Paralelo. Allí quedaron bloqueados hasta que se rindió una batería, y las otras dos huyeron hacia su cuartel.

Cuando los rebeldes llegaron a Plaza de Cataluña, encontraron que ya estaba allí una Compañía de Guardias de Asalto que les ofrecía resistencia. Enseguida empezaron combates por toda la ciudad, pues los rebeldes pretendían tomar el Hotel Colón, el Casino Militar, y la Maison Dorée, para convertirlos en centros de operaciones.

Los combates empezaron en la calle Pau Clarís, porque los Guardias de Asalto se declaraban fieles al Gobierno Republicano. La batalla fue dura. El comandante López Amor cayó prisionero. El primer combate duro se produjo en el Cinco de Oros (cruce de El Paralelo con Diagonal), pues las fuerzas de seguridad, guardias civiles y guardias de asalto, apoyados por milicianos sindicalistas, estaban apostados en esa Plaza.

La columna rebelde del capitán Enrique López Belda pasó la Diagonal y se dirigió a Capitanía General. Al llegar, acordaron con Lizcano de la Rosa, que estaba al mando del edificio, que sometería a los que se negaran a sublevarse.

El general Álvaro Fernández Burriel, jefe de los sublevados, en un momento dado llegó a dominar Hotel Colón, Telefónica y Plaza Cataluña, una parte de los objetivos. Pero no dominaba las estaciones del tren, los teléfonos, la radio, ni los edificios más significativos de Barcelona. No obstante, se decidió que Goded llegara y prosiguiera la labor de rebelar Barcelona. A las 8:45, Fernández Burriel le comunicó a su jefe de sublevación, el general Manuel Goded, que estaba en Palma de Mallorca, que la sublevación había triunfado en Barcelona, pero la radio estaba diciendo lo contrario, y parece que la verdad la decía esta vez la radio. Goded tomó un hidroavión Savoia, amaró en el puerto de Barcelona hacia las 11:00 horas, y marchó hacía el cuartel de Burriel.

Cuando Martínez Barrio dimitió, hacía las 09:00 horas del 19 de julio, se estaba luchando en las calles de Barcelona, y muchos estaban muriendo. La suerte estaba indecisa en Barcelona.

         Madrid en 19 de julio.

Las opiniones de los gobernantes de Madrid se dividieron en la noche del 18 al 19 de julio:

La primera solución era que las fuerzas de seguridad se ocupasen del golpe de Estado que se estaba produciendo. El general de brigada, José Miaja Menant era una de las figuras militares más importantes del momento, pues mandaba sobre unos 7.000 soldados, 2.500 guardias civiles, y 4.000 guardias de asalto. El general Sebastián Pozas Perea, les pidió a los guardias civiles estricto cumplimiento del deber. Esta solución se veía con muy pocas posibilidades de éxito, pues la rebelión era muy extensa y parecía que estaba triunfando el golpe de Estado.

La segunda solución era retar a los sublevados, a ver si tenían el valor de iniciar una guerra. El general José Riquelme López-Gago, advirtió que era preciso armar a milicianos de los partidos y sindicatos de izquierdas para poder hacer frente a la sublevación militar. Esta solución, implicaba abandonar el poder en manos de distintos proyectos revolucionarios que querían destruir el modelo de Estado, confiando en su buena fe.

Casares Quiroga se negaba a entregar armas a los sindicatos, porque perdería el poder, ya que los sindicatos no obedecerían al Gobierno, sino a sus propios líderes.

El 19 de julio, a las 04:00 horas, las masas sindicalistas, pesoístas y comunistas, habían tomado las calles de Madrid y las entradas por carretera a la ciudad. A las 06:00 horas, el amanecer, estaban montadas barricadas a las puertas de todos los cuarteles para exigir armas. Los pesoístas y comunistas hicieron correr el bulo de que todos los militares y la Guardia Civil eran golpistas y fascistas. Con ese bulo, habían logrado poner en la calle a miles de ciudadanos, muchos de los cuales se ofrecían voluntarios como milicianos. Los obreros desafiaban a los rebeldes encerrados en el cuartel de la Montaña, cuartel de Pacífico, cuartel de Conde Duque, cuartel de María Cristina, cuartel de la Batalla del Salado, y cuarteles de la Guardia Civil. Los pesoístas, comunistas y anarquistas, crearon un ambiente de excitación que les convenía para sus revoluciones populares.

Tras unas horas, los madrileños supieron que sólo el Cuartel de la Montaña y el de Carabanchel y Campamento se habían sublevado. Pero los rebeldes cometieron un gran error en esos momentos, el de disparar sobre los milicianos. Los sindicalistas voluntarios habían levantado barricadas delante del cuartel de la Montaña, y un piquete había colocado un automóvil delante de la puerta y amenazaba a los soldados con sus pistolas y revólveres. En un momento dado, los soldados del cuartel dispararon contra los del automóvil y les acribillaron. Se tomó como una declaración de guerra a muerte. Las masas, que estaban de buena fe, aunque estuvieran engañadas, ya no tuvieron reparos en incrementar la violencia al máximo.

CNT empezó inmediatamente su revolución: requisó los automóviles que pudo, y se subieron a ellos con las banderas clásicas rojas y negras exhibiendo algunas pistolas y revólveres. Pronto los comunistas y ugetistas les copiaron el gesto de requisar automóviles privados. Los disparos empezaron en la calle Torrijos de Madrid, en donde se habían refugiado en un convento algunos falangistas armados. Los milicianos decidieron asaltar el convento, y pusieron fuego a las puertas, y luego lo asaltaron, mataron a los falangistas allí refugiados, y se adueñaron de los primeros fusiles y municiones.

Los Gobiernos de Madrid estuvieron completamente despistados frente a la sublevación tal y como lo había previsto Mola. Unos no querían mancharse de sangre, cuando estaba siendo destruido el Estado. Otros, los Ministros, tomaban iniciativas que no sólo no molestaban a los rebeldes, sino que favorecían la rebelión. Y lo más habitual fue ponerse a dialogar con los sindicatos UGT y CNT sobre el reparto de armas. El dilema era importante: Si les daban las armas a los sindicalistas, el Gobierno se quedaría sin poder efectivo alguno, pues los sindicatos impondrían sus repúblicas, libertaria o socialista de clase, y si no se las daban, había que presumir el triunfo del golpe de Estado. Casares Quiroga no repartió armas. Se confundía diálogo con democracia, y se consideraba democrático dialogar, lo cual, cuando se hace con personas o entidades que están dispuestas a acabar con la Constitución, las leyes, y los derechos defendidos por éstas, no es democracia, sino debilidad. Los antidemócratas se disfrazan de ovejitas para ver si los cabritillos les abren las puertas.

Frente al Gobierno, los anarquistas y los ugetistas sí sabían lo que querían, que no era otra cosa que armas. Los asaltos a los cuarteles buscaban armas. Los anarquistas de Barcelona consiguieron 40.000 fusiles en el Parque de Artillería. Los de Madrid consiguieron armas del Gobierno, pero sin cerrojos, los cuales estaban en el Cuartel de la Montaña. Era lo miso que lanzar a los madrileños contra los militares.

Sobre la Guardia Civil, que resultaba imprescindible en la zona gubernamental, una vez que había poco militares en ella, la clave era dominar a los mandos intermedios, puesto que estaban entrenados para obedecer a sus mandos siempre. Pero había mucha leyenda negra sobre ella, y a las fuerzas marxistas y anarquistas no les costó nada cargarles el sambenito de que todos eran fascistas. Lo cierto era que había guardias civiles de ambas opiniones, como en el resto de la sociedad.

Azaña encargó formar Gobierno a Diego Martínez Barrio, porque creía en la solución democrática, de combatir la ilegalidad del golpe, mediante las fuerzas del orden. Pero Martínez Barrio no fue capaz de conseguir voluntarios para desempeñar las carteras ministeriales, y se lo comunicó a Azaña. No tuvo Gobierno hasta la primera hora del día 19 de julio.

La rebelión en la V División, Zaragoza, a primeras horas del 19 de julio.

El 19 de julio de 1936 a las 05:00 horas, Zaragoza inició la rebelión y declaró estado de guerra. El general Miguel Cabanellas Ferrer sacó una compañía a la calle, y leyó un bando que decía que se levantaban para “preservar el orden a favor de la República”.

En Soria, ciudad de 20.000 habitantes, se sublevaron el teniente coronel Rafael Sevillano Carvajal, y el teniente coronel de la Guardia Civil, Ignacio Gregorio Muga Díez, pero se limitaron a declarar estado de guerra, y no tomaron medidas contra la población. Al anochecer del 21 de julio, llegó a la ciudad el coronel rebelde Francisco García-Escámez Iniesta, destituyó a Muga, y le acusó de pasividad.

     La rebelión en la VI división, Burgos.

El 19 de julio, a las 02:00 horas de la noche, los militares sublevados en Burgos sacaron las tropas a la calle y declararon estado de guerra. Tenían de su lado a la Guardia Civil y la Guardia de Asalto, lo cual cambiaba radicalmente la situación respecto a 24 horas antes. El Jefe de la División Orgánica era Domingo Batet Mestres, el cual había intentado detener a los rebeldes, pero acabó siendo detenido él el 18 de julio. El jefe de la 11 Brigada de Infantería era el general Gonzalo González de Lara, rebelde que había sido sustituido por orden del general Julio Mena Zueco, llegado desde Madrid el 18 por la tarde. El jefe del Regimiento de Infantería San Marcial era el coronel José Gistau Algarra, el cual era rebelde, y Batet había ordenado detenerle, pero Gistau se había negado a obedecer, y al contrario, fue Gistau quien detuvo a Mena y a Batet.

En la madrugada del 19 de julio, en Burgos, los del Partido Nacionalista Español, arriaron la bandera tricolor republicana y levantaron la tradicional bandera roja, amarilla y roja, que había sido insignia de España en los últimos doscientos años. Pero la mayoría de los rebeldes, usaba todavía la bandera tricolor republicana.

Los rebeldes no dominaban el norte de la provincia de Burgos: Villadiego, Melgar de Fernamental, Pancorbo, Miranda de Ebro, Medina de Pomar, Espinosa de los Monteros. A media mañana del 19, llegó el rumor de que se acercaban a Burgos mineros de Barruelo, y obreros de Reinosa y de Arija, para restablecer el Gobierno de la República, y los rebeldes decidieron detener al Gobernador Civil, Julián Pagoaga Reus, que había declarado fidelidad al Gobierno, y pusieron en su lugar a Fidel Dávila Arrondo, general en excedencia. El teniente coronel Marcelino Gavilán, tomó el edificio del Gobierno Civil. También detuvieron al teniente coronel de la Guardia Civil, Eduardo Dasca, y al coronel jefe del Tercio de la Guardia Civil, que no se habían sumado a la rebelión. Inmediatamente, Dávila ordenó ocupar Correos, Telefónica, la radio, la estación del tren, y la cárcel, donde liberó a los presos de derechas. Y la siguiente orden fue dirigirse a los pueblos de la provincia de Burgos y detener a los hombres significados de sindicatos y partidos de izquierdas. El nuevo Jefe de la VI División fue Emilio Mola, llegado desde Pamplona. La trama civil de la sublevación de Burgos estaba a cargo de los Legionarios del Partido Nacional Español, de José María Albiñana (sólo presentes en Burgos). Estas fuerzas militares y civiles fueron sobre Villadiego, Melgar de Fernamental, Pancorbo, Miranda de Ebro, Medina de Pomar, Espinosa de los Monteros… Los “Legionarios de Albiñana” pronto demostraron su decisión de ser violentos, y asesinaron a tiros a un obrero de 52 años, Virgilio Carretón, que se negaba a obedecerles.

La VI División, Burgos, estaba cometiendo el mismo error militar que Valladolid: hacía represión interior, y no iba al objetivo prioritario, Madrid.

Pero al llegar Mola, la orden prioritaria fue ocupar Somosierra, por lo que inmediatamente salieron para el puerto 100 hombres, falangistas y una docena de guardias civiles, a las órdenes del capitán Carlos Miralles, de Renovación española, para ocupar tanto el Puerto de Somosierra, como el túnel del ferrocarril que estaba en construcción pero parecía clave pues era practicable. Enviar 100 hombres al objetivo prioritario, y entretener miles de hombres en represiones contra los mineros de Palencia y los obreros de Burgos, era un error militar muy grave de los rebeldes.

En Palencia, el general Antonio Ferrer de Miguel se declaró rebelde el 19 de julio. Detuvo al coronel José González Camó, jefe del Regimiento local, que se había declarado fiel al Gobierno, y mató al Gobernador Civil, también republicano. Los rebeldes declararon estado de guerra y ocuparon la Casas del Pueblo y fusilaron a las personas más destacadas de la izquierda. Ferrer tomó los hombres de Palencia y fue sobre Santander. Empezó ocupando la zona minera de Barruelo, en donde había muchos socialistas, y luego avanzó hacia Reinosa, donde los santanderinos le salieron al encuentro.

En Pamplona, estaba el coordinador de la rebelión Emilio Mola Vidal. Según su propio plan de acción, se rebeló el domingo 19 de julio a las 06:00 horas de la mañana. Hasta el día 18, estuvo ocultando ser la cabeza de la rebelión. Era de los últimos en hacerlo, muy por detrás de Burgos, que se había rebelado cuatro horas antes, y de Valladolid, que había empezado siete horas antes. No fue un motivo de prestigio de Mola entre los rebeldes. Entre los rebeldes, Mola resultó, junto a Franco, el que más dudas tuvo hasta el último momento. Ambos querían una rebelión, pero completamente distinta el uno del otro, y los dos lo sabían.

 Mola, al estilo decimonónico, leyó un bando diciendo que empezaba la sublevación. A esas horas, aparecieron en Pamplona[7] unos 6.000 requetés en autobuses y camiones que llegaban de los pueblos pamplonicas. Llevaban boinas rojas, y ocuparon la Plaza del Castillo. Inmediatamente, el carlista Ignacio Baleztena repartió fusiles que había comprado en Polonia y tenía almacenados. Los carlistas estaban entusiasmados y desplegaron la bandera roja y amarilla de España, la azul y roja de falange, y la blanca del carlismo. Y las “margaritas” o mujeres del carlismo, salieron en manifestación gritando vivas a España. Los requetés gritaban “viva Cristo Rey” como si fuera una campaña carlista. Era un tercer proyecto de rebelión.

Mola estaba en el Hotel la Perla, en la Plaza del Castillo de Pamplona, contemplando esta masa que se ponía a sus órdenes. De pronto, Franco llamó para comunicar que el golpe había fracasado porque sólo se habían sublevado Ceuta y Melilla, y Mola le contestó que tenía delante miles de hombres armados, y que la sublevación continuaba.

Emilio Mola era republicano y quería una dictadura militar provisional que rectificara la República, pero no la monarquía que pedían los carlistas, ni la dictadura antidemocrática en la que pensaba Franco. La decisión final por el golpe de Estado, se estaba tomando en los últimos minutos.

Llevado por la inquietud o las dudas, Mola tomó en ese momento decisiones no coincidentes con las ideas manifestadas hasta entonces. Las órdenes de Mola fueron drásticas: fusilar a los partidarios del Frente Popular, y encarcelar a los dirigentes de partidos y sindicatos de derechas que no secundasen el golpe. Ante estas decisiones, el PNV, que quería estar a bien con el Gobierno de la República, alegó que ellos eran católicos y foralistas, y que se mantendrían neutrales respecto a la sublevación. Y en Pamplona empezó el terror. Mola se desacreditaba.

Los requetés salieron a la calle tiroteando y matando gente de la Casa del Pueblo de Pamplona. Fusilaron a Rodríguez Médel, jefe local de la Guardia Civil, porque se negó a sublevarse. Los carlistas ejecutaron en los días siguientes a unos 2.800 “rojos”, y también ellos eran fusilados cuando les apresaban los diversos bandos republicanos. Pamplona era la imagen, en miniatura, de lo que sería España en los tres años siguientes. Los carlistas organizaron varios tercios para la guerra: Tercios del Rey, de Navarra, de Lácar, de Montejurra, de San Miguel, de Santa María de las Nieves, de Estíbaliz, de la Virgen Blanca, de Begoña, de San Ignacio, de Zumalacárregui, de Oriamendi, de Nuestra Señora de Montserrat, de Almogávares, de María de Molina, y otros.

Pamplona se sublevó en bloque, y una vez liquidados los disconformes con la rebelión, aportó un contingente importante de voluntarios al general Mola. Se resistieron a sublevarse el Jefe de la Guardia Civil y el cuerpo de Carabineros, los cuales huyeron al Baztán y al Bidasoa, recibieron apoyo de algunos guipuzcoanos y se dispusieron a resistir el ataque de los pamploneses.

Mola estaba cometiendo el error común de todos los sublevados de julio de 1936, el dedicarse a la represión, en vez de utilizar la rapidez precisa para un golpe de Estado: Dentro del territorio de la División, no dominaba Santander, Vizcaya, ni Guipúzcoa, y sabía que la sublevación no estaba clara en Barcelona ni en Valencia, y había fracasado en Asturias, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa. Pero pensó que el golpe se completaría de todos modos si tomaba Madrid. Necesitaba las fuerzas de la VII División (Valladolid), pero parte de estas fuerzas y parte de las de la VI (Burgos), estaban en la Cordillera Cantábrica luchando contra los republicanos que se habían negado a sublevarse. Mola utilizó las fuerzas de la V División (Zaragoza) a pesar de que le podían atacar en cualquier momento los catalanes por el este. Y no alcanzó su primer objetivo, que era Guadalajara. Se quedó en Medinaceli, 150 kilómetros al norte del objetivo, y perdió varios días en cuanto a los planes de completar el golpe de Estado. La lentitud que, en sus planes, achacaba al ejército, la estaba practicando también él mismo.

La VI División (Burgos) con soldados de Álava y Navarra, tampoco cumplió objetivos, y el 19 de julio salió de Pamplona el coronel Francisco García-Escámez Iniesta con medio batallón del Montaña Sicilia, medio batallón del Regimiento América, dos Compañías de requetés y una Centuria de falangistas, unos 1.000 hombres en total. Durante la noche del 19 se les unió en Burgos el Coronel José Gistau con una segunda columna integrada por el batallón San Marcial, una batería del 11 ligero y algunos voluntarios burgaleses. Y en la mañana del día 20 se situaron los navarros en Logroño y los burgaleses en Aranda. Habían avanzado muy poco, 100 kilómetros en territorio no hostil, lo cual yendo en camiones era una distancia ridícula. Alegaban que la aviación les atacaba, y decidieron dormir de día y avanzar de noche. En Logroño, García-Escámez organizó una tercera columna con el Batallón Bailén y una batería del 12 ligero. El objetivo era Cerezo de Abajo (este de Segovia), un cruce de las carreteras de Madrid-Irún y Soria-Segovia, a sólo 100 kilómetros de Madrid, y 10 kilómetros al norte del Puerto de Somosierra.

Álava también se sublevó en masa, pero tarde, y el general Ángel García Benítez, primo político de Azaña, ocupó casi toda la provincia, menos Amurrio. Le seguían el coronel Luis Campos Guereta, el teniente coronel Camilo Alonso Vega, el coronel Vicente Abreu Madariaga, el coronel Cándido Fernández Ichazo.

En Logroño, la mayoría de los militares era rebelde. El capitán del aeródromo de Recajo, en Agoncillo, Eduardo Prado Castro, declaró el estado de guerra a las 09:00 del 19 de julio. El general de la 6ª brigada de artillería, Víctor Carrasco Amilibia, no quiso sublevarse, y fue detenido y llevado a Pamplona, y sustituido por Pablo Martínez Zaldívar. El aeródromo de Recajo, al este de Logroño se había declarado rebelde desde el principio y habían enviado un avión a León a decir que se habían sublevado. El capitán Roberto White tomó el aeródromo, y una vez empezada la sublevación, los rebeldes tomaron el Gobierno Civil y destituyeron al Gobernador Adelardo Novo Brocas, tomaron la radio, el instituto, las sedes de UGT y CNT, la estación del tren, los puentes de carretera cercanos… El Gobernador, Adelardo Novo, fue sustituido por el capitán Camilo Bellod, el cual se hizo famoso porque en los siguientes meses fusiló a unas 2.000 personas consideradas de izquierdas. A lo largo del día 19 de julio, llegó desde Pamplona una columna de requetés, mandada por José María Herreros de Tejada, que liberó a los presos de derechas y tomó los edificios principales de la ciudad.

     La noticia de la sublevación, en el mundo.

El día 19 de julio, a las 05:00 horas, se difundió por Casablanca la noticia de la sublevación española en el Protectorado y en la Península. Enseguida lo supo el resto del mundo.

Rebelión de Baleares el 19 de julio, 07:30, horas.

Otra de las rebeliones tardías fue la de Manuel Goded Llopis, figura que pretendía ser un líder en el nuevo modelo de Estado a formar, republicano liberal. Teniendo en cuenta que la rebelión había empezado el día 17 a las 17:00 horas, había desperdiciado día y medio cuando decidió sublevarse el 19 a las 07:30 horas.

En Palma de Mallorca, Goded preparó a los suyos el día 18, reuniendo 60 falangistas, 50 JAP, y 25 requetés, a los que entregó fusiles. Se sumaron a los militares rebeldes. Salieron a la calle el día 19 a las 04:00 horas, hacia el Cuartel de Caballería, para sublevarlo.

Los milicianos estaban preparados en el Círculo Mercantil, pero cometieron el error de enviar esa noche a Barcelona a 500 jóvenes que iban a participar en las olimpiadas Populares que se habían convocado en Barcelona contra Hitler.

Manuel Goded declaró estado de guerra el 19 de julio a las 07:30 horas, y ordenó ocupar los objetivos militares importantes: el Ayuntamiento, el Gobierno Civil, la Casa del Pueblo de Palma, la Diputación, Correos, la Estación, Telefónica. Una vez conseguidos los objetivos, empezó la represión de autoridades y líderes de izquierdas. Goded detuvo al Gobernador Civil, Antonio Espina García, conocido como poeta y periodista. Se resistieron a la rebelión los hidroaviones de Pollensa y los carabineros, pero tenían poca capacidad de resistencia y huyeron a Menorca.

En Menorca estaba la base naval de Mahón, en la que había cuatro submarinos y cinco hidroaviones Savoia-62. El 18 por la mañana obedecieron la orden de Goded, y figuraban como rebeldes, pero a media tarde supieron que Goded había llegado a Barcelona y había sido fusilado, y el día 20 por la tarde, unos suboficiales detuvieron a sus Jefes, se hicieron dueños de la base, y se declararon republicanos. Mahón había aportado a Goded un hidroavión de transporte y 3 hidros de escolta, pero las dotaciones de submarinos se insubordinaron contra sus jefes rebeldes, y se pasaron al bando republicano. Eso significaba que el submarino B-1 en reparaciones, el B-2, el B-3 y el B-4 eran republicanos.

Goded esperó en Palma la señal de que podía trasladarse a Barcelona. La señal llegó a las 08:45 horas. Entonces preparó 4 hidroaviones, y voló a Barcelona a las 10:30 horas. Dejó al mando de Palma de Mallorca al general José Bosch Atienza, comandante militar de Mahón (Menorca).

Goded se había llevado consigo a Barcelona cuatro hidroaviones, los cuales regresaron a Mahón el mismo 19 de julio. El día 20 regresaron los submarinos B-3 y B-4 que habían estado navegando sin rumbo dando vueltas a la isla de Mallorca y esperando acontecimientos. El B-2 salió para Valencia para apoyar a los republicanos.

Avance asturiano hacia Madrid, el 19 de julio.

La columna motorizada asturiana llegó a León a las 08:00 horas del día 19 de julio. Estuvo esperando al tren de mineros asturianos, el cual llegó a las 10:00 horas. Y se desplegaron por la ciudad. Pidieron a Emilio Francés Ortiz, Gobernador de León, que pusiera a su disposición a la Guardia Civil, a los Guardias de Asalto y a las agrupaciones mineras de León. El Gobernador se negó. Al poco, llegó a Astorga el Inspector General del Ejército, Juan García Gómez-Caminero y le ordenó al General Carlos Bosch darles armas a los asturianos. Bosch dijo que para ello, necesitaba autorización del Gobierno. La autorización tardó unas horas. Prometió 200 fusiles y 3 ametralladoras para cuando la columna asturiana abandonara León, y no antes. Otras fuentes dicen que eran 300 fusiles y 4 ametralladoras. Es igual, eran muy pocas armas.

En ese tiempo, Martínez Barrio había dimitido y el Gobierno había pasado a manos de José Giral. La comunicación con Madrid era por ello lenta.

Aspecto del golpe el 19 de julio por la mañana.

El análisis de la situación que podía hacer el Presidente Diego Martínez Barrio a primeras horas del 19 de julio, era pesimista:

Sublevados desde primera hora eran: el Protectorado, Sevilla, Canarias, Algeciras, Burgos, Zaragoza, Huesca, Calatayud, Pamplona, Logroño, Vitoria, Palencia, Salamanca, Cáceres, Plasencia, León y Astorga. Se unieron a la rebelión la pequeña burguesía rural de Castilla, Álava y Navarra.

El día 19 se estaban sumando al golpe Mallorca, Burgos, Barcelona, Valladolid, Córdoba y Madrid.

El Gobierno republicano mantenía su autoridad sobre Andalucía Oriental, Castilla la Nueva, Badajoz, Huelva, Asturias, Santander, Vizcaya, Guipúzcoa y Menorca.

Es de advertir que, en todas partes, la población civil en general estaba con el Gobierno de la República, y la sublevación era cosa de militares, y organizaciones de derechas, falangistas sobre todo. La conspiración resultaba poco organizada, a pesar del mucho trabajo de Mola. Pero Martínez Barrio no lo percibía todavía a primeras horas del 19 de julio.

Por otra parte, el Gobierno republicano tampoco había pensado en una guerra. Siempre creyó que se trataba de un golpe de Estado, y que, asegurados Madrid, Barcelona, y los mandos militares, el golpe fracasaría y se acabaría todo. No previeron que los rebeldes empezarían una guerra. De la defensa del Estado, se hizo cargo UMRA, Unión Militar Republicana Antifascista, y ello fue un desastre de organización.

La perspectiva en la mañana del 19 de julio, era que el éxito del golpe era inminente y previsible. Por eso, los sindicatos anarquista y socialista, y los partidos comunistas, pedían que se les dieran armas “para impedir el golpe”, o tal vez para iniciar su revolución. En lenguaje “marxista”, pedían armas “para el pueblo” y “para luchar contra el fascismo”. El pueblo significaba los sindicatos obreros. Luchar contra el fascismo significaba que se les permitiera hacer su revolución. Casares Quiroga no estaba dispuesto a permitirlo.

El Gobierno republicano era un desastre en ese momento: estaba en manos del Frente Popular en Castilla y en el Cantábrico, en manos del Comité Central de Milicias Antifascistas en Cataluña y Aragón, en manos del Comité Ejecutivo Popular en Valencia, y en manos del Comité de Salud Pública en Málaga. En fin, el Gobierno de la zona republicana era un fracaso el 19 y 20 de julio de 1936.

La legalidad no existía en zona republicana. Cada entidad política o sindical actuaba con total independencia, se organizaba como podía, creaba milicias y policía, obtenía armas como podía de los cuarteles de Guardia Civil o de Carabineros, planificaba sus propios objetivos militares. El Gobierno republicano era un ente acatado, pero no obedecido en ninguna parte. El fracaso del Gobierno del 19 de julio era el preludio del gran fracaso que sucedería en la guerra en los tres años siguientes. El mismo desorden. Las mismas rivalidades internas.

Los sublevados no eran menos desordenados, pues carecían de coordinación centralizada. Cada general se sentía un déspota en su zona: Cabanellas y Mola mandaban en Aragón, Castilla, Galicia y Cáceres; Queipo de Llano mandaba en Andalucía; y Francisco Franco mandaba en el ejército de África, Marruecos, Canarias y Baleares.

         Dimisión de Martínez Barrio.

A las 07:00 horas del 19 de julio, se reunieron Felipe Sánchez-Román, Manuel Azaña, Diego Martínez Barrio, Indalecio Prieto, Antonio Lara, Largo Caballero y Marcelino Domingo en el Palacio Nacional (Palacio Real) y se discutió si se entregaban armas a los sindicalistas. Era decidir si se iniciaba una guerra, y con ello, se aceptaba la revolución que pudiera sobrevenir de un reparto de armas. Felipe Sánchez Román y Martínez Barrio se opusieron al reparto de armas, porque eran conscientes de que era iniciar la guerra.

A esa misma hora del 19 de julio, llegó Francisco Franco a Tetuán, la capital del Protectorado Marroquí. También había perdido un día entero respecto a los planes de Mola.

Martínez Barrio durmió un rato a eso de las 07:00 horas. Se despertó cuando Augusto Barcia le llamó desde el Ministerio de Gobernación, para decirle que una manifestación recorría las calles de Madrid gritando “fuera el Gobierno”, “abajo Martínez Barrio”, “Sánchez Román, no”. Y supo que además de Canarias, el Protectorado, Sevilla y Cádiz, se habían perdido también Castilla la Vieja, León, Baleares y Navarra. Y se estaba luchando duramente en las calles de Barcelona con muchos muertos. Y había empezado la rebelión en Burgos, en Pamplona y en Palma de Mallorca. En ese momento, decidió dimitir. El aspecto de la rebelión en Barcelona, en plena lucha urbana, debió ser muy emotivo para Diego Martínez Barrio.

Diego Martínez Barrio dimitió en Madrid hacia las 09:00 horas del 19 de julio. Los militares indecisos, ya no tuvieron dudas, y se inclinaron por los rebeldes.

     La difícil sucesión a Martínez Barrio.

Azaña convocó en Palacio de Oriente a Martínez Barrio, Largo Caballero, Prieto, Giral, Sánchez Román, con el fin de discutir la situación española. Sánchez Román propuso intentar un pacto de última hora con los rebeldes, a fin de evitar la violencia que ya se estaba produciendo.

Se ofreció el Gobierno a Ruiz de Funes, que lo rechazó. Nadie estaba dispuesto a cargar con la responsabilidad del conflicto en Madrid ese 19 de julio.

El dimitido Presidente del Gobierno, Diego Martínez Barrio, no era del gusto de los sindicalistas porque no repartía armas. Empezar una guerra, con el peligro de facilitar proyectos de revolución del socialismo de clase, del anarquismo, y del comunismo, no le parecía una solución adecuada. La revolución de cada uno de estos grupos parecía imposible, pues no tenían infraestructuras políticas suficientes para hacerla, pero todos juntos, sí que podían luchar. Era fácil luchar todos juntos contra el poder constituido, “contra los fascistas” como decían en aquellos días, pero cada uno de los grupos era enemigo a muerte de los demás. Y, a pesar de esta evidencia, lo intentarán durante tres años en la llamada Guerra Civil Española, que fue una campaña de exterminio de todos contra todos, en la que los objetivos militares eran secundarios. Hitler y Mussolini se asustaron y se enfadaron con Franco por el motivo de que prefería al exterminio del enemigo a la consecución de objetivos. Gran Bretaña estaba muy defraudada con un Gobierno republicano aliado a comunistas, socialistas de clase y anarquistas, todos ellos armados y con sus propios ejércitos independientes de la autoridad del Gobierno. La Guerra Civil española no fue una guerra convencional, sino una acumulación de matanzas. Y los sacerdotes católicos, hacían absoluciones generales a los soldados que iban a matar cada día, y trataban de obtener la confesión de los condenados a muerte, como si con ello hicieran algo positivo para detener la matanza. Se empezaron a justificar las muertes en que los otros también mataban. La culpa “siempre la tenía el otro”.

De momento, el día 19 de julio de 1936, los rebeldes eran republicanos que no soportaban las políticas del Gobierno de tolerar asesinatos entre extremistas de derecha y de izquierda, quemas de iglesias, y ocupaciones de fincas, bajo el pretexto de que una Ley Agraria concedería la propiedad a los trabajadores. El que los rebeldes cayeran en manos de un dictador autócrata, no estaba previsto todavía. Que los rebeldes fueran controlados por grupos minúsculos de falangistas, por grupos un poco más grandes de requetés liberales católicos, no estaba tampoco previsto, ni parecía probable.

Un mensaje de radio dijo que Casares Quiroga había dimitido y había sido sustituido por José Giral. Se añadió que Giral continuaba como Ministro de Marina, que el Ministro de Guerra era el general Castelló, y que el Ministro de Gobernación era el general Pozas. No se comunicaba  en el mensaje el Gobierno de Martínez Barrio.


[1] Leandro Álvarez Rey, Diego Martínez Barrio. Real Academia de la Historia. DB-e.

[2] Andrés Saliquet Zumeta, 1877-1959, era un aristócrata de Barcelona, que ingresó en la academia de infantería de Toledo. Estuvo en Cuba, y luego pasó a Marruecos, por lo que llegó a general de brigada en 1923. Fue partidario de Primo de Rivera, el cual le nombró Gobernador civil de Santander en 1928, y en 1929 le ascendió a general de división. En 1930 pasó a Gobernador militar de Cádiz, un puesto importante puesto que mandaba sobre la base naval. Al advenimiento de la República, fue cesado como Gobernador militar y se acogió al retiro voluntario. Mola le encargó la VII División (Valladolid) y el 19 de julio se apoderó de Capitanía, deponiendo allí a Molero. Más tarde, fue miembro de la Junta de Defensa Nacional de Burgos, y uno de los que escogió a Franco como Jefe de Gobierno y Generalísimo de los Ejércitos de España.

[3] Sito en el edificio de la Compañía de Jesús, calle Ruiz Hernández nº 12 (entre Plaza de la Universidad y Calle Colón).

[4] En Calle Prado nº 9, frente al actual Hospital Clínico,  de Valladolid.

[5] Luis Miguel Limia-Ponte Manso de Zúñiga, 1882-1952, nació en una familia de aristócratas terratenientes y se hizo militar. En 1931, era General de Brigada. En 1932, participó en la Sanjurjada, y después huyó a Portugal y se puso al servicio de Juan de Borbón. Cuando se le indultó pasó a la reserva, pero en 19 de julio de 1936 se presentó en Valladolid para tomar Capitanía, el cuartel de la VII División.

[6] Francisco Llano de la Encomienda, era un africanista que llegó a general en 1931 y fue destinado a Huesca en 1932. La revisión de los ascensos por méritos de guerra, le hizo avanzar muchos puestos en el escalafón, lo que molestó a muchos de los futuros rebeldes. En 1933, obtuvo destino en Valencia, donde se relacionó con Luis Lucia, líder de Derecha Regional Valenciana. En 1936, el Gobierno decidió neutralizar a los militares descontentos con el Gobierno, y destituyó al Jefe de Estado Mayor, Francisco Franco, al que envió a Canarias, y nombró en su lugar a José Sánchez Ocaña. Sánchez Ocaña dejo libre el puesto de Jefe de la IV División Orgánica, Barcelona, y allí fue destinado Llano de la Encomienda. En ese puesto, fue contactado por Mola para que se uniera a la sublevación militar, pero Llano de la Encomienda se negó. Mola decidió que fuera otro general el que se pusiese al frente de la rebelión en Barcelona. Llano de la Encomienda no hizo gran cosa contra los golpistas catalanes, a pesar de que el Comisario de Orden Público de la Generalitat, Federico Escofet, le informaba de lo que estaba pasando. El 18 de julio, Mola llamó a Llano de la Encomienda, y éste le confirmó que no se rebelaría. También Casares Quiroga le telefoneó para que arrestase a los golpistas, pero Llano de la Encomienda no tomó decisiones. El 19 de julio, llegó a su despacho el general Goded con algunos rebeldes, y Llano de la Encomienda sufrió un infarto. Fue la Guardia Civil, los catalanistas y los sindicatos, con algunos militares, los que se encargaron de reprimir la sublevación en Barcelona. Llano de la Encomienda fue destituido. En noviembre, fue destinado al Ejército del Norte y se le concedieron 100.000 hombres, llegó a Bilbao y se encontró con el lehendakari José Antonio Aguirre se negaba a poner los soldados vascos a su disposición, pues quería ser él quien mandase las tropas vascas. Llano de la Encomienda cedió una vez más, y puso su cuartel en Santander, dejando a los vascos libres de obediencia. En marzo de 1937, Mola atacó Vizcaya, y Aguirre le pidió a Llano de la Encomienda ayuda, y éste acudió a Bilbao con soldados de Cantabria. Bilbao se perdió a manos de los rebeldes. Llano de la Encomiendo fue destituido y sus funciones fueron asumidas por el general Gamir, el cual perdió Santander y Asturias. Fuente: F. Puell de la Villa. Francisco Llano de la Encomienda, Real Academia de la Historia, DB-e.

[7] Carlos de Urabá, La sublevación fascista de 1936 en Navarra. Mundo Obrero, Julio de 2016.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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