El 18 de julio de 1936, por la mañana.

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     La rebelión de 18 de julio de 1936.

El 18 de julio, la rebelión parecía ser una acción exclusivamente militar, y liberal, un golpe de Estado militar contra el socialismo de clase y el comunismo, que se estaban volviendo a imponer como en 1931. Los principales jefes rebeldes eran republicanos y monárquicos. Pero había un temor justificado a los socios de los golpistas, no tanto al requeté ultracatólico, como a Falange Española y a los africanistas partidarios de una nueva dictadura. Los rebeldes, aunque eran pocos, armaban enseguida a milicianos civiles, requetés y falangistas, y así éstos realizaban tareas de vigilancia, información y “limpieza” de enemigos, lo cual dejaba libres muchos fusiles militares para la lucha abierta.

Y parecía que el golpe había triunfado en Marruecos y en Sevilla: en Marruecos, los gubernamentales general Agustín Gómez Morato, y general Manuel Romerales Quintero, lo estaban pasando mal. En Sevilla, los gubernamentales general Fernández Villa-Abrile, y general López Viota, estaban en serias dificultades, porque sus Estados Mayores les depusieron y detuvieron.

Los rebeldes estaban cometiendo dos errores básicos: en primer lugar, usaban la fuerza para rectificar los errores de la política, y ese error condujo a que los más radicales se impusieran sobre los más demócratas. En segundo lugar, en su afán de impedir las concesiones del Gobierno a “socialistas de clase” comunistas y catalanistas, no dudaron en incorporar apoyos extraños como partidarios de la dictadura, requetés y falangistas. Estos compañeros de viaje buscaban cada uno su propio camino, la dictadura militar, la monarquía liberal carlista, y el fascismo. No tuvieron cuidado en elegir con quién se acostaban esa noche.

La noticia de la sublevación, en 18 de julio.

A las 04:00 horas del 18 de julio, sonó el teléfono en la habitación del hotel en que dormía Francisco Franco Bahamonde en Las Palmas. Franco había asistido el día 17 al entierro de Amado Balmes Alonso, Gobernador Militar de Gran Canaria, y se había visto con el rebelde general Luis Orgaz. Le despertó su primo Francisco Franco Salgado-Araujo, llevando un telegrama del coronel Luis Soláns, que decía que había iniciado la sublevación en Melilla. Franco respondió con otro telegrama, que fechó en Tenerife, aunque lo redactó en Las Palmas.

El 18 de julio de 1936 era sábado. Pero en Madrid, los diarios de la mañana, todavía salieron sin comunicar la noticia que más interesaba a los españoles. Se estaban convirtiendo en medios de desinformación. Publicaban que el general Miguel Núñez de Prado Susbielas había sido nombrado Inspector General del Ejército de África. Núñez de Prado intentó tomar un avión para volar hasta Tetuán, pero los aviadores le dijeron que no podía ser, porque no dominaban los aeropuertos de Madrid, ni los de Sevilla, necesarios para hacer escala de vuelo. No pudo volar a África.

El primer periódico en publicar la noticia de la sublevación, fue El Telegrama del Rif, el día 18, pero sólo tenía difusión en Melilla. Un mensaje de Franco decía que el ejército se sublevaba para restablecer el orden dentro de la República. Declaraba estado de guerra, y decía que el Protectorado de Marruecos no obedecía al Gobierno de Madrid.

Por fin, a las 08:00 horas del día 18 de julio, la radio comunicó la noticia. Se trataba de una nota del Gobierno que decía que había fracasado una sublevación militar en Marruecos, y que el Gobierno se estaba ocupando de los cómplices que tenían en territorio peninsular. El Gobierno estaba engañando a los españoles. No quería alarmar a la población, ni quería dar ánimos a los rebeldes.

No había demasiada sorpresa, pues muchos españoles sabían que empezaba una rebelión: Los alcaldes navarros alquilaban todos los camiones posibles para llevar voluntarios a Pamplona a iniciar la guerra del lado rebelde. A esos camiones se subían jóvenes y viejos de los pueblos, y eran aclamados por la multitud cuando iban llegando a Pamplona. Los obreros de Madrid salieron en masa a la calle dando vivas a la libertad y a la revolución obrera, términos que aparecían como sinónimos aquél día. Inmediatamente, los sindicatos pidieron armas para los obreros, tal como decía el manual comunista y socialista. Y los obreros acudían a los locales de sus partidos y sindicatos, y a los Gobiernos Civiles, a demandar armas. Era un tremendo error: Si se accedía a esta petición, era lo mismo que acceder a hacer la revolución socialista, comunista o anarquista, y el Gobierno no quería una República socialista, sino una república democrática liberal. Pero negarles las armas a los pesoístas, era generar un problema interno muy grave, pues habría que dominar las sublevaciones PSOE-UGT en el momento grave en que era preciso dominar a los golpistas. La situación provocada por Largo Caballero no tenía solución.

Casares Quiroga negó el reparto de armas, que significaría una matanza entre civiles y una guerra civil segura, y pretendió solucionar el problema con los recursos propios del Estado, su ejército.

La población de Madrid vivió ese día 18 de julio como si no pasara nada. Hacía calor, y la gente salió a las terrazas, a los cines y teatros, como todos los días. Los tranvías y autobuses circulaban como de costumbre. La única señal extraordinaria era que los soldados habían sido acuartelados, y las comisarías de Madrid estaban llenas de policías, con todo el personal de servicio.

     Rebelión de Canarias el 18 de julio.

En Gran Canaria estaba confinado el general Luis Orgaz Yoldi, uno de los golpistas, y en Tenerife estaba destinado el general Francisco Franco Bahamonde, otro de ellos.

El 18 de julio, Franco declaró estado de guerra y se sumó al golpe de Estado. Hizo una declaración radiofónica declarando que la anarquía y las huelgas estaban destruyendo la nación, que la Constitución estaba prácticamente suspendida, que el regionalismo estaba destruyendo la unidad nacional, que los enemigos del orden público estaban calumniando a las fuerzas armadas, que el ejército no podía permanecer impasible y se sublevaba para llevar la paz, la justicia y la igualdad a todos los españoles y en beneficio del pueblo, y no para vengarse de él, y que el ejército garantizaba “por primera vez, y en este orden, la trilogía de la fraternidad, la libertad y la igualdad”. Leído este discurso voló hasta Casablanca, donde pasó la noche.

El 18 de julio por la mañana, una compañía de infantería desfiló por Las Palmas haciendo sonar cornetas y tambores. Leyeron el pregón de Franco en varias plazas públicas de la ciudad. UGT declaró la huelga general, pero no tuvo eficacia alguna: A las 08:10, una concentración popular se manifestaba contra la rebelión. Fue interceptada por dos docenas de soldados armados. Y los manifestantes se dispersaron.

A las 10:00 horas, un telegrama del general Luis Soláns Labedán llegó al Gobierno Militar de Tenerife. Anunciaba que el ejército dominaba los aeródromos del norte de Marruecos, e invitaba a Franco a ir a Tetuán, o a Larache. Franco ordenó a Luis Orgaz que se encargarse del dominio militar sobre las Islas Canarias, y él se fue en barco a Gando, el aeródromo donde le esperaba un avión Dragon Rapide. Lo primero que hizo Franco fue embarcar a su mujer y a su hija en el guardacostas Ued Arcila, el cual las trasladó al buque alemán Waldi, que se dirigía a El Havre.

Franco tomó un transbordador desde Tenerife hacia Gando, el aeropuerto de Gran Canaria, y allí subió al Dragón Rapide, para volar a Agadir y Casablanca. Franco despegó en el Dragon Rapide a las 14:30 horas del 18 de julio. Llegó a Agadir a las 17:00 horas. En Agadir, había dos Fokker españoles gubernamentales, que no se enteraron de que Franco iba en aquel sencillo avión particular. El avión de Franco repostó, y siguió vuelo hasta Casablanca, a donde llegó a las 20:00 horas, todavía con luz solar abundante. Estaba a dos horas de vuelo de su objetivo, pero decidió dormir en Casablanca por precaución. No comunicó a nadie su posición, de modo que estuvo “perdido” durante algunas horas.

Durante 40 años, Franco hizo celebrar el 18 de julio como fiesta nacional, pero no fue el día en que se inició la sublevación, sino el día en que él la empezó.

 Las expediciones de los asturianos, 18 de julio.

El punto más fuerte de los gubernamentales en 18 de julio era Asturias, en donde el coronel Antonio Aranda, Jefe de la Comandancia Militar de Asturias, había recibido el 18 de julio, órdenes telefónicas del pesoísta Indalecio Prieto, de armar a 10.000 mineros, y organizar columnas militares con ellos. Su objetivo debía ser ocupar todo el Reino de León: León, Zamora, Salamanca y Valladolid, y una vez dominadas estas ciudades, ir sobre Madrid e impedir que el Gobierno cayese. Antonio Aranda Mata, el hombre que había tomado Asturias en 1934, no se lo creía, y pidió a Madrid confirmación de la orden por escrito. En eso se perdió un tiempo que era vital para los rebeldes.

Aranda era un tipo liberal, monárquico y masón, y los gubernamentales creían que estaría con ellos. Pero la rebelión en ese momento, todavía era liberal, y Aranda estaba con los rebeldes. Pero no lo manifestó. En los días siguientes, se declaró rebelde, y se convirtió en un mito de resistencia en Oviedo. Posteriormente, fue un problema para el franquismo, porque reivindicó la democracia y la monarquía, pero Franco no se atrevió a fusilarle, porque la prensa franquista le había convertido en un héroe de la sublevación.

Aranda estaba esperando ver qué pasaba, antes de tomar una decisión que podía costarle la vida. Aranda se excusó ante el Gobierno diciendo que no tenía tantas fuerzas como para ocupar el Reino de León, e ir sobre Madrid. Además, no tenía tantas armas como para armar a miles de mineros. Se le dijo que, al llegar a León, se le entregarían las armas. Se hizo cargo de la expedición minera el comandante Juan Ayza Borgoñós.

Los mineros y militares formaron una columna motorizada con 3 camiones de Campsa, 4 autobuses y 12 coches particulares, en los que iban unos 500 hombres. Su jefe era el socialista Francisco Martínez Dutor, asesorado por el teniente de asalto Francisco Lluch Urbano.

Una segunda columna de mineros consiguió dos locomotoras (necesarias para subir el puerto de Pajares) que arrastraban a 12 vagones, que podían llevar unos 1.500 hombres, pero sólo tenían 200 fusiles. Se les dijo que tendrían armas al llegar a León. Salieron de Oviedo en las primeras horas del 19 de julio. Sus jefes eran el socialista Manuel Otero y el teniente de asalto Alejandro García Menéndez.

Mieres levantó un grupo importante de mineros voluntarios, pero no tenían armas ni medios de transporte.

En Ujo, último pueblo de Asturias en el ferrocarril que va a León, ya habían conseguido tres locomotoras que arrastraban 18 vagones y llevaban a 2.500 hombres.

     El 18 de julio en San Fernando.

En la madrugada del 18 de julio, el vicealmirante José Gámez Fossi, jefe de la Base Naval de San Fernando (Cádiz), se declaró rebelde. Fue depuesto inmediatamente. Pero a media mañana, cuando triunfaron los rebeldes, Gámez fue repuesto como comandante militar de San Fernando. Inmediatamente, envió a la marinería a ocupar Cádiz, y a las 18:00 horas, declaró estado de guerra. La Guardia Civil y los Carabineros de Cádiz se sumaron a la rebelión, y algunos de éstos, se desplazaron a Puerto Real y a Chiclana. Los militares que envió Giral para hacerse cargo de la base el día 19, fueron fusilados unos días más tarde.

     18 de julio en El Ferrol.

Las instrucciones de Mola para la Armada eran dominar las bases de El Ferrol y Cádiz, pues tenía poca confianza en dominar Cartagena, vigilar las costas de Asturias para que no llegaran armas a los gubernamentales, bombardear la cuenca minera asturiana si fuera preciso, y colaborar con el ejército de Marruecos en su traslado a la Península.

Pero la situación era difícil para los rebeldes, porque los suboficiales de los buques “Libertad”, “Miguel de Cervantes”, “Almirante Cervera” y “España”, constituyeron “comités de vigilancia” para controlar a sus jefes, de los que sospechaban complicidad en la rebeldía. En estos comités era fundamental la actuación de los telegrafistas, que se enteraban de casi todo, y se lo comunicaban inmediatamente a UMRA, en Madrid.

Mola tenía como enlaces en El Ferrol a los hermanos Francisco Moreno Fernández y Salvador Moreno Fernández, y al Jefe de Estado Mayor de El Ferrol, capitán de navío Manuel Vierna Belando, y por ello, el 14 de julio, el Ministro José Giral había cesado al capitán de navío Manuel Vierna Belando.

En la base marítima de El Ferrol, en la mañana del 18 de julio se recibió una llamada de Franco al Jefe de la base, para comunicarle el comienzo de la rebelión. Pero el vicealmirante Indalecio Núñez Quixano, comandante de la base, no quería tomar una decisión hasta asegurarse de lo que pasaba. Enseguida fue sustituido por el contralmirante Antonio Azarola Gresillón, segundo de Núñez y jefe del arsenal, que era gubernamental. El contralmirante Azarola, sería fusilado a primeros de agosto por no haber colaborado activamente con los rebeldes en los primeros días de la sublevación.

Los rebeldes de El Ferrol eran el jefe de la flota, Venancio Pérez Zorrilla; el comandante del acorazado “Jaime I”, Joaquín García del Valle; el comandante del crucero “Miguel de Cervantes”, Antonio Moreno de Guerra Alonso; el comandante del “Libertad”, Hermenegildo Franco Salgado-Araujo; y el comandante del “Almirante Cervera”, Juan Sandalio Sánchez Ferragut.

También estaban en El Ferrol, el acorazado “España” a las órdenes de Gabriel Antón Rozas; los cruceros “Baleares” y “Canarias”, a las órdenes de Francisco Moreno Fernández; los minadores “Júpiter”, “Vulcano”, “Marte” y “Neptuno”; unos torpederos; el guardacostas “Xauen”; el remolcador “Galicia”. Y la infantería de Marina a las órdenes de Enrique de la Huerta Domínguez.

La dotación del “Almirante Cervera” (construido en 1928), que estaba en dique seco, inició la sublevación. El buque fue  bombardeado por aviones de la base de Marín hasta que se rindió. El capitán de navío Juan Sandalio Sánchez Ferragut, comandante del “Almirante Cervera”, fue fusilado junto a docena y media de rebeldes. En total, el buque había sufrido 37 muertos. La dotación del acorazado “España” también se amotinó en dique seco, pero cuando se rindió el “Almirante Cervera”, abandonó su actitud. El destructor “Velasco” no se sublevó.

Desde la base de El Ferrol, salieron el 18 de julio varios buques a proteger el Estrecho: por la mañana salió el crucero “Libertad”, a mediodía salió el “Jaime I, y por la tarde salió el crucero “Cervantes”, buque insignia de la flota, a las órdenes del vicealmirante Miguel Mier del Río.

El acorazado “Jaime I”, no cumplió la orden de ir inmediatamente sobre el Estrecho, sino que se disculpó en que tenía que carbonear, y entró en Vigo. El “Jaime I” se estuvo en Vigo hasta las 03:00 horas del día 20 de julio. Estaba incumpliendo las órdenes. En ese tiempo, muchos marineros saltaron a tierra y abandonaron el buque. A la hora de zarpar no había suficiente tripulación, y se embarcó a los marineros que se encontraban por allí. El buque no era manejable, y se decidió ir a Tánger, a donde llegó el 21 de julio.

         El 18 de julio en Cartagena.

Mola tenía como enlaces en Cartagena, al comandante del “Almirante Ferrándiz”, capitán de fragata Marcelino Galán Arrabal; al comandante del “Sánchez Barcáiztegui”, capitán de fragata Fernando Basterreche; al Jefe de estado Mayor de la segunda flotilla de destructores, Francisco Pemartín Sanjuán; al comandante del C-2, capitán de corbeta Juan García de la Mata; al ayudante Mayor del arsenal, Francisco Moreno de Guerra; al teniente de navío José Tapia Manzanares, que actuaba como enlace entre los jefes de los destructores; al jefe de la base aérea de San Javier, José León de la Rocha; al capitán de aviación Martín Selgas Perea, en el aeródromo de los Alcázares. Por lo tanto, concluimos que Mola tenia bien preparado el golpe en Cartagena, cuyas misiones, explicitadas en 20 de junio, serían: colaborar con el ejército de Marruecos en el paso del Estrecho; mantener el orden público en la ciudad; apoyar las peticiones que le hiciera el ejército sublevado; vigilar las costas entre Cartagena (Murcia) y Rosas (Gerona); enviar dos buques de guerra a Barcelona; enviar un buque de guerra a Valencia. Cartagena era pues un punto clave en el plan de la sublevación de Mola.

Pero el ambiente en la ciudad era frentepopulista, socialista y comunista principalmente. Ese ambiente se había generado porque en 1934 se habían hecho muchos presos, y desde febrero de 1936 se habían hecho manifestaciones pidiendo la amnistía. También se pedía la destitución del Gobernador Militar, José López Pinto, y del jefe de la Base, Juan Cervera Valderrama. El Gobierno accedió a estos cambios, y nombró Gobernador Militar al general Toribio Martínez Cabrera, y jefe de la Base al vicealmirante Francisco Márquez Román, gentes comprometidas con el Frente Popular. No obstante, en junio de 1936, hubo rumores de que el Regimiento de Artillería de Costa se quería sublevar, y el 29 de junio, los Guardias de Asalto se apostaron junto al cuartel de artillería de costa, aunque no hubo motivo para que intervinieran.

El 14 de julio, Cartagena convocó huelga general, culminación de unas decenas de huelgas, en teoría de solidaridad de unas empresas con otras, pero el Frente Popular estaba interesado en mantener la tensión entre los trabajadores. Organizaron piquetes para que no hubiera pan, agua, ni luz, porque se boicotearon y sabotearon las instalaciones. El ambiente era prerrevolucionario, y el Gobierno concedió el 17 de julio, todo lo que pedían los obreros. Es más, el Ministro Giral, envió el 14 de julio a Pedro Prado Mendizábal a investigar a los posibles rebeldes de Cartagena, y Pedro Prado destituyó: al comandante del “Almirante Ferrándiz”, Marcelino Galán Arrabal, que fue sustituido por Miguel Fontela Maristany); al jefe de Estado Mayor de los destructores, Francisco Pemartín; al comandante del B-5, Francisco Javier Chereguini; al comandante del C-6 (Manuel Álvarez); al capitán de artillería Manuel Bruguetas; y al capitán de ingenieros José de la Figuera. El Gobierno estaba tomando medidas contra la sublevación que se preveía.

El 15 de julio, Pedro Prado completó su obra preparatoria contra el golpe, enviando el “Churruca” a Cádiz y el “Lepanto” a Almería, para defender el Estrecho contra los rebeldes. El “Almirante Ferrándiz” debía salir para Barcelona, y defender el puerto contra incursiones rebeldes.

En la noche del 17 de julio, una vez empezada la sublevación en Melilla, se envió una flota a proteger el Estrecho: “Almirante Valdés”, “Sánchez Barcáiztegui”, “Alsedo”, 5 submarinos.

El 18 de julio por la mañana, el Ministro José Giral Pereira ordenó cañonear Ceuta, Melilla y Tetuán. La orden de bombardear les llegaba del Gobernador de Cádiz, Mariano Zapico.

El mismo 18 de julio, llegó a Cartagena procedente de Valencia, Martín Selgas Perea, con las instrucciones de Mola para la rebelión. Y a las 12:25 horas se captó el mensaje de Franco pidiendo el inicio de la sublevación. El jefe de la estación de radio, Manuel Sierra Carmona, se lo pasó al Estado Mayor de Cartagena, y el Estado Mayor se lo pasó al Estado Mayor Central de Madrid. El jefe de la Base, Francisco Márquez Román, le pasó también el mensaje de Franco al Gobernador Militar Toribio Martínez Cabrera. Todos eran pues sabedores de la inminencia del golpe de Estado.

Inmediatamente, los sublevados de Cartagena hicieron reunión en el “Almirante Ferrándiz” para planificar la sublevación, una actuación de pérdida de tiempo, pues la sublevación debía estar preparada días antes, según órdenes de Mola. No había decisión en ningún jefe rebelde. Al contrario, comenzó una serie de reuniones de oficiales rebeldes, en el destructor “Lazaga”, en la base de submarinos, en la estación de radiotelegrafía, que no conducían a ninguna parte. Los rebeldes perdieron el tiempo y la ocasión de apoderarse de la base naval de Cartagena. Lo único que se les ocurrió a los rebeldes, fue detener a algunos destacados líderes frentepopulistas, lo cual era irrelevante en ese momento.

El único que se rebeló el 18 de julio, fue el coronel José León de la Rocha en el aeródromo de San Javier. Cuando a las 10:00 horas llegó un vuelo de Madrid con el contralmirante Ramón Fontela Maristany (que venía a hacerse cargo del “Almirante Ferrándiz), y con el capitán de fragata Fernando Navarro, que venía a hacerse cargo del mando de la base de Cartagena, ambos fueron detenidos, pero tampoco León de la Rocha ocupó el aeródromo de Los Alcázares (o Burguete), que era colindante a San Javier. Ello tuvo repercusiones importantes, porque un grupo de soldados, capitaneados por Manuel Garcellés, corrió a Los Alcázares a avisar de la sublevación de San Javier esa misma tarde del 18 de julio, y el pesoísta Juan Ortiz, jefe de Los Alcázares, se puso de acuerdo con el Gobernador Militar Toribio Martínez Cabrera, y organizó el ataque de Los Alcázares sobre San Javier, al tiempo que Martínez Cabrera enviaba 300 hombres por tierra, desde Cartagena, los cuales no fueron necesarios cuando llegaron el 19 de julio. Los aviones de Los Alcázares lanzaron octavillas pidiendo la rendición de San Javier, y el aeródromo rebelde se rindió.

El 18 por la tarde, los rebeldes de Cartagena seguían perdiendo el tiempo: en el Regimiento de Artillería, los jefes ordenaron paseo, mientras los oficiales tenían reunión. En ese momento, los suboficiales se amotinaron contra sus jefes. El teniente coronel rebelde José Brandaris de la Cuesta trataba de hacer una cosa rara: dar permisos para ir a Cartagena y hacer cambios de destino, a fin de poder detener a los suboficiales más destacados de izquierdas, pero los sargentos lo habían entendido, y se le habían adelantado. La rebelión de Cartagena estaba siendo un fracaso el 18 de julio.

         La aviación el 18 de julio.

La flota de aviones estaba concentrada en Getafe, a donde habían llegado desde Granada los aviones Nieuport, y desde Sevilla, León y Logroño los Breguet.

Toda la aviación civil de que disponía la República fue enviada a Madrid el 18 por la tarde, excepto un DC-2 que fue averiado por disparos de mosquetón del capitán piloto Carlos Martínez Vara del Rey. Se quedaron en Tablada (Sevilla) dos Fokker VII militares, que pasaron a manos rebeldes el 19 por la mañana cuando los sublevados tomaron el aeropuerto.

     El 18 de julio en el Protectorado.

En Ceuta, el 18 de julio por la mañana, el “Churruca” y el “Dato”, que estaban en el puerto de Ceuta, recibieron orden de bombardear los objetivos militares de la ciudad. No obedecieron. Al contrario, el 18 de julio, estos buques llevaron tropas rebeldes desde África a Cádiz.

El destructor “Almirante Valdés” y el destructor “Sánchez Barcáiztegui” cañonearon Ceuta, pero luego fueron a Melilla, y se unieron a los rebeldes. La marinería del “Sánchez Barcáiztegui” y del “Almirante Valdés” se amotinó, arrestó a sus jefes, y salió de Melilla rumbo a Cartagena.

A Melilla, el 18 de julio hacia las 12:00 horas, llegaron el “Lepanto” y el “Sánchez Barcáiztegui”. En el puerto, encontraron al mercante “Antonio Lázaro” y al mercante “Monte Toro”, que estaban dispuestos a cargar tropas para trasladar el ejército rebelde a la Península. En ese momento, recibieron dos mensajes: un mensaje de Franco diciendo que empezaba la sublevación, y un mensaje del Ministerio de Marina que decía que debían bombardear Melilla. Tenían que decidir. El “Lepanto”, el “Sánchez Barcáiztegui” y el “Almirante Valdés”, decidieron entrar en puerto, y dialogar con los sublevados.

El 19 de julio, la tripulación del “Churruca” se insubordinó y el buque volvió a la obediencia al Gobierno de la República. El 26 de agosto el “Churruca” bombardearía Barbate, porque los empresarios de esa ciudad, habían transportado soldados en dos almadraberos, y les habían regalado aceite y conservas a los rebeldes.

Un Fokker VII y un Breguet XIX, atacaron Tetuán y Melilla el sábado 18 de julio a mediodía. Y dos Fokker atacaron otros núcleos de población africanos por la tarde. Incluso un Fokker dejó caer una bomba en una mezquita de Tetuán. Trataban de desmoralizar a los sublevados, pero consiguieron provocar una gran indignación generalizada. El Gran Visir de Tetuán tuvo que salir a la calle a calmar a los ciudadanos.

Los obreros de Melilla y Tetuán declararon la huelga, pero no lograron hacerla efectiva ante la intervención militar.

A las 16:00 horas del 18 de julio, el comandante del “Sánchez Barcáiztegui” y el capitán de fragata, Fernando Basterreche, leyeron ante la tripulación en pleno, el mensaje de Franco. Luego, llevaron el mensaje al “Almirante Valdés”, para que fuera leído igualmente ante la tripulación.

Las tripulaciones se negaron a sublevarse, y decidieron salir de puerto. La maniobra de zarpa fue torpe, y el “Almirante Valdés” quedó encallado en la escollera. Acercaron el mercante “Monte Toro” para que le remolcara a fin de desencallarle. No se unía a la sublevación. La tripulación del “Almirante Valdés” dijo que iba a Cartagena porque necesitaba reparaciones, y así el buque escapó de Melilla. El “Sánchez Barcáiztegui” salió hacia Málaga, a donde llegó en la madrugada del 20 de julio.

     Las fuerzas de seguridad el 18 de julio.

El Gobierno se había preparado en Madrid en contra del golpe que se esperaba: había concentrado muchos guardias civiles y guardias de asalto en la ciudad, y había cambiado a todos los jefes de esas fuerzas de seguridad, para romper los posibles compromisos secretos de los antiguos jefes con los golpistas.

Casares Quiroga entregó la Inspección General de las fuerzas de Seguridad y Asalto al teniente coronel Pedro Sánchez Plaza. Como Inspector General de la Guardia Civil fue nombrado el general José Sanjurjo Rodríguez-Arias (no confundirle con José Sanjurjo Sacanell, el líder rebelde). El coronel Joaquín Rodríguez Mantecón fue nombrado Inspector General de Carabineros. Estaba en La Coruña y, cuando llegó a Madrid, fue nombrado Subinspector General de Carabineros. Sustituía a Queipo de Llano.

     Emilio Mola, en 18 de julio.

Emilio Mola Vidal era un buen organizador e hizo un buen trabajo para la sublevación. Provenía de familias de guardias civiles, y había sido educado en el cumplimiento del deber. Había estado en África mandando unidades indígenas, y tenía buenas relaciones con los africanistas. En los últimos años de Alfonso XIII, se le había nombrado Director General de Seguridad, y exigió mucha disciplina a las fuerzas de seguridad, lo cual suele dar credibilidad a los Jefes que la imponen. Pero tras caer la Dictadura, Mola “sobraba” en Madrid, pues Berenguer quería dar una cara amable de Gobierno. En 1931, era Director General de Seguridad para el Gobierno Berenguer. El triunfo de la República en 1931, significó su procesamiento y expulsión del ejército, aunque en 1933 se le amnistió y fue readmitido en 1934. En 1935, volvió a Marruecos, donde volvió a contactar con la élite militar, y luego el Gobierno del Frente Popular le envió a Pamplona, porque sospechaba que estaba organizando un golpe militar. Mola era un liberal republicano, que sólo quería rectificar al Gobierno en su política de entrega a los pesoístas de Largo Caballero, a los comunistas y a los catalanistas. Pero dar un golpe era muy complicado, y tuvo que ponerse en contacto con otras fuerzas políticas, como los africanistas de Franco, los requetés carlistas, y los falangistas. En algunos momentos, pensó en desistir, debido a los condicionamientos que adquiría el golpe tras estos pactos.

Con algunas más dificultades que en África, pues en Pamplona estaba muy vigilado, Mola siguió contactando con descontentos y represaliados por la República, y siguió coordinando posibilidades militares en un posible golpe. Incluso a última hora, habló con los requetés carlistas, a los que tenía allí mismo en Pamplona.

La labor de Mola no podía pasar desapercibida, y el general en Jefe de la VI División, con cuartel en Burgos, Pedro de la Cerda y López Mollinedo, estuvo enterado, e informaba de ello al Gobierno de Madrid. Pedro de la Cerda pidió el relevo de Mola. Se envió a Pamplona al general Juan García Gómez-Caminero, Jefe de la III Inspección del Ejército, con la misión de comprobar la denuncia. Y Gómez-Caminero se encontró con que el Regimiento de Infantería América número 14, que estaba a las órdenes del Coronel Solchaga, era simpatizante de los rebeldes, y recomendó el cese de Mola. Pero Gómez-Caminero no estaba preparado para afrontar una rebelión, y no tomó las medidas pertinentes contra los oficiales que no le hacían caso. Gómez- Caminero estuvo en León el 19 de julio, y ordenó entregar armas a los mineros asturianos, cosa que no se cumplió, y Gómez- Caminero huyó a Portugal. El Gobierno destituyó a Pedro de la Cerda, y envió a Pamplona a Domingo Batet Mestres, un hombre mucho más enérgico, y Batet se fue inmediatamente a ver a Mola el 16 de julio de 1936, y Mola le engañó diciéndole que no estaba en ninguna conspiración contra el Gobierno. Le dijo que no había rebelión alguna en marcha, y Batet lo aceptó. El 18 de julio, Batet intentó disuadir a los sublevados, pero fue detenido el 19 de julio, condenado a muerte el 8 de enero de 1937, y fusilado el 18 de febrero de 1937.

También el jefe de la Guardia Civil, teniente coronel Gregorio Muga, fue sustituido por José Rodríguez-Médel Briones. En el caso de Rodríguez-Médel, Mola y él tuvieron palabras fuertes, y Mola le invitó a sumarse a los sublevados. Rodríguez Médel decidió llevarse la Guardia Civil a Tafalla, y hacerse fuertes al sur de la provincia hasta recibir apoyo del Gobierno. Pero uno de sus hombres le asesinó allí mismo el 18 de julio.

Mola estaba en contacto con hombres de la V división-Zaragoza, VI División-Burgos y VII División-Valladolid, y era el organizador de la rebelión. El Gobierno de España sabía perfectamente lo de la sublevación, y había decidido tomar medidas en Barcelona y Burgos, donde había conseguido unas listas de implicados y el texto que emitirían los sublevados. No se tomaron medidas en África, porque algunos creían que sólo eran rumores, cosas de cuartos de banderas. Y también hay que tener en cuenta que el Gobierno no tenía los suficientes hombres de confianza para sustituir a todos los rebeldes, pues no estaba seguro de casi nadie. Todos negaban estar implicados. Cuando había un general sospechoso, se le pasaba a la situación de disponible, es decir, se le quitaba el mando en tropa.

Pero Santiago Casares Quiroga, Presidente del Consejo de Ministros de España, todavía en 18 de julio de 1936, prefería ignorar las dimensiones de la sublevación. Casares Quiroga sabía que el objetivo del golpe de Estado era Madrid, y concretamente el Gobierno. Allí la guarnición militar era numerosa y potente, y no había masas de obreros de izquierdas, como en Barcelona y Bilbao. Los madrileños habían votado Frente Popular, y muchos militares eran fieles al Gobierno republicano.

El plan de Mola consistía en organizar cuatro columnas que avanzaran desde Valencia, Zaragoza, Burgos y Valladolid, hacia Madrid, además de transportar al Ejército de África lo más pronto posible, y apoderarse de los centros de decisión del Estado. Con la ayuda de un grupo de rebeldes, militares y civiles, que vivían en Madrid, pensaba que tomarían la ciudad con cierta facilidad.

El General de División Virgilio Cabanellas, Jefe de la I División Orgánica (Madrid), no era seguro para ninguno de los bandos: Por una parte, era hermano de uno de los pilares de la rebelión, Miguel Cabanellas Jefe de la V división-Zaragoza, pero había tenido un pasado liberal que no permitía asegurar de qué parte se pondría. De hecho, nunca llegó a rebelarse.

Los rebeldes de Madrid habían confiado el mando de la sublevación en el Jefe de Estado Mayor de la División, coronel Luis Pérez-Peñamaría Vélez, y en el Jefe de Estado Mayor de Caballería, coronel José Ungría Jiménez. En el plan rebelde, estaba contemplado el sustituir a Virgilio Cabanellas por el general Rafael Villegas Montesinos, el cual estaba en la situación de disponible forzoso desde junio de 1932, y había sido destituido por Azaña por sublevarse en Carabanchel. Joaquín Fanjul Goñi, comandante General de Canarias hasta que en febrero de 1936 fue cesado por el Gobierno del Frente Popular, también estaba en Madrid dispuesto a colaborar con los rebeldes. Manuel García de la Herrán Goñi, mandaba el cuartel de Carabanchel, una de las unidades más fuertes de España.     Santiago Casares Quiroga supo de la sublevación de Melilla el día 17 de julio, a los pocos minutos de producirse. Pero no tomó las medidas oportunas al respecto.

El 18 de julio, Mola tenía dificultades en Pamplona, porque tenía poca fuerza militar, y la población carlista y falangista no se sumaba a la rebelión. Decían que no tenían municiones ni fusiles. Cabanellas les envió desde Zaragoza 10.000 fusiles y unos millones de cartuchos. A cambio, les pedía hombres, para dominar Zaragoza contra las milicias anarquistas.

La rebelión en la I División Orgánica, Madrid.

La I División Orgánica-Madrid, comprendía las provincias de Madrid, Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Badajoz, y su jefe era Virgilio Cabanellas Ferrer, hermano de uno de los principales golpistas, Miguel, que estaba en Zaragoza. En Madrid residía el Presidente del Gobierno y Ministro de Guerra Santiago Casares Quiroga, el objetivo clave del golpe de Estado.

En la mañana del 18 de julio, en Madrid, se reunieron en el Ministerio de Guerra, los militares indiscutiblemente leales al Gobierno: general Miguel Núñez de Prado Susbielas[1], general José Riquelme López-Bago[2], coronel Juan Hernández Sarabia[3], teniente coronel Julio Mangada Rosenörn[4], teniente coronel Manuel Estrada Manchón[5], y el comandante Antonio Cordón García[6]. Y hasta allí acudió la Ejecutiva del PSOE dispuesta a asumir el poder. Santiago Casares Quiroga era Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Guerra.

Al mismo tiempo, en la Casa de Campo de Madrid, cerca de Puente de Segovia, el coronel Julio Mangada había reunido a 3.000 ó 4.000 hombres, provenientes de PSOE-UGT, PCE, CNT y algunos republicanos, y les llevó sobre el Cuartel de Campamento, situado en la Casa de Campo, diciéndoles que los militares se habían sublevado contra el Estado. Todavía era prematuro decirlo, porque la situación en ese cuartel era indecisa, pero Mangada tenía noticias de que algunos militares se habían sublevado en ese cuartel.

Casares Quiroga estaba superado por los acontecimientos, y se puso muy nervioso, porque se enfrentaba a la verdad de que era prisionero de sus aliados de Gobierno. Casares Quiroga vivió un momento de angustia ante la disyuntiva de aceptar un golpe de Estado militar, o plantear la guerra civil dando armas a los milicianos de sindicatos y del PCE. El general José Riquelme López-Bago le dijo que debía armar a los civiles. Ello significaba el inicio de varias revoluciones en ciernes, la anarquista, la socialista de clase de Largo Caballero, la comunista, y las independencias catalana y vasca. Ninguna tenía posibilidades de triunfar, pero todas estaban dispuestas a la violencia, primero todos contra el Gobierno, y después, todos contra todos.

A media mañana del 18, se había sabido que Queipo de Llano se había sublevado en Sevilla. Era una sorpresa, pues el Gobierno le tenía como fiel al Gobierno republicano. Radio Sevilla estaba publicando un mensaje de Queipo de Llano que proclamaba la ley marcial, y acababa con un ¡Viva la República! Los oyentes de la radio en Madrid quedaron confundidos, pero los conocedores del tema, sabían que se trataba de un sublevado. Los sublevados todavía estaban en plan de renovar la democracia en la República, y no de instaurar una dictadura militar antidemocrática.

La trama de los golpistas era sobradamente conocida por el Gobierno, pues en marzo de 1936, los golpistas se habían reunido para coordinar el golpe: Mola, Orgaz, Villegas, Fanjul, Franco, Rodríguez del Barrio, García de la Herrán, González Carrasco, Saliquet, Miguel Ponte, el coronel Varela, el teniente coronel Valentín Galarza. El Gobierno no detuvo a nadie en los días siguientes, lo cual se demostraba un error en 18 de julio de 1936.

Se sabía que la trama golpista en Madrid estaba organizada por UME, organización militar que había pasado de estar dirigida por Goded primero, a las manos de Ángel Rodríguez del Barrio después. El plan golpista para Madrid era que Ángel Rodríguez del Barrio ocupara el Ministerio de Guerra, el General Fanjul ocupara la I División Orgánica, y el General García de la Herrán ocupara los cuarteles de Carabanchel. El punto débil del plan era que ninguno tenía mando en tropa, y debían hacer valer su prestigio personal y la fuerza de su carácter, pistola en mano. Pero los rebeldes confiaban en que bastaría su presencia en los cuarteles para que la tropa les obedeciese. Rodríguez del Barrio padecía cáncer de estómago, y abandonó la idea de coordinar la rebelión, puesto en el que le sustituyó Emilio Mola.

Hasta el 18 de julio, el Jefe de la I División Orgánica (Madrid) e Inspector General del Ejército era Virgilio Cabanellas, hermano de Miguel Cabanellas, del cual se sospechaba que se rebelaría en Zaragoza. Virgilio Cabanellas fue sustituido el 18 de julio por Luis Castelló Pantoja al mando de la División, y por Miguel Núñez de Prado Susbielas como Inspector General del Ejército. Castelló estaba en Badajoz, y provisionalmente, se hizo cargo de la I División el general José Miaja Menant, al que se le consideraba fiel al Gobierno de la República.

         El 18 de julio en Zaragoza.

Sobre la rebelión de Zaragoza, el Gobierno republicano creyó poder atraer a Miguel Cabanellas a su bando, y Casares Quiroga le llamó por teléfono varias veces hacia mediodía del 18 de julio para que se trasladase a Madrid. Si se presentaba en Madrid, sería detenido, y si no se presentaba, cometía una desobediencia por la que debía ser detenido. Cabanellas, desobedeció la orden. Miguel Cabanellas acuarteló a la tropa.

En principio, los jefes rebeldes de Zaragoza eran el general Eliseo Álvarez Arenas, africanista, el coronel Federico Montaner Canet, y el coronel José Monasterio Ituarte. El coronel Monasterio había sido del equipo de Franco en la Academia Militar de Zaragoza, pero al llegar la República, se le anuló un ascenso porque el Gobierno pensaba que debía promocionar a los mejores, o más convenientes, y no por escalafón, y se disgustó mucho. José María Gil Robles lo recuperó en 1934, y en 1936 mandaba un Regimiento de Caballería en Zaragoza, punto fundamental de la rebelión de 1936.

De Cabanellas se dudaba si estaría en uno, o en el otro bando. Miguel Cabanellas Ferrer era africanista, del Partido Republicano Radical y masón, y demócrata convencido. La muerte de Sanjurjo le sorprendió en el sentido de que resultó el general más antiguo de los rebeldes, y jefe de la rebelión a partir de ese momento. A Franco nunca le gustó este general demócrata. Miguel Nuñez de Prado Susbielas, hombre de confianza de Casares Quiroga, se desplazó desde Madrid a Zaragoza el 18 de julio, y se entrevistó con el Gobernador Civil de la provincia, y luego fue a ver a Cabanellas con esperanza de llevarle a Madrid y controlarle, pues era dudosa su posición. Cabanellas le apresó.

El 18 de julio, a las 23:00 horas, Cabanellas colocó baterías en distintos puntos de Zaragoza, y organizó patrullas de falangistas para que detuvieran a los políticos republicanos y sindicalistas de la ciudad. Fueron detenidos unos 360.

Una vez dominada la ciudad de Zaragoza, se hicieron suscripciones patrióticas, incautaciones de vehículos, detenciones masivas de republicanos y “limpiezas” en los pueblos cercanos. Para hacer una “limpieza”, se guiaban de un paisano del pueblo que conocía la zona.

         18 de julio en Madrid.

El 18 de julio, se decidió cambiar a todos los militares de Madrid con cargos decisorios. Se encargó de ese trabajo el coronel Juan Hernández Saravia, consejero del Subsecretario de Guerra, general Manuel de la Cruz Boullosa. Uno de los primeros en ser cambiado fue el propio Manuel de la Cruz Boullosa, y en su lugar se puso al general Carlos Bernal García.

El Jefe de la I División Orgánica e Inspector General del Ejército, era Virgilio Cabanellas, hermano de Miguel Cabanellas, Jefe de la V división, Zaragoza. Virgilio Cabanellas fue sustituido el 18 de julio por Luis Castelló Pantoja al mando de la División, y por el general Miguel Núñez de Prado Susbielas como Director General de Aeronáutica. Núñez de Prado había sido nombrado Inspector General de las Fuerzas Militares en el Protectorado, el 17 de julio, pero estando ya en el avión, le llegó la noticia de que el aeropuerto de Sania-Ramel (Tetuán) era ya rebelde, y suspendió el vuelo. Entonces, fue nombrado Director General de Aeronáutica e Inspector General del Ejército a fin de que pudiera destituir a Cabanellas en Zaragoza. En Zaragoza fue apresado por Miguel Cabanellas y desapareció pocos días después. Castelló estaba en Badajoz, y provisionalmente, se hizo cargo de la División el general José Miaja Menant. Se cambiaron los jefes de los servicios de aviación para estar seguros de que los aviones no estaban en manos rebeldes; se cambiaron jefes en el Ministerio de Guerra; se cambiaron jefes en el batallón Presidencial.

Casares Quiroga ordenó el día 18 de julio por la mañana, la detención y conducción a la Dirección General de Seguridad del coronel Valcázar, coronel González Badía, coronel Romero de Tejada, teniente coronel Ríos, más tres Comandantes, dos capitanes y dos tenientes de los que sospechaba complicidad con los rebeldes. Se sabía que la trama golpista en Madrid estaba organizada por UME, organización militar a las órdenes de Goded primero, y de Rodríguez del Barrio después.

Juan Hernández Saravia conformó un equipo de su confianza: el comandante Ignacio Hidalgo de Cisneros y López de Montenegro fue puesto al frente del aeródromo de Getafe; Comandante Mezquita; Comandante Chirlandés; capitán Antonio Cordón García, el cual reingresaba en el ejército, y ascendería hasta general en los siguientes años; el capitán Freire; el capitán Carlos Núñez Maza, al que se le hizo coordinador de la Batalla del Guadarrama; teniente José Blazquez; el comandante Luis Barceló Jover, se le encargó localizar y detener a los golpistas que hubiera en Madrid; el teniente coronel Julio Mangada Rosenörn se le encargó buscar y juzgar a los rebeldes que hubiera en Madrid.

El general Sebastián Pozas Perea, Inspector General de la Guardia Civil, exhortó a todas las Comandancias de la Guardia Civil a que permanecieran obedientes al Gobierno y a que detuvieran a los militares que abandonasen sus destinos.

Casares Quiroga ordenó que acudiesen a Madrid todos los Guardias de Asalto que estuvieran disponibles en España.

El plan golpista para Madrid era que Ángel Rodríguez del Barrio ocupara el Ministerio de Guerra, el General Fanjul ocupara la I División Orgánica, y el General García de la Herrán ocupara los cuarteles de Carabanchel. El punto débil del plan, era que ninguno tenía mando en tropa, y debían hacer valer su prestigio personal y la fuerza de su carácter, pistola en mano. Pero los rebeldes confiaban en que bastaría su presencia en los cuarteles para que la tropa les obedeciese.

En Alcalá de Henares se sublevaron el Batallón Ciclista y el 7º de Zapadores. Era iniciativa de algunos oficiales que detuvieron a sus jefes y declararon estado de guerra. Pero el día 19 llegaron algunos soldados de Madrid, y los soldados rebeldes de Alcalá se rindieron.

          El 18 de julio en Valencia

Luis Lucia, de Derecha Regional Valenciana, telegrafió al Gobierno de Madrid y decía que repudiaba el levantamiento militar y acataba al Gobierno. Este telegrama, que decía una mentira, causó dudas en ambos bandos, gubernamentales y rebeldes. Los rebeldes habían pactado con Derecha Regional Valenciana para que fueran la trama civil de la sublevación. Los rebeldes desconfiaban de los mandos militares de Valencia: el jefe de la División, Martínez Monje; Gamir Ulíbarri; y Cavanna, que adoptaban una actitud ambigua. Y habían decidido enviar a Valencia al general González Carrasco a dirigir la sublevación. Los primeros en sublevarse en la III División, fueron los oficiales de San Javier (Murcia), junto a los falangistas de Alcoy (Alicante). Los falangistas acudieron al cuartel para declararse voluntarios a lo que hiciera falta. Pero La División no reaccionó el 18 de julio.


[1] Miguel Núñez de Prado Susbielas, era general desde 1930, y había sido Gobernador Militar de Baleares en 1932, Jefe de la II División, Sevilla, en 1934, Inspector General del Ejército en 1935, y era Director General de Aeronáutica desde 12 de enero de 1936. Por eso, el día 17 de enero procuró tener la mayor parte de los aviones militares en Madrid, y otra parte en Sevilla, para garantizar el vuelo entre Madrid y África, donde se esperaba la rebelión militar. De esa manera, esperaba que los golpistas no dispusieran de aviones de guerra. El 18 de julio, Casares Quiroga, en su condición de Ministro de Guerra, ordenó a Miguel Cabanellas, Jefe rebelde de la V División, Zaragoza, que se presentase en Madrid, cosa que no consiguió. Entonces envió a Núñez de Prado a Zaragoza a destituir a Cabanellas. Al llegar el avión de Núñez de Prado, fueron detenidos todos los viajeros, y muchos de ellos ejecutados días más tarde. Núñez de Prado, concretamente, fue llevado a Capitanía General y allí fue detenido hasta que el 21 de julio lo llevaron a Pamplona en automóvil, llegó el 22, y desapareció para siempre.

[2] José Riquelme López-Bago fue juez en el tribunal militar que absolvió a Sánchez Guerra en 1929, tras lo cual fue castigado y pasado a la reserva pro Primo de Rivera. Fue rehabilitado en 15 de 1931, y ascendido a general. Fue Capitán General de la III División, Valencia, y en febrero de 1935, Capitán General de la Segunda División, Sevilla, pero el Gobierno le cesó al poco. El 19 de julio de 1936, sería nombrado Capitán General de la I división, Madrid.

[3] Juan Hernández Saravia, era de familia militar y terrateniente de Benavente. Se formó en los jesuitas de Valladolid, y luego se hizo militar en Artillería, lo cual significó que ascendió por rigurosa antigüedad, pues los artilleros no admitían ascensos por méritos de guerra. Fue castigado por Primo de Rivera en 1927 por pedir ascensos más justos, y se retiró del ejército. Se afilió a Agrupación Militar Republicana, AMR. En 1931, la Segunda República, se reintegró al ejército como Jefe de Gabinete Militar del Ministro de Guerra, Azaña, lo que suponía gestionar el Ministerio de Guerra, dado que Azaña era también Presidente del Gobierno. Se vio implicado en los sucesos de Casasviejas, por la casualidad de que el Capitán Manuel Rojas Feijenspan era cuñado suyo, hasta que se reconoció que Riquelme no tenía relación con el tema. En verano de 1934, se volvió a marchar del ejército cuando gobernaba la derecha, y se implicó en Unión Militar Republicana Antifascista, UMRA, en oposición a Unión Militar Española, UME, de derechas. En 1936, volvió a ser Secretario personal de Azaña, y a gestionar el Ministerio de Guerra. Su gestión fue decisiva el 17 de julio cuando tomó medidas contra los rebeldes y decidió no entregar armas a los sindicalistas y milicianos diversos. En 8 de agosto de 1936, fue Ministro de Guerra durante un mes. Tomó mando en el ejército, fue derrotado en Córdoba por Queipo de Llano, y fue privado del mando en enero de 1937. Volvió a tener mando en tropa y se le ascendió a general en diciembre de 1937, para atacar Teruel, y el Ebro, donde de nuevo fue derrotado. Huyó a Francia en febrero de 1939 y estuvo con Azaña hasta la muerte de éste, y más tarde se dedicó a preparar un ejército que debía recuperar el Gobierno de España cuando los aliados ganaran la guerra, pero los aliados ganaron en 1945, y no hubo ataque sobre el franquismo.

[4] Julio Mangada Rosenörn, era un enfermo crónico que hizo trabajos militares de segundo nivel y se distinguió en el estudio y difusión del esperanto. Siendo ya teniente coronel, en 30 de diciembre de 1930 fue castigado por intentar una sublevación contra la monarquía. En 28 de junio de 1932, llegó su momento de gloria en el incidente de Carabanchel, donde exigió que el general Manuel Goded Llopis gritara ¡Viva la República!. El 18 de julio de 1936, volvió a alcanzar popularidad por reunir a miles de milicianos de izquierdas en Casa de Campo de Madrid. Con cerca de 6.000 hombres, organizó la Columna Mangada que defendió Gredos frente a Lisardo Doval. Era tenido como un héroe popular, pero sus hombres fueron derrotados en Talavera de la Reina, y su gestión militar fue calificada de pésima por el Estado Mayor republicano, y fue retirado del mando en tropas. En 26 de marzo de 1936, huyó a Argelia, y luego fue a México.

[5] Manuel Estrada Manchón era un militar cartógrafo y matemático, que durante la dictadura de Primo de Rivera habló a favor de la democracia, y disgustó al Rey y a los monárquicos, y por eso tenía la confianza de lso republicanos en 1931. En 1932, ingresó en el PSOE, y Largo Caballero le hizo Jefe de Estado Mayor Central, y luego Jefe del Servicio de Información de Estado Mayor Central. Puso sus oficinas en Palacio Real, y se valió de profesionales universitarios como colaboradores. se decepcionó de Largo Caballero y se paso al PCE, hasta que en 1939, Stalin firmó un acuerdo con Hitler, y Estrada abandonó el PCE. En 1989, volvió a ser popular, porque aparecieron en Francia media tonelada de documentos militares españoles, que se donaron a España y están en el Archivo de Salamanca.

[6]Antonio Cordón García, era artillero africanista, pero no era simpatizante de los autoritarios de derechas. En 1931, se retiró del ejército y se hizo comunista. En 1936, reingresó como comandante, y durante la guerra obtuvo cargos importantes y momentos de apartamiento, según las simpatías de los gobernantes para con el PCE. No obstante ascendió hasta general. En 1939, huyó a Moscú, y luego estuvo en Yugoslavia.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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