EL GOLPE EN 17 DE JULIO de 1936.

ideas clave: el 17 de julio en Melilla, Tetuán, y otras plazas africanas; conocimiento de la rebelión; el 17 de julio en Burgos, Valencia, Málaga, Canarias, las bases navales; el 17 de julio en la Marina y en la aviación; el 17 de julio en Madrid; Reacciones en el PSOE, en el Gobierno, en los españoles, en los guardias de Asalto; occidente en 1937; la noche del 17 de julio.

       El Estrecho de Gibraltar en 1936.

La separación entre la Península Ibérica y el Magreb viene enmarcada entre varios puntos dominantes: al oeste, están las ciudades de Tánger al sur, y Cádiz al norte. En 1936, Tánger era un puerto franco. En el centro están Ceuta al sur, y Gibraltar-Algeciras al norte. Gibraltar fue ocupado por Gran Bretaña en 1715. Ceuta es una plaza de soberanía española desde hace 500 años. Al este están Melilla al sur, y Almería al norte. Melilla es una plaza de soberanía española desde hace 500 años.

La zona oeste del Protectorado de Marruecos, o de influencia de Ceuta, en su región interior, se denomina La Yebala. La capital de esta zona y del Protectorado, estaba en Tetuán, 50 kilómetros al sur de Ceuta.

La zona este, o de influencia de Melilla, se denomina El Rif. La ciudad marroquí vecina de Melilla es Nador.

En Tetuán estaban las autoridades del Protectorado Español. La autoridad política o Alto Comisario de España en Marruecos, era en 1936, Arturo Álvarez-Buylla Godino. La autoridad militar o comandante en jefe de las fuerzas del Protectorado era Agustín Gómez Morato. Gómez Morato acudió a Melilla cuando supo de la sublevación, e inmediatamente fue detenido por los rebeldes en Tauima. Asesor militar de Álvarez-Buylla era el teniente coronel Juan Beigbeder Atienza, comprometido con los rebeldes.

En Ceuta y Melilla tenía España las mayores concentraciones militares que debían defender el Protectorado: el jefe militar de Melilla, era Manuel Romerales Quintero, fiel al Gobierno español.

El jefe militar de la región de Ceuta era el general Oswaldo Capaz Montes, que decidió salir a la Península en esos días complicados de julio. Quedó como jefe en funciones el coronel Arturo Díaz Clemente, un hombre indeciso ante la sublevación.

El comandante de la Legión, era el teniente coronel Juan Yagüe Blanco, comprometido con los rebeldes.

     Los sublevados del 17 de julio.

Era una conspiración de generales y jefes, y el mayor temor que sentían éstos, era por si los oficiales dependientes de ellos se declaraban fieles al Gobierno de la Segunda República, pero en África había muy pocos oficiales en esta fe, y los de Marruecos estaban muy seguros.

Los conspiradores no eran fascistas, aunque hubiera fascistas entre los sublevados. El PCE se esforzó en una campaña de propaganda que decía que todos los que se oponían a la revolución comunista eran fascistas, desde los monárquicos, pasando por los liberales monárquicos y republicanos, y hasta los pesoístas que no eran partidarios del socialismo de clase eran denominados socialfascistas por los comunistas. El PCE estaba aprendiendo la táctica de poner un mote desagradable a sus enemigos, y hacer desprecio de ellos. Todavía sigue funcionado esa táctica cien años después.

EL PCE se había inventado una nueva democracia, la democracia popular, en la que la iniciativa empresarial, los organismos e instituciones del Estado, y todas las organizaciones sociales, debían ser controladas por “el pueblo”, es decir, por las organizaciones comunistas, y más bien por los cuadros comunistas preparados al efecto. Esa democracia se oponía a la democracia fascista u orgánica, en la que esas organizaciones debían ser las consideradas “naturales”, es decir, la familia, la empresa, y el sindicato obrero, y controladas por un Estado rígido y dictatorial. La democracia popular y la democracia orgánica se parecían mucho entre sí, y de hecho eran hermanas. Pero ninguna de las dos era la democracia liberal representativa, social y de derecho. Cuando en el lenguaje corriente hablamos de democracia, no referimos a esta última, pero la ignorancia sobre ésta, da lugar a muchas posibilidades de demagogia, tanto entre los comunistas como entre los fascistas.

Ahora bien, los conspiradores necesitaban una trama civil que se hiciera cargo de los Ayuntamientos y del control de los ciudadanos, y esa trama aceptada, fueron los carlistas y la Falange Española. En ningún momento hubo posibilidades de que estos grupos se hicieran con el poder, y en 1937, Francisco Franco decidió que no siguieran reclamando en ese sentido. Los integristas católicos y liberales del carlismo, y los fascistas de Falange, fueron colaboradores con los rebeldes, pero no protagonizaron el golpe.

Otro error de los golpistas de 17 de julio fue admitir como socios a los militares más antidemocráticos, que se encontraban entre los africanistas, y concretamente, confiar el proyecto a Francisco Franco, autoritario, antimarxista, antiliberal, antidemocrático, del que se sabía que su plan era la dictadura personal, pero eso sucedió unas semanas más tarde, cuando ya la guerra había sucedido al fracasado golpe de Estado.

     La sublevación de Melilla.

En Melilla era jefe  militar el General de Brigada Manuel Romerales Quintero. Romerales era fiel al Gobierno de la República, y los rebeldes decidieron hacer su propia organización militar con el coronel Luis Soláns Labedán, el coronel retirado y jefe de Falange Juan Seguí Almuzara, y el comandante Luis Zanón.

El 17 de julio, por la mañana, se reunieron los líderes rebeldes de Melilla en el edificio de la Comisión de Límites. El tema del día era coordinar las ocupaciones de edificios, que se debían hacer una vez empezada la sublevación que estaba próxima, y debía ser en los siguientes diez días, cuando Emilio Mola diera la señal. La sublevación sería progresiva, es decir unas ciudades antes que otras, y no simultánea. Mola daría la orden para el levantamiento de cada Región Militar.

La primera labor que habían hecho los rebeldes del Protectorado era captar a los notables marroquíes para que les proporcionasen soldados mercenarios, y asegurarse el apoyo de la población civil en el momento de la conspiración. El 17, ya estaban reclutados los apoyos marroquíes y los apoyos falangistas.

Lo segundo, era concentrar fuerzas militares afines en las plazas de soberanía española: Joaquín Ríos Capapé, Jefe del 3º Tabor de Regulares de Alhucemas, estaba relacionado con los rebeldes, y el 17 de julio estaba camino de Melilla con sus legionarios y regulares. El Tabor de Regulares de Capapé llegó al cuartel de Melilla a las 16:00 horas del 17 de julio.

Los rebeldes de Melilla, redactaron un plan, y pasaron una copia a los falangistas de la ciudad, que debían hacer gran parte del trabajo de controlar a la población civil. Uno de los falangistas se lo contó a un amigo político de Unión Republicana, y éste se lo pasó inmediatamente a Manuel Romerales Quintero, comandante militar de Melilla. Romerales informó inmediatamente al Presidente del Gobierno, Santiago Casares Quiroga.

Se llegó a saber que el teniente coronel de Estado Mayor Darío Gazapo Valdés, Jefe de la Comisión de Límites, estaba almacenando pistolas y munición, con el fin de armar a los falangistas y civiles de Melilla que se presentaran voluntarios. Estos civiles serían la trama civil del levantamiento, dejando libre al ejército para misiones de riesgo de combate militar. La Falange de Melilla era muy importante porque figuraban en ella hijos de militares, y algunos oficiales jóvenes. Su disponibilidad era segura.

Manuel Romerales Quintero envió al teniente Juan Zaro al edificio de la Comisión de Límites y Servicio Cartográfico de Melilla, con 11 Guardias de Asalto y 4 policías. Llevaba orden de registrar el edificio. Ello debería acabar con la sublevación, antes de que ésta empezase.

En ese momento de la tarde, hacia las 16:00 o 16:20 horas, estaban reunidos en la Comisión de Límites, los cabecillas rebeldes: el teniente coronel Darío Gazapo Valdés, que era el jefe de esa dependencia, el teniente coronel Maximino Bartomeu[1], el teniente coronel Juan Seguí Almuzara que era el líder de los falangistas de Melilla, el comandante Luis Zanón, el capitán Carmelo Medrano, tenientes Bragado, Comas, Tasso, Sánchez-Suárez, Carlos Samaniego Ripoll y teniente Cano, dos capitanes de la Guardia Civil, el teniente legionario Julio de la Torre Galán, y algunos falangistas de Melilla. Era una tarde de muchísimo calor, y no era normal que se celebrasen reuniones a mediodía, en la hora de la siesta. Los reunidos estaban hablando del golpe y de la necesidad de estar preparados a partir del 18 de julio, y de la distribución de las armas que tenían en una habitación contigua: 50 pistolas y mucha munición. Comentaban también que, en la noche anterior, el teniente coronel Juan Bautista Sánchez, había ordenado al comandante Joaquín Ríos Capapé, hacerse cargo de los 650 hombres del Tabor de Regulares de Alhucemas y llevarlo a Melilla, que estaba a 100 kilómetros de distancia. Capapé ya había llegado unos minutos antes de las 16:00 a Melilla.

De pronto, el oficial de guardia entró en la sala de la reunión, y les presentó la orden de registro que traían el teniente Juan Zaro y los Guardias de Asalto que estaban en la puerta. Estaban siendo sorprendidos in fraganti. El teniente coronel Darío Gazapo salió a saludar al teniente Juan Zaro, y le manifestó que estaba de acuerdo con todo, pero que debía comunicarlo a sus superiores antes de dar permiso a gente extraña para registrar una dependencia militar. Mientras Gazapo entretenía al teniente Zaro, el teniente legionario Julio de la Torre llamó al cuartel de la Legión, y ordenó al sargento Sousa acudir urgentemente con una patrulla armada a la Comisión de Límites. Para hacer tiempo, pues necesitaba diez o quince minutos, Darío Gazapo llamó por teléfono al general Manuel Romerales, comandante en Jefe de Melilla, y le expuso la situación. Romerales le confirmó la orden de registro, pero ya era tarde, pues habían pasado los quince minutos que necesitaban: habían llegado los legionarios a la carrera, y estaban encañonando a los Guardias de Asalto. Unos se rieron mucho y otros suplicaron que no hubiera disparos. Y los Guardias de Asalto abandonaron el lugar como si no pasara nada. No hubo tiros, ni víctimas. Pero la conspiración había sido descubierta. Una vez libres, los Guardias de Asalto informaron de los hechos. Ello confirmaba las denuncias del concejal de Melilla, Felipe Aguilar, y de Francisco Fernández, que el día 16 de julio habían avisado a Madrid de que se estaban repartiendo armas en Melilla. Madrid no había creído a los denunciantes el día 16. Pero el 17, ya todo era muy evidente.

Los rebeldes reunidos en la Comisión de Límites de Melilla, son calificados por pesoístas y comunistas de fascistas, lo cual es una tergiversación de la historia, aunque hubiera algunos de ellos simpatizantes del fascismo. Simplemente eran rebeldes. El que colaboraran los falangistas, y que luego se impusieran a partir de 1937 entre los rebeldes los métodos fascistas de Franco, no quiere decir que todos los rebeldes, ni siquiera la mayoría de julio de 1936, fueran fascistas. La calificación de fascistas les servía a los marxistas para justificar sus propias violencias, planes y asesinatos.

Para los rebeldes de Emilio Mola, el incidente del día 17 de julio constituía un problema, pues el golpe estaba previsto para una fecha posterior, en los diez días siguientes al 18 de julio, cuando Mola lo estimase oportuno. Pero en Melilla, o se daba el golpe ya, o el Gobierno tomaría contramedidas. Y el coronel Luis Solans, el teniente coronel Juan Seguí, y el comandante Luis Zanón, decidieron iniciar el golpe, aunque no había orden de Mola para hacerlo.

Juan Seguí Almuzara, teniente coronel retirado, decidió ir a la Comandancia General de Melilla a detener al general Manuel Romerales Quintero. En plena hora de calor en el mediodía, el general Manuel Romerales Quintero también estaba reunido con el teniente coronal Aymat, con el comandante Edmundo Seco, con el comandante Izquierdo, y con los capitanes Rotger y Márquez, considerados todos fieles al Gobierno de la República, para discutir el modo de impedir la sublevación. Todos fueron detenidos por los rebeldes allí mismo y con las pistolas en la mano. Era el 17 de julio a las 17:00 horas. Posteriormente, les juzgaron por rebeldía el 26 de agosto, y les condenaron a muerte, por no querer sumarse a la sublevación “nacional” que estaba empezando. El 29 de agosto de 1936, Romerales fue fusilado en el Fuerte de Rostrogordo, Melilla. Juan Seguí fue proclamado nuevo Comandante en jefe de Melilla.

Los sublevados telefonearon al cuartel de la Legión para comunicarles los hechos consumados. Y se aceptaron los hechos tal y como venían. Llegaron a Melilla legionarios de Tauima (Luis Carbonell) y de Segangan (Delgado Serrano), y también regulares (Barrón), y ocuparon la ciudad de Melilla. Se resistió el capitán Leret en Mar Chica y hubo tiros, de donde resultaron muertos un obrero y un sargento moro. Los sublevados no dudaban en matar. No era un juego.

La primera orden la dio el teniente coronel Juan Seguí: Ponía al mando de la Primera Bandera de la Legión y de los Regulares al coronel Luis Soláns, y ordenaba poner en armas Melilla y Alhucemas. Seguí ordenó sacar las tropas a la calle y proclamó la Ley Marcial. El teniente coronel Maximino Bartomeu, declaró estado de sitio en nombre de Francisco Franco.

En esos momentos, llamó al despacho de Romerales el Presidente del Gobierno, Casares Quiroga, para preguntar por los acontecimientos, y Soláns le contestó que el general había salido, pero que todo estaba normal en Melilla. Mientras tanto, la realidad era que Bartomeu paseaba las calles de Melilla con una banda de trompetas y tambores que hacían mucho ruido, y de vez en cuando leían el bando de Francisco Franco llamando a la rebelión.

La siguiente autoridad del Gobierno en ser detenida, fue el general Agustín Gómez Morato, comandante en jefe de las fuerzas militares del Protectorado. En la mañana del 17, el general Agustín Gómez Morato, subió a un avión en Tetuán y fue a comprobar si las guarniciones africanas estaban en plan rebelde. En Larache escuchó rumores confusos de que la sublevación empezaría en Melilla. Entonces recibió llamada del Presidente, Casares Quiroga, que le informó de la sublevación en Melilla, y Gómez Morato voló a Melilla para impedirla, pero lo hizo sin tomar las debidas precauciones. Aterrizó en Taiuma por la tarde, y fue detenido por los sublevados. Sorprendentemente, cuando fue juzgado por los rebeldes, sólo fue condenado a 12 años de prisión.

Para entonces, el coronel Luis Soláns Labedán, jefe de la Agrupación de Cazadores de Melilla, había ocupado la Delegación del Gobierno en Melilla y la Comandancia Militar, y constituido una Junta Militar y un Servicio de Comunicaciones. Inmediatamente enviaron un telegrama al Estado Mayor de Marina en Madrid, para decir que estaba en marcha la sublevación. Estaban pidiendo a todos que se sublevasen, porque la rebelión había comenzado ya de hecho, y debían apurarse, y no perder la oportunidad. Soláns le comunicó también a Franco, esa noche, que la sublevación había empezado en Melilla.

Había un plan o protocolo de actuación: una vez tomadas las ciudades por el ejército, los falangistas acudirían para ocupar los locales de partidos y sindicatos, casinos de suboficiales, y también para formar patrullas para detener a personas conocidas como fieles al Gobierno de la República. Fuera de protocolo, empezó en el Protectorado una represión falangista-fascista, por la que los líderes sindicalistas fueron fusilados inmediatamente. Eran las primeras manifestaciones del fascismo en España.

En Melilla se rebelaron el 17 de julio la mayoría de los oficiales: El Inspector del Tercio, o jefe de las fuerzas más importantes de la zona de Melilla, era Luis Molina Galiano. El jefe de los Regulares era el coronel Fernando Barrón Ortiz, que controló el aeródromo de Tauima cerca de Melilla. El teniente coronel Francisco Delgado Serrano, que controló la base de hidroaviones de El Atalayón, en Melilla. El coronel Juan Bautista Sánchez González, jefe del Tercer Tabor de Regulares que estaba en Torres de Alcalá, cerca de Melilla y trasladó sus hombres a Melilla. El teniente coronel Fernando Barrón Ortiz. El teniente coronel Heliodoro Rolando de Tella y Cantós, que estaba en 1936 en Melilla en situación de disponible forzoso era rebelde. El teniente coronel Urzaiz. El comandante Joaquín Rios Capapé, destinado en Alhucemas.

El comandante de aviación, Ricardo Leret Ruiz, jefe de los hidroaviones de El Atalayón, que no quiso sublevarse, fue fusilado el 18 de julio de 1936.

           La rebelión de Tetuán.

Tetuán era la capital del Protectorado Español. El coronel Eduardo Sáenz de Buruaga Polanco supo, a las 18:00 horas del día 17 de julio, que Melilla se había sublevado. Se lo comunicó el teniente de la Guardia Civil, Muñoz. Obtuvieron la cooperación del teniente coronel Carlos Asensio Cabanillas, Jefe de Regulares de Tetuán, el cual se hizo con el mando en Tetuán, y puso cerco a la Alta Comisaría de España en Marruecos, al aeropuerto Sania Ramel y al centro obrero de la ciudad.

Los regulares detuvieron al Alto Comisario de España en Marruecos, Arturo Álvarez-Buylla Godino, cuando el 18 de julio por la mañana estaba hablando por teléfono con Hidalgo de Cisneros, jefe de las Fuerzas Aéreas de España. Arturo Álvarez-Buylla era un militar que se había negado a firmar la aceptación de Miguel Primo de Rivera como dictador en 1923, y había sido separado del ejército. Trabajó luego en la fábrica de armas de Carabanchel, y se reincorporó al ejército tras el triunfo de la Segunda República. Fue Director General de Aviación Civil, y desde 1934, jefe de una patrulla de aviones de caza en Getafe. En febrero de 1936, había sido nombrado Alto Comisario de España en Marruecos. Fue procesado en marzo de 1937, por rebelión, y ejecutado en Ceuta el 17 de marzo de 1937.

El coronel Juan Luis Beigbeder Atienza tomó la Alta Comisaría de España en Marruecos, sita en Tetuán. Fue a la Delegación de Asuntos Indígenas, y le comunicó la noticia al Jalifa, el cual se lo comunicó inmediatamente al Gran Visir Sidi Ahmed Ganmia, y envió una felicitación a Beigbeder. Juan Luis Beigbeder Atienza, era una persona importante en el sentido de que hablaba francés y árabe, y era el contacto de los rebeldes con el Jalifa de Tetuán. Solimán el Jatabi, de la tribu Beni Urriaguel, se ofreció a colaborar con Franco en la sublevación.

Los rebeldes nombraron Alto Comisario en Marruecos a Eduardo Sáenz de Buruaga; Jefe de las Fuerzas Militares en Marruecos a Francisco Franco; Secretario General al coronel Beigbeder; y Jefe de las Fuerzas Aéreas al Comandante García de Cáceres.

En Tetuán, no se sublevó el comandante Ricardo de Lapuente Bahamonde, jefe del aeródromo de Sania Ramel, y primo de Francisco Franco Bahamonde. Estaba apoyado por los capitanes José Bermúdez Reina de Madariaga, y José Álvarez del Manzano. El aeródromo fue asaltado, el día 18 de julio, a las 04:00 horas, por los regulares, y lo tomaron al coste de 3 muertos y 21 heridos. Los oficiales partidarios de la República llamaron por teléfono a Madrid, y Casares Quiroga les invitó a resistir, y les prometió ayuda. Eran palabras de político. Lapuente destruyó sus aviones para que no cayeran en manos rebeldes. Ricardo de La Puente Bahamonde, jefe del aeródromo de Sania Ramel fue fusilado el 4 de agosto de 1936 como reticente a la sublevación. Muchos aviadores de Sania Ramel fueron fusilados por presentar resistencia a la sublevación.

A las 08:00 horas del 18 de julio, Tetuán proclamó estado de sitio.

En Madrid, se reunieron en el Ministerio de Gobernación el general de la Guardia Civil Sebastián Pozas Perea, el Ministro de Guerra y Presidente Santiago Casares Quiroga, el general José Miaja Menant, y el Inspector General de Aeronáutica Militar Miguel Núñez de Prado Susbielas, y pidieron al Comandante de la II División-Sevilla, general Villa-Abrille, que bombardeara Tetuán, Sania Ramel y la Alta Comisaría de España en Marruecos. Villa-Abrille, que simpatizaba con los rebeldes, “se equivocó” de objetivos, y bombardeó los barrios obreros de Tetuán.

El Gobierno de Madrid reaccionó a la pérdida de Tetuán ordenando a la Dirección General de Aeronáutica, que todos los trimotores Fokker VII, tanto militares como civiles, fuesen a Tablada (Sevilla), desde donde se coordinaría un bombardeo sobre las plazas militares africanas tomadas por los rebeldes. También llegó a Tablada un bimotor Douglas DC2, y poco después otro avión igual.

La rebelión en el resto del Protectorado.

Pero el movimiento rebelde no triunfaría si no se coordinaban los rebeldes. Y para ello, era preciso tener un jefe, un elemento de referencia, tanto para los sublevados, como para sus enemigos, alguien que coordinara y conversara con los distintos núcleos sublevados.

El teniente coronel Juan Seguí telefoneó al coronel Sáenz de Buruaga, ayudante de el Alto Comisario Álvarez-Buylla, que estaba en Tetuán, y al teniente coronel Juan Yagüe Blanco, jefe de la Legión, que estaba en Ceuta, para anunciarles que el golpe había empezado en Melilla. También se lo comunicaron al teniente coronel Valentín Galarza, el hombre que actuaba como coordinador de los rebeldes desde Madrid, el cual informó inmediatamente al general Emilio Mola, que estaba en Pamplona.

Yagüe y varios tenientes generales más, dijeron que no admitirían como jefe a Luis Soláns ni al coronel Juan Bautista Sánchez González, que había tomado el mando de las fuerzas militares de Melilla. Entonces, Soláns telegrafió a Franco, a Las Palmas, para que aceptase la jefatura militar de levantamiento.

Cuando Mola supo el incidente de Melilla, dijo que la sublevación podía empezar el 18 de julio, sin esperar a que Franco llegase al Protectorado.

En Ceuta, era comandante de la plaza el General de Brigada Oswaldo Fernández de la Caridad Capaz-Montes, un africanista de prestigio, el cual sabía de la conspiración, y pidió permiso para irse a Madrid en esos días, y evitar así el problema que se le venía encima. Era sospechoso, y fue encarcelado en Madrid en la Modelo, y asesinado en la noche del 22 al 23 de agosto por milicianos gubernamentales.

Capaz había dejado como sustituto, al mando de las fuerzas militares de Ceuta, al coronel Arturo Díaz Clemente.

El jefe naval era Jesús María Manjón Brandariz, y su segundo era Federico Parra Charrier, los cuales tenían a sus órdenes el cañonero “Dato”, el “Uad Lucus”, el “Uad Kert”, el “Uad Muluya”, y el “África”.

Eran rebeldes en Ceuta: el coronel Martín Moreno; teniente coronel Román Gautier Atienza; teniente coronel Juan Yagüe Blanco, jefe de los legionarios de Ceuta. Juan Yagüe había decidido por su cuenta ser el primero en rebelarse, y había convenido con Gautier y con Tejero que lo harían el día 17 a las 21:00 horas. No hubo lugar, pues a las 20:00 horas supo que Melilla se había sublevado. Entonces, se dedicó a coordinar las sublevaciones de Ceuta, Tetuán, Larache, Alcazarquivir y Xauen.

Así que el 17 de julio, a las 23:00 horas, fue el teniente coronel Juan Yagüe Blanco, jefe de la Segunda Bandera de La Legión, el que sacó los legionarios a la calle en Ceuta, mandó tocar generala en Dar Riffien, y proclamó estado de guerra en Ceuta. No hubo disparos. Yagüe había ascendido hasta teniente coronel en 1931, y había sido degradado a comandante por el Decreto de Azaña que suprimía ascensos por méritos de guerra, y luego había sido pasado a la situación de disponible. Se hizo falangista. Pero Franco le había repescado para dirigir las operaciones militares de Asturias en octubre de 1934, y le había devuelto la graduación de teniente coronel. Cuando Franco presentó el Decreto de Unificación en 1937, Yagüe optó por Franco, y dejó que la Falange se convirtiera en un órgano sumiso al franquismo.

Yagüe y sus legionarios mandados por el capitán Pimentel, se impusieron al republicano teniente general Caballero, jefe de los Regulares, y le detuvieron.

Alcazarquivir empezó la sublevación a las 21:00 horas del 17 de julio, nada más recibir las noticias de Tetuán.

Larache resistió cuatro días la sublevación del capitán Moreno Farnols. La guarnición, dirigida por el teniente coronel de regulares, Luis Romero Bassart, y por el capitán López de Haro presentó batalla a los rebeldes.

Luis Romero Basart, huyó a zona francesa, y luego se presentó en la Península y fue destinado a Málaga, hasta que se descubrió que era anarquista y fue expulsado del ejército en 10 de junio de 1937. Estuvo en Cataluña como miembro activo de CNT, hasta su exilio definitivo en 1939.

        Conocimiento de la rebelión en la Península.

     Casares Quiroga tuvo conocimiento de la sublevación en el mismo momento de producirse. El general Alfredo Kindelán Duany, que estaba en Cádiz, lo comunicó a Madrid inmediatamente, porque su hijo, Alfredo Kindelán del Pino, que estaba en el Protectorado, se lo había comunicado a él.

Desde el momento en que el rebelde Luis Solans Labedán comunicó al Estado Mayor de la Marina en Madrid, el inicio de la rebelión en Melilla, lo supo Unión Militar Republicana Antifascista, UMRA, porque el radiotelegrafista Benjamín Balboa López era de UMRA, y se lo comunicó a su sindicato UMRA. Balboa pasó copia de los telegramas a todos los radiotelegrafistas de los distintos buques de la Armada para que estuvieran preparados contra la próxima sublevación de sus jefes.

     Balboa siguió pasando copias de los telegramas cifrados al día siguiente: El 18 por la mañana, Francisco Franco telegrafió a Melilla felicitando a los rebeldes, y Balboa también pasó copia a las bases navales, y también a UMRA. Cartagena pasó copia al teniente de navío Pedro Prado Mendizábal, saltándose la cadena de mando de Estado Mayor de Cartagena y del Jefe de la Base, porque creían que el vicealmirante Javier Salas era rebelde.

En el Consejo de Ministros de ese viernes 17 de julio, Casares Quiroga no informó de nada a sus Ministros. Pero ordenó que algunas unidades de Marina salieran hacia las costas de Marruecos. Localizó en Larache al general Agustín Gómez Morato, comandante de las fuerzas militares del Protectorado, y le comunicó lo que estaba pasando, a lo que respondió el general que no sabía nada. Gómez Morato fue a Tauima (Melilla) en un avión Breguet XIX, que estaba pilotado por su yerno, Santos Rubiano. Cuando llegaron a Tauima, el aeropuerto estaba ocupado militarmente, y fueron detenidos y encarcelados, Gómez Morato fue expulsado del ejército en 1941. Cuatro de sus hijos y cuatro de sus yernos estaban complicados en la sublevación, y eso le salvó la vida.

La noticia del alzamiento del 17, fue conocido por el gran público español al día siguiente, 18 de julio.

Conocimiento de la rebelión por los rebeldes.

En el bando rebelde, la noticia del levantamiento llegó a San Juan de Luz, donde estaba el cuartel general carlista, a las 18:17 horas del día 17 de julio. Y ellos la comunicaron a Pamplona a las 19:00 horas del día 17 de julio.

Mola se enteró de la sublevación en el Protectorado, y se disgustó mucho. Consideraba que los sublevados por su cuenta eran los hombres de Franco, que no le caía muy bien, y dijo: “Que lo solucione Franco”. A continuación, llamó a Francisco Llano de la Encomienda, jefe de la IV División Orgánica, Barcelona, para invitarle a unirse a los sublevados, lo cual pensaba que sería decisivo para el triunfo. Llano de la Encomienda le comunicó inmediatamente al Ministro de Guerra, que Mola le había llamado, y el Gobierno decidió cortar el teléfono y el telégrafo a Navarra. Para la sublevación del 18 de julio, Mola utilizó coches y motocicletas, que iban y venían desde Pamplona a Burgos, Zaragoza, Bilbao y San Sebastián.

Una vez la noticia en Pamplona, los Delegados de Mola enviaron telegramas a Tafalla y a Irurtzun fijando un plan de horarios para levantamientos en el día 18 de julio: Barcelona debía alzarse a las 5:00 horas del 18 de julio; Vitoria y Valladolid se sublevarían a las 5:30 horas; La Coruña, Burgos, Pamplona, Logroño y Zaragoza lo harían a las 6:00 horas; Canarias, Baleares, Valencia y Sevilla no recibieron hora de la sublevación, pero Sanjurjo, Franco y el Coronel Seguí tenían telegramas personales desde el día 17, por los que estaban enterados de su actuación y horario.

El 18 por la mañana, Francisco Franco telegrafió a Melilla felicitándolos, y pasó copia a las bases navales, y Balboa lo comunicó también a UMRA. El radiotelegrafista de Cartagena pasó copia al teniente de navío Pedro Prado Mendizábal, saltándose la cadena de mando de Estado Mayor de Cartagena y del Jefe de la Base, porque creía que el vicealmirante Javier Salas era rebelde.

         El 17 de julio en Burgos.

     El 17 de julio, por la mañana, se reunieron en Burgos los principales conspiradores de la ciudad, general en la reserva Fidel Dávila Arrondo, el teniente coronel Marcelino Gavilán Almuzara y el comandante Pastrana, para coordinar las acciones del golpe en cuanto Emilio Mola leyese su bando de guerra. Establecieron un Comité Militar del Alzamiento.

     El 17 de julio, por la tarde, el jefe de la VI División Orgánica, Burgos, Domingo Batet Mestres, como persona fiel al Gobierno de la República, ordenó detener al general Gonzalo González de Lara, jefe del cuartel de infantería, al comandante Porto Rial, al capitán Muga Santos, y al capitán Moral Movilla, a los que creía complicados en la rebelión. Los arrestó en el cuartel de la Guardia Civil. Sus soldados de infantería fueron a liberar a González de Lara, pero él no quiso huir, y todos se quedaron en el cuartel, hasta el día siguiente en que fueron detenidos y conducidos a Guadalajara. También Batet ordenó detener al coronel José Gistau Algarra, del cuartel de infantería, el cual se negó a obedecer la orden. Con este acto de desobediencia, empezaba de hecho la rebelión de Burgos, y Batet no supo cortarla. Batet no logró sus propósitos, como se vio al día siguiente. La sublevación era compleja, pues una buena parte de los sublevados era republicana, otros eran monárquicos alfonsinos, Otros eran monárquicos tradicionalistas o carlistas, otros eran partidarios de una dictadura militar sin concretar ideología, y otros eran partidarios de una rebelión falangista, pero todos coincidían en que no querían el modelo republicano socialista, anarquista y comunista. En principio, no era una sublevación fascista, ni de derechas. Eso ya se vería más adelante.

Batet era la persona encargada de contactar con Mola, destinado a Pamplona, pues Navarra pertenecía a la Sexta División Orgánica, Burgos.

         El 17 de julio en Valencia.

El 17 de julio, llegó a Valencia el general Manuel González Carrasco, el cual llegaba para hacerse cargo de la dirección de la sublevación en la ciudad. Sustituía en esa misión al general Goded, el cual había sido destinado poco antes a dirigir la sublevación en Barcelona. Le recibió el comandante de Estado Mayor Bartolomé Barba Hernández, pero la orden era esperar la sublevación de las bases navales, o la de Barcelona, antes de iniciar la sublevación de Valencia. Los sublevados no confiaban en el Jefe de la III División (Valencia), general de brigada Fernando Martínez-Monge Restoy, ni en el jefe de la brigada de infantería, general Marino Gamir Ulibarri, ni en el jefe de la brigada de caballería, general Eduardo de la Cabaña del Val, ni en el jefe de la Guardia Civil, general Luis Grijalbo Celaya.

Y en Valencia, Manuel González Carrasco se quedó en espera de acontecimientos, como decían sus órdenes. González Carrasco se mantuvo escondido hasta que se produjeran las circunstancias planificadas para después del 18 de julio, y no tomó la iniciativa de sublevarse y adueñarse de la División ni el 17, ni el día 18 de julio.

         El 17 de julio en Málaga.

En Málaga, el 17 de julio, el general Francisco Patxot Madoz ocupó la ciudad esa tarde. Tenía la misión de dominar la ciudad, y prepararla para el desembarco de las tropas del Protectorado, que finalmente se dirigieron a Cádiz y Algeciras, tras fracasar la rebelión en Málaga. La Guardia Civil secundaba la idea de la rebelión, pero la Guardia de Asalto se declaró fiel al Gobierno, y se hizo fuerte en el edificio del Gobierno Civil, y armó a algunos milicianos sindicalistas, lo cual significaba el enfrentamiento armado. Patxot no estaba preparado para un enfrentamiento, y no supo qué hacer. La Guardia Civil se lo recriminó, y se retiró de las calles. A las 04:00 horas, del 18 de julio, Patxot se retiró a los cuarteles, y el día 19, los trabajadores rodearon los cuarteles y rindieron a los militares, con lo cual Málaga se quedó en el bando republicano. Patxot se había ido a su casa, donde fue detenido y llevado preso al vapor “Delfín”. El 16 de agosto de 1936 fue expulsado del ejército y llevado a la Cárcel Modelo, donde en la noche del 22 al 23 de agosto fue asesinado junto a otros muchos presos.

         El 17 de julio en Canarias.

En Canarias, la Comandancia General tenía su cuartel en Santa Cruz de Tenerife, y su jefe era Francisco Franco Bahamonde. En Las Palmas de Gran Canaria, había un Delegado de la Comandancia General, el general Amado Balmes Alonso. También residía en Las Palmas el general Luis Orgaz Yoldi, porque estaba confinado por el Gobierno por sus ideas monárquicas, partidario de Miguel Primo de Rivera. No tenía cargo alguno en Canarias.

Amado Balmes Alonso había muerto el día anterior, 16 de julio de 1936, en teoría cuando estaba haciendo prácticas de tiro con una pistola, que se encasquilló, y luego se disparó al forzarla, y la bala le entró por el hipocondrio izquierdo y salió por la 5º vértebra lumbar. Se desangró mientras se le trasladaba a una clínica.

Luis Orgaz Yoldi, 1881-1946, había estado en enero de 1929 en la conspiración de José Sánchez Guerra contra Primo de Rivera. En 1931 había organizado otra conspiración contra el Gobierno Provisional de la República, cuando Azaña redujo los sueldos militares, y acabó en Canarias castigado. En agosto de 1932, estaba complicado en la sublevación de Sanjurjo. Y en 18 de marzo de 1936, estaba relacionado con la conspiración de Mola-Franco-Sanjurjo que iba a sublevarse en 20 de abril de 1936, pero que el Gobierno desmanteló, y luego envió a Varela a Cádiz, y a Luis Orgaz a Canarias. Era previsible que se rebelara en julio de 1936.

Francisco Franco Bahamonde estaba disgustado con Azaña porque le habían cerrado su Academia Militar de Zaragoza, y en la reestructuración de los ascensos militares, Azaña le había hecho retroceder 24 puestos. Al manifestar su disgusto, fue enviado a Canarias. Franco no estaba dispuesto a comprometerse con los rebeldes. En general, en los golpes de Estado, el líder comprometido exige una suma grande de dinero en un país neutral, al que envía a su familia, y puede ser su seguro de vida si la cosa sale mal pero logra fugarse. Todos esos puntos debían ser previstos por los rebeldes. Juan March contrató un avión en Londres, porque estaba convencido de que el líder tenía que ser Franco, y puso el avión en África, cerca de Canarias, con instrucciones de llevarle a la Península o al Protectorado de Marruecos, a donde Franco ordenase. El avión de Juan March estaba disponible en África desde el 9 de julio de 1936, cuatro días antes del asesinato de Calvo Sotelo, lo cual quiere decir, que ese asesinato no fue la causa de la sublevación, sino que ésta estaba ya preparada cuando ocurrió el hecho. El asesinato de Calvo Sotelo solamente adelantó el día de la sublevación. Calvo Sotelo, muy poco antes de morir, había dicho a Mola que él no participaría en la sublevación que preparaban los militares. Pero la muerte de Calvo Sotelo, el 13 de julio, fue muy importante para decidir a Franco a ponerse al frente de la sublevación. El 16 de julio, Franco estaba decidido a colaborar con unos liberales a los que despreciaba. Sangroniz se entrevistó con Franco para darle las últimas instrucciones de Mola, y que eran que debía presentarse en Gran Canaria, donde le recogería el avión de Juan March, el Dragon Rapide. En ese momento, murió en accidente el general Balmes, y parecía lógico que el Jefe de la Comandancia General fuera al entierro del Delegado en Las Palmas. La oportunidad del asunto, llevó a algunos a sospechar si Balmes fue asesinado. El parte oficial decía que se había disparado a sí mismo.

El 17 de julio, a las 08:00 horas, llegó a las Palmas el buque correo “Vieira y Clavijo”. En él viajaban Francisco Franco, su mujer, su hija, su ayudante, y Lorenzo Martínez Fuset, Jefe del Cuerpo Jurídico Militar en Canarias, además de muchos oficiales que, en teoría, eran la escolta del Comandante General de Canarias. Franco presidió el entierro de Balmes. En el camino, había una pintada que decía ¡Muera Franco! Y terminado el entierro, Franco se fue al Hotel Madrid. Mientras dormía, recibió un telegrama que le llevaba su Ayudante y primo, Franco Salgado. Lo enviaba Solans, y decía que la sublevación había empezado. Franco contestó con otro telegrama en el que se mostraba simpatizante de la rebelión. Y ordenó enviar telegramas a cada uno de los jefes militares de Canarias para que alertasen las tropas en espera de acontecimientos. También envió telegramas a Radio Las Palmas y a Radio Club de Tenerife, para comunicarles que la sublevación había empezado. Los telegramas estaban fechados en Santa Cruz de Tenerife, lo cual era falso, pues Franco los enviaba desde Las Palmas.

          El 17 de julio en las bases navales.

El Ferrol. El 17 de julio había en El Ferrol una gran concentración de buques de guerra. El acorazado “Jaime I”, el crucero “Libertad” y el crucero “Miguel de Cervantes”, recibieron orden de trasladarse al Estrecho de Gibraltar e impedir el paso del Estrecho. Las tripulaciones ya sabían que había empezado la rebelión militar por sus radiotelegrafistas. Y también supieron el día 18 que el “Almirante Valdés”, el “Sánchez Barcáiztegui” y el “Churruca” se pasaban a los rebeldes.

Y se ordenó a la base de El Ferrol que enviara a Algeciras al crucero “Miguel de Cervantes” y al crucero “Libertad”, y que el acorazado “Jaime I”, que estaba en Santander, también fuera a Algeciras. El destructor “Almirante Antequera” debía ir con esos buques, y esperar órdenes del Presidente de la República.

La dotación del “Almirante Cervera” (construido en 1928), que estaba en dique seco en El Ferrol, se amotinó. El buque fue bombardeado por aviones de la base de Marín hasta que se rindió. El capitán de navío Juan Sandalio Sánchez Ferragut, comandante del “Almirante Cervera”, fue fusilado junto a docena y media de rebeldes. En total, el buque había sufrido 37 muertos.

La dotación del acorazado “España” también se amotinó en dique seco, pero cuando se rindió el “Almirante Cervera”, abandonó su actitud. El destructor “Velasco” no se sublevó.

De la base de Cartagena, el día 16 de julio salió el destructor “Churruca” con rumbo a Ceuta, a donde llegó el 17. Y el 17 salió de Cartagena el destructor “Lepanto” para situarse en Almería, y cubrir el este del Estrecho de Gibraltar. Y los Destructores “Sánchez Barcáiztegui” y “Almirante Valdés” salieron hacia aguas de Marruecos para impedir movimientos del ejército de África hacia la península.

El 17 de julio, a las 23:00 horas, salió de Cartagena el “Sánchez Barcáiztegui” con destino a Melilla, a donde llegó el 18 de julio a las 12:00 horas.

Igualmente, la flotilla de submarinos de Cartagena salió para aguas del Estrecho. Iban los submarinos C-1, C-3, C-4 y B-1. Las tripulaciones se amotinaron porque pensaban que sus oficiales se pasaban a los rebeldes, pero en realidad iban a Málaga, el puerto que el Gobierno de la República había considerado base ideal para impedir el traslado del ejército de África a la península. El resto de submarinos se habían declarado republicanos en Cartagena y en Mahón, así ningún submarino se puso del lado rebelde.

La Armada había hecho maniobras en Canarias en 4 de mayo de 1936 y días siguientes, y Franco les había hablado en Santa Cruz de Tenerife del deber de lealtad a la patria. Al regreso, algunos oficiales de la Armada pasaron por Ceuta y Melilla, y hablaron con Juan Yagüe y con el Coronel Luis Solans Lavedán, líder de los sublevados en Melilla.

Pero la situación era difícil para los rebeldes el 17 de julio, porque los suboficiales de los buques “Libertad”, “Miguel de Cervantes”, “Almirante Cervera” y “España”, constituyeron “comités de vigilancia” para controlar a sus jefes, de los que sospechaban complicidad en la rebeldía. En estos comités era fundamental la actuación de los telegrafistas, que se enteraban de casi todo y se lo comunicaban inmediatamente a Unión Militar Republicana Antifascista UMRA, en Madrid.

         La Marina en el Protectorado.

En Ceuta.El 17 por la tarde, el “Churruca” supo que se había iniciado la sublevación militar. El “Churruca” y el “Dato” fondearon en Ceuta y hablaron con los jefes militares, y los mandos de ambos buques se unieron a la sublevación. No se lo comunicaron a la marinería.

A las 22:00 horas del 17 de julio, el destructor “Churruca” y el cañonero “Dato”, que estaban en Ceuta, recibieron orden del Ministerio de Marina de controlar el puerto de Ceuta para el Gobierno, y oponerse a los rebeldes. Pero los comandantes de los buques ya habían dado su palabra de unirse a la sublevación militar. Ambos buques debían esperar la incorporación del guardacostas “Miguel de Cervantes” y del crucero “Libertad”, del destructor “Almirante Antequera”, del acorazado “Jaime I” y del resto de los barcos de El Ferrol, e ir juntos a bombardear las instalaciones militares de Ceuta.

En Melilla. Por su parte, el destructor “Lepanto”, que estaba en Almería, salió el 17 de julio, a las 22:00 horas, con destino a Melilla, con orden de dominar el puerto de esa ciudad. El destructor “Sánchez Barcáiztegui” y el destructor “Almirante Valdés”, que habían salido de Cartagena, llegaron a Melilla a las 05:00 horas del 18 de julio con orden de hundir los barcos que se prestasen a llevar tropas africanas a la península. Los tres destructores llevaban órdenes de bombardear los cuarteles de la Legión y de Regulares en África, así como las agrupaciones de soldados que viesen desde el mar. La orden era hasta la destrucción del enemigo o hasta consumir la mitad de la munición. No la cumplieron. Fondearon en Melilla y establecieron conversaciones con los sublevados. Se estaban pasando de bando. Al llegar la tarde se hicieron a la mar. Y a las 19:00 horas del 18 de julio, su tripulación se amotinó, destituyó a sus jefes, y se declaró republicana. El “Lepanto” se quedó en las costas de Melilla patrullando. El “Almirante Valdés” regresó a Cartagena. El “Sánchez Barcáiztegui” se dirigió a Málaga.

         La aviación el 17 de julio.

Los aviones fueron concentrados en Madrid, lejos de posibles rebeldes, y a disposición del Gobierno. Unos pocos se enviaron a Sevilla, porque era fundamental dominar Tablada, para que los aviones de Madrid al Protectorado, repostasen en Sevilla.

El general Miguel Núñez de Prado Susbielas, Jefe de Aeronáutica, ordenó trasladar todos los aviones a Madrid, de modo que si se sublevaba alguna División Orgánica, no tuviera aviones. Desde Madrid, pensaba atacar a los sublevados que se suponía habría en el Protectorado de Marruecos. El problema que se presentó fue que en Marruecos, todos los aeródromos quedaron en manos rebeldes, y el aeródromo intermedio, Tablada-Sevilla, también. Y los aviones no tenían tanta autonomía como para ir y volver con seguridad sobre los objetivos africanos, cargados de bombas. Desde el primer momento, se renunció a atacar por el aire a los sublevados en África.

Al anochecer del 17 de julio, llegaron a Tablada (Sevilla) algunos bombarderos procedentes de Madrid, y pidieron que les suministrasen bombas. No se hizo. Y los bombarderos, excepto uno, no pudieron cumplir el 18 por la mañana su misión de bombardear los objetivos militares africanos.

         Madrid el 17 de julio de 1936.

En Madrid, según el plan de los sublevados, el general Rafael Villegas Montesinos debía tomar el cuartel de la I División Orgánica, Madrid; el general Miguel García de la Herrán Martínez, debía tomar el cuartel de Carabanchel; y el general Joaquín Fanjul Goñi debía hacerse fuerte en el Cuartel de la Montaña (Plaza de España) y procurar controlar Gran Vía y Puerta del Sol.

Rafael Villegas Montesinos estuvo en la reunión de los rebeldes de 8 de marzo de 9136, donde se aceptó que Mola dirigiera la sublevación, y quedó encargado de tomar el cuartel de la I División Orgánica. Llegado el momento, no se atrevió, y sin embargo, fue apresado en la Cárcel Modelo, y asesinado la noche del 22 al 23 de agosto de 1936.

Miguel García de la Herrán Martínez era africanista y había sido colaborador de Primo de Rivera, por lo que fue desprovisto de mando en 1931. Se había sublevado con Sanjurjo en 10 de agosto de 1932 y había sido condenado a reclusión perpetua, y rehabilitado en 1934 por el Gobierno de derechas, pero no había sido reintegrado al servicio. Se le adjudicó la misión de tomar el Cuartel de Carabanchel, y lo hizo luchando durante varios días contra las milicias sindicalistas y comunistas. Fue fusilado en fecha desconocida, en los días siguientes.

Joaquín Fanjul Goñi, era veterano de la Guerra de Cuba, abogado militar y africanista. Político del Partido Agrario, había sido Subsecretario de Guerra para José María Gil Robles en 11 de mayo de 1935. Pero fue cesado a fines de año y enviado a Canarias. Había sido elegido Diputado por Cuenca en febrero de 1936, cuando esas elecciones fueron anuladas, y Fanjul quedó en situación de disponible, sin mando en tropa. Mola le encargó sublevar el Cuartel de la Montaña y ponerse a las órdenes del general Villegas, pero cuando Villegas no se sublevó, decidió tomar él la iniciativa y tomar de todos modos el Cuartel de la Montaña. Fue juzgado el 15 de agosto y fusilado el 17 de agosto. Su hijo, José Ignacio Fanjul Sedeño, fue encarcelado en la Modelo, y asesinado la noche del 22 al 23 de agosto de 1936.

Ni Azaña, ni Casares Quiroga habían preparado nada importante de cara al posible alzamiento anunciado por muchos sindicatos y militares desde hacía tiempo. No pensaban que las cosas fueran a ser graves. Cuando se conocieron las noticias de África, Casares Quiroga opinó que se trataba de un pequeño incidente. En la noche del 17, las llamadas de los militares de Castilla la Vieja y del norte, eran angustiosas, y Casares Quiroga les decía que resistiesen pero que no entregaran armas al pueblo.

Pero el 17 por la tarde, sabida la sublevación de África, UGT y CNT pidieron armas, Casares Quiroga las negó, y el 18 por la tarde, Rodrigo Gil, teniente coronel de artillería les dio 5.000 fusiles.

     El PSOE ante los sucesos del 17 de julio.

El 17 de julio de 1936, ni el PSOE ni UGT estaban preparados para oponerse a nada, pues estaban completamente rotos interiormente. Sólo los anarquistas y el POUM fueron capaces de sacar la gente a la calle.

El PSOE no había analizado correctamente la relación entre socialismo y democracia, ni tenía tácticas de lucha, ni metas políticas claras, salvo la pretensión personal de Largo Caballero de ser Presidente. Utilizaban demasiado a menudo el término “revolución”, pero no sabían exactamente qué significaba esa revolución, y no supieron oponerse a la revolución que planteaban los comunistas, que sí sabían lo que querían, y que era completamente diferente a lo que pensaba el PSOE. Los ensayos revolucionarios de 1917 y de octubre de 1934, no les habían servido para prepararlo. La radicalización de Largo Caballero, poco preparado intelectualmente, no había servido para preparar la revolución, sino para introducir confusionismo dentro del PSOE.

En una revolución marxista, se distinguen tres momentos que deben estar preparados: la toma del poder por una minoría socialista dispuesta a introducir los cambios sociales pertinentes; la toma del poder por los obreros, constituidos en mayoría a través de unas elecciones; y un plan de transformaciones sociales. En cada una de estas fases caben muchos modelos de actuación, pero esos modelos deben estar inspirados en las condiciones reales existentes en el país, y no valen copias de modelos extranjeros. Los pesoístas españoles se limitaron a leer a Jules Guesde, a Gabriel Deville y Paul Lafargue. De esta manera, el modelo revolucionario socialista estaba distorsionado. Algunos socialistas tenían una idea de la realidad, es decir, de la necesidad de un análisis, y otros no tenían idea de nada. El problema es que los que nada saben, tienen voto, y algunos tienen facilidad de palabra y capacidad de liderazgo. Y si esos hombres lideran un partido, este partido tiene muy pocas posibilidades de acción constructiva, aunque sí de organizar disturbios.

Los obreros de los grupos de Largo Caballero y Partido Comunista, pidieron armas. Casares Quiroga negó el reparto de armas, que significaría una matanza entre civiles y una guerra segura, y pretendió solucionar el problema con los recursos propios del Estado, su ejército.

Largo Caballero estaba bastante bien informado del golpe de Estado desde hacía meses, pero lo valoró de forma muy particular. Creyó que el fracaso de los militares era seguro y que sería la ocasión para pedir armas para UGT y hacer la revolución proletaria. La rebelión militar incluso le venía bien para sus planes. Decía que lo que podía entorpecerlos era “la derecha de siempre”. Calvo Sotelo, líder de esa derecha, había sido eliminado, lo cual podía favorecer sus planes de una revolución socialista de clase.

        Casares Quiroga el 17 de julio.

Entre los civiles, la tarde del 17 de julio, corrió el rumor por Madrid de que el ejército de África se había sublevado. Ningún periódico se atrevió a publicarlo. El mismo rumor llegó a todas las ciudades grandes de España, porque el teléfono, y los militares lo difundieron inmediatamente de particular a particular.

En Madrid, tomaron la iniciativa los militares de UMRA, Unión Militar Republicana Antifascista, los cuales, el día 17 por la tarde, ocuparon todos los puestos de mando, los centros de transmisiones y de comunicaciones, y crearon un Comité Permanente para organizar la resistencia al golpe. Se habían adelantado incluso a los mismos golpistas, que no actuaron en Madrid hasta el día 18. El teniente coronel Juan Hernández Saravia ocupó el Ministerio de Guerra, y tomó las funciones del Ministro, ayudándose del general Manuel Cruz Boullosa que era Subsecretario de Guerra, al que sustituyó el día 19 por el general Carlos Bernal García, porque Cruz Boullosa era poco eficiente.

Los golpistas de Madrid quedaron sorprendidos por la existencia de una organización preparada para hacerles frente. Perdieron la mañana del 18 de julio en conversaciones para convencer a la oficialidad de que se rebelase. Y daban órdenes y contraórdenes, pero como no tenían tropas, no eran eficaces. Y al contrario, la UMRA iba ganado posiciones y adeptos. Hay que tener presente que los soldados no querían una guerra, ni participar en golpes de Estado, y estaban expectantes por ver qué sucedía, si se imponía UME, o UMRA.

A última hora de la tarde del 17 de julio, una vez conocida la noticia de la sublevación de Melilla, se reunió el Consejo de Ministros. El Consejo terminó ya de noche. Al salir, Casares Quiroga se permitió un chistecito para la prensa: “¿Así que dicen que los militares se han levantado? pues yo me voy a acostar”. Aquello era una insensatez en un momento tan dramático como una sublevación militar. Parece que Casares Quiroga quería decir que estaba tranquilo a pesar de la sublevación en el Protectorado, porque había dado orden a la Armada para bloquear el Estrecho, y estaba seguro de que los rebeldes no podrían llegar a la Península.

El 17 de julio por la noche, en Madrid, cuando el Gobierno de Casares Quiroga supo de los sucesos de Melilla, el Jefe de Aeronáutica, Miguel Núñez de Prado, mandó concentrar todos los aviones cerca de Madrid en aeródromos seguros, y el Comandante General de la Guardia Civil, general Pozas, pidió compromiso de fidelidad a todos sus subordinados. También hubo una reunión de Jefes militares y se tomaron algunas medidas: se concentró a los Guardias de Asalto en Madrid, se ordenó que cuatro destructores bombardearan los cuarteles rebeldes de Melilla y Ceuta, y que una flotilla de submarinos y buques bloqueara los puertos de Melilla y Ceuta, y todo el Estrecho de Gibraltar.

En Madrid, a última hora del día 17 de julio, el general Miguel Núñez de Prado Susbielas, Director General de Aeronáutica e Inspector General de Aviación Militar, aceptó del Gobierno republicano el mando de las fuerzas militares en Marruecos y tomó un avión para Sania Ramel, aeropuerto de Tetuán. Ya en el avión, supo que Sania Ramel estaba perdido, y suspendió el viaje. Núñez de Prado fue nombrado Inspector General del Ejército con mando sobre todos los militares, incluido el Protectorado,

Núñez de Prado no fue a Marruecos, sino que viajó a Zaragoza, punto que consideraba clave en la sublevación. Llegó a su destino esa misma noche. En esos momentos se cortaron las comunicaciones radiofónicas, y comprendió que los rebeldes habían tomado el aeropuerto. En realidad, lo estaban tomando en ese momento, y los rebeldes no obtuvieron la victoria hasta mediodía del 18 de julio.

Los españoles ante la sublevación militar.

El Estado español de 1936 era represivo, y los que eran capaces de levantar a las masas contra la autoridad, eran admirados. El Estado se basaba en los sectores dominantes de la sociedad, sectores privilegiados y reaccionarios. Había que tener claro qué se les iba a pedir a estos sectores, a qué debían renunciar, y cuáles serían sus derechos en el nuevo sistema político. Sin estas ideas claras, la revolución no tendría posibilidades.

Una cosa era la revolución de hacer una redistribución de la propiedad de la tierra y la propiedad industrial, y otra cosa era hacer una redistribución de los derechos y privilegios sociales. Cabían muchos modelos de revolución. Para ello, se debía analizar la realidad del caciquismo y sus bases sociales y económicas, la realidad de la corrupción electoral en España, y las formas del nuevo estado a imponer. Los socialistas, al igual que los comunistas, dieron por sentado que el nuevo modelo de Estado sería dictatorial, autoritario y burocrático.    Un tema más, era saber con quién se contaba, con quién se asociarían los socialistas, en qué condiciones se realizarían estos acuerdos, para qué serviría el acuerdo, cuánto tiempo duraría…

La actuación de intelectuales es necesaria en una revolución, aunque los intelectuales constituyan un estorbo en toda revolución.

Y a falta de proyecto, los jóvenes se mostraban cada vez más inquietos e impacientes, y acabaron boicoteando a su propio partido, y entregándose a quien les prometía acción de forma más inmediata, lo que beneficiaba a CNT y sobre todo a PCE.

     Los guardias de asalto[2].

Los Guardias de Asalto tomaron partido por la legalidad del Gobierno Republicano, excepto en Zaragoza, que se pusieron del lado de los rebeldes.

El Cuerpo de Guardias de Asalto estaba compuesto en 1936 por unos 17.660 hombres, armados con carabinas máuser, pistola o porra (la “matraca” era una porra de cuero de 80 centímetros de longitud), según la ocasión, granadas de mano, granadas de gases, ametralladoras, morteros, tanques, camiones de transporte y tanquetas de agua. Y tenían un gran entrenamiento físico en gimnasio, además de ser altos, mínimo 1,75 de altura, y fuertes. El Cuerpo lo habían creado en mayo de 1931 el Ministro de Gobernación, Miguel Maura, y el Director General de Seguridad, Ángel Galarza. El 30 de enero de 1932 se estableció legalmente el Cuerpo de Seguridad y Asalto, y en mayo de 1932 recibió el Reglamento. Apareció con una plantilla de 3.800 guardias, y 551 oficiales, la mayoría voluntarios provenientes del ejército, pero ya en septiembre se autorizaron 2.500 plazas nuevas, y en 1936, eran 9.000 las plazas, y 17.000 los números efectivos al estallar la guerra. Los oficiales eran militares profesionales, la mayoría provenientes de legionarios y regulares.

En principio lo pusieron a las órdenes del teniente coronel Agustín Muñoz Grandes, pero este dimitió a la llegada del Frente Popular, y fue nombrado en su lugar Rafael Fernández López, e interinamente, y hasta la incorporación del nuevo Inspector General, lo tomó el teniente coronel Pedro Sánchez Plaza, que fue el verdadero organizador de esa fuerza de orden en la guerra.

Los Guardias de Asalto estaban organizados en 16 grupos, de unos 500 hombres cada uno, a veces más y a veces menos. Estaban destinados en las ciudades grandes, pero Madrid y Barcelona contaban con tres grupos cada una de ellas. El resto de ciudades con servicio de Guardias de Asalto fueron: Bilbao, Sevilla (el jefe en Sevilla en 1936, era José Loureiro Selles), Valencia, Zaragoza, La Coruña, Málaga, Oviedo Badajoz, Valladolid, y Murcia.

Un Grupo de Asalto contaba con tres Compañías de Fusiles, que se subdividían en tres secciones, y cada sección contaba con dos pelotones. En cada grupo, había también una Compañía de Especialidades, que integraba la Plana Mayor, compañía de morteros, compañía de ametralladoras, y compañía motorizada.

La Guardia de Asalto fue muy popular en 1931, pues se veían como Guardia Republicana que sustituiría a la Guardia Civil, tenida por represiva. Pero los Guardias de Asalto se desacreditaron en enero de 1933 en Casasviejas, cuando el Capitán Rojas usó excesiva violencia contra los anarquistas, y también el 13 de julio de 1936 en el asesinato de Calvo Sotelo, cuando no fueron capaces de proteger a un preso, sino dejaron que uno de ellos le asesinara.

Los Guardias de Asalto de Madrid tenían sus cuarteles en Pontejos, Pacífico y Menéndez Pelayo.

         Occidente en 1936.

La salida de la Primera Guerra Mundial en 1918 había sido traumática para Europa. No sólo se había destruido un tercio de la riqueza europea y habían muerto más de 10.000.000 de hombres, lo cual era ya un trauma difícil de superar, sino que los conflictos internacionales se habían agravado:

En 1917 había tenido la revolución rusa, y la Tercera Internacional de 1919 pretendía llevar la revolución a todo el mundo, pero empezando por Europa de forma inmediata.

La Sociedad de Naciones, organismo creado para el diálogo, estaba siendo boicoteada por Estados Unidos, Rusia, y Alemania, las principales potencias que necesitaban dialogar.

Tras un breve periodo de declaraciones de pacifismo, el de 1919 a 1929, el fascismo se inclinó decididamente por la violencia. Ello se dejó notar en la vuelta de Japón sobre China (1931) contraviniendo el Tratado de Shantung, en la elección de Hitler para canciller y presidente de Alemania en 1933 y en la decisión de éste de crear un ejército, la Wehrmacht, contraviniendo lo firmado en Versalles en 1919.

Italia intentaba expandirse en Africa, en Libia, a costa de Francia y Gran Bretaña, y en Somalia, a costa de Abisinia.

Francia se estaba radicalizando internamente entre una facción de características próximas al fascismo, y un Frente Popular, o alianza entre radicales, socialistas y comunistas formada en 1936.

En Gran Bretaña, un país esencial para entender la actitud de todos los países de habla inglesa del mundo, gobernaban los conservadores y éstos eran partidarios de hacer tratados bilaterales con los dictadores del continente y de no inmiscuirse en los problemas propios de las dictaduras, sino dejarlas evolucionar, salvo que peligrase el equilibrio europeo o la paz. Ni siquiera los laboristas mostraban excesiva simpatía con lo que ocurría en España en 1931-36, dados los excesos que solían cometer los anarquistas, comunistas, ugetistas y socialistas españoles. Ciertamente había un grupo de simpatizantes de Franco, grupo que se declaraba férreamente anticomunista y ponía por encima de todo los intereses económicos y políticos de la Gran Bretaña. Pero la opinión mayoritaria entre los británicos era antifascista y antidictatorial. No obstante, esta opinión tampoco les permitía apoyar los excesos republicanos, sobre todo los anticlericales y los jacobinos. De lo cual se deduce la postura que realmente tomaron, la de no intervención. En Gran Bretaña se creía que Alemania no apetecía quedarse con España y que se trataba de un conflicto menor que no alteraría gravemente el equilibrio europeo.

Gran Bretaña tenía las Minas del Rif de Marruecos (hierro), compradas a Alemania tras la Primera Guerra Mundial, las minas de Riotinto en Huelva (cobre) y los vinos de Jerez, todo ello en zona rebelde o «nacional», y las minas de Orconera de Cantabria (hierro), Altos Hornos de Vizcaya e Hidroeléctrica de Cataluña, todo ello en zona republicana. Su mayor interés era no comprometerse e intentar salvar todas sus inversiones, las de los dos bandos.

Estados Unidos nunca tomó posturas oficiales respecto a España, ni participó en el pacto de no intervención. En una encuesta de aquellos días, se mostró que un tercio de los americanos ni siquiera sabían de la existencia de una guerra en España (algunos no sabían dónde estaba España). Algunas minorías de extrema derecha (New Liberation, y American Bulletin) estaban de parte de los nacionales españoles y algunos anarquistas estaban de parte de los republicanos, mientras la opinión del americano medio demócrata liberal simpatizaba más con los republicanos que con los nacionales. La decisión oficial, de Roosevelt, sobre el conflicto fue de no apoyar institucionalmente a ninguno de los bandos en lucha pero no impedir en absoluto los negocios que los ciudadanos americanos particulares pudieran hacer con cualquiera de las partes. Con esta cobertura, la TEXACO envió un crédito de grandes dimensiones a Franco en forma de derivados del petróleo.

La política de no intervención se gestó en Europa en julio de 1936, durante los primeros días de la guerra. En esencia, Europa sabía que había un peligro de confrontación protagonizado por Alemania, y quizás también por Italia, y temía iniciar un conflicto mayor, lo cual llevó a las democracias a reservarse de provocaciones. Esta prudencia o discreción, favorecía a los dictadores, Hitler y Mussolini, que no tenían reparos en iniciar una contienda. De rebote, el beneficiado fue Franco. Esta decisión se mantuvo en líneas generales durante toda la guerra española.

El país más comprometido por la política de no intervención era Francia. Francia estaba gobernada por los socialistas y era presidente León Blum desde junio de 1936 a abril de 1938. Luego gobernaría Dadalier hasta marzo de 1940. La situación era que un socialista comprometido en un Frente Popular contra el fascismo, tenía que negar su ayuda a otro socialista, Fernando de los Ríos, el hombre que desde Ginebra gestionaba la ayuda exterior para el gobierno Giral, presidente de la zona republicana española en 1936, que intentaba luchar con una dictadura que podía llegar a ser fascista y que los falangistas intentaban realmente que lo fuera. Poco después, De los Ríos le argumentaba que Mussolini y Hitler estaban ayudando a Franco y que se trataba de un problema europeo. Personalmente, Blum era partidario de ayudar a los republicanos españoles. Pero la decisión, tras una conversación en Londres entre Baldwing y Blum, fue la de no intervención, considerando que si Alemania estaba incumpliendo el acuerdo de Locarno de no rearmar el Rhin, no debían ellos rearmar España dando una excusa perfecta a Hitler para iniciar una carrera de armamentos y agresiones. El que Hitler, posteriormente, continuase con su carrera de armamentos y agresiones, y el razonamiento británico de 1936 fallase, es otro tema distinto a lo que estamos tratando.

En agosto de 1936, Francia decidió prohibir la exportación de armas a España desde su territorio. La decisión era especialmente difícil porque en agosto de 1935 España y Francia habían hecho un tratado de comercio en el que se había analizado el comercio bilateral y se había llegado al acuerdo de que puesto que el saldo comercial era favorable a España, ésta se comprometiera a comprarle armas a Francia para compensar la balanza comercial. La cláusula de venta de armas, incluidos aviones y barcos, era secreta. Contra esto argumentaban los socialistas franceses que los socialistas habían estado siempre en contra de las cláusulas secretas y del comercio de armas en particular, por lo que éste tratado no tenía apenas valor. La verdadera razón que impedía a Francia colaborar con España era que Gran Bretaña les había pasado un mensaje en el sentido de que no les ayudaría en caso de ser atacados por Alemania por causa de haber intervenido voluntariamente en el conflicto español. Francia veía el conflicto con Alemania como muy inmediato y prefería la amistad británica a la lealtad a España.

Se consideraba, pues, que el caso español podía ser un acontecimiento grave en el que Europa podía verse dividida en dos bandos, que incluso podían iniciar hostilidades conducentes a una segunda guerra mundial. Había que evitar eso a toda costa. Pero en ningún país del mundo se era consciente de la verdadera importancia del conflicto, de la trascendencia social, del modelo social y político que cada uno de los dos bandos defendía. La ignorancia sobre España era profunda y sólo empezaron a enterarse de lo que había pasado, muchos años después, leyendo a Hemingway y otros novelistas que falseaban los hechos y sus motivaciones en beneficio de la belleza del relato.

Aunque no conocieran el problema social, la opinión pública europea y americana estaba fuertemente impresionada por los sucesos españoles. Los conocían por la prensa mucho mejor que los propios españoles, que tenían censurada la suya. Los europeos sabían que los italianos y franceses estaban luchando del lado de Franco: El 1 de agosto de 1936, L`Echo de París publicaba que un avión Savoia italiano se había accidentado en Marruecos y que otro había aterrizado de urgencia en zona francesa. El 9 de agosto se conocía que 10 aviones Junkers alemanes habían volado hasta Sevilla y otro a Madrid.

La adhesión formal de Alemania e Italia al acuerdo de no intervención parecía que era la solución a un peligro de confrontación. El que Alemania e Italia incumplieran su palabra debió tenerse en cuenta en el momento en que se comprobó, pero no se hizo.

El «no intervencionismo» se transformó en un bloqueo o control de todas las fronteras y costas españolas a partir de enero de 1937, a fin de que no entrasen armas para ninguno de los dos combatientes. Los nacionales se negaron a aceptar el bloqueo desde el principio. En los meses de abril, mayo, junio y julio, entraron en España un mínimo de 42 barcos y un sin fin de aviones, lo cual significaba un fracaso rotundo del bloqueo. El Comité de Londres hubo de disolverse puesto que no servía para nada.

La interpretación oficial que del conflicto español hizo la URSS, y que fue oficial y efectivamente aceptado por los partidos comunistas, fue que se trataba de un conflicto entre unos fascistas y un gobierno amante de la paz. Esa interpretación tan simplista era muy útil para dársela al pueblo ruso, pero falseaba completamente la realidad española.

Por parte de las potencias dictatoriales no hubo duda respecto a la ayuda que debían prestar a Franco, excepto en el modo de hacerlo sin levantar un gran escándalo: Franco tenía un problema en el Estrecho de Gibraltar y era que la flota de guerra republicana impedía la libre navegación de las tropas africanas rebeldes hacia la península. Ese problema se solucionó yendo a pedirle a Ciano, ministro de exteriores italiano, ayuda el día 23 de julio de 1936. Ciano envió a Sevilla 12 bombarderos Savoia-81 el 27 de julio, al tiempo que empezaba a hablar de la importancia de las minas españolas y de la posibilidad de dar más ayuda en el futuro. También se le pidió ayuda a Hitler, que envió 20 Junkers-52 a Marruecos junto a los mecánicos y pilotos necesarios para que volaran. El total de fuerzas alemanas al servicio de Franco fue agrupado en un solo batallón que mantenía cierta autonomía de mando y se llamaba Legión Cóndor.

El 21 de octubre de 1936, el alemán von Neutah y el italiano Ciano, decidieron coordinar su ayuda a España y hacer juntos el reconocimiento del gobierno de Franco en cuanto éste hubiera tomado Madrid. Dado que Madrid no cayó en manos de Franco, Alemania e Italia se pusieron de nuevo de acuerdo para reconocer a Franco en Salamanca el 18 de noviembre, momento en que se inició la cooperación italogermana que se conoce como eje Roma-Berlín.

La transformación del golpe de Estado franquista en una guerra de larga duración planteó una nueva serie de cuestiones, que se resumían en prever cómo y cuando pagaría la España franquista la deuda que estaba acumulando. En febrero de 1937 los dirigentes nazis decidieron en Berlín minimizar riesgos comerciales y permitir que verdaderas compañías privadas abastecieran a Franco aunque HIMSA-RWAT no abandonaran del todo sus actividades. Esto fue redactado en un protocolo el 20 de marzo de 1937 y ratificado en Burgos los días 12-16 de julio.

Franco había caído en las redes comerciales germánicas, de las que probablemente no podría nunca salir. Franco se dio cuenta de su error en los meses siguientes y, en octubre de 1937, decidió revocar los protocolos de Burgos y recuperar su libertad de comprar a quien quisiera. La amistad Franco- Hitler se rompió.

     La noche del 17 de julio en España.

En la noche del 17 al 18 de julio, los españoles pudientes estuvieron pendientes de sus aparatos de radio. Los locutores Luis Medina, republicano convencido, estaba en Unión Radio, y Fernández estaba en Radio España. Pero ninguno dio noticias sobre lo que estaba pasando. Muchos españoles se pasaron la noche en corrillos en las calles, comentando lo que se sabía.

Las noticias las dieron los telegrafistas y radiotelegrafistas del ejército. Ellos sabían de la sublevación, porque los telegramas entre militares lo estaban contando. Y ello bastó para que se enterase toda España, y los obreros acudieran a los cuarteles el 18 de julio por la mañana por si se repartían armas.

Tomaron la iniciativa los militares de UMRA, Unión Militar Republicana Antifascista, los cuales, el día 17 por la tarde, ocuparon todos los puestos de mando, los centros de transmisiones y de comunicaciones, y crearon un comité Permanente para organizar la resistencia al golpe. Se habían adelantado incluso a los mismos golpistas, que no actuaron en Madrid hasta el día 18. El Teniente Coronel Juan Hernández Saravia ocupó el Ministerio de Guerra y tomó las funciones del Ministro, ayudándose del general Manuel Cruz Boullosa que era Subsecretario de Guerra, al que sustituyó el día 19 por el General Carlos Bernal García, porque Cruz Boullosa era poco eficiente.


[1] El teniente coronel Maximino Bartomeu González-Longoria, en situación de disponible forzoso en Melilla, y partidario de los rebeldes, no se debe confundir con Antonio Bertomeu Bisquet, que fue del bando gubernamental).

[2] Alejandro Vargas González, La Guardia de Asalto. Policía de la República. Febrero de 2020, en la WEB.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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