LOS DÍAS PRECEDENTES AL GOLPE DE JULIO DE 1936.

Ideas clave: Los conspiradores en junio de 1936, el plan de Mola en julio de 1936, el carlismo en julio de 1936, el PSUC en junio de 1936, el PCE en julio de 1936, Falange Española en junio de 1936, contramedidas del Gobierno en junio de 1936, las autonomías en junio de 1936, tensiones entre militares y civiles en julio de 1936, el Protectorado marroquí en julio de 1936, el progreso del golpe en julio de 1936, contramedidas del Gobierno en julio de 1936, los días anteriores al golpe de 1936.

        Los conspiradores en junio de 1936

El golpe de Estado se había preparado en los meses de febrero y marzo de 1936 entre los generales Enrique Varela, que era el jefe de los requetés, Manuel Goded, un militar prestigioso, capaz, y monárquico primorriverista, y Francisco Franco, el líder del ejército del Protectorado, sobre los principios de la necesidad de orden social en España, y de que los civiles no se inmiscuyeran en los asuntos del ejército. La mayoría de los conspiradores, no iba contra la República, sino contra las corruptelas introducidas por los Gobiernos republicanos. Pero se forzó la jefatura de Sanjurjo, que quería una dictadura militar, y luego ya se vería en qué quedaba el modo de Gobierno, si monarquía o república. Goded parecía llamado a ser el líder de la sublevación. Enrique Varela, un personaje secundario, pasó a la cárcel de Cádiz, pues era reincidente.

Pronto fueron conocidos los planes del golpe de Estado, y el Gobierno dispersó a los golpistas: Franco salió para Canarias en 9 de marzo de 1936, Goded llegó a Baleares el 16 de marzo, y Mola fue destinado a Pamplona el 14 de marzo. Mola también era un secundario todavía en la sublevación.

En junio de 1936, tuvo lugar una reunión en Madrid para coordinar la sublevación basada en la intervención del ejército de África allí donde no hubiese levantamiento espontáneo, ejército que mandaría Francisco Franco. Tampoco esta vez se pusieron de acuerdo en el tipo de Gobierno a imponer, y lo dejaron para más adelante.

En junio, tras los fracasos de coordinación anteriopres, el organizador del golpe era Emilio Mola. Actuaba como coordinador intelectual del golpe, porque negociaba la cooperación de los militares demócratas, con de los carlistas navarros, con los militares que tenían como líder a Sanjurjo, y con los africanistas que tenían como líder a Franco.

Mola negociaba con los carlistas al margen de la directiva nacional carlista que representaba Fal Conde. Los navarros dijeron sí, y Fal Conde se desesperaba porque el carlismo se rompía. Los jefes navarros no querían colaborar con Mola, si éste no aceptaba los principios declarados por Sanjurjo, mientras la masa de requetés navarros estaba por la sublevación. Los carlistas en general no se conformaban con un golpe de Estado, sino que querían la eliminación del peligro socialista de clase, comunista y anarquista.

El programa de Sanjurjo era el más “fascista” de entre los conspiradores, pues opinaba: que se debía acabar con los partidos políticos en cuanto a actividades extrañas a la política puramente parlamentaria; y se suprimirían todas las sectas y partidos de inspiración extranjera. El resto del programa era regeneracionista, parecido al de Primo de Rivera de hacer regadíos, carreteras, sanear Hacienda, crear industria de guerra, libertad de cultos, escuelas y maestros, y reparto de la tierra en pequeñas parcelas para dar trabajo al máximo de agricultores.

El 20 de junio de 1936, Mola dirigió un escrito a los conspiradores que estaban en la Armada española para pedir que las fuerzas navales destinadas a África escoltaran los transportes de tropas y su desembarco en la base naval de Cádiz. Ya se contaba con las fuerzas de África, que en el plan de mayo se habían dejado al margen de la sublevación, y Franco había dado su visto bueno a que las tropas de África participaran en el golpe.

Los claramente complicados en la conspiración, en junio de 1936, eran pocos: Emilio Mola, José Sanjurjo, la Junta de Generales de UME en Madrid, y varios Jefes sin ideología política, pero que seguían a Mola. El número de conspiradores sólo eran significativo en Marruecos y las Comandancias Insulares de Canarias y Baleares, Burgos, Pamplona, Zaragoza y Oviedo. También había algunos implicados en Madrid, Barcelona y Valencia, pero en estas ciudades eran muy pocos. Y el apoyo de la Guardia Civil no era claro. Sabemos que a la hora de la verdad, sólo la mitad de los oficiales, de los que se calculaba que se rebelarían, lo hicieron efectivamente. Y muchos de los que se sumaron, lo hicieron porque sus jefes inmediatos lo habían hecho.

Pero sabemos también que el número de los que se ofrecieron para servir al Gobierno de la República eran pocos: unos 3.500 oficiales en activo, y 2.000 retirados. La mayor parte de la oficialidad no estaba ni con el Gobierno, ni en su contra. De los 14.000 oficiales en activo, los que apoyaban al Gobierno eran el 25% aproximadamente.

El 23 de junio de 1936, una carta de Francisco Franco al Ministro de Guerra, Casares Quiroga, señalaba que la existencia de UME y de UMR se debían al “favoritismo y la arbitrariedad” con que venían actuando los Gobiernos de España. Esa misma carta negaba la existencia de conspiraciones de derechas, cosa que venían diciendo los izquierdistas, y urgía al Ministro a informarse convenientemente. Quería decir Franco, que la sublevación no era de derechas, sino militar y para enderezar el mal camino tomado por el Gobierno de la República.

El 24 de junio de 1936, Mola envió una misiva al ejército de Marruecos, comunicándoles que Francisco Franco estaba de acuerdo con el golpe, y que las tropas del Protectorado debían desembarcar en Málaga y Algeciras en cuanto se declarase la sublevación. En los días anteriores al traslado, debían correr la voz de que iban de maniobras a Valencia y a Cádiz, como estrategia de desinformación al enemigo. En una segunda fase, las tropas africanas irían sobre Madrid, y por el camino, irían liberando ciudades y sumando soldados a la rebelión.

La decisión de Mola era que el líder militar del levantamiento en la península fuera Miguel Cabanellas Ferrer, el único Jefe rebelde con mando sobre una División, el cual partiría de Zaragoza, y sería el primero en llegar a Madrid.

La reacción de las distintas guarniciones militares españolas desconcertó a Mola: las unas creían que el golpe sería un paseo militar. Otras se mostraban indecisas ante la decisión de hacer el golpe. Franco dijo que él estaba incomunicado en Canarias. La comunicación con Goded también se hacía muy difícil. Y los carlistas dijeron que, o se contaba con ellos para el Gobierno subsiguiente al golpe, o darían el golpe por su cuenta. Y el desconcierto de Mola era tan grande que, el 1 de julio, pensó en renunciar a dirigir el golpe, dado que los participantes no aceptaban unánimemente ni los fines ni los procedimientos. Los unos decían que había que derribar al Gobierno. Los otros querían la restauración monárquica. Y otros querían la revolución nacional-sindicalista.

     El plan de Mola de 24 de junio de 1936.

Mola contaba con la seguridad de que se rebelarían Valladolid, Zamora, Burgos, Segovia, Salamanca, Guadalajara, Logroño, Bilbao, Granada, Córdoba, Málaga, La Coruña, Lugo, Orense, Pontevedra y Valencia. Y también creía que se sublevaría la Guardia Civil de Albacete, Toledo, Cuenca, Soria, y Ávila, que no tenían fuerzas militares importantes. Creía que se debería forzar la sublevación en Madrid, Barcelona, Sevilla, Oviedo, Santander y Almería, y también en los cuarteles de la Guardia Civil de Jaén, Ciudad Real y Huelva.

Planificó que el golpe sería escalonado, de modo que el éxito en las primeras ciudades, animara a las demás a sumarse a la sublevación. El levantamiento empezaría en África. Al día siguiente empezarían los puntos más seguros, y tras ello, se dominarían los puntos más importantes, Madrid y Barcelona, a los que se acudiría desde fuera para ayudar a inclinar las fuerzas a favor de los sublevados.

La fecha prevista del golpe sería el 10 de julio. Esta fecha fue pospuesta, porque el Director General de Seguridad, José Alonso Mallol, encontró en Alcañiz (Teruel), en casa de unos falangistas, una copia de los planes del golpe, con la fecha y la contraseña, que era “Covadonga”. Entonces Mola decidió que la nueva fecha la mantendría en secreto, y la daría él en el momento adecuado, después del 17 de julio.

El Ejército de África, pasaría el Estrecho en el primer día de la sublevación, y sumaría a sus fuerzas los falangistas y requetés de toda España. Desembarcaría en Algeciras y Málaga, y ambas columnas confluirían en Córdoba, desde donde se dirigirían a Madrid, mientras otras columnas de Zaragoza, Burgos y Valladolid, también avanzarían sobre Madrid. Se suponía que, al tercer día, dominarían Madrid, y se harían cargo del Gobierno.

Mola iría a Madrid y se proclamaría a sí mismo dictador, y luego empezaría a implantar las reformas que tenían pactadas. En caso de encontrar dificultades llamaría a Franco y su ejército de África, para que asumiese el mando militar de las operaciones. Este plan era particular, y no estaba pactado con sus compañeros del golpe. Mola encargaba a Goded tomar Baleares y Valencia, a González Carrasco tomar Barcelona, a Queipo de Llano tomar Valladolid, a Villegas tomar Madrid, a González de Lara tomar Burgos, a Cabanellas tomar Zaragoza, a López Pinto y a Varela tomar Cádiz, a Patxot tomar Málaga, a Cascajo tomar Córdoba, y a Yagüe, o Franco si aceptaba por fin, liderar el ejército de África.

La acción sería “extremadamente violenta”, es decir disparando a matar contra los que no se aviniesen a sublevarse, pues los objetivos se debían cumplir con precisión.

Los objetivos finales del golpe serían cambiar al Presidente de la República y al Presidente del Gobierno, disolver las Cortes, cerrar el Tribunal Supremo y el Tribunal de Garantías Constitucionales, suspender la Constitución, detener a los miembros destacados de los partidos y sindicatos de izquierdas, detener a los militares reacios a sublevarse, y constituir un Directorio Militar que, más tarde, decidiría la forma de Estado, la Constitución y las Leyes que España necesitaba. Lo inmediato era restablecer el orden público, y más tarde, se decidiría qué partidos podrían continuar existiendo legalmente.

En el programa de Mola figuraba conservar la República, instaurar un Directorio Militar, separar la Iglesia de Estado, y dar libertad de religión. Era un programa republicano liberal progresista.

El plan se comunicó a Falange Española, a los carlistas, a los alfonsinos y a CEDA, para que estuvieran preparados para el día señalado.

Las cosas no fueron bien, pues había demasiado orgullo entre los golpistas, y presumían de lo que iba a pasar, y lo comentaban con compañeros, lo cual aventuraba un fracaso del golpe. Mola se desanimó a fines de junio de 1936, y pensó en abandonar y marcharse a Cuba. Franco decía que no participaría si continuaba ese ambiente de estupidez.

Un problema grave para este programa eran los carlistas cuyas ideas no coincidían con las de Mola, ni con las de José Antonio Primo de Rivera, pero cuya participación era necesaria para el éxito de la sublevación en el Norte. Estos problemas retrasaban la sublevación.

Más adelante, los mandos militares de las distintas capitales también fueron discutidos y cambiados: Saliquet a Valladolid, Queipo de Llano a Sevilla, y Franco como jefe único del ejército de África. González Carrasco no fue aceptado por los catalanes, y fue sustituido por Goded en Barcelona. Y así otras muchas discusiones entre militares, alargaban el momento de la sublevación.

     Los conspiradores en julio de 1936.

El 5 de julio, Mola emitió su noveno informe, titulado El Directorio y su obra inicial” en el que decía que la rebelión tendría como objetivo la imposición de un Directorio Militar de cinco miembros, de los cuales uno sería Presidente, y los otros cuatro se encargarían de los asuntos de Guerra, Marina, Gobernación y Comunicaciones. Gobernarían colegiadamente y por Decreto-Ley. Los Ministerios serían gestionados por técnicos en funciones. Las disposiciones tomadas por el Directorio necesitarían un refrendo, lo cual sería labor de un Parlamento libremente elegido por sufragio universal, pero restringido para que no votasen los analfabetos, ni los condenados por la justicia. Una de las primeras labores del Directorio sería disolver las Cortes y suspender la Constitución de 1931. Se atribuirían transitoriamente todos los poderes al Estado.

La labor o programa del Gobierno Provisional a establecer por Mola sería: Se declararía fuera de la ley a las sectas y organizaciones políticas de inspiración extranjera, es decir, los comunistas. Se mantendría la separación entre Iglesia y Estado, la libertad de cultos, y el respeto a todas las religiones. Se crearía un subsidio para los parados. Se tomarían medidas contra el analfabetismo. Se reestructuraría la propiedad de la tierra fomentando la pequeña propiedad y las explotaciones colectivas. Se sanearía Hacienda. Se restablecería la pena de muerte para delitos contra las personas que hubieran dado como resultado la muerte o la inutilidad de la víctima para seguir ejerciendo su profesión. No se disolvería la República. Se mantendrían los derechos obreros legalmente logrados. Se mantendrían los órganos de defensa del Estado y se dotaría al ejército y a la Marina de material. Se crearían Milicias Nacionales. Se impartiría una instrucción paramilitar en la escuela en orden a alimentar esas Milicias Nacionales. Se tomarían todas las medidas necesarias para que el Estado fuera fuerte.

El programa de Mola parecía que volvía a 1925, al Directorio Militar. Y los Generales y Jefes no querían aprobarlo por diversas razones: Cabanellas, Goded y Queipo de Llano eran liberales republicanos y exigían una vuelta rápida a la normalidad constitucional. Y los monárquicos tenían sus propias exigencias. Y alguno tenía admiración por Mussolini.  Pero se aprobó el documento de Mola. Se hizo sin entusiasmo, pero sin resistencias. Los monárquicos y alfonsinos se conformaban con acabar con el Gobierno de la República. Calvo Sotelo dijo que ya lo cambiaría en el momento en que tomasen el poder. La CEDA no tenía claro si se debía exigir la implantación del fascismo o de la democracia, la monarquía o la república, pues había seguidores de todas esas tendencias dentro de CEDA. Y Gil-Robles puso 500.000 pesetas a disposición de los golpistas y sin condición ninguna de uso. La mayoría de los españoles quería democracia, pero los fascistas pensaban que el momento les era muy propicio para imponer sus criterios políticos, pero no en esos días, sino una vez que triunfara el golpe.

El 9 de julio, Sanjurjo envió una carta a Fal Conde por la que se permitiría a los requetés usar su propia bandera, pero éstos debían aceptar el establecimiento transitorio de un régimen militar apolítico, que decidiría el futuro del Golpe. Fal Conde no aceptó la propuesta.

Mola consideró que Sanjurjo estaba cometiendo un error negociando con los carlistas. De hecho estaba poniendo como moneda de cambio una sublevación, en la que poco había colaborado Sanjurjo. Se le ocurrió decir que la carta de Sanjurjo a Fal Conde no era auténtica, o que se le había arrancado abusando de su buena fe. Pero había llegado a la conclusión de que Sanjurjo era un imbécil. Y comunicó al delegado del requeté, Antonio Lizarza Iribarren, que cortaba las relaciones con los carlistas.

Entonces los carlistas de Navarra fueron a San Juan de Luz a pedir autorización a Javier de Borbón para movilizar el requeté, y ponerlo a disposición de Mola, con la única condición de que les dejara que sus batallones portaran sus banderas carlistas. Javier de Borbón dijo que aceptaba, si Mola se sublevaba en los próximos tres días.

Por supuesto, la implantación de una dictadura provisional republicana, como pedían Miguel Maura y Miguel Cabanellas, no iba a ser tolerada por los carlistas. Fal Conde no estaba dispuesto a tolerar tampoco una dictadura militar, y en ello coincidía con los falangistas. Creía que el Gobierno se lo repartirían las milicias carlistas (monárquicas) y las milicias falangistas. Mola creía que no eran posibles esas reivindicaciones de carlistas y falangistas, y les hizo una llamada al patriotismo desinteresado, lo cual ni siquiera fue contemplado por los aludidos.

Estaba claro que el ejército estaba dividido, y que las fuerzas civiles impondrían en su momento el régimen político a adoptar. Por eso, los requetés y los falangistas creían que ellos se llevarían el gato al agua. Todo dependería de los Ayuntamientos y Diputaciones Provinciales, pero también de la marcha del golpe de Estado. Como el golpe fracasó, y hubo guerra civil, las esperanzas de carlistas y falangistas se debilitaron, y cuando reclamaron su modelo de Estado en Salamanca en 1937, Franco les eliminó sin contemplaciones, y decidió la dictadura militar, presidida por él mismo.

Mola encontraba pocos apoyos en el ejército: de las ocho Divisiones Orgánicas existentes en España, sólo pudo confirmar el apoyo de una, la V División, Zaragoza, de Miguel Cabanellas, que era republicano. En la I División Orgánica, Madrid, obtuvo la adhesión de Virgilio Cabanellas, a título individual, pero ello no suponía adhesión de jefes ni de tropa. Y de las dos Comandancias Generales, obtuvo las dos adhesiones: la de Goded en Baleares, y la de Franco en Canarias. En el Cuerpo de Carabineros obtuvo la adhesión del Inspector General, Queipo de Llano. En el Estado Mayor Central, la adhesión de José Sánchez Ocaña, Jefe de Estado Mayor Central. La inmensa mayoría de los militares estaba en contra del golpe.

A Mola no le quedó más remedio que planificar que militares subalternos destituyeran a sus jefes naturales, y asumieran el mando en sus respectivas Regiones Militares. Serían pues ocho golpes de Estado simultáneos, algunos de los cuales podían fallar. Y fallaron los principales: Madrid, Barcelona y Valencia. El General Villegas debía asumir el mando de la I División, Madrid, que luego le pasó ese mando al general Fanjul. El general Queipo de Llano debía asumir el mando en la II División, Sevilla. El general Goded debía asumir el mando en la III División, Valencia. El General González Carrasco debía asumir el mando en la IV División, Barcelona. La V División, Zaragoza, estaba comprometida en el golpe, y no necesitaría rebelión interna. En la VI División, Burgos, se haría cargo del Mando el general Mola. En la VII División, Valladolid, se haría con el mando el General Saliquet. En la VIII División, La Coruña, se haría con el mando algún Jefe no predeterminado, que se designaría sobre la marcha. La Comandancia Militar de Asturias quedaría bajo las órdenes del Coronel Aranda. Las fuerzas de Marruecos quedarían al mando de Yagüe, el cual debía entregárselo al General Franco en cuanto éste aceptase la rebelión y llegase a la zona.

En el transcurso de la rebelión, Mola tuvo mucha suerte, pues se sumaron al alzamiento muchos más de los comprometidos. En ello fue decisiva la actitud de la Iglesia católica, la cual se sumó decididamente al golpe de Estado desde el primer momento, y ello arrastró a civiles y militares. La jerarquía en pleno animaba a los católicos a sumarse a los golpistas, y justificaba moralmente la sublevación.

El 16 de julio de 1936, la Junta de Coroneles que dirigía la sublevación desde Madrid, cambió los planes de la sublevación en el Levante español. Estos planes viejos decían que Goded sublevaría Mallorca, dejaría al general González Carrasco al mando de la fuerza sublevada en las Islas Baleares, y pasaría a Valencia y se adueñaría de la guarnición. Goded no estaba de acuerdo con el plan.

Manuel Goded Llopis[1], 1882-1936, había nacido en Puerto Rico, y había ingresado en la Academia de Infantería en 1896, con 16 años, dispuesto a hacer la carrera militar propia de hijos de militares. Se diplomó en Estado Mayor. Pidió el destino de Marruecos para ascender, y fue general de brigada en 1924, a los 42 años de edad. Estuvo destinado en Alhucemas en 1925. Había apoyado inicialmente el pronunciamiento de Primo de Rivera, porque compartía sus ideas monárquicas y regeneracionistas, y porque creía que sólo el estamento militar estaba preparado para superar la corrupción que se había generalizado entre los políticos, pero se opuso posteriormente a la Dictadura que se pretendía imponer, y en 1931 era bien considerado por los republicanos. En 1930 fue Subsecretario de Guerra, un alto cargo político. En abril de 1931, fue Jefe de Estado Mayor Central del Ejército, porque era un hombre muy capaz y hablaba francés. Goded se había declarado antimonárquico en 1930, cuando la monarquía mostró sus corruptelas, y fue colaborador de Azaña en 1931, pero en primavera de 1932 se había mostrado disconforme con la República y con Azaña, debido a la reforma militar que Azaña había emprendido. No participó activamente en el golpe de Sanjurjo de 1932, y no fue condenado, pero perdió la confianza de Azaña. Carlos Masquelet fue el nuevo Jefe de Estado Mayor. En mayo de 1933, Goded fue enviado a Canarias en situación de “disponible”. Su actitud contraria al socialismo de clase, y al independentismo catalán, le hacían sospechoso. En noviembre de 1933, ganó las elecciones la derecha, y Goded volvió a Madrid. En 1934, se le encargó la represión de la sublevación de octubre, hecha por mineros socialistas y comunistas, y la aceptó con gusto. Gil Robles le hizo Director General de Carabineros, para guardar las fronteras, y más tarde, le nombró Inspector General de Aviación Militar. En 1935, Gil-Robles le había llevado al Ministerio de Guerra, y allí tuvo unas discusiones con Francisco Franco, y acabó en Baleares en febrero de 1935, porque era molesto. Pero Goded era muy capaz militarmente. El triunfo de Gil-Robles en junio de 1935, significó la rehabilitación de Goded, que fue nombrado Inspector General del Ejército y Director General de Aeronáutica. Cuando Azaña se negó a nombrar Presidente del Gobierno a Gil-Robles, y Alcalá-Zamora se planteó gobernar con las Cortes cerradas, surgió un grupo de militares contrario a estas prácticas antidemocráticas, entre los que estaban Goded, Fanjul y Franco. En febrero y marzo de 1936, Goded quedó completamente decepcionado por las elecciones, que consideró fraudulentas, y cuando el Gobierno del Frente Popular dictó la amnistía para los presos de 1934, muchos militares se decidieron por un golpe de Estado militar. Y los pocos golpistas que eran hasta ese momento, ganaron muchos simpatizantes entre los altos jefes del ejército. Por eso, sospechando que estaba implicado, Goded fue enviado a Mallorca en marzo de 1936. Fue fusilado en Barcelona, tras fracasar en la sublevación de esa ciudad.

     Sanjurjo como líder de la sublevación.

En Madrid, los golpistas constituyeron una Junta de gestión del golpe, en la que Mola apareció como organizador del mismo. Sanjurjo fue declarado líder por su prestigio popular. Goded y Mola eran descartados como líderes. En los planes de marzo de 1936, Mola encargó a Goded la sublevación de Valencia. En 23 de junio de 1936, Goded exigía ser nombrado líder de la sublevación en Barcelona, y no en Valencia, pues entendía que Barcelona era mucho más importante. Goded creía que él sería el líder de la situación subsiguiente a la sublevación, y muchos otros lo pensaban también. La decisión de 16 de julio de 1936 fue que Goded dirigiría la sublevación en Barcelona, porque Barcelona necesitaba un jefe de gran prestigio, y el designado hasta entonces, Manuel González Carrasco, no reunía esas condiciones.

La jefatura de Sanjurjo era apoyada por los carlistas, y por muchos militares que le habían seguido en su sublevación de 1932.

Coordinaba desde Madrid a los golpistas el coronel Valentín Galarza, que estaba en contacto con Mola y con los partidarios de la sublevación en Madrid, sobre todo los monárquicos. Se reconocía a Francisco Franco como líder del ejército del Protectorado. Planificaba en Pamplona, el general Emilio Mola. Se utilizaba al coronel Juan Yagüe Blanco como contacto con el ejército de África. Raimundo García, de El Diario de Navarra, y Agustín Lizarra, eran los contactos con los carlistas. Se utilizaba como fuente de información a Santiago Martín Báguenas, jefe de policía de Madrid, que informaba al grupo rebelde de todos los pasos y actividades del Gobierno de España. También Mola estaba en contacto con varios oficiales de UME a través de los cuales conectaba con Sanjurjo. Otros contactos, ponían a Mola en comunicación con los falangistas y con los políticos que Calvo Sotelo fue capaz de atraer al bando sublevado. A este equipo, se autoinvitó Gonzalo Queipo de Llano, pariente de Alcalá-Zamora, que estaba muy disgustado porque hubieran echado a éste de la Presidencia del Gobierno. Era un charlatán que hablaba en todas partes de la sublevación, incluso donde no debía.

     El carlismo y la sublevación de 1936.

El carlismo simpatizaba con Mussolini. El 31 de marzo de 1934, una delegación española que preparaba un golpe contra la República, integrada por el general Emilio Barrera Luyando, el monárquico Alfonsino Antonio Goicoechea, y los carlistas Rafael Olazábal y Antonio de Lizarza Iribarren, fueron a pedir armas a Mussolini. No consiguieron las armas, pero sí que Mussolini entrenase militarmente a carlistas españoles.

El 3 de mayo de 1934, los carlistas eligieron Secretario General a Manuel Fal Conde, porque éste estaba dispuesto a entrenar al requeté. Desde entonces, José Enrique Varela Iglesias, y Antonio de Lizarza Iribarren, entrenaron a los requetés. En enero de 1936, se incorporó a Navarra el teniente coronel Alejandro Utrilla Belbel, que les organizó militarmente.

Cuando el 14 de marzo de 1936, llegó el general Mola, partidario del golpe de Estado, surgió un conflicto entre la ideología liberal de Mola, y el carácter fascista de los nuevos carlistas. El 16 de junio de 1936, el Delegado de Alfonso Carlos de Borbón y Austria Este, Manuel José Fal Conde, fue a ver a Mola. Fal Conde se mostró intransigente: o se aceptaban las condiciones del carlismo, o el requeté no participaría en el Alzamiento.

Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este, 1849-1936, Alfonso Carlos I, había sido nombrado por los carlistas Regente de España el 10 de marzo de 1936, y era el líder de Comunión Tradicionalista en ese momento. Había accedido al liderazgo del carlismo en 2 de octubre de 1931 a la muerte de su sobrino, Jaime de Borbón, y se ocupó de unificar las ramas vazquezmellista e integrista católica del carlismo, antes de dar el visto bueno al golpe de Estado de 1936. Murió el 29 de septiembre de 1936. Eran integristas Juan María Roma en Barcelona, Joaquín Beunza Redín en Pamplona, Manuel Senante Martínez en San Sebastián, José María Lamamié de Clairac y de la Colina en Salamanca.

Javier de Borbón Parma y Braganza, 1889-1977, era hijo de Roberto de Borbón y Borbón, y había sido nombrado Regente de España por Alfonso Carlos I en 23 de enero de 1936, además de aspirante a la jefatura del carlismo. Javier aprobó la participación del requeté en el golpe de Estado el 14 de julio de 1936. En 29 de septiembre de 1936, fue reconocido Jefe de Comunión Tradicionalista.

Los carlistas eran católicos, no admitían la bandera tricolor republicana, y amenazaban con una sublevación, dentro de la sublevación antirrepublicana. Y tenían al general José Enrique Varela Iglesias[2], y al teniente coronel Ricardo Rada Peral[3], como militares que podían llevarla a cabo. Contaban en Navarra con el Inspector Militar teniente coronel Alejandro Utrilla Belbel, a las órdenes de Javier Lizarza Inda, hijo de Antonio Lizarza Iribarren. Tenían en Andalucía al Comandante Luis Redondo García. Y tenían un ente de coordinación militar suyas oficinas estaban en San Juan de Luz, gestionado por una Junta Militar Carlista: su presidente era el general Mario Muslera Planes, y figuraban como vocales los coroneles Ricardo Rada Peral, Eduardo Baselga y Alejandro Utrilla Belbel.

Los carlistas estaban dispuestos a reconocer como jefe de la sublevación militar a José Sanjurjo, porque en mayo de 1936, habían hablado con él Javier de Borbón, Manuel Fal Conde, y Aurelio González de Gregorio Martínez de Tejada, y habían llegado a un documento de acuerdo: si el alzamiento lo realizaba el ejército, los carlistas lo apoyarían con todas sus fuerzas allí donde se les llamara. Y si los militares se echaban atrás, o fallaban en el golpe, los carlistas harían la revolución por su cuenta, puesto que creían necesario evitar la revolución comunista que veían inminente en España.

El 11 de julio de 1936, Mola recibió una carta de Sanjurjo en la que éste imponía las condiciones del levantamiento: se impondría la bandera roja, amarilla y roja; se derogarían y revisarían todas las Leyes de la República; el sistema política no sería liberal parlamentario. Mola, que ya era el coordinador del golpe militar, no podía aceptar lo que iba en contra de sus convicciones, y dijo que no aceptaría ni a Sanjurjo ni al carlismo. Pero una vez muerto Calvo Sotelo el 14 de julio, y ante la inminencia del golpe, necesitaba al requeté, 30.000 hombres armados y entrenados, y aceptó el 15 de julio. Previamente, había pensado en abandonar. Entonces, los carlistas se sumaron a la rebelión de Mola.

Antonio de Lizarza Iribarren fue a llevar la contestación a Sanjurjo, pero su avión hizo escala técnica en Burgos, y fue detenido el día 17 de julio, y llevado a la Cárcel Modelo de Madrid, de donde huyó el 22 de enero de 1938.

           El PSUC, junio de 1936.

En junio de 1936 se había creado Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña, JSUC, sumisas a la III Internacional, que trataban de llevarse jóvenes del PSOE a posiciones comunistas.

El 21 de julio, se produjo la unificación de JSUC con Unió Socialista de Catalunya, USC, otro partido surgido en 1935. Y de ese pacto, nació PSUC.

El 23 de junio de 1936 surgió el Partido Socialista Unificado de Cataluña, PSUC, por fusión de Unió Socialista de Catalunya (Joan Comorera), Partit Socialista Proletari, Federación Catalana del PSOE (Rafael Vidiella, un hombre procedente del largocaballerismo), y Partit Comunista de Catalunya (Miguel Valdés). Surgió como partido marxista leninista, y nacionalista catalán. Su Secretario General era Joan Comorera, y su Secretario de Organización era Miguel Valdés. El partido tenía entre 2.500 y 6.000 afiliados, y era insignificante, pero se opuso durante la guerra a las nacionalizaciones de CNT y de POUM, y por ello fue apoyado por la pequeña burguesía catalana, por lo que llegó a tener 50.000 o tal vez 75.000 afiliados en 1937. Comorera y Vidiella ingresaron en el PCE poco después.

Los objetivos de PSUC expuestos en su programa, eran respaldar el programa reformista burgués republicano; anteponer la victoria obre los rebeldes a toda otra finalidad; infiltrarse en los órganos de poder y desplazar de ellos al PSOE; disolver los proyectos revolucionarios de CNT y POUM.

El PSUC aparecía como alternativa al Partido Obrero de Unificación Marxista, POUM, que había significado la unión de Bloc Obrer i Camperol, BOC, e Izquierda Comunista de España, ICE, de ideas más trostkistas.

En 1939, el PSUC sería reconocido por la Internacional Comunista como asociado y aliado al PCE. Pero esta decisión causaría una polémica por su contradicción con las bases de la Tercera Internacional, que decían que sólo podría haber un partido por federación. En 1949 estallaría la polémica cuando parte del PSUC y todo el PCE, decidieron exigir la unidad de los comunistas españoles. Comorera defendió la autonomía en ese momento, sin descartar la integración a largo plazo, con lo cual parecía más nacionalista que comunista, y dejaba de poner el nacionalismo al servicio del comunismo para hacer lo contrario. En 1950, Comorera fue expulsado del PSUC. Sería detenido en 1954 y moriría en 1958. El PSUC fue desde entonces dirigido desde el PCE. En 1956, PSUC celebraría su primer congreso.

         El PCE en verano de 1936.

El PCE se unió internamente como nunca, ese verano de 1936. La táctica leninista estaba dando frutos de cara a la revolución: Stalin envió la consigna de moderarse en sus expresiones públicas, de acercarse a los demócratas. Desde enero de 1936, habían comunicado a Largo Caballero que deseaban un Frente Popular amplio, que fuera capaz de perdurar en el tiempo. En ese sentido, en mayo de 1936, Mundo Obrero criticó las tácticas de Largo Caballero de amenazar con sacar a UGT del Frente Popular si Prieto era nombrado Presidente del Gobierno. Comprendían que Largo Caballero estaba un poco loco, y había que frenarle. También en mayo de 1936, el PCE criticó la huelga de la construcción, y argumentó que podía servir para excitar a los fascistas y a los golpistas, pero que hacía poco servicio a la revolución. Insinuaba que había que pedir otra vez los jurados mixtos, lo cual daba votantes y tenía pocos costes. Y así, se logró que el PSOE se moderara en junio de 1936.

     Falange Española en junio de 1936.

El 24 de junio de 1936, José Antonio Primo de Rivera advirtió a sus hombres para que no se fiasen de quienes les invitaban a conspirar, aunque se tratase de militares, “porque los militares de España no suelen acertar en sus golpes de Estado”. Les dijo que no debían tomar parte en movimiento alguno, ni permitirlo a sus camaradas, mientras no lo decidieran los órganos supremos de Falange Española. José Antonio había sido trasladado a la cárcel de Alicante el 6 de junio de 1936, porque la Cárcel Modelo de Madrid era un lugar en el que recibía visitas diarias. Lo que pretendía José Antonio, era llevar la iniciativa de la próxima sublevación, y no servir a la sublevación de otros.

El 29 de junio, José Antonio Primo de Rivera admitió que los Jefes territoriales y provinciales de Falange concertaran pactos para un posible alzamiento. Pero esos pactos sólo se podían hacer con la autoridad militar de máximo rango en la zona. Y ordenó que, de todos modos, los falangistas no se integrasen en organizaciones extrañas a Falange, sino en las unidades falangistas, con símbolos y banderas falangistas. Y si se decidía participar en el ejército, sólo le prestarían al ejército un tercio de los militantes falangistas de cada zona. Se debía exigir a los militares que no entregaran cargos políticos locales a civiles ordinarios, hasta pasados tres días tras el triunfo del alzamiento.

Esas instrucciones tenían validez hasta el mediodía del 10 de julio siguiente, fecha prevista para el golpe de Estado. Llegada la fecha, y demorado el golpe, Gil-Robles les pidió que prorrogaran la validez del documento 10 días más. Los falangistas sentían repugnancia por Gil-Robles y por otros personajes de derecha que no se habían sublevado contra el socialismo, pero hicieron caso a Gil-Robles en esta ocasión.

Medidas del Gobierno contra los golpistas en junio de 1936.

A fines de junio de 1936, el Gobierno conoció toda la trama militar del golpe de estado. Pero no valoró adecuadamente la profundidad del peligro. El Presidente Casares Quiroga pensaba que los militares no serían capaces de hacerlo. Y el Ministro de Gobernación, Juan Moles, no tomó el asunto como tan grave como en realidad fue. Sabían de las debilidades de la trama golpista, y nunca pensaron que sería capaz de desarrollar un movimiento demasiado amplio.

Calvo Sotelo seguía utilizando un tono agresivo en las Cortes, y parecía el líder del futuro golpe, pero le asesinaron el día 14 de julio. También se creía que el líder podía ser el general Sanjurjo, porque ya lo había intentado en 1932.

Azaña supo de la preparación del golpe, y decidió una política de continuos traslados militares, que ocultaba el plan de alejar a sus enemigos de Madrid, y de concentrar en esa ciudad a los militares fieles al Gobierno. Azaña encargó al ex-ministro de Guerra, Carlos Masquelet Lacaci, la investigación sobre la conspiración. Y el Gobierno nombró: al general Sebastián Pozas, como Inspector General de la Guardia Civil; al general José Miaja, como Capitán General de Madrid; al general Nicolás Molero Lobo, como Jefe de la VII División Orgánica, Valladolid; destinó al general Domingo Batet Mestres a la VI División Orgánica, Burgos; y nombró a Miguel Núñez de Prado Susbielas como jefe de las fuerzas aéreas. A Valencia, fue enviado el general de brigada Martínez Monje. A Barcelona fue enviado el general de Brigada Francisco Llano de la Encomienda. También se renovaron los Jefes de la Guardia Civil y de la Guardia de Asalto. La intención era que, si los golpistas habían contactado con los Jefes, éstos quedaran sin mando en tropa.

El Gobierno utilizaba el artículo 5 del Decreto de 26 de marzo de 1936, y el Decreto de 5 de junio de 1936, y promovió jefaturas militares por elección, suponiendo que los golpistas eran minoría en el ejército. Posiblemente se equivocaron en esta decisión.

El Gobierno decidió controlar Madrid, Sevilla, Valencia y Barcelona, los puntos que consideraban claves de la operación, además de la Marina y la aviación. Creía que ello sería suficiente para hacer fracasar el golpe, y nunca pensó que los militares se atrevieran a iniciar una guerra. Los del Gobierno decían que los golpistas se hundirían a los pocos días del inicio del golpe.

El Director General de Seguridad, José Alonso Mallol, puso escuchas telefónicas a todos los militares de alta graduación, y gracias a ello, pudo confeccionar una lista de los posibles implicados en un futuro golpe de Estado. En mayo de 1936, seleccionó los 500 que le parecían más sospechosos, y le entregó la lista a Azaña, el cual se la pasó a Casares Quiroga. El Gobierno no dio demasiada importancia al asunto.

En 3 de junio, José Alonso Mallol visitó Pamplona con un grupo de guardias de asalto, para registrar posibles indicios de un golpe de Estado que había obtenido. Pero los rebeldes tenían su propio servicio de contraespionaje, y prepararon el escenario para la ocasión, de forma que Alonso Mallol no obtuviera resultados. Mallol le dijo a Mola que desistiera del golpe, porque el Gobierno estaba preparado para echarlo abajo. Los guardias investigaron el ambiente militar en Pamplona, y volvieron a Madrid diciendo que, a su juicio, no habría golpe de Estado militar. Alonso Mallol dimitió en 31 de julio de 1936, una vez visto que sus informes apenas habían servido de nada. Fue sustituido por Manuel Muñoz Martínez, en 31 de julio de 1936.

También Casares Quiroga visitó a Juan Yagüe, y le dijo que debía dejar su destino, y pedir una Agregaduría Militar en el extranjero.

     Las autonomías en junio de 1936.

El 28 de junio de 1936 los gallegos aprobaron en plebiscito un Proyecto de Estatuto de Galicia. Estaban dispuestos a enviarlo a las Cortes, igual que lo habían hecho los catalanes y los vascos. No dará tiempo a discutirlo, y mucho menos a aprobarlo, debido a los sucesos del 18 de julio.  Más adelantado estaba el Estatuto Vasco. El Gobierno, en 1933, empezaba a pensar en la conveniencia del Estatuto porque desde 1930 había surgido en Euskadi, Acción Nacionalista Vasca, un grupo fascista. En 1931, el PNV, de militancia católica, no podía aceptar el divorcio y la enseñanza laica, y tenía que optar entre un Gobierno republicano laico, y un Gobierno republicano de la derecha que no le daría la autonomía.

La ideología del PNV era una idea cristiana de las relaciones laborales (buena voluntad de una y otra parte, arbitradas ambas por las jerarquías cristianas), familia y educación cristianas, teoría municipalista de la democracia en la que cada municipio tenía un voto, independientemente del número de habitantes que albergara, y culto a la etnocultura vasca. Eran partidarios de una autonomía, más que de la independencia, aunque con lenguaje confuso entre ambos conceptos. Con esta ideología, el PNV era en 1933, la primera fuerza política en Vizcaya y Guipúzcoa, y tenía mucha fuerza en Álava y Navarra.

Los republicanos y socialistas españoles creían que el PNV tenía el peligro de hacerse teocrático e integrista, y les pidieron hacer, a cambio de la autonomía, una declaración de laicismo y de respeto a la democracia. El PNV aceptó, y los carlistas protestaron. Eso se tradujo en que Guipúzcoa y Vizcaya se definieran por la autonomía, mientras Navarra y Álava rompieron su alianza carlistas-PNV. Los carlistas tampoco eran independentistas, sino que reivindicaban los viejos fueros dentro de una España católica con un Gobierno central confesional.

Por todo lo anterior, el Estatuto Vasco se retrasaba. Ya empezada la guerra, el 1 de octubre de 1936 se aprobó el Estatuto de Autonomía para los vascos, que estaba muy adelantado desde el principio de la República.

Tensiones entre militares y civiles golpistas.

En julio de 1936, los generales Rafael Villegas y Joaquín Fanjul, de Madrid, se sentían pesimistas respecto a las posibilidades de la sublevación en Madrid. Y el hermano de Emilio Mola, Ramón Mola, en Barcelona, también se sentía pesimista respecto al éxito en Barcelona. Igualmente, Rafael Villegas Montesinos, 1875-1936, que había sido Jefe de la I División Orgánica, Madrid, en 1931, y de la V División Orgánica, Zaragoza, en febrero de 1935, tenía sus dudas sobre el golpe, y fue sustituido por los rebeldes en la misión de adueñarse de la I División Orgánica, Madrid, por Joaquín Fanjul Goñi. De todas maneras, Villegas fue detenido tras los sucesos del cuartel de la Montaña, encerrado en la Cárcel Modelo, y asesinado en una de las sacas el 23 de agosto de 1936.

Las dificultades peores del proyecto de la sublevación, venían de la derecha, pues José Antonio Primo de Rivera exigía que fuera una sublevación popular, lo cual era completamente utópico, y exigía tener sus propias tropas mandadas por falangistas. Desde la cárcel de Alicante, José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia exigía que los militares se pusieran al servicio de la Falange. Como Mola no accedió, exigió que los soldados falangistas fueran mandados por oficiales falangistas. Su hermana Carmen Primo de Rivera, y su cuñada Margarita Larios, servían de correos para contactar con los militares. José Antonio insistía en que quería un Gobierno fascista, y no una dictadura de derechas, o una dictadura militar. Los anarquistas se atrevieron a publicar las cartas de José Antonio, pero el Gobierno prefirió pensar que eran falsas.

Igualmente los carlistas esperaban tener sus propios batallones con oficiales propios y banderas carlistas. El 9 de julio de 1936, Emilio Mola, líder de los militares golpistas, y Manuel José Fal Conde, representante del requeté carlista, discutieron. Mola no accedía a los deseos carlistas de dirigir el golpe. Sanjurjo exigió el 11 de julio que la rebelión fuera antiliberal y antiparlamentaria y se decidió que la sublevación era imprescindible, y ya se discutirían después las banderas o formas políticas a adoptar.

Sanjurjo expuso su plan: se formaría un Gobierno militar apoyado por «hombres eminentes», el cual revisaría todas las leyes religiosas y sociales de la República, se eliminarían los partidos políticos, y abandonaría el sistema liberal para adoptar otro más similar a de algunos «países europeos modernos», evidentemente Alemania e Italia.

Mola y muchos de los implicados en el golpe, eran más liberales progresistas, Sanjurjo era más fascista, y Franco era más ultraautoritario antidemocrático.

      El Protectorado Marroquí[4].

El Protectorado de Marruecos se había pacificado en 1926. Allí se había forjado el espíritu de lo mejor del ejército español, en los años 1914-1926. Se había enseñado a los soldados a desafiar a la muerte, y a obedecer a sus mandos. Por ello, los africanistas se consideraban diferentes a sí mismos, y realmente lo eran.

La principal razón del disgusto africanista era que el Estado no podía pagar un ejército como el que tenía España, y decidió hacer ahorros en tiempos de Azaña para bajar de 340 millones de pesetas de presupuesto en 1927, a 119 millones en 1935. Pero no se hizo despidiendo generales y jefes, sino reduciendo material y comida, lo que afectaba precisamente a los que estaban en guerra, los africanistas. La idea de los africanistas era que ellos luchaban, mientras los peninsulares hacían funciones burocráticas. Los recortes, hicieron que el número de oficiales españoles en Marruecos pasase a 946 desde los 1.356 iniciales, y que el número de soldados bajase desde los 34.234, a los 18.973.

En cuanto a la organización militar del Protectorado: El Alto Mando Militar, el Alto Comisario en Marruecos, y el Jalifa marroquí (delegado del Sultán de Marruecos), residían en Tetuán. El territorio se dividía en dos regiones, la Yebala al oeste, y el Rif al este. En cada región mandaba un coronel. Luego estaban las plazas de soberanía española, Ceuta y Melilla, en donde había un general de brigada en cada una de ellas. El Protectorado tenía 20.000 kilómetros cuadrados, y una población de unos 900.000 habitantes. Los marroquíes tenían sus propias autoridades, que eran el visir, el ulema, y los caídes. El Visir era un consejero o ministro del Sultán. El ulema es la autoridad religiosa y juez natural en el Islam. El caíd es el Gobernador en ese territorio. El Bajá es el militar que manda en una ciudad y su entorno.

El coronel Juan Luis Beigbeder Atienza, uno de los rebeldes, negoció con las autoridades del Protectorado su colaboración con la rebelión, cuando el Gobierno de Madrid ni siquiera se lo planteaba. En el Protectorado estaban los “viejos turbantes” o sector conservador, liderados por el Jalifa de Tetuán, Mohamed ben Mehdi, y los bajaes de las distintas ciudades. También estaban los “nacionalistas”, generalmente la generación más joven, con líderes como Hach Bennua, Abdeljalek Torres, y Mekki Naarí, que eran islámicos. Beigbeder logró el acuerdo con los “viejos turbantes”, y el caíd de los Beni Urriaguel, Solimán Al Jatabi, le proporcionó hombres para luchar en España. Les pagaban 5,35 pesetas diarias, y una prima de enganche de 250 pesetas. La diferencia con las 8 pesetas que pagaban los rebeldes españoles, se supone que se lo quedaban los grandes señores marroquíes. Si se alistaban como legionarios en el Tercio, la paga era de 7 pesetas, y los rebeldes pagaban todavía más, hasta 10 pesetas diarias.

Los nacionalistas marroquíes se mantuvieron reservados, y cuando el Gobierno de la República habló con ellos, pues los otros ya estaban comprometidos, obtuvieron como respuesta la exigencia de la independencia, que no se les concedió, y acabaron ayudando a los rebeldes españoles, y no a los gubernamentales. Casares Quiroga primero, y Largo Caballero después, apenas sabían nada de Marruecos, y perdieron una gran oportunidad por su ignorancia.

La razón por la que 5 pesetas eran tan atractivas para los yebalíes y rifeños, era que el Estado español mantenía una política de precios bajos, lo cual le permitía unos salarios pequeños, y ello hacía muy atractiva la cantidad de 5 pesetas. A su vez, los soldados españoles vivían con cierta holgura cobrando sueldos españoles, y comprando a precios marroquíes. Igualmente, los colonos españoles ganaban mucho, beneficiándose de un trabajo barato y vendiendo caro en España.

Otro atractivo del Protectorado eran las minas de pirita, mineral de hierro, que estaban cerca de Melilla, en terreno de Beni bu Ifrur. La empresa era gestionada por Compañía Española de Minas del Rif, cuyo capital era español y alemán. Al empezar la guerra, la empresa fue vendida a Rohsttoff-und Waren Ein Kaufsgesselschaf, abreviadamente ROWAK. Los españoles crearon otra empresa en Tetuán que se llamaba Hispano Marroquí de Transporte, abreviadamente HISMA, SL, cuyos socios capitalistas eran Eberhardt Bernhardt, y Carranza Fernández Reguera. ROWAK e HISMA cooperaban, y acabaron fusionados en 1938 en Sociedad Financiera Industrial S.A.

Tánger era una ciudad especial, puerto franco gestionado por un Comité de Control o Mendub, cuya misión era facilitar el comercio internacional de los productos africanos hacia Europa y América. En los primeros días de la guerra, el Gobierno republicano de España trató de utilizar el puerto de Tánger, y Franco protestó, y logró que se expulsara a la flota gubernamental de Tánger, la cual salió el 9 de agosto hacia Málaga.

La compañía HISMA-ROWAK, fue muy importante para Franco, pues compró aviones de transporte Junker 52, y cazas Heinkel, para los rebeldes. Los aviones llegaron con mecánicos y pilotos alemanes. Más tarde, compró Savoia–Marcheti a los italianos, porque disponían de ametralladora y sistema para lanzar bombas. La ventaja de los rebeldes en el Protectorado, fue muy evidente.

     Progreso del golpe en julio de 1936.

A principios de julio de 1936, casi nadie en España pensaba en una guerra: Azaña defendía que la situación de desorden público era transitoria, y pasaría pronto; la clase media inició sus vacaciones, las mujeres de los oficinistas de Madrid y Barcelona se marcharon a las playas esperando las vacaciones de agosto de sus maridos, los niños fueron enviados a campamentos de verano; Largo Caballero viajó a Londres a una conferencia de la Internacional. El único signo de tensión se podía encontrar en los cuarteles, entre los oficiales jóvenes. Se preparaba un golpe de Estado militar, pero no una guerra.

Muchos jóvenes de Acción Popular se estaban apuntando esos días a Falange Española, y este partido empezó a ser denominado “azul”, por la izquierda, debido a las camisas que portaban.  Los jóvenes pesoístas se apuntaban a las Juventudes Socialistas de Santiago Carrillo, y eran denominados “rojos” por las derechas unificadas, debido a sus camisas rojas.

Tanto los rojos, como los azules, deseaban acabar con la República, e imponer un Estado Totalitario, cada uno de un modelo distinto, fascista, o una dictadura del proletariado.

La derecha española, decía que Largo Caballero estaba preparando un golpe de Estado para imponer la dictadura del proletariado. Podían afirmarlo, porque Largo Caballero había escrito en Claridad, que la República era un estadio transitorio para conquistas más radicales.

La izquierda española decía que los militares estaban preparando un golpe de Estado para imponer una dictadura fascista. Sabemos que eso no era cierto, pero que era el lenguaje adoptado por los comunistas como sistema de atraerse a las masas.

Los oficiales partidarios de la revolución, estaban en Unión Militar Republicana Antifascista UMRA dirigida por el general Miguel Núñez de Prado Susbielas, coronel José Asensio Torrado y comandante Enrique Pérez Farrás.

En Berlín, debía haber olimpiadas del 1 al 16 de agosto de 1936, y Barcelona decidió organizar una Olimpiada Popular para los atletas que no quisieran ponerse delante de Hitler. A Barcelona acudió mucha gente ese verano. Barcelona aprovechó para inscribir como Estados a Cataluña y a Euzkadi, lo cual era un insulto a la soberanía española, pero la guerra había empezado 15 días antes, y el Gobierno de España no estaba en condiciones de reaccionar.

En esos primeros días de julio, unos pistoleros entraron en un bar de la Calle Torrijos de Madrid (cerca de Plaza Castilla y de Bravo Murillo) y mataron a cuatro personas. Al poco rato, desde un automóvil se disparó contra los que salían de la Casa del Pueblo del PSOE, y murieron tres personas.

Y en Barcelona, alguien asesinó al coronel Críspulo Moracho Arregui, que había defendido en juicio al capitán Escofet, procesado por los sucesos de octubre de 1934.

En las Cortes, la tensión se manifestaba en esos días de julio, en discusiones entre Casares Quiroga y Calvo Sotelo, muy acaloradas y en nada útiles.

El 2 de julio de 1936, el periódico de izquierdas, La Libertad, culpaba de la violencia que se estaba viviendo en esos días, a Gil-Robles y a Calvo Sotelo, es decir a la derecha en exclusiva. No era un buen análisis de la situación, sino más bien una visión partidista.

El 3 de julio de 1936, el Ministro de Trabajo emitió un Laudo que concedía un aumento de sueldo del 12% a los jornales inferiores a las 12 pesetas diarias, que eran casi todos los que se pagaban en España, y también se subían en un 5% los jornales superiores a 12 pesetas. La patronal aceptó el Laudo, y todo parecía encaminado a terminar con las huelgas. Pero CNT no iba a por una subida salarial, y rechazó el Laudo del Gobierno, al que calificó de burgués. Las calificaciones de burgués y de fascista abundaban entre la izquierda, sobre cualquier realidad de derechas, e incluso democrática y social. Y parecían hacer gracia a muchos jóvenes irresponsables, incluidos los fascistas. En Andalucía, las convocatorias de huelgas iban seguida de ocupaciones de fincas, y grandes mítines en los que se exigía “tierra para todos”, y eso no lo solucionaba el Laudo. Al final, la política se distorsionó entre antimarxistas y antifascistas, y en todos predominaba el “anti”.

Del 5 al 12 de julio, domingo, el ejército del Protectorado realizaba maniobras militares en Llano Amarillo, cerca de Melilla. Se reunieron 20.000 hombres, la mitad de la fuerza existente en el Protectorado. Sorprendentemente, y a pesar de saber el Gobierno que allí estaban muchos golpistas, dio autorización para celebrarlas. El general Agustín Gómez Morato, fiel al Gobierno, era el Comandante General de las Fuerzas del Protectorado, pero allí estaban la mitad de los militares conjurados. Algunos políticos se sintieron inquietos, y otros alborozados por la inminencia de un golpe de Estado. El asesinato de José Castillo atribuido a la derecha, y de José Calvo Sotelo atribuido al PSOE, hay que considerarlos en este ambiente de nerviosismo.

El 6 de julio, Luis Bolín contrató en Londres un avión “Dragon Rapide”, con dinero de Juan March Ordinas, que debía trasladar a Francisco Franco desde Canarias al Protectorado Español en Marruecos, para ponerse al frente del levantamiento militar en las plazas africanas.

El 8 de julio, Ramón Mola visitó Pamplona para ver a su hermano Emilio. Ramón era capitán de infantería, y se le consideraba el enlace de Emilio con los golpistas de Barcelona. Ramón le comunicó a su hermano que toda la documentación sobre los planes del golpe, era ya pública en Barcelona y, por tanto, que la conocía el Gobierno. Franco se enfadó mucho, y dijo que no participaría en una charlotada, como le parecía aquel proyecto de golpe de Estado. Ramón volvió a Barcelona, y cuando supo el día 19, que el golpe fracasaba, se suicidó.

El 9 de julio, Indalecio Prieto escribió en El Liberal de Bilbao, un artículo titulado “Vivid Prevenidos”.

El 9 de julio, los campesinos ocuparon una finca de Juan March situada en Jaén. March se había ido al extranjero porque dudaba de su seguridad personal, y desde el extranjero afirmaba que financiaría cualquier golpe que diera la derecha española.   El 10 de julio, los rumores decían que el golpe militar era inminente, y Casares Quiroga salió a decir que se trataba de bulos, y que él sabía que Mola era fiel al Gobierno de la República. Mentía.

El 10 de julio, Domingo Batet Mestres, que había sido nombrado Jefe de la VII División, Burgos, el 4 de julio, se llegó al Monasterio de Irache (Estella-Navarra) a hablar con Mola, a quien creía cabeza del golpe, pero no hubo resultados. Batet le dijo a Mola que pidiera un cambio de destino. Por ello, Mola sabía que podía ser detenido en cualquier momento, y que era posible que lo hicieran antes de la fecha prevista para el golpe.

El 10 de julio, Mola comunicó a los Jefes de la V División (Zaragoza), VI División (Burgos) y VII División (Valladolid), los cuales ya estaban comprometidos con el levantamiento, que debían tener redactado un telegrama cifrado y sin fecha, el cual ordenara poner a la División en “estado de guerra”, y debían movilizar las tropas. Si el Gobierno cortaba el servicio telegráfico, los telegramas ya estarían en sus destinos. Y también envió una carta a Fal Conde pidiendo contestación inmediata a si los carlistas estaban dispuestos a sumarse al golpe militar. Fal Conde no respondió hasta el 15 de julio.

El 11 de julio de 1936, Unión Radio de Valencia fue ocupada por un grupo falangista, el cual anunció la revolución nacional-sindicalista “para pocos días después”, sin concretar la fecha. La reacción de los grupos de izquierda fue lanzarse contra los locales de la Derecha Regional Valenciana y contra el bar Vodka, lugar de reunión de los falangistas.

El 11 de julio se reunió la Ejecutiva del PSOE para considerar la situación. Indalecio Prieto publicó en El Socialista, que “la tormenta puede estallar de un momento a otro”. La violencia llegaba a tal extremo en esos días de julio, que los vendedores callejeros de periódicos peleaban porque los vendedores del otro signo político no se pusieran cerca de ellos, y trataban de destruir los periódicos que no les eran gratos.

La fecha de la sublevación no estaba decidida. Mola tenía algunos desacuerdos con los carlistas, y necesitaba esos miles de hombres del requeté, para iniciar la sublevación de forma conjunta en todo el norte de España. En cuanto el requeté aceptase la autoridad de Mola, se realizaría la sublevación. El mayor peligro para los golpistas en esos días, era que el general Juan Yagüe Blanco, que estaba en Llano Amarillo en África haciendo unas maniobras militares con todo el ejército africano, podía adelantar el golpe, y poner en peligro todo lo programado. Las maniobras terminaban el 12 de julio, y las tropas volverían a sus cuarteles entre el 13 y el 16 de julio. No se consideró que el ejército africano fuera útil en el inicio del golpe, por su lejanía respecto a Madrid, y por la vigilancia naval a que estaba sometido el Estrecho de Gibraltar, pero desembarcaría en Algeciras y Málaga, como una amenaza digna de consideración.

Se tomó la decisión de que todos deberían estar preparados para cualquier fecha a partir del 17 de julio, para cuando Mola diera la señal de comienzo del golpe, que sería en uno de los diez días siguientes al 17 de julio.

El 11 de julio, Luís Bolín, periodista de ABC y corresponsal en Londres, contrató un avión Dragon Rapide que transportara a Franco desde Canarias a Marruecos a dirigir la invasión del ejército africano. Lo pilotaría el capitán Bebb. Ese mismo día, el avión salió de Croydon (cerca de Londres) para Tenerife, con escalas en Francia, España, Portugal y Marruecos, a donde llegó el 14 de julio.

En la comida de Llano Amarillo, de 12 de julio, los oficiales gritaban “CAFÉ”, que para los entendidos, significaba “Camaradas, Arriba Falange Española”. Los rebeldes aprovecharon las maniobras de Llano Amarillo para contactar con muchos jefes militares como el coronel Luis Soláns, el coronel Emilio Peñuelas, y otros.

El 12 de julio, Franco, encargado de liderar el ejército de Africa, dijo que no participaría en la sublevación. Franco habría de ser presionado hasta el 15 de julio para que acabara accediendo. El asesinato de Calvo Sotelo, la presencia del  avión «Dragon Rapide», y algunos emisarios militares, acabaron convenciéndole.

El domingo 12 de julio, por la tarde, fue asesinado por cuatro falangistas el teniente de la Guardia de Asalto, José Castillo Sáenz de Tejada. Castillo era de Unión Militar Republicana Antifascista, UMRA. Como antecedentes, podemos citar que Castillo entrenaba a milicianos del PSOE en la Casa de Campo de Madrid, y que uno de sus hombres había matado el 16 de abril de 1936 a Andrés Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera. Más tarde, el propio Castillo había disparado y herido a un carlista. Una vez asesinado el capitán Carlos Faraudo de Micheo, también entrenador de milicianos, se consideraba a Castillo como el principal hombre de los pistoleros marxistas.

El lunes 13 de julio, unos Guardias de Asalto y unos Guardias Civiles compañeros de Castillo, salieron del Cuartel de Pontejos (cerca de Puerta del Sol), para detener a los pistoleros de extrema derecha que tenían fichados. Cada grupo llevaba una lista de falangistas y políticos de derechas que debían ser detenidos. Uno de estos grupos era el del capitán de la Guardia Civil, Fernando Condés. El primero de su lista no fue hallado porque la dirección era falsa. Entonces decidieron ir por Antonio Goicoechea, líder de Renovación Española, y tampoco le hallaron en casa. Fueron a casa de José María Gil Robles, líder de CEDA, y tampoco le encontraron. Y fueron a casa de José Calvo Sotelo, calle Velázquez de Madrid, cuando ya eran las 03:30 horas del día 14 de julio. Se presentaron con documentación policial oficial, y Calvo Sotelo se sometió. Le dijeron que estaba detenido y que iba a la Dirección General de Seguridad (Puerta del Sol), pero mientras iban en el coche, un miliciano pesoísta llamado Luis Cuenca Estevas[5], le disparó dos tiros en la nuca al detenido. Para deshacerse del cadáver, fueron al Cementerio del Este y lo arrojaron allí. Luis cuenca Estevas era guardaespaldas de Indalecio Prieto, la personalidad más relevante del PSOE en ese momento.

El cadáver de Calvo Sotelo apareció por la mañana del 14 de julio en el depósito de cadáveres de Madrid, con la cara destrozada, de modo que no fue identificado hasta 24 horas más tarde. La conmoción por el asesinato de Calvo Sotelo fue enorme. Pero la muerte de Calvo Sotelo no fue el motivo del levantamiento militar, porque el levantamiento estaba decidido desde antes. Lo que sí sirvió, fue para enardecer a las derechas en el levantamiento. Y se convirtió en el símbolo del momento de la ruptura. Tras el asesinato de Calvo Sotelo, algunos oficiales del Regimiento de El Pardo pidieron una ametralladora para ir a por Manuel Azaña y acabar con él. Se les dijo que no, porque esa acción comprometería el levantamiento que tenían preparado contra el sistema en conjunto, para lo cual no servía eliminar a una persona concreta.

El 14 de julio, los periódicos publicaron que había sido asesinado el teniente Castillo, y que había desaparecido Calvo Sotelo. La muerte de Castillo se atribuía a los falangistas.

El 14 de julio, Mola firmó un documento en el que indicaba que Sanjurjo sería el Jefe del Levantamiento Militar y del Gobierno subsiguiente. Eso significaba que los carlistas ponían sus hombres a Disposición de Mola.

El 14 de julio, los falangistas prepararon la fuga de José Antonio Primo de Rivera en dos hidroaviones que amararían junto a la cárcel de Alicante. José Antonio quería ponerse al frente de la sublevación. La fuga era para el día 18 de julio, tras un levantamiento popular que tendría lugar en Alicante.

El 14 de julio, José Antonio Sangróniz Castro, el hombre de Juan March en el levantamiento, se llegó a Tenerife para advertir a Franco de que un avión llegaría a Las Palmas para recogerle el 17 de julio. El recado lo debería haber llevado Ramón Serrano Súñer, pero murió su padre en esos días, y Sangróniz le sustituyó. El mensaje llegaba muy tarde, pues casi no daba tiempo a Franco de recibirlo, proteger a su familia, trasladarse de isla, y tomar el avión. Pero la realidad de que el avión estuviera a punto a su disposición, fue efectiva, y por primera vez Franco estuvo convencido de la posibilidad de éxito del levantamiento.

El 14 de julio, el Ministro de Guerra, José Giral, cesó al capitán de navío Manuel Vierna en El Ferrol, y al capitán de fragata Marcelino Galán en Cartagena, por considerarles jefes de la rebelión en ciernes. El “Almirante Ferrándiz” pasó a las órdenes del capitán de navío Miguel Fontenla, el cual recibió órdenes de ir a Barcelona y proteger la ciudad.

El 15 de julio, Franco envió un telegrama a Mola diciendo que se incorporaba al levantamiento militar. Pero no fue sólo Franco: tras el asesinato de José Calvo Sotelo, se comprometieron con la sublevación muchos más oficiales, republicanos y monárquicos: Por ejemplo, el teniente coronel Juan Yagúe Blanco, Jefe de la Segunda Bandera de la Legión con base en Dar Riffien (Ceuta). También se sumó el teniente coronel Román Gautier Atienza, Jefe del batallón de comunicaciones de Ceuta. Igualmente lo hizo el teniente coronel Eduardo Sáenz de Buruaga Polanco en Tetuán, la capital del Protectorado. También el teniente coronel Carlos Asensio Cabanillas, jefe de las fuerzas Regulares Indígenas en Tetuán. Y también el teniente coronel Eduardo Losas; el teniente coronel Alfaro en Larache; teniente coronel Juan Bautista Sánchez; teniente coronel Juan Seguí; teniente coronel Maximiliano Bartomeu; teniente coronel Barrón; teniente coronel Delgado Serrano; teniente coronel Darío Gazapo

Gran parte de los Jefes del ejército, se sentían llamados a poner remedio a la situación de anarquía política y ambiente de socialización de los medios de producción, y todos estaban de acuerdo en la necesidad de un golpe de Estado, pero en el golpe, había militares republicanos que sólo querían la vuelta a un Estado de derecho, militares monárquicos que buscaban la restauración monárquica, y militares de extrema derecha que querían una dictadura antimarxista y antianarquista. El día 15 de julio, las facciones militares se pusieron de acuerdo para actuar, sin esperar a saber qué había de pasar después del golpe, que ya se resolvería sobre la marcha.

Por su importancia debemos resaltar la adhesión a la sublevación del teniente coronel Juan Luis de Beigbeder Atienza, el hombre que tomó la Delegación de Asuntos Indígenas en Tetuán el 17 de julio, y comunicó el 18 de julio al jalifa Muley Hassán, que la rebelión había comenzado. Hablaba francés y árabe, y un poco de alemán. Relacionado con franceses e italianos, consiguió también la colaboración del Jalifa a favor de Franco. La colaboración de los soldados marroquíes fue fundamental en los primeros días de la sublevación.

El 15 de julio, Javier de Borbón y Manuel Fal Conde redactaron un documento que decía: “La Comunión Tradicionalista se suma con todas sus fuerzas de toda España al movimiento militar para la salvación de la patria…”.

El 15 de julio tuvo lugar el entierro del teniente Castillo en el cementerio civil de Madrid, acompañado por multitudes de izquierdas. Hubo muchos brazos levantados con el puño cerrado.

El 15 de julio fue identificado el cadáver encontrado el día anterior en el Cementerio del Este. Era José Calvo Sotelo. El cadáver no fue identificado el primer día, pues su rostro aparecía deformado por los impactos de los disparos. Calvo Sotelo fue enterrado en La Almudena. Su entierro también fue multitudinario, de gentes de derechas. Hubo muchos brazos extendidos con las palmas abiertas al modo romano. La comitiva era tan densa que muchos salieron con la impresión de que empezaría de inmediato una ola de violencia extrema. La muerte de Calvo Sotelo se atribuía a oficiales de las fuerzas de seguridad y a un capitán de la Guardia Civil. La derecha, culpó al Gobierno de un crimen de Estado, y dijo que Casares Quiroga era el instigador de la muerte de Calvo Sotelo.

El 15 de julio, Mola decidió que el golpe debía ser inmediato, el primer día de los acordados, es decir, el 18 de julio en África, y el 19 en la península. En realidad, luego empezó el 17 de julio, pero fue por accidente. Franco dijo que sí al golpe, el 15 de julio.

La izquierda, republicanos y socialistas, reprobó el asesinato de Calvo Sotelo, pero Indalecio Prieto fue más allá en El Liberal, de Bilbao, y dijo que “había una batalla a muerte entre dos bandos”, lo cual era reconocer que se estaba en un grado de violencia máxima. Los partidos y sindicatos de izquierda pusieron retenes de vigilancia en las puertas de sus sedes, y se pusieron a acaparar armas, y a impartir consignas de actuación. La guerra no era improbable. Y los requetés de Navarra y falangistas de Valladolid, hicieron otro tanto en sus sedes.

Y de pronto, aparecieron colas en las puertas de las comisarías, de gente que pedía pasaportes. También muchos coches particulares empezaron a salir llenos de Madrid, y los destinos eran ciudades de Castilla y de Portugal. Solían llevar mucho dinero con ellos. Ese día, el éxodo de coches desde Madrid fue intenso. También se iban muchos fuera de Barcelona y de Bilbao, donde también se pensaba que iba a haber desórdenes. La gente de derechas de Barcelona y Bilbao se iba a Francia, o también, a sus segundas viviendas en provincias.

El Gobierno relacionó inmediatamente el asesinato de José Calvo Sotelo con la muerte del Teniente Castillo, e interpretó que era una revancha. Las derechas no aceptaron esta explicación y dijeron que había sido un asesinato de Estado. Entonces los tradicionalistas, se comunicaron con Mola para decirle que se ponían a sus órdenes.

     El Gobierno en 15 de julio de 1936.

El Gobierno anunció que tomaría medidas contra los asesinos de Castillo y de Calvo Sotelo. Los golpistas se escandalizaban de la blandura del Gobierno. El Presidente optaba por proteger a sus propias fuerzas de orden público, pero en este caso, no se podía tapar una muerte de una persona notoria. Los asesinatos de otras veces se cometían en secreto, guardando las formas, pero esta muerte era muy evidente. El Gobierno empezó restando importancia al hecho, y hasta equiparó lo sucedido con las muertes que habían causado otras veces los mineros en las fuerzas de orden público. La actitud del Gobierno era indignante.

El Gobierno detuvo a 15 oficiales de la Guardia de Asalto culpándoles del asesinato de Calvo Sotelo, pero en las Cortes, la derecha culpó al Gobierno. Lo peor de todo era la impunidad con que habían matado hasta entonces Falange y los pesoístas, y ahora iniciaba asesinatos también la policía, y ello horrorizaba al ciudadano medio.

El 15 de julio, el Gobierno decretó estado de alarma, y suspendió las Cortes. La suspensión de Cortes en un momento tan delicado, era un tremendo error para la democracia.

El PSOE reaccionó sorprendido: Indalecio Prieto, que estaba en Bilbao, se presentó en Madrid inmediatamente, porque comprendía la gravedad de los acontecimientos. Elaboró una nota de apoyo al Gobierno del Frente Popular, “fueran cuales fueran las circunstancias”. Largo Caballero estaba en Londres en una reunión de la Internacional Socialista y se presentó urgentemente en Madrid, para entrar en la Diputación Permanente de las Cortes. Araquistáin y Álvarez Vayo estaban en San Sebastián y también decidieron ir a Madrid, y viajaron por Francia hasta Figueras, llegaron a Barcelona, y desde allí, tomaron el tren para Madrid. Se hicieron más de mil kilómetros para una distancia de 400 kilómetros.

Largo Caballero regresó de Londres, y se mostró desconfiado con el posible liderazgo que había asumido Indalecio Prieto, y decidió que el PSOE se pusiera a las órdenes del Gobierno. Era sorprendente en ese momento, pues él defendía que el PSOE debía tomar el Gobierno y hacerle a él Presidente, y exigir obediencia y colaboración de todos los demás grupos del Frente Popular. El 16 de julio, el diario Claridad, de Largo Caballero, publicó una crítica del libro Técnica del Contragolpe de Estado, de Iván Devidoff. Se hablaba de las medidas a tomar en caso de golpe de Estado militar: licenciar a los soldados y repartir armas a los obreros. La oportunidad no era la mejor para que Largo Caballero publicase eso.

La mayor debilidad en la campaña contra los conspiradores era el propio Presidente del Gobierno, Casares Quiroga, pues estaba demasiado enfermo como para atender a las continuas huelgas, y a la conspiración militar.

         El 16 de julio de 1936.

El 16 de julio, se reunió la Diputación Permanente de las Cortes, en la que estaba Fernando Suárez de Tangil y Angulo, conde de Vallellano, un hombre de Calvo Sotelo, que condenó el asesinato de Calvo Sotelo, y dijo que el Gobierno era una farsa desde el día 16 de febrero pasado, pues permitía la anarquía y hasta la protegía. Y dijo que la minoría monárquica de Bloque Nacional se retiraba de las Cortes. La derecha rompía la baraja, y se negaba a seguir la partida política. Intervinieron a continuación, José María Gil-Robles de CEDA, Indalecio Prieto del PSOE, Joan Ventosa Calvell de Liga Catalana, José María Cid Ruiz-Zorrilla de los Agrarios, José María Díaz Díaz de Izquierda Republicana, Portela Valladares, y el Ministro de Estado Augusto Barcia. Todos se acusaron los unos a los otros de haber iniciado la violencia: los de izquierda decían que la derecha había iniciado la violencia en octubre de 1934 con la represión de Asturias, y los de derecha que había sido la izquierda la que organizó el octubre rojo. Gil Robles acusó al Gobierno del asesinato de Calvo Sotelo, una culpabilidad «moral», puesto que no puede acusársele de culpabilidad directa.

El 16 de julio, Unión Militar Republicana Antifascista, UMRA, advirtió a Casares Quiroga de una inminente sublevación militar, y le comunicó que los jefes eran Goded, Franco, Fanjul, Mola, Varela, Yagüe y otros. Y también el Gobierno recibió ese día un informe de Ceuta, que decía que se preparaba una rebelión en Ceuta. Casares Quiroga dijo que Mola era “un general leal a la República”.

El Gobierno hizo 150 detenciones entre conocidos líderes ultraderechistas. Pero parece que todavía no se creía lo del golpe de Estado, o no creía que pudiera ser tan grave.

El 16 de julio los carlistas recibieron la carta que Mola había enviado a Sanjurjo el 30 de mayo, en la cual aceptaba la jefatura de Sanjurjo, como pedían los carlistas. No quedaron dudas, y el requeté se alzó en armas.

Por su parte, Sanjurjo hacía todo tipo de propaganda personal, y buscaba popularidad para ser el líder del levantamiento. En los primeros días del «alzamiento», Sanjurjo era el líder más conocido de entre todos los rebeldes.

El 16 de julio, salió de la base de Cartagena, el destructor “Churruca” con rumbo a Ceuta, a donde llegó el 17. El cañonero “Laya” iba en apoyo del “Churruca”. Y el 16 salió el destructor “Lepanto” para situarse en Almería, y cubrir el este del Estrecho de Gibraltar, y llegó a Almería el 17 por la mañana. En principio iban sin destino manifiesto, pero ya en alta mar, recibieron un telegrama desde Cádiz, que les ordenaba dirigirse a Ceuta. Y los Destructores “Sánchez Barcáiztegui” y “Almirante Valdés” salieron hacia aguas de Marruecos para impedir movimientos del ejército de África hacia la península. Igualmente, la flotilla de submarinos de Cartagena salió para aguas del Estrecho. Iban los submarinos C-1, C-3, C-4 y B-1. Las tripulaciones se amotinaron porque pensaban que sus oficiales se pasaban a los rebeldes, pero en realidad iban a Málaga, el puerto que el Gobierno de la República había considerado base ideal para impedir el traslado del ejército de África a la península. El resto de submarinos se habían declarado republicanos en Cartagena y en Mahón: Así ningún submarino se puso del lado rebelde.

Se ordenó a la base de El Ferrol que enviara a Algeciras al crucero “Miguel de Cervantes” y al crucero “Libertad”, y que el acorazado “Jaime I”, que estaba en Santander, también fuera a Algeciras. El destructor “Almirante Antequera”, que también estaba en Santander, salió para África el 19 de julio, y debía esperar órdenes del Presidente de la República. El destructor “Churruca”, el cañonero “Dato”, el crucero “Miguel de Cervantes” y el crucero “Libertad” debían formar una flotilla que debía esperar al destructor “Almirante Antequera”, al acorazado “Jaime I”, y al resto de los barcos de El Ferrol, e ir juntos a bombardear las instalaciones militares de Ceuta. Por su parte, el “Lepanto”, el “Sánchez Barcáiztegui” y el “Almirante Valdés”, que habían salido de Cartagena, llegaron a Melilla a las 05:00 horas del 18 de julio con orden de hundir los barcos que se prestasen a llevar tropas a la península. Fondearon en Melilla y establecieron conversaciones con los sublevados. Se estaban pasando de bando. Al llegar la tarde se hicieron a la mar. Y a las 19:00 horas, su tripulación se amotinó, destituyó a sus jefes, y se declaró republicana. El “Lepanto” se quedó en las costas de Melilla patrullando. El “Almirante Valdés” regresó a Cartagena. El “Sánchez Barcáiztegui” se dirigió a Málaga. Los tres destructores recibieron órdenes el día 18, de bombardear los cuarteles de la Legión y de Regulares en África, así como las agrupaciones de soldados que viesen desde el mar. La orden era “hasta la destrucción del enemigo o hasta consumir la mitad de la munición”.

El 17 de julio, el “Churruca” no había encontrado actividad militar en Ceuta, y se volvió a Algeciras. El destructor “Almirante Ferrándiz” llegó a Barcelona el día 17 por la mañana, tampoco encontró actividad militar, y regresó a Cartagena.

En África, el 16 de julio de 1936, a las 22:00 horas, el Comandante Ríos Capapié salió de Torres de Alcalá, al frente de un Tabor de Regulares, y se dirigió a Alhucemas. El grupo durmió en Snada, y llegó a Melilla el día 17 por la mañana. Capapié estaba obedeciendo órdenes del coronel Juan Bautista Sánchez González, Jefe de Intervenciones del Rif. Sánchez González no era el superior de Capapié, sino que el superior de éste era el coronel Francisco Delgado Serrano, que estaba en Alhucemas. Delgado estaba en la conspiración para la sublevación, y Ríos Capapié se estaba saltando la jerarquía de mando. Se estaban preparando para el 18 de julio.

Todos los militares españoles de África sabían que iba a haber una sublevación, e incluso la prensa local lo había publicado, y algunos políticos lo habían comentado en público. Pero se creía que era para el 18 ó el 19 de julio, cuando diera la orden Emilio Mola, “El Director”.

         El 17 de julio por la mañana.

El 17 de julio por la mañana, Juan Yagüe telegrafió al teniente coronel Manuel Coco Rodríguez, que estaba en Algeciras, la hora en que estaría dispuesto para la acción del 18 de julio. Era un telegrama militar enviado a través de la Marina. Decía que estaría dispuesto esa misma tarde, tal y como habían convenido en Llano Amarillo.

El 17 de julio, por la mañana, ABC comunicaba que el general Amado Balmes Alonso había muerto en Las Palmas por disparo de un arma que le había perforado el abdomen. Lo atribuía a un accidente. Anunciaba que el entierro sería el día 18, y lo presidiría el general Franco.

El 17 de julio, Antonio Lizarza Iribarren fue detenido en Burgos. Los carlistas le habían enviado una avioneta para que fuera a Lisboa a comunicar a Sanjurjo las novedades: que se incorporaban al “alzamiento” y que éste sería el 18 de julio. Pero el avión tenía que hacer una escala técnica en Burgos, y Lizarza fue detenido en el aeropuerto de Burgos durante esa escala. El Director General de Seguridad estaba informado de todo, y sorprendió a los sublevados mediante la detención del correo entre ellos. También apresó al general González de Lara, Jefe de la Brigada de Burgos y cabeza de los amotinados de la 6ª División. El nuevo Jefe en Burgos fue el general Julio Mena Zueco.


[1] Álvarez Tardío, Manuel. Manuel Goded Llopis, Real Academia de la Historia, DB-e.

[2] José Enrique Varela Iglesias, 1891-1951, era un africanista que llegó a coronel en 1929, pero las Reformas de Azaña de anular los méritos de guerra, le relegaron 54 puestos en el escalafón, y perdió las esperanzas de seguir ascendiendo. Participó en el golpe de Sanjurjo de 1932, y fue encarcelado, momento en que contactó con el carlismo y comenzó a organizar el requeté. En 1933 pasó a la situación de disponible forzoso. En octubre de 1935, ascendió por fin a general, pero sin mando en tropa. Se hizo representante de Sanjurjo ante los generales golpistas de julio de 1936.

[3] Ricardo Rada Peral, 1885-1956, era un militar africanista de familia carlista, que en 1933 se hizo de Falange Española y entrenó sus milicias, y acosó a las milicias socialistas y comunistas de Madrid. En 1935 era teniente coronel, cuando el 1 de mayo de 1935, los carlistas le nombraron Inspector General de Requetés.

[4] Morales Lezcano, Víctor. “Marruecos en la Guerra Civil”. La Guerra Civil, Historia 16, 5, La Guerra de las Columnas. Historia 16, 1986.

[5] Luis Cuenca Estevas, 1910-1936, emigró a Cuba con su familia en 1928, y se hizo activista político. Regresó a España en 1932, con tan solo 22 años de edad, y se afilió a Juventudes Socialistas, y se manifestaba simpatizante de Indalecio Prieto. Como experto en el manejo de armas, se hizo amigo de los entrenadores de milicias socialistas Castillo, y Fernando Condés, y por tanto tenía una implicación personal tras la muerte del teniente Castillo. Por ello, asesinó a Calvo Sotelo. Luego se preocupó por hacer desaparecer el acta de la autopsia del cadáver de Calvo Sotelo, pero aun así fue identificado como el causante de esa muerte en 1937, por informaciones de otras personas. Luis Cuenca murió en Somosierra el 22 de julio de 1936. El informe de la autopsia de Calvo Sotelo fue reconstituido de memoria el 5 de julio de 1941, por los forenses que hicieron la autopsia el 14 de julio de 1936: Antonio Piga, Blas Aznar y José Águila Collantes.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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