GOBIERNO LERROUX, EN OCTUBRE DE 1934.

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               La vuelta de Lerroux, con CEDA

     Cuando el Presidente de la República, Alcalá-Zamora, estuvo de acuerdo con permitir nombrar Ministros CEDA, Largo Caballero pensó que era el momento de su revolución socialista, la de un “socialismo de clase”, en el que los dirigentes obreros tomarían el Estado y nacionalizarían la propiedad, haciendo desaparecer la burocracia burguesa estatal, la clase social burguesa como protagonista de la iniciativa empresarial, y sus pilares de sustentación, el ejército al servicio del Estado, que pasaría a ser un ejército popular, y la Iglesia, que perdería sus posesiones materiales y sus privilegios o influencia sobre las masas. No era el comunismo internacional dependiente del Comintern, sino el “socialismo de clase” español. A Largo Caballero ya le conocían como “el Lenin español”.

     El gran cambio de octubre de 1934, respecto a diciembre de 1933, era la llegada al poder de los hombres de José María Gil-Robles, y su coalición de derechas CEDA. Cien años después, los historiadores de derechas dicen que Gil-Robles era muy respetuoso con el sistema parlamentario. Los socialistas defienden que Gil Robles era un fascista, el Dollfus español, que aspiraba a ser el carnicero de la clase obrera, como Dollfus lo había sido en Austria. Es que en España, cien años después, hay más “políticos” que historiadores. Los hombres de CEDA tomaban los Ministerios de Agricultura, Trabajo y Justicia, que eran los que más interesaban a Largo Caballero.

     Lo cierto es que Gil Robles consiguió sus votos legítimamente, y sus Ministros siempre obraron en el Gobierno con respeto a la ley, y también es cierto que Gil robles coqueteaba con las organizaciones fascistas, y preparaba milicias de defensa de sus militantes, aunque nunca les concedió armas de fuego. Gil Robles exigía que CEDA entrase en el Gobierno para imponer la autoridad del Gobierno de España en Cataluña, para resolver el problema vasco y convocar elecciones municipales en el País Vasco, y para asegurar el orden público en toda España.

El periodo    4 de octubre de 1934 a 24 de septiembre de 1935, tuvo tres etapas de Gobierno:    de 4 octubre 1934 a 3 abril 1935; de 3 abril 1935 a 6 de mayo 1935; de 6 de mayo 1935 a 24 septiembre 1935.

     Gobierno Lerroux, etapa de 4 de octubre 1934 a 3 de abril de 1935.

  Presidencia del Consejo de Ministros, Alejandro Lerroux García.

  Gobernación, Eloy Vaquero Cantillo 1888-1960, PRR.

  Obras Públicas, José María Cid y Ruiz-Zorrilla 1882-1956.

  Instrucción Pública y Bellas Artes (educación), Filiberto Villalobos González 1879-1955 PLD. / 29 diciembre 1934: Joaquín Dualde Gómez.

  Agricultura, Manuel Giménez Fernández 1896-1968, CEDA. Era el jefe del ala socialcristiana de CEDA y siempre se había dicho republicano.

  Industria y Comercio, Andrés Orozco Batista, 1888-1961, PRR.

  Hacienda, Manuel Marraco Ramón 1870-1956 PRR.

  Trabajo, Sanidad y Previsión Social, José Oriol Anguera de Sojo 1879-1956, CEDA. Había sido Gobernador Civil de Barcelona cuando se decía republicano.

  Justicia, Rafael Aizpún Santafé, 1889-1981, CEDA, que se decía liberal.

  Guerra, Diego Hidalgo Durán 1886-1961 PRR. / 16 noviembre 1934: Alejandro Lerroux García.

  Estado, Ricardo Samper Ibáñez 1881-1938, PRR. / 16 noviembre 1934: Juan José Rocha García.

  Marina, Juan José Rocha García 1817-1938 PRR. / 23 enero 1935: Gerardo Abad Conde.

  Comunicaciones, César Jalón Aragón.

  Sin cartera, Leandro Pita Romero 1898-1985, independiente centrista.

  Sin cartera, José Martínez de Velasco[1] 1875-1936, Agrario.

     Todos los Ministros nuevos eran de CEDA.

     Reestructuraciones posteriores del Gobierno:

     El 16 de noviembre de 1934, fue nombrado Ministro de Guerra, Alejandro Lerroux García, que tomaba un Ministerio además de la Presidencia del Consejo de Ministros. Y también fue nombrado Ministro de Estado, Juan José Rocha García, que era de Marina desde 3 Gobiernos antes, y cederá Marina a Gerardo Abad Conde, 1881-1936, el 23 de enero de 1935.

     El 29 de diciembre de 1934, fue nombrado Ministro de Instrucción Pública, Joaquín Dualde Gómez, 1875-1963, PLD.

     El protegido de Lerroux, Rafael Salazar Alonso, que salía de ser Ministro de Gobernación, pasó a Alcalde de Madrid, cargo que desempeñará desde 19 de octubre de 1934 a 25 de octubre de 1935.

         Un Gobierno de coalición.

     El Gobierno se formó en coalición de cuatro partidos: republicanos radicales, cedistas, agrarios y liberal demócratas.

     Los socialistas habían pedido a Alcalá-Zamora que no designara un Jefe de Gobierno CEDA, y que no hubiera Ministros CEDA en el próximo Gobierno. Pero Lerroux incluía a Ministros CEDA en Trabajo, Justicia y Agricultura, las tres carteras deseadas pro Largo Caballero.

     El Gobierno Lerroux-CEDA recibió una declaración de hostilidad por parte de Martínez Barrio (Unión Republicana), y de Azaña (Izquierda Republicana), además de la de Largo Caballero. Largo Caballero dudó 24 horas antes de convocar huelga general revolucionaria, esto es, huelga con insurrección general. El que se colocaba en posiciones antidemocráticas era Largo Caballero. La huelga general revolucionaria fue convocada el 5 de octubre de 1934, a las 24 horas del nombramiento de Lerroux como Presidente del Gobierno, y empezó el 6 de octubre. Los anarquistas se abstuvieron de participar en la huelga. La huelga fue ignorada por casi todos los trabajadores españoles, excepto en Asturias, Madrid y Barcelona. La organizó exclusivamente el PSOE contra CEDA. Fue dominada por el Gobierno en Madrid y Barcelona, y causó problemas graves en Asturias.

     No era el Gobierno que querían las derechas. Las derechas querían una mayoría absoluta en las Cortes. Martínez Barrio, Azaña, Maura y Sánchez Román querían disolución de Cortes y elecciones para tener un Parlamento de derechas. Izquierda Republicana, Unión Republicana y los Radical Socialistas querían un Gobierno conservador, pero no de CEDA, y manifestaron su rechazo a CEDA.

     Y mucho menos era lo que querían las izquierdas y los regionalistas, pues los obreros socialistas, comunistas y anarquistas estaban por un Gobierno obrero, y los catalanistas y vasquistas estaban por su independencia.

         Reconciliación con la Iglesia.

     En 1934, las Cortes habilitaron una partida para pagar mensualmente a los curas católicos, equivalente a dos tercios del presupuesto de ese gasto. La Constitución había previsto retirar la subvención de culto y clero en dos años, que se habían cumplido en diciembre de 1933, pero los católicos españoles no aportaban dinero a su Iglesia, y la Iglesia española no podía subsistir sin fondos. Además, como Gil-Robles era católico, hizo que se devolvieran las propiedades confiscadas a las órdenes religiosas durante el periodo de la República. La derecha se identificaba con el catolicismo, en una simbiosis peligrosa para ambas partes, pero de la que ambas esperaban beneficiarse.

         La revolución de octubre de 1934.

     Del 5 al 19 de octubre de 1934, hubo un intento pesoísta de revolución, en medio de una huelga general revolucionaria. El 6 de octubre, tenían a la gente en la calle. La historiografía tradicional dice que Largo Caballero impulsó a los pesoístas a la revolución, pero tal vez fuera un movimiento popular, surgido desde más abajo, desde el largocaballerismo, y aprovechado por Largo Caballero: los de Federación de Juventudes Socialistas de España, FJSE, y los de Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra, FNTT, pudieron ser los que impulsaran a Largo Caballero a salir a la calle en octubre de 1934. Y una vez en la calle, los protagonistas de aquellas manifestaciones populares, quizás fueron los comunistas de Alianza Obrera, resultado de la unión de BOC e ICE, pero plantearon una prueba para la que no estaban preparados. En una revolución se deben coordinar todos los acontecimientos que ocurran en todas las regiones de un país, y ello requiere mucha información, comunicaciones, locales y personal. Alianza Obrera no estaba preparada para esto, y fracasó:

     El 5 de octubre hubo huelgas en varias ciudades, como Barcelona, Madrid y Asturias.      Otras rebeliones obreras se produjeron entre los mineros de Huelva, los de Linares (Jaén), La Carolina (Jaén), Portugalete (Vizcaya), Hernani (Guipúzcoa), Éibar (Guipúzcoa). Fue significativo que no hubiera levantamiento en Bilbao.

     Los campesinos españoles fueron el gran fracaso socialista de los sucesos de octubre de 1934. No se sumaron a la huelga, a pesar de la convocatoria de FNTT. Los líderes sindicales y de partido, que se denominaron a sí mismos “el pueblo español”, serán los protagonistas de las siguientes revoluciones obreras, y de hecho arrastrarán a miles de trabajadores a sus movimientos. Pero la inmensa mayoría de los trabajadores no quiere la violencia, sino la tranquilidad de llevarse un sueldo a casa. Para estos trabajadores, los marxistas inventaron un nuevo insulto: “pequeño burgueses”.

En octubre de 1934, pocos días antes de la revolución de Asturias, se vieron Azaña y Largo Caballero. Azaña quería hacerle ver a Largo Caballero los peligros de emprender una revolución, o simplemente un acto de rebeldía. Largo Caballero sólo tenía un argumento: “tiene que ser”. Estaba tan convencido de ser el salvador de España, que incluso el estar hablando con Azaña le parecía vergonzante. Azaña le despidió sin poder hacerle desistir.

     La revolución de octubre en Barcelona.

La más numerosa de las huelgas en 5 de octubre de 1934, fue la de Barcelona donde Esquerra sacó a los escamots a la calle para parar los tranvías, autobuses y metro, y cerrar las pequeñas tiendas. Algunos estudiantes y profesores de la Universidad se manifestaron exigiendo las clases en catalán. Los escamots dependían de Esquerra, y estaban uniformados con camisas verdes. Les dirigía y entrenaba militarmente Josép Dencás Puigdellers. Reivindicaban el Estat Catalá. Su jefe era Miquel Badía Capell.

Josep Dencàs Puigdellers, 1900-1965 era un médico catalán radicalizado políticamente, y miembro de Estat Català, EC, y partir de 1931, de Esquerra Republicana de Catalunya, ERC. Fue Diputado en el Congreso de Diputados en junio de 1931, y en el Parlament de Cataluña en 1932. Era Presidente de las Juventudes de EC, y jefe de los Escamots. Por ello, Dencás fue protagonista en 6 de octubre de 1934. Tras el fracaso de octubre, se exilió, y no regresó a España hasta julio de 1936, creyendo que era la oportunidad de su revolución, pero Barcelona era anarquista en ese momento, y Dencàs huyó a Italia y a Marruecos.

Miquel Badía i Capell, 1906-1936, alias “Capitán Collons”, era un terrorista al servicio del independentismo catalán. En 1925 realizó un atentado contra la vida de Alfonso XIII, y fue condenado a 12 años, pero salió amnistiado en 1930. En 1931, creó Joventuts de Esquerra Republicana Estat Català, JEREC, un grupo de jóvenes preparados para el terrorismo que los catalanes conocían como “escamots”. En 1933, al conseguir Cataluña su Estatuto, la Generalitat le nombró Secretario de Orden Público de la Generalitat, con el fin de que sus escamots controlaran la calle. Su primer objetivo fue eliminar a las organizaciones de FAI en Cataluña, anarquistas violentos que también buscaban el control de las calles. Y empezó una guerra entre ambas organizaciones. En 10 de septiembre de 1934, Dencás cometió su segundo acto público terrorista cuando envió a sus hombres al Palacio de Justicia de Barcelona, donde golpeó y se llevó al Presidente del Tribunal y al Fiscal, porque estaban juzgando a algunos escamots. El escándalo significó que le exigieran su dimisión. En los días de la revolución de octubre de 1934, hizo lo que le vino en gana y, tras fracasar la rebelión, se exilió. En febrero de 1936, se acogió a una nueva amnistía y reorganizó sus bandas paramilitares terroristas. Pero en abril de 1936, fue cazado por los anarquistas de FAI, y asesinado.

La huelga de octubre de 1934 había sido convocada por Alianza Obrera, y enseguida salieron a la calle en Barcelona grupos comunistas, anarquistas treintistas, y el Bloc Obrer i Camperol trotskista. No se sumó a la huelga CNT–FAI.

La convocatoria pesoísta a la violencia generalizada fue apoyada por Lluis Companys, un abogado de CNT que había fundado en 1922 la Unió de Rabassaires y la había dirigido hasta 1932. Companys envió una carta al general Domingo Batet, Jefe de la IV División Orgánica, Barcelona, exigiendo que se pusiera a sus órdenes. Naturalmente, Batet no hizo caso. Pero este movimiento de Esquerra no era apoyado por CNT, y no pasó al campo, a los pueblos pequeños. Companys quería utilizar las masas para quitarles el apoyo campesino a los anarquistas. Los anarquistas tampoco podían aceptar la formación de propietarios porque ello iba en contra de sus ideas revolucionarias de abolición de la propiedad.

La burguesía catalana amenazaba con destruir a Companys, si éste se entregaba a la insurrección iniciada. Companys, el 6 de octubre, encontró una fórmula ambigua para mantener el catalanismo sin cooperar con los independentistas, y esa fue “el Estado catalán dentro de la República Federal Española”. La interpretación que se hace de estos hechos es que Companys quería atraerse a las masas para reconducir el entusiasmo popular, y lograr el traspaso de competencias desde Madrid, pero el juego le salió mal, las masas no se levantaron, y quedó en ridículo. Insistimos en que las masas reales no eran lo mismo que el denominado “pueblo” por los revolucionarios. El general Batet le exigió a Companys, en nombre del Gobierno de Madrid, que depusiera su actitud, y la Generalitat fue suspendida en 7 de octubre de 1934. Companys será juzgado por el Tribunal de Garantías Constitucionales en mayo de 1935, condenado a 30 años de prisión e indultado en fechas posteriores, por estos hechos. El Estatuto de Cataluña sería suspendido desde agosto de 1935 hasta 1936. Portela Valladares fue nombrado Capitán General de Cataluña, con instrucciones de no permitir más violencias.

Desde el primer momento, el Gobierno de España supo que la huelga de Cataluña era un problema que se podía enconar, porque había hasta ocho grupos armados que podían luchar en la calle. Y el enfrentamiento originó tres grupos: La IV División del ejército, la Guardia Givil, la Guardia Municipal de Barcelona y la Guardia de Asalto, estuvieron en el bando de España; los Mossos de Escuadra, y los Escamots estuvieron en el bando del Gobierno catalán; los Rabassaires y la FAI, estuvieron en el bando revolucionario antiburgués.

En la mañana del 6 de octubre Luis Companys supo que el Estado había declarado estado de guerra en toda España, y se echó a temblar. Companys era consciente de la complejidad del problema catalán, y pidió a Dencás que no sacase a la calle a los escamots, pero el jefe de la Guardia Municipal, Miguel Badía, amigo de Dencás, quería ver a los escamots en la calle. Hubo desórdenes en Villanueva y la Geltrú, Sitges, Sabadell, Manresa, Tarrasa y Barcelona.

El 6 de octubre, Lerroux telefoneó desde Madrid al general Domingo Batet, que estaba en Barcelona, para comunicarle que había un complot de Companys y Azaña, para iniciar la sedición de Cataluña, cosa que era una mentira absoluta respecto a Azaña, y Lerroux podía comprobar con el policía que tenía destacado junto a Azaña.

El 6 de octubre de 1934, la Generalitat distribuyó armas entre militantes de Estat Catalá, y entre miembros republicanos del somatén. Alianza Obrera recibió muy pocas armas, porque era una organización más bien revolucionaria y no tanto catalanista. Pero Alianza Obrera sorprendió a todos sumándose al catalanismo y pidiendo a la Generalitat, el 6 de octubre de 1934, que proclamara la República Catalana.

En la tarde del 6 de octubre, a las 19:30 horas, una multitud se congregó en la Plaza de San Jaime de Barcelona pidiendo que salieran a hablar los Consejeros de la Generalitat. Entonces Companys le quitó el micrófono a Josep Dencás, y proclamó “el Estado de Cataluña dentro de la República Federal Española”, e invitó a las regiones españolas a formar en Barcelona un Gobierno paralelo al de Madrid. Companys había contrariado a Dencás y al Gobierno de Madrid. Tomó 10 mossos, y se atrincheró dentro de la Generalitat. Esperaba el ataque de Dencás porque no había declarado exactamente la independencia que Dencás quería.

Los anarquistas no siguieron a Companys porque le consideraban un burgués con propuestas burguesas. Los obreros de Barcelona, muchos de ellos originarios de Andalucía y Extremadura, estaban agotados por la huelga de junio, y como los pesoístas estaban divididos respecto a la propuesta de Companys, tampoco colaboraron. La división pesoísta de opiniones, había surgido por la decisión de Largo Caballero de convocar huelga en España el día 5, sin haberla preparado convenientemente, lo cual requería buscar acuerdos. Tal vez por ello, constituyó un fracaso, pues otros dirigentes pesoístas estuvieron en contra.

El general Batet no quiso ponerse al servicio de Companys, que sería ir contra el Gobierno de Madrid, y decidió esperar acontecimientos, lo cual salvó la situación. En realidad, Josep Dencás estaba esperando la llegada del ejército español a ocupar las calles, para lanzar sus escamots al ataque guerrillero, y sus Mossos de Escuadra a la defensa de los sitios concretos, y empezar una guerra. Dencás dio orden de disparar a matar. El resultado fueron 46 muertos, de los cuales 38 eran civiles, y 8 militares.

El día 7 de octubre, hubo algunas escaramuzas callejeras por Barcelona y algunos pueblos, pero nada políticamente importante. A las 05:00 de la mañana, Companys se había rendido a Batet, y éste le había detenido y acusado de rebelión.

El día 7 de octubre de 1934, Josep Dencás, y Miquel Badía, no quisieron hacer frente a sus responsabilidades, y se metieron en las alcantarillas de la Generalitat, y huyeron. Dejaron en la Generalitat a Enric Pérez Farrás, Federico Escofet, al Presidente de la Generalitat Lluis Companys, y al President del Parlament Joan Casanovas, que fueron detenidos por el general Batet.

Por casualidad, Azaña se hallaba en Barcelona en esos días de octubre de 1934. Había acudido a finales de septiembre al entierro de Jaime Carner, un ex Ministro de Hacienda de 1931, y se había reunido allí con republicanos, socialistas y catalanistas, todos los conocidos del difunto. Ante los rumores de huelga y levantamiento, decidió permanecer en Barcelona en el Hotel Colón. Tenía un policía del Gobierno como guardia personal. El 6 de octubre, Joan Lluhí fue al hotel a ver a Azaña, y le contó que el movimiento secesionista era imparable, y que Cataluña se declararía independiente para, desde esa postura fuerte, negociar mejor con Madrid. Azaña le dijo que exageraba. De todas maneras, Azaña habló con gente de Esquerra, y éstos le dijeron que no habría levantamiento armado. No obstante, Azaña decidió abandonar el hotel, y alojarse en casa de un amigo, Rafael Gubern, junto con su policía de escolta al lado.

El 7 de octubre, Azaña fue formalmente acusado en Madrid de haber estado en la Generalitat organizando los motines, lo cual era completamente falso. Lerroux quería eliminar políticamente a Azaña a toda costa. Azaña fue detenido y llevado a un barco prisión en Barcelona, donde le interrogó el general Pozas encontrando que todo eran falsedades y Azaña era inocente en todas las acusaciones de Lerroux. El 14 de noviembre, más un mes después, un grupo de intelectuales escribió una carta abierta para exponer el caso Azaña, y la perversión de Lerroux, pero el artículo fue censurado. Sólo a finales de diciembre, Azaña fue puesto en libertad provisional en espera de juicio, que se celebraría en abril de 1935.

La Generalitat, animada por los acontecimientos, se declaró en rebeldía el 7 de octubre, pero su rebelión no aguantó ni 24 horas. La fuerza militar fiel al Gobierno de España salió a la calle, y el Gobierno de Madrid ordenó, a las seis de la mañana, bombardear la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona, si era preciso. Y la insurrección catalana se acabó en 24 horas. En Barcelona, Esquerra mostró alguna resistencia ante la fuerza militar, pero los demás pueblos de Cataluña, no.

Se atribuye el fracaso de la huelga a que los socialistas exigieran dominar la dirección de la misma, y que los BOC, ICE y PCE estuvieran en desacuerdo con esa decisión. Por su parte, estos grupos comunistas eran tan pequeños, que no podían nada por sí solos. Y también dentro del PSOE hubo división de opiniones, pues la Federación de Juventudes Socialistas de España, FJSE, creía que aquello debía ser el inicio de la revolución socialista, mientras que Prieto interpretaba que sólo era una llamada de atención a Alcalá-Zamora para que devolviera el Gobierno a los republicanos. Y aún más, los catalanistas hicieron de esta huelga una reivindicación del Estatuto catalán, lo cual era una diversión completa de objetivos.

En Cataluña, los clérigos católicos muertos en octubre fueron: dos franciscanos en Lérida, y el párroco de Navars-Solsona. Y los heridos no fueron por causa de ataques, sino por accidentes en el nerviosismo causado por la situación: dos franciscanos más en Lérida y el párroco de Morell (Tarragona).

Los Escamots o comandos paramilitares catalanistas no fueron enemigo considerable para el ejército español. Se habían sentido fuertes porque contaban con unos 100.000 militantes, pero ni siquiera eran la fuerza política catalana más importante, la cual era CNT. Su decepción fue grande, y muchos abandonaron, y en 1936, muchos murieron en la guerra, y en 1939, tras la derrota ante Franco, se exiliaron a Francia. Lluis Companys constituyó en 1939 un Gobierno de la Generalitat en el Exilio, que más bien era simbólico, y en el interior de Cataluña permanecieron Manuel Juliachs y Jaume Serra, que llevaban el peso verdadero del partido.

Se considera que el conflicto universitario de diciembre de 1933, y la revolución de octubre de 1934, acabaron con las posibilidades de reconciliación entre el Gobierno español y los independentistas catalanes, y provocaron un distanciamiento entre los revolucionarios y los moderados.

Se nombró Gobernador Provisional de Cataluña y Presidente Circunstancial de la Generalitat, al coronel Jiménez Arenas, el cual se encargó de cerrar el Parlament y los sindicatos y partidos catalanistas que habían participado en la rebelión de octubre. El proceso culminó en la Ley de 2 de enero de 1935, que suspendía el Estatuto de Autonomía de Cataluña y el Parlament.

La suspensión del Estatuto de Cataluña llevó a un nuevo conflicto: si no se restablecía el Estatuto, se abría el conflicto catalán. Y si se restablecía, aprovecharían los nacionalistas para iniciar otro conflicto. Lerroux trató de hallar el camino intermedio, designó Gobernador General de Cataluña a Portela Valladares, y aprobó una serie de enmiendas al Estatuto que le desvirtuaban completamente, pues la Justicia, la enseñanza y el orden público quedaban en manos del Gobierno de España, y manifestó que las responsabilidades no otorgadas expresamente a la Generalitat, quedarían en manos del Gobernador General.

En abril de 1935, fue designado Gobernador de Cataluña, Presidente de la Generalitat, Joan Pich i Pon, el cual puso fin al “estado de guerra” decretado para Cataluña, y restableció la Generalitat, excepto la competencia de mando sobre las fuerzas de orden público. Pich cayó en octubre de 1935, tras el escándalo del estraperlo, y fue sustituido en el cargo por el valenciano Ignasi Villalonga Villalba, 27 de noviembre 1935 a 16 de diciembre de 1935. Y luego vinieron el President Maluquer y el President Escalas, que tampoco lograron encontrar el consenso con los catalanistas.

En junio de 1935, los rebeldes catalanistas fueron condenados a 30 años de prisión, excepto Pérez Farrás, que era militar y era condenado a muerte por delito de rebelión. Alcalá-Zamora conmutó la pena de muerte por la de reclusión perpetua. No se cumplió tampoco esta segunda pena, ni la de los demás implicados, porque en febrero de 1936, tras el triunfo del Frente Popular, fueron excarcelados.

     La revolución de octubre en Madrid.

En Madrid hubo tiroteos en Atocha, Cuatro Caminos, Tetuán, Gran Vía y Carrera de San Jerónimo. La huelga, convocada por los socialistas, fue seguida por los comunistas, pero no por los anarquistas. Algunos jóvenes de Juventudes Socialistas trataban de tomar los cuarteles de los Guardias de Asalto, pero enseguida los dirigentes pesoístas fueron detenidos por las fuerzas de seguridad, entre ellos Trifón Medrano Elurba[2], el Jefe de las Juventudes Socialistas, que fue arrestado el 7 de octubre de 1934. Tras ello, el desorden decayó en Madrid. Largo Caballero fue detenido el domingo 14 de octubre de 1934, en su propia casa. Y el 15 de octubre, cesó la huelga en Madrid.    CNT estaba intentando que UGT tomara protagonismo, y que no hiciera lo que acostumbraba, dejar la carga de las violencias en las huelgas en las espaldas de CNT. Y los anarquistas no fueron especialmente violentos en Madrid.

Los grupos pesoístas asaltaron el Ministerio de Gobernación, el Parque Móvil y la Telefónica, y colocaron barricadas en muchas calles de barrios obreros de Madrid. Tras los desórdenes, más de mil trabajadores fueron despedidos por no haberse presentado al trabajo el primer día de la convocatoria de los desórdenes, o huelga general revolucionaria. También fueron cerrados muchos locales de UGT y Casas del Pueblo.

Como consecuencias de esta sublevación de octubre de 1934 en Madrid, podemos citar que la Federación de Juventudes Socialistas de España, FJSE, se puso en contacto con Unión de Juventudes Comunistas, UJC, con la finalidad de unificar ambos grupos bajo la dirección del PCE. Las noticias sobre ello son vagas, pues las reuniones fueron secretas. La unificación no se produciría hasta abril de 1936.

Otra consecuencia en Madrid, fue que José Antonio Primo de Rivera aprovechó la huelga del 5 de octubre de 1934 para constituir un grupo armado de extrema derecha fuerte, poner a su disposición a las milicias de Falange Española, FE, y pedir armas al Gobierno. No recibieron armas del Gobierno, y su colaboración en contra de los pesoístas fue de meros voceadores y provocadores. Falange Española redactó sus estatutos (Los 27 Puntos Programáticos) y eso supuso su ruptura interna, en vez de su afirmación como movimiento de masas. Afirmaciones como la necesidad de formar jóvenes paramilitares («la vida es milicia constante») hicieron que los monárquicos se fueran de FE (casos de Francisco de Asís Moreno de Herrera, marqués de Eliseda; Ricardo Rada Peral, Luis Arredondo y Emilio Rodríguez Tarduchy, que abandonaron FE).

El movimiento de Madrid no pilló desprevenido al Gobierno, ni éste se acobardó ante los tiros que se oían en la calle. El ejército apoyaba al Gobierno y el movimiento fracasó inmediatamente.

La revolución de octubre en otros pueblos.

El movimiento huelguista revolucionario fue secundado por los vascos apoderándose a Eibar y Mondragón, en 6 de octubre de 1934, pueblos que retuvieron hasta el día 11.

El 5 de octubre de 1934, fueron asesinados en Guipúzcoa, Marcelino Oreja Elósegui, Dagoberto Resusta, Eugenio Edarra y Segundo García Goitia, a manos de obreros de izquierdas, como Ricardo Ceciaga, Celestino Uriarte y Guillermo Lasagabaster. Marcelino Oreja Elósegui, 1851-1934, era abogado e ingeniero de caminos, pero ante todo era católico, miembro de ACNP, colaborador de Ángel Herrera Oria, y se había hecho de Comunión Tradicionalista, sector integrista de Vázquez Mella, y había aceptado un cargo importante en Acción Católica. En 1931, había resultado elegido diputado por Vizcaya, y había manifestado que no admitiría obreros marxistas en su empresa. Celestino Uriarte era de Juventudes Socialistas, y más tarde se pasó al PCE. También algún otro núcleo pesoísta de menor importancia secundó la huelga en varios puntos de España.

 La revolución de octubre de 1934 en Asturias.

En Asturias, se concentró lo más violento y nutrido de la huelga de octubre de 1934. Varias organizaciones obreras se habían puesto de acuerdo para actuar en común. Lideraba el movimiento la Alianza Obrera, en la que estaban los pesoístas y los comunistas de BOC y de ICE. CNT nunca se sumó a Alianza Obrera, pero colaboró en todo momento con ella. El PCE sólo se sumó cuando el movimiento estuvo muy avanzado, y vio posibilidades de que aquello fuera una verdadera revolución proletaria.

La mayor parte de los rebeldes asturianos eran de UGT, y había ugetistas por todas las cuencas mineras, pero la inmensa mayoría eran de Oviedo. Los comunistas eran fuertes en Mieres y Sama de Langreo. Los anarquistas eran fuertes en La Felguera y Avilés. Los convocantes lograron levantar a unos 70.000 obreros. El líder y organizador del movimiento era Largo Caballero, y buscaba una auténtica revolución para poner un “Gobierno socialista” en España. Pero incluso la facción centrista en el PSOE, la de Indalecio Prieto, colaboró en el levantamiento. El levantamiento asturiano de octubre de 1934, reproducía la Comuna de París de 1870. Largo Caballero no quería sólo rebeldías locales, sino que desde ellas, pretendía ir sobre Madrid e imponer la República de los Trabajadores.

Las cuencas mineras estaban en los valles altos al sur de Oviedo. Los mineros vivían en unas condiciones muy precarias. Los pesoístas, comunistas y anarquistas les habían hablado de una revolución socialista española que empezaría en Asturias.

De todos modos, el tema debe ser enmarcado en medio de una insurrección asturiana, catalana, madrileña y vasca, y nunca se debe interpretar como exclusivamente asturiano.

Como cebo para la huelga, se utilizó el nombre de Gil Robles, el cual era comparado por los socialistas con Mussolini o con Hitler, y era presentado como el hombre que entregaría el Estado al fascismo. Los revolucionarios pesoístas y comunistas, y mucho más los anarquistas, disfrazaron su intento de revolución como una lucha contra el fascismo. La realidad era que, en octubre de 1934, cuando entraron a gobernar los Radicales y CEDA, los comunistas y pesoístas entendieron que se preparaba un golpe contra ellos, y organizaron la sublevación de octubre de 1934, conocida a veces como la sublevación de Asturias, porque Asturias fue el centro de la acción más violenta.

El 4 de octubre, los mineros asturianos iniciaron la huelga, un día antes que Cataluña, y el mismo día en que empezaba el nuevo Gobierno. Y cada Ayuntamiento organizó su propio Comité Revolucionario. Los comunistas de Mieres sacaron 30 rifles y asaltaron el Ayuntamiento, el Cuartel de la Guardia Civil y el de la Guardia de Asalto, y lograron que los guardias se rindieran. Los centros de coordinación de los obreros fueron Mieres, en la cuenca del Caudal, y Sama de Langreo, en la cuenca del Nalón. En Mieres había 8.000 mineros, la mayoría de UGT, pero también una minoría del PCE, y era el centro más importante de los rebeldes. En La Felguera predominaba la CNT. Y CNT proclamó el comunismo libertario, abolieron el dinero y lo sustituyeron por vales que creaba el Comité Obrero. La experiencia no fue bien, pues para las cosas de valor, los vecinos no se fiaban de los vales, y seguían pidiendo dinero por ellas, y así ocurría con el vino, el tabaco, la carne y los servicios personales de las putas. En Gijón predominaba la CNT, pero no tuvo apenas participación en los sucesos de octubre de 1934. En Sama de Langreo, los 60 guardias civiles y guardias de asalto intentaron resistir y presentaron combate, el cual duró 24 horas, y causó 60 muertos. Los guardias civiles capturados fueron fusilados por los mineros. En Trubia, era fundamental la fábrica de armas, donde entre sus obreros, dominaba el PCE. Pero eso lo sabía el general Eduardo López-Ochoa, e hizo que Trubia fuera su primer objetivo. En Grado, la mayoría de los mineros eran del PCE, y la revolución se caracterizó por la entrega de vales de comida para las familias pobres.

El 5 de octubre, los rebeldes asturianos fueron sobre otros pueblos mineros: tomaron los pueblos asturianos de Oviedo, Trubia, Gijón, Mieres, La Felguera, Sama de Langreo y otros. El primer día del levantamiento, los sublevados de Asturias tomaron 23 cuarteles de la Guardia Civil, y robaron las armas que encontraron. Luego entraron en las minas y las fábricas, y las confiscaron en nombre de la revolución. Organizaron “comités de obreros” que repartían alimentos. Los comités de reparto de alimentos están bien para los obreros, mientras existen los alimentos, y empiezan a ser un problema cuando los almacenes se agotan. Pero la revolución de octubre duró poco, y se creó un mito popular.

José María Gil-Robles le dijo a Lerroux que aquello era una revolución marxista, y que no se fiaba del general Carlos Masquelet Lacaci, Jefe de Estado Mayor Central, Madrid. El Gobierno desconfiaba también de Domingo Batet, jefe de la IV División, Barcelona, y de otros militares de alta graduación, porque parecía que estaban con la izquierda. Entonces el Ministro de Guerra, Diego Hidalgo Durán, llamó al general más joven y más popular en África, Francisco Franco Bahamonde, para dirigir la represión de la sublevación desde el Alto Estado Mayor de Madrid. Franco era muy autoritario y netamente antimarxista, y ello agradaba al Gobierno de ese momento. Franco pidió que le dejaran sus legionarios y sus regulares de África, y también el “Almirante Cervera” y el acorazado “Jaime I”. Franco se hacía cargo de la coordinación del asunto de Asturias desde el Alto Estado Mayor radicado en Madrid. Franco tenía experiencia de combate, y era de mucha valía en aquellas circunstancias. Iba a interpretar el tema como un combate contra las tribus moras.

El Ministro Diego Hidalgo Durán era un notario que se había hecho experto en agricultura, pero por casualidad, le habían nombrado Ministro de la Guerra, como sucede tantas veces con Ministerios que han de repartirse entre partidos políticos. Había que dar un Ministerio importante al Partido Radical, y le tocó a Hidalgo. Hidalgo consideró ingenuamente que, si mandaba un ejército ordinario, éste podría pasarse al enemigo, y era mucho mejor enviar un ejército de Regulares, Legionarios y Fuerzas Moras auxiliares, del ejército de África. Franco y Goded se estaban ofreciendo para reprimir la sublevación, e Hidalgo aceptó.

Franco era un veterano de las campañas de África de 1907-1923, y podía dominar una situación de guerra. Franco se trajo de África al Tercio y a los Regulares, cuyos mandos habían sido sus compañeros, el coronel Yagüe como jefe de la tropa, y Eduardo López Ochoa como jefe de operaciones en Asturias, para tener elementos de plena confianza bajo su mando. Algunos de los soldados eran marroquíes. Franco dirigió la acción del ejército desde Madrid. Manuel Goded Llopis, golpista en 1932 y recientemente amnistiado, fue otro de los colaboradores elegido por Franco.

En esos momentos, los militares liberales y republicanos comprendieron que la derecha les había ganado en estrategia política, y que los africanistas se estaban imponiendo. Esto será muy importante en 1936, cuando la rebelión iniciada por los militares republicanos, muchos de ellos demócratas, cayó en manos de los africanistas partidarios de la dictadura militar.

El 19 de julio de 1934, Diego Hidalgo había publicado un Decreto que prohibía a los militares toda acción política. Hidalgo desconfiaba de los militares, y creía posible un golpe de Estado, pero pensaba que sería pesoísta. Por eso, escogió a Franco para luchar contra el levantamiento pesoísta. Diego Hidalgo había conocido a Franco en Baleares en junio de 1934, y le había invitado a asistir a unas maniobras militares en León, que se debían celebrar en septiembre de 1934. Y cuando en octubre, estalló la revolución minera, Hidalgo llamó a Franco para que, desde el Ministerio de Guerra en Madrid, dirigiera las operaciones en Asturias. Lerroux nombró a Francisco Franco Bahamonde coordinador de Estado Mayor en Madrid, y a Eduardo López-Ochoa Portuondo jefe de las fuerzas sobre el terreno asturiano. López–Ochoa tomó el tren esa misma tarde, y llegó por la noche a Lugo, donde se puso al frente de una columna de menos de mil hombres, que salió hacia Asturias al amanecer del día 7 de octubre.

Eduardo López-Ochoa Portuondo era un liberal, militar profesional, ascendido a general en 1918. Gobernó Barcelona en septiembre de 1923, mientras Primo de Rivera fue a Madrid, hasta que éste le envió como sustituto a Batet. En 1934, era Inspector General del Ejército, y recibió la orden de recuperar la autoridad del Gobierno en Asturias. Salió de Lugo, y ocupó Asturias en una semana.

A continuación el ejército reaccionó con la acostumbrada disciplina militar: el Cuerpo de Oficiales se declaró obediente al Gobierno, y la tropa obedecía a sus jefes naturales. Batet restauró el orden en Cataluña durante la Revolución de Octubre. López Ochoa restauró el orden en Asturias. Y todo el ejército cooperó, porque pensaban que sus quejas debían ser aplazadas ante un problema más grave como la revolución pesoísta-comunista.

El mismo 5 de octubre, salió de León el general Josep Bosch Atienza, camino de Asturias.Contra él salieron al Puerto de Pajares3.000 mineros de Mieres. Bosch fue bloqueado en Vega del Rey, donde permaneció cinco días.

También salió de Bilbao una columna militar a las órdenes del teniente coronel José Solchaga Zala, la cual se dirigió a La Felguera, y allí entró en combate con los sublevados y se quedó clavado, por lo que tuvo muy poco protagonismo en la campaña de Asturias.

El 6 de octubre, a mediodía, los revoltosos se presentaron ante Oviedo con 8.000 hombres armados, principalmente con armas cortas, y tomaron la ciudad, que estaba defendida por unos 1.000 soldados, pero los mineros se dispersaron por toda la ciudad, y los soldados quedaron bloqueados en sus cuarteles. Los mineros tomaron el Ayuntamiento. Esa misma noche llegó a Oviedo la columna de mineros de Sama, y al poco, llegó una tercera columna dirigida por Ramón González Peña, Presidente del Comité Revolucionario y Alcalde Mieres. Los mineros eran dirigidos por los socialistas ugetistas Ramón González Peña y Belarmino Tomás Álvarez.

Lerroux se dio cuenta de la gravedad de los hechos de Asturias inmediatamente. Lerroux lo expuso en el Consejo de Ministros del 6 de octubre por la noche, y se declaró estado de guerra. A la salida, declaró que “el Gobierno actuaría sin debilidad ni crueldad, pero enérgicamente”.

El 7 de octubre se supo que la revolución había fracasado en Madrid y en Barcelona, y la radio dijo que los mineros debían retirarse de Oviedo, pero Lerroux no tenía ninguna credibilidad entre los obreros. Los mineros ocuparon el cuartel de carabineros y la estación de ferrocarril, pero encontraron resistencia en el Cuartel de Pelayo, el cuartel de Santa Clara y la Catedral de Oviedo. Hubo unos 40 muertos, y algunos eran sacerdotes porque se luchaba en la catedral. En Gijón, apenas hubo insurrección porque no había armas. Los rebeldes de Gijón apenas lograron levantar a 50 hombres, y el 7 de octubre llegó a puerto el crucero Libertad con unos 2.000 legionarios y regulares, a las órdenes del teniente coronel Juan Yagüe Blanco, legionario y falangista, sin escrúpulos sobre la vida de las personas, la dignidad de las mujeres, la propiedad de los ciudadanos, o el encarnizamiento con los prisioneros a los que torturaban hasta la muerte. Yagüe lo toleraba todo. El dominio de Gijón fue muy rápido.

Por su parte, en la zona minera rebelde también hubo pillajes y saqueos, y era habitual que algunos grupos se dedicasen a estos actos de vandalismo en cada acción militar. La Guardia Roja prohibió los pillajes, pero le era imposible controlar a todos los Comités Obreros que se habían formado, y a todos los grupos de obreros que terminaban una batalla. Los asesinatos de burgueses y sacerdotes eran habituales, y se sabe que hubo hasta 39 ó 40 sacerdotes muertos, la mayoría porque lideraban sindicatos obreros no marxistas, católicos, los cuales habían sido denostados por CNT y UGT como “amarillos”, y enemigos del pueblo. Entre los burgueses asesinados estuvo el director de Sociedad  Hullera, que dijo que tendría que despedir a muchos mineros, dadas las circunstancias, y el 14 de octubre fue asesinado por ello.

El 8 de octubre, los mineros ocuparon el cuartel de la Guardia Civil de Oviedo. Los rebeldes organizaron un Gobierno Obrero de Oviedo, una Comuna semejante a la de París 1870, una comuna de pesoístas y comunistas, que organizaba la intendencia (racionaba los alimentos, dando raciones iguales a los burgueses y a los obreros), declaraba pública toda la sanidad, organizaba el abastecimiento de los mercados, controlaba los transportes urbanos, se hacía cargo del abastecimiento de energía eléctrica e incautaba las emisoras de radio, y abastecía de comida y armas a los combatientes.

Las comunas funcionaron no sólo en Oviedo, sino en todos los pueblos dominados por los rebeldes. Estaban coordinadas por el Comité Revolucionario Provincial, cuyo Presidente era Ramón González Peña. Se incautaron de los trenes, de los camiones y de los coches particulares, pero apenas pudieron reunir unos 50 camiones y coches particulares. También se incautaron del dinero del Banco de España en Oviedo, unos 9 millones de pesetas.

La actuación de los obreros asturianos era mucho más fuerte, y mucho más utópica, que el propio programa revolucionario pesoísta, que se limitaba a pedir la nacionalización de la tierra, la enseñanza pública, un ejército popular, disolución de la Guardia Civil y reforma fiscal. El programa del PSOE era mucho más racional. Pero el largocaballerismo funcionaba al margen de las declaraciones oficiales, como es propio de los populismos, en los que no se sabe nunca si es el jefe el que arrastra a las masas, o las masas las que arrastran al jefe. El programa asturiano era fruto de la improvisación. Incluso declararon que saquear las tiendas no era delito, pues eran una propiedad burguesa defendida por la Guardia Civil, y a partir de ese momento no habría burgueses, ni Guardia Civil. Los obreros ejecutaron a unas 40 personas (en Turón a 6 frailes, en Sama a 1 guardia de Asalto…) casi todos sacerdotes, ingenieros u hombres de negocios. En Asturias se habían unido PSOE, PCE y CNT al grito de «U-H-P», que quería decir: “Uníos Hermanos Proletarios”, o Unión de Hermanos Proletarios UHP. No había teoría previa, ni alianzas sociales, o de partidos que prepararan una revolución. Cada uno lo podía interpretar, y lo interpretó, como quiso.

El 8 de octubre, Franco dio la orden para que salieran para Asturias unas Banderas del Tercio y un Tabor de Regulares de Ceuta. Hidalgo dijo que no se podían enviar a Asturias a reclutas mal entrenados y de poca fiabilidad, que el ejército que se enviara debía estar preparado, y no ser cosa de improvisaciones como en 1898 y 1921. Y tampoco se debían sacar soldados de otras regiones militares, poniendo en peligro que la revolución socialista-comunista-anarquista se extendiera a otras regiones.

El 9 de octubre, los rebeldes asturianos tomaron las fábricas de armas de Trubia y de La Vega, mientras unos mil hombres fieles al Gobierno, en los cuarteles de Pelayo y Santa Clara, seguían resistiendo. Los cuarteles estaban sitiados. El número de rebeldes, la mayoría mineros, se calculaba en unos 20.000 ó 30.000. En varios pueblos, tomaban las iglesias y Ayuntamientos.

Franco había logrado detener al Comité Central del Partido Socialista, excepto los que pudieron escapar como Prieto, Negrín y Vayo, y detuvo también, el día 9, a Manuel Azaña. Era consciente de que el “socialismo de clase” estaba detrás de la revolución de octubre.

Algunos grupos parlamentarios mostraron su adhesión al Gobierno el 9 de octubre. Pero, a medida que se intensificó la represión violenta, los apoyos al Gobierno eran menos, y los críticos eran más.

El 10 de octubre, Yagüe desembarcó en Gijón, con 2.000 legionarios, y marchó en la noche del día 11 hacia Oviedo a donde llegó el 12.

El 11 de octubre, Bosch rompió el cerco a que había sido sometido en Pajares, y se dirigió a Mieres, el centro de la organización minera rebelde. López-Ochoa llegó a Oviedo, se dirigió al cuartel de Pelayo, lo liberó, y se encontró allí más de mil soldados que se sumaron a sus fuerzas, que ya sumaban más de 2.000 hombres.

En ese momento, el Comité Revolucionario Obrero ordenó evacuar Oviedo, cuando ya se estaba luchando calle por calle con los hombres de López-Ochoa, y se preveía un desgaste definitivo de las fuerzas mineras. Se preveía la llegada de los legionarios y regulares para esa noche, y no se consideró prudente mantener la lucha. Los obreros se hicieron fuertes en Santa María de Naranco y San Esteban de Cruces, en la media montaña cercana a Oviedo.

Cuando los obreros abandonaron Oviedo, se llevaron consigo los dineros del Banco de España. El dinero desapareció momentáneamente, pero luego fue utilizado para que los mineros reconstruyeran sus casas, y repararan los daños de la guerra de octubre. La desaparición del dinero, y su uso posterior, causó la ira de los comunistas, los cuales reclamaron el poder de decisión sobre él, pero no se les dio esa oportunidad.

12 de octubre, López Ochoa ordenó pasar a la ofensiva, en ataques militares, y no de simple orden público. El 12 de octubre, Yagüe bombardeó la ciudad de Oviedo destruyendo entre otras cosas la biblioteca de la Universidad, y tomó Oviedo los días 13 y 14.

El 13 de octubre, el centro de la ciudad de Oviedo estaba en manos de las fuerzas gubernamentales, y los obreros se retiraron a las cuencas mineras que conocían mejor, y donde eran más fuertes. Belarmino Tomás se hizo líder en Sama de Langreo. Ramón González Peña, el jefe de UHP en Oviedo, dimitió, pues era partidario de rendirse, pero los comunistas dijeron que había que continuar en la lucha. El general Yaguë, utilizando legionarios y tropas moras, se desplegó contra los valles mineros los días 16, 17 y 18 hasta obtener la total rendición de los mismos el 18 de octubre.

El 15 de octubre, el general Amado Balmes Alonso, que había sustituido a Bosch en el mando de la columna de León, entró en Mieres, el centro minero más importante, y desarticuló la organización de los rebeldes asturianos.

En ese momento, López-Ochoa, que mandaba sobre 18.000 hombres, y era jefe militar de Asturias, pactó la rendición de los obreros con Belarmino Tomás Álvarez. Era la solución militar acostumbrada, pero Juan Yagüe, Francisco Franco y José María Gil-Robles protestaron ante Lerroux, porque querían el exterminio del marxismo, y no admitían el pacto de rendición con respeto a las vidas de los vencidos. López-Ochoa no estaba de acuerdo con la ferocidad de Yagüe. Más tarde, en 1936, tras empezar la guerra, los comunistas acusaron a López-Ochoa de los asesinatos de Asturias, y así lo publicaron en sus periódicos, llamándole “el Carnicero de Asturias”. López-Ochoa estaba en el Hospital Militar de Carabanchel (Hospital Gómez Ulla), y la multitud fue a por los militares, y asesinó a siete de ellos el 17 de agosto de 1936, entre los que estaba López-Ochoa.

Los mineros, cuando supieron que habían sido vencidos, escondieron sus armas a fin de no tener que entregarlas, y hubo algunos que huyeron a las montañas para no tener que presentarse ante un tribunal militar.

El 18 de octubre sólo quedaba Mieres en rebeldía, y el socialista Belarmino Tomás aceptó la rendición ante López Ochoa, pidiendo a cambio que los moros y legionarios no entraran en los pueblos, a no ser que éstos les atacaran u ofrecieran resistencia armada. El 18 de octubre de 1934, se da por terminada la sublevación de Asturias. Los últimos mineros se rindieron el 18 de octubre. El 19 de octubre, la derrota minera era completa.

Las operaciones de represión y detención de complicados en los hechos, duraron semanas. Los detenidos en el conjunto de España fueron unos 30.000, y entre ellos estaba Largo Caballero y los dirigentes de Juventudes Socialistas. Indalecio Prieto huyó a Bélgica. Ramón González Peña fue condenado a muerte.

Los prisioneros fueron a menudo ejecutados. El simple hecho de oír un tiro, aunque fuera lejano, suponía la muerte de todos los presos conducidos por un piquete. El periodista Luis de Sirval fue asesinado por los legionarios.

Balance de víctimas en Asturias.

El total de mineros muertos comprobados fue superior a los 1.100, y algunos autores dicen que pudieron ser hasta 2.000 personas. También murieron 300 soldados y fuerzas de seguridad. Un autor precisa mucho y dice que el resultado de muertos de esta campaña fue de 1.051 mineros, 284 soldados, 30 guardias civiles, y 33 curas. La causa de la indefinición de los datos, fue que el Gobierno declaró censura total sobre los hechos de Asturias, y lo mismo hizo Franco durante 40 años, así que los hechos no serán bien conocidos por los españoles hasta después de 1976.

Los curas y guardias civiles muertos, en su mayor parte fueron asesinados en días previos a la llegada de las tropas gubernamentales. El total de cuarteles de la Guardia Civil asaltados durante la huelga fue de unos 40.

El Ministerio de Guerra publicó que había habido 312 oficiales, guardias civiles y soldados muertos. Y también 900 heridos entre la tropa gubernamental.

Los rebeldes asturianos apresados fueron unos 15.000.

También hemos de anotar el incendio de la Universidad de Oviedo, el incendio del Teatro Campoamor, y la dinamitación de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo.

Los saqueos, violaciones y ejecuciones sumarias no son contabilizables. Las “venganzas” de los legionarios y regulares del teniente coronel Yagüe no constan en ninguna parte.

La culpabilización posterior de todos estos desmanes al jefe de la operación de toma de Asturias, general López-Ochoa, no se ajusta a la verdad de los hechos. López Ochoa dio la cara cuando tuvo que ejecutar a algunos rebeldes pillados ejerciendo el pillaje, pero no fue el culpable de todo lo que ocurrió en Asturias, aunque los comunistas le asesinaron como culpable de todo.

La represión en Asturias fue de las más recordadas en la historia: primero fueron los combates con un millar de mineros muertos; luego vinieron las represiones de Carballín, 18 ó 20 muertos por haber linchado a dos guardias civiles de Sama que pasaban por allí; y más tarde llegó al represión del comandante de la Guardia Civil Lisardo Doval Bravo[3], el cual tenía la misión de recuperar las armas robadas por los obreros en las fábricas de armas asturianas, Oviedo y Trubia, que hizo mediante detenciones e interrogatorios duros, pues los mineros se negaban a delatar a los que tenían armas; y por último tuvo lugar la represión de los Tribunales de Justicia, que fue la más blanda de las cuatro fases de represión.

La represión posterior llevada a cabo por Lisardo Doval Bravo, necesita de mucha investigación, y fue durísima. Fue de las que se recordaron durante 40 años: Se tomó a 200 cabecillas destacados de la rebelión y se les ejecutó. Los torturados a manos de los legionarios se contaban por cientos. Los encarcelados para poder averiguar quiénes habían sido los responsables se acercaban a 30.000.

Los socialistas Álvarez del Vayo y Fernando de los Ríos, y los republicanos Félix Gordón Ordás, y un grupo parlamentario británico, hicieron una investigación sobre los hechos, y encontraron que los relatos de la prensa eran falsos, y que en Asturias se estaba asesinando y torturando. Encontraron la verdad sobre el torturador, comandante de la Guardia Civil Lisardo Doval Barrio. Gordón Ordás denunció los hechos a Lerroux, quien ordenó que no se dieran a conocer. Doval recibió la orden de no continuar sus prácticas de tortura.

Para completar la información, hay que mencionar también, que en 1935 hubo muchas conmutaciones de penas de muerte y muchos perdones para presos de octubre de 1934. Y que los presos fueron liberados en 1936.

     Interpretaciones de los sucesos de octubre.

La huelga de octubre de 1934 fracasó completamente: los mineros de Asturias aguantaron 15 días, y fueron cayendo a continuación; los catalanes no pudieron mantener la huelga general porque no les apoyaba CNT, la fuerza sindical mayoritaria, y mucho menos pudieron optar a ir ocupando instituciones de poder. En Madrid no llegaron ni siquiera a poder plantearla. En Barcelona, la represión fue rápida. El fracaso es un hecho objetivo.

Una explicación a los sucesos de octubre de 1934, podría ser la radicalización hacia el socialismo de clase de la dirección del PSOE, y su negativa a la aceptación democrática de un Gobierno de centro derecha, como podía ser Azaña. Esta radicalización venía tal vez provocada por el Ministro de la Gobernación, Rafael Salazar Alonso, que no dudaba en destituir Ayuntamientos socialistas, reprimir huelgas y lanzar a la Guardia Civil contra las manifestaciones, llegando incluso a proponer la declaración de «estado de guerra» para poder organizar una matanza de insurrectos y revolucionarios[4]. La radicalización había empezado con la formación de bandas juveniles que se enfrentaran en la calle a las bandas juveniles fascistas, con lo cual aparecieron grupos paramilitares diversos, unos de extrema derecha y otros de extrema izquierda.

A esta radicalización contribuía también un ambiente internacional tras las matanzas de socialistas en Austria en febrero de 1934 y las matanzas de socialistas en Alemania en junio de 1934. La cuestión fue que el PSOE se entregó a manos de absurdos idealistas que predicaban que la unión de obreros y campesinos, en huelga y en armas, sería más que suficiente para tomar el poder, puesto que eran la inmensa mayoría. Esta falacia estaba ya rebatida por Lenin desde 1903, e incluso por Marx cuando se negó a continuar con la Primera Internacional a partir de 1876.

Por el lado contrario está la explicación de la ideología de una derecha no democrática ni liberal, que identificaba a sus enemigos políticos como enemigos de España. Esta derecha se identificaba un poco con el absolutismo, pero en vez de situar al Estado en la persona del Rey, lo situaba en la exclusividad de una concepción política, la suya, una concepción muy difícil de compartir por la mayoría puesto que era integrista, fundamentalista, militarista y caciquil.

En cuanto a los comunistas, BOC e ICE llegaron a la conclusión de que el que había fallado era el PSOE, por no ser revolucionario. Cosa fácil es culpabilizar a un tercero de los fallos propios. Razonaban que se hubiera necesitado unidad sindical y unidad política, y coordinación por un partido que fuese revolucionario. Y argumentaron que, como coordinó Largo Caballero, que no era revolucionario, se perdió.

En cuanto al PSOE, Francisco Largo Caballero dijo que el fracaso se debió a que el PSOE no había sido lo suficientemente revolucionario, y concluyó que el socialismo español debía evolucionar hacia una forma de comunismo. Indalecio Prieto dijo que había que volver a la alianza entre republicanos y socialistas, y pensar en recuperar el Gobierno, antes de emprender cualquier otra acción. La Federación de Juventudes Socialistas Unificadas, FJSE, compartió el análisis de los comunistas, y se pasó al PCE.

De repente, en el PSOE había surgido la necesidad de analizar los hechos y sacar conclusiones, cosa que no habían hecho hasta entonces casi nunca, pero fue también el momento en que estas reflexiones se hicieron desde la cúpula, para evolucionar hacia el comunismo, lo cual supuso un abandono progresivo de las doctrinas comunistas por la mayoría de los militantes PSOE. Esto es, Largo Caballero evolucionó hacia el comunismo, pero la mayoría de los socialistas se negaron a seguirle y tomaron a Prieto como su líder. La explicación es fácil: Largo Caballero, Amaro del Rosal, Santiago Carrillo y Carlos Hernández Zancajo estaban en la cárcel, y Prieto tenía las manos libres para actuar. Se había escapado a Francia y tuvo la oportunidad de recomponer el partido socialista en sentido moderado. Así, 1934 es un año clave para entender la escisión del socialismo entre socialistas y comunistas.

El “socialismo de clase” de Largo Caballero, próximo al comunismo, quería unas “Corporaciones Obreras” fuertes que se hicieran cargo de las empresas y las tierras de cultivo, y fueran protagonistas de la revolución.

Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos entendían el socialismo de forma diferente, no como una manera distinta de administrar la economía, con nuevos dirigentes que podían ser honestos o tan corruptos o más de lo que habían sido los burgueses, sino como una ampliación de los derechos humanos a la mayoría de los españoles, o a todos si era posible. Prieto y De los Ríos estaban más cerca del liberalismo de izquierdas que del comunismo, y creían en la democracia como instrumento de renovación social. En ese punto estaban muy cerca de Azaña, el cual había dicho que quería una República liberal, parlamentaria y democrática a fin de transformar la sociedad española hacia la justicia social, una sociedad que realizara de una vez la revolución burguesa, auténtica, la de la liberté, egalité y fraternité, que empezaba por que los poderosos cedieran en sus privilegios para logar que todos los ciudadanos estuvieran en pie de igualdad, y continuara por unas reformas económicas que lograran trabajo para todos. Azaña definía perfectamente lo que era el liberalismo primigenio, lo cual lo diferenciaba de su hijo bastardo, el liberalismo burgués del siglo XIX. A ello, los socialistas moderados añadían que se debía socializar la economía.

El PSOE en la revolución de octubre de 1934.

El PSOE se vio envuelto en sus contradicciones existentes desde 1923: los moderados del PSOE querían ayudar a los republicanos, mientras los radicales del PSOE rechazaban la república como vía al socialismo, porque decían que la república sería burguesa. Las dudas del PSOE se basaban en que entre los catalanistas estaban los del Bloc Obrer i Camperol, BOC (del comunista Joaquín Maurín), y los de Izquierda Comunista Española, ICE (del trotskista Andreu Nin). Los dos grupos eran diferentes e incluso podían matarse entre ellos, y ambos podían luchar contra el PSOE en un momento dado, pero su objetivo inicial era común, instaurar una dictadura comunista o una dictadura obrera socialista de clase. BOC e ICE tenían una limitación definitiva: eran muy pocos y sabían que fracasarían si tomaban el poder por sí mismos. Por lo tanto BOC e ICE necesitaban a PSOE, al que despreciaban.

     Por lo tanto, el PSOE inició una fuerte discusión interna con varios puntos muy importantes sobre la mesa: la forma y estructura de la alianza con los partidos comunistas; la finalidad de esa alianza; el dominio que los líderes del PSOE tendrían sobre su propio partido y sindicato.

Si los grupos comunistas tenían claro que iban a por la revolución comunista, aunque bajo distintos modelos, los socialistas no tenían claro su papel en el Gobierno de la República.

Por otro lado, estaban los republicanos, que sí sabían lo que querían, una revolución liberal democrática y progresista, pero que no tenían infraestructura para imponerse y también necesitaban a PSOE-UGT para conseguir una estabilidad en el Gobierno.

Y para complicar más las cosas, el hombre con menos capacidad ideológica, Francisco Largo Caballero, propuso que se realizara inmediatamente la revolución socialista, con él en el liderazgo. Ello provocó un enfrentamiento entre Largo Caballero y Prieto, pues ambos querían controlar el PSOE en esos momentos que podían ser decisivos, pero tenían ideas contradictorias. Indalecio Prieto entendía el socialismo como la culminación de liberalismo democrático, dando a los ciudadanos el máximo de libertades y derechos. Prieto, desde nuestro punto de vista actual, no puede ser calificado exactamente de marxista. Francisco Largo Caballero quería su protagonismo individual en una revolución que no tenía teorizada ni planificada, pero que sería de los sindicatos obreros, tal vez de UGT en exclusiva.

     Mientras tanto, Manuel Azaña Díaz, el líder de los republicanos de aquel momento, quería una República liberal parlamentaria y democrática, algo como la idea de Prieto. Su objetivo era expulsar del poder a los oligarcas, lograr la justicia social, y conseguir la “egalité” proclamada en 1812 y nunca conseguida en España.

     Fernando de los Ríos también veía el socialismo como la culminación del liberalismo, como Azaña y Prieto, pero introduciendo el matiz de que la forma de Estado debía ser necesariamente republicana. Decía que las clases medias españolas no estaban en condiciones de realizar la revolución liberal burguesa, y había que darse un tiempo antes de una revolución socialista. La misión del PSOE era ayudar a las clases medias en su revolución burguesa, para luego avanzar en el socialismo. En ese camino, creía que la proclamación de la República había sido un paso adelante hacia la revolución burguesa, pero no un paso suficiente.

     El PSOE se estaba resquebrajando por no tener definido su papel en la República, ni tampoco frente a los comunistas y anarquistas. Y el PSOE era atacable desde posiciones comunistas y anarquistas con facilidad. Objetivamente, había que crear una república burguesa democrática que superara las injusticias de la democracia burguesa oligárquica, como la de España en el siglo XIX, pero no se habían definido exactamente las posturas del PSOE en esa labor. Al contrario, Largo Caballero amenazaba constantemente con la revolución proletaria. En esos momentos, todos los españoles creían que el PSOE tenía la responsabilidad de consolidar la República, y empezar a tomar medidas que condujeran al socialismo, pero esas medidas no estaban concretadas. Esta situación fue expuesta en El Socialista por Antonio Fabra Rivas.

     Luis Araquistáin había vuelto al PSOE en 1931 (se había ido en 1921) y decía que UGT debía controlar la conflictividad social para neutralizar a los anarquistas y hacer posible el Gobierno de la República para el PSOE. Y Largo Caballero se apuntó a las tesis de Araquistáin.

     Ninguno de los dirigentes socialistas analizaba correctamente el momento histórico.

     El PSOE estaba dividido en varias tendencias:

  Derecha: Besteiro, Trifón Gómez, Lucio Martínez, Saborit, Muiño, casi todos los que habían sido colaboradores de Primo de Rivera.

  Centro: Prieto, González Peña, Fernando de los Ríos, Zugazagoitia.

  Izquierda: Largo Caballero, Araquistain, Álvarez de Vayo, de Francisco, Zabalza, Llopis, Wenceslao Carrillo, Jiménez de Asúa, Lamoneda, más toda la directiva de Federación de Juventudes Socialistas.

Santos Juliá hizo un análisis de la situación del PSOE durante la Segunda República y decía que Largo Caballero defendió un corporativismo comunista, mientras Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos hicieron un reformismo. Y ambas facciones del PSOE cooperaron en 1931-1934, hasta la revolución de octubre.

Pero los reformistas, que alcanzaron el poder en 1931, cometieron un error: se limitaron a legislar sobre libertades, y a hacer una Constitución, pero, como no tenían una base ideológica fuerte, ni un programa elaborado, no supieron hacer reglamentos y disposiciones para llevar a cabo las reformas precisas para cambiar la sociedad española. En esas condiciones, perdieron la iniciativa, y esa iniciativa la tomó el que estaba menos preparado intelectualmente, Francisco Largo Caballero, el cual se inventó la “teoría del corporativismo revolucionario”. Prieto y De los Ríos esperaban que el cambio social se produjera por sí solo. No contaron con la realidad, y en la realidad existían unas fuerzas privilegiadas, terratenientes, militares, eclesiásticos, industriales y banqueros, que no se iban a dejar arrebatar bonitamente sus rentas millonarias. Y para colmo, los socialistas moderados cometieron otro error mayor: se dejaron engañar por el nominalismo de las cosas políticas, y confiaron en Lerroux que se llamaba republicano radical, pero que era un inmoral y reaccionario.

En 1933, los socialistas corporativistas de Largo Caballero tomaron una actitud revolucionaria que encandiló a muchos españoles, sobre todo jornaleros del campo, y la marea arrastró a las masas del lado de Largo Caballero. La iniciativa estaba tanto en manos de los comunistas y de los corporativistas, como en manos de las fuerzas reaccionarias afiliadas a UGT y PSOE. Y mientras tanto, los reformistas se habían quedado sin programa y sin seguidores. Ya no sabían qué hacer ni con quién contar.

Por su parte, los corporativistas de Largo Caballero, una vez girados a la izquierda, se encontraron teorías más fuertes, más elaboradas que las suyas, las comunistas, y tendieron a desaparecer y a perderse en revoluciones políticas que no eran solución al verdadero problema español, sino que al revés, aportaban nuevos problemas.

En medio de todos ellos, podía haber estado Julián Besteiro, el teórico que podría haber desembrollado aquella madeja, pero Besteiro había cometido varios errores en el pasado y se había autoeliminado de la dirección del socialismo y de posibles Gobiernos republicanos: en 1923 se había declarado corporativista y simpatizante de Primo de Rivera, deslumbrado por las modas de pensamiento; y siguió defendiendo un corporativismo, y muchas veces se inhibió totalmente sin reparar que las masas deben ser conducidas, iluminadas por alguien, para no perder la buena dirección del camino cada mañana al despertarse. Besteiro se diluyó en la nada, y no tuvo importancia en los hechos de 1931-1934. Se quedó como lo que pudo haber sido.

El caballerismo, o corporativismo comunista, sirvió para que el PCE, que no tenía realmente fuerza alguna para intentar nada en política, se convirtiera en un elemento fundamental en el Frente Popular, y soñara con tomar el poder para realizar la revolución comunista durante la Guerra Civil. Y la unión de caballeristas y PCE, aconsejó a BOC e ICE que debían unirse al Frente Popular de 1936. Probablemente, sin Largo Caballero no hubiera habido nada del absurdo que tuvo lugar en 1936-1939.

Prieto y Azaña querían una alianza de las fuerzas de izquierda para llevar a cabo sus reformas liberales, pero Largo Caballero se opuso a toda colaboración si no la capitaneaba el PSOE, es decir, él mismo. Largo Caballero esperaba imponerse sobre socialistas y comunistas, y dominar de ese modo a todos los republicanos, pero las ideas de estos grupos tenían muchas más fuerza y estaban mejor estructuradas que las de Largo Caballero, y le sobrepasaron. La realidad es que los prietistas se enfrentaron a los caballeristas, y ello tuvo como resultado un PSOE muy débil, que cayó en manos de los comunistas y anarquistas. El PSOE de principios de la República se oponía a colaborar con la Alianza Obrera de Maurín, para no ser engullidos por ella y desaparecer como partido. Largo Caballero tomó el camino contrario. Prieto veía el proyecto de unidad socialista como una trampa para que los socialistas se pasaran al comunismo. Largo Caballero creyó que podía dirigir aquel movimiento y ser el líder de una revolución socialista española.

El PCE practicaba una estrategia de proponer huelgas continuas de forma que lograra hacerse popular entre los obreros, y tal vez el resultado de las huelgas importaba poco. Y Largo Caballero, líder de UGT y loco por ser el líder de los trabajadores, cayó fácilmente en esa trampa. El PCE creía que, destruyendo al PSOE, los obreros se pasarían al PCE, lo cual era una suposición irresponsable, y no se dio cuenta que podían pasarse a organizaciones de extrema derecha. El PCE decía que si la revolución no avanzaba era porque el PSOE era incompetente, y sus líderes debían ser reemplazados por “marxistas auténticos”, es decir, por los del PCE. El PCE inició tácticas de hacer alianzas “del más amplio criterio democrático”, una expresión que carece de sentido si pensamos que los comunistas no creen en la democracia liberal, sino en la “democracia socialista” que identifican con la dictadura del proletariado, y por lo tanto de los líderes del PCE, pues “el proletariado” es una expresión sin contenido alguno concreto. El PCE no es democrático, ni puede serlo, mientras no renuncie a la dictadura del proletariado. Por eso, cuando no pueden demostrar ser demócratas, cambian el sentido del concepto democracia, y en vez de ser una lucha por los derechos humanos, hablan de que democracia es que las masas voten. El PCE publicó en 1934 una resolución titulada “Los Combates de Octubre”, en el que acusaba al PSOE de ser el culpable del fracaso de la revolución por su falta de teorización y por falta de tácticas revolucionarias. Estaba intentando tumbar al PSOE. Y Largo Caballero no percibió la emboscada, y creyó que se le invitaba a ser protagonista de la futura revolución. El PCE empezó una campaña de propaganda en la que el protagonismo de los sucesos de octubre se lo apropiaba, y los historiadores poco avispados se creen esta versión, que no es más que una deformación interesada de la historia. Pero es que Largo Caballero, para congraciarse con CEDA, negó su participación en los sucesos de octubre de 1934, mientras el PCE asumió toda la responsabilidad, dando sentido a la versión de que el PCE los organizó, pero es una versión falsa. En fin, la batalla táctica la ganó el PCE, gracias a la incompetencia de Largo Caballero y el poco trabajo de los otros líderes del PSOE.

Esto es un esquema simplificado y teórico, no válido para situaciones concretas, pero orientativo para un alumno. Una situación compleja requiere de un punto de partida.

La desorientación era grande en aquellos años: Óscar Pérez Solís empezó como socialista moderado, pasó a ser uno de los fundadores del PCE, y acabó colaborando con Franco en 1936; y Luis Araquistáin empezó como republicano, fue luego marxista, y se pasó más tarde al socialismo democrático y parlamentario.

Quizás haya que dar una mayor importancia a la actuación de Besteiro, Andrés Saborit, Trifón Gómez y Lucio Martínez Gil en 1931-1934, y no considerar de entrada que no hicieron nada, y quizás haya que valorar más la actuación de las FJSE, al pasarse en 1934 al comunismo, y debilitar al socialismo moderado español.

Un problema historiográfico es el por qué Prieto apoyó la revolución de octubre de 1934, sabiendo que se iba al comunismo y se renunciaba a la democracia parlamentaria que defendía el PSOE de Pablo Iglesias y la facción moderada posterior. Juliá dice que lo hizo por lealtad al PSOE, pero si hubiera sido coherente con su propio pensamiento, se debería haber opuesto a la revolución de 1934. Más bien parece que, ante la poca teorización socialista, se vieron arrastrados por los razonamientos del PCE.

La falta de análisis racional no es exclusiva de los españoles: los comunistas europeos hicieron interpretaciones simplistas del tiempo en que vivían y dijeron que el fascismo era el estertor de muerte del capitalismo, que anunciaba un socialismo próximo. Es una frase romántica y bastante tonta. Y los socialdemócratas europeos dijeron que el fascismo era una aberración histórica surgida en contra del socialismo. La falta de racionalidad fue común en la primera mitad del XX.

En el verano de 1934, el PCE había iniciado una campaña para anular al PSOE y absorber a sus militantes. La idea provenía del PCF, que en mayo de 1934 había propuesto a los socialistas y republicanos franceses un “Front Unique” contra el fascismo. La copia del PCE se limitó a invitar a los socialistas, con la esperanza de fagotizarlos. Así, en octubre de 1934, el Comité Ejecutivo del PCE envió instrucciones a los Comités Provinciales PCE para que se acercaran a los socialistas e hicieran muchos acuerdos con ellos. y el Comité Central del PCE propuso a los dirigentes socialistas iniciar unos “comités de enlace” y unas alianzas de obreros y campesinos. Enseguida los dirigentes socialistas se dieron cuenta de que se trataba de una campaña para engullirles.

El PCE no actuaba improvisadamente, sino que era una orden del Comintern transmitida por Vitorio Codovilla, el enlace entre el Comintern y el PCE. Era una idea de Stalin, el cual cambiaba la política de no pactar con nadie, como cuando eran débiles, a pactar con los socialistas siempre que pudieran, ahora que tenían toda la fuerza del Comintern y podrían atraerles hacia el comunismo. Se dice que el cambio se había producido a raíz del ascenso de Hitler al poder el 1 de enero de 1933. Hitler representaba la derrota de KPD, y los comunistas alemanes analizaron que quizás el triunfo de Hitler no se hubiera producido de contar los comunistas con la alianza socialista SPD y con los demócratas aunque fueran burgueses. Pero las alianzas no iban a ser para claudicar en la idea revolucionaria, sino para atraer dirigentes hacia el comunismo. El mismo Stalin inició relaciones diplomáticas con Gran Bretaña y Francia para poder decir que ablandaba su política. Y el Comintern recibió la orden de dejar de decir tonterías como que los socialistas europeos eran “social-fascistas”. Había que dejar de insultar y tratar de aliarse con ellos. Había que proponer “frentes unidos” contra el fascismo, y ese fue el origen del Frente Popular francés. Podían formar parte de esos frentes todos los que admitiesen como legal el régimen soviético de la URSS.

En España no se entendió bien el mensaje del Comintern. Prescindieron de republicanos y demócratas y pactaron sólo con el PSOE. O tal vez quisieran iniciar una fase de reforzamiento del PCE a costa del PSOE, antes de proponer los pactos a republicanos y demócratas. La realidad era que en España, los comunistas se habían pasado los años insultando, y llamaban burgueses y fascistas a los republicanos, y no podían de buenas a primeras, decirles que querían ser amigos.

En diciembre de 1934 se creó el primer “comité de enlace” entre PCE y PSOE y entre UGT y CGTU. Los socialistas también habían sido insultados repetidamente y se resistían a esa amistad comunista. Pero picó Largo Caballero. En 1935, Largo Caballero dijo que no admitía “Alianzas Obreras”, pero sí “Comités de Enlace”. Como es de esperar, los militantes ordinarios no entendían estas denominaciones, pero Largo Caballero quería decir que las agrupaciones ugetistas se mantendrían independientes, aunque puntualmente pudieran colaborar con los comunistas. Así, Largo Caballero mantenía su liderazgo. La Agrupación Socialista Madrileña preguntó a la Ejecutiva del PSOE qué era aquello, de alianzas obreras y  comités de enlace, si era crear un comité central de alianzas, un comité central de enlaces, o un comité pro-presos de 1934. Y nadie les aclaró nada. De momento se negaron a rechazar las propuestas de Confederación General del Trabajo Unitario, CGTU, sindicato comunista. Lo que nosotros sabemos es que el PCE infiltraba primero sus hombres en UGT, luego proponía unos comités de enlace, y esperaba que sus hombres se impusieran en UGT, con lo cual estos comités estarían en manos del PCE y atraerían a muchos obreros al comunismo. El PSOE no cayó en la trampa, y el PCE no pudo hacerse fuerte. A fines de 1935, Largo Caballero permitió las alianzas, una decisión que pudo ser el final del PSOE y de UGT. Es curioso constatar que Largo Caballero se había opuesto a las alianzas con PCE hasta 1934, mientras los socialistas moderados sopesaban si eran posibles, siempre poniendo unas condiciones en el pacto. En 1934, Largo Caballero fue encarcelado y entonces, Prieto vio la oportunidad de imponerse en el PSOE. Y Prieto se hizo muy fuerte:

Azaña también fue excarcelado por el Tribunal Supremo por no poder demostrarse su intervención en la huelga de octubre de 1934, y se puso en contacto con Prieto para coaligar Izquierda Republicana y PSOE. Los contactos se hicieron a comienzos de 1935. Y Prieto invitó a Fernando de los Ríos a volver al PSOE y sumarse al pacto. En Marzo de 1935, Fernando de los Ríos presentó a la Comisión Ejecutiva del PSOE un plan con tácticas del partido en todos los niveles organizativos. Lo esencial era establecer alianzas con los republicanos. Secundó el trabajo Juan Simeón Vidarte, Vicesecretario General del PSOE, con una circular muy difundida recomendando esas mismas ideas.

Ante esta actitud de Prieto, los encarcelados Largo Caballero, de Francisco, Santiago Carrillo y Zancajo, protestaron. También Fernando de los Ríos se marchó del PSOE por segunda vez.

Consecuencias de la revolución de octubre.

La rebelión de Asturias confirmó definitivamente al general Francisco Franco como líder de los militares rebeldes. Los contrarios a la República supieron que Franco era el hombre imprescindible. Después de los sucesos de Asturias, Franco era la persona popular que el movimiento rebelde necesitaba.

Pero los militares partidarios de un golpe de Estado no eran mayoría. La revolución de Asturias le pareció mal a casi todo el ejército. Los militares estaban en contra de los nacionalismos como el catalán y el vasco, y también en contra de las revoluciones populistas que, “supuestamente”, debían llevar al poder a los obreros, pero no eran antirrepublicanos.

El ejército se dividió internamente tras los sucesos de Asturias: por ejemplo, López Ochoa se enfrentó al Teniente Coronel Juan Yagüe, jefe de las fuerzas de Marruecos. López Ochoa había propuesto dialogar con los mineros y aceptar su rendición, como en cualquier otra guerra. Yagüe había propuesto acabar con las vidas del máximo de rebeldes.

Aunque fracasaron los revolucionarios de octubre, el comunista Joaquín Maurín sacó la conclusión de que los comunistas habían progresado, y que si continuaba la unión de todos, la revolución estaba próxima. Incluso la represión subsiguiente fue vista con optimismo, porque significaba nuevos militantes para un futuro golpe comunista.

Y entonces aprovecharon José María Gil Robles y José Calvo Sotelo para intentar liderar a los militares y arrastrarlos hacia la derecha. Lo consiguieron fácilmente. El siguiente golpe de Estado, el de julio de 1936, estaba maduro a fines de 1934. Y cuando Largo Caballero anunció la revolución que pensaba hacer con PSOE-UGT, la CNT y el PCE, los políticos de la derecha lanzaron panfletos en los cuarteles para intentar recuperar el apoyo militar. Azaña dijo que unos papeles más o menos, no servían para nada. Pero Azaña se equivocaba. Y además, dentro de CEDA aparecieron los ultras, o extrema derecha. CEDA se escoró a la derecha en 1935, y ello empujó a los socialistas moderados a escorarse a la izquierda.

Los teóricos socialistas hacen suya la insurrección asturiana como si los asturianos hubieran reaccionado en contra de que CEDA estuviera en el Gobierno, pero las huelgas asturianas eran anteriores incluso a la República, y simplemente se estaban conteniendo en la esperanza de que la República les solucionase algo.

Los catalanistas hacen suya la evolución de octubre de 1934, porque lo inmediatamente anterior a los sucesos de Asturias fue el enfrentamiento entre el Gobierno y la Generalitat por causa de la Ley de Contratos de Cultivo. Y se autoatribuyen el protagonismo.

La opinión pública se dividió en dos bandos irreconciliables, y estas dos opiniones quedaron fijadas para siempre, para todo el siglo XX. Incluso el eco de los sucesos de Asturias llegaba a toda Europa por medio de los órganos de propaganda de los socialistas y comunistas, y también llegaban las versiones gubernamentales.

     Tras los sucesos de octubre de 1934, El Gobierno dio un giro a la derecha. La CEDA acusó a dos Ministros radicales, a Samper (de Estado) y a Diego Hidalgo (de la Guerra) de falta de previsión antes, y de exceso de energía durante la represión, y exigió su dimisión.

     Fueron encarcelados Largo Caballero, Santiago Carrillo, Wenceslao Carrillo, Enrique de Francisco, Hernández Zancajo… Indalecio Prieto se marchó a Francia de donde volvería en febrero de 1936. Y muchos dirigentes mineros fueron encarcelados.

     Azaña, que se hallaba en Barcelona y no participó en la insurrección de octubre del 34, fue encarcelado y procesado, como autor moral de los sucesos. Ello le dio mucha popularidad y disolvió su partido para fundar otro, Izquierda Republicana, que incorporaba a los radical socialistas disidentes de Lerroux y a los autonomistas gallegos.

     CEDA pidió la ejecución de Belarmino Tomás y de Ramón González Peña.

El 11 y 12 de septiembre de 1934, se reunió el Comité central del PCE y decidió infiltrar grupos comunistas en todas las organizaciones obreras y estudiantiles, de modo que atrajeran militantes al PCE. La guerra entre los partidos de izquierda españoles era conocida, pero no se declaraba abiertamente. Estallaría violentamente durante la guerra de 1936.


[1] José Martínez de Velasco y Escolar, 1875-1936, fue en 1910-1930 miembro del Partido Liberal Demócrata de Melquiades Álvarez, y en 1931 del Partido Agrario. En 1932 se opuso a la autonomía para Cataluña (junto a José María Cid). Fue ministro Sin Cartera en octubre de 1934, de Agricultura, Industria y Comercio en septiembre 1935, de Estado en octubre de 1935 y en diciembre de 1935. Fue asesinado el 10 de dieciembre de 1936 dentro de un grupo de políticos como Melquiades Álvarez, Manuel Rico Avello, Fernando Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda.

[2] Trifón Medrano Elurba era líder comunista, jefe de Juventudes Socialistas Unificadas, mientras que Trifón Gómez San José era en 1934, Diputado por el PSOE y Secretario General del Sindicato Nacional Ferroviario.

[3] Lisardo Doval Bravo, 1888-1975, era un gallego que ingresó en la Academia de Infantería de Toledo, donde fue compañero de Francisco Franco. Al graduarse como teniente en 1917, pidió la Guardia Civil y obtuvo como destino Oviedo, donde estuvo cinco años. En 1926 ascendió a capitán y obtuvo el destino de Gijón, en el que permaneció otros cinco años. Por lo tanto, conocía bastante bien a los asturianos. Los asturianos conocieron sus formas de reprimir las manifestaciones, incluso con cargas de caballería, y las consecuencias posteriores, en las que los detenidos eran torturados en el cuartel hasta denunciar a sus líderes y compañeros. En abril de 1931, cuando su cuartel fue atacado en los primeros días de la República, ordenó disparar con ametralladoras sobre los asaltantes. Por ello, el Ayuntamiento de Gijón trató de encausarle, y aparecieron personas que declararon haber sido torturadas, pero salió indemne. En agosto de 1932, estuvo en el golpe de Sanjurjo, y ello le causó la suspensión de empleo y sueldo. Pero se acogió a la amnistía de Lerroux de 1934. El Gobierno le envió a Tetuán (Marruecos) para evitar el escándalo, pero el 15 de noviembre de 1934 se abrió una investigación en la que se le acusó de torturas sobre órganos sexuales, uñas, y colgamientos de un fusil, pero obtuvo una condena leve “por insubordinación”, y volvió a Tetuán. En noviembre de 1935, viajó a Nueva York para aprender nuevas técnicas en los interrogatorios. En julio de 1936, cuando empezó al Guerra Civil, Doval organizó una columna en Salamanca y se dirigió a Madrid, pero fue derrotado por Julio Mangada, y además murió Onésimo Redondo el 24 de julio en Labajos (Segovia), el hombre considerado líder de la ultraderecha en ese momento. Doval regresó a Salamanca, e hizo una campaña de “sacas” de marxistas de las cárceles, y entre sus víctimas estuvieron Casto Prieto Carrasco (alcalde de la ciudad), y José Andrés Manso (Diputado por el PSOE). En 1937, Franco le encargó presidir dos consejos de guerra contra rebeldes catalanes en Tortosa, y juzgó y condenó a 29 hombres en 30 minutos. Se jubiló en 1953, con el rango de general. Vivió apaciblemente hasta 1975.

 [4] Historia 16 nº 11 pg 106.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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