SOCIALISTAS Y ANARQUISTAS ESPAÑOLES EN 1931.

              Junio de 1931 en el PSOE[1].

     Las elecciones de junio de 1931 constituyeron un triunfo para el PSOE con sus 113 diputados obtenidos, el 25% de la Cámara, y ello elevó a este partido al nivel del máximo protagonismo en la historia de España. Nunca hasta entonces había tenido representación política de importancia. En adelante, mantendría un papel central en la política española, tanto cuando estaba en el Gobierno, como cuando estuvo en la oposición, hasta el final de la República. Y mucho más al advenimiento de la Democracia en 1977. Pero el PSOE no era en 1931 un partido preparado para la alta función a que había sido llamado por los españoles. Dentro del partido, había demasiadas divisiones internas, tendentes los unos a escapar hacia el comunismo, partidarios otros de un “socialismo de clase” que llevara a los obreros y UGT al poder, y una tercera tendencia de moderados en el grupo que seguía a Besteiro, el cual no tenía claro el papel que debería jugar en ese momento, salvo esperar que se cumpliera la profecía de Marx del advenimiento de la sociedad socialista por evolución natural desde el capitalismo en destrucción. Los que deberían mantener en el partido el nivel intelectual que pedían los españoles, carecían de preparación teórica adecuada. Y si alguno gozaba de esta preparación, el sistema de elegir a los líderes dentro del PSOE, llevaba al poder a los menos preparados y más populistas, como fue el caso de Francisco Largo Caballero.

     Los españoles se habían manifestado moderados en las elecciones de 1931, habían elegido a personas moderadas para el cambio político que significaba la República. Una lectura global de los resultados, estaba mostrando que querían cambio, pero sin estrépitos ni violencia. Pero los Ministros moderados no supieron obrar con energía, y se dejaron comer la tostada por los violentos, e incluso muchos fueron atraídos por el canto de sirenas de la revolución, socialista de clase, anarquista, comunista o regionalista. Y las minorías violentas llevaron a España a una situación en que, tanto las derechas como las izquierdas, dogmatizaron que sólo cabían dos salidas: la dictadura de izquierdas, que sería comunista o largocaballerista, o la dictadura de derechas que sería fascista. Esa dicotomía irracional condujo a la guerra en 1936, y no porque el pueblo español desease una guerra, sino porque los políticos le arrastraron a ella.

     El socialista Luis Araquistáin Quevedo, 1886-1959, estaba obsesionado por el peligro anarquista, y dedicó mucho esfuerzo por desmontar los mitos anarquistas y los comportamientos anarquistas. En este esfuerzo, se basó en el marxismo, y fue uno de los líderes del movimiento socialista llamado “socialismo de izquierdas” o “socialismo de clase”, que buscaba beneficios para el proletariado a toda costa, y la toma del Gobierno para los obreros, sin importar los daños colaterales que se produjeran. Suponer que la iniciativa empresarial y búsqueda de capitales, y el manejo de las instituciones del Estado por gente inculta como los líderes sindicales, era una irracionalidad.

     La idea fundamental de Araquistáin en 1931 era la realización de la dictadura del proletariado. Araquistáin no fue capaz de entender la importancia de la iniciativa empresarial y del Estado democrático, ideas de la socialdemocracia que ya estaban desarrolladas en Gran Bretaña y en Alemania, quizás porque estaba obsesionado por el fascismo aparecido en 1923. Cuando tuvo opinión en 1936, Araquistáin fue partidario de la represión contra la derecha, y en septiembre de 1936 fue el encargado de comprar armas para los socialistas, constituyendo uno de los muchos bandos “republicanos”, junto a los comunistas, los anarquistas, y los catalanistas. El realizador de estas ideas revolucionarias fue Francisco Largo Caballero.

     Luis Araquistáin Quevedo[2], 1886-1959, fue una figura muy representativa de la realidad del socialismo español del siglo XX, cuya biografía resulta muy interesante para nuestro trabajo. Araquistáin era un cántabro, criado en el País Vasco y educado como autodidacta, que emigró a Argentina y regresó a España a los 22 años de edad. Era una inteligencia natural con poca formación académica. Se fue a Londres y conoció un socialismo diferente, y el liberalismo social fabiano, al tiempo que se relacionaba con intelectuales españoles que pasaban por Londres, pero no estaba preparado para asimilarlo. En 1911, decidió afiliarse al PSOE y viajó por Bélgica, Alemania, Suiza y España, y en 1914, se trasladó a España para evitar estar en la Gran Guerra. Fue Director de la revista España. Semanario de la vida nacional, donde colaboraba Ortega y Gasett, y a la que subvencionaba Gran Bretaña. En 1917 se le encontró comprometido en la huelga general revolucionaria y se cerró la revista. Para entonces, Araquistáin se había hecho un sitio en el PSOE junto a Fernando de los Ríos y Largo Caballero, y en 1921 el PSOE le presentó para concejal en Madrid. En 1921, pensó que el PSOE debía colaborar en la III Internacional, un experimento político en el que creían muchos españoles sin criterio político intelectual, pero no ingresó en el PCE. Estaba convencido de “los males del capitalismo estadounidense” y difundía sus ideas por Latinoamérica. Araquistáin, aunque no tenía formación profunda, escribía sobre literatura, política española y política internacional como si supiera de todo, cuando en realidad todavía estaba en un estadio intelectual regeneracionista y era seguidor de Joaquín Costa. En junio de 1931, fue elegido Diputado. En las Cortes, defendió el artículo 1 de la Constitución: “España es una República Democrática de Trabajadores”, que era la definición del socialismo de clase, o del comunismo en su caso, pero no era propio de un Estado liberal. Éste fue un error muy difundido en su tiempo, pues no tenía en cuenta los tres factores de producción: la iniciativa empresarial incluido el capital necesario para ella, la fuerza de trabajo y sus derechos, y las instituciones estatales que regulan las relaciones entre los dos factores anteriores y la correcta distribución de la riqueza obtenida por la sociedad, factor este último que Marx no había tenido en cuenta. En 1932, Araquistáin fue designado embajador en Berlín, y el 30 de enero de 1933 fue testigo del inicio de la dictadura nazi, lo cual llevó a Araquistáin a un nuevo error: interpretó que la socialdemocracia era débil y había permitido el fascismo, y por tanto se justificaba que los obreros tomasen el poder, es decir el socialismo de clase que lideraba en ese momento Largo Caballero. Luchó activamente contra las versiones del socialismo distintas al socialismo de clase, como la socialdemocracia y el liberalismo social. En 4 de septiembre de 1936, Largo Caballero llegó a Presidente del Gobierno de España, y Araquistáin fue nombrado embajador en París con la misión de conseguir armas para el Gobierno republicano. Y de pronto sufrió “la caída del caballo de San Pablo” y se dio cuenta de que la colaboración con la URSS no era gratis, sino que el Comintern exigía el dinero de España, y tratados de sumisión al comunismo internacional. Araquistaín se convirtió en feroz enemigo del Comintern y del estalinismo, pues comprendió que era un nuevo imperialismo y una nueva dictadura. Pero eso significaba que su vida política anterior había sido un error en conjunto. En 1939, huyó a Londres al estallar la Segunda Guerra Mundial, y los comunistas y socialistas españoles no le perdonaron su defección, le trataron de traidor a la causa, por atreverse a pensar por su cuenta, hicieron campañas de prensa en su contra, en las que le descalificaban e insultaban. Y Araquistáin se convirtió en un enemigo tanto del comunismo como del fascismo, pero ya era demasiado tarde para enmendar sus errores. Intentó rectificar en la prensa sus posiciones políticas, y luchó por un socialismo democrático o un liberalismo social, pero sus escritos fueron silenciados por la izquierda española, la nueva censura inquisitorial socialista y comunista.

     En España era tradicional que los líderes del PSOE tuvieran poca base marxista, como ya fue el caso de Pablo Iglesias Posse. Además, este líder se convirtió en líder indiscutible y dogmático, a cuya personalidad había que plegarse si se quería ser buen pesoísta. Y así se mantuvo hasta su muerte en 1925, aunque estuviera gravemente enfermo e incapacitado para liderar nada. Esa actitud caudillista era muy poco marxista. El PSOE se había limitado a leer publicaciones de los moderados franceses y a ser fiel a las normas de la Segunda Internacional. La falta de teoría propia, hacía rígido al PSOE ante las novedades, y le impedía evolucionar adecuadamente. Y la conciencia de debilidad teórica, le llevaba a un sentimiento de inferioridad y de miedo a los competidores políticos. Adoptó una teoría rígida y reduccionista, que no era marxismo. O tal vez era un marxismo ”descafeinado”. Por mucho que los dirigentes insistieran en que la práctica de la política derivaba de la teoría que el partido defendiera, su interpretación del marxismo era rígida, esquemática, y al servicio del líder de turno, muy pocas veces acorde con la realidad del momento. El líder tendía al caudillismo, y sus decisiones pocas veces tenían relación con una base teórica marxista, y más bien la tenían con la praxis política interna del partido. Que el pesoísmo sea socialismo es discutible, y dependerá de cada personalidad que estemos analizando en cada momento. No por poseer un carnet del PSOE, o de UGT, ya se es socialista.

     Esta debilidad conceptual y dudas sobre sí mismos, les llevó a rechazar sistemáticamente las colaboraciones con otros grupos políticos, haciendo alarde de independencia en lo que sólo era inseguridad. Si renunciaban a la insurrección eran acusados de burgueses por los comunistas y los pesoístas más de izquierdas, y acusaban el golpe, de modo que parte de la militancia se ponía nerviosa. Y si iban a la insurrección, las masas se pasaban a líderes más violentos, como podían ser los anarquistas a fines del XIX, o los comunistas desde 1921. Así que los hechos les conducían al aislacionismo, envuelto en la arrogancia de sus líderes.

     Pablo Iglesias cometió durante su vida muchos errores que se mantuvieron como dogmas en el partido durante décadas: en el malfuncionamiento del liberalismo, entendieron que el problema era la burguesía, y olvidaron que podían ser otras las causas. La cuestión era contradictoria, pues Pablo Iglesias defendió que era precisa la revolución burguesa en España, antes de realizar la revolución socialista, y que la revolución burguesa no se había realizado en España. Esta tesis de Pablo Iglesias se podía rebatir, o se podía compartir, según el punto de vista.

     El pensamiento de Pablo Iglesias justificaba su falta de posición belicosa en la calle, lo cual era interpretado por los españoles como debilidad y, a la hora de iniciar grandes movimientos insurreccionales, se iban al anarquismo. Algún historiador califica al PSOE de “reformistas tímidos”.

     Por otra parte, la aparición del sobrenombre “El Abuelo” para designar a Pablo Iglesias, confirma una dirección autoritaria, rígida y dogmática del partido, todo lo contrario de la flexibilidad dialéctica de que presumía.

     Lo que no había habido en España era “revolución burguesa democrática”. Había habido una “revolución burguesa liberal”, sobre todo en Barcelona, País Vasco y Málaga, donde los burgueses habían monopolizado el poder, se estaban apoderando de la riqueza, y estaban haciendo una explotación inhumana de los trabajadores.

     Ante esta “revolución liberal burguesa”, cabían varias soluciones: un liberalismo democrático, una socialdemocracia, o una revolución que llevara a los obreros al poder, bien por la vía del “socialismo de clase”, o por las vías de los distintos comunismos, o por la vía del anarquismo.

     El liberalismo democrático y la socialdemocracia  significaban respetar los principios de libertad de iniciativa empresarial, respeto a las instituciones del Estado como ente autónomo no dependiente de un partido político sino de la voluntad de los ciudadanos, y respeto a los derechos de los trabajadores. Ello significaba derechos para todos, e igualdad de todos ante la ley, sin privilegios regionales ni de clase social.

     La posición revolucionaria estaba basada en la evidencia y patencia de una historia de más de cien años en la que el Estado había mantenido y agrandado los privilegios de la Monarquía burguesa isabelina, los privilegios de los terratenientes, los privilegios de los propietarios industriales, los privilegios de la Iglesia católica, los privilegios de los militares. No es que no hubiese habido iniciativas contra los privilegios, pues se lo habían planteado

los ilustrados del XVIII, y los liberales de 1812 y 1837. Pero nunca se realizaban las promesas de cambio social y económico.

     Durante el siglo XIX, los revolucionarios se habían perdido inútilmente en “revoluciones secundarias”, como hablar mal de la monarquía, de los empresarios y de la Iglesia. Y muchas veces habían confundido la revolución con el jaleo en la calle contra determinados personajes. Y en el terreno de la calle, los anarquistas les llevaban mucha ventaja al resto de revolucionarios, y atraían mejor a las masas a la violencia. El PSOE tenía miedo de desaparecer ante el atractivo anarquista, y de nuevo se mostraba débil y no ejercía los verdaderos recursos revolucionarios, de erradicación de privilegios, que las nuevas doctrinas socialistas le ofrecían.

     En 1871-1873, los socialistas se expresaron en La Emancipación, revista dirigida por José Mesa Leompart, un intelectual que conoció el marxismo, pero que estuvo preocupado por los antiautoritarios proudonianos y bacuninistas, asentados en Barcelona y agrupados en torno a La Federación. Y Mesa cometió el primer error grande del PSOE, no querer participar en política. Nueva Federación Madrileña consideraba que la retracción política era la forma más efectiva de protesta, porque así lo venían haciendo los liberales progresistas y los republicanos. Sin embargo, Carlos Marx había dicho que los socialistas debían adueñarse de los órganos de gobierno burgueses para cambiarlos a favor de los trabajadores, de los derechos de los trabajadores. José Mesa fue en 1872 a hablar con el francés Jules Guesde.

     Jules Basile, alias Jules Guesde, 1845-1922, era un republicano francés que en 1871 defendió posiciones de La Comuna y se exilió a Ginebra en 1871-1876. Escribió Les Droits de L`Homme, Le Cri du Peuple, y Le Socialiste, y también dirigió la revista Egalité. En 1880 elaboró el programa del Partido de los Trabajadores de Francia, y aseguró que ello era la ortodoxia marxista, iniciándose una serie de versiones que todas reivindicarían ser la ortodoxia. Ante ello, Marx dijo “lo cierto es que yo no soy marxista”. Porque el marxismo de Marx era antidogmático en principio, aunque luego el mismo Marx se contradijera y exigiera dogmatismo a los que no pensaban como él en Ghota. Guesde decía que había que levantar un partido internacional que buscara la revolución obrera en todo el mundo a la vez por la vía violenta revolucionaria. A esa idea, se opusieron los llamados “posibilistas”, Paul Brousse, y Benoit Malón, que defendían que la revolución se debería hacer a través de reformas progresivas hechas por el propio Estado en el Estado y en la sociedad. Guesde negó la posibilidad de que los socialistas colaboraran en un Gobierno burgués y capitalista, y esa fue la postura adoptada por los españoles, hasta que hacia 1905, Pablo Iglesias decidió cambiar, y presentarse a Concejal, y a Diputado años más tarde. Pero una parte del PSOE se quedó en la idea de no colaboración con los burgueses, e hicieron un partido débil, con enfrentamientos internos, y esa parte se reforzó tras la aparición del PCE en 1921. En Francia, Guesde se opuso a Jean Jaures, que defendía que había que participar en el Gobierno para, desde él, cambiar la sociedad, pues el Estado era la institución que efectivamente introducía cambios en la economía, sociedad y política de un país.

     En España, lo normal fue que dirigiera el partido un hombre hábil y locuaz para dirigir masas, y redirigir a las distintas ramas y opiniones que surgían por doquier dentro del socialismo, pero esos líderes solían ser muy poco instruidos en teorías políticas. Al instruido se le apartaba, y se prefería al que hacía llamamientos a la violencia, que conectaban con el sentimiento popular. Pablo Iglesias era poco instruido y se convirtió en el profeta del socialismo español. Largo Caballero era todavía más ignorante, y fue tenido como “el Lenin español”, otro nuevo profeta.

     El PSOE de 1931 no estaba preparado para la revolución socialista, entendida como cambio y evolución a una sociedad justa, recuperando los derechos de los trabajadores. Le faltaba estudio, reflexión y teorías. Y por ello, se inclinaba cada vez más a una revolución entendida como movimiento violento para derribar la monarquía y la democracia burguesa, a las cuales renunciaba ya de entrada. Pero el problema de toda revolución es el día después al del triunfo. El problema es qué hacer al día siguiente, qué medidas tomar, tener diseñados un conjunto de cambios políticos necesarios para generar los principios liberales de libertad, igualdad y propiedad justamente distribuida. El PSOE no tenía la suficiente preparación intelectual para abordar esta empresa. El PSOE tampoco tenía los suficientes cuadros para organizarla. Y una vez que perdió el norte, lo único que se le ocurrió es si debía apoyar, o no, a la revolución violenta que pedían los comunistas. Largo Caballero creyó que debía hacer una conquista de poder, pero para los pesoístas, y no para los comunistas, ni para los anarquistas. Besteiro pensaba lo contrario, pero no sabía exactamente qué hacer, y en 1931 estaba fuera de la Ejecutiva del partido. Prieto estaba en la Ejecutiva, pero no tenía un plan preciso de actuación frente a comunistas y anarquistas.

     El recurso a la violencia adoptado en febrero de 1936, fue toda una equivocación. Lo había logrado Lenin en 1917, con consecuencias poco beneficiosas para el pueblo ruso. Pero era un suicidio a corto o largo plazo en España, además de no resolver los problemas objetivos, sino simplemente eliminar a los llamados “enemigos del socialismo”. El recurso a la violencia implicaba ponerse en contra a los militares, e incluso llegar a la guerra civil con el ejército en contra. Implicaba también ponerse en contra a los propietarios agrícolas, viticultores del sur y cerealistas de las Mesetas. Y por supuesto, estaría en contra la Iglesia católica, en un país católico tradicional, acostumbrado a no pensar sino que el pensamiento le viniera dado por los sacerdotes católicos. Y, puesto que no se habían destruido las corporaciones, gremios y sectores sociales privilegiados en general, era ponerse en contra a todos los grupos interesados en mantener sus privilegios. Y pensar que una vez declarada la República, todos los españoles iban a aceptar sin más las nuevas leyes que los socialistas fueran dictando, era utópico.

     La Segunda República fue un episodio circunstancial, un accidente en la historia de España, pues nada estaba preparado para los cambios que los republicanos patrocinaban. Se daba la circunstancia de que los anarquistas querían la destrucción del Estado y lo habían planteado seriamente desde 1917. Se daba la circunstancia de que los comunistas habían sido llamados por el Comintern a organizar todo tipo de destrucciones de Estados, a fin de facilitar el ascenso mundial del comunismo leninista. Pero no se daba la circunstancia de que los socialistas españoles, del PSOE, hubieran preparado un programa creíble, mínimamente factible, ni los cuadros para iniciarlo y gestionarlo. La idea de llegar al poder, y simplemente ponerse a dictar leyes y más leyes de socialización y de igualitarismo, pensando que con ello se realizaría la revolución, era un plan cuando menos ingenuo.

         El programa del PSOE en 1931.

     En junio de 1931, el PSOE reunido en congreso, acordó una actuación en las Cortes Constituyentes basada en los siguientes puntos programáticos: derechos individuales; cámara única; nacionalización de ferrocarriles, banca, minas y bosques; seguro social; resolución del problema de la tierra; independencia del Estado respecto a la Iglesia, remarcando que el divorcio era una cuestión estatal; escuela laica; autonomías regionales; impuesto progresivo sobre la renta.

     El impuesto progresivo nunca fue presentado como Proyecto de Ley en el tiempo que los socialistas estuvieron en las Cortes.

     En el PSOE era fundamental el sindicato político UGT, dirigido por miembros de PSOE. Y dentro de UGT el grupo más numeroso era FNTT.      UGT llegó a tener 1.041.539 afiliados en 1932, de los que 445.000 eran agricultores de FNTT.

     FNTT, Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra, era una sección de UGT para el campo. Tenía su propia organización política y sindical, y estaban dirigidos por gente que no se dejaba arrastrar por el apasionamiento fácil, sino que seguía unas consignas propias, lo que daba continuidad a sus actuaciones, perseverancia, templanza y paciencia. No estaban tan ligados a PSOE como lo estaba UGT, y ello amenazaba con la ruptura interna de UGT, fiel servidor de PSOE. La FNTT, órgano de UGT y de PSOE, no organizó oficialmente ninguna insurrección en el campo hasta después de la caída de Azaña. Pero en el campo hubo insurrecciones: en primavera de 1932, la Federación de Jaén organizó una huelga para exigir la aplicación de la Ley de Laboreo Forzoso. La Federación de Toledo, en primavera de 1933, hizo huelga contra la aplicación de la Ley de Términos Municipales. La federación de Salamanca, en primavera de 1933, hizo huelga contra los lock out. Durante el año 1932 muchos alcaldes manchegos y extremeños fueron violentados por miembros de FNTT. En 1993, alguien mató al alcalde de Benalcázar (Córdoba). Es decir, que en el PSOE se practicaba un doble juego: las autoridades predicaban en público templanza, y las masas practicaban la violencia. Y daba la impresión de que todo estaba perfectamente planificado por Largo Caballero, el cual nunca se sintió mal por lo que estaba sucediendo.

La consigna de UGT era que la lucha no debía ser solamente por una subida salarial, una jornada más corta, o una bajada de un precio, sino que no se debían perder de vista los ideales socialistas. Los ideales en UGT estaban por encima de todo, y todo podía ser sacrificado a veces para conseguirlos. La posibilidad de sacrificar los intereses laborales a los intereses políticos del PSOE, muestra un modelo de sindicalismo muy especial, y discutible.

Y lo primero en el programa del PSOE era consolidar la República, elevar la riqueza nacional y conseguir acabar con el paro obrero. Los teóricos que redactaban los panfletos pesoístas no perdían ocasión de hacer anticlericalismo y ello les depreciaba muchas veces en sus peticiones. Pedían que la gente tuviera capacidad crítica para juzgar en los terrenos de la economía y la política, cosa que parece una utopía cuando no se tiene toda la información, o más bien casi nada de la información, y no se tiene formación suficiente. También se pedía moralidad, como no aceptar cohechos, no pisar las tabernas, ni los prostíbulos, ni las plazas de toros, vicios que atribuían a la burguesía, a los militares, a la nobleza, a la monarquía, e incluso a algunas jerarquías católicas. La recomendación de no asistir a corridas de toros, se debía a que eran actividades de grandes latifundistas, cuyas dehesas se dedicaban a la crianza del toro bravo, o toro salvaje. La moral socialista se parecía mucho a la moral católica teórica.

     El PSOE apoyaba en el Congreso de Diputados las reivindicaciones de los afiliados a UGT, o al menos las que presentaban los dirigentes, que eran militantes del PSOE, además de UGT. Las situaciones más graves las analizaban conjuntamente. A la hora de las grandes decisiones políticas, UGT debía poner se al servicio del PSOE “para lograr el triunfo del socialismo”, lo que la convertía en un sindicato vertical respecto a la política. La verticalidad es absoluta cuando el PSOE llega al Gobierno.

     Los socialistas acusaban a CNT de haber sustituido el opio de la religión, por el opio de la doctrina de la revolución, dos falsedades similares. Y decían que lo correcto era formar a los españoles, como ellos estaban haciendo en las Casas del Pueblo, donde se enseñaba a leer, escribir y se prestaban algunos libros.

     El socialismo siempre fue atractivo a muchos intelectuales y no precisamente por las teorías ni por las tácticas que observaban en él, sino por la propuesta de una moralidad nueva, superior a la católica tradicional, una moral que se preocupase más por los verdaderos problemas de los pobres y no se limitase a recomendar la caridad cristiana, que se preocupase por las injusticias sociales, pero no para lamentarse, sino para ponerse definitivamente en contra de los poderosos que se beneficiaban de ellas, una moral que fuera capaz de renovar la propia Iglesia católica, una Iglesia que fuera capaz de renunciar a las “limosnas” de los ricos y los poderosos cuando venían condicionadas a no denunciar su inmoralidad y sus injusticias. Muchos intelectuales españoles eran católicos, al tiempo que socialistas críticos para con la Iglesia católica.

     El PSOE de 1931 creía en el mesianismo. Creía que la llegada de la Segunda República sería la ocasión histórica de realizar la misión socialista. Para ello, necesitaba el poder. Pero el poder era deseado por todos, por los republicanos, por los anarquistas, por los liberales, por los separatistas… Y el problema se trasladó a la cuestión de qué era lícito pactar con los demás partidos, si se debía colaborar con Gobiernos presididos por liberales y republicanos, o debían abstenerse y forzar un Gobierno Socialista que hiciera la revolución definitiva.

     En el PSOE se plantearon si la República era un medio o un fin en sí misma. Y muchos pesoístas llegaron a la conclusión de que sólo era un medio para hacer la revolución. Ello abrió un debate interno intenso.

     Julián Besteiro pensaba que no le convenía al PSOE colaborar con los republicanos, sino que el objetivo del PSOE debía ser el conseguir una República verdaderamente democrática, y entendía por democrática, una República al servicio de la clase obrera. Es decir, no democrática desde nuestro punto de vista, sino democrática socialista, que es otra cosa muy diferente. Y decía que colaborar con partidos burgueses era un peligro en el que seguramente surgirían “desviacionismos”. Los marxistas en general, llaman desviacionismos, o revisionismos, a interpretaciones de Marx distintas a la suya, y como hay miles de interpretaciones, resultan cada día muchos desviacionismos, lo que conduce al culto al líder y persecución de los descarriados. Los desviacionismos, según Besteiro, podían ser por objetivos, o por una moralidad distinta a la socialista. De entrada, los socialistas PSOE entienden que no hay otro socialismo posible, sino el suyo, y por eso dicen “socialista” cuando se refieren a los “pesoístas”. El socialismo democrático español es de muchos años más tarde, cuando reconocieron que había otras formas de interpretar el socialismo. Pero no era el caso en 1931. Los socialistas de 1931 decían que perder la idea de la dictadura del proletariado era perder contacto con la realidad obrera, la única realidad posible.

     Julián Besteiro nos desconcierta cuando consideramos que estuvo varios años colaborando con la Dictadura de Primo de Rivera, y se negaba a colaborar con la República Española de 1931. La razón es que, en 1923, no consideraba próximo el triunfo de la revolución, mientras que en 1931, veía próxima una revolución, que podía ser comunista, anarquista, republicana conservadora o socialista.

     Y en este desconcierto ideológico, se impuso un hombre poco intelectual, pero con gran decisión política y facilidad de palabra para arrastrar a las masas, Francisco Largo Caballero. Largo Caballero defendía participar en los Gobiernos, como ya lo había hecho en tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera, y cambiar la sociedad desde arriba. Para Largo Caballero, la sociedad eran los obreros y los campesinos, y el resto eran superestructuras a eliminar. Se asemejaba a Lenin en esta manera de actuar, y por eso era llamado “el Lenin Español”. Largo Caballero estaba muy alejado de los principios que hoy entendemos como liberales, pero mucho más cercano a los grupos comunistas radicales actuales. Largo Caballero aceptó ser Ministro, y una vez en el poder, inició una Reforma Agraria agresiva, y sin fundamentos jurídicos. Los intelectuales del PSOE comprendieron que la empresa que iniciaban iba para mucho tiempo, décadas, pero les fue imposible convencer a los entusiasmados campesinos que ocupaban las fincas estimulados por Largo Caballero, para que esperasen tanto tiempo. Y el PSOE se lanzó a la utopía, como si la utopía fuera posible. Incluso los dirigentes de FNTT comprendían que era muy difícil asentar a más de 75.000 campesinos por año, lo cual era llevar la reforma a 30 años, con ojos optimistas. Pero lanzaron a los campesinos a la violencia, sin medir las consecuencias. Era un disparate.

     El PSOE no entendía que Azaña tardara tanto en legislar, y argumentaban que los jornaleros y arrendatarios no estaban en condiciones de esperar años y años a que les resolvieran su problema. Y una vez en el poder algunos Ministros PSOE, los agricultores y los militantes PSOE-UGT, no entendieron que no se les dieran las tierras inmediatamente, que se les impidiese hacer huelgas y manifestaciones violentas. El mal planteamiento doctrinal inicial llevaba a consecuencias indeseables.

     Por ello, los terratenientes identificaron al socialismo como su enemigo y no distinguieron entre PSOE, PCE y CNT, sino que les englobaron en el mismo saco. Las leyes agrarias sólo trataban de hacerles imposible el cultivo de la tierra. Y a algunos propietarios se les ocurrió una táctica perversa: enervarían a los socialistas para conseguir que ejercieran la violencia, y entonces recurrirían a la represión gubernamental y al ejército y restablecerían el orden. Es inexplicable de otra manera la unanimidad de los propietarios en contra del PSOE.

     Los obreros del campo identificaron al PSOE con la redención, y se apuntaron masivamente a las organizaciones socialistas, comunistas y anarquistas. No estaban dispuestos a aceptar ninguna disciplina sindical, sino que exigían el reparto de la tierra. Habían caído en un engaño colectivo, en una alucinación.

     Congreso extraordinario del PSOE de julio de 1931.

     El Congreso Extraordinario de julio de 1931, ratificó los nombramientos de Fernando de los Ríos, Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero como Ministros del nuevo Gobierno. Julián Besteiro había dimitido como Presidente de la Ejecutiva y había dado paso a Remigio Cabello Toral. Fue una Presidencia efímera, hasta la llegada de Francisco Largo Caballero en octubre de 1932. Con Largo Caballero, se iniciaba un PSOE distinto, revolucionario, partidario del “socialismo de clase”.

     En 1931, se opusieron a que el PSOE aceptara cargos ministeriales Julián Besteiro, Andrés Saborit Colomer, Trifón Gómez, Lucio Martínez Gil y Manuel Muiñó, todos ellos calificados de pablistas. También consideraban que UGT debía ser autónoma respecto al PSOE. Andrés Saborit siempre apoyó las posiciones de Besteiro.

     Julián Besteiro pensaba que el PSOE debía aceptar el poder solamente en el caso de estar en condiciones de implantar el socialismo, pues de otro modo se desgastaría, y no estaría en condiciones de realizar su misión en el momento oportuno. Podemos decir que defendía el principio de “todo o nada”. Creía que no cabía actuar con buenas intenciones, con voluntarismo que distorsionaba la realidad, ni con dogmatismo. Proponía un partido dirigido por intelectuales de valía, cuya misión sería elevar el nivel intelectual de las masas, de modo que el socialismo llegase por sí solo de forma natural. Ello recordaba las posiciones ideológicas de ILE. Besteiro decía que el marxismo era una teoría compleja, situada en medio de unas tendencias positivistas y otras neokantianas, y rechazaba el materialismo histórico en el marxismo. En economía era determinista, y por eso pensaba que el socialismo llegaría de todos modos a todos los Estados del mundo. Opinaba que el gradualismo de los laboristas británicos y del socialismo fabiano era la más fiel interpretación de Marx que se había hecho hasta entonces. Igualmente, tenía muy buena opinión del SPD alemán. Y afirmaba que la revolución violenta para conseguir el poder e imponer el socialismo por la fuerza, no era precisa, ni tácticamente conveniente. Pero nunca fue capaz de introducir en España ni el liberalismo social británico ni la socialdemocracia alemana. Y si estos planteamientos los hubiera hecho en 1924, cuando estuvo en Gran Bretaña, tal vez hubieran tenido más audiencia que en 1931, cuando había perdido credibilidad dentro del PSOE.

     Julián Besteiro Fernández, 1870-1940, era un político del PSOE, con grandes capacidades intelectuales. Se educó en la Universidad de Madrid y amplió estudios en La Sorbona. Fue profesor de enseñanza media en la asignatura de Filosofía. Llegó a presidir el PSOE en 1925-1931, y UGT en 1925-1931 y en 1932-1934. Era marxista del modelo de Kaustsky, socialdemócrata, enemigo del estalinismo. Era de los pocos españoles que había estudiado los marxismos y los entendía en el plano teórico, pero no supo interpretar el papel del liberalismo social británico, ni de la socialdemocracia alemana. Tal vez dogmatizó los principios marxistas. Se equivocó al aceptar colaborar con Primo de Rivera en la dictadura de 1923, y ello le puso en contra a la mayoría del PSOE y de UGT, y dio alas al populismo de Largo Caballero. Todavía era más grave que pensara que la revolución sindicalista de Largo Caballero al servicio de un estado Populista, era muy similar a la revolución sindicalista fascista, al servicio del ultranacionalismo español.

El PSOE nunca aceptó a Besteiro, ni lo acepta hoy en día. Besteiro, en 1936 incluso creyó que Franco se rebelaba de buena fe para renovar las incapacidades de la República, y Besteiro perdió sus últimos adeptos. Fue acusado de rebeldía, por los rebeldes que habían ganado la guerra, y condenado a cadena perpetua, y murió de enterocolitis en la cárcel.

     El 6 de octubre de 1931, Besteiro dijo en las Cortes que el modelo ruso de socialismo era inaplicable en España, pero que si la burguesía hacía reaccionarismo, sobrevendría inevitablemente la violencia y habría que ir a la revolución violenta. Mientras tanto, el PSOE debía limitarse a observar las condiciones reales de la sociedad española, y a preparar la sustitución del Gobierno en el momento oportuno. El acceso al poder, debía llegar preferentemente de forma democrática.

     Decía Besteiro esto, porque odiaba las dictaduras del proletariado, a las que calificaba de antidemocráticas. Esto es llamativo en un hombre que había aceptado la cooperación en la Dictadura de Primo de Rivera.

     Por estas razones, Besteiro estaba apartado de la Presidencia de la Ejecutiva del PSOE desde 1931. En la Presidencia de la Comisión Ejecutiva del PSOE, se impuso en abril Remigio Cabello Toral, el cual opinaba que el PSOE debía estar en la colocación de los cimientos de la República, para ir preparando el camino al socialismo. Remigio Cabello Toral, 1869-1936, tampoco era universitario, sino impresor en los periódicos Adelante y Tiempos Nuevos, de Valladolid.

     El argumento contrario a Besteiro lo formuló Indalecio Prieto: el PSOE debía mantener una presencia constante en el Gobierno de la República, primero para elaborar una Constitución que fuera el primer paso hacia el socialismo, y en segundo lugar, para celebrar un Congreso Extraordinario tras la proclamación de esa Constitución, que fijara las tácticas del partido hasta llegar al Gobierno. Y si no era posible celebrar el Congreso, la Ejecutiva obraría según sus propios criterios.

     A partir de 1936, el poder sobre el PSOE lo ejercería un Secretario General, empezando por Ramón Lamoneda, seguido de Rodolfo Llopis en 1944-1972.

         Los anarquistas en julio de 1931.

     Los anarquistas, que habían sido proscritos durante 1923-1930, en 1931 resurgieron con fuerza desde el momento en que sus líderes fueron puestos en libertad, y los exiliados retornaron a España. Eran muy fuertes en Andalucía y Cataluña, dos regiones completamente dispares, que dieron lugar a dos modelos de anarquismo completamente diferentes.

     El anarquismo catalán se producía en una región industrial, rica y culta, mientras el andaluz se generaba en una región agrícola, pobre e inculta en la masa, con una élite social muy culta. Los salarios de Cataluña cuadruplicaban los salarios andaluces. Cataluña se sublevaba contra la represión. Andalucía se levantaba contra el hambre. En Cataluña los sucesos violentos llevaron en agosto de 1931, a una ruptura interna de CNT entre los partidarios del Manifiesto de los Treinta, y la minoría en crecimiento de la FAI.

     Núcleos anarquistas secundarios eran Asturias, donde un tercio de los mineros eran anarquistas, algunos campesinos coruñeses, y grupos de Valladolid, Burgos, Bilbao y Madrid.

     CNT era en realidad una federación de grupos anarquistas autónomos muy diferentes e incluso incompatibles entre sí. Y no tenía organización interna: no tenía empleados que organizaran el sindicato, salvo un Secretario General. CNT no pagaba subsidios de huelga para mantener las huelgas. A cambio, tampoco cobraba cuotas altas, y muchas veces, ni siquiera cobraba cuota alguna. Cada activista vivía de su trabajo, y de préstamos que le podían otorgar sus compañeros en tiempos de desgracia. El estado de necesidad en que se movía, seguramente influyó en su teoría de que la sociedad anarquista futura haría préstamos a todo el que lo necesitara en virtud de un criterio de solidaridad humana.

     En Andalucía dominó la política de Acción Directa, o coacciones, huelgas y bombas sobre los políticos y terratenientes, servicio de orden para controlar los movimientos de las masas. Las acciones debían ser el método de convencer a las masas. Y no participaban en las elecciones, porque no creían en la democracia burguesa, que manipulaba las elecciones siempre. Las únicas elecciones que les interesaban eran las sindicales. Y creían en que un obrero bien educado en la revolución, podría gestionar la empresa en beneficio del trabajador, cuando ellos conquistaran el poder.

La Confederación Nacional del Trabajo, CNT, era un sindicato que reunía a los anarquistas desde 1910.

De ellos se había desgajado en 1927 Federación Anarquista Ibérica, FAI. En 1927 se había creado Federación Anarquista Ibérica, FAI, para exigir que no hubiera modificaciones políticas que ablandasen a los anarquistas. FAI era una organización clandestina integrada por pequeños grupos de activistas, casi siempre organizados entre amigos que se conocían perfectamente entre sí. Era muy difícil que se infiltrara un extraño. En 1933, en el momento de máxima expansión, FAI no llegaba a los 10.000 integrantes. Pero eran la parte de CNT mejor organizada y más influyente. Los líderes de FAI eran: Buenaventura Durruti Dumange, los Ascaso (Francisco Ascaso Abadía, Domingo Ascaso Abadía, Alejandro Ascaso Abadía y Joaquín Ascaso Budría), y Juan García Oliver. Todos habían asaltado bancos y peleado a tiros con los “libres”. Todos eran buenos oradores con don de gentes. Y todos llevaban la pistola al cinto.

En verano de 1931 celebró CNT un Congreso Nacional para estudiar la opinión de un grupo anarquista que pedía aceptar la legalidad republicana. Otra sección defendía hacer urgentemente la revolución libertaria. Los “legalistas” eran Joan Peiró y Ángel Pestaña. Los “revolucionarios” eran Francisco Ascaso, Juan García Oliver, Buenaventura Durruti. Y se tomó la decisión de no colaborar con la República, apoyándose en argumentos generalistas con muy poco análisis de la realidad: decían estar contra todo poder que les oprimiera; estar en guerra abierta contra todas las formas de Estado; y que su misión era educar al pueblo para que éste comprendiese que se debía unir a la causa anarquista, que era lograr la emancipación del trabajador, la cual sólo sería posible a través de un “plan de reivindicaciones mínimas”.

Y de allí salió la convocatoria de huelga general revolucionaria de julio de 1931.     El 4 de julio, se produjo una huelga de Telefónica, promovida por CNT. Era la respuesta de CNT a las elecciones. El 13 de julio de 1931, CNT convocó huelga general revolucionaria, la cual no cuajó hasta el día 20, y fue muy violenta, como si los anarquistas se jugaran la revolución. Hubo 20 muertos y cientos de heridos. El doctor Pedro Vallina soliviantó a los campesinos y éstos asaltaron las cárceles y edificios públicos de Dos Hermanas, Utrera y Carmona.

La actuación del Gobierno frente a esta huelga fue enérgica, cosa que no se esperaban de un Gobierno bisoño. Y los anarquistas se dividieron entonces en dos facciones, treintistas y faístas, aparte de los que se mantenían al margen de ambas.

En 30 de agosto de 1931 se publicó en Barcelona el «Manifiesto de los Treinta» en el que se criticaba tanto al Gobierno republicano, como a la violencia elitista de la FAI. El Manifiesto de los Treinta, de 30 de agosto de 1931, acusó a FAI de promover la violencia revolucionaria actuando en ello con inconsciencia e irracionalidad. Los “treintistas” fueron acusados por FAI de colaboracionistas, y apartados de la Dirección de Solidaridad Obrera. El año 1931 fue un problema para los anarquistas españoles. Eran treintistas Ángel Pestaña, Juan Peiró, Progreso Alfarache, Juan López…

Desde el punto de vista del Gobierno de la República, CNT-FAI eran una amenaza para la República, pues buscaban una revolución diferente, mediante la destrucción del Gobierno en cualquier momento. De hecho, cada huelga y cada manifestación de anarquistas acababa en choques más o menso violentos con la policía.

FAI era un caso especial por el uso sistemático de la violencia contra los propietarios y contra los políticos profesionales. A todos ellos les consideraba enemigos de la libertad.

Los anarquistas violentos tenían entre ellos varios grupos violentos, también encuadrados en FAI. Algunos de estos grupos eran «Solidarios» y «Nosotros». Organizaban insurrecciones en pueblos y fábricas, sabotajes, atentados, y sobre todo, vigilaban los cuarteles y comisarías para obtener información de todo el que entraba y salía de ellas. Es imposible cuantificar o saber lo que hacían, porque eran grupos absolutamente descoordinados y sin archivos. Declararon que les daba igual república que monarquía, y sólo aceptaban la república como medio, y en tanto que, con ella, obtuviesen la revolución social.

El triunfo de las izquierdas en abril de 1931 se constituyó en un problema para CNT: ciertamente, la República había liberado a los presos y había permitido el retorno de los anarquistas exiliados, e incluso les había legalizado. Pero habían aceptado participar en el Gobierno, y con ello habían incurrido en una contradicción fundamental. Los anarquistas renunciaron a ser Ministros para que no fuera tan evidente, y ello dio más poder a sus rivales ugetistas. El poder les daba a sus rivales una capacidad de acción e influencia sobre los trabajadores sin precedentes: UGT manejaba los Jurados Mixtos, el Cuerpo de Inspectores de Trabajo y el Ministerio de Trabajo. CNT se había comprometido a respetar y colaborar con estas instituciones de Gobierno.  CNT decidió boicotear a los Jurados Mixtos, que representaban el poder de UGT. Decidió promover huelgas sin avisar a las autoridades republicanas. Y el resultado fue que PSOE-UGT decidieron utilizar la policía contra las organizaciones anarquistas, e incluso se utilizaron comités de UGT para romper huelgas de CNT.

Los líderes veteranos de CNT aconsejaron prudencia, porque al fin y al cabo, los anarquistas estaban en la mejor situación de todos los tiempos. Pero los jóvenes anarquistas denunciaban que se estaba traicionando a la revolución anarquista. Durante la Dictadura habían actuado contra la policía, e incluso habían matado “libres”, y los “libres” les habían matado a ellos.


[1] Heywood, Paul. El marxismo y el fracaso del socialismo organizado en España, 1879-1936. Cambridge University Press, 1990.

[2] Juan Francisco Fuentes Aragonés, Luis de Araquistáin Quevedo, Real Academia de la Historia, DB-e.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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