GOBIERNO MAURA DE MARZO DE 1918.

Conceptos clave: el plan Cambó, el congreso anarquista de Sans, el Instituto Escuela, el feminismo en 1918.

     El Gobierno Maura de marzo de 1918, era el segundo intento de Gobierno de Concentración Nacional, una vez fracasado el de García Prieto. El hombre de más prestigio entre los políticos era Antonio Maura, y el Rey se tragó su orgullo personal, y nombró al hombre que más confianza inspiraba a todos. Alfonso XIII se jugaba su trono a los 31 años de edad, cuando todavía pensaba que era inamovible mientras le apoyaran los militares. El sentido democrático de Alfonso XIII era muy pobre, y la sociedad española le devolvía este sentimiento con una débil estima de la monarquía. Había sido educado en el catolicismo y creía haber sido designado por Dios y por la historia, y que ello le bastaba para legitimarse. Las diferencias con el carlismo no eran tantas.

         El Gobierno Nacional presidido por Maura.

              22 marzo 1918 a 06 noviembre 1918

  Presidente del Consejo, Antonio Maura Montaner  (conservador).

  Gobernación, Manuel García Prieto, marqués de Alhucemas (liberal).

  Estado, Eduardo Dato Iradier (conservador).

  Guerra, general José Marina Vega (ejército).

  Marina, almirante José Pidal Rebollo / 20 de junio 1918: Augusto Miranda Godoy.

  Fomento, Françesc de Asís Cambó Batlle (catalanista de Lliga).

  Hacienda,  Augusto González-Besada Mein.

  Instrucción Pública y Bellas Artes, Santiago Alba Bonifaz (liberal) / 10 octubre 1918: Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones.

  Gracia y Justicia, Álvaro de Figueroa y Torres conde de    Romanones (liberal) / 10 octubre 1918: Antonio Maura Montaner.

  Abastecimientos, el 3 de septiembre de 1918 se creó el Ministerio de Abastecimientos y Joan Ventosa Calvell era el primer titular. El desabastecimiento de los mercados interiores era muy grande desde 1915, y parecía necesario regular ese aspecto.

     Era notoria la ausencia de La Cierva, el representante de los militares y causante de las últimas crisis de Gobierno. Pero los militares se estaban convirtiendo en un peligro para el propio Rey. Luego, ocurrió que La Cierva quiso dominar sobre los militares, y se creó una debilidad en ese bloque político-militar. Los militares tendrían su oportunidad de conseguir el poder omnímodo poco después, en 1923.

También era chocante que Maura, que tenía 27 Diputados en el Congreso de Diputados, fuera Presidente, y Dato, que tenía casi un centenar de hombres, sólo fuera Ministro de Estado (Asuntos Exteriores). Pero se entendía que Maura tenía más capacidad de relación con los diversos grupos políticos, que un Dato demasiado conservador.

     Igualmente sorprendía que dos enemigos natos, Alba que quería equilibrio en los presupuestos, y Cambò que quería subvenciones a los empresarios catalanes, estuvieran en el mismo Gobierno.

              Las propuestas de Cambó.

     El personaje estrella de este Gobierno era Francesc Cambó, Ministro de Fomento, el cual ya había abandonado la teoría del “laisser faire” del liberalismo puro, que ya se había desacreditado suficientemente, y simplemente se limitaba a intentar armonizar la empresa pública con la empresa privada, poniendo la pública al servicio de la privada, lo cual creía que transformaría a España en una sociedad moderna y capitalista. Pero la empresa privada estaba en su mayor parte instalada en Cataluña y País Vasco, y la imagen que ello daba no era simplemente una cuestión de teorías económicas. El 80% de la producción de hierro y acero, estaba en los alrededores de Bilbao. El emporio industrial era Barcelona, con el 80% de la textil española, gran parte de las químicas para tintes textiles y fertilizantes agrícolas, gran parte de las hidroeléctricas del Ebro, gran parte de las cementeras, y la Transmediterránea de transportes marítimos. El 2 de marzo de 1917 había conseguido una Ley de Protección a las Industrias Nuevas, que financiaba cualquier iniciativa, aunque fuera en industrias viejas, y daba tantas ventajas arancelarias, que Cambó se enorgullecía de que los catalanes eran expertos en negociar exenciones y ventajas fiscales.

     Cuando cayó el Gobierno de García Prieto en marzo de 1918, Cambó volvió a Cataluña e hizo campaña a favor de los movimientos de autonomía catalanes, pero en contra de la independencia. A finales de 1918, los catalanistas redactaron un Proyecto de Estatuto de Autonomía y lo sometieron a un plebiscito entre los alcaldes catalanes, obteniendo un 98% de aquiescencias. Pero el problema era si el Gobierno de Madrid accedería a dárselo. Maura y Alcalá Zamora se negaban a dividir España en autonomías. Los Diputados Catalanes en Cortes se retiraron, y Cambó habló en contra del sistema político español que no concedía autonomías.

Pero la acción de Cambó no le sirvió para congraciarse con Acció Catalana, cuyo lema era “Tot o Res”. El coronel Maciá, de Acció Catalana, quería un Estado catalán independiente, y un puesto en la mesa de la Paz de Versalles. Confiaba en que los Catorce Puntos Wilson permitiesen la independencia de Cataluña. Y no admitía negociaciones con el Estado español sobre este tema, sino que defendía que Cataluña tenía ese derecho de forma inalienable e innegociable.

A pesar de la mucha popularidad de Cambó, las propuestas políticas de Cambó se limitaban a un programa regeneracionista más. Como en España estaba muy en auge Joaquín Costa, estas propuestas eran aceptadas por la mayoría de los españoles.

Las propuestas de Cambó:

Como directriz general, sistematizar las acciones del Gobierno y racionalizarlas.

En agricultura: desecación de marismas, pantanos y lagunas, seguro de cosechas y protección de los bosques; hacer leyes de crédito agrícola; que el Estado controlara los montes y la repoblación forestal; que el Estado hiciera planes de regadío y pantanos hidroeléctricos; que el Estado hiciera una Ley de Obras Públicas y la inversión necesaria para realizarlas.

En minería: un inventario de minas y su producción, y la nacionalización de las potasas; que el Estado hiciera una Ley de Minas, pero no “liberal” como la de 1868, sino a favor de las conveniencias de los empresarios españoles.

En obras públicas: la concesión de créditos para obras públicas, terminar carreteras, puentes y pantanos que se construían muy lentamente, hacer pasos a distinto nivel para el ferrocarril, hacer caminos vecinales, rotular las carreteras, construir ferrocarriles secundarios que hicieran rentable la red principal, y la nacionalización de los ferrocarriles principales y traspasarlos luego a las mancomunidades (sólo existía la de Cataluña), propuesta a la que se opusieron todos los Ministros; que el Estado pusiera límites a las empresas ferroviarias, nacionalizara la red y la adquiriera, para ponerla al servicio de la empresa privada.

     Decía Cambó que, tomando estas medidas, las cuestiones sociales se resolverían solas, una vez que hubiera trabajo abundante para los españoles. La afirmación, tomada aisladamente, era completamente cierta, pero teniendo en cuenta que el 80% de España no estaba industrializada, y que las realizaciones para la agricultura eran de tipo muy generalista, sus palabras alcanzaban significados diferentes en las distintas regiones españolas. Cambó tenía una idea de España muy determinista, como determinista era el pensamiento dominante en Europa en ese tiempo: Cataluña y el País Vasco eran las regiones industriales; y el resto de España era agrícola cerealística, vinicultora u hortofrutícola. El resto de España no tenía oportunidades de industrializarse, porque ya había poco mercado para Cataluña, como para añadir nueva oferta en el mercado interior. El modelo industrial de España estaba pues terminado, y a cada región le había tocado un papel histórico, y el pueblo catalán era por ello diferente. Cambó pensaba en el conjunto de España, e incluso de la Península Ibérica, pero no veía a ese conjunto como lo podían ver otros españoles de otras regiones peninsulares. Empezó a decir que los españoles no le comprendían, algo que quedó para siempre en el discurso catalanista.

     El plan de realizaciones concretas de Cambó era en primer lugar utópico y regeneracionista, y en segundo lugar catalanista. Era evidente que si el Estado hacía todas esas cosas y se ponía al servicio de los industriales, la industria iría mejor, e irían mejor Cataluña y el País Vasco. Lo que no era tan evidente es que las inversiones en agricultura y bosques se pudieran hacer a corto plazo. Y en cuanto a la industrialización del resto de España, ni se lo planteaba. Y desde nuestro punto de vista actual, si esta segunda parte no era atendida, no se podía deducir que se resolvieran los problemas sociales de España por sí solos. Evidencias: Cambó fue muy eficiente en terminar una línea ferroviaria en marzo de aquel año, cuando otras similares tardaban una media de 6 años. Era la línea Ceuta-Tetuán, de 41 kilómetros y con varios túneles y viaductos, que permitían conectar con Tánger y Fez. Una línea al servicio del capitalismo privado y multinacional. Y en una ocasión anterior, Cambó le había hecho a Alba una petición para que se pusiera a disposición de la Mancomunidad de Cataluña un gran presupuesto para obras escolares. Alba se lo negó, pues no había disponibilidad de tanto dinero. El Gabinete de Gobierno le recriminó a Cambó su postura populista de pedir mucho dinero, sabiendo que era imposible. Entonces Cambó contestó que aquello sólo era el principio de muchas más exigencias. Ése era Cambó.

              Las propuestas de Maura.

     Maura, que volvía después de 10 años, redactó un «programa mínimo» que debía cumplir aquel Gobierno para no fracasar como el anterior de García Prieto. Reunió las Cortes el 27 de marzo, y propuso: Nuevos Reglamentos del Congreso y el Senado para que las minorías no pudiesen bloquear proyectos de ley (los hizo); Reformas militares (las hizo); Amnistía (la dio el 9 de mayo); Elaboración de un Presupuesto del Estado, que no se hacía desde 1914 (no fue capaz de aprobarlo tampoco él).

     Una vez cumplido el programa mínimo, excepto presupuestos, se pudieron hacer leyes como la Ley de Funcionarios de 1918 que mejoró los sueldos en un momento en que los precios estaban altísimos por la guerra, Ley del Timbre, Ley de derechos pasivos de los maestros, Ley de Tribunales para niños

     La feracidad legislativa de Maura, demostrada en 1907-1909, no se había perdido en 1918.

         Las tensiones en el Gobierno.

     En el nuevo Gobierno se produjeron algunas situaciones nuevas: el hecho de que gobernara Maura, que no era un hombre puesto por el ejército, llevó al cese de las huelgas de celo de los funcionarios, porque si las asociaciones militares no podían obtener ventajas del nuevo Gobierno, no tenían sentido las asociaciones de funcionarios ni las huelgas para obtener subidas de sueldos, porque tampoco obtendrían sus deseos. Por un lado, era un alivio el cese de huelgas, pero por otro lado, la tensión entre el Gobierno y el ejército se incrementaba.

El 29 de junio de 1918, el general José Marina Vega, Ministro de Guerra, dimitió porque estaba en desacuerdo con las Reformas Militares aprobadas. Los militares pensaban que no estaban siendo complacidos en el grado deseado por ellos.

Los Ministros habían adquirido la costumbre de amenazar con que se les concediera lo que ellos querían, o provocaban la crisis con su dimisión. Se les advirtió para que retirasen sus peticiones de dimisión. Pero la vieja costumbre permaneció: El 30 de junio dimitía Romanones, Ministro de Gracia y Justicia. En julio dimitió José Pidal, Ministro de Marina, y fue sustituido por Augusto Miranda Godoy, en 20 de julio de 1918.

              El peligro sindicalista.

     La violencia verbal de los sindicatos pasó de las palabras a los hechos con el asesinato del empresario metalúrgico José Antonio Barret el 8 de enero de 1918. Los asesinos habían sido miembros de CNT. En esa fecha había empezado una auténtica guerra de terrorismos en la que caerían muchos muertos, tanto cenetistas como empresarios y militares, a lo largo de 5 años.

     En cuanto a los anarquistas, el 1 de julio de 1918 hubo Congreso de CNT en Sans, al que no asistió la Federación Obrera Regional Andaluza, la cual hizo congreso en Sevilla en mayo de 1918. En Sans se discutió integrar los diversos sindicatos de oficio en agrupaciones mayores que se llamarían “Sindicatos Únicos” y que corresponderían a alimentación, transportes, madera y mueble, metalurgia, construcción, fabril y textil, vestido, piel, papel e imprenta, utilidades caseras, artículos de lujo y de aseo personal, distribución y servicios humanos y educativos. Se nombró Secretario General a Salvador Seguí y Director de Solidaridad Obrera a Ángel Pestaña, y miembros de Comité Nacional a Manuel Buenacasa, Evelio Real, Vicente Gil, José Ripoll y Andrés Miguel.

     Los nuevos sindicatos de carácter industrial, debían sustituir a los viejos sindicatos preparados para combatir en talleres artesanales. Todos los obreros de la industria quedaban englobados en el mismo sindicato, de modo que calculaban que podrían movilizar a unas 700.000 personas en toda Cataluña. Además apareció alguien que rompió el enfrentamiento entre “catalanes” y “charnegos” porque todos los obreros tenían un interés común, y no podían perder el tiempo en enfrentamientos internos entre obreros.

     En septiembre de 1918 y hasta diciembre de 1919, fue secretario del Comité Nacional de CNT, Manuel Buenacasa. Este hombre había nacido en Caspe (Zaragoza) y había conocido el anarquismo desde su niñez. En 1919 simpatizaría con la III Internacional, pero cuando conoció “las 21 condiciones”, y el culto al Estado y al líder que hacían los comunistas, se hizo antileninista. En 1936 abriría una Escuela de Militantes Libertarios en Barcelona. Un hijo suyo murió en Aragón en junio de 1937. Se exilió a Francia en 1939 y murió en el departamento de Drome en 1964.

     Los siguientes cinco años fueron sangrientos en Barcelona: Los empresarios, que veían que las fuerzas del orden no se atrevían a actuar contra las bandas de pistoleros cenetistas, contrataron pistoleros en los bajos fondos de Barcelona y crearon bandas pagadas por los patronos. En adelante, la guerra entre pistoleros de CNT, y pistoleros de los patronos, fue la constante hasta septiembre de 1923. Era una guerra irracional, con bombas, asesinatos de policías, asesinatos de soldados, y asesinatos de obreros. Era un terrorismo patronal contra un terrorismo sindical. La trama por la que cada uno quitaba de en medio a los que favorecían al otro bando era muy compleja, y se basaban en justificaciones propias de bandas mafiosas, incomprensibles desde puntos de vista racionales. Eran dos bandos terroristas, los dos al margen de la ley: En 1918 se contabilizaron 71 agresiones; en 1919, 45; en 1920, 161; en 1921, 172; y otras 124 más hasta septiembre de 1923. Ángel Pestaña Núñez, líder de la CNT, reconocía que habían empezado los de CNT, y que el problema era que CNT no había controlado las acciones de sus pistoleros, lo cual nos explica un poco lo que estaba sucediendo. De todos modos, murieron más obreros que patronos, y la causa es que, a veces, los anarquistas se mataban entre ellos por divergencias de ideas políticas. Los patronos acogieron a sus matones en los sindicatos verticales, sindicatos amarillos o sindicatos libres, para que aparecieran en nómina en alguna fábrica. Y entonces eran obreros los que luchaban contra obreros, los libres contra los anarcos.

Los socialistas no habían sido incluidos en actividades gubernativas, aunque hubieran sido amnistiados, y había que tener en cuenta que movían masas de millones de personas. UGT podía ser un problema para el Gobierno, si se aliaba con CNT.

España ante el final de la Gran Guerra.

España pasó un mal año en 1918. Los empresarios, sobre todo catalanes y vascos, estaban haciendo mucho dinero y derrochándolo, pero el resto de los españoles pasaba hambre y sufría la gripe en otoño. La “gripe española” actuó duramente en primavera de 1918, en Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, y Alemania y más duramente en otoño, momento en que llegó a España. La habían traído a Europa los soldados estadounidenses y se contagiaba con facilidad en la travesía. Causó unos cien millones de muertos en el mundo, y 200.000 muertos en España. Moría el 20% de los infectados, niños, jóvenes y adultos, y cuando aparecían los síntomas graves, la muerte se producía en 48 horas por asfixia. La situación en España era propia de una catástrofe.

     Ante la situación de escasez de alimentos, Andalucía se lanzó a una huelga de campesinos, precisamente los que no habían ido a la huelga en 1917. La huelga de los campesinos duró hasta verano de 1919.

     Se creó un Ministerio de Abastecimientos en agosto de 1918, y fue Ministro Juan Ventosa, un amigo de Cambó.

     En 1918, Alemania hundió hasta 5 barcos españoles y remataba a tiros a los náufragos. Los exportadores veían reducidas sus ganancias por subidas de los seguros del mar.

Eduardo Dato, Ministro de Estado, pensó en entrar en guerra del lado de los aliados, y la prensa se echó contra él, y salieron a relucir muchos germanófilos en España, cuando Alemania estaba ya vencida y acabada, y una vez que los Estados Unidos estaban desembarcando en Europa. Los Estados Unidos no tuvieron tiempo de trasladar su ejército a Europa, pues se acabó la guerra cuando la operación estaba empezando. Por cierto, los soldados estadounidenses eran mayoritariamente negros, aunque en las películas aparezcan de raza blanca.

     En septiembre de 1918 se produjo la gran ofensiva aliada contra Alemania: En 15 de septiembre, Franchet d`Espérey atacó los Balcanes.  En 19 de septiembre, Allenby atacó Palestina. En 25 de septiembre, los americanos e ingleses atacaron Charleville Mezzieres, en la frontera de Francia y Bélgica. En 26 de septiembre, los británicos de Haig atacaron Valenciennes desde Cambray y San Quintín. El 27 de septiembre, Alberto de Bélgica, con soldados británicos, franceses y belgas, atacó Brujas.

     Cuando la guerra parecía estar perdida para Alemania, el español Romanones pidió, en agosto de 1918, entrar en guerra contra los alemanes, alegando que éstos habían hundido el Roberto, barco de pasajeros que iba de Atenas a Barcelona, y el Ramón de Larrinaga, donde se ametralló a los náufragos, entre el 11 y el 13 de julio. Pero ni los aliados querían en ese momento un socio como España, ni España representaba ningún peligro militar para nadie. España decidió confiscar barcos alemanes, pero Alemania amenazó a España con la guerra, y no se hizo nada hasta acabar la guerra el 8 de noviembre de 1918, cuando España se quedó con siete barcos alemanes pequeños: Eriphia, Euphemia, Oldenburg, Elio, Matilde, Trinfield y Rudoft.

     En octubre de 1918 era previsible el final de la guerra mundial a favor de los aliados: Rusia, se había retirado en 1917 y había hecho por separado la Paz de Brest Litowsk con los alemanes, con lo cual habían desaparecido los comunistas. Se había incorporado un socio nuevo, Estados Unidos, y era liberal democrático.

Y entonces, España consideró que ya no era necesario el Gobierno Nacional y opinaban que era mejor tener un Gobierno aliadófilo con Romanones, García Prieto, Villanueva, Alba y Melquíades Álvarez, que negociaran la nueva época de paz en las mejores condiciones para España.

     Era un momento difícil para los países neutrales, a los que se pedirían responsabilidades por sus actuaciones durante la guerra. A España se le acusaba de germanófila porque había vendido material de guerra a Alemania, de regirse por Gobiernos escasamente democráticos, y de tener estructuras políticas envejecidas y viciadas.

     González Besada le dijo al Ministro de Estado, Dato, que era urgente dar la imagen de país democrático para congraciarse con los vencedores. No hacía falta ninguna reforma profunda, sino que bastaba con un velo que simulara la política que se hacía en las democracias liberales.   Y el 24 de octubre de 1918, las Cortes españolas plantearon el papel que debía jugar España en ese momento: Santiago Alba, de la izquierda del Partido Liberal, dijo que era el momento adecuado para emprender una política acorde con los intereses históricos de España sobre Marruecos y Gibraltar; Romanones dijo que era preciso un acercamiento a Gran Bretaña y Francia, y de recordarles los compromisos de 1904, 1907, y 1907 con los aliados.

Francesc Cambó dijo que había que considerar la aparición de una nueva potencia, los Estados Unidos, y leerse los Catorce Puntos Wilson. Que había que mantener un Gobierno Nacional (de concentración) para resolver asuntos graves concretos, y dejar de lado las diferencias ideológicas entre partidos, porque los problemas nacionales e internacionales eran prioritarios en ese momento. Así resultaba la paradoja de que un catalanista daba lecciones de españolismo, de “política nacional”, de idea nacional de España.     Pero el “Gobierno Nacional” nuevo que proponía Cambó no fue posible. Alba se opuso a lo que creía que era una trampa de los catalanistas para acceder al Gobierno de España, y desde allí destruir el Estado y dar autodeterminación para Cataluña. Había también una crisis dentro del Gobierno. Las políticas de Cambó y Alba, luchando entre sí desde el principio de formación del Gobierno, descomponían la cohesión interna: Cambó quería nacionalizar los ferrocarriles, a lo que Alba contestó que España no se podía gastar el dinero que tenía en eso. Cambó quiso traspasar las competencias en obras públicas a Cataluña, a la mancomunidad, y Alba se opuso.

     A final de septiembre, la discusión entre Alba y Cambó llegó a un punto máximo cuando Alba propuso crear 20.892 plazas de maestro (duplicando las existentes) y subir el sueldo de los maestros más del 65%, pues era bajísimo. Cambó replicó, y le siguieron el resto de los Ministros, que los funcionarios civiles sólo habían tenido subida del 30-35%, y los militares de 20-25%. Alba tuvo el voto de todo el Gobierno en contra. Santiago Alba Bonifaz dimitió el 2 de octubre de 1918.

         Las realizaciones de Santiago Alba.

     Alba propuso dar autonomía a las Universidades, crear 20.000 escuelas rurales y dotar con un sueldo digno a los maestros (subida de un 75%), cosa que no se le concedió argumentando que el resto de los funcionarios sólo tenían subida del 30%. Reorganizó la enseñanza mercantil, creó bibliotecas circulantes y reglamentó la enseñanza de la gimnasia.

El 10 de mayo de 1918, Santiago Alba puso en marcha el Instituto Escuela a través del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Se le encargó este Instituto Escuela a la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas de la ILE. Era gestionado por Ignacio Bolívar, Menéndez Pidal, José Ortega y Gasset, Blas Cabrera, José Gabriel Álvarez Ude, y María de Maeztu. Para empezar alquilaron al Instituto Internacional, un edificio en Calle Miguel Ángel número 8 de Madrid. Allí asistían chicos y chicas, cosa que no pareció bien a los caseros, y en 1920, los chicos se tuvieron que marchar a Altos del Hipódromo, donde la ILE tenía su Residencia de Estudiantes. En 1928, las chicas fueron a Altos del Hipódromo, mientras los chicos fueron a Olivar de Atocha, en El Retiro. El Instituto Escuela trataba de entrenar profesores y métodos de enseñanza nuevos. El Instituto Escuela impartía clases de elemental y secundaria, hasta que los chicos tenían 17 años. Tenía facultad para escoger y despedir a sus profesores. Respetaba el pluralismo ideológico.

En la sección de chicas destacó María de Maeztu Whitney, 1881-1948, que venía de dirigir la Escuela de Señoritas desde 1915. María de Maeztu era nieta de un británico e hija de una francesa, y había aprendido francés e inglés desde su infancia, y ayudaba a su madre en una academia de idiomas en Bilbao. Terminó Magisterio en 1898 y se puso a trabajar en Bilbao (aunque su primer destino fue Santander), y allí hizo bachillerato, terminó en 1907 y se puso a estudiar Filosofía y Letras en Salamanca, y luego en Madrid. Se licenció en 1915 y pasó a dirigir inmediatamente la Residencia de Señoritas.

María de Maeztu tenía un nuevo método de trabajo, en el que descartaba el libro de texto, que sólo trasmite las ideas impuestas por el empresario del centro (Estado o Iglesia), y los exámenes que sólo sirven para obligar a los profesores a coordinarse entre ellos para poder exigir el mismo libro de texto. Ello desconcertaba a los españoles. Por el contrario, el alumno debía elaborar sus propios materiales de clase, tomando apuntes o leyendo y comunicando sus descubrimientos a los demás. Había unas clases discursivas, dirigidas por el profesor, y de 30 alumnos por aula, y otras clases prácticas en las que el grupo se partía en dos, y el alumno comunicaba su trabajo a los demás. Todos los años se cursaban todas las asignaturas de modo que no había lagunas de tiempo intermedias en las que el alumno olvida lo más pronto posible, para adaptarse el siguiente año a las exigencias de otro profesor con distintas ideas. Por el contrario, había continuidad todos los años en todas las asignaturas. Y una vez que el alumno elaboraba su propio trabajo, era imposible el examen final igual para todos, pues cada uno había hecho un trabajo diferente. La evaluación era continua e individual, con pruebas individuales y no con exámenes iguales para todos.

El alumno, en los dos últimos cursos, podía escoger todas sus asignaturas, si obtenía el visto bueno de sus profesores. El alumno acudía al nivel que efectivamente le correspondía por nivel de conocimientos, independientemente de su edad, e incluso podía cambiar de curso a mitad de año escolar si los profesores así lo decidían por haber alcanzado un nivel superior al de sus condiscípulos.

El Instituto Escuela tuvo un gran éxito entre las mejores familias de Madrid, que lo preferían para sus hijos. El problema de este método de enseñanza, era que exigía que los profesores le dedicaran todo su tiempo, y no las 6 a 12 horas semanales que era acostumbrado en otros institutos. Y además, los profesores debían dedicar parte de su tiempo a la investigación. Cobraban más que los catedráticos ordinarios. Pero ése era su punto débil, pues los profesores convertían su vida en un sacerdocio de la enseñanza, 24 horas al día, siete días a la semana, y no hay muchas personas idóneas, si el profesor es padre o madre, además de profesor, y si tiene otras aficiones distintas y personales.

     El proyecto González-Besada.

     Augusto González-Besada pidió un impuesto sobre las fortunas y otro sobre las plusvalías de los bienes inmuebles, en una idea que se estaba poniendo en práctica en los países más desarrollados, pero no se le hizo caso. Repetía la idea de Santiago Alba, de aprovechar la bonanza de guerra para equilibrar cuentas, y obtuvo el mismo resultado. Santiago Alba lo había intentado sobre los beneficios extraordinarios de guerra. González-Besada lo intentaba sobre grandes fortunas y bienes inmuebles.

         La dimisión de Maura en octubre.

     En agosto, Romanones pidió que España entrara en Guerra en el momento en que la guerra estaba acabando. Y todos pusieron la vista en Romanones, el hombre que había publicado que “había neutralidades que mataban” y que había propuesto alinearse del lado de los aliados.

     Maura fue a San Sebastián a ver al Rey, que estaba con gripe (la gripe de 1918), y le acompañaron Romanones, Besada, García Prieto y Cambó. En San Sebastián estaba Dato permanentemente con el Rey. Maura dimitió el 8 de octubre de 1918, y el Rey no le aceptó la dimisión. Se remodeló el Gobierno.

      Remodelación de 10 de octubre de 1918

  Instrucción Pública, Álvaro de Figueroa y Torres, conde de  Romanones (liberal). Venía de Gracia y Justicia.

  Gracia y Justicia, Antonio Maura Montaner (conservador)

     El Ministro que quedaba fuera era Santiago Alba Bonifaz, que no sólo había incordiado mientras era Ministro de Hacienda exigiendo impuestos sobre los ingresos extraordinarios de guerra, sino que también incordiaba como Ministro de Instrucción Pública con su Instituto Escuela.

Maura intentaba prolongar el Gobierno hasta que acabara efectivamente la Gran Guerra.

     La dimisión de Maura en noviembre.

Las Cortes reabrieron en 22 de octubre.

     Dato hubiera querido un Gobierno conservador y dimitió, no le fue aceptada la dimisión, y volvió a dimitir, y por tercera vez el 27 de octubre, cuando ya le fue admitida, siendo sustituido por Manuel García Prieto, Marqués de Alhucemas, que ya era Ministro de Gobernación y asumía dos carteras. Ocurría que nadie aceptaba ser Ministro en esos momentos, y los que estaban debían duplicar carteras como le pasaba a Maura y a García Prieto. La razón de la dimisión de Dato hay que buscarla en que quería estar libre de compromisos en el momento en que acabase la guerra. Todos los líderes querían ser Presidentes del siguiente Gobierno. El presupuesto del Estado no cuadraba y no se aprobó, y Maura dimitió el 6 de noviembre de 1918. Se dice que pronunció la famosa frase: «A ver quién es el majo que gobierna ahora».

     Los españoles se desilusionaron mucho con la caída de este Gobierno presidido por Maura. La rebelión de la Asamblea de Parlamentarios en 1917 había servido para destrozar a los partidos tradicionales, caracterizados por su corrupción, pero no para encontrar soluciones alternativas, lo cual ponía a España en un problema mucho mayor, la anarquía. El Gobierno Nacional de Maura se disolvió cuando más falta hacía, cuando se acababa la guerra y empezaban las verdaderas dificultades. Para sustituir a Maura, los burgueses españoles aconsejaron el viejo sistema del turnismo y del caciquismo, como si ello fuera posible.

         El Armisticio de la Gran Guerra.

     El 5 de noviembre, Alemania y Austria pidieron armisticio.

     El 11 de noviembre se aceptaba el armisticio y se concluía la Gran Guerra, Primera Guerra Mundial.

         La difícil perspectiva de Gobierno en 1918.

     España se hacía ingobernable a finales de 1918: por un lado, estaban los partidarios del “Gobierno de un solo partido”, por otro lado, los partidarios de “Gobiernos Nacionales”, o sea, de varios partidos afines coaligados, y más allá, los partidarios de “Gobiernos de Concentración de todos los grandes partidos” aun por encima de las ideologías. Todos fracasaron sucesivamente. La clave era el no entendimiento entre Dato y Maura, los dos conservadores que tenían detrás de sí a la mayoría de los españoles.

     Y el resto de los partidos no tenía perspectivas de agradar a grupos numerosos de la sociedad:   Las revoluciones apoyadas desde Rusia, traerían continuos disturbios, cuando no la guerra civil; los nacionalismos apoyados por Wilson para crear una barrera al este de Europa, podían ser aprovechados por los separatistas españoles, catalanistas y vasquistas. Ambas posiciones amenazaban con la guerra civil.

     La caída de la monarquía alemana y austríaca, daba nuevos bríos a los republicanos españoles. Creían llegado su momento y no eran capaces de ver que eran pocos y mal avenidos. Francia y Estados Unidos eran repúblicas. Pero Gran Bretaña era una monarquía tan antigua como España, y funcionaba democráticamente.

     Y para complicar definitivamente la política española, el pensamiento corporativista se estaba imponiendo. Ello suponía la crisis del liberalismo, al que se había identificado con el liberalismo burgués, por no ser capaz de evolucionar al liberalismo social y democrático. El corporativismo sustituía, en la democracia liberal, al individuo por los intereses de la agricultura, la industria, el comercio, la Iglesia, la Universidad, el ejército, la banca, los obreros… lo cual se denomina “democracia orgánica”.

     En los años siguientes a la Gran Guerra, las exportaciones cayeron y el paro obrero se generalizaba una vez acabadas las oportunidades de exportación debidas a la guerra, y dado que no se había creado mercado interno, ni diversificación territorial industrial y comercial, ni extensión de la actividad industrial a varias zonas del territorio.

         La difícil perspectiva de Cataluña en 1918.

     La Cataluña de principios del XX era la región más rica de España, con diferencia, y una de las regiones prósperas de Europa. Una alternativa para Cataluña era el Gobierno de los empresarios, los grandes empresarios españoles. En ese caso, esperaban dominar Cataluña, sin romper del todo con España, que era su mercado principal. Su opción era la autonomía.

     Otra alternativa era el Gobierno de los llamados republicanos, los cuales estaban dispuestos a romper todos los vínculos con España, para crear un modelo completamente nuevo de Estado. Su opción era la independencia. Pero los republicanos eran muchos grupos distintos y sus modelos de Estado variados.

     Ambas opciones eran contradictorias e incompatibles, pero tenían algo en común, debían destruir el Estado español para poder emprender cada uno su proyecto. Era una alianza a la contra de España, alianza que sólo tenía sentido mientras persistiese España. Pero ni los empresarios eran la mayoría de los catalanes, ni tampoco los republicanos lo eran. En Cataluña eran fuertes los carlistas, y muy fuerte el sector españolista, y todavía más la población inmigrante española, muy numerosa, que no estaba comprometida en política. El símbolo del españolismo fue el Español de Barcelona club de fútbol. El símbolo del grupo empresarial fue el Barcelona club de fútbol, los culés. El Español se creó primero, pero el Barcelona tardó poco en seguirle. Ambos grupos jugaban a ser católicos y aliados a la jerarquía católica catalana, que también promovía el catalanismo, algunos la autonomía y otros la independencia.

     En el futuro, la opción independentista sería adoptada también por los comunistas, mientras que la opción conservadora se mantuvo en los empresarios. Ambas trabajarían juntos por difundir el idioma y cultura catalanas, a fin de integrar a la inmigración. Sin la inmigración, ninguno de los grupos dominaría políticamente Cataluña. En este caso, los republicanos catalanistas colaboraron con el catolicismo, y los comunistas no. Incluso los comunistas serían un partido independiente del PCE, el Partido Socialista Unificado de Catalunya, PSUC, en cuyas siglas se lee socialista, pero es comunista. En fin, Cataluña es un territorio muy complejo, diverso y difícil de entender, incluso para los catalanes.

         La industria automovilística.

     El auge de tiempos de guerra sí se había intentado aprovechar: Batlló fabricó en 1917 un coche, modelo España, y el coche Hispano Suiza trató de comercializarse, y hubo más empresarios que trataron de iniciar el negocio, como Elizalde en 1919-1925, y Ricart en 1920 aunque acabó fusionándose con Batlló en 1928. Y en 1930 se fabricó en Barcelona el Ford Motor Ibérica. Pero estas industrias entrarían en crisis y se hundirían definitivamente en la guerra de 1936 y posguerra. Sólo a partir de 1950 se volvería a intentar recuperar este sector industrial.

              El feminismo.

     En 1918 aparecía en España, como en tantos otros países de Europa y Estados Unidos, el feminismo. España creó una Asociación Nacional de Mujeres Españolas ANME con el programa de reformar el Código Civil, reprimir la prostitución (que entonces era legal), promover la educación de la mujer, y defender el derecho de la mujer a las profesiones liberales.

     El feminismo tuvo alguna repercusión social en España, pero muy escasa: en 1924, Primo de Rivera concedió el voto a la mujer en el Estatuto Municipal, pero ese estatuto nunca llegó a entrar en vigor. En 1929, la Asamblea Nacional Consultiva incluiría 13 mujeres, pero ya sabemos que esa institución nunca llegó a funcionar.

     En 1931, en las elecciones constituyentes, las mujeres podían ser elegidas pero no eran electoras, y así salieron elegidas Clara Campoamor y Victoria Kent por el Partido Radical Socialista. También sería más tarde elegida en el PSOE Margarita Nelken. La Constitución de diciembre de 1931 reconoció por fin el derecho de la mujer española al voto, aunque no pudieron votar hasta 1933, tras la consiguiente ley electoral. Tras la Constitución de 1931, surgieron varios movimientos feministas como Unión Republicana Femenina, Agrupación Socialista Femenina, Comité de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, Comisión Femenina del Frente Popular. Pero, desde el momento en que un movimiento social es utilizado para fines ajenos al mismo, como la revolución socialista o la comunista, deja de tener sentido, es prostituido.

     Pero el verdadero movimiento feminista masivo se produjo en España a partir de 1960. Por una parte, el Estado aceptó a la mujer en la Ley de Derechos Políticos, Profesionales y Laborales de la Mujer, aunque sólo indicaba la necesidad de futuros cambios legislativos para la incorporación de la mujer al trabajo. Este proyecto, frustrante en su realización, hizo surgir a una Lidia Falcón que escribió Cartas a una Idiota Española y Mujer en Sociedad, que son tenidas como el inicio del feminismo masivo de las clases medias. También María Aurelia Capmany escribió La Donna en Catalunya.

     En 1975 surgiría un “feminismo radical”, independiente de opciones políticas, con mucha fuerza, al que el PSOE y PCE quiso captar predicando un feminismo como lucha de clases y democracia. Si el movimiento es capaz de mantenerse por sí mismo, se hace fuerte, y si es puesto al servicio de un partido, se puede dar por acabado.

              Los intelectuales en 1918.

     Un sector social que quedaba muy al descubierto era el de los intelectuales, esos críticos tan dispuestos a socavar lo existente y tan poco dados a aportar soluciones alternativas, de los que ya había hablado Cánovas en su momento.

     Durante los últimos años de la Gran Guerra, los intelectuales se habían mostrado disconformes con la neutralidad, y mucho más cuando la guerra terminaba y sólo quedaba padecer la voluntad de los vencedores. En ese momento, empezaron a diagnosticar y denunciar muchos “males de la patria”, como el divorcio entre “la España oficial” y “la España real”, y como la ausencia de conciencia política en la mayoría de los españoles. Entonces hablaron de que la misión del intelectual era llevar a la España real al puesto que se merecía, al que le correspondía en la política internacional, pero para ello, deberían dotarla de conciencia política: Unamuno creía en las clases pobres rurales, y decía que lo que sobraba en España, en la España oficial, eran los secretos, la siesta y las Camarillas en las Cortes. Ortega y Gasset dijo que el lama del pueblo español debían ser los médicos, los ingenieros, los profesores, los comerciantes, los industriales, y todas las gentes de valía que habían demostrado ser algo en la vida. Pérez de Ayala dijo que la crisis se debía al divorcio entre “la España que trabaja” y que realmente vive (España real), y la España de los políticos (España oficial).

     En general, como en todas las crisis, y como ya había sucedido en 1898, los intelectuales dijeron generalidades, pero nunca definieron los factores del cambio, ni los agentes de la renovación social. Y lo más significativo y característico de los intelectuales, nunca tuvieron un criterio común: todos hablaban de reformas educativas, pero de reformas distintas y contradictorias entre ellas. Y hablaban de otras reformas, que más bien no conocían. Tampoco tuvieron un líder que dirigiera el nuevo proyecto de España. Era más fácil criticar, que encontrar el proyecto, y el líder que lo llevase a la práctica.

     Los intelectuales sabían cómo atacar al sistema, denunciar los vicios políticos, denunciar a gobernantes incompetentes, pero hacían demasiada y excesiva crítica, pero nada en positivo. Y entonces, sin alternativa, se empezó a hablar de la necesidad de una dictadura que suprimiera los caciques y eliminara los males de España. Incluso algunos intelectuales optaron por diversas dictaduras, por la militar de 1923, por la socialista o comunista intentada en 1936-1939, o por la militar católica de 1939. Muchos olvidaron los viejos valores liberales y democráticos de la tradición europea de la Ilustración y del liberalismo.

La utopía del planteamiento de los intelectuales españoles residía en no pensar que, en una dictadura, los caciques y los “salvadores de la Patria” se harían con el poder, y habría menos posibilidades de defensa de sus derechos para el ciudadano. Los “salvadores de la patria” estaban a punto para “prestar su colaboración”, y pronto España contemplaría a Primo de Rivera en 1923, y a un enjambre de salvadores, en 1931-1936, que acabaron luchando unos contra otros, y a Francisco Franco en 1939-1975.

     Los Gobiernos siguientes a 1918 fueron débiles, sin voluntad ni energía, sin medios de actuación, que siempre dejaban para más tarde la cuestión social, la cuestión catalana y la guerra de Marruecos. Estas grandes cuestiones, fueron abordadas por los dictadores, que les dieron una solución, buena o mala, pero una solución. España había perdido la oportunidad de dar mejores soluciones en democracia, y en su momento, los españoles se alegraban de que, al menos, alguien diera una solución a los problemas. Las dictaduras fueron acogidas con alivio general, aunque hubiese minorías de disconformes torturados, silenciados o muertos. Triste balance el de los intelectuales españoles de primera mitad del XX, que quedaron como quejas disconformes con lo que estaba pasando en su tiempo.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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