GOBIERNOS SAGASTA, MAYO DE 1902 Y NOVIEMBRE DE 1902


     LOS PROBLEMAS POLÍTICOS ESPAÑOLES DE FONDO, EN LOS INICIOS DEL SIGLO XX, eran:

El caciquismo: esa realidad la expresaba el Ateneo de Madrid en 1901 así: «nadie en España siente las obligaciones de la ciudadanía como deberes morales, ni cree en los derechos del ciudadano. Ello era debido al caciquismo imperante». Había un problema de caciquismo, sistema que había sido utilizado por los Gobiernos de segunda mitad del XIX, pero a principios del XX, era ya tan fuerte por sí mismo, que amenazaba a los propios gobernantes. Era un problema complejo, pues ante la inanidad del Estado en demasiados temas necesarios al funionamiento de la sociedad y la economía, eran los caciques los que hacían funcionar la sociedad. El Estado no podía prescindir de ellos, y mucho menos acabar con ellos, hasta que se reformase a sí mismo, y asumiese las funciones que se le suponen a los Gobiernos. Los caciques se aprovechaban de su situación ventajosa, cada uno según su moralidad personal. La casuística del cacique es muy grande.

     La necesidad de afirmación del Estado frente al integrismo católico. También era un problema complejo, pues la Iglesia católica había asumido históricamente funciones que el Estado debería haber abordado por sí mismo: la sanidad, la enseñanza y la atención social. Todas ellas requieren de un presupuesto muy alto, y un Estado deficitario desde finales del siglo XVI, no estaba en condiciones de asumirlas. La conclusión a la que habían llegado algunos católicos fue que, siendo todos los españoles católicos, estos problemas tendrían mejor solución si el catolicismo se hacía cargo del Estado. Los católicos deberían hacerse cargo de la dirección moral del Estado, como solución a unos problemas seculares que iban a peor.

     La necesidad de afirmación del Estado frente a la cúpula militar. A menudo, el poder del ejército aparecía como superior al del Gobierno. Cuando un Estado no presta servicios, y sí cobra impuestos, se hace odioso. Un Estado odiado por sus propios ciudadanos, sólo se puede mantener con el recurso de la fuerza. Los militares llegaron a ser conscientes de ser imprescindibles, y ello hacía que algunos de ellos se creyeran con capacidad para tutelar a los gobernantes. La cantidad de “salvadores del país” sólo es comparable con los páises latinoamericanos.

     La necesidad de afirmación del Estado frente a los grandes capitales interiores y exteriores. Un Estado débil, necesita del capital, y el capital exige siempre privilegios y ventajas para sus negocios. Es la razón misma de su razón de ser. Y sólo un Estado fuerte es capaz de restringirles esos privilegios y someterles a la ley. Mientras tanto, los Estados, aunque aparezcan como muy autoritarios frente a sus propios ciudadanos, son vergonzantemente sumisos a las condiciones de los capitalistas extranjeros.

     El deber de intervencionismo del Estado en cuestiones sociales, era una cuestión defendida por Dato entre los conservadores, y por Canalejas entre los liberales. Esto implicaba meter en cintura a los empresarios, banqueros, integristas religiosos y militares, acostumbrados a sugerir las leyes que se debían hacer, o suprimir, y regular los derechos de los trabajadores, así como subvencionar sus carencias de vivienda, seguro de enfermedad, pagas en la vejez, y condiciones de trabajo. Ello requería también una mayor recaudación estatal.

     La necesidad de un catastro de bienes rusticos y urbanos, por el cual cada ciudadano pagara realmente por lo que tenía, y no por lo que se le suponía, así como de un control de depósitos bancarios y accionariales, a fin de poder recaudar lo suficiente para hacer efectivas las decisiones del Gobierno.

     Acabar con el vicio social de la concepción de la política como un medio de vida y de enriquecimiento personal, para el cual gran parte de los españoles estudiaban Derecho, y esperaban enriquecerse ellos, sus familias y sus allegados. La falta de moralidad implícita en este planteamiento se agrava en la idea de que el abogado puede construir relatos falsos con tal de defender a su cliente, hecho consagrado por un mal entendido “derecho de defensa”, cuando no se sostiene en la verdad y en la honestidad. Trasladado el problema a la política, todo en política resulta falso y artificioso. Aparte de ello, la justicia se convierte en un arma de los ricos contra los pobres que no pueden pagarse abogados. También los filósofos y los licenciados en Letras, hacían sus pinitos en la política. Por el contrario, había pocos estudiantes de Matemáticas, Física, Química, Comercio, Gestión de Empresas y aprendizaje de actividades industriales.

     ESTOS GRANDES PROBLEMAS, HABÍAN DADO LUGAR A OTROS, DERIVADOS DE ELLOS:

     Se habían iniciado los movimientos de autonomía nacional. Cada región creía poder funcionar mejor si prescindía del resto de las regiones del Estado.

     Los sindicatos reclamaban el poder, bien a través de una dictadura socialista, o bien a través de un nacionalsindicalismo. Eso significaba que consideraban fracasado el modelo de Estado burgués, y querían ensayar el Estado obrero.

La no afirmación del Estado frente a los capitalistas, llegó a producir una guerra de terrorismos entre el somatén de Cataluña, pagado por los empresarios, y los sindicalistas catalanes de CNT. Las fuerzas paramilitares se habían hecho dueñas de las calles de Barcelona. Pero este tema lo veremos en su momento

La conjunción de intereses capitalistas por el hierro de Melilla, con intereses militares de mantener estados de guerra, conduciría en 1906 a una guerra en Marruecos que se prolongaría desde 1907 a 1927. Se vivía en continua situación de guerra. Se había terminado la de Estados Unidos en 1898, y ya en 1906 se iniciaba otra. El Estado pensaba ingenuamente, que la solución a sus problemas vendría de la explotación de pueblos extraños, de las colonias.

Los partidos dinásticos estaban divididos en facciones, y cada líder de facción luchaba por la Jefatura del Gobierno contra sus propios compañeros de partido. El modo de vida aceptado en una economía no eficazmente productiva, era vivir de los recursos del Estado, y como esos recursos son limitados, todos tenían que luchar contra todos, a fin de repartirse “los carguillos”.

La Iglesia reclamaba privilegios a través de Concordatos, que eran una amenaza al Estado de abandonar sus servicios a la sociedad, si no se daban unas condiciones políticas y económicas determinadas.

     El cómo se iban a enfrentar los diversos Gobiernos a estos problemas, es la médula de las cuestiones a que nos vamos a enfrentar en los siguientes capítulos.

GOBIERNO, SAGASTA.

     17 mayo 1902 –15 de noviembre -3 diciembre 1902

     El 17 de mayo de 1902, Alfonso XIII fue proclamado Rey. El Gobierno, que había sido nombrado en 6 de marzo de 1901, dimitió para ponerse a las órdenes del nuevo Jefe de Estado. Alfonso XIII juró la Constitución y las leyes de España ante las Cortes, y fue proclamado Rey.

     Alfonso XIII confirmó a Sagasta en el Gobierno el 17 de mayo de 2002.

El Gobierno Sagasta:

  Presidencia del Consejo, Práxedes Mateo Sagasta, líder masón de Gran Oriente español.

  Estado, Juan Manuel Sánchez y Gutiérrez de Castro, duque consorte de Almodóvar del Río, representante de los intereses agrarios de Andalucía occidental.

  Gobernación, Segismundo Moret Prendergast, líder de los comerciantes gaditanos.

  Agricultura, Industria y Comercio y Obras Públicas, José Canalejas Méndez, filólogo por la Universidad de Madrid / 31 de mayo de 1902: Félix Suárez-Inclán González-Villar.

  Gracia y Justicia, Juan Montilla Adán, jurista andaluz.

  Guerra, Valeriano Weiler Nicolau, marqués de Tenerife.

  Marina, Cristóbal Colón de la Cerda, duque de Veragua.

  Hacienda, Tirso Rodrigáñez Mateo-Sagasta, sobrino de Práxedes Mateo Sagasta.

  Instrucción Pública y Bellas Artes, Álvaro de Figueroa y Torres conde de Romanones, gran terrateniente.

     Si añadimos a estos nombres el de Eugenio Montero Ríos, 1832-1914, líder de la red caciquil liberal de Galicia, y el de Manuel García Prieto, 1859-1938, marqués de Alhucemas, también líder de la red liberal gallega, tendremos a todo el grupo de los dirigentes liberales del momento.

     El primer Consejo de Ministros fue polémico, pues Alfonso XIII quería intervenir personalmente en asuntos de gobierno. Discutió con Weiler asuntos militares (como que no se debían cerrar las academias), y con el duque de Veragua la posible concesión pro el Rey de honores y medallas, sin presentarle el asunto las Cortes, lo cual fue juzgado inconstitucional por el duque de Veragua.

     El Rey era poco popular, y no hacía mucho por serlo: No recibió a los alcaldes en su viaje de 1902 por Asturias y Santander. Barcelona estaba en estado de Guerra desde enero. Andalucía tenía las habituales huelgas de jornaleros del campo. Bilbao padecía las continuas y violentas huelgas de mineros. Y a esos contratiempos habituales, se unían las huelgas de panaderos de San Sebastián, agricultores de Valencia, cargadores de Málaga, y otras. Todos los obreros eran fuertemente anticlericales. Las Cortes estaban suspendidas como casi siempre que había dificultades políticas.

          Las reformas del verano de 1902

Exigencia de título académico para impartir clases en colegios religiosos; Ordenación de las condiciones de trabajo de los obreros de Obras Públicas que utilizaban los concesionarios de esas obras; Fijación del horario laboral de la mujer en un máximo de 11 horas diarias y 66 semanales; Declaración de la licitud de la huelga por motivos laborales.

         Normalidad política en octubre.

     En octubre se reabrieron las Cortes, y se levantó la suspensión de garantías constitucionales buscando la normalidad. Contra esas medidas protestaron algunos Ministros, que fueron cambiados al poco:

         REMODELACIÓN DE 15 DE NOVIEMBRE DE 1902

  Presidencia del Consejo, Práxedes Mateo Sagasta.

  Estado, Juan Manuel Sánchez y Gutiérrez de Castro, duque consorte de Almodóvar del Río.

  Gobernación, Segismundo Moret Prendergast.

  Guerra, Valeriano Weyler Nicolau, marqués de Tenerife.

  Marina, Cristóbal Colón de la Cerda, duque de Veragua.

  Hacienda, Manuel Eguilior Llaguno, que sustituyó a Tirso Rodrigáñez Sagasta.

  Agricultura Industria Comercio y Obras Públicas, Amós Salvador Rodrigáñez, que sustituyó a Suárez Inclán

  Gracia y Justicia, Joaquín López Puigcerver, que sustituyó a Juan Montilla Adán.

  Instrucción Pública y Bellas Artes, Álvaro de Figueroa y Torres Mendieta, conde de Romanones.

         El Regeneracionismo político de Costa.

     Joaquín Costa Martínez decidió hacer un nuevo partido, esta vez con intelectuales universitarios, y en 1902 convocó a un grupo selecto a una conferencia que se titulaba Oligarquía y Caciquismo, a la que acudieron universitarios, periodistas, un integrista católico como Ortí Lara, un hombre de derecha cristiana como Gil Robles, el catalanista Rahola, el conservador Maura, y otros. Faltaron Alzola, Presidente de las Cámaras de Comercio que ya estaba con el Gobierno; las Cámaras de Comercio e Industria, que desconfiaban de Costa; y los miembros del partido liberal, que estaban gobernando.

Costa explicó: que “oligarcas” eran todos los que ejercían cargos de Gobierno o de oposición, y aceptaban la falsedad del sistema canovista, y que “caciques” eran los jefes locales que ejercían su poder e influencia económica en cada región o ciudad. Dijo que España era un régimen oligárquico, y que los partidos de la Restauración sólo estaban al servicio de esa oligarquía. Explicó que existían unas “clases sociales neutras”, no contaminadas por la política de falseamientos, que deberían tomar el poder. Negaba querer ser dictador. Por tanto deducimos que lo que quería era un presidencialismo. Expuso que la nación era menor de edad, y debía ser tutorada (cosa que repetirá más tarde y hasta la saciedad Francisco Franco, el gran “regeneracionista”). Dijo que el objetivo de un Gobierno futuro debía ser el acercamiento a Europa, entendiendo por Europa, los valores liberales de libertad, justicia, cultura y bienestar, y la implantación de una conciencia sana en los trabajadores.

Se considera a Costa un antecedente del fascismo, pero no es fascismo puro por cuanto no ataca las libertades individuales.

     Unamuno discrepaba de este pensamiento de Joaquín Costa, pues creía que la sociedad española no era degenerada, sino bárbara, que nunca había estado en la cultura europea liberal y, por tanto, no podía degenerar. Unamuno sí se rebelaba contra el pensamiento ultracatólico dominante “y dejemos la blasfemia de que no puede ser buen español quien no es buen católico”. Más tarde, en 1911, Unamuno ya no será europeísta porque ya no identificaba a Europa con los valores liberales y sociales, que sólo eran un mito, pero no se podían identificar con la realidad de Europa. Unamuno pretendía que el Estado no interviniera en cambiar a los españoles, sino que dejase a las comunidades rurales y de base y a los ciudadanos pobres, desarrollarse por sí mismos, porque en ellos subsisten los valores que pueden cambiar la sociedad. Mejor que no existieran salvadores de la patria.

     Como resultado del ambiente regeneracionista, se volvió a tomar el viejo tema de los regadíos y Rafael Gasset hizo un Plan de Obras Hidráulicas en 1902. Rafael Gasset Chinchilla, 1866-1927, había sido Ministro de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas, en 1900 y en julio de 1900, y había elaborado un proyecto regeneracionista, que salió adelante en Real Decreto de 25 de abril de 1902[1]. El Real Decreto era una declaración general de lso aspectos a considerar en la empresa de una obra hidráulica, y no hablaba de proyectos concretos, financiación, ni usos.

Rafael Gasset era regeneracionista del grupo de Camilo García de Polavieja, 1838-1914, militar que defendía la necesidad de un gran partido cristiano-militarista, que fuera capaz de realizar las reformas regeneracionistas que España necesitaba.

              Los problemas sociales en 1902.

     Respecto al problema obrero, Sagasta se negó a continuar los cambios iniciados por los conservadores. Canalejas defendió la necesidad de que el Estado interviniese en el derecho de asociación, y lo regulara según el Derecho común, no sólo para los religiosos, que parecía que era lo único en que pensaba Sagasta, sino para los obreros, y para toda la sociedad española. Incluso llegó a sugerir Canalejas que sería preciso reestruturar la propiedad agraria. Pero tampoco Canalejas pasó de los planteamientos teóricos.

     Los políticos de este tiempo, pensaban que el Estado no debía intervenir en materia de libertad de trabajo y de industria, y no eran capaces de ver que había más derechos humanos que estas libertades, como el derecho a poder planificar un futuro familiar, el derecho a dar educación a los hijos, el derecho a una vivienda digna, el derecho a disfrutar de la vida los pobres, y que, cuando existe una confrontación entre derechos distintos, se debe legislar y recortar de algún lado, para hacer posible la convivencia de derechos.

El culto a un derecho concreto, sin posibilidad de que en un momento dado un derecho deba subordinarse a otro, es irracional. El problema es quién decide en un tema tan polémico como los derechos humanos. A principios del XX, se ofrecia culto a la libertad de industria y de empresa. A este sentimiento de principios del siglo XX se le llamo “neoliberalismo”, porque predicaban que las tensiones entre obreros y patronos se resolverían solas, y en todo caso, las intervenciones de los políticos sólo empeoraban las cosas.

Dado que había entre los políticos un alto nivel de ignorancia económica, un alto nivel de corrupción, un alto nivel de protagonismo y de populismo, los neoliberales parecían tener razón en que cada intervención de un político estropeaba aún más aquello que tocaba.

     Y en el caso de España, la no intervención en materia laboral se justificaba en el pánico creado por los desastres de 1898, y en el temor a revoluciones como la de 1873. Y lo único que se les ocurría era recurrir a extremismos: los conservadores decían que había que volver a posiciones del Antiguo Régimen, y los revolucionarios decían que había que socializar el Estado. Mientras tanto, los verdaderamente liberales no tenían ni idea de qué debían hacer.

      Discrepancias entre socialistas y anarquistas.

     En 1902 hubo huelga convocada por los anarquistas y los socialistas se negaron a secundarla. Con ello acabó la pretendida fraternidad obrera y hubo muchas discusiones entre socialistas y anarquistas.

     En 1900 los anarquistas intentaban introducirse en todas las regiones españolas y organizaron su congreso en Madrid. Asistieron delegados de unas 200 sociedades anarquistas, pero la mayoría seguían siendo catalanes, valencianos y andaluces.

     Los anarquistas se dividieron en tendencias: dos grupos iniciales, revolucionarios y terroristas, y un grupo más tardío, sindicalista, que cuajó en CNT en 1911 y fue importante hasta 1936.

     De los dos grupos iniciales, el grupo mayoritario era de signo intelectual y se dedicaba a conseguir el autoperfeccionamiento y la educación racionalista del hombre a través de la organización de debates sobre temas tales como la propiedad, el amor libre, la ciudad o la enseñanza. Entre ellos se movía Ferrer, regidor de un colegio en el que se criticaba la religión y se ridiculizaban los dogmas a la luz de la razón, lo cual encolerizaba a los frailes y curas.

     Un grupo muy reducido optaba por el terrorismo, por la idea kropockiniana de la necesidad de desincentivar al burgués y al Estado atentando contra sus propiedades y personas.

     La CNT surgió con 30.000 afiliados en 1911, los aumentó a 73.000 en 1918 y tuvo su gran eclosión y extensión por todo el Estado en 1919, con 500.000 afiliados, y 1920, con 714.000 afiliados. En este año se escindió con motivo de la aparición del PCE, manteniéndose la mayoría en CNT, pero perdiendo un grupo que evolucionó al terrorismo y otro grupo que se afilió al PCE.

         a.- El anarquismo andaluz.

     La idea de repartir los latifundios entre todos los trabajadores andaluces no cabía en otro credo que en el anarquista. Los anarquistas andaluces habían sido, en 1866-74, republicanos exaltados o provinciales y se pasaron al anarquismo a partir de la restauración borbónica de 1874.

     A partir de 1881, fecha de creación de la Federación Regional de España, empezaron a aparecer muertos muchos perros y algunos guardas de los latifundios andaluces y a arder muchas cosechas. Los terratenientes entraron en pánico y decían que tenían delante una formidable organización terrorista, cuando sólo se trataba de los desesperados de siempre, un poco más arropados por la existencia de una organización anarquista. En 1883-84 los terratenientes identificaron a la organización terrorista a la que llamaron «La Mano Negra» deteniendo a unos cuantos energúmenos violentos y aplicándoles torturas hasta hacerles confesar su militancia en La Mano Negra y sus crímenes, tras de lo cual les castigaron a condenas desproporcionadas. Si creyeron que una acción ejemplar acabaría con los violentos, ocurrió que la solidaridad internacional empezó a destripar los juicios, torturas y condenas y demostrar que la justicia en España era una farsa y que los terroristas tenían razón.

     Las organizaciones anarquistas, las que se podían detectar, desaparecieron de Andalucía a partir de 1894, pero surgió una «jacquerie» intermitente, una rebelión de campesinos que prolongará sus acciones violentas hasta 1936 y aun más allá. Por ejemplo, en 1892, los campesinos de la comarca de Jerez asaltaron Jerez y se pusieron a asesinar en la calle a todos los que circulaban por ella bien vestidos. En 1903, se organizaron unas huelgas generales en Córdoba que hubieron de ser reducidas por hambre.

     Cada pueblo andaluz va a tener viviendo entre los campesinos, un apóstol del anarquismo, un predicador de la huelga, de la violencia, de la necesaria redención campesina que se ha de producir, bien accediendo a la tierra, bien haciendo que los políticos se ocupen del problema andaluz. Estos predicadores recorrerán los cortijos leyéndoles a los jornaleros recortes de prensa anarquista internacional, generalmente impresa en Sudamérica, y recitando catecismos anarquistas que se sabían de memoria. A todo ello solían añadir algún tema personal, que no tiene nada que ver con la revolución ni con el anarquismo, como la necesidad de la abstinencia sexual, el vegetarianismo o el ateísmo o anticlericalismo. Los libros más frecuentes que llevaban bajo el brazo siempre eran «La Conquista del Pan» de Kropockin y «Las Ruínas de Palmira» de Volney, libros que incluso podían ser repartidos en los pueblos donde encontraban un núcleo de simpatizantes suficientemente grande.

     Enemigos de la disciplina y de la organización, nunca organizaban células de partidos sino que se conformaban con las muestras de simpatía recibidas y la cosa quedaba así hasta la próxima visita de un predicador anarquista.

         b.- El anarquismo catalán.

     Fue un movimiento más tardío que el andaluz y mucho menos espontáneo. Fue organizado en torno al sindicalismo, es decir, mucho más bakuninista. El movimiento catalán surge de fuentes variadas: pequeños artesanos fabriles arruinados, emigrantes andaluces, y algunos obreros. Todos estos grupos eran captados por apóstoles italianos que llegaban al puerto clandestinamente, soltaban sus discursos y consignas y regresaban por donde habían venido.

     El anarquismo obrero creció debido a la intransigencia de los patronos catalanes en materia de sueldos, en su negativa a mejorar las condiciones de trabajo y en su petición continua a las autoridades para que reprimieran desórdenes. Ante esta postura, la opción anarquista de organizar huelgas y revueltas se fue haciendo cada vez más popular.

     Hacia 1903-04, los catalanes recibieron la doctrina de la huelga general revolucionaria. Este tipo de huelgas resultó un desastre: la gente declaraba la huelga y se iba a sus casas dejando solos en los disturbios a los exaltados líderes. Unos 200 líderes fueron encarcelados y unos 2.000 despedidos, lo cual no solo significó el fracaso de la huelga general sino el abandono de muchos obreros de un movimiento que se veía muy político y poco interesado en los problemas laborales reales.

     En 1907 Solidaridad Obrera de Barcelona es el grupo más fuerte del anarquismo y trata de expandirse creando federaciones regionales en distintas ciudades de España.

     La tentación de la violencia está siempre presente. Georges Sorell en la Carta de Amiens de 1906 expone una doctrina de la violencia en el supuesto de que el diálogo con los burgueses es siempre ineficaz, pero Sorell cambia la violencia-fuerza, por la violencia-tensión o amenaza constante de huelga general. Esta violencia tensión es adoptada también por los que no renuncian a la bomba y al asesinato.

         Crisis del Gobierno Sagasta.

     Cuando Maura y Canalejas se pasaron al Partido Liberal Conservador, y arrastraron con ellos a un buen número de Diputados, Sagasta perdió la mayoría en las Cortes.

     El Gobierno acabó haciendo crisis a principios de diciembre de 1902.

     Gamazo Gamazo Calvo había roto con el Partido Liberal Fusionista en 1898 porque consideraba que Sagasta estaba agotado. Lo constató cuando Sagasta se propuso hacer política anticlerical, pero no se atrevía a hacer política social. Y tampoco hacía política laboral, porque no se atrevía a enfrentarse a los empresarios. Gamazo dijo que él había sido liberal hasta que Sagasta rompió relaciones con Roma. Gamazo, primero intentó una alianza con Costa, pero Gamazo murió en 22 de noviembre de 1901 sin haber podido llegar a un acuerdo con Costa. El partido de Gamazo lo heredó Maura, su cuñado.

     Canalejas rompió con Sagasta porque éste se avenía a componendas políticas transigiendo en lo respectivo a las decisiones tomadas por el partido. Era un candidato a suceder al viejo Sagasta. Los otros tres eran López Domínguez, Moret (apoyado por el duque de Tetuán y por Romero Robledo) y Romanones.

     Sagasta encargó a Montero Ríos la redacción de un nuevo programa de partido en diciembre de 1902. El proyecto no estaría listo a la muerte de Sagasta en enero de 1903, y quedó en espera.

     Silvela se entendió con Maura en otoño de 1902, y la unión de ambos conformó un grupo de Diputados potente y distinto al de Sagasta. El acuerdo entre los dos nuevos líderes hablaba de sanear los Ayuntamientos y modernizar las costumbres españolas, de modo que el ciudadano se animara a participar activamente en política. Debemos entender que estaban hablando de acabar con el caciquismo. Mientras tanto, a los Liberales Fusionistas no les quedaba más recurso que el sistema de caciques, o su partido desaparecería.

Sagasta constataba el caos político, económico y social existente y dimitió en diciembre de 1902, pocos meses antes de morir.

         Renovación generacional.

     La desaparición política de Sagasta, dimitido en diciembre de 1902, y muerto en 5 de enero de 1903, marca el final de una generación de políticos de la Restauración:

  En 1895 murió el republicano Ruiz Zorrilla.

  En agosto de 1897 murió Antonio Cánovas.

  En marzo de 1899 murió Emilio Castelar.

  En julio de 1899 murió Martínez-Campos.

  En enero de 1903 murió Práxedes Mateo Sagasta.


[1] Ortega Cantero, Nicolás. “El Plan de Obras Hidráulicas”, en Revista de Obras Públicas  LXXXII, 2643. Universidad Autónoma de Madrid.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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