GANADERÍA Y SILVICULTURA ESPAÑOLAS A PRINCIPIOS DEL XX.

              LA GANADERÍA ESPAÑOLA EN EL XX.

     Es difícil hablar de la ganadería española en el XX porque se pasó de un tipo de ganadería familiar, en pequeñas explotaciones muchas veces no dadas de alta, y desconocidas para la Administración, a un ganadería intensiva y estabulada, controlada por servicios veterinarios, y acogida muchas veces a subvenciones. Antes de 1936, creemos que las cifras oficiales estaban siempre por debajo de la realidad.

     Además, los censos ganaderos eran discontinuos, hasta que en 1960 fueron anuales, pero no se contabilizaban aves, conejos, ni animales menores de un año. Y en todo caso, hablan de cabezas, pero no de peso de los animales, factor que puede cambiar mucho el aspecto del problema sin variar las cifras.

     Los censos ganaderos en miles de cabezas[1]:

  año      vacuno    ovino     caprino    porcino 

 1910       2.368    15.969     3.216      2.424

 1920       3.396    19.237     3.970      4.228

 1930       3.563    20.046     4.607      5.102

 1940       3.897    24.237     6.249      5.613

 1950       3.112    16.344     4.135      2.688

 1960       3.640    22.622     3.299      6.032

 1970       4.282    17.005     2.551      7.621

 1980       4.495    14.180     1.977     11.263

 1990       5.126    24.037     3.663     16.001

 2000       6.164    24.400     2.830     22.149

 2010       6.075    18.552     2.904     25.704

  año    caballar  mular   asnal

 1910        520     885     837

 1920        594   1.079   1.013

 1930        562   1.174   1.006

 1940        592   1.130     851

 1950        642   1.089     732

 1960        506   1.158     686

 1970        282     533     363

 1980        242     199     188

 1990        248     117     140

 2000        238      28      55

 2010        318       –       –

     De la lectura del cuadro general se observa:

     El vacuno ha ido en constante aumento todo el siglo XX, excepto en el periodo de la posguerra, o del hambre, de 1939 a 1947. La cornisa cantábrica hizo una reconversión fuerte hacia la ganadería vacuna de leche, haciendo desaparecer muchos cultivos para transformarlos en prados.

     El ovino sufrió muchas variaciones: aumento en el primer tercio de siglo y caída en la posguerra, y variaciones pendulantes en años sucesivos, según la política de protección, o desarrollo de la economía quesera, la cual es notable a partir de 1980.

     El caprino duplicó cifras hasta la Guerra Civil de 1936, y luego decayó notablemente hasta la llegada de las políticas proteccionistas y de elaboraciones de quesos.

     El porcino tuvo aumentos hasta la Guerra Civil, y ese aumento fue espectacular a partir de 1960, cuando se comercializó masivamente el jamón y los embutidos, y otro gran aumento a partir de 1980, cuando se internacionalizó este comercio. El jamón y los embutidos eran productos elaborados por cada familia en las zonas de inviernos fríos desde hacía muchos siglos, y apenas era comercializable, pues casi todos los españoles tenían su propia producción. Pero el fenómeno de la urbanización significó la aparición de una fuerte demanda urbana. Como era imposible que las familias atendieran esa demanda, pues producían para el autoconsumo, la solución fue la aparición de múltiples mataderos-frigorífico, que fabricaban chacina. Una vez aparecidas las técnicas de fabricación masiva a demanda del mercado, el resto fue seguir las reglas del capitalismo comercial. Salamanca, Castilla la Nueva, Teruel, Extremadura y Andalucía occidental introdujeron ganadería porcina. El resultado global fue que éste sector ganadero se multiplicó por 5 en este periodo.

     El caballar tuvo cifras constantes hasta la Guerra Civil, y creció en la posguerra cuando significaba un estatus social, o el ascenso en el estatus social de las clases rurales medias y pobres. Pero en los años setenta ese estatus se reconocía en el automóvil, y la ganadería caballar se redujo a los medios rurales donde se podía efectivamente alimentar a un caballo, y se le daba alguna utilidad.

     El ganado mular es muy especial. El mulo es un híbrido no fértil de caballo y burra por lo regular, o de burro y yegua menos habitualmente, y tiene muchas más fuerza que el burro y es menos nervioso que el caballo, a la vez que más dócil. Era un excelente animal de tiro y de carga. Pero la aparición de las furgonetas y camiones, así como las carreteras, acabó con él a partir de 1960, llegando a carecer de importancia estadística a fin de siglo.

     Algo parecido le ocurrió al ganado asnal, del cual hay muchas especies, grandes y pequeñas en tamaño corporal. Es un animal muy sobrio y muy dócil, e incluso muy inteligente. Pero la desaparición de los pueblos pequeños, y la aparición de vehículos, acabaron con él a fines del siglo XX.

     En cuanto a las aves de corral, gallinas y pavos principalmente, son especies muy difíciles de controlar. Antiguamente y hasta 1960, todas las familias rurales tenían algunas aves en su corral, alimentadas con residuos de comida y granos. Pero el abandono del campo, y la inseguridad ciudadana, hicieron que se abandonasen estos sistemas extensivos, para criarlas intensivamente en granjas. La demanda de huevos y carne de ave es altísima, porque es carne de buena calidad y bajo precio. El número oscila mucho según condiciones del mercado y es una oferta muy flexible.

              La ganadería intensiva.

     Hacia 1965 se produjo en España un cambio fundamental en la ganadería, y fue la generalización de la ganadería intensiva estabulada, con establos calefactados, mecanización de los sistemas de alimentación, y de ordeño. Los piensos bajaron de precio y estaban disponibles en abundancia. Y a la vez, se produjo un control veterinario muy efectivo sobre toda la cabaña ganadera, con los crotales correspondientes para cada animal. A partir de ese momento, la ganadería se subordinó a la demanda de la industria y el comercio, que pedía esencialmente carne y leche.

         La Unión europea y la ganadería.

     Hacia 1985, se produjo un nuevo cambio que fue la limitación de cabezas permitidas por la Unión Europea, porque España estaba dispuesta a multiplicar su cabaña ganadera hasta donde le dejaran, pero ello significaría superproducción en Europa. Este punto no afectaba a los cerdos, pues no había competencia en la mercantilización de jamones y chorizos españoles, y el mercado era mucho mayor que la posible producción. Los límites se encontraron entonces en la disponibilidad de terrenos, y en la contaminación que suponen las granjas. A final de siglo, el 50% del ganado dependía exclusivamente de piensos y cultivos forrajeros, y no salía a pastar al campo.

     La ganadería española de primer tercio del XX.

     El valor global de los productos agrícolas creció en un 50%, pero de ello no se deduce que los agricultores se enriquecieran en ese porcentaje, sino que algunas minorías hicieron buenos negocios, los propietarios aprovecharon para subir las rentas, mientras que los jornaleros y arrendatarios se quedaron como estaban, o peor si subían demasiado los precios respecto a los salarios.

     Al iniciarse el siglo XX hubo selección del ganado y se introdujeron razas nuevas, principalmente vacas suizas y holandesas, de más rendimiento en leche, que era lo buscado, y en carne, que tenía peor salida. Las nuevas razas eran muy delicadas y no estaban acostumbradas a vivir a la intemperie, y debían ser estabuladas y protegidas del frío, y bien alimentadas. Para ello era imprescindible mejorar los cultivos forrajeros y se recurrió mucho a la alfalfa, había que combatir las epizootias, había que mejorar la higiene del ganado limpiándole y limpiando el establo. Como el saltus se iba marginando progresivamente en beneficio del ager, los animales no disponían apenas de pastos y eran alimentados con centeno, cebada, maíz, avena, algarrobas y habas.

     El número de animales se multiplicó de 1900 a 1930 en todas las especies ganaderas:

  Los cerdos se multiplicaron por 2,9, aunque los años eran variables unos a otros.

  Las ovejas, caballos, asnos y mulas se multiplicaron por 1,5.

  Las vacas se multiplicaron por 1,33.

  Las cabras se multiplicaron por 1,25.

     En 1910 había en España unas 25 millones de cabezas de ganado, pasaron a 33 millones en 1919, y a 35 millones en 1929.

     Los precios de los animales subieron en este mismo periodo:

  La mula, que valía 500 pesetas en 1910, valió 600 en 1920.

  El caballo, que valía 400 pesetas en 1910, valió 450 en 1920.

  La vaca que valía 350 pesetas en 1910, valió 500 en 1920.

  El asno que valía 100 pesetas en 1910, valió 125 en 1920.

  El cerdo que valía 40 pesetas en 1910, valió 35 en 1920. Perdió precio en este caso.

  La cabra que valía 20 pesetas en 1910, valió 30 pesetas en 1920.

  La oveja que valía 15 pesetas en 1910, valió 25 en 1920.

     Y hacia 1930 se produjo un fenómeno nuevo, la carne pasó a ser el negocio que más dinero dejaba, y superó a la leche que era el negocio tradicional. La lana se cotizaba muy poco y ello auguraba poco porvenir para la cabaña lanera.

                   EL BOSQUE.

Tres animales y el hombre, destruyeron el bosque peninsular: El burro dejado en libertad tiene la extraña costumbre de descortezar tres o cuatro árboles diarios a mordiscos, sin que ello tenga utilidad alguna para él. Cuando el bosque ha sido esquilmado y reducido a unos pocos árboles, el burro sigue su costumbre y arrasa los residuos de bosque. La cabra se come las cortezas blandas de los pimpollos y las ramas más frescas del matorral. En condiciones normales elimina mucho sotobosque cuyo exceso es perjudicial, pero en condiciones de bosque residual acaba con los ejemplares jóvenes. La oveja arranca de raíz la mata de hierba antes de comérsela, por lo que tras el paso de un rebaño, la vegetación herbácea queda arrasada hasta la temporada siguiente. Cuando los pastos naturales son abundantes, no importa su acción, porque a la vez estercola la tierra, pero cuando los pastos son muy pocos, acaba con el nivel más bajo del bosque, la pradera. La acción de estos animales resulta positiva en los bosques naturales, en donde abren claros y agotan buena parte del sotobosque y de la pradera, y negativa, en los bosques desbrozados por el hombre en los que sólo ha dejado los árboles que le interesan. Son tremendamente destructivos en los lugares en los que sólo quedan residuos del bosque inicial. Estos animales resultan útiles cuando son utilizados racionalmente por el hombre.

Pero el hombre es el peor destructor del medio: el hombre corta madera para la industria del mueble, para la construcción, para quemar, para hacer cisco (carbón vegetal). El hombre destruye el monte bajo para hacer rozas, y destruye el prado por sobreexplotación ganadera provocando a continuación la destrucción de la capa de humus. Cuando estas extracciones de madera y combustible están por encima de las posibilidades de regeneración natural, o se hacen sin necesidad primaria alguna, excepto la de enriquecerse, la de crear espacios de divertimento no sostenibles, la del capricho de que “yo con lo mío hago lo que quiero”, la destrucción del medio natural es un crimen. A pesar de que el hombre es un ser racional, la racionalidad es patrimonio de algunos individuos, y casi nunca de los colectivos humanos, a no ser que éstos se hallen dirigidos por líderes racionales, lo cual no es demasiado frecuente.

     Una prueba de irracionalidad, o de estupidez humana, se produjo en el siglo XIX en España: En el siglo XIX, existía la teoría en España de que los árboles eran dañinos porque agotaban la tierra, y porque criaban pájaros que se comían las cosechas. Así que hubo una auténtica furia por destruir zonas de arbolado donde creían que, una vez quemados los árboles, se podía cultivar. Los árboles sólo se salvaron en los latifundios, lo cual es un dato a favor del latifundio, del que tanto se hablado para mal. Y una vez desprotegido el suelo vegetal de raíces que lo cohesionan, las lluvias torrenciales destruyen el suelo.

Respecto al problema del combustible, se decía en el siglo XIX que los árboles salían solos por todas partes, con sólo esperar unos años. Después de una época de racionalización en el siglo XVIII, se llegó a una época de irracionalidad en el XIX, y no fue mucho mejor en el XX.

     Tras las talas de los siglos XVI, XVII y XVIII, las creencias del XIX fueron funestas para el bosque. La idea de la repoblación no cuajó hasta el siglo XX. Tras las talas e incendios masivos, las sequías estivales fueron más prolongadas porque el suelo no retenía agua, y las riadas más destructivas, porque arrastraban el suelo. En muchos sitios, diez años después de talado un bosque, ya no es posible volver a plantar otro, y ni siquiera es posible la agricultura por falta de suelo vegetal suficiente. Y lo que se destruye en unos días talando o quemando, cuando después se produce la pérdida de suelo vegetal, tarda en recuperarse 200 ó 300 años de esfuerzos continuados. La desproporción es tan evidente que el juego de respeto a las minorías disconformes con la racionalidad, no es posible. La naturaleza no lo permite. La naturaleza no permite “ensayos” de advenedizos, pues sus fracasos no son asumibles por el conjunto de la humanidad. El medio natural no es un “juego democrático” de los que entienden que la democracia es votar, sino que impone la gran verdad de que la democracia es el respeto a las leyes de la naturaleza y a los derechos humanos. Lo demás es estupidez, aunque sea ratificado por miles o por millones de personas con sus votos.

     El monte no es intocable. Es más, se debe intervenir en él para protegerle. El hombre debe racionalizar la existencia y el uso del monte. La costumbre ancestral era hacer unos aprovechamientos, que resultaban muy positivos para el bosque: al final del otoño se hacían rozas y limpias en los comunales, y se abrían caminos y sendas para hacerlo accesible. Y la madera, ramas y hojas obtenidas de este trabajo, se repartían entre los vecinos del pueblo tanto para usos madereros, como para leña y humus. De esta forma se prevenían incendios de la siguiente temporada de primavera y verano. Además, los vecinos podían solicitar permiso al Ayuntamiento para cortar algunos árboles, los cuales servían para construir y reparar casas, hacer carros y aperos de labranza y útiles de artesanía. Como la demanda era limitada, estas cortas controladas venían bien al bosque abriendo claros de forma que fuera accesible por todas partes. Los grandes árboles, que tenían mucha demanda, eran subastados por el Ayuntamiento y eran utilizados para vigas de construcción, muebles, traviesas de ferrocarril, pero su tala estaba limitada. Los pequeños eran utilizados para hacer carbón vegetal (cisco), o para los hogares familiares. Y los Ayuntamientos eran los encargados de la extracción de madera de sus bosques.

     Tanto la sobreexplotación, como el abandono de los bosques a la acción de la naturaleza, son dos males a combatir por igual. Los incendios, las sequías y las lluvias torrenciales, ponen a prueba la actitud del hombre en el bosque.

     Política forestal española a principios del XIX.

El 24 de junio de 1908 se hizo una declaración sobre los montes y terrenos de interés general y utilidad pública que debían repoblarse forestalmente, sobre los montes existentes y sobre los terrenos que debían repoblarse.

A partir de 1914, la demanda de madera fue muy grande, pues los países beligerantes europeos la demandaban. En España se deforestó mucho y las posibilidades del negocio les hicieron olvidarse de las ideas de cuidar los montes. El 24 de julio de 1918 hubo de promulgarse una Ley de Defensa de los Bosques, la cual exigía permisos para hacer talas en fincas privadas. Esta Ley de 1918, se complementó con otra de 1924 que reguló las cortas de arbolado y las roturaciones en territorios particulares.

En la época citada, de 1914 a 1920, se perdieron unos 3.000.000 de hectáreas de bosque, casi todo privado. Teniendo en cuenta que los montes públicos, ocupaban en la época 1860-1880, unas 35.000.000 de hectáreas, la pérdida de arbolado a principios del XX fue grande.

Hacia 1922, se habían catalogado como montes exceptuados de desamortización por ser de utilidad pública y de interés general una serie de terrenos:

  Los dependientes del Ministerio de Fomento: había montes del Servicio Forestal del Ministerio de Fomento, montes de los pueblos y montes de establecimientos públicos de una extensión con una extensión de 5.320.000 hectáreas.

  Los dependientes del Ministerio de Hacienda, se habían catalogado como dehesas boyales, comunales y terrenos no enajenables, 1.646.974 hectáreas.

  Y aparte, se habían catalogado como pastizales y monte alto y bajo otros 25.000.000 de hectáreas.

     La labor de conocer cuánto monte existía y dónde estaba situado, era fundamental para iniciar una política de protección al bosque y a los montes propiamente dichos. Volvemos a la necesidad de un buen catastro del que no se dispuso hasta segunda mitad del XX.

         Especies arbóreas españolas.

     La Península Ibérica es un país de grandes variaciones climáticas y edafológicas: en primer lugar, existe la llamada Iberia Húmeda, que recibe más 800 litros de precipitación al año, y está al norte de una línea que arrancara en la desembocadura del Duero, y siguiera por las cumbres de la Cordillera Cantábrica, País Vasco, zonas altas de los Pirineos y toda la provincia de Gerona. También tenemos zonas de mucha precipitación en zonas de la Ibérica, el Sistema Central, la cabecera del Guadalquivir, la Penibética, y la Serranía de Ronda.

     Esta Iberia Húmeda se divide en dos zonas edafológicas, separadas por los Picos de Europa: al oeste nos encontramos la zona silícea, y al este la zona calcárea.

     En la Iberia Húmeda es típico el bosque caducifolio con sotobosque y pradera en los claros. El árbol fundamental es el roble, en sus variedades de quercus pedunculata y quercus sesiliflora. Se acompaña de alisos, hayas, álamos, cerezos silvestres, maíllos, fresnos, sauces, serbales… En cuanto a vegetación de matorral, son típicos los helechos, génistas y acebos, así como el tojo (también conocido como aliaga, árguma, o escajo). Y en cuanto a vegetación herbácea, son típicas las gramíneas.

     En la parte occidental o de suelo ácido de la Iberia Húmeda, podemos encontrar roble rebollo, o negral, roble pirinaico en la zona silícea de los Pirineos, y a menudo abetos, tanto la variedad blanca como la negra. En las zonas bajas podemos encontrar abedul y tilos. Como matorral, encontramos brezos espinosos.

     Se dice que los romanos fueron los introductores del castaño (castanea sativa) para sus legiones, y posteriormente el hombre ha introducido también pinos de varias clases.

     En la parte oriental o de suelos calcáreos de la Iberia Húmeda, el árbol característico es el haya, acompañado del tilo vulgar, así como el arce. Y en la Subbética húmeda encontramos el abeto pinsapo. El árbol que se hizo símbolo de los pueblos prerromanos cantábricos fue el tejo.

     En las zonas más cálidas encontramos acebuche silvestre.

     La Iberia Seca es la que recibe menos de 800 litros de precipitaciones al año y, dentro de ella podemos abrir una gradación entre esa cantidad al sur de la Cordillera Cantábrica, y los 200 litros que recibe el desierto de Almería.

     El árbol característico de la Iberia seca es la encina, quercus ilex. En muchas partes ha sido exterminada durante los siglos recientes, para obtener madera, o para roturar campos. En la zona lusitánica, el árbol típico es el roble carvallo o quercus lusitánica.

     En los suelos ácidos del oeste, encontramos alcornoques y enebros, aunque también encontramos alcornocales cerca de Gerona.

     El árbol de los suelos calcáreos secos es la sabina, juniperus thurífera, en sus variedades alvar y negra. Son característicos sus frutos esféricos de caras pentagonales. También hay coscojas (garriga, carrasca).

La zona desértica de Almería y sus proximidades, tiene palmeras datileras y acacias en zonas menos secas, y palmitos, chumberas (nopales), pitas (aloes), y esparto.

     El hombre introdujo hace miles de años el olivo en las zonas cálidas de Andalucía, Extremadura, Castilla La Mancha, y Valle del Ebro.

              El matorral.

En la zona occidental ácida, de suelo silíceo, el matorral está integrado por enebros, jaras, brezos, endrinos, cantuesos, romeros y retamas-genistas.

En la zona oriental o de suelo calcáreo, el matorral está integrado por tomillo, espliego (lavanda en francés), salvia, y coscojas. Y también se encuentra la génista, romero y la adelfa.

         Islotes de bosque.

En localizaciones pequeñas húmedas como riberas de los ríos, podemos encontrar álamos y fresnos.

El olmo se podía encontrar por todas partes hasta hace unos 50 años, pero la plaga de hongos específica, ha acabado con miles de ejemplares.

     En 1922 se había hallado que la especie arbórea más abundante en España era el pino, seguido del roble, alcornoque, haya, encina y quejigo.

Hacia 1850, Adán de Yarza había introducido en España el pinus radiata, llamado también pinus insignis, pino de California, o pino de Monterrey, que se daba muy bien en el norte húmedo. Era utilizable a los 20 años de la plantación. También se introdujo en el norte de España el eucaliptus globulus, de madera blanca y dura, y de altura considerable hasta 20 metros. En Extremadura y el suroeste español se introdujo el eucaliptus camalduensis, resistente al frío.

     Igualmente, en 1922 se determinó que la planta de más utilidad en montes bajos era el esparto.

     En cuanto a las variaciones por altitud, en las laderas de las montañas, la Península Ibérica tiene abundantes montes, distribuidos por todas partes de su territorio, de hasta 2.000 metros de altitud, algunos pocos un poco más altos. Como la altitud produce una gradación térmica y de pluviosidad, las laderas de los montes tienen una enorme variedad edafológica. El caso más espectacular es el de la Penibética, pues se asciende del desierto mediterráneo hasta casi los 3.500 metros en dos horas de automóvil. Pero hay muchos más de estos ejemplos, como los Picos de Europa hasta los 2.600 metros, los Pirineos hasta los 3.400 metros, el Moncayo hasta los 2.300 metros, la Sierra de Gredos hasta casi los 2.600 metros… y no podemos olvidar el Teide en la isla de Tenerife, que es la mayor altitud de España y está situado en zona tropical. En la Península Ibérica lo normal es que la vegetación desaparezca por encima de los 2.000 metros de altitud, por causa del frío.


[1] Fuente; David Soto Fernández, Manuel González de Medina, Juan Infante Amate, Gloria Guzmán Casado. La evolución de la ganadería española, 1752-2012. Universidad Pablo Olavide de Sevilla.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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