EL REGENERACIONISMO ESPAÑOL DEL SIGLO XIX.

Contenido esencial: características y tipos de regeneracionismo. Regeneracionistas más conocidos.

REGENERACIONISMO[1][2]

El término regeneracionismo proviene de la idea de que España había entrado en decadencia, pero de que era un país rico que había que regenerar, para recuperar supuestas glorias del pasado.

El regeneracionismo es un movimiento de empresarios y comerciantes, de universitarios y militares españoles, de políticos y funcionarios de fines del XIX en el momento en que sentían que se acababa su época, una época de dominio sobre la sociedad española, que había durado siglos. Ello les producía la consiguiente inquietud. Su época se había basado en tener fuertes contactos entre los negocios y los políticos de turno, lo cual les permitía el dominio completo de la sociedad por medio del caciquismo. Los gobernantes se decían liberales, pero su posicionamiento era altamente antiliberal en cuanto a libertades no económicas. Se destacaba su conservadurismo y esfuerzos por mantener un modelo de sociedad elitista y tradicional. Su liberalismo se reducía a unas declaraciones de libertad que les permitiera a ellos hacer sus negocios, con la plena seguridad que les daba el apoyo y garantía del Estado. Querían regenerar el viejo orden social y económico, eliminando lo que pensaban que eran los defectos del tiempo presente. No pensaban tanto en planificar los tiempos futuros.

     Las críticas más duras que hicieron los regeneracionistas al Gobierno de España surgieron a raíz de la destitución de Weyler en el invierno de 1897, cuando España iba ganando la guerra a los independentistas cubanos, meses antes de la derrota ante los Estados Unidos. Y las críticas volvieron en el otoño de 1898, cuando la derrota era un hecho. Sus preocupaciones eran evidentes, pues estaban perdiendo sus negocios radicados en colonias y también los negocios protegidos por el Estado en la España peninsular. Por eso, regeneracionismo se relaciona enseguida con final del siglo XIX, aunque perduró a principios del XX.

El término regeneracionismo en sí, tal vez se fijó definitivamente en 23 de marzo de 1914, cuando José Ortega y Gasset pronunció un discurso en el Teatro de la Comedia de Madrid y pidió la regeneración de España por medio de la liquidación de la política de la Restauración. Ortega empezó a hablar de una “España oficial” que era la mayoría de los españoles, los cuales aceptaban el poder constituido, y una “España vital” o minoría que quería cambiar la realidad política y económica española. Decía que como la regeneración no podría llegar desde el poder establecido, debía llegar desde abajo.

          Crisis en España a fines del XIX.

     La crisis del Estado a fines del XIX era más profunda de lo que decían los regeneracionistas: era un hecho objetivo que España estaba en quiebra financiera del Estado y de muchos bancos que prestaban al Estado, y que los españoles veían deteriorarse esa deuda. Pero la situación provenía de hacía más de cien años, y los españoles ya se habían acostumbrado a vivir en situación de quiebra. La quiebra venía desde tiempos de Carlos III en el siglo XVIII. Y el proceso de tratamiento de la quiebra venía repitiendo un ciclo, en el que había una leve recuperación, seguida de un gran gasto, generalmente bélico, es decir irrecuperable. A fines del XIX, el esquema siguió funcionando fatídicamente, y en 1895 se inició la guerra en Cuba y Filipinas, y la deuda volvió a crecer. Esta vez, el hundimiento de las expectativas burguesas fue definitivo, y se denominó “desastre”.

     La crisis del país, venía también desde tiempo atrás, cuando los burgueses habían tomado el Estado en su propio beneficio, y habían transformado el liberalismo, renuncia a los privilegios y desarrollo de derechos iguales para todos los españoles, en el llamado “liberalismo económico” consistente en cada uno hiciera lo que pudiera con lo suyo. En esa situación legal, el rico siempre se aprovecha de los pobres hasta límites inmorales. El liberalismo, entendido como ausencia de toda regla impuesta desde el Estado, se debe someter a unas normas éticas mínimas, que deben ser previstas mediante leyes, o de lo contrario, se convierte en un monstruo. Y ante el monstruo de la inmoralidad, todos los utópicos y revolucionarios en general, en vez de pedir la vuelta a las condiciones de moralidad iniciales, legalité, egalité, fraternité, piden la dectrucción del sistema liberal y la aceptación de sus modelos políticos diferentes, cada uno el suyo y todos diferentes y muchas veces incompatibles.

El empobrecimiento progresivo de los pobres, destruye el mercado que los ricos consideran suyo. Entonces, los ricos lloran, y piden al Estado protección para sus negocios. Y como ellos mismos dominan las estructuras del Estado, se conceden a sí mismos privilegios y subvenciones, con el pretexto de defender los intereses del Estado. Ello provoca la crisis del Estado. Pero los ricos nunca aceptaron que la crisis la habían provocado ellos mismos, y la estaban agrandando cada día ellos mismos. Y los intelectuales de medio pelo, aceptaban el hecho de que existieran los privilegios, y hacían propuestas para que la explotación de los pobres pudiera seguir perdurando más años, y lo llamaban regeneracionismo. El regeneracionismo era por tanto, fuertemente conservador.

     El regeneracionismo era pues una aceptación de la idea del fracaso secular de España en ese momento, de que nunca sería una potencia industrial, comercial y bancaria como Francia o Gran Bretaña. En su irracionalidad, los regeneracionistas no analizaban la necesidad de un desarrollo industrial y financiero, para poder continuar el desarrollo agrícola, no consideraban la economía y la sociedad como un todo en el que lo prioritario ya no era el sector primario.

         Características del regeneracionismo.

     España, a fin de siglo XIX, era un país agrícola, y exportaba materias primas y alimentos, sobre todo minerales, vino, fruta y aceite. Las manufacturas eran una pequeña parte de su exportación. Costa y Paraíso tenían por ello una fijación en el desarrollo agrícola, porque no veían posibilidades a corto plazo de que España se convirtiera en potencia industrial y comercial. Este era el error de aquel tiempo, y no sólo de los regeneracionistas. Querían salvar el modelo económico del pasado y se negaban a mirar a la cara al nuevo modelo que ya dominaba en Europa occidental, y que era fundamentalmente industrial y comercial, por más que los industriales y comerciantes confiasen todavía parte de sus ahorros a comprar fincas, es decir, a la economía en que más confiaban. En el futuro, la economía industrial y comercial daría paso a una economía de servicios, pero nunca regresó al sistema agrícola que los regeneracionistas demandaban. Pero este último cambio estaba muy lejos de las posibilidades de percepción de los hombres de fines del XIX. No tuvo lugar hasta la segunda mitad del XX.

Los regeneracionistas estaban de acuerdo en la necesidad de un despertar nacional, pero cada uno lo hacía en un sentido diferente. No eran un movimiento homogéneo. Veían posibilidades de regeneración del país, pero proponían soluciones distintas. Todos creían en la idea de España y, en ese sentido se oponían a los regionalistas independentistas, los cuales afirmaban que España era un error histórico que debía ser enmendado mediante un proyecto federal, casi siempre republicano federal, para repensar España como un conglomerado de naciones. Los del proyecto federal dieron en llamarse a sí mismos izquierda, y en llamar a los partidarios de un Estado unitario derecha, sin el menor fundamento racional para ello. Una parte no es más progresista que la otra, y los términos sólo sirven para entendernos. Cada parte presume de ser más progresista que la otra, y como progresismo se identifica con izquierdas en el sentir popular, muchos prefieren ser denominados como izquierdas, sin que encontremos razones para calificarlos de ese modo.

Otra característica común a los regeneracionistas, es la que puso de manifiesto Villaverde: predicaban un gran programa de reformas, algunas de ellas gigantescas y a muy largo plazo, sin un programa de financiación de las mismas, lo cual hacía imposible la realización de esas reformas. Se necesitarían más de cien años para poder financiarlas. De hecho, cuando se emprendieron algunas de ellas, en tiempos de Primo de Rivera o Franco, siempre se quedaron en porcentajes de realización mínimos, próximos al 20% de lo proyectado, y dejando unas deudas inasumibles para el futuro. Esta característica hace que el profano se entusiasme fácilmente con la lectura de los programas regeneracionistas, siempre que omita el pensar en quién los pagará y a qué precio.

Los regeneracionistas son a menudo conservadores, aunque los hay de todas las ideologías políticas, pero incluso los regeneracionistas conservadores, que hablaban de mantener la economía tradicional agrícola, no participan de las ideas del Partido Conservador más derechista, que creía que nada debía cambiar, sino regenerarse conservando sus viejas creencias y estructuras económicas.

     Origen del regeneracionismo.

De alguna manera, se puede considerar regeneracionismo el krausismo español, el cual pretendía regenerar la cultura española a través de la Institución Libre de Enseñanza, libertad de cátedra en la Universidad, y acceso de los jóvenes españoles a las Universidades europeas. Era una utopía a mediados del XIX, pero empezó a cosechar frutos a finales de siglo. A estos krausistas, que eran conservadores, se opuso el catolicismo, el Partido Conservador y el Carlismo, más de derechas todavía. Pero situamos el regeneracionismo a fines del XIX, y nos limitaremos a la época histórica de fines del XIX y principios del XX. De otro modo, nos perderíamos en consideraciones de si el liberalismo era también un regeneracionismo, o la ilustración lo era. Incluir el krausismo suele aludir a que la mayor parte de los regeneracionistas eran krausistas.

Se consideran parte del regeneracionismo, el manifiesto de Polavieja de septiembre de 1898, el manifiesto de Unió Catalanista y Prat de la Riba en noviembre de 1898, el manifiesto de Joaquín Costa en la Cámara Agraria del Alto Aragón, y el manifiesto de Paraíso en la asamblea de Zaragoza de las Cámaras de Comercio, y el discurso de Costa de febrero de 1899. Igualmente, se consideran regeneracionistas a Francisco Silvela, a Antonio Maura, a Romanones, a Santiago Alba, a Miguel Primo de Rivera… e incluso cabe Francisco Franco.

     Los regeneracionistas aprovechaban el ambiente de descontento creado en España tanto por el proteccionismo de Cánovas como por el liberalismo de Sagasta. Lo esencial en ambos casos era el mantenimiento del caciquismo, lo cual había creado un ambiente contestatario, que algunos quisieron aprovechar a su favor para su carrera política. Muchos de los descontentos no eran verdaderos regeneracionistas. Los más optimistas, pensaban que explotaciones agrícolas de 40 hectáreas, serían suficientes en Castilla la Vieja para que una familia viviera holgadamente. No tenían en cuenta la natural tendencia de hundimiento de los precios agrícolas a medida que se desarrollan la industria y los servicios. Daban visiones cortoplacistas[3] muy aceptables para sus coetáneos, pero inservibles a largo plazo, o como se dice ahora, insostenibles.

España necesitaba regenerarse en el sentido de crear un sector agrario capaz de sostenerse a sí mismo a largo plazo, y eso no lo proporcionaba ningún plan regeneracionista. Necesitaba un sector industrial y comercial conectado con las posibilidades del sector agrario y ganadero. Necesitaba un sistema político al servicio de todos los españoles, del interés común, y no de los políticos y las grandes fortunas. Necesitaba unos nuevos códigos éticos, aceptados, si no por toda la sociedad, sí al menos por las élites universitarias, religiosas, empresariales y políticas.

     Los regeneracionistas como generación.

Los regeneracionistas eran por lo general una generación de universitarios humanamente fracasada, varones a los que se les había engañado durante su formación intelectual, y se les había educado al margen de la realidad. Y salían de la Universidad desorientados e incluso enfadados con la sociedad.

Para empezar, se les había separado de las chicas desde el instituto, y también en la Universidad, y vivían en su juventud una realidad problemática en el momento en que tenían que establecer relaciones con las mujeres, a las que desconocían. En ese sentido, los agricultores y obreros en general, estaban mejor preparados para su futuro en el matrimonio y en la vida en general. Los universitarios tenían que reinventarse cada uno su vida sexual, pues nadie les iba a enseñar la convivencia con el sexo femenino. Desde luego, la Iglesia católica no. Había varios modelos a escoger: una mujer con posibles familiares que les resolviera la vida; una mujer sumisa que les acompañara en la vida; una mujer que fuera su sirvienta y prostituta, a la vez que su esposa; o una mujer con ideas propias que estuviera a su nivel. El cuarto supuesto no era habitual, sobre todo cuando las mujeres tenían vetado el acceso a los estudios. Conformaban pues una sociedad esencialmente machista.

Seguidamente, se les había contado en el Instituto y la Universidad una imagen falsa de la realidad española, y se les había pintado delante de los ojos una España rica, próspera y feliz, conquistadora del mundo, admirada por algunos y envidiada por los más. Tal vez hubiera sido así trescientos años antes, pero en ese momento, si salían de España, podían ver la mentira en que habían sido educados. Y si salían a los pueblos de la Península Ibérica tal vez pudieran ver, si tenían voluntad de hacerlo, la inmensa pobreza de los españoles de fines del XIX. Muchos de los regeneracionistas recomendaban viajar. Muchos extranjeros visitaban España, como modo de revivir el pasado, superado por ellos hacía más de un siglo.

En tercer lugar, los regeneracionistas eran en su mayor parte hijos de burgueses y de propietarios del campo, oligarcas que actuaban al margen de los pueblos en los que estaba su predio, lejos de la gente común, y que se creían ellos mismos el alma de España. Eran una minoría que había asumido ser la esencia de los españoles. Se les había enseñado que la agricultura era la fuente de todas las riquezas, concepto ya superado en Europa occidental a fines del XVIII. Y pensaban que las nuevas corrientes que trataban de cambiar el modelo económico mediante la libertad para emprender negocios de tipo industrial y comercial, eran las que estaban destruyendo las que creían sólidas bases de la economía española del pasado.

Educados en esta realidad ficticia, los universitarios podían inventar todo tipo de utopías, soluciones “que serían la medicina ideal de todos los problemas de España”, soluciones simples y maximalistas para problemas que no conocían en profundidad.

Según lo que habían aprendido, España era un país fundamentado en la agricultura y era la agricultura lo que se debía regenerar para restablecer la riqueza perdida. Unos podían opinar que había que mantener el arbolado español a toda costa, como cuando España era un bosque en tiempos prerromanos, y se mostraban intransigentes en no destruir ningún árbol, eliminando con ello todas las posibilidades de cambio y de progreso; podían opinar que lo que se necesitaba era eliminar todo el bosque y roturar todo el suelo, porque así España volvería a la prosperidad, eliminando una fuente de riqueza tan importante como el arbolado; podían opinar que había que extirpar todos los bosques existentes y cambiarlos por madera de rápido crecimiento, eucaliptus y pinos, para mejor aprovechamiento industrial, caminando con ello a una lucha contra las condiciones naturales y contra las plagas previsibles entre estas especies no naturales. Cada uno opinaba diferente. Y nadie racionalizaba que cada lugar tiene unas características propias, geológicas, climáticas, edafológicas y en función de la sociedad que lo ocupa, y que debe ser administrado de acuerdo a las posibilidades reales y en interés de todos, y debía ser cambiado de acuerdo con un análisis racional pertinente. Y nadie racionalizaba que había unos mercados que imponían unas leyes, unos máximos para la producción y el consumo, unos mínimos de inversión de capital que había que respetar.

La élite social de fines del XIX aspiraba a aprovecharse de la sociedad en que vivían, gracias a sus estudios universitarios. No pensaban en servir a la sociedad, sino en servirse de ella. Eso sí, cuanto más rica fuera la sociedad, más beneficios obtendrían de ella, y aspiraban a un nivel de riqueza social alto. Ese bajo nivel ético general, revalorizaba a los regeneracionistas, pero sus doctrinas no quedaban por ello justificadas.

Por último, el universitario regeneracionista, cuando terminaba su Universidad, se daba de bruces con la realidad. En ese momento, si era hijo de alguien de la clase dominante, accedía a los puestos dirigentes de la sociedad. Y si no estaba en este grupo elitista, debía doblar la cabeza y ponerse al servicio de las fuerzas sociales a las que había criticado en sus años universitarios. Lo normal, era convertirse en la figura del explotador que había criticado.

         Regeneraciomismo político en 1898.

A principios de 1898, había una negociación política entre Silvela, Canalejas, los independentistas catalanes, los catalanes colaboracionistas y Polavieja.

     El plan político de todos ellos era similar: aplicar a España el regeneracionismo. Esa idea había aparecido durante el Sexenio Revolucionario, y se había utilizado en Francia. También la utilizaban los empresarios castellanos para pedir proteccionismo para sus granos. Tengamos en cuenta que las ideas irracionales sirven para todo, según como se retuerza el argumento. Por ello, todos podían aplicar programas regeneracionistas, todos distintos.

     ¿Qué entendían por regeneracionismo los españoles de fin de siglo XIX?

Lo más importante, era que gobernasen los que nunca lo habían hecho, pues todos los que habían gobernado hasta entonces habían caído en la corrupción electoral y el caciquismo, la corrupción pecuniaria, el soborno y la corrupción administrativa. Se entendía que los que nunca habían gobernado representaban la moralidad y los verdaderos intereses del pueblo español, lo cual no tiene justificación racional alguna. Se entendía que los Gobiernos anteriores habían servido a intereses de los pequeño-burgueses, y que era la hora de cambiar a los viejos gobernantes. Se debía poner a los que no eran responsables de la corrupción anterior, pues los políticos viejos estaban tan embarrados, que no serían capaces nunca de salir del fango. Había que echar en cara a los viejos políticos sus delitos y corruptelas, y era mejor que individuos no profesionales de la política lo hicieran, porque los que habían trabajado el día a día, no estaban tan corruptos como los profesionales de la política. De nuevo una afirmación gratuita, pues nadie podía garantizar que los nuevos no se mostraran incluso más corruptos[4].

     Todo este paquete de acusaciones era fácil de formular y fácil de aceptar por el gran público, pero no servía de nada a un verdadero plan de saneamiento integral de la economía, la política, el ejército, la Iglesia, los funcionarios, la moralidad social. Lo difícil era plantear un programa de lucha contra la corrupción y el caciquismo, que fuera eficaz, y un programa de alternativa de Gobierno, racional, meditado, y financiable, y eso no se hacía. Lo difícil era plantear un programa económico integral que fuera viable.

Los regeneracionistas creían que el programa ya estaba formulado por los grandes líderes del regeneracionismo, pero no era cierto: Costa tenía un programa difuso. Antonio Maura había hablado de “la revolución desde arriba, para evitar la revolución desde abajo”, pero era una frase con poco contenido. Y lo mismo les ocurrirá a los regeneracionistas del siglo XX. La mayoría de los llamados intelectuales hablaban de la revolución desde abajo, y simpatizaban con el anarquismo. Y los grandes programas regeneracionistas, no aguantaban una crítica seria de los expertos, no eran sostenibles a largo plazo, no tenían base económica y social adecuada.

     Había españoles cultos del 98, que percibían la realidad española en su integridad, en todas sus contradicciones, y trataban de salvarlas de alguna manera, bien por síntesis, o por eliminación de algunos aspectos de la misma que los hicieran compatibles. Los elementos a conjugar eran el catolicismo tradicional, el secularismo creciente, el sentido de autoridad, las nuevas ideas demócratas, el tradicionalismo estoico, la industrialización y consumo generalizado incluyendo la generalización de la educación en ello, la personalidad católica de España defendida por los Reyes Católicos y los Austrias, la tradición de convivencia con musulmanes y judíos y las simpatías hacia el humanismo erasmista y hacia las reformas ilustradas. Lo que no concibieron la mayoría de los españoles fue la necesidad del cambio, de la introducción de nuevos valores, de la supresión de viejos comportamientos que se habían hecho inservibles hacía tiempo. La mayoría de los españoles no pensaba igual que los regeneracionistas.

         El regeneracionismo conservador.

Entre los regionalistas conservadores tenía su peso la obra de Gustave le Bon, 1841-1931, un sociólogo francés que se hizo muy popular, pero que era despreciado por los científicos y liberales en general. Escribió Les Lois psycologíques de l`evolution des peuples, 1894; y La Psicologie des Foules, 1895. Le Bon era determinista y afirmaba que una nación no elegía qué y cómo quiere ser, sino que es como la naturaleza la ha creado. El hombre es un grano de arena en medio de la multitud del presente y de la eternidad de la historia, y la verdadera existencia la tiene la civilización, la cual genera unos dogmas y unas leyes naturales que se cumplen indefectiblemente. Todos los demás dogmas sociales, tanto cristianos como democráticos, son susceptibles de desaparecer, porque son creación de los intelectuales, pero los dogmas de la naturaleza no desaparecen, sino que están siempre presentes en el irracional del ser humano. Por eso, las multitudes se rebelan continuamente contra los intelectuales que intentan generar nuevos dogmas sociales, porque las multitudes buscan los dogmas primigenios que constituyen la realidad del ser, y han conformado la sociedad desde siempre. A mí, las teorías de este señor me recuerdan a Rousseau.

     Camilo García de Polavieja y Castillo-Negrete, 1838-1914, marqués de Polavieja, uno de los impulsores de las nuevas ideas regeneracionistas, era un militar puro, formado en un medio donde para alcanzar un objetivo militar, lo importante era que no hubiera discrepancias entre los mandos intermedios, ni entre los soldados. Era lo que sabía hacer: imponer un plan de guerra. En noviembre de 1898, parecía que estaba dispuesto a confiar en un político, y eligió a Silvela, pero entonces Canalejas disintió, porque creía que la salvación de España pasaba por el liberalismo innovador y de izquierdas, no integrista, y no en el conservadurismo integrista de Silvela.

     Polavieja, en un manifiesto de 1 de septiembre de 1898, defendía que la política de las abstracciones debía ser cambiada por la política agraria, industrial y mercantil, reorganización del ejército y de la marina, servicio militar obligatorio y fin del aislamiento internacional, descentralización económica en el sentido de que la política tributaria debía ser por cupos, diferente para región y en que cada región debía ser autónoma en lo económico para dirigir sus propias inversiones. Pedía justicia fiscal, reorganización de la justicia a nivel nacional y elevación de la cultura. Criticaba que todavía pudieran existir republicanos y carlistas.

Evidentemente eran planteamientos simples, sin fundamento científico ni práctico, y mucho menos financiero. Todos podían estar de acuerdo en ellos, lo cual es mala señal en política. Las dificultades hubieran surgido si alguien intentaba ponerlos en práctica.

     En ese mismo sentido estaba Manuel Silvela de le Vielleuze que, influido por los regeneracionistas, creía en la posibilidad de conceder créditos ilimitados a los industriales y agricultores que quisieran emprender negocios. Villaverde le advirtió a Silvela que, en economía, eso equivalía a emprender una política inflacionista que debía ser compensada con aumentos de impuestos y ahorro público. Los empresarios se negaban a pagar ellos el aumento de impuestos, y se decidió hacer ahorro público bajando los sueldos de los funcionarios, sin tener en cuenta el debilitamiento de la demanda que ello produciría y la intranquilidad social que se provocaría. Naturalmente el proyecto causó disgusto entre los funcionarios, algunos desórdenes, y no derivó en nada positivo, por falta de criterio económico y social. En el estudio de esta discusión entre Silvela y Villaverde, entendemos la falta de realismo de los regeneracionistas.

     Raimundo Fernández Villaverde, Ministro de Hacienda, le comunicó a Silvela que estaba cometiendo un grave error, que su plan era imposible desde el punto de vista financiero. Porque, primero, no había tanto dinero en España como Silvela demandaba y, segundo, un crédito ilimitado da lugar a un crecimiento incontrolado del dinero, es decir a una inflación cada vez mayor, que sería la ruina del país que emprendiese ese camino. Para controlar la inflación, o se devalúa la moneda, o se ahorra en gasto público, y como los empresarios se negaban a devaluar pues ello significaría importaciones más caras, exigían bajada generalizada y contundente de los sueldos de los funcionarios, con la consiguiente bajada de la demanda. El ahorro en gasto público no era posible de otra manera, pues los regeneracionistas pedían aumentos colosales del gasto público para sus fines. Aquella política era caótica, y generó intranquilidad social, lo cual acabó con Silvela, sustituido por Sagasta en 1901. Sagasta retiró los créditos ilimitados inmediatamente.

     Raimundo Fernández Villaverde se estaba enfrentando ya, y sin haber otorgado los créditos de los regeneracionistas,  a más de 800 millones de pesetas en deuda pública al 15%, lo cual producía 122 millones de pesetas de intereses anuales. La renta de aduanas sobre la que pesaban esos intereses y eran su garantía, producía por entonces 130 millones de pesetas. Es decir, que esa fuente tan importante de ingresos del Estado se podía considerar amortizada, y si se contrataba más deuda, la nueva deuda no tendría respaldo alguno y sería inviable, a no ser que se buscaran otros medios para respaldo de la deuda, y eso comprometía muchos de los escasos gastos que se podía permitir el Estado español. Villaverde inició en 1900 un programa de ahorro de toda la Administración, y de subida generalizada de impuestos, y consiguió recuperar la peseta, de modo que el cambio de 1898, de 34 pesetas por libra, mejoró a 27 pesetas por libra en 1910. Faltaba por ver el grado de aceptación social de esa subida de impuestos. Las huelgas y levantamientos de los años siguientes dieron la respuesta.

Santiago Alba propuso en 1914, como única solución viable, el captar unos impuestos extraordinarios sobre los beneficios extraordinarios captados por los exportadores con motivo de la Gran Guerra, pero tampoco se le aceptó. Tratándose de estos beneficios extraordinarios, cuantiosos y eventuales, Alba había tenido una buena idea. Pero los empresarios no estuvieron de acuerdo en dejar sus ganancias en bonos del Estado, y el proyecto fracasó.

El regeneracionismo tecnócrata de Costa.

En 1895, Joaquín Costa Martínez[5] emprendió una campaña para demostrar que los pueblos civilizados tenían derecho a ejercer una tutela sobre los menos civilizados, y empezó esta campaña con una conferencia titulada Viriato y la Cuestión Social, ideas que fueron un fracaso por su falta de delicadeza. Estaba suponiendo que España era un pueblo civilizado y que las colonias eran pueblos no civilizados, lo cual no podía ser tomado sino por un insulto en el Caribe.

     Joaquín Costa era hijo de campesinos del Alto Aragón, y era autodidacta, se hizo notario en Madrid, y llegó a profesor de la Institución Libre de Enseñanza. Y desde su posición, hizo una crítica acertada de la realidad española, que podían compartir el 100% de los españoles, pero que no se sostenía como programa político.

En 1896, Joaquín Costa se presentó a las elecciones por Barbastro en la Cámara Agrícola del Alto Aragón y empezó a pedir canales de riego, caminos baratos, mercados agrícolas, reforma del régimen hipotecario de modo que se facilitase crédito a los agricultores más fácilmente, suspensión de ventas de propios, autonomía municipal, adaptación del presupuesto del Estado a la pobreza del país, codificación del derecho civil aragonés, implantación de seguros y mutuas agrícolas, mejoras en la instrucción primaria, concesiones en Cuba y Puerto Rico llegando a la autonomía, e incluso a la independencia. Su propuesta era un conjunto de cosas desiguales, que repitió varias veces durante el resto de su vida y fue su característica principal. Cada punto en sí es loable, pero juntos, no tienen sentido. El proyecto carecía de soluciones viables.

Pero en 1896, en el momento de entrar en política, Costa tuvo ocasión de ver de primera mano la corrupción electoral y política, y pasó a un segundo modelo utópico regeneracionista, el regeneracionismo político previo al económico. En 1898 escribió su gran obra El Colectivismo Agrario en la que defendía que el Estado debía imponer a los grandes propietarios las leyes de interés general para la agricultura, y sobre todo que debía imponer las tradiciones comunales y cooperativas, de modo que estas reformas sociales fueran prioritarias a las reformas de marketing político.

     En verano de 1898, Joaquín Costa Martínez comunicó a Rafael Altamira su intención de crear un partido político nuevo que no fuera ni radical ni conservador, ni monárquico ni republicano, ni católico ni anticatólico, ni individualista ni socialista. Sería “oportunista”, es decir, trataría de hacer en cada momento lo que fuera posible y España necesitara. Atención a esta idea, porque España se mantendría en ella casi ochenta años, y seguiría teniendo seguidores en los años siguientes. Estaba hablando de un partido por encima de todos los partidos, detentador del bien y la justicia.

     Para la formación del nuevo partido, Costa creía que se necesitaba un programa que expusiera su opinión sobre las cosas concretas, y que luego fuera desarrollado en poco más de media docena de Proyectos de Ley, pues lo que sobraban en España eran Leyes, lo que entendía por “política”, y lo que faltaba era que alguna se aplicase. El partido debía ser de maneras conservadoras, pero su contenido debía ser “radical”. Radical no quería decir que fuera contrario a los viejos políticos, no se debía dedicar a pasar cuentas de las actuaciones del pasado, sino a tratar de poner soluciones de futuro. El nuevo partido no debía pedir ni exigir el poder, pero tampoco lo rechazaría en el caso de que se le ofreciera la oportunidad. No haría campañas de prensa que contaran “historietas” a los ciudadanos, sino que sólo se deberían prometer las cosas que se podían hacer y se pensaba hacer de verdad, que fueran constatables, y en ese sentido el programa del partido debería ser nacional, humanitario y al servicio de España y de los españoles. Contrastan las palabras de Costa con la utopía del programa y la falta de base real de una economía como la de Costa.

     Costa no se proponía organizar por sí mismo el Partido Regeneracionista, sino que el partido debía nacer de la colaboración de los intelectuales universitarios y de la Institución Libre de Enseñanza.

         El regeneracionismo de Paraíso.

Basilio Paraíso Lasús 1849-1930 había nacido el 14 de julio de 1849 en Laluenga (Huesca) y era hijo del maestro del pueblo, Fermín Paraíso. Estudió en Huesca y en la Universidad de Zaragoza, empezando a hacer medicina, para acabar haciendo Derecho. Puso una fábrica de espejos y entró en la Cámara de Comercio e Industria de Zaragoza. Fue líder del Partido Republicano Progresista de Ruiz Zorrilla, pero dimitió en 1895 para mostrarse antigubernamental y más amigo de las patronales que de los sindicatos. Basilio Paraíso, había organizado las Cámaras de Comercio en muchos puntos de España, y presidía la de Zaragoza. Hubo un paréntesis político en la vida de Paraíso, pero en 1916, al acceder su amigo Santiago Alba al Ministerio de Hacienda, creyó llegado el momento de volver a la política, y pronto se decepcionó y dimitió de todos sus cargos políticos. Murió en Madrid el 29 de abril de 1930.

         Otros  regeneracionistas.

      Rafael Altamira Crevea 1866-1951, fue un compañero de Joaquín Costa, que emprendió con él la campaña de conferencias de 1895. Altamira intentaba justificar las dictaduras por insuficiencia en el desarrollo de algunos pueblos, o por enfermedad moral de algunos pueblos. Igualmente fracasó, al tiempo que Costa. Era alicantino y había estudiado derecho en Valencia. En Madrid entró en contacto con el krausismo y con la ILE. Relacionó la historia general con la historia de la cultura y de las ideas y, en 1898, llegó a la conclusión de que, al igual que estaban haciendo los británicos, alemanes y belgas, la Universidad debía abrirse hacia la sociedad y dar conferencias para los no universitarios, creando entre varios profesores una “Extensión Universitaria”. En 1909-1910 hizo un viaje por Hispanoamérica, dando conferencias, y ello le hizo evolucionar en sus ideas notablemente. En 1921 fue elegido magistrado del Tribunal de La Haya hasta su desaparición en 1940. Escribió Historia de España y de la Civilización Española, Epítome de Historia de España, Historia del Derecho Civil, y otros libros.

Lucas Mallada Pueyo, 1841-1921, era hijo de un maestro que se trasladó a Madrid, y así, Mallada tuvo la oportunidad de hacer estudios universitarios. Fue un ingeniero de minas, que trabajó desde 1870 en la Mapa Geológico de España, del cual hizo diez provincias. Y fue desde 1880 catedrático de Paleontología en la Escuela de Minas, debido a sus grandes conocimientos sobre fósiles. Escribió Los males de la patria y la futura revolución española, 1890, y La futura Revolución española, 1897. Mallada defendía que la tradición de que España es un país riquísimo es un mito completamente falso. Pero afirmaba que sí que tenía muchos recursos naturales que no se habían explotado nunca.

En Los males de la Patria y la Futura Revolución Española, enumeraba los males que él observaba en la agricultura, los terratenientes absentistas, la falta de tecnología en máquinas y ferrocarriles, la educación nada práctica… Y afirmaba que era precisa una regeneración, y para ello, era preciso difundir ideas científicas, económicas, sociales y políticas nuevas, las que estaban en vigor en Europa. Otras publicaciones suyas son Causas de la pobreza de nuestro Suelo, y La Riqueza mineral de España.

      Ricardo Macías Picavea, 1847-1899, nació en Santoña (Cantabria), y murió en Valladolid. No concluyó sus estudios de Derecho y Filosofía y Letras, ni en Valladolid ni en Madrid, porque estaba en desacuerdo con sus profesores, y en 1874, fue catedrático de Segunda Enseñanza de latín y geografía en Tortosa, y luego en Valladolid. Tomó parte en la reforma educativa de Alejandro Groizard, defendiendo el darwinismo, la enseñanza con crítica a las fuentes y con laboratorios. Escribió en 1899 El Problema Nacional, hechos, causas, remedios. Era republicano y colaboró con los krausistas. Picavea achacaba los males de España a los Austrias que pusieron los recursos españoles al servicio de unos ideales carentes de toda realidad. Con ello desmontaba la lección clásica de historia de que la realidad de la grandeza de España se debía a los Austrias y era esencialmente imperial. Afirmaba que la carencia de realismo, había llevado al español a otros males como el caciquismo, el centralismo, el teocraticismo, el militarismo, la vagancia, la pobreza y la ficción política que los diputados representaban en las Cortes. Por el contrario, defendía un modelo orgánico de la sociedad, dando importancia a todos los escalones sociales que, según él, eran la familia, el municipio, la provincia, la región, y las corporaciones. Defendía la reforma agraria, el darwinismo y la desobediencia civil. Opinaba que la enseñanza de su tiempo era un desastre completo: por un lado, era libresca y memorística, sin práctica ni experimentación, y sin crítica de fuentes; que la vida del estudiante fuera de casa era deplorable, sin disciplina, armando escándalo y practicaba muchos vicios y hacía constantemente huelgas; que los profesores, abogados o médicos muchas veces, tenían las clases como un ingreso complementario, y no daban importancia alguna a su trabajo en la enseñanza y, al final de curso, daban un manual para que los alumnos prepararan el examen como pudieran; que los padres sólo querían aprobados; que los manuales contenían doctrinas anticuadas y muchos errores, y estaban mal escritos. Macías Picavea mostró unas carencias importantes de conocimientos económicos, como no distinguir entre industria de base e industria de consumo, lo que desmereció bastante su obra. Participó en las reformas educativas del Marqués de Sandoval y en la de Alejandro de Groizard de 1884

     Macías Picavea, afirmaba en 1898 que España era un país rico, pero que había sido maltratado por los conservadores, por los liberales, por los republicanos, por los demócratas, por los integristas y por los revolucionarios populistas. Todos los partidos eran en el fondo iguales, sistemas de vida de una clase social que llamamos políticos, que no sirven a España, sino buscan sus propias fortunas personales, no importando en qué partido militen. Su idea de un corporativismo social estuvo presente en los dictadores españoles durante el XX.

     Damián Isern, 1852-1914, era carlista, integrista católico, antiliberal, y defendía que el “desastre” del 98 era fruto de las innovaciones traídas por los liberales, por los krausistas, por los positivistas y por los irreligiosos en general. Isern se había formado en la Universidad de Barcelona, colaboraba en El Siglo Futuro. En un momento dado, abandonó el carlismo y se trasladó a Madrid, donde colaboró con el canovismo y se mostró contrario al integrismo, tal y como había dicho el Papa que hicieran los católicos. Escribió Del Desastre Nacional y sus causas, 1899. Hablaba de una sociedad degenerada, decadente y corrupta, que había terminado en desastre.

La Asamblea Nacional de Productores.

     En agosto de 1898, le ocurrió a Costa algo que desconocemos, y que influyó fuertemente en su vida. Pudo ser la derrota ante los Estados Unidos en Cavite y en Santiago de Cuba, pues cambió completamente de actitud y planteamientos:

     Joaquín Costa convocó a una Asamblea Nacional de Productores, en una reunión de la Cámara Agrícola del Alto Aragón, que se celebró en Barbastro (Huesca) y, el 13 de noviembre de 1898, redactó un mensaje para ser enviado a todas las Cámaras Agrarias y Cámaras de Comercio e Industria de España, a las Ligas de Productores, a los Gremios, a los Sindicatos, a los Círculos Mercantiles, a los Casinos de labradores… La Asamblea Nacional de Productores se celebraría a partir del 15 de febrero de 1899.

En ese mensaje de Costa se produjo un cambio importante en su pensamiento.

Por su parte, Basilio Paraíso, del 20 al 26 de noviembre de 1898, reunió en Zaragoza a las Cámaras de Comercio de toda España y también convocó a asistir a la Asamblea Nacional de Productores.

El 15 de febrero de 1899 en el Teatro Circo de Zaragoza estaban reunidos los empresarios de toda España calificados por Costa de “productores”. Había 111 delegados de 53 entidades, 45 de ellas Cámaras de Comercio provinciales: Joaquín Costa; Pablo Díaz Jiménez marqués de Dílar; Antonio Vinent Portuondo marqués de Palomares;  Fernando Ruano, gran propietario de Arjona-Jaén; Santiago Alba Bonifaz por las Cámaras de Comercio de Valladolid; Leovigildo Fernández de Velasco, y Santiago Alba Bonifaz, por las Cámaras Agrícolas de Valladolid; Nicolás Escoriaza Fabro, Javier Pueyo Sánchez y Sancho por Madrid; Pablo Ruiz de Velasco por la Cámara de Comercio de Madrid; Ibarra por “Amigos del País de Zaragoza”; Jimeno Rodrigo por la “Cámara Agrícola de Zaragoza”; Mariano Sabas Muniesa, por “Círculo Mercantil de Madrid”; José Maestre, por “Unión Minera”; Santiago Casares, por La Coruña; Alberto Rusiñol por Fomento del Trabajo Nacional, de Barcelona; Joaquín Ruiz Jiménez, por Jaén. Y delegados de Sevilla, Granada…

En la Asamblea de febrero de 1899, Costa hizo un alegato inicial calificando a los políticos del momento como “asesinos” por haber mandado a muchos jóvenes a morir a Cuba, y los aplausos fueron atronadores.

Luego dijo que España había perdido su representación en el mundo, y que ya no le quedaba nada de sus antiguas colonias. En esos momentos, España debía empezar de cero en un proceso constituyente. Divagaba diciendo que España había vivido un sueño desde 1500 a 1900, desde el descubrimiento del Nuevo Mundo y construcción del Imperio Hispano Alemán, hasta el presente siglo. Pero decía que la realidad de ese momento era ya otra, y los españoles se hallaban en una España pobre, a la que los políticos habían endeudado muy por encima de todas sus posibilidades, hasta llegar a límites en los que el crédito internacional se le negaba. Los políticos no hicieron lo que debían, canales de riego, escuelas, caminos… y por tanto, era preciso empezar por cambiar a todos los políticos, una cuestión ya muy difícil por sí misma porque ninguno renunciaría a perder el poder del que sacaban tanto dinero para sí mismos. En adelante, había que hacer “una política mínima”, lo cual quería decir una política de ahorro, una política de cambios en infraestructuras, abandonando los grandes proyectos dilapidadores de dinero. Política mínima significaba para él más acciones reales y menos proyectos de política. Había una contradicción entre los términos “política de ahorro” y “política de inversiones” pero Costa creía que los gastos “políticos” eran enormes y se podían suprimir, y sobraría dinero para las inversiones. Era una percepción personal, consecuencia de su conocimiento de la corrupción, pero las cifras no eran acordes a la realidad.

     Joaquín Costa definía el regeneracionismo como una política honesta y eficaz, de realidades, frente a la retórica parlamentaria de los gobernantes de su época, y frente al clientelismo. En concreto, estaba harto de políticos que se servían de la política para su beneficio particular.

Costa enumeraba en concreto 15 epígrafes en los que había que invertir:

  Política hidráulica, de pantanos, regadíos y colonización, restauración de los bienes comunales.

  Protección al cultivador  mediante el abaratamiento del crédito, de los costos de la fe pública, de los registros mercantiles y de la propiedad, facilitando la exportación.

  Construcción de 250.000 kilómetros de caminos carreteros baratos, factibles, abandonando planes inviables y faraónicos de grandes carreteras. Desarrollo de los caminos vecinales.

  Legislación sobre previsión social.

  Protección fiscal a la pequeña empresa.

  Derogación de todas las leyes de desamortización civil.

  Creación de maestros de educación integral que cobraran del Estado, con menos estudios universitarios, y más sabiduría a la altura del pueblo. Pues en el asunto universitario, sobraban casi todas las Universidades, y bastaba con dos o tres. En cambio, hacían falta colegios españoles en el extranjero para que los españoles aprendieran idiomas y conocieran las formas de vida de los países desarrollados. Decía que se debía acabar con el analfabetismo y educar a los niños en el inconformismo.

  Eliminación de la censura, la del Estado y la de la Iglesia católica.

  Supresión de gastos inútiles como la mayor parte de los Ministerios, Consejos, Comisiones, Obispados, Universidades, Capitanías Generales, arsenales, soldados, generales, escuelas especiales, obligaciones eclesiásticas, embajadas en el exterior (decía que con una embajada en París, bastaba y sobraba para relacionarse con todo el mundo). Esto es lo que consideraba “política mínima”. El objetivo final sería acabar con 9 de cada 10 empleados públicos. Decía que la corrupción de los políticos debía ser enmendada mediante la justicia. Que se debían eliminar los gastos del ejército, que eran grandes y no servían apenas de nada a España. Que se debía cambiar el derroche de la Administración por un espíritu de ahorro. Que se debían regular los beneficios de la banca desde el Estado y por Ley. Que se debían reducir los impuestos cobrados por el Estado. Y que los comunales debían ser devueltos a los Ayuntamientos a fin de proceder a una repoblación forestal que volviera los montes a su antigua situación de ayuda al campesino, y de producción de madera para la industria. Todas estas ideas cuajaron muy bien entre muchos españoles y perduraron mucho tiempo en el XX.

  Aceptación de la democracia liberal con Parlamento, juicio por jurados, derechos individuales y sufragio universal. Pedía un liberalismo verdadero, sin caciques ni falseamientos políticos.

  Descentralización administrativa para toda España, situando a todas las regiones en las mismas condiciones que el País Vasco.

  Eliminación de toda la política exterior, con cierre de todas las embajadas, y sustitución de todo el sistema de relaciones exteriores por un acercamiento a Francia. Y sobre los temas de colonias exteriores pendientes, Filipinas, Carolinas, Marianas, Palaos, venderlas o arrendarlas, pero deshacer de ellas, porque sólo generaban gastos.

     Eran planteamientos más concretos que los de Polavieja, pero también carecían de base económica y financiera suficiente.

Los reunidos en febrero de 1899, aprobaron un conjunto de reivindicaciones para hacer al Gobierno:

  Un sistema de representación más justo.

  La descentralización económica y administrativa. Pedir conciertos económicos para las provincias que lo solicitaran, al estilo de Navarra y País Vasco

  La posibilidad de mancomunidades de Municipios y Provincias. Capacidad empresarial de los ayuntamientos para iniciar servicios públicos y obras de interés social.

  Una ley de incompatibilidades de cargos políticos.

  La reducción de cargos políticos-administrativos, los cuales debían ser ocupados por funcionarios por oposición.

  La supresión del Ministerio de Ultramar.

  La creación de un Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio.

  Que la enseñanza elemental fuera obligatoria y gratuita, impartida con métodos prácticos y positivos y reduciendo el número de Universidades.

  La protección a la agricultura mediante regadíos, crédito agrícola y repoblación forestal. La construcción de canales y pantanos.

  El servicio militar obligatorio y la reducción de hombres en el ejército, a fin de reducir gastos. Que se suprimieran las recompensas militares, las redenciones y las sustituciones.

  La reorganización del Poder Judicial.

  El afloramiento de las fortunas ocultas.

Costa anunciaba que quería la formación de un partido político que se impondría a todos los demás y haría las reformas que España necesitaba. Por el contrario, al conocerse la pretensión de Costa de formar un partido político, la desconfianza de muchos fue máxima. La idea de formar un partido, sólo fue apoyada por La Rioja. El jienense Fernando Ruano, propuso oficialmente descartar la formación de un partido, y por el contrario, limitarse a formar una Liga que reclamase de los poderes públicos las reformas que los productores demandaban. Se puso a votación y ganó Ruano. Costa no estuvo de acuerdo con la derrota en los votos, y volvió a presentar la cuestión del partido al día siguiente, pero volvió a perder por 58 a 18 votos. Costa quedaba totalmente derrotado, y más adelante, cayó enfermo de los nervios, pues hasta era excluido de la directiva de la Liga de Productores. La vieja clase dirigente y caciquil se había impuesto sobre los renovadores como Costa.

Recelaron enseguida de esta propuesta de formar un partido los krausistas y los republicanos, porque la proposición era populista. En la propaganda, Costa y Paraíso pedían más gastos para la enseñanza y las obras públicas, al tiempo que reducción de impuestos, lo cual es irreal y populista.

     La decisión fue constituir una Liga Nacional de Productores. Las Cámaras de esta Liga sirvieron para hacer quejas, pero no fueron capaces de elaborar un sistema económico alternativo que fuera viable. Sus propuestas se basaban en que el Estado les solucionara los problemas, lo cual es el reconocimiento de que ellos no sabían hacerlo.

     Y allí nombraron un Presidente de las Cámaras de Comercio, Costa, junto a cuatro Secretarios entre los que figuraban Santiago Alba y Alberto Rusiñol Prats.

Como no se pusieron de acuerdo en la formación de un partido regeneracionista, la participación política se hizo dentro de los partidos ya existentes: En 1901, Costa y Paraíso obtuvieron 4 escaños de diputados y 2 de senadores.

Costa vio la falsedad de la política y marchó a Unión Republicana en 1900, y Basilio Paraíso y Santiago Alba se fueron al Partido Liberal poco después. Basilio Paraíso se declaraba entonces republicano.

     El regeneracionismo no fue capaz de originar un partido político.      El regeneracionismo se quedó en un lamento profundo de lo mal que se había actuado en España, y un acto de fe en las posibilidades de España.

              Crítica a Costa.

     El regeneracionismo intelectual de Costa es primario, con falta de base económica-financiera, excesivamente teórico y, como ocurre con todos los regeneracionistas, no integral, no viable económicamente, y no contemplaba sin prejuicios todos los aspectos de la realidad económica del momento. La idea general era que el Estado debe explotar los ricos recursos económicos de España (inexistentes) y liquidar las lacras del pasado, unas afirmaciones para gente de muy poco nivel intelectual, pues conllevan muchos problemas nada fáciles. Los ricos recursos de España aparecían en los libros de texto, pero no en la realidad y, de todas formas, unos recursos no comercializados no sirven para nada.

     El nuevo programa de Costa no había sido consultado a los expertos y no tenía sentido de la realidad, no tenía un encaje en la realidad financiera.

Costa decía que política española era un tumor que debía extirpar un “cirujano de hierro” liquidando los caciques y distribuyendo los comunales entre los agricultores. Sorprende que no dijera nada sobre las fincas de los latifundistas, pero eran los que apoyaban a los partidos y a las Cámaras de Comercio e Industria, y quizás no convenía meterse con ellos. la idea del cirujano de hierro gustó a los militares más duros.

         El éxito puntual del “regeneracionismo”.

En 1902 se puso de moda el regeneracionismo, todos los políticos se decían regeneracionistas, y hasta un zapatero “regeneraba calzado” en vez de arreglarlo.

Se había abierto la veda de pedir reformas regeneracionistas, y se abrió una polémica en los periódicos, en la que cada cual pedía más y más cosas para regenerar al país: programas de obras públicas, carreteras y ferrocarriles, plan de regadíos, descentralizando el Estado, enseñanza profesional y mejora de la primaria, reforma judicial, medidas de seguridad social, reforma electoral.

Todos aceptaban que las reformas costarían dinero, pero este dinero se tenía claro que debía salir de minorar el presupuesto del ejército y de la bajada de sueldos de los funcionarios así como de la reducción del número de los mismos. Aceptaban que de esa política nueva, saldría financiación suficiente para todo.

El debate era protagonizado sobre todo por industriales catalanes y agricultores de Castilla y de Aragón, y por algunos políticos madrileños. En 1903, Costa se presentó a elecciones por Unión Republicana, pero no logró escaño. Murió el 8 de febrero de 1911.

Hay que matizar esta popularidad del regeneracionismo. Entre el pueblo corriente, el regeneracionismo empezó a cansar al público hacia 1899, y ya la gente hacía chistes de un sistema que decía que había que cambiar la política de las palabras por la de los hechos, al tiempo que  dedicaba muchas palabras y pocos hechos al cambio. La Liga Nacional de Productores emitió Manifiestos el 10 de abril de 1899, el 23 de junio de 1899, el 31 de julio de 1899, y el 12 de noviembre de 1899. Era lógico que los españoles se cansasen.

     Por otra parte, en tiempos del Gobierno Silvela de 1899, ya nadie creía en el turno de partidos, o sistema canovista. El caciquismo se había radicalizado, identificado con el Partido Conservador, y quería el Gobierno de forma permanente. No obstante, todavía habrá intentos para mejorar el país, protagonizados por Villaverde y Dato. El vacío en la confianza popular sobre el Gobierno, podía ser aprovechado por los regeneracionistas.

     Los españoles corrientes del 98 percibían la realidad española en su conjunto, en todas sus contradicciones, mejor que los teóricos. Los elementos a conjugar eran el catolicismo tradicional, el secularismo creciente, el sentido de autoridad, las nuevas ideas demócratas, el tradicionalismo estoico, la industrialización y consumo generalizado incluyendo la educación en ello, la personalidad católica de España defendida por los Reyes Católicos y los Austrias, la tradición de convivencia con musulmanes y judíos y las simpatías hacia el humanismo erasmista y hacia las reformas ilustradas. Los españoles corrientes, sin hacer demasiado análisis de las propuestas regeneracionistas,  estaban dispuestos a aceptar las grandes declaraciones de Costa y Paraíso, pero tampoco depositaban demasiada fe en ellas.

     En septiembre de 1900 empezaron las disensiones entre Costa, Paraíso y Alba. Costa evolucionó hacia Unión Republicana. Paraíso y Alba se fueron al Partido Progresista y decían ser el ala izquierda del mismo.


[1] Yvan Lissorgues, La crisis de final de siglo. El Regeneracionismo. Biblioteca virtual Cervantes. www.cervantesvirtual.com

[2] Fernández Sancha, Antonio. El pensamiento de Julio Senador Gómez: los planteamientos del regeneracionismo castellano. Universidad de Valladolid. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. 1999. Tesis Doctoral.

[3] Desde mi ignorancia, propongo unos cálculos de producción actual, en una sociedad ya industrializada: una hectárea de cultivo de trigo necesita 200 euros de semilla y otros 200 de abonos, gasoil, maquinaria… Puede producir 4.000 kilos de trigo, que pagados a 180 euros/tonelada, son 700 euros. Si descontamos los 400 euros que costó producirlo, tenemos 300 euros de beneficio bruto antes de impuestos y contribuciones. 40 hectáreas, descontando el barbecho, podían producir hoy 6.000 euros, siendo muy optimista. Descontando impuestos y contribuciones, quedarían 4.500 euros disponibles, lo que daría para vivir, unos 400 euros mensuales. Resulta económicamente inviable. Un agricultor en Castilla necesitaría hoy un mínimo de 100 hectáreas para sobrevivir. El abandono del cultivo del cereal es explicable, visto 100 años después.

[4] En México dicen que se debe votar a los viejos políticos que ya tienen los bolsillos llenos, pues los nuevos los tienen vacíos y tienen mucha más ansia por llenarlos.

[5] Joaquín Costa Martínez, 1846-1911, había nacido en Monzón (Huesca) en 1846. En 1863, a los 17 años, buscó trabajo en Zaragoza como criado de un arquitecto, peón de obras públicas, albañil. Tuvo ocasión de hacer bachillerato nocturno en 1865. Se mostraba muy inquieto y en 1866 participó en la fundación del Ateneo Oscense. En 1867 viajó a París pensionado, becado, como artesano y allí tuvo ocasión de constatar el atraso general en que vivía España. En 1869 obtuvo su título de bachillerato. Entonces fue a Madrid y trabajó como maestro de escuela superior, lo cual le servía para pagarse estudios de derecho. En 1870 leyó el Ideal de la Humanidad para la Vida que había publicado Julián Sanz del Río y se hizo krausista. Empezó a creer que la enseñanza regeneraría al país, pero pronto se desengañó, estando en contacto con la ILE, y dejó de creer en la enseñanza. En 1872 se licenció en Derecho y en 1873 en Filosofía y Letras. En 1874 presentó su tesis en Derecho. Consiguió trabajo como oficial letrado (abogado del Estado) en Cuenca 1875, en San Sebastián, en Guadalajara y en Huesca en 1877. Difundió las ideas de la Institución Libre de Enseñanza en Zaragoza y será director del Boletín de la ILE en 1880-1883, trabajando de pasante de Gabriel Rodríguez, hasta que ganó una oposición y se fue a Granada en 1884 y a Jaén en 1890. En 1893 volvió a Madrid y puso una notaría.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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