SIGNIFICADO DE 1898 EN LA HISTORIA DE ESPAÑA.

Contenido esencial: significados demográfico, social y político del 98; el nivel cultural español hacia 1898.

     Consecuencias demográficas.

Desde 1 de marzo de 1895 a 1 de marzo de 1897 salieron de España, un país de 18,6 millones de habitantes, más de 200.000 jóvenes soldados. Y murieron unos 50.000 soldados, por causa de la guerra y la suciedad, además de quedar inútiles decenas de miles. No murieron exactamente en combate, que murieron pocos así, pero sí movilizados en el ejército. Ni tampoco todos los muertos eran soldados, sino que también murieron civiles, pero esta circunstancia afectó más a los cubanos. Era una tragedia demográfica, una catástrofe demográfica.

En la población española en conjunto, sólo el 46% estaba en tramos en edad laboral productiva rentable, de los de 20 a 45 años, y sólo eran varones el 23% de ese contingente de población, es decir, unos 4 ó 5 millones de habitantes. Los niños y viejos podían hacer trabajos de supervivencia, pero poco más. A los 50 años de edad de una persona, las noticias que tenemos es que los hombres eran ya muy viejos, y las fotos de la época nos dejan asombrados en ese sentido, cuando nos dicen la edad del fotografiado, pues a los 40 años aparecen avejentados. Y los relatos de nuestros mayores nos hablan de padecimientos generalizados, que incapacitaban para trabajar. Sobre todo hablan de muchos “baldados”. Aceptemos que hubiera 5 millones de habitantes como potencialmente activos. La ausencia durante muchos años de tanta población laboral, reclutada por el ejército durante varios años, y muchos de ellos muertos o incapacitados laboralmente en el tramo de edad de 20 a 25 años de edad, cuando más eficaz era su esfuerzo laboral, debió ser penosísima. Pero no era irrecuperable.

Las noticias sobre la época nos cuentan que las mujeres debieron hacerse cargo muchas veces de la agricultura y ganadería familiar, además del cuidado de los hijos y de la casa. Y los chicos trabajaban a partir de los nueve o diez años de edad, ayudando en lo que podían. Las chicas trataban de quitarse de en medio, colocándose a servir en alguna casa, aunque sólo fuera por la comida, cama y vestido, pues de esta manera significaban una boca menos que alimentar para la familia.

La percepción social de los efectos de la recluta venía de muchos años atrás: Muchos huían cuando les tocaba el turno de recluta, pues entre la gente corriente, la selección para ir a Cuba sabían que significaba un 50% de posibilidades de morir (en realidad la probabilidad era menor, de un 25%, pero la percepción entre los españoles agrandaba la tragedia). En condiciones de paz, el servicio militar quitaba la vida a casi un 10% de los soldados, por neumonías, tisis y otras enfermedades denominadas cuartelarias. Cuando los soldados se trasladaban a Cuba o Marruecos, la mortalidad crecía espectacularmente. Los méritos de los generales, evaluados por sus resultados políticos, sin tener en cuenta que mandaban cientos y miles de soldados a morir en cada batalla, sin inmutarse lo más mínimo, es cuestionable. Las condiciones de salubridad de los cuarteles eran vergonzosas. La comida y vestido de soldado era lamentable. El servicio militar era, por ello, odiado y temido.

No era el caso de los hijos de militares de alta graduación, que iban voluntarios para ascender deprisa, pero sus condiciones de vida eran diferentes a las del soldado.

En todo caso, la mortalidad por la guerra no era una pérdida demográfica mayor que las que cada año se producirían en los años anteriores a la Gran Guerra, alguno de los cuales contó con más de 160.000 emigrados. Y también los emigrantes se producen en las edades de máxima capacidad laboral. Tampoco era la crisis demográfica de 1917, con más de 180.000 muertos por la gripe. Pero todo sumaba.

El aspecto demográfico no fue lo más importante de la derrota de 1898.

Significado social de la derrota.

Entre la gente corriente, la derrota de 1898 no significó nada especial, salvo llorar a los muertos. Ya estaban acostumbrados desde décadas antes, a que ir a África o a Cuba, significaba grandes posibilidades de muerte del familiar reclutado. Pero la derrota en sí no era una mala noticia. En todo caso, la derrota significaba el final de una guerra, y era motivo de alivio. Pero también estaban convencidos de que los políticos eran gente corrupta, llegados al cargo para vivir sin trabajar, y a costa del contribuyente. Quedaba el temor de que la derrota significase nuevos impuestos para paliarla. Cuando los políticos de buen sentido común quisieron equilibrar las cuentas del Estado y subieron los impuestos en los siguientes años, los españoles se incomodaron. Cuando los precios subieron en los años de la Gran Guerra, la insurrección fue generalizada.

Entre los intelectuales, la cosa era diferente: 1898 fue el hundimiento de la conciencia nacional de superioridad de lo español, de un pasado glorioso, de unas posibilidades ilimitadas de los españoles, aunque sólo estuvieran en su imaginación. La educación en la idea de una raza indomable que había conquistado la península a los musulmanes a lo largo de novecientos años, toda la Edad Media, y de un imperio glorioso que había conquistado Europa occidental en el XVI y lo había mantenido en el XVII, seguía siendo la misma. La enseñanza olvidó voluntariamente las derrotas del XVIII y el atraso técnico del XIX, así como la situación de bancarrota perpetua del XIX. Y así fue en los libros de texto hasta la muerte de Franco en 1975[1]. En todo caso, se debe resaltar la gran distancia entre los intelectuales, y la gente trabajadora corriente. Incluso los que decían representar al pueblo español y hablar en su nombre, solían estar muy al margen de la realidad.

Entre los políticos, 1898 fue el punto de partida de la disolución de un sistema político, el canovismo, que sostenía, de una manera artificiosa, y jugando en falso, la convivencia entre los españoles, pero era convivencia al fin y al cabo. A partir de este momento, empezará una convivencia imposible, que se manifestará en el terrorismo, en las dictaduras militares y en la Guerra Civil de 1936. El sistema se sostenía gracias a la corrupción electoral y al caciquismo, pero se evitaba la rebelión de los católicos integristas, la rebelión de los nacionalistas catalanes y vascos, la rebelión anarquista, la rebelión republicana cantonalista… A partir de este momento, los equipos de Gobierno se manifestarían incompletos, representantes de sólo una parte de la población, que trataba de imponerse sobre la otra, y de imposición de unas minorías sobre la mayoría.

En efecto, el Partido Liberal Conservador se había convertido, desde 1881, en una organización de reparto del presupuesto del Estado entre los militantes y simpatizantes del partido.

Y el Partido Liberal Fusionista, era desde 1881, un partido agotado, sin ideas, sin programa político, sin líder, sin ilusiones, que evolucionaba a quedarse con el poder y repartir el presupuesto entre los suyos. Hasta 1890, Sagasta, el teórico líder, parecía que sabía lo que tenía que hacer y el papel que jugaba en la política global española, y de hecho había hecho cosas interesantes en 1881-1883, y en 1885-1890, pero a partir de de 1890, no se sintió con capacidad para hacer lo que debía, el saneamiento de Hacienda, previo a la reconstrucción económica y cultural del país. Porque, para realizar las reformas, había que deshacerse de las colonias, que sólo daban gastos al Estado y beneficios a algunos particulares, pero esos particulares tenían mucho poder en la banca y en los negocios y en el Gobierno y en el ejército, y era difícil abordar el problema sin un consenso político.

Tampoco tenían ideas maduras los socialistas, republicanos y anarquistas, cuya mentalidad se reducía a luchar contra el empresario, en la idea de que la lucha contra el empresario, o en su caso contra el poder establecido, siempre era positiva, sin analizar las condiciones, el momento económico y social, y las personas concretas contra las que se luchaba. Ellos eran la oposición al sistema canovista, pero la oposición no tenía nada que aportar al sistema. La formación intelectual de los grupos autodenominados de izquierda era muy baja, tan baja como la de los grupos denominados de derechas.

En 1893, Antonio Maura había afrontado el problema de las colonias, pero enseguida encontró la oposición de la mitad de su propio partido, el Liberal Fusionista, y de todo el Partido Conservador, y abandonó la política de regular la economía de las colonias. Los hacendados y negociantes con asuntos de Cuba y Filipinas, tuvieron más fuerza que Antonio Maura. Maura se pasó al Partido Conservador cuando creyó que éste se lanzaría a hacer algunas reformas.

En 1894, Germán Gamazo intentó el camino correcto de saneamiento de la economía e hizo “el presupuesto de la paz”, como llamaba a su presupuesto de equilibrio de ingresos y gastos. Pero surgió la guerra de Melilla, se cortó el programa de ahorro, y el Partido Liberal Fusionista no fue capaz de superar ni siquiera este obstáculo que parecía menor. Los gastos de Hacienda se volvieron a incrementar hasta límites que España no podía soportar. Y Gamazo se pasó al Partido Conservador.

Ambos líderes, Gamazo y Maura, eran jóvenes en 1898, 58 y 45 años, mucho más jóvenes que los que dirigían la política en ese momento. Ambos abandonaron el Partido Liberal Fusionista y se pasaron al Partido Liberal Conservador, porque al menos, los conservadores eran coherentes con lo que defendían, y no aceptaban que se propusieran reformas, y se votara en masa en contra de ellas como se hacía en el Partido Liberal. Ambos serían en adelante los nuevos líderes del Partido Conservador, una vez desaparecido Cánovas en 1897. Eran la nueva generación del canovismo.

Pero el cambio generacional en la política, viene marcado más por la muerte de Cánovas en 1897, y de Sagasta en 1903, que por la derrota de Cuba en 1898.

         La crisis política.

Al fin y al cabo, el canovismo era fruto de una crisis. Era un modo ingenioso de superar la ruptura social provocada por la negativa de los españoles a adoptar el liberalismo, con sus implicaciones de igualdad legal, derechos para todos y fin de los privilegios. La sociedad española tradicional se basaba en los privilegios de los terratenientes, de la Iglesia, de los militares y de los políticos. Habían sido advertidos todos por la revolución de 1868 y por la Primera República. Y Cánovas logró ponerles a todos de acuerdo para mantenerse en pie todos juntos, como un grupo de borrachos que se sostienen los unos en los otros. Si nadie rompía la baraja, aquella baraja trucada podría servir para continuar la partida indefinidamente. Al fin y al cabo, los socialistas no tenían doctrina suficiente como para tomar el poder, y los republicanos eran tantos grupos que nunca se pondrían de acuerdo para actuar juntos. Ambos grupos tenían pocas cartas en el reparto de aquella mesa.

Pero, de pronto, el sistema canovista se vino abajo:

En 1895 se inició la Guerra de Independencia de Cuba o el tramo final de la misma, pues en guerra se estaba desde 1868. Y la política española se convirtió en un sinsentido. Los empresarios cubanos más conservadores querían manejar la política española, y creían que podrían hacerlo. Y los rebeldes cubanos tenían toda la razón en que las promesas de España no se cumplían nunca.

En 1897, Sagasta otorgó a Cuba la autonomía, la misma que se había negado desde 1893. Se hacía en mitad de una guerra, y no se podía pretender que el otro bando aceptase un trato como ése. Ya era tarde, y los rebeldes estaban comprometidos con la independencia y con los Estados Unidos, el cual no les toleraría una marcha atrás. Ya les debían a los estadounidenses demasiadas armas y abastecimientos. Y Estados Unidos se había hecho a la idea de que el azúcar cubano era suyo.

Y en abril de 1898 España entró en guerra con los Estados Unidos, y perdió la mitad de la flota de guerra, que no era mucha, dos docenas de buques, pero era el símbolo de un imperio que, durante siglos, había dominado los mares. La crisis financiera que venía de lejos, la crisis industrial y la crisis social, se incrementaron con un nuevo factor, la pérdida de la flota y de las colonias, lo que significaba que los españoles perdían toda esperanza de solucionar sus problemas seculares. Lo que se perdía en 1898 era la esperanza.

     España no fue vencida por los independentistas cubanos ni por los filipinos, aunque éstos colaboraron mucho a su derrota. De hecho, los independentistas cubanos estaban prácticamente vencidos en 1897 desde el punto de vista militar. Pero las contradicciones políticas de España eran tantas, que su escuadra fue aniquilada por los Estados Unidos con facilidad. Y una vez sin escuadra, apenas quedaban recursos para defender las costas españolas. El comercio marítimo ya no sería seguro nunca, y sin comercio se resentiría la industria, además de las finanzas españolas. Sin escuadra, las colonias debían ser abandonadas. Los rebeldes creyeron llegada su hora de tomar el poder, sin caer en la cuenta de que el poder es siempre para los vencedores, y los vencedores eran los estadounidenses.

Los revolucionarios españoles quisieron imponerse por la fuerza aprovechando el descontento creciente, y ello provocó la acción conjunta de la Iglesia, el ejército, y los propietarios, que se mantuvieron en el poder hasta 1975. Pero todo ese movimiento, no puede ser interpretado como consecuencia de la derrota de 1898. Fueron muchos los factores que llevaron a las dictaduras del siglo XX.

          El impacto psicológico de 1898.

En España, todos los políticos españoles de cierto nivel sabían que serían vencidos. Pero, a consecuencia de las presiones políticas, las contradicciones históricas, y la estupidez de los gobernantes, los políticos prefirieron la muerte de los soldados españoles, defendiendo la honra de la patria. Un sentimiento absurdo. Algunos afirman que los gobernantes mandaron a sus soldados a morir a sabiendas de que iban al matadero. Decían que con ello demostraban valor, en vez de cobardía. Y los militares obedecieron sabiendo que les mandaban a morir, y dijeron que era su deber como soldados. Y la sociedad denominó heroísmo a esa estupidez. Algo funcionaba mal en la cabeza de los españoles, pues no eran los soldados los que debían morir para salvar a España, el honor de España. Los soldados eran los trabajadores. Y el delito había sido cometido por otros. Como muestra de disciplina y valor, fue asombroso, pero como política de solución de problemas, fue absurdo.

Muchos otros países estaban en crisis en aquellos años:

  China había sido derrotada por Japón en 1894.

  Francia había sido derrotada en Indochina en 1896, cuando el Gobierno británico decretó que Siam fuera un Estado independiente.

  Francia había sido derrotada en Fachoda (África) en 1898 por Gran Bretaña.

  Japón fue humillada por Rusia en Port Arthur.

  Creta se independizó de Turquía.

     Pero ninguno de estos países llevaba tanta carga de fracasos interiores como España, fracasos que no se habían escondido durante todo el siglo XIX, aunque todos sabían que existían, y que afloraron a la luz pública de golpe tras la derrota. No fue posible seguir con los ojos cerrados. Las antiguas potencias estaban cayendo, y se imponía un nuevo orden internacional en el que no estaría España como potencia directora, pero eso se sabía desde la Paz de Utrecht. España caería irremediablemente en manos de alguna potencia exterior. Algunos españoles preferían que fuera Alemania, y otros Francia e Inglaterra. Más tarde, algunos prefirieron que fuera la URSS.

     Tras la derrota, se creó en España un ambiente social extraño, que la sociedad española asumió con más claridad que los políticos. Éstos previeron que habría levantamientos y violencias en España. Por el contrario, entre la gente corriente solo hubo silencio generalizado, pena, horror, asco por los políticos, desprecio por sí mismos. Y eso fue el 98. Un duelo por los muertos.

              ¿Desastre en 1898?

     El “desastre del 98” no era tan grande como decían los periódicos. Lo que era grande era la conciencia de fracaso. 1898 podía ser la fecha de referencia de una crisis política, del final de una época política, pero era el principio de una nueva era, preparada por los krausistas, por la Institución Libre de Enseñanza, y por un gran esfuerzo colectivo que daba sus primeros frutos a fines del XIX.

Precisamente por estas fechas estaba apareciendo en España una sabia nueva, que no tenía apenas nada que ver con el regeneracionismo, y sí más bien con la renovación académica habida a partir de 1854 y años siguientes.

     En el 98 podemos hablar de crisis política y militar pero, con todas las personalidades culturales que existían en España, no podemos hablar de decadencia social y cultural, sino todo lo contrario, de edad de plata de la cultura española. Algunos intelectuales hablan de una edad de oro española, a pesar de que la mayoría habla de una edad de plata para hacer juego y no contradecir, con la expresión el “siglo de oro”, para el XVII. En todo caso, la expresión “desastre”, referida a 1898, debe ser matizada.

     Para los jóvenes licenciados universitarios, la derrota de 1898 fue una sorpresa. Les habían engañado. Les habían contado historietas, y les habían hecho manifestarse a favor de la guerra. Los recién licenciados españoles, sobre todo en carreras de letras, se veían en el paro, excepto si eran de buena familia que les colocaba utilizando sus influencias y padrinos políticos. Los demás estaban condenados a postrarse ante los caciques y suplicarles un trabajo más o menos miserable.

Asomarse a la realidad fue para los jóvenes españoles una sorpresa, y hablaron de desastre, pero el desastre era de sus vidas, de su trayectoria vital. Las voces de la sociedad española vivían un desastre personal.

         El engaño al pueblo español.

     Lo que sí levantó emociones populares fue la entrada de Estados Unidos en guerra en 1898. En abril de 1898, la Reina lanzó una suscripción popular a favor de la guerra, y en cada pueblo la gestionaron el alcalde, el maestro, el cura, el juez o algún artesano, que recogía las donaciones que hacía el clero, las Cámaras de Comercio, los oficinistas, las escuelas de primaria, las asociaciones deportivas, los toreros, las corridas de toros por la guerra…

Los estudiantes se manifestaban a favor de la guerra, y la Iglesia católica hablaba en contra de los protestantes americanos enemigos de España.

Y todos cantaban canciones patrióticas y versos que hacían alusión a la guerra de Cuba, y se representaban viñetas con una mujer joven acompañada de un león (que representaba a España) y un cerdo cubierto con la bandera de Estados Unidos. Y los periódicos publicaban que España tenía muchos barcos, y muchos cañones, y soldados, y marinos, y era una potencia muy superior a los Estados Unidos. Y así se creó un ambiente patriotero a favor de la guerra. Eso fue en abril de 1898.

     En mayo de 1898 hubo grandes manifestaciones populares contra el Gobierno, pero por motivo de la subida del precio del pan. Se estaba exportando mucha harina a Francia, mientras subían los precios por causa de escasez en España. El 11 de mayo se tuvo que decretar la ley marcial para controlar las manifestaciones. Muchos de los manifestantes eran mujeres. Estaba aflorando la realidad de la explotación capitalista a que estaban sometidos los españoles. Pero nadie fue capaz de relacionarlo con el problema de Cuba.

     El desastre de julio del 98 fue un duro varapalo cuya evidencia negó que las creencias populares de riqueza, felicidad y progreso fueran realidad. Fue una gran decepción global. En julio de 1898, tras el hundimiento de los barcos en Santiago de Cuba, los periódicos dieron noticias de barcos hundidos, de barcos averiados, madres enlutadas, soldados heridos, repatriaciones de enfermos… acompañados de comentarios negativos para el Gobierno español.

     En agosto de 1898, la prensa quiso dar carpetazo al asunto, y volvió a publicar escenas regionales y costumbres pintorescas españolas, tonterías en suma. Y entonces surgió el desastre en la opinión pública: los republicanos como Lerroux, aprovecharon para denunciar que se estaba engañando al pueblo. Y otros muchos se apuntaron a secundar que el engaño había sido voluntario y doloso.

     Y entonces llegó lo más duro de 1898, la repatriación de los soldados: el transporte de tropas se concedió en monopolio a la Compañía Trasatlántica del marqués de Comillas, amigo y socio del ministro de la Guerra general Azcárraga. Cobraban 32 pesetas por soldado transportado y llevaron más de 200.000 soldados a Cuba. El precio del billete era más alto que de un viajero normal. Hasta los muertos y heridos pueden ser una ocasión de negocio. Estados Unidos volvió a contratar a la misma compañía para repatriar soldados.

La repatriación se hizo en condiciones lamentables de higiene y espacio, y muchos soldados murieron en la travesía, pues venían enfermos de disentería, paludismo y tuberculosis, y pasaban hambre en el viaje. El aspecto que daban a la llegada a Vigo, La Coruña y Santander era espantoso. Una vez desembarcados, debían ser subidos a trenes para sus provincias de origen, pero mientras esperaban su turno no tenían comida ni dinero, y mendigaban para comer, y pedían ropa. Cuando encontraban sitio en el tren, se les llevaba a su capital de provincia, desde donde tenían que ir a su pueblo por su cuenta, a veces a varias jornadas de camino. Pasado un tiempo, se les dio 20 pesetas a cada uno, y un sueldo de 7,50 pesetas al mes (el jornal de un día del soldado era de 2,50 pesetas). La paga de compensación era miserable. Algunos recibieron este dinero en 1903, ya con cuatro años de retraso. En los puertos de llegada de soldados, hubo motines populares a favor de los soldados y en contra de quienes permitían esa miseria.

         NIVEL CULTURAL ESPAÑOL EN 1898.

     Sin embargo, España tenía, a fines del XIX, el mayor nivel cultural alcanzado en los dos últimos siglos.

     Para entonces, estaba formado todo un grupo de personas nacidos en torno a 1856, año de la reforma educativa. En 1898 había pues en España un nivel científico ya suficiente para sacar a la enseñanza de su marasmo tradicional acientífico, y se habían renovado los planteamientos educativos y los métodos pedagógicos. Otra cosa era si ese ambiente estaba suficientemente difundido y tolerado por la sociedad, la Iglesia católica y los políticos españoles. No será fácil la introducción de las nuevas ideas, y el ambiente cultural de toda la primera mitad del XX, lo rechazará. La renovación hubo de hacerse en contra de los regímenes políticos, o a pesar de los regímenes políticos. La victoria final en el campo de la cultura, tendrá lugar en los años sesenta y setenta del siglo XX, y en ello tuvieron mucho que ver los seminarios diocesanos, en donde la rebeldía causó grandes emociones. Los seminarios tenían cientos de aspirantes a sacerdotes. Tras la crisis, las “vocaciones” fueron decayendo, y se quedaron en dos docenas en los seminarios más poblados. Y la Iglesia española decidió “importar” sacerdotes sudamericanos.

Medicina:

   Santiago Ramón y Cajal 1852-1934, premio nobel de 1906, había destacado en histología y descubierto la trasmisión de señales entre las células del cerebro. Era un miembro destacado de un grupo de histólogos como Nicolás Achúcarro, Pío del Río Ortega, Jorge Francisco Tello, Rafael Lorente de No, Fernando Castro. En fisiología había destacado Ramón Turró, 1854-1926, formado en la Universidad de Barcelona. En bacteriología, Jaume Ferrán Clúa, 1852-1929, con su vacuna contra el cólera,  el cual estaba formado en la Universidad de Barcelona. En patología León Corral Maestro, 1855-1939, formado en la Universidad de Valladolid.

     Matemáticas:

  En matemáticas destacaban: Eduardo Torroja 1847-1928, con su teoría de curvatura de líneas en sus puntos de infinito, Julio Rey Pastor, y Leonardo Torres Quevedo 1852-1928.

     Química:

  En química: Eugenio Peñerúa 1854-1937, Laureano Calderón 1847-1894, y José Rodríguez Carracido 1852-1928 el cual había nacido en Santiago de Compostela y estudiado farmacia, se hizo farmacéutico militar en 1875, pero abandonó el ejército en 1880 porque le habían destinado en 1875 a Tafalla y en 1880 al Peñón de Vélez de la Gomera. En 1881 era catedrático de química orgánica en la facultad de Farmacia de Madrid y en 1888 publicó un Tratado de Química Orgánica. En 1898 se creó para él una cátedra nueva de química biológica (bioquímica), y en 1903 escribió un Tratado de Química Biológica.

     Botánica:

  En botánica Blas Lázaro Ibiza 1858-1921 y Joaquín María de Castellarna 1848-1943.

     Zoología:

  En zoología, Ignacio Bolívar 1850-1944, y Augusto González Linares 1845-1904.

     Mineralogía:

  En mineralogía Francisco Quiroga 1853-1894, y Salvador Calderón Arana 1853-1911.

     Literatura:

     Al igual que se estaba produciendo una generación de científicos, la primera en España, había una generación de literatos. Eso era precisamente lo que daba pie a la consciencia de “desastre” tras el 98, aunque situaciones parecidas se habían producido en la historia de España en el XIX, pero nadie había sido consciente de ello. Los literatos fueron los que hablaron de “desastre”. Entre estos literatos están el canario Benito Pérez Galdós, 1843-1920; el cordobés Juan Valera Alcalá-Galiano, 1824-1905; el granadino Pedro Antonio de Alarcón, 1833-1891; el madrileño José de Echegaray Eizaguirre, 1832-1916, (premio Nobel 1904); el vallisoletano Gaspar Núñez de Arce, 1832-1903; el bilbaíno Miguel de Unamuno Jugo, 1864-1936; el granadino Ángel Ganivet García, 1865-1898; el alicantino José Martínez Ruiz, alias Azorín, 1873-1967; el sevillano Manuel Machado Ruiz, 1874-1947; el vitoriano Ramiro de Maeztu Whitney, 1874-1936; el onubense Juan Ramón Jiménez Mantecón, 1881-1958.

     Los escritores del 98 eran esencialmente un grupo de periodistas jóvenes de ideas radicales avanzadas, tales como el anarquista José Martínez Ruiz (Azorín), el anarquista Vicente Blasco Ibáñez que dirigía el periódico El Pueblo, de Valencia, el socialista, autoritario y militarista, prefascista, Ramiro de Maeztu Whitney, y algún socialista como Miguel de Unamuno Jugo, aunque éste no logrará publicar hasta 1899, precisamente en Los Lunes de El Imparcial. Unamuno abandonó al PSOE debido a la poca altura intelectual y moral que observó en sus dirigentes.

     Este grupo de escritores fue alabado desde 1926 por alemanes y suizos y empezó, desde entonces, a ser conocido en España como grupo.

La idea de grupo literario fue retomada por Laín Entralgo en 1947 en su libro La Generación del 98, considerándoles un grupo y añadiendo al grupo al sevillano Antonio Machado Ruiz, 1875-1939, al pontevedrés Ramón María del Valle Inclán, 1866-1936; al granadino Ángel Ganivet García, 1865-1898, al madrileño Jacinto Benavente García, 1866-1954, al coruñés Ramón Menéndez Pidal, 1869-1968, el sevillano Manuel Machado Ruiz, 1874-1947, y logró crear el mito de que se trataba de un grupo liberal y renovador, pero tal grupo nunca existió sino en la mente de Laín Entralgo.

Grupos literarios de fines del XIX español.

Analizando más detenidamente a estos escritores de fin de siglo, se ve que unos son modernistas y otro regeneracionistas.

     Los modernistas son un grupo literario que intentaba renovar el lenguaje y la expresión. Tal vez estarían entre ellos Ramón María del Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez Mantecón y Jacinto Benavente García.

     Los regeneracionistas son un grupo de escritores que intentaban cambiar la realidad española de fin de siglo XIX. Tal vez pudiéramos considerar regeneracionistas a Pío Baroja Nessi, Manuel Machado Ruiz, Miguel de Unamuno Jugo y José Martínez Ruiz Azorín. E incluso a Joan Maragall Gorina y a Ramón Pérez de Ayala Fernández del Portal.

     De todos modos, habría que hacer otro grupo con escritores consagrados anteriormente al 98, como Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas Clarín y Marcelino Menéndez Pelayo.

     Y ello nos llevaría a hacer otro grupo con escritores que se prolongan con posterioridad al 98 como José Ortega y Gasset, Eugenio D`Ors Rovira, Gregorio Marañón Posadillo, Salvador de Madariaga Rojo, Carles Riba Bracons, Miguel Asín Palacios, Manuel Azaña Díaz, Federico García Lorca, Rafael Alberti Merello, Jorge Guillén Álvarez, Dámaso Alonso Fernández de las Redondas, Gerardo Diego Cendoya, Luis Cernuda Bidón, José María Gabriel y Galán

Los autores más leídos en 1900 eran Gaspar Núñez de Arce, Ramón de Campoamor Campoosorio, Benito Pérez Galdós y Joaquín Dicenta Benedicto, y mucho menos leídos eran Pío Baroja Nessi y José Martínez Ruiz Azorín, los cuales irán creciendo en estimación a lo largo del XX a medida que decaían los citados anteriormente.

     Historia.

     En opinión de Raimond Carr, la historiografía se empeña en dar excesivo papel a la intelectualidad cuando el papel de la intelectualidad sobre la política y la sociedad del 98, fue muy escaso. El fracaso del 98 se debe plantear más ampliamente, de forma más dramática, pues el problema es que había que dar paso a una alternativa de Gobierno, y la única alternativa que había era la partidaria de destruir el Estado, lo cual hacía imposible dar una salida a la situación. Ese es el drama del 98 español.

     En el drama del 98 juegan un papel fundamental los radicalismos sobre todo los anarquistas y republicanos y un papel menos conocido, por no estar bien estudiado, la Iglesia católica integrista.

     En la mayoría de los estudios de la época se da mucha importancia al protagonismo catalán y ello sólo es así porque la mayoría de los historiadores que han escrito sobre ello son catalanes. La historia de España se ha planteado como un duelo entre Madrid y Barcelona, duelo que es absolutamente deformante de la realidad. Existieron las demás regiones españolas, aunque no estén suficientemente estudiadas. El desigual desarrollo regional entre regiones españolas, no es un caso exclusivo español, se produjo en todas partes, es la regla en la revolución industrial y no debe servir de pretexto para dar el protagonismo exclusivo de esta época a catalanes y vascos.

     En el siglo XIX hubo en España muchísimos historiadores, pero hablar de economía les parecía desplazarse al campo “liberal”, o más tarde al campo marxista, y hablar de problemas sociales les parecía incitar a la revolución. Por eso, su trabajo era de valor muy limitado. En cuanto al catolicismo, o bien se hacía alabanza de todo lo católico, o se tachaba al autor de anticlerical, con todo lo que ello suponía. El valor de las historias escritas en el XIX, es considerado muy escaso en nuestros días.

  José María de Zuarnávar Francia, 1764-1840, hizo historia de Canarias.

  Eugenio Tapia García, 1776-1860, se interesó por los árabes.

  Enrique de Vedia, 1802-1863, se interesó por los conquistadores de Indias.

  Manuel Lasala Ximénez de Bailo, 1803-1874, hizo historia de Aragón.

  Modesto Lafuente Zamalloa, 1806-1866, escribió la Historia General de España en 1850-1867.

  José Muñoz Maldonado, 1807-1875, escribió cosas sueltas sobre Historia de España.

  Basilio Sebastián Castellanos de Losada, 1808-1891, escribía curiosidades del pasado.

  Pascual Gayangos Arce, 1809-1897, hizo historia de la literatura.

  Sebastián Lorente Ibáñez, 1813-1884, hizo historia del Perú.

  Francisco Javier García-Rodrigo García-Sáez, 1816-1891, se interesó por la Inquisición.

  Tomás Baeza González, 1816-1891, escribió sobre Segovia.

  Miguel Lafuente Alcántara, 1817-1850, hizo historia de Andalucía.

  Vicente de la Fuente, 1817-1889, hizo una historia de los eclesiásticos españoles.

  Joaquín Rubió Ors, 1818-1899, hizo una Historia Universal.

  Manuel Colmeiro Penido, 1818-1894, hizo historia económica y política.

  Eduardo Chao Fernández, 1822-1887, se interesó por diversos temas políticos del XIX.

  Adolfo de Castro Rossi, 1823-1898, escribió sobre Cádiz.

  Francesc Pi y Margall, 1824-1901, escribió historia de la pintura, historia de América e historia de España en el XIX.

  Niceto Zamacois Urrutia, 1820-1885, hizo historia de México.

  Joaquín Guichot Parody, 1820-1906, hizo historia de Andalucía.

  Antonio Bofarull Brocá, 1821-1892, escribió sobre el catalanismo.

  Antonio Pirala Criado, 1824-1903, escribió historia del carlismo e historia de España en el XIX.

  Manuel Villar Macías, 1828-1891, hizo historia de Salamanca.

  Manuel Ibo Alfaro Lafuente, 1828-1885, hizo un compendio de historia de España.

  Isidoro Martín Rizo, 1828-1896, hizo historia de Cartagena.

  Francisco Javier Simonet Baca, 1829-1897, se interesó por los mozárabes.

  José María Asensio Toledo, 1829-1905, se interesó por diversos personajes de España.

  Eduardo Pérez Pujol, 1830-1894, hizo una historia del Derecho.

  Cesáreo Fernández Duro, 1830-1908, escribió sobre Zamora.

  Esteban Hernández Fernández, hizo una historia general de España y sus colonias en 1878.

  Miguel Morayta Sagrario, 1834-1917, hizo una Historia General de España en 1893-1898.

  Manuel Merry Colom, 1835-1894, hizo una Historia de España en 1886-1888.

  Bienvenido Oliver Esteller, 1836-1922, hizo una Historia del Derecho.

  Julián Zugasti Sáenz, 1836-1915, se interesó por los árabes.

  Francisco Codera Zaidín, 1836-1917, se interesó por la cultura árabe española.

  Juan Bautista Cabrera Ibarz, 1837-1916, era un anglicano que escribió sobre la Iglesia católica española.

  José Coroleu Inglada, 1839-1895, escribió sobre temas catalanes.

  Alfonso Moreno Espinosa, 1840-1905, hizo una Historia de España para estudiantes de secundaria en 1871.

  Sebastián Montserrat de Bondía, 1840-1915, hizo historia de Aragón.

  Nicolás María Serrano Díez, 1841-1899, escribió una Historia Universal en 1874.

  Enrique de Leguina Vidal, 1842-1924, hizo historia de Santander.

  Joaquín Martín de Olías, 1842-1900, hizo historia del movimiento obrero.

  José Fernández Montaña, 1842-1936, se interesó por los Austrias españoles.

  Celestino Pujol Camps, 1843-1891, escribió sobre epigrafía y numismática.

  Manuel Sales Ferré, 1843-1910, escribió una Historia Universal en 1884.

  Leopoldo de Alba Salcedo, 1843-1913, defendía el conservadurismo español.

  Roque Chavás Llorens, 1844-1912, hizo historia de Valencia.

  Josep Balari Jovany, 1844-1904, se interesaba por la etnología.

  Juan Ortega Rubio, 1845-1921, hizo compendios de historia de España y de historia universal.

  Estanislao Jaime de Labayru Goicoechea, 1845-1904, hizo historia de Vizcaya.

  Juan Catalina García López, 1845-1911, se interesó por la arqueología.

  Enrique Aguilera Gamboa, 1845-1922, marqués de Cerralbo, defendía el integrismo católico y se interesaba por la arqueología.

  Francisco Guillén Robles, 1846-1926, hizo historia de Málaga.

  Eduardo Jusué Fernández de Peragata, 1846-1922, concluyó la Historia Sagrada de Enrique Flórez.

  Antonio Chabret Fraga, 1846-1907, hizo historia de Sagunto.

  Alfred Opisso Vinyas, 1847-1924, hizo historia de España y de Europa.

  Francisco Hernando Eizaguirre, 1847-1912, hizo historia del carlismo.

  Ramiro Fernández Valvuena, 1847-1822, fue un sacerdote que escribió contra el liberalismo.

  Francisco Valverde Perales, 1848-1913, escribió cosas de Baena (Córdoba).

  Carlos Cambronero Martínez, 1849-1913, escribió sobre temas del siglo XIX español.

  Eduardo de Hinojosa Naveros, 1852-1919, fue medievalista.

  Marcelino Menéndez Pelayo, 1856-1912, hizo historia de las ideas.

  Ángel Altolaguirre Duvale, 1857-1939, hizo biografías de conquistadores españoles.

  Jerónimo Bécquer González, 1857-1925, se interesaba por la diplomacia y relaciones exteriores de España.

  Julio Altadill Torrentera de Sancho de San Román, 1858-1935, contaba cosas de Navarra.

  Arturo Blázquez Delgado-Aguilera, 1859-1950, hizo historia antigua y medieval.

  Luis Calpena Ávila, 1860-1921, escribió sobre los Concilios de Toledo.

  Narciso Díaz Escobar, 1860-1935, escribió historia del teatro y cosas de Málaga.

  Laureano Díez-Canseco Berjou, 1862-1930, hizo una historia del Derecho.

  Ángel del Arco Molinero, 1862-1925, se interesó por la arqueología.

  Reynaldo Brea Cuartero, 1863- , exaltaba el carlismo.

  Ignacio Calvo Sánchez, 1864-1930, hizo arqueología.

  Carmelo Echegaray Corta, 1865-1935, hizo historia del País Vasco.

  Eduardo Ibarra Rodríguez, 1866-1944, hizo Edad Moderna.

  Rafael Altamira Crevea, 1866-1951, se ocupó de la historia de las ideas y del Derecho.

  Antonio Zamalloa Zamalloa, 1867-1923, se interesaba por su orden religiosa, los trinitarios.

  Vicente Allanegui Lusarreta, 1868-1948, escribía sobre Teruel y Calanda.

  Ramón Menéndez Pidal, 1869-1968, hizo historia de la literatura.

  Juan Díaz del Moral, 1870-1948, se interesó por el obrerismo en Córdoba.

  Guillermo Antolín Pajares, 1873-1928, era bibliófilo.

  Julián Juderías Loyot, 1877-1918, hizo Edad Moderna.

     ARTE.

     También en el arte, podemos intuir que no había tanta crisis y desastre como se proclamaba:

     Arquitectura:

  En Arquitectura, la Restauración había construido muchísimos monumentos conmemorativos. La lista de arquitectos españoles es larguísima: Eduardo Adaro Magro, Miguel Aguado de la Sierra, Luis Aladrén,  Manuel Aníbal Álvarez Amoroso, Pablo Alzola Minondo, Federico Aparisi Soriano, Fernando Arbós Tremantí, José María Arnau Miramón, Francésc Berenguer Mestres, Joan Bergés Massó, Antonio Borrego, Cayetano Buhigas Monrayà, Carlos Campuzano, Emile Cachelievre, Josep María Carnet Alas, Narciso Clavería, Lucio del Valle, Lluis Doménech Montaner, Josep Domenech Estapà, Alfonso Dube Díez, Claudio Durán Ventosa, Luis Ferreres Soler, Augusto Font Carreras, Josep Fontsere Mestre, Antoni María Galissà,  Antonio Gaudí Cornet,  Enrique Grasset, Josep María Jujol Gibert, Vicente Lampérez Romea, Pedro Mariño Ortega, Llorenc Matamala Piñol, Oriol Mestres, Francisco Daniel Molina, Adolfo Morales de los Ríos García-Pimentel, Juan Moya, Camino Oliveras Gensana, Agustín Ortiz Villajos, Alberto de Palacio Elisague, Josep Puig i Cadafalch, Enrique María Repullés Vargas, Eduardo Reynols, Amador de los Ríos,  Eugenio Rivera Dutaste, Emilio Rodríguez Ayuso, Antoni Rovira Trías, Joan Rubió Bellver, Enric Sarnier Villavechia, Juan Torres Guardiola, Ricardo Velázquez Bosco, Salvador Vignals

     Escultura:

  En escultura, casi todas las ciudades españolas tuvieron estatuas del tipo de Alfonso XII del Retiro de Madrid, o de Colón en Barcelona, destacando Agustín Querol Subirats, 1860-1909, Mariano Benlliure Gil, 1862-1947, Aniceto Marinas García, 1866-1953, y Antonio Rodríguez Hernández, alias Julio Antonio, 1889-1919. También se hizo escultura complementaria a la arquitectura del tipo de la fachada del Arqueológico de Madrid o del Palacio de Justicia de Barcelona.

     Pintura:

  Igualmente se celebraban Exposiciones Nacionales de pintura en las que profesores académicos daban premios para dar a conocer a los mejores artistas. Antecedentes de ello eran Eduardo Rosales Gallinas 1836-1873, por haber ganado en 1864 con el Testamento de Isabel la Católica, y en 1871, con La Muerte de Lucrecia. Compitiendo con Rosales, estaba Mariano Fortuny Marsal, 1838-1874, que no participaba en las Exposiciones porque odiaba el academicismo y los cuadros religiosos y mitológicos, destacando por la Batalla de Tetuán y La Vicaría, en los que triunfa el ambiente en sí, y no un protagonista individual. Rosales y Fortuny casi murieron al mismo tiempo y dejaron abierto el camino para una eclosión grande de pintores como:

  Ramón Martí Alsina 1826-1894, en Barcelona.

  Agustín Riancho Gómez de la Mora, 1841-1929, en Cantabria.

  Francisco Pradilla Ortiz, 1841-1921, en Zaragoza

  Casimiro Sainz Saiz, 1853-1898, en Cantabria.

  Darío de Regoyos Valdés, 1857-1913, en Asturias

  Joaquín Sorolla Bastida 1863-1927, en Madrid.

  Ignacio Zuloaga Zabaleta 1870-1945 en Guipúzcoa.

  Isidre Nonell Monturiol, 1872-1911, en Barcelona.

  Pablo Ruiz Picasso, 1881-1973, malagueño, formado en Barcelona y París.

  Daniel Vázquez Díaz, 1882-1969, en Huelva.

  José Gutiérrez Solana, 1886-1945, maqdrileño.

  Joan Miró Ferrè, 1893-1983, barcelonés.

  José Victoriano González-Pérez, alias Juan Gris, 1887-1927, madrileño.

La música.

Después de grandes maestros como Juan Pascual Arrieta Corera, 1821-1894; Francisco Asenjo Barbieri, 1823-1894; Joaquín Gaztambide Garbayo, 1822-1870,  y otros, en la época del 98 quedaban muchos otros músicos, entre los que citaremos:

Manuel Caballero Fernández, 1835-1906; Josép Ribera Miró, 1839-1921; Cosme Ribera Miró, 1842-1928; Apolinar Brull Ayerra, 1845-1905; Estanislao Federico Chueca Robres, 1846-1908; Ángel Rubio Laínez, 1846-1906; Tomás Bretón Hernández, 1850-1923; Ruperto Chapí Lorente, 1851-1909; Gerónimo Giménez Bellido, 1854-1923; Isaac Albéniz Pascual, 1860-1909; Enrique Granados Campiña, 1867-1916; Tomás López Torregrosa, 1868-1913; Vicente Lleó Balbastre, 1870-1922; Rafael Calleja Gómez, 1870-1908; Amadeo Vives Roig, 1871-1932; José Calixto Serrano Simeón, 1873-1941; Joaquín Valverde Sanjuán, 1875-1918; Manuel de Falla Matheu, 1876-1946; Luis Foglieti, 1877-1918; Conrado del Campo Zabaleta, 1878-1953; Pablo Luna Carné, 1879-1942; Jesús Guridi Bidaola, 1886-1961; José María Usandizaga Soraluce, 1887-1915 ; José Padilla Sánchez, 1889-1960; Federico Moreno Torroba, 1891-1982; Jacinto Guerrero Torres, 1895-1951; Pablo Sorozábal Mariezcurrena, 1897-1988.


[1] En mis primeros años de docencia, la historia de España empezaba en tiempos de los romanos y se terminaba con los Austrias. Los programas estaban cuidadosamente elaborados para que no diera tiempo a ver más temas. La coordinación entre profesores, “necesaria para unos exámenes comunes a todos”, significaba que ninguno debía salirse de ese esquema de enseñanza. Los profesores que no utilizábamos libro, sino que proporcionábamos apuntes, éramos vistos como “especiales”. Y en caso de explicar Historia Contemporánea, empezábamos en el XVIII, y la materia a examinar se acababa a principios del XX. las cuestiones sobre el socialismo no constaban en ningún libro, salvo para condenarlo. La coordinación era una excusa para controlar al profesorado, por mucho que se hablase de progresos docentes.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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