Contenido esencial: Catolicismo político de Antonio María de Cascajares; las fuerzas políticas de 1895-1896; la Conferencia de Loredán de 1897, la crisis política de 1897 y el asesinato de Cánovas.

EL GOBIERNO CÁNOVAS DE 1895.

El Gobierno de Cánovas del 23 de marzo de 1895, se inició en el momento en que había empezado una guerra en Cuba, en 24 de febrero de 1895. El hecho de la guerra fue importante a la hora de formar Gobierno.

     Cánovas se entrevistó con Sagasta, durante hora y media, para tratar de tener entre ambos un acuerdo político de convivencia política, aunque fuera mínimo, lo cual le podía permitir dedicarse al resto de los problemas de Gobierno: la “cuestión social”, el terrorismo anarquista, el déficit de Hacienda, el conflicto entre proteccionistas y librecambistas, los nacionalismos catalán y vasco, y la reconstrucción de un Partido Conservador fuerte. Y consiguió que el Partido Liberal colaborase en los problemas fundamentales.

     Una vez que estaba seguro en el Gobierno, escogió Ministros ultraconservadores y amigos personales suyos, que tenían que gobernar con unas Cortes con mayoría de diputados de Sagasta. No sabemos por qué escogió Ministros tan conservadores. De todos modos, este Gobierno se mostró eficaz, pues logró aprobar un presupuesto que Sagasta no había podido aprobar, tomó decisiones económicas, llegó a un acuerdo con los militares, y fue capaz de hacer la movilización para la Guerra de Cuba.

         Gobierno Cánovas, conservador,

           23 marzo 1895 – 8 agosto 1897.

  Presidencia del Consejo, Antonio Cánovas del Castillo / 8 de agosto 1897: general Marcelo de Azcárraga Palmero / 21 de Agosto 1897: Marcelo de Azcárraga Palmero.

  Estado, general Carlos Manuel O`Donnell-Álvarez y Abreu, duque de Tetuán / 19 de enero de 1896: José Elduayen Gorriti marqués del Pazo de la Merced / 5 de marzo de 1896: Carlos Manuel O`Donnell-Álvarez y Abreu, duque de Tetuán

  Gobernación, Fernando Cos-Gayón y Pons[1].

  Gracia y Justicia, Francisco Romero Robledo / 24 julio de 1895: Antonio García Alix, interino / 25 octubre 1895: Francisco Romero Robledo / 14 diciembre 1895: Manuel Aguirre de la Tejada, conde de Tejada de Valdosera.

  Guerra, general Marcelo de Azcárraga Palmero.

  Marina, vicealmirante José María Beránger Ruiz de Apodaca.

  Hacienda, Juan Navarro Reverter[2].

  Fomento, 23 de enero de 1895: Alberto Bosch y Fustegueras / 14 diciembre de 1895: Aureliano Linares Rivas.

  Ultramar, Tomás Castellano Villarroya[3].

     Lo notable de este Gobierno es que Cánovas había prescindido de Silvela. El reemplazo era Romero Robledo que ocupaba Justicia. El Ministerio de Gobernación, en el que siempre había estado Romero Robledo, fue ocupado por Cos Gayón. De esta manera, Cánovas pretendía no enemistarse con Sagasta, el cual tenía rivalidades con Romero Robledo porque éste había huido del Partido Liberal. Poner a Romero Robledo en Gobernación, el puesto que controlaba las elecciones, hubiera sido un desafío político directo a Sagasta.

     ¿Por qué se prescindía de Silvela?. Con Silvela en el Gobierno, todo era lentitud y rigurosidad. Y Silvela se había propuesto la renovación moral del Gobierno y el saneamiento de Hacienda, lo cual significaba nuevos problemas políticos para Cánovas. Pero Cánovas creía que era el momento de tomas decisiones rápidas, como las que hay que tomar en una guerra, o las que hay que decidir en caso de conflictos sociales internos, como podían ser la crisis económica, el déficit de Hacienda, el terrorismo anarquista, el descontento del ejército y la Guerra de Cuba. También podemos pensar que un moralista como Silvela no admitiría el favoritismo hacia los empresarios cubanos, que Cánovas no estaba dispuesto a quitar, y en cambio Romero Robledo era un hombre de los cubanos, cosa buena en tiempos de guerra en Cuba.

     Cánovas tenía ya 67 años, era menos animoso y estaba menos esperanzado en el futuro que en Gobiernos anteriores, pero era un hombre enérgico y vivaz, y sobre todo, seguía teniendo ideas, y tenía visión de conjunto. Pero a esa edad, ya tenía menos esperanzas de poder resolver las cosas, y quizás empezaba a ser consciente de sus errores fundamentales. Porque él había planificado durante toda su vida el cómo resolver el problema económico y político de España, pero no había elaborado una teoría sobre los problemas sociales (la denominada “cuestión social” que había planteado por primera vez en 1893), sobre disidencias dentro de su propio partido como la de Silvela (el denominado problema generacional), y sobre el problema de Cuba, que él consideraba España y ahora se decía colonia española. Las deficiencias del sistema de Cánovas se hacían ver, todas juntas, en 1895.

     El Gobierno no tenía las buenas perspectivas que otros Gobiernos anteriores de Cánovas, pues se habían abierto muchos problemas: una crisis económica, un déficit de hacienda, terrorismo, descontento del ejército, y guerra en Cuba. Pero 1895 era el momento en que mejor se entendía con Sagasta.

     Y Cánovas volvió a su eficacia tradicional:    En primer lugar, aprobó los presupuestos del Estado, los que Sagasta no había logrado aprobar, y lo hizo con las Cortes de Sagasta. E inmediatamente después, disolvió Cortes y convocó elecciones para abril de 1896. De esta manera, evitaba preguntas incómodas en Cortes sobre la Guerra de Cuba iniciada en 24 de febrero, sólo 27 días antes.

         Antonio María de Cascajares y Azara.

     En el momento en que Cánovas envejecía y aparecían políticos progresistas que podían cambiar la trayectoria gubernamental tradicional, apareció una fuerza católica, que nunca actuaría como un partido político, pero que estaría ahí en adelante, injertada en el partido conservador del momento, para defender la visión tradicionalista católica española.

     En 1895, el arzobispo de Valladolid, Antonio María Cascajares, intentó crear un “partido católico”, siguiendo las ideas de León XIII. Hemos citado a este hombre en 1881 como obispo de Calahorra, y lo fue en 1884-1891, pero en 1891 pasó al arzobispado de Valladolid, en el que estuvo 10 años, y en 1895 fue nombrado cardenal. Desde 1901 sería arzobispo de Zaragoza. Como el Papa había dicho que no quería partidos católicos, la nueva agrupación debía ser muy especial, un partido que no apareciera como tal partido, sino como agrupación de apoyo a los obispos católicos. Era retorcer el idioma, tal y como acostumbran a hacer todos los políticos para cubrir las apariencias legales o para enmascarar la realidad. Funcionaba como un partido, como puede comprobarse de lo siguiente: El 15 de abril de 1894 había hablado de la urgencia de que los católicos se unieran, y se expresaran como católicos, prescindiendo de los partidos “históricos”, para defender los intereses católicos y para regenerar España. Su idea era crear una agrupación defensiva, no partidista, que siguiera los consejos de la jerarquía episcopal. Los católicos siempre negarán que hubiera un partido católico, pero de hecho, lo hubo siempre, integrado en el partido conservador más afín.

El 18 de abril de 1894, León XIII había hecho un discurso a los obreros españoles que habían acudido a Roma. Estos obreros provenían de Círculos Católicos, los sindicatos verticales católicos, y habían sido llevados a Roma por Claudio López Bru el II Marqués de Comillas. El Papa les dijo que debían dejarse guiar por el obispado, actuar en la legalidad, y defender los intereses de la religión católica y de la patria, siempre con sumisión al Poder constituido.

Entonces, el Secretario de Estado de El Vaticano, cardenal Mariano Rampolla de Tindaro, se entrevistó con el General de la Compañía de Jesús, Luis Martín, y con el Marqués de Comillas, Claudio López Bru, e intentaron una agrupación católica, que no se denominase partido político. López Bru argumentó que un partido más, aumentaría la confusión y haría perder diputados a los conservadores, y que la Iglesia más bien debería trabajar en el campo social. El Marqués de Comillas estaba siendo coherente, porque no contaba con suficientes hombres para organizar cuadros dirigentes para ese partido nuevo, y sabía que los conservadores de Cánovas no se iban a sumar a ese proyecto de partido católico, y mucho menos se podía contar con los carlistas integristas. Pero la idea había cuajado, y el 24 de junio de 1894, 24 obispos declararon su sumisión al Papa y afirmaron que los católicos debían cuidar de que “la ley fuera justa a fin de poder seguir siendo ley”. Era lo mismo que reclamar la supervisión sobre el Gobierno hecha por los obispos, pues el criterio de justicia pensaban ponerlo ellos. Decían que la ley no debía ser obedecida si se oponía a la Ley de Dios y a la Ley de la Iglesia, lo cual era un paso más y entraba en el integrismo, y caía en el campo del delito cuando se negaban a cumplir la ley, cuando a los obispos les pareciera conveniente.

     Entonces, Cascajares redactó un opúsculo que publicó, en febrero de 1895 la primera parte, y en junio la segunda, que se titulaba “La Organización Política de los Católicos Españoles”. Decía que la doctrina papal de aceptar al Poder constituido, tenía un límite en las circunstancias en que vivía España: bancarrota, tratados de comercio ruinosos, derrotas del ejército, desilusión y apatía del pueblo… progreso del anarquismo, empobrecimiento de la clase obrera, deterioro de la enseñanza primaria (algunos maestros se veían precisados a pedir comida a sus alumnos para poder subsistir), aparición de una prensa revolucionaria impía, un Partido Fusionista desgastado e impopular, y un Partido Conservador desorganizado. En conclusión, los católicos debían unirse para salvar a España.

     El problema que quedaba por resolver en este planteamiento, era cuál debía ser el papel de los católicos en la política, cuál sería su campo de acción. Podía ser cuidar del orden espiritual y mantener la obediencia a los obispos, y de los obispos al Papa; podía ser el mutuo apoyo para promover obras católicas como las misiones, cofradías, círculos obreros y congresos católicos; podía ser la unión política con todas sus consecuencias, con sumisión de todos los militantes al programa del clero católico. Y Cascajares creía que el tercer camino era el correcto, porque así, se podían cristianizar las leyes, y se podía asegurar el futuro de Alfonso XIII. Se había llegado a la idea de un partido, que no se llamase partido.

     Aunque Cascajares fracasó en el proyecto de un partido católico, fue preconizado para cardenal en 1895 a petición de María Cristina de Habsburgo Lorena, y en junio de 1896 se fue a Roan a recibir el capelo. Aprovechó el viaje para sugerir al Secretario de Estado, Mariano Rampolla, y al General de los jesuitas, Luis Martín, que impulsaran un partido católico. Y también para escribir a María Cristina, desde su nueva posición en la jerarquía, que propiciara ese partido católico. Le recomendaba a María Cristina que había que empezar por reconciliar a los carlistas con los liberales, pues todos eran católicos, y había que resolver la cuestión dinástica mediante el matrimonio de la Infanta María de las Mercedes de Borbón, con el primogénito de Carlos VII, Jaime de Borbón. La idea no era nueva pues la había comentado Isabel II en su momento, y se había reiterado en ámbitos carlistas en 1885. La Regente se negó a considerar el tema.

     En septiembre de 1896, Cascajares publicó una Pastoral insistiendo en la idea de un partido católico nacional que regenerase el país, un país que aparecía arruinado y sin soluciones políticas.

     El catolicismo militante estaba en marcha. Esta organización es decisiva en el resto de la historia de España, pues todos los partidos conservadores, a partir de este momento, serán complejos: tendrán un sector conservador capitalista, un sector mayoritario católico dirigido por los obispos, y un sector liberal no confesional que pretende ser independiente de la Iglesia. El sector capitalista y el sector liberal serán fácilmente identificables, pero el sector católico permanecerá siempre en la sombra, dado que no se pueden manifestar como partido, lo que permite a la Iglesia atribuirse o rechazar todo lo que le conviene en cada momento, pues nunca se podrá probar que ellos son responsables de determinadas acciones de Gobierno. Así es como hay que pensar para entender el siglo XX español.

     En 1896 se constituyó en Madrid el Consejo Nacional de Corporaciones Católicas y la obra se extendió al resto de España encargándose cada obispo de hacer una asociación obrera similar a las del padre Vicent, lo que se llamó “Asambleas Diocesanas”. Incluso crearon un banco para proteger a los obreros que radicaba en Madrid y se llamaba Banco de León XIII.

     A fines de 1896, el cardenal y arzobispo de Valladolid, Antonio María Cascajares, se decidió a intervenir directamente en la política. Decidió que era hora de que cayese el Partido Conservador. Y para ello, se entrevistó con católicos conocidos como Francisco Silvela, José Canalejas, Germán Gamazo y Camilo Polavieja. Su propuesta era que los políticos católicos se unieran en un “partido nacional y católico” que representase a todos los españoles.

Y luego, Cascajares dirigió un escrito a la Regente en el que proponía tres soluciones: o se mantenía el Gobierno de Cánovas, pero dando carteras a Silvela y Villaverde; o se nombraba nuevo Gobierno presidido por Marcelo Azcárraga Palmero y con Silvela como referente; o se formaba un Gobierno con Silvela. Pero Cánovas debía abandonar el poder. Y Cascajares manifestaba que prefería la segunda opción, la de Azcárraga. Cuando Cánovas fue asesinado en 8 de agosto de 1897, Azcárraga presidió el Consejo de Ministros, y volvería a ser Presidente en 1900-1901, y en 1904-1905.

     En enero de 1897, volvió Cascajares al protagonismo político, y fue a Madrid a visitar a Silvela, Canalejas, Gamazo y María Cristina de Habsburgo. Le pidió a la Reina que no se comprometiera con nadie para formar nuevo Gobierno, ni se confiara a ningún partido, sino que esperase el apoyo del “movimiento católico”.

         Las fuerzas políticas en 1895-1896.

     El Partido Liberal estaba poco considerado entre los conservadores.      En 1895, los conservadores consideraron si el Partido Liberal de Sagasta era prescindible, porque este partido era un caos. Pensaban que hacía falta era otro partido que hiciera la alternativa de Gobiernos con Cánovas. Se pensó para ello en Silvela, en Villaverde y en Martínez-Campos para un nuevo partido liberal conservador, más conservador que Cánovas, que hiciera la alternativa al Partido Conservador de Cánovas. No se encontró el ambiente adecuado para otro partido de derechas. Y el juego de partidos se mantuvo en la artificiosidad instalada en 1876: el canovismo, o Partido Conservador, y el sagastismo, o Partido Liberal, ya descritos con anterioridad en otros temas.

Socialistas en 1895-1896.

     En 1895 los socialistas obtuvieron un concejal por Bilbao, Facundo Perezagua. Ya lo habían intentado en 1891 y sacaron tres concejales, pero fueron eliminados por no tener un mínimo de contribuciones a hacienda. En 1895 pusieron a nombre de Perezagua una taberna, para darle capacidad de ser elegible, y éste logró su acta de concejal. Ante el éxito, Pablo Iglesias intentará ser concejal por Bilbao en 1896, pero las “habilidades” electorales del Gobierno se lo impidieron. El PSOE aprendió que no era bueno presentar muchos candidatos que dispersasen el voto, sino pocos y con campañas muy trabajadas, y así lo hará en el País Vasco, Madrid, Zaragoza y Asturias.

A los socialistas españoles de final del siglo XIX no les votaba prácticamente nadie: tras la Ley del Sufragio Universal de 1890, el Partido Socialista Obrero Español, que aceptaba la vía democrática de acceso al poder, había obtenido 5.000 votos en 1891, 7.000 en 1893, 14.000 en 1896 y 20.000 en 1898, según datos de El Socialista. Aunque las cifras iban creciendo, los votos obtenidos eran insignificantes para una población de más de cuatro millones de votantes. Se cree que había tantos votantes como afiliados a UGT, lo que significaría que el ideario socialista no cuajaba en la población española.

     El PSOE era dirigido por mano férrea e inflexible desde Madrid, la mano de Pablo Iglesias Posse, el cual no dejaba opinar ni a los intelectuales de su propio partido. Pablo Iglesias hacía declaraciones generales que quedaban muy bien, pero no tocaba los problemas concretos de los ciudadanos, los cuales debían ser abordados por los Comités Locales, y si se equivocaban, Pablo Iglesias les condenaba, y asunto concluido. La democracia interna del PSOE era muy pobre, o nula.

     Carlistas en 1895.

El carlismo estaba liderado desde 1895 por Enrique Aguilera Gamboa Marqués de Cerralbo, y se expresaba en Madrid en El Correo Español.

Anarquistas en 1896.

     En 7 de junio de 1896, estalló una bomba en Cambis Nous. Y el 2 de septiembre de 1896, se dio la Ley de represión del terrorismo. Los sospechosos de terrorismo fueron llevados a Monjuic y torturados, hasta que confesaron sus crímenes.    Los anarquistas decían que su único camino era el terrorismo. El Gobierno decía que su única opción era la represión.

     Republicanos en 1895-1896.

     En 1895 murió el republicano Ruiz Zorrilla. Los republicanos, desprovistos de su Jefe secular, podían tomar múltiples caminos, lo que podía ser su reconstrucción o su dispersión total, habrá un poco de todo.

     Los republicanos españoles de finales del XIX tampoco tenían posibilidades de triunfar en las elecciones. Eran pocos, dispersos en distintas circunscripciones electorales, tenían poca organización interna, carecían de dirección autoritaria, lo que les parecía muy democrático, pero de hecho, se combatían unos a otros internamente con furia. Continuamente eran convocados para manifestarse delante de los Ayuntamientos y Diputaciones, y ser republicano era lo mismo que ser manifestante callejero, pero no lograban nada nunca. Estaban orgullosos de convocar y movilizar continuamente a su gente, lo cual satisfacía el ego de los convocantes y les hacía considerarse muy luchadores. También convocaban continuamente a los demás partidos y líderes políticos a pactos, coaliciones electorales, unas secretas y otras públicas, pero en la práctica, esas acciones no llevaban a nada. Las células republicanas locales eran muchas y ninguna se preocupaba de definir en qué grupo republicano se encuadraban, si republicanos progresistas, republicanos centralistas unitarios o republicanos federales, porque eran muy pocos en cada agrupación local, y si encima se definían como de ideología distinta, podían quedarse en cuadro. El grupo republicano progresista se caracterizaba por criticar cuestiones de procedimiento en la gestión del Gobierno.

     En 1895, los republicanos habían celebrado una asamblea y lo único que obtuvieron en limpio fue la constatación de los desacuerdos entre los “republicanos legales” partidarios de respetar la legalidad española, y los “republicanos radicales” que sólo creían en el levantamiento y la rebelión. Los “legales” querían participar en las elecciones y conseguir la república tras ganarlas. La asamblea la ganaron los “legales” por 71 votos a 63, pero los “radicales” no aceptaron el resultado de la votación, dijeron que la asamblea no había sido representativa y que la votación no era válida. Era lo mismo que decir que la democracia sólo era válida cuando ellos ganaban.

     Los republicanos radicales se llamaron Partido Republicano Progresista y designaron como su líder a José María Esquerdo Zaragoza en 1895. Era un psicólogo, nacido en Villajoyosa, que había estudiado en Valencia y Madrid y se había quedado como profesor en la Universidad de Madrid. Sería el líder hasta 1901, momento en el que los militantes decidieron presentarse a las elecciones, cuando él discrepaba de esa decisión de la asamblea.

     Los republicanos “legales” se llamaron Partido Republicano Nacional, y designaron como líder a Miguel Morayta Sagrario, un masón catedrático de Historia de España y Universal en la Universidad de Madrid. Este Partido Republicano Nacional era el sucesor, y de hecho se parecía mucho, al antiguo Partido Centralista de Nicolás Salmerón y de Gumersindo de Azcárate, pero durante algún tiempo, ambas agrupaciones aparecieron como diferentes.

     Ambos grupos republicanos llamaban continuamente a la unión de todos los republicanos, pero nunca lo consiguieron, sino que de hecho, estuvieron en muchas agrupaciones distintas:

     El Partido Federal Orgánico de Figueras, fundado en 1881, quería un federalismo organizado desde arriba, por una cúpula de intelectuales, lejos del populismo cantonalista.

     El Partido Republicano Federal de Pi i Margall, quería un federalismo desde abajo, conformando primero los Estados republicanos, y esperando los pactos entre ellos, hasta configurar la República Federal Española. Serían un pacto “sinalagmático”, es decir, por contratos entre federaciones libres, autónomas, independientes y soberanas, hasta llegar a la federación de todas. Era evidente el componente utópico. Ellos no se explicaban los altibajos de su organización, pero es evidente que su planteamiento dependía del momento político, del grado de aceptación o hartazgo de los españoles en cada momento. Pi decía que eso no era un problema, pues el sentimiento de ser españoles estaría por encima de cualquier divisionismo y se impondría al final. Más utopía.

     Los republicanos pactistas de Pi, eran muchos más que los orgánicos de Figueras.

     En 1896, el Partido Republicano Federal, el pactista, se escindió, porque los catalanes, Comité Regional de Cataluña, aprobaron unas bases que admitían la acción revolucionaria como método de propaganda política, y querían que los demás grupos políticos adoptaran este mismo principio. Pidieron el retraimiento electoral y el abandono de los cargos políticos ya conseguidos.

Los republicanos convocaron una nueva asamblea en febrero de 1896. Estos “revolucionarios” se caracterizaron por falsear datos, por presentar representaciones de provincias en las que en realidad no existía ningún Comité Provincial, sino tres o cuatro chalados, y hablaban de Comités Locales que no existían sino en su imaginación. Pi se enfadó mucho con la farsa, de la que era consciente que todo era mentira. Abandonó la asamblea y le siguieron muchos militantes. El Partido Republicano Federal se había roto otra vez.

En marzo de 1896, los republicanos reunieron una nueva asamblea de centralistas, nacionales, progresistas y federalistas catalanes (revolucionarios). Pi i Margall se negó a acudir. Y allí nombraron una Junta Central del partido Unión Republicana Nacional, en la que estaba José María Esquerdo, que debía coordinar las acciones de los republicanos para lograr la República Española, la cual se conseguiría mediante unas elecciones constituyentes, y los diputados elegidos decidirían sobre la marcha el tipo de república que al final de institucionalizaría. Seguían sin saber qué querían.

Los grupos republicanos, además de ser muchos, no sabían qué querían. Por ello, el tema del republicanismo en España se hace muy pesado y complejo para un lector de nuestro tiempo.

En 1897, la unión entre republicanos se volvió a romper porque los republicanos federales y los progresistas volvieron a pedir la acción en la calle, la revolución, y los republicanos centralistas y nacionales se mantenían en la idea de la lucha legal a través de elecciones limpias y participación en las Cortes. Los “legales” abandonaron de nuevo la asamblea y celebraron una nueva asamblea para ellos solos, de la cual nació el Partido de Fusión Republicana.

Si considerar este conglomerado de republicanos nos parece tedioso a los lectores actuales, hay que entender que entender las diferencias y razones de cada grupo republicano, para un ciudadano español de fin de siglo XIX, era un galimatías imposible.

         Las elecciones de abril de 1896.

En abril de 1896 hubo elecciones. Cánovas las ganó por amplia mayoría, como siempre ocurría en la España del XIX, que el que estaba en el Gobierno ganaba por muy amplia mayoría.

Cánovas obtuvo 269 diputados sobre 401 escaños (según Martínez Cuadrado), pero podía reunir hasta 303 votos en el Congreso si sumamos los indefinidos y los de Silvela; Sagasta tuvo 98; Silvela obtuvo 10; los carlistas 8; y los republicanos 1. Hubo un diputado que era independiente. Sin definir ideología, pero tenidos por conservadores, había 19 diputados.

     En mayo de 1896, con motivo de la apertura de las Cortes, Cánovas hizo el discurso preceptivo, en el que fue destacable el tema de la Guerra de Cuba y el peligro de guerra de España con los Estados Unidos. Cánovas dijo que la paz exigía concesiones, pero que las concesiones no garantizaban nada, porque los separatistas cubanos exigían la independencia. Por ello, lo primero era vencer a los separatistas, y más tarde se hablaría de hacer concesiones. Martínez Campos aconsejaba la política de concesiones, y ver qué pasaba después.

         Las colonias en 1896.

En 1896 empezó la guerra en Filipinas. Se sumaba a la Guerra de Cuba empezada en 1895.

El 4 de marzo de 1896, fue designado nuevo Presidente de los Estados Unidos William Mackinley, nacionalista y militarista. No ejercería la presidencia hasta marzo de 1897. Como MacKinley era un halcón político, Cánovas decidió que la Guerra de Cuba debía terminarse antes de acabar el año 1896, lo cual era factible, pues los rebeldes estaban prácticamente vencidos.

El 4 de abril de 1896, el Presidente saliente, Grover Cleveland exigió la autonomía para Cuba. El 6 de abril, España acudió a Nueva York a dialogar con el Gobierno norteamericano.

Se iniciaron entonces las campañas sensacionalistas pergeñadas contra España por Joseph Pulitzer, llamado “el judío húngaro” cuando empezaron las campañas en su contra, y de Randolph Hearts, llamado “el californiano de San Francisco”.

Los Estados Unidos no estaban dispuestos a tolerar la paz en Cuba, pero tampoco querían presentarse ellos en la isla y hacerse cargo de la guerra contra los rebeldes cubanos independentistas. Los Estados Unidos querían el tabaco y azúcar cubano para venderlo en Estados Unidos con grandes ganancias. No estaban dispuestos a la guerra con España y a una nueva guerra con los rebeldes. Cambiaron de opinión en 1898.

               Los carlistas en 1897.

     El 20 de enero de 1897, la prensa publicó el Acta Política de la Conferencia de Loredán. Se habían reunido en Venecia, a llamada de Carlos VII, siete personajes carlistas, de los cuales cinco eran parlamentarios, y habían elaborado el Acta de Loredán, lo que se considera el programa de la doctrina carlista, que nunca se había redactado en todo el siglo XIX: describían una España triste y fracasada, y culpaban de todo ello al liberalismo en general, a la ineptitud de los Gobiernos y a los malos sistemas políticos. Y proponían una nueva organización del Estado basada en los siguientes puntos:

  Respeto a las tradiciones veneradas en la Patria, como la unidad católica en su aspecto de la tradición religiosa, la monarquía en su aspecto de la tradición política, y la libertad fuerista y regional en su aspecto de la tradición doméstica.

  Libertad completa de la Iglesia contra los regalismos que se inmiscuyen en su misión sagrada.

  Un Rey como Primer Magistrado de la Nación, guardador de la Ley y primer soldado de España, y nunca como Rey constitucional con poder limitado por la Ley.

  Procuradores elegidos por cada clase social. Ello significaba que cada individuo podía votar varias veces, tantas como papeles representase en la sociedad, es decir, podía votar como padre de familia, como empresario, como socio o trabajador de una institución. Para el carlismo, una clase social es una corporación social. Y como mínimo, en el Parlamento deberían aparecer representantes del clero, las Universidades, las Academias, los centros docentes, los agricultores, los industriales, los comerciantes, los gremios obreros, el ejército y la armada, y la nobleza.

  Los Procuradores debían tener mandato imperativo y poderes limitados y revocables, y continuamente debían dar cuenta de sus actos a sus electores.

  Las funciones del Parlamento son fiscalizar al Poder ejecutivo, votar los impuestos nuevos, intervenir en la acción legislativa. Pero se entiende que el Parlamento no tiene el poder legislativo, sino que éste le corresponde al Rey.

  El Gobierno viene limitado en todo caso por el Parlamento en materia de alterar tributos y alterar Leyes Generales antiguas, cosas que no puede hacer sin la aprobación previa del Parlamento. Pero tiene la capacidad de hacer “Leyes No Generales”, es decir, coyunturales o locales.

  El Rey viene limitado por los Fueros, es decir, por toda la legislación regional antigua que concedió derechos y autonomías a una región determinada. Por ello, deben restituirse los fueros al País Vasco y a Navarra, y deben restablecerse los antiguos fueros de Aragón, Cataluña, Valencia, Mallorca, y deben restaurarse los fueros de Galicia, Asturias y Castilla-León.

  El Poder Judicial es independiente y viene representado en su cúpula por el Tribunal Superior, el cual está integrado por Magistrados, Consejeros Reales, y Procuradores en Cortes.

  La Hacienda debe ser descentralizada según criterios históricos a fin de conocer la ruina a que la han sometido las dilapidaciones del sistema parlamentario liberal y la centralización llevada a cabo por éste.

  El Ejército y la Marina se deben nacionalizar a fin de que no dependan en nada del extranjero, sino que todo lo que necesiten se fabrique en España.

  Las Colonias deben tener autonomía y ser gobernadas por Virreyes.

  En materia social, el carlismo apoyaba las declaraciones de León XIII, y abogaba por la restauración de los gremios, las cooperativas de producción y de consumo, la intervención legislativa del Estado a favor de los menos afortunados. Y como España es fundamentalmente agrícola (hablaban a finales del XIX), la buena política económica era reducir impuestos, restaurar los pósitos, hacer la repoblación forestal, construir regadíos, y hacer un reparto de la propiedad adecuado. También es preciso reformar la enseñanza con mejores valores que los del liberalismo.

     El programa social del carlismo nos recuerda al regeneracionismo, pero es que todos los programas de la última década del XIX y primera del XX, copiaban cosas del regeneracionismo.

         Los carlistas a partir de 1897.

     Durante 1898 y 1899, hubo en España rumores de guerra civil en el sentido de que los “tradicionalistas” se iban a levantar de nuevo, e iniciar la cuarta guerra carlista, o tercera según las cuentas de otros.

     Elementos cercanos al carlismo eran el Partido Integrista y el Partido Católico Nacional. El Partido Carlista se separó del carlismo de Carlos VII en 1888 alegando que Carlos VII no era lo suficientemente tradicionalista. Y a su vez, el integrismo católico se convirtió en un punto de discrepancia dentro del carlismo, dentro de Comunión Carlista. Algunos carlistas, entre ellos Carlos VII, hablaban de una cierta tolerancia sobre algunos puntos del liberalismo, y sobre Alfonso XII y, en los años siguientes, hicieron llamadas por la unión de los católicos en un solo partido, que sería el Partido Católico Nacional, pero este partido nunca se constituyó realmente, y se quedó en un proyecto, un deseo continuamente manifestado.

         El integrismo católico en 1897-1898.

     El integrismo católico opinaba que el general Camilo García Polavieja podía ser el líder que les llevara al Gobierno, porque era un general que había triunfado en Filipinas, que era católico y que no se había integrado en ningún partido a fecha de septiembre de 1898.

     El periódico de los católicos integristas fue El Siglo Futuro. Era un diario que salía en Madrid, y se vendía por suscripciones. En 1892, este periódico abrió una colecta entre sus lectores para regalar una espada a Polavieja. Se encargo de diseñarla Benlliure.

     Silvela declaró en enero de 1897 que no quería ser un mero disidente del Partido Conservador, sino que pretendía tener un grupo parlamentario suficiente para gobernar España a fin de acabar con el caciquismo y la manipulación electoral.

     El 13 de mayo de 1897, Camilo García Polavieja desembarcó en Barcelona, procedente de Manila. Tuvo una acogida clamorosa, anormal. La habían organizado Silvela, Canalejas, Claudio López Bru, Cascajares, y algún liberal. Se dice que fueron a recibirle 40.000 personas, una manifestación muy numerosa para la época. Gritaban: “Viva el General Cristiano”. Luego, Polavieja llegó a Zaragoza y de nuevo una multitud salió a recibirle. El Gobierno quedó impresionado y le envió un recado prohibiéndole entrar en Madrid a su antojo, y fijando fecha y hora para hacerlo. Polavieja llegó a la Estación de Atocha en Madrid el 16 de mayo, y de nuevo había una multitud en la calle que le acompañó desde la estación a Palacio Real. La comitiva fue por Cibeles, Alcalá, Puerta del Sol, y al pasar por Alcalá, la multitud se calculaba en 70.000 personas. Al llegar a Palacio Real le recibió María Cristina de Habsburgo. Cuando se retiró de Palacio, Polavieja se dirigió a la multitud y dio vítores a la Reina y a las Infantas, que estaban en el balcón de Palacio. Al acontecimiento se le llamo “crisis del balcón”:

    El Imparcial, periódico de lo Gasset, publicó al día siguiente que la Reina Regente quería un Gobierno de Polavieja. Cánovas contestó desde La Época, que la presencia de la Reina en el balcón a la salida de Polavieja, había sido casual. Sagasta replicó a Cánovas que su actitud era una bellaquería. Se empezó a comentar que el Gobierno Cánovas caería pronto.

         Inestabilidad política en 1897

     El 4 de mayo de 1897 eran fusilados cinco terroristas anarquistas en Montjuic (Barcelona). Habían sido acusados de la muerte de 15 personas, y de 34 más heridas, con una bomba que habían arrojado sobre la procesión del Corpus en la calle Cambis Nous de Barcelona. La investigación sobre el atentado de Cambis Nous de Barcelona descubrió a los autores de muchos atentados, entre ellos el que se buscaba. Se les hizo Consejo de Guerra y se pronunciaron cinco penas de muerte. Inmediatamente los periódicos europeos pidieron clemencia para los asesinos de 15 personas. ¿Quién estaba pagando la campaña de prensa contra el Gobierno español? La prensa acusaba al Gobierno español de malos tratos en los interrogatorios, y ello era verdad, pues la costumbre en la época, en muchos países del mundo y durante mucho tiempo, fue dar palizas a los acusados. ¿Por qué no se denunciaban los malos tratos en otros países europeos y en los Estados Unidos, y sí los de España?

En 19 de mayo de 1897, Sagasta pidió la autonomía para los cubanos, con lo cual dejarían de ser colonias, pero ya era tarde, pues los cubanos estaban convencidos de que iban aganar la guerra y a conseguir la independencia.

     En mayo de 1897, Cánovas estaba irritado por cómo la prensa ensalzaba el plan de Sagasta sobre la solución de los problemas de Cuba, y por cómo despreciaba la fuerza de los Estados Unidos. Decidió tomarse un descanso para elaborar un plan de acción política respecto al problema cubano. Dijo que pensaba presentarlo a las Cortes a principios de 1898.

     En junio de 1897, el Ministro de Estado, Carlos Manuel O`Donnell-Álvarez Abreu duque de Tetuán, dio una bofetada a Augusto Comas Arqués en los pasillos del Senado. Comas era catedrático de Derecho Civil y miembro del Partido Liberal Fusionista. Sagasta pidió la dimisión de todo el Gobierno.

     En junio de 1897 tuvo lugar el Mitin de La Alhambra, en el que Silvela pidió que todos los descontentos con Cánovas, con Sagasta, con los republicanos y con el partido católico, le apoyaran para formar un nuevo Gobierno. Hizo también algunas declaraciones de ser católico y de que su programa no iba contra el catolicismo, para no confundir a los católicos. Se iniciaba la conspiración para expulsar del poder a Cánovas.

Cánovas exigió a Weyler que terminara la guerra antes de diciembre de ese año, lo cual evitaría negociaciones con Estados Unidos. Cánovas envió a Cuba a 25.000 hombres más. Cánovas obtuvo la confianza de la Regente y cerró las Cortes.

Cánovas padecía glucosuria (azúcar en la sangre) y se decía que las aguas del balneario de Santa Águeda, cerca de San Sebastián, venían bien a esa enfermedad, y tal vez tuvieran razón pues el descanso y la tranquilidad son buenos en los procesos de curación. El 22 de julio, Cánovas y su mujer, Joaquina Osma, salieron de Madrid hacia San Sebastián y se hospedaron en el Hotel Londres de esa ciudad.

Se recibieron avisos de Londres y de París de que alguien pretendía asesinar al Rey, a la Reina Regente y a Cánovas, pues estaba reuniéndose con anarquistas y haciendo esas propuestas en París. Era Michele Angiolillo. No se hizo demasiado caso de las informaciones extranjeras. Angiolillo les vigilaba de cerca en los pasillos del hotel, en los paseos, en las salidas a otros pueblos… pero nadie le detectó, a pesar de que iba armado. Era rubio, usaba gafas, era anarquista, y tenía relaciones con agrupaciones anarquistas de Londres y de París.

     Cánovas fue asesinado el 8 de agosto de 1897 en el balneario de Santa Águeda en Guipúzcoa. Ese día, Cánovas se había levantado tarde, había oído misa junto a su esposa, y había subido más tarde a su habitación para cambiarse de ropa, quitarse la de ceremonia de misa, y ponerse más cómodo. Luego puso un telegrama al Ministro de Gobernación. Y luego, su esposa y él decidieron bajar al comedor a desayunar, pues los españoles pueden desayunar a las once o las doce de la mañana sin que ello sea demasiado excepcional. Joaquina se encontró una conocida y se quedó con ella a charlar. La cosa iba para largo, y Cánovas se fue al jardín a leer el periódico, mientras las mujeres charlaban. Leía La Época en un banco del jardín. En ese momento, llegó un tipo en zapatillas, para no hacer ruido al andar, y observó el jardín. Se acercó a Cánovas por la espalda, con un revólver, hasta un metro y medio de distancia, y disparó, Cánovas trató de incorporarse y el asesino disparó de nuevo. Cánovas cayó, y el asesino disparó por tercera vez. Todos los disparos eran mortales de necesidad.

     El italiano Michele Angiolillo, se apresuró a manifestar que lo había hecho para vengar a sus hermanos de Montjuich, es decir a sus compañeros anarquistas de Barcelona. Angiolillo era un italiano que, huido de Italia se refugió en Barcelona durante varios años, hasta ser expulsado de España. Fue entonces a Francia y, se entrevistó en París a principios de 1896, con un puertorriqueño llamado Betances, que le habló en nombre de los cubanos y le entregó 500 francos. Angiolillo se dirigió a Madrid buscando la ocasión de matar a Cánovas y a la Reina Regente, pero el líder cubano Betances no encontraba ventaja alguna para Cuba ni Puerto Rico en la muerte de la Regente, y además pensaba se complicaba el caso inútilmente, y no quiso colaborar en el magnicidio. A Angiolillo le fue imposible el doble asesinato en Madrid. Siguió a Cánovas hasta Guipúzcoa y estuvo esperando su ocasión hasta que ésta se presentó. Fue detenido. Dijo que vengaba la muerte de los compañeros anarquistas y fue ejecutado, quizás prematuramente, pues no se le hacía declarar sobre los que habían pagado el atentado. Se le sometió a juicio sumarísimo y fue ejecutado en la cárcel de Vergara el 20 de agosto de 1897. Había manifestado no tener cómplices, pero eso no pudo comprobarse. Apenas hubo investigación sobre la persona y andanzas de Angiolillo, en los doce días que permaneció vivo tras el atentado. ¿Los “cubanos”, hacendados cubanos o empresarios españoles con intereses en Cuba, pusieron dinero para el asesinato?

El doctor Ramón Emeterio Betances, delegado de los rebeldes cubanos en París, había proporcionado a Angiolillo, al menos, la información precisa para el asesinato. Poco después murió Ramón Emeterio Betances el 16 de septiembre de 1898, y el completo secreto cayó sobre el atentado de Santa Águeda. Betances era un oftalmólogo que había estado con los rebeldes cubanos en el inicio de la revolución contra España. Era masón. Tenía algún antepasado de raza negra, y varios que habían luchado contra España en Santo Domingo y Puerto Rico. Estudió medicina en Francia. Tenía una finca productora de azúcar y un ingenio en Puerto Rico. Estuvo en el Grito de Lares de Puerto Rico. Se exilió a Nueva York en 1869 y contactó con los rebeldes cubanos. Se fue a trabajar a París y allí fue el contacto de los rebeldes cubanos. También se relacionaba con anarquistas italianos.

También se habló de la implicación de los Estados Unidos en el atentado. Los Estados Unidos querían la independencia de Cuba, porque estaban convencidos de que los pequeños Estados no sobrevivirían en el mundo industrial que estaba naciendo, y por ello, Cuba caería dentro de Estados Unidos como fruta madura, de manera natural. La absorción mejoraría, según ellos, la civilización y la raza cubana. Ese tipo de lenguaje escondía los deseos de controlar el mercado del azúcar y del tabaco a nivel mundial.

     Los comentarios por la muerte de Cánovas fueron diversos: los católicos integristas, que querían eliminar a Cánovas del Gobierno, vieron el camino expedito. Sagasta dijo que “ahora ya podemos tutearnos todos” porque pensaba que Cánovas era muy superior a todo el resto de los políticos, y los que quedaban vivos eran más o menos parecidos. Bismarck envió un telegrama de condolencia a Joaquina, la esposa de Cánovas. Los cubanos rebeldes hicieron grandes fiestas. El The New York dijo que, una vez muerto Cánovas era más fácil un acuerdo que evitase la guerra de Cuba. El The New York World dijo que la guerra era inevitable y que los cubanos ganarían su libertad. El The New York Journal dijo que Cuba sería finalmente libre. El The New York Sun dijo que había desparecido el obstáculo para el triunfo de la revolución cubana. El The Washington Post dijo que los cubanos se alegraban de la muerte de Cánovas.

     El cadáver fue trasladado a La Huerta, residencia de Cánovas en Madrid. Al entierro asistió toda la clase política.

              El mito de Cánovas.

     Sobre el recuerdo de Cánovas se elaboró una leyenda contando con los muchos prejuicios e ignorancia de los españoles. Todos hablaban de él, y nadie sabía casi nada sobre el personaje. Algunos que pasaban por entendidos mezclaban épocas, temas y dichos, y acababan demostrando que Cánovas había dicho lo que ellos querían que hubiera dicho, y que Cánovas nunca había dicho. Incluso aparecieron en el discurso cambios y crisis de Gobierno que nunca habían existido.

     Y los críticos de Cánovas, como Silvela y Romero Robledo, que parecían figuras muy destacables de la política de Cánovas, en cuanto desapareció éste, fracasaron estrepitosamente. Porque, al lado de un político grande, se puede quizás vivir criticando sus actuaciones, pero una vez desaparecido el líder, los críticos se quedan sin objetivo y sin teorías que sostener.


[1] Fernando Cos-Gayón y Pons, 1825-1898, era un periodista y literato cántabro amigo personal de Cánovas.

[2] Juan Navarro Reverter, 1844-1924, fue un ingeniero de montes que era liberal en 1881, pero se pasó al conservadurismo y fue ministro de Hacienda en marzo de 1895, para pasarse de nuevo al liberalismo por estar en desacuerdo con Sagasta y volver a ser ministro de Hacienda en julio de 1906, diciembre de 1906, marzo de 1912, y diciembre de 1912.

[3] Tomás Castellano Villarroya, 1850-1906, era amigo personal de Cánovas.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

Leave a Reply