LA GUERRA CARLISTA EN 1834-1835.

 

 

 

Primera fase de la Guerra Carlista.

    El miguelismo en Portugal. Abril-mayo de 1834.

 

La Guerra Carlista tuvo cuatro escenarios principales: Portugal, Navarra-País Vasco, norte de Cataluña y El Maestrazgo. Otros escenarios secundarios protagonizados por cuadrillas de guerrilleros fueron la Serranía de Ronda, La Mancha, Cantabria, Badajoz…

 

El primer episodio de la Guerra Carlista española, tuvo lugar en Portugal, donde los miguelistas y carlistas preparaban una sublevación conjunta, que debía reunir un ejército en la Extremadura española. Los hechos tuvieron lugar ya durante el Gobierno de Martínez de la Rosa, pero la preparación de los mismos había sido de tiempos de Cea-Bermúdez.

La intervención en Portugal a favor de María de la Gloria era un cambio de política española, pues Fernando VII había reconocido a Don Miguel como legítimo rey de Portugal tras las Cortes de Lamego de 1829.

Cea Bermúdez era un hombre experimentado en política, y antes de intervenir en Portugal había buscado tanto la aprobación de Gran Bretaña, a la que presentó el proyecto como la lucha contra el intento de unir ambos reinos, España y Portugal, como la aprobación de Francia a la que había argumentado que intentaba oponerse a las “potencias del norte”. Francia no apoyó materialmente en nada, pero dio su aprobación a la intervención española. Gran Bretaña manifestó que no veía hostilidad en la intervención de España en Portugal, sino el apoyo a la legitimidad de María de la Gloria, hermana de Don Miguel e hija de Pedro I de Brasil.

Carlos María Isidro de Borbón, al morir Fernando VII en 29 de septiembre de 1833, reclamó el trono desde su residencia en Portugal, en el Manifiesto de Abrantes de 1 de octubre de 1833. Se había refugiado en Portugal porque allí se estaba produciendo una guerra entre el absolutismo y el liberalismo.

El 6 de octubre de 1833, el general Santos Ladrón de Cegama, proclamó Rey de España, en Tricio (La Rioja), a Carlos María Isidro, como Carlos V, y captó voluntarios realistas de Logroño y se pasó a Navarra. Ladrón de Cegama se llegó a La Rioja desde Valladolid, en donde estaba confinado sin mando en tropa, debido a sus ideas realistas.

Surgieron núcleos carlistas por diversas partes del territorio español. El centro de la rebelión carlista del Maestrazgo fue Morella (Castellón), a mitad de camino entre Alcañiz (Teruel) y Vinaroz (Castellón), a donde acudieron realistas de Cataluña, Aragón y Valencia. El 8 de diciembre de 1833, el brigadier cristino Rafael Hore Díaz, Gobernador de Tortosa y Castellón, fue sobre Morella y puso en fuga a los cabecillas carlistas allí reunidos. El carlista Rafael Ram de Víu y Pueyo barón de Hervés huyó a Calanda (Teruel), donde fue atacado por el coronel cristino Cristóbal Linares y de nuevo se provocó la desbandada carlista.

En 1833, el levantamiento carlista fue un fracaso en medio de una España a la que todos consideraban absolutista y católica integrista. Pero no todos los absolutistas y católicos integristas estuvieron en el carlismo. El carlismo tuvo algún éxito solamente en la Provincias Vascongadas y Navarra, y había fracasado en Valencia y también en Cataluña, donde los carlistas habían tenido grandes esperanzas de triunfo. La única posibilidad que vio Carlos María Isidro fue la revuelta panibérica uniéndose al miguelismo portugués.

Seguidamente, Cea-Bermúdez inició una campaña de prensa contra Don Miguel de Portugal utilizando La Gazeta de Madrid. En ella, recordaba continuamente que España deseaba que se resolviera el problema de la guerra civil portuguesa, “Guerra de los dos Hermanos” por las buenas o por las malas.

Y al mismo tiempo, Cea Bermúdez preparó la incursión sobre Portugal, pues había situado al general José Rodil en Ciudad Rodrigo. Y cuando se supo que Don Carlos de España estaba entre los ejércitos miguelistas, se encargó al general José Rodil que capturase al infante español, líder de la rebelión carlista. Se dio instrucciones a los embajadores españoles, marqués de Miraflores en Londres, y duque de Frías en París, para que lograsen el mayor apoyo diplomático a la acción de España.

El Capitán General de Extremadura José Ramón Rodil y Gayoso Campillo[1], recibió la orden de entrar en Portugal y ayudar a las fuerzas pedristas que apoyaban a María de la Gloria contra Don Miguel de Portugal y Don Carlos de España, y de capturar a Carlos María Isidro de Borbón. José Rodil había sido nombrado Capitán General de Extremadura en septiembre de 1833, a la vez que Inspector General de Carabineros de Costas y Fronteras, un cargo fundamental para controlar los avituallamientos del carlismo. Al morir Fernando VII el 29 de septiembre de 1833, a Rodil se le encargó el control de toda la frontera portuguesa, mil kilómetros a vigilar. Y Rodil fue nombrado General en Jefe del Ejército de Observación de la Frontera Portuguesa. Rodil tenía como problema el depurar a los carlistas de su ejército. Se valió del Cuerpo de Carabineros que él había formado y con sus hombres de confianza, investigó a sus soldados y apartó a los oficiales y suboficiales carlistas, y también inició un servicio de información, sobre todo en Portugal, para conocer lo que pasaba en el país vecino y dónde estaban en cada momento Don Miguel y Don Carlos. Lo hizo muy bien, y así supo que Extremadura española iba a ser el lugar de concentración de los miguelistas portugueses y carlistas españoles, ejército que debía derribar a Doña María de la Gloria del trono de Portugal, y más tarde a Isabel II del trono de España. En su cargo anterior de Inspector Militar, había investigado concienzudamente al ejército español y sabía la opinión política de casi todos los oficiales. La depuración general del ejército español no le era muy difícil si le daban el poder suficiente.

También recurrió Rodil a las Milicias Urbanas de distintas ciudades españolas, milicias controladas por los liberales, para obtener hombres de confianza para sus correos e investigaciones. Igualmente recurrió a los españoles emigrados a Portugal por causa de sus ideas liberales, para integrarlos en el servicio de información para él, de modo que conocía lo que ocurría en todo Portugal con prontitud. Y de esta manera, logró controlar la frontera de España con Portugal, un trabajo encomiable y complicado, y poco valorado en los tratados de historia habituales.

 

 

La Cuádruple Alianza.

 

En primavera de 1834, Martínez de la Rosa envió a Londres a Manuel Pando Fernández de Pinedo marqués de Miraflores a pedir ayuda. Manuel Pando era hijo de Carlos Pando Álava, un miembro de la camarilla de Fernando VII. Tal vez a ello se debía el prestigio y el saber hacer de Manuel. Meses antes, Rusia, Austria y Prusia habían llegado a un acuerdo entre ellos en la Convención de Münchengratz, una prolongación de la Santa Alianza de 1815, y Martínez de la Rosa sabía que Palsmerston estaba alarmado y buscaba una alianza con Francia para contrarrestar esa alianza de Europa Oriental, de los Tres Emperadores, o de “las potencias del norte” como se las denominaba en la prensa. Ninguno de los Tres Emperadores reconocía a Isabel II como Reina de España.

Tampoco Nápoles y Cerdeña reconocían a Isabel II, pues apoyaban al pretendiente carlista. El Vaticano mantenía un actitud equívoca, esperando con ello no equivocarse y confiando en la lealtad de los católicos españoles. Efectivamente, los incompetentes políticos españoles pusieron por delante de su razonamiento su sentimiento religioso y siempre dijeron que en el fondo el Papa era favorable a Isabel II, lo cual servía para consumo interno.

El 10 de abril de 1834, Manuel Pando marqués de Miraflores, embajador español en Londres, se entrevistó con Henry John Temple vizconde de Palmerston. Sus instrucciones eran que lograra el final de la guerra en Portugal, fueran expulsados de allí Don Miguel y Don Carlos, y no se esquilmara el territorio portugués.

La llegada de Miraflores a Londres le venía bien a Palmerston, el cual convocó al embajador francés Charles Maurice de Talleyrand y al embajador de Portugal Moraês Sarmento, y juntos, los cuatro firmaron en Londres la Cuádruple Alianza el 22 de abril de 1834, en la cual se apoyaba al liberalismo.

La Cuádruple Alianza, contenía únicamente 7 artículos por los que Portugal se comprometía a expulsar a Don Carlos María Isidro de su territorio y, a cambio, los pedristas tendrían el apoyo del ejército español (con compromiso de retirarse de Portugal al acabar la misión) y el de la flota británica y, si fuera necesario y se lo pedían los otros tres aliados, la cooperación de Francia. España se comprometía a pagar una pensión a Don Carlos. María de la Gloria se comprometía a pagar una pensión a Don Miguel y daría una amnistía amplia y general. Don Carlos y Don Miguel quedaban en teoría sin apoyo internacional. Miraflores se atribuyó a sí mismo el éxito de este tratado.

La Cuádruple se hacía tanto contra el miguelismo portugués como contra el carlismo español. El acuerdo obligaba a Don Carlos y a Don Miguel a retirarse de Portugal, a María Cristina a enviar tropas a Portugal para apoyar esas expulsiones, y se complementaba con una amnistía general en España y el pago de unas rentas a los infantes expulsados.

El 18 de agosto de 1834 se firmaron los artículos adicionales al Tratado de la Cuádruple Alianza: Francia debía cortar los envíos de armas y avituallamientos a los carlistas españoles; Inglaterra debía aportar material de guerra a los cristinos españoles y cortar los abastecimientos por mar a los carlistas; Portugal debía devolver los auxilios que le había prestado el ejército español con todos los medios a su alcance.

La Cuádruple Alianza reunía a dos potencias grandes y dos pequeñas.     De alguna manera, Francia y Gran Bretaña se estaban repartiendo la Península Ibérica: Gran Bretaña era el protector de Portugal, y Francia el de España en su lucha contra los absolutistas, pero no era una alianza formal de mutua ayuda o intervención militar. Era un bloque occidental que se oponía a las “potencias del norte” o de la Convención de Münchengratz de 1834.

Francia no se comprometía a nada. España entraba en la Cuádruple sin compromisos concretos, buscaba protección sin comprometerse. En estas condiciones, podemos calificar a la Cuádruple Alianza simplemente como un acuerdo de mutuo respeto. En teoría apoyaban a Pedro de Portugal y María Cristina de España, pero sólo a efectos formales, sin colaboración militar francesa. La Cuádruple fue una fuente de continuos desacuerdos, porque Francia y Gran Bretaña querían hacerse con los negocios que iban surgiendo en la Península Ibérica, y porque Portugal y España no asimilaban que eran potencias secundarias y se encerraban en su papel de haber sido grandes potencias en siglos anteriores.

España luchó en Portugal en la guerra miguelista, y Portugal lucho en España en la guerra carlista. Era una devolución de favores, pactada el 18 de agosto de 1834.

El Gobierno de España vendió interiormente su ingreso en la Cuádruple Alianza como un triunfo diplomático, como un logro que ponía a las grandes potencias al lado del Gobierno de María Cristina, lo cual permitiría abordar la guerra carlista con muchos más medios. Pero la Cuádruple Alianza era en realidad el acuerdo de dos grandes, Gran Bretaña y Francia, al que se adherían dos pequeños, Portugal y España. En adelante, los pequeños deberían plegarse a todos los deseos de los grandes. Talleyrand daba a Francia otra versión de lo que había firmado en Londres diciendo que reafirmaba la amistad de Francia con Inglaterra, lo cual daría a Francia el acceso a los mercados español y portugués. La versión era completamente diferente a la española.

Con esta alianza, España quedó, en política exterior, bajo la tutela de Francia e Inglaterra y así se mantendría hasta 1847. Esto significaba que España quedaba del lado del liberalismo occidental, y frente a las potencias de Europa oriental, o del norte, que eran absolutistas. Que el liberalismo español fuera auténtico, es otro problema diferente.

Las circunstancias llevaban a España a un papel cada vez más secundario y dependiente de otras potencias: primero, porque se empobrecía; segundo porque la dirección política española era mala, como se demostró con Labrador en Viena y con la posición equívoca respecto al miguelismo a finales del reinado de Fernando VII. Estos errores llevaron al no reconocimiento de Isabel II por Austria, Prusia y Rusia y al silencio de Nápoles, Cerdeña y el Papa, que les servía para colaborar con el carlismo. Así resultó que Isabel era liberal por necesidad política y no por convencimiento personal. Igualmente, la alianza con Francia e Inglaterra era una necesidad coyuntural derivada de lo anterior, pero quizás tan falsa como el liberalismo de Isabel II.

La pregunta que quedaba planteada en la diplomacia internacional era quién sería el líder interno de esta coalición, si Francia o Gran Bretaña. De ahí se derivaba quién sería el líder mundial.

De hecho, los asuntos peninsulares quedaron enseguida en un segundo plano. Las peticiones de ayuda hechas por España fueron respondidas con evasivas, y traducidas en poca ayuda: Gran Bretaña quería ante todo las finanzas peninsulares y la apertura del mercado español, y cuando perdió la esperanza de conseguirlo, suspendió el aprovisionamiento de armas a España con la excusa de que se estaban cometiendo abusos inhumanos en la guerra carlista. Evidentemente una excusa, pues no hay más que mirar el comportamiento de los británicos durante la Guerra de la Independencia de 1808-1813, para comprobar que su comportamiento podía ser mucho peor todavía.

 

Portugal firmó el tratado porque no veía claro el final de la “guerra de los dos hermanos” y tenía prisa por acabar con la situación de guerra. Pero los portugueses consideraron que el Tratado de la Cuádruple les perjudicaba.

España firmó para acabar con el problema carlista, pues corría el rumor de que se preparaba un ejército conjunto, miguelista y carlista, en Extremadura española, que atacaría Madrid y conquistaría el trono portugués. Los carlistas eran la parte débil del conflicto de 1833-1839, y necesitaban todo tipo de ayudas para mantenerse, moral, política y financiera. Obtuvieron muchas declaraciones de simpatía, pero poco dinero y pocos hombres. La Junta de Navarra envió delegados a Austria, Prusia y Rusia, los Tres Emperadores, para ser reconocidos oficialmente como beligerantes, enviasen dinero, y el Papa retirase al nuncio en Madrid. Las potencias que más dinero aportaron al carlismo fueron Holanda, Nápoles y Cerdeña. Además enviaban hombres a través de la Junta de Toulouse. En este caso, Francia decía no poder controlar estos movimientos carlistas. Holanda se ofrecía como intermediario entre los carlistas y las potencias de la Santa Alianza. Como no llegaba suficiente dinero, los carlistas contrajeron empréstitos, que les proporcionaban el banquero judío Haber y algunas casas de Amsterdam, Londres, París y Prusia. Pero no estuvieron nunca en condiciones de devolver plazos y el crédito se les iba cerrando a medida que la guerra se dilataba. Cuando en 1838 la Santa Alianza les cortó el suministro de armas, la guerra la tenían perdida. Por ese motivo surgió la división entre los generales carlistas y Maroto decidió que había que hacer la paz.

Francia firmó porque no quería quedar marginada en un problema tan importante como el destino de España y Portugal, pues prefería tener buenas relaciones con Gran Bretaña y beneficiarse de las relaciones comerciales entre los cuatro países. Quería aparecer como la gran potencia europea, como lo había sido hasta 1815.

A Gran Bretaña le interesaba mantener el dominio sobre los negocios portugueses, como ya venía haciéndolo desde hacía tiempo. Don Miguel había cuestionado la sumisión de Portugal a Gran Bretaña. No parecía que Gran Bretaña tuviera interés en ayudar a España, pues en su momento tuvo en sus manos a Don Carlos, le ayudó a salir de Portugal y no lo entregó a España, sino le dejó libre para ir al País Vasco y capitanear una guerra contra Isabel II.

 

Inglaterra y Francia quisieron más tarde hacer valer su papel de potencias dominantes (matrimonios de María Luisa Fernanda y de Isabel II), pero el no compromiso de España en la Cuádruple la permitió escapar de las intrigas francesas. El recelo al compromiso venía explicado por la historia de España, por las intervenciones francesas de 1808 y 1823, tras las cuales España consideraba peligrosos los pactos con potencias extranjeras. Por otra parte, España se creía invulnerable a las invasiones, como “se demostró en la Guerra de la Independencia”, pero no era invulnerable a las intrigas. Sólo en mayo de 1887 se adherirá a la Triple Alianza con Italia y Alemania y en 1904 a la Entente Franco-británica, pero también como un entendimiento y no como una alianza formal. Las intervenciones de España en el exterior fueron excepcionales en el XIX, como en Portugal 1847 y en Italia 1849. De todas maneras el bloque de los cuatro funcionó a lo largo del XIX como se verá en la Guerra de Cochinchina 1857-1863, Guerra de México 1861-1863 y la Guerra de Marruecos 1859-1860.

La Cuádruple Alianza significaba un acercamiento de España a Europa, sobre todo en lo cultural, acercamiento que ya no cambió nunca: los periódicos españoles tuvieron su sección de internacional, en su día se autorizó la conexión telegráfica con Europa, y en su momento se tuvo conocimiento de la unificación italiana, de la Comuna de París, y del conflicto Prusia-Francia.

 

 

Henry John Temple III vizconde de Palmerston, Ministro de Negocios Extranjeros (Asuntos Exteriores) de Gran Bretaña en 1830-1841, creía firmemente en la necesidad de acabar con los absolutismos europeos y sustituirlos por monarquías constitucionales, aunque también odiaba las repúblicas. Palmerston tenía muy claro que Gran Bretaña no tenía “aliados permanentes” sino “intereses permanentes”.

Jordi Canal afirma que las potencias extranjeras enviaron a la Península Ibérica hasta 30.000 hombres, sobre todo Inglaterra que enviaría más de la cuarta parte, la legión Evans, barcos para vigilancia de la costa, y suministro de armas durante todo el conflicto, a cambio de concesiones comerciales. La Legión Auxiliar Británica, o Legión Evans, fue un cuerpo de voluntarios llegados a Santander[2] en 1835 en número de 5.000, los cuales pasaron a San Sebastián en 1836, siendo ya 10.000, desde donde colaboraron en el sitio de Bilbao al tiempo que la flota británica bloqueaba el puerto, y acabaron radicados en Vitoria en 1836-1837, momento en que la unidad fue disuelta. Su jefe era George Lacy Evans, el cual estaba bajo las órdenes del general español Luis Fernández de Córdova. Gran Bretaña por lo tanto, no envió ningún ejército regular, sino un Cuerpo de Voluntarios, lo cual aclara algún confusionismo sobre el tema.

Portugal, después de vencer a Miguel I en 1834, envió soldados a España, unos 20.000 entre 1836 y 1838, fecha en que regresaron a Portugal para resolver los conflictos internos de las sublevaciones de los generales Joao Carlos Saldanha Oliveira e Daun duque de Saldanha y Antonio Severim de Noronha duque de Terceira.

El carácter de Arthur Wellesley duque de Wellington, Secretario de Asuntos Exteriores en 1834-1835, era muy diferente al de Palmerston y sí estaba dispuesto a la intervención de Gran Bretaña en España, pero con grandes costes para España. El general Miguel Ricardo Álava, embajador español en Londres, logró a duras penas que Wellington no interviniese directamente en la guerra de España, lo que equivaldría a mucho más que una simple ayuda.

En 1835-1841, tras el efímero paso por el poder de Robert Peel (diciembre 1834-abril 1835) le sucedió en la Secretaría británica William Lamb II conde de Melbourne. En 1837, condicionó la ayuda de Gran Bretaña a España a la firma por ésta de un tratado comercial muy favorable a Gran Bretaña, y asegurado y garantizado por el Estado español.

La causa esgrimida para justificar esta falta de interés francés y británico en ayudar al liberalismo español y en luchar contra el absolutismo, puesto que no podía esgrimir que España no quisiese firmar acuerdos comerciales, era el carácter cruel e inhumano de los combatientes españoles de ambos bandos, que escandalizaba en el exterior, lo cual perjudicaba el buen nombre de todos los que intervinieran en la guerra de España.

El Convenio Eliot de 27 de abril de 1834 se firmaba para evitar torturas y fusilamientos sistemáticos de prisioneros, pero sirvió de poco. El Convenio Elliot lo firmaron Valdés en Logroño por los isabelinos el 27 de abril, y Zumalacárregui en Eulate por los carlistas el 28 de abril de 1835.

El Convenio Elliot fue un retroceso para la diplomacia española, pues reconocía a los carlistas como beligerantes. La eficacia del convenio Elliot fue simplemente cosmética, y por ello fue necesario en 1839 el Convenio Segura-Lécera, ratificando los mismos propósitos. Este nuevo Convenio apenas tuvo vigor pues se hizo al tiempo de la paz de Vergara, al final de la guerra carlista.

Francia fue quien menos participó en las guerras peninsulares de 1833-1839. Francia no actuó políticamente nunca contra los carlistas, los cuales se movieron libremente cerca de la frontera española, repartiendo armas, comida, municiones y equipamiento militar. Su participación militar en la lucha fue simbólica, con la Legión Francesa de Argelia y algunos voluntarios franceses liberales, cuando ya era obvio que muchos voluntarios franceses absolutistas estaban en el ejército carlista. España no tenía medio de controlar esta actividad que era el alma de la rebelión, sin la cual era imposible la guerra a los carlistas. Luis Felipe de Orleans tenía mucho miedo a los legitimistas franceses.

Los carlistas fueron ayudados por Holanda, Nápoles y Cerdeña y el Papa, con 1.300.000 francos mensuales, soldados y armas, y mucha menor ayuda recibieron de las potencias de Europa oriental. También recibieron préstamos del banquero judío Maurice Haber dirigente de Banco Comercial de Darmstadt y de Banco de Crédito de Viena, y de otros banqueros de Amsterdam, Londres, París y Prusia.

 

 

La intervención española en Portugal en 1834.

 

Días antes de la firma del Tratado de la Cuádruple Alianza, ya estaban las tropas españolas dentro de Portugal:

El ingreso de las fuerzas de José Rodil en Portugal se hizo desde Ciudad Rodrigo, con apoyo de algunos batallones desde Zamora y Orense. La entrada se hizo por Alberguería de Argañán (Salamanca), el 6 de abril de 1834. El primer objetivo era ocupar Tras os Montes y Beira Alta, el norte de Portugal, territorio considerado como núcleo del miguelismo.

El 14 de abril de 1834, José Rodil atacó Almeida (Portugal) buscando a don Carlos, su objetivo principal en la guerra, Don Carlos huyó a Guarda. El 15 de abril, Rodil fue sobre Guarda y, don Carlos, que no se esperaba un ataque tan rápido, huyó a Santarem dejando la mayor parte de la impedimenta en Guarda. El 18 de abril, la guarnición portuguesa de Almeida se pronunció por Doña María de la Gloria, abandonando el miguelismo. Inmediatamente, toda la Beira Alta se pronunció por María de la Gloria y se había conseguido el primer objetivo, el de liberar el norte de Portugal. José Rodil puso su cuartel general en Guarda, al norte de Portugal a la altura de Ciudad Rodrigo. Su misión era apoyar desde allí a las fuerzas del mariscal portugués Antonio José de Sousa Manuel de Meneses Severín de Noronha duque de Terceira, Comandante en Jefe de los soldados de Don Pedro I de Brasil, el padre de María de la Gloria y de Don Miguel.

El 22 de abril de 1834 se firmó la Cuádruple Alianza entre Portugal, Francia, Gran Bretaña y España, contra el carlismo y el miguelismo.

El 24 de abril de 1834, la Cuádruple Alianza aprobó la intervención de España en Portugal a favor de María de la Gloria.

En mayo de 1834, coordinaron sus movimientos el Duque de Terceira y José Rodil, a fin de atacar a Don Miguel y don Carlos que se habían hecho fuertes en Santarem, 100 kilómetros al norte de Lisboa y 300 kilómetros al sur de Guarda. El Duque de Terceira atacó y ocupó Coimbra en 10 de mayo, de modo que quedaran cortadas las comunicaciones de Santarem con Oporto. El 15 de mayo, Rodil se situó en Castelo-Branco, ya en el Tajo, 100 kilómetros al sur de Guarda, de manera que quedaran cortadas las comunicaciones de Lisboa con la Extremadura española. Y el 16 de mayo, el Duque de Terceira atacó Santarem, venciendo primero a los miguelistas en Thomar, tras lo cual éstos huyeron al límite sur del Alentejo con el Algarve. El 20 de mayo, Don Carlos, el objetivo de José Rodil, estaba en Évora. Rodil se trasladó a Valencia de Alcántara, en el sur de Cáceres, para proteger el Tajo y el Guadiana, los caminos de penetración a España posibles a Don Carlos. El ejército portugués se dividió en dos Cuerpos, al mando de los generales Joao Carlos duque de Saldanha y Antonio Severim duque de Terceira, para abrir una tenaza que fuera sobre el Alentejo. El 21 de mayo, Don Miguel llegó a Évora y se consideró derrotado. El 24 de mayo, pidió capitulaciones al duque de Terceira.

En las capitulaciones del Tratado de Évora-Monte de 24 de mayo de 1834, Don Miguel de Braganza renunció al trono portugués y se acogió a la hospitalidad británica. Gran Bretaña explicó que se le acogía como huésped, y los portugueses dijeron que se iba a Londres como exiliado-confinado. La guerra en Portugal había terminado. La derrota de Miguel de Portugal en 24 de mayo de 1834 fue un grave contratiempo para la causa carlista española, pues la posible sublevación ibérica de Castilla la Vieja y Extremadura se frustró.  Don Carlos de España estaba muy ligado con la familia real portuguesa, pues se casó sucesivamente con dos infantas portuguesas, hermanas de Miguel de Braganza.

En 1834, Miguel salió para Roma para vivir bajo la protección del Papa Gregorio XVI hasta 1846, luego fue a Inglaterra hasta 1851 y luego a Alemania, donde murió en 1866.

 

Para España, lo más importante es que se le escapó a José Rodil su objetivo, su presa: el infante Don Carlos María Isidro de Borbón. Don Carlos pidió igualmente acogerse a pabellón inglés y los generales portugueses accedieron a que se embarcase en el navío Donegal.

El 28 de mayo de 1834, Rodil comunicó al Gobierno español que su presa se escapaba, pero España no tenía embajador en Lisboa para impedir el embarque. España envió enseguida un embajador, pero llegó a Lisboa el 10 de junio de 1834, cuando los carlistas ya se habían ido. Rodil había fracasado en su objetivo principal, capturar a Don Carlos, aunque había triunfado en cuanto a controlar el carlismo en Extremadura, depurar el ejército español de carlistas y evitar el inicio de una guerra de gran alcance desde Extremadura.

Al mismo tiempo que Don Carlos, se embarcaron en Lisboa todos los líderes carlistas en el bergantín inglés Guiprot, y los oficiales de confianza de Dos Carlos en la fragata sueca Carolina.

Llegaron al puerto de Portsmouth el 18 de junio de 1834. En Inglaterra, Miraflores ofreció dinero a Carlos María Isidro de Borbón para abandonar la causa, pero éste se negó.

El 1 de julio Don Carlos huyó a Francia, pues en Inglaterra se sentía vigilado y controlado. Luego se trasladó a España, el 9 de julio de 1834, con el falso nombre de Duque de Elizondo. El 12 de julio de 1834, Carlos María Isidro entró en España procedente de Gran Bretaña, vía Francia.

 

 

El traslado de la Guerra a España.

 

Si en Portugal, el Tratado de Évora-Monte daba fin a una guerra, las cosas fueron muy diferentes en el caso de España, pues Don Carlos María Isidro de Borbón adquirió plena libertad de movimientos para coordinar mejor la guerra, se embarcó en Portsmouth, atravesó Francia, y el 12 de julio de 1834 entró en España. No sirvieron de nada las protestas de Martínez de la Rosa y de Miraflores. La guerra carlista en España le venía bien a Francia, porque vendía armas a los dos bandos en un estupendo negocio.

Los carlistas españoles, derrotados en Portugal, publicaron en la prensa que, una vez cumplidos los objetivos de la Cuádruple Alianza de derrotar a Don Miguel, los objetivos de la Cuádruple ya no tenían sentido y la Cuádruple Alianza debía ser anulada. Don Carlos creía que podía hacer la guerra en España sin que ello tuviera relación con la Cuádruple Alianza.

Martínez de la Rosa solicitó a sus aliados ampliar los acuerdos de la Cuádruple en el sentido de que la flota británica ayudase a acabar con el problema carlista: por ejemplo, a liberar Bilbao del sitio carlista en su momento y que no abasteciesen a los carlistas de armas. Pero Gran Bretaña seguía sin intención de ayudar a España. Las cosas se complicaron ante la actitud británica: Don Miguel, animado por el talante británico, declaró nula la convención de Évora-Monte y dijo que él tenía derecho a entrar en Cataluña y empezar una guerra para recuperar la Península Ibérica.

 

El tema carlista español era complejo. Por un lado estaba Carlos V, un teócrata iluminado, que se creía puesto por Dios para defender a Dios y a la religión católica. Por otro lado estaban los defensores de los fueros vascos, que cuando vieron asegurados estos fueros en 1840, abandonarían la guerra. En tercer lugar estaban los sublevados aragoneses y catalanes, en su mayoría personajes difíciles, más bien inadaptados sociales, con fuertes raíces en el campo. En cuarto lugar estaban los navarros, defensores de un modelo de Estado como alianza del trono y el altar, a los que podemos llamar la esencia del carlismo. Si resulta demasiado difícil para nuestra comprensión, más difícil resultaba el manejo de todos estos hombres.

El prototipo carlista era un hombre de pueblo, y en las zonas rurales sus guerrillas eran invencibles, sobre todo cuando el terreno era montañoso y áspero. Sus pueblos más importantes eran Estella en Navarra, y Morella en Castellón. Eran tildados de “patanes” y “payos” por los madrileños. Sus ataques consistían en quemar fincas, destrozar huertas y retirarse. Cada grupo actuaba por su cuenta y ni sus mismos jefes les controlaban.

El carlismo se había convertido en un problema europeo pues Austria, Prusia y Rusia y el Papa, las llamadas “potencias del norte”, defendían el absolutismo y subvencionaban a los carlistas, mientras Inglaterra y Francia defendían el liberalismo. Estas últimas querían un bloque occidental liberal y les estorbaban Don Carlos de España y Don Miguel de Portugal, que pretendían restaurar el absolutismo en sus respectivos países. Entonces promovieron la Cuádruple Alianza.

 

 

La Guerra carlista en Vascongadas y Navarra hasta junio de 1834.

 

Mientras se luchaba como primer escenario en Portugal, la guerra se estaba produciendo también en otras zonas, País Vasco, Cataluña, Valencia, Albacete, Cádiz… Los carlistas actuaban siempre en guerrillas.

El 15 de noviembre de 1833, las fuerzas carlistas navarras y vascas se habían unificado bajo el mando de Tomás de Zumalacárregui[3], y el 18 de marzo de 1834 Don Carlos de Borbón había reconocido a este militar como Jefe militar de su movimiento en Navarra y País Vasco. El reconocimiento por Don Carlos, llevó a que Manuel Carnicer en el Maestrazgo y Jerónimo Merino en Castilla la Vieja, reconocieran también como su jefe a Zumalacárregui. Sería el jefe indiscutido hasta su muerte en junio de 1835. Zumalacárregui estuvo decidiendo sobre todas las cosas hasta junio de 1834. Este hombre no se dejaba llevar por entusiasmos populares y valoró bien sus posibilidades: rehuyó Pamplona y reclutó gente en el campo vasco navarro.

De diciembre de 1833 a junio de 1834, Zumalacárregui había organizado la guerra en guerrillas, de forma que el general cristino Jerónimo Valdés no pudiera utilizar estrategias militares de campo abierto y hacer valer su superioridad como ejército regular. La única acción en que Zumalacárregui mostró sus fuerzas abiertamente fue en el sitio de la fábrica militar de Orbaiceta en enero de 1834 para hacerse con armas y municiones.

El 29 de diciembre de 1833, el brigadier Manuel Lorenzo y el general Marcelino Oráa atacaron el núcleo que servía de refugio a Zumalacárregui, la Berrueza navarra, pero el general carlista pudo resistir y huyó hacia el norte, hacia posiciones mejor defendibles en El Roncal, Aézcoa y Salazar. Aprovechó la nueva circunstancia para atacar la fábrica de armas de Orbaiceta y obtuvo un buen número de armas que le permitieron volver a empezar como en octubre de 1833.

Valdés apareció como un líder ineficaz, y fue sustituido el 17 de febrero de 1834 por Vicente Quesada. Quesada sabía que no tenía suficientes hombres como para ocupar todo el territorio vasco navarro y así capturar a Zumalacárregui y todos los jefes carlistas. Decidió negociar. Aprovechaba que Zumalacárregui y él se conocían de tiempos de academia militar. Las conversaciones de marzo de 1834 fracasaron porque los carlistas empezaron a hablar de traición de Zumalacárregui por el hecho de tratar de negociar. Quesada, el general cristino encargado de combatir al carlismo, impuso una táctica de dureza, pero fracasó. No supo combatir las tácticas de guerrilla que le planteaba Zumalacárregui. Todo eran emboscadas, y movimientos militares combinados con ellas. Zumalacárregui aprovechaba su dominio sobre la montaña navarra hasta Lumbier y Alsasua, y dominaba parte de Guipúzcoa y de parte de Álava.

El 11 de marzo de 1834, Quesada decidió atacar y fue derrotado en Alsasua (oeste de Pamplona), Muez (suroeste de Pamplona) y Gulina (noroeste de Pamplona). En el ambiente de negativa a pactar, la guerra se hizo sucia, de crueldades innecesarias, y ambas partes fusilaban sistemáticamente a sus prisioneros y a los colaboradores con el enemigo. Se abrió un nuevo aspecto que haría más difícil la solución a la guerra.

En junio de 1834, llegó Don Carlos a Navarra y pretendió ponerse a la cabeza de las operaciones políticas, quedando Zumalacárregui al mando de las militares. La nueva situación cambiaba, pues las Juntas y las Diputaciones obedecían a Don Carlos y no podían ponerse al servicio de la guerra de Zumalacárregui, una guerra un tanto diferente a la de don Carlos.

La presencia de Don Carlos en el País Vasco hizo que muchos voluntarios carlistas se apuntaran al ejército carlista, pero la situación de separación de lo político de lo militar, hizo que los resultados de la guerra empeoraran en vez de mejorar.

El 12 de junio de 1834, llego don Carlos al País Vasco. Su mujer, María Francisca, se había quedado en Inglaterra, donde murió en septiembre de 1834. Los hijos de ambos fueron cuidados por María Teresa de Braganza y Borbón princesa de Beira, hermana de la difunta María Francisca. Don Carlos se dirigió a Navarra. Eso supuso el sometimiento de Zumalacárregui a la autoridad de unas Diputaciones y Juntas creadas por don Carlos, cuyas decisiones debía respetar (a eso, Zumalacárregui lo llamaba despectivamente “la burocracia” y estaba disgustado con la situación). El 12 de julio hubo una entrevista entre don Carlos y Zumalacárregui en Elizondo, de la que Zumalacárregui no salió nada contento. Carlos María Isidro de Borbón se instaló en Elizondo en la frontera de Navarra con Francia.

Don Carlos, cuando estaba en Portugal, había designado como su Ministro Universal al obispo Joaquín Abarca. Al llegar al País Vasco se encontró el problema de los Fueros Vascos, a los que pretendía imponer un Gobierno, el del Obispo Abarca, sin contar con los vascos. Don Carlos alegó “soberanía absoluta” y organizó un Gobierno en contra de los Fueros:

Adoptó las leyes de la Novísima Recopilación y las leyes de Fernando VII.

Estableció de nuevo el sistema de “Consejos” como modo de gestionar un Estado.

Decretó que en casos de emergencia, los territorios se regirían por Juntas territoriales diversas.

El 16 de junio de 1834, don Carlos creó La Junta Provisional Consultiva integrando en ella a Luis Penne conde de Villemur[4] como Secretario del Despacho de Guerra, Carlos Cruz Mayor como Secretario de Despacho de Estado, Tomás de Zumalacárregui, Veldespina, José Ignacio de Uranga, Francisco Benito Eraso, Francisco José de Alzáa, Juan Echeverría y Juan Crisóstomo Vidaondo, intentando dar un paso hacia la instauración de un Gobierno carlista en España. No tuvieron éxito. A finales de 1835 añadiría un Secretario de Despacho de Gracia y Justicia, Miguel Ramón Modet, y una Asesoría Real.

Organizó el sostenimiento de la guerra: Dividió el territorio vasco en seis distritos (Munguía, Guernica, Marquina, Amorebieta, Villaro y Gordejuela) que debían organizar tanto la provisión de fondos como el aporte de hombres. Para la provisión de fondos para equipos, armamento y sueldos, los propietarios y colonos debían aportar dinero. Para reclutar soldados debían buscar los hombres necesarios que se les pidieran, valiendo cualquier hombre útil. Ninguna de las dos cosas fue fácilmente aceptada, pues los unos se negaban a pagar y los otros desertaban. Todos alegaban contrafuero, y tenían razón en ello.

Don Carlos hacía muchas arengas, proclamas, manifiestos, pero los que le preparaban otros.    Ya hemos dicho que Don Carlos no era muy inteligente. Ante las diversas facciones del carlismo, no supo qué postura debía tomar, y mucho menos reconducirlas hacia la unidad de criterios y consenso mínimo. En general, se dejó llevar por los radicales teocráticos, y ello desanimaba a los otros grupos de carlistas. Muchos carlistas empezaron pronto a no creer en Don Carlos, aunque seguían creyendo en la causa. Al final, en 1839 abandonaron masivamente a Don Carlos y firmaron el Convenio de Vergara, con gran disgusto de los teocráticos y de los radicales de Cabrera, que continuaron una causa perdida.

 

 

El cambio de estrategia en la guerra carlista

en junio de 1834.

 

En el problema de la guerra carlista, Martínez de la Rosa opinaba que nada se podría hacer sin una alianza y colaboración con Francia. Los progresistas, por el contrario, creían que era precisa una acción fuerte del Gobierno, una leva masiva y un ataque total al carlismo, lo que demostraría una voluntad de acabar con él. En junio de 1834, Quesada fue sustituido por José Ramón Rodil. Una vez fracasado el movimiento absolutista paniberista, el núcleo de la guerra se trasladó en julio de 1834 al País Vasco y Navarra. Ello no obsta para que hubiera actividad en el Maestrazgo (Cataluña, Valencia y Aragón), en Albacete, en el norte de Castilla la Vieja, y en algunas zonas extremeñas y andaluzas.

El sistema de guerrillas de Zumalacárregui cambió en junio de 1834, pues se le obligó al control de los territorios rurales y de las comunicaciones en general. En el sistema de guerrillas, Zumalacárregui se sentía a gusto por su gran capacidad de movilidad y su conocimiento del terreno, ayudado además por los campesinos. Durante este tiempo, hizo imposible la vida normal del ejército cristino de Jerónimo Valdés, Vicente Quesada y José Ramón Rodil. El nuevo sistema adoptado por los políticos carlistas en junio de 1834, dejaba expuestas a las fuerzas carlistas que guardaban un objetivo fijo.

 

 

José Rodil al frente de la guerra.

 

El 22 de abril de 1834 se había firmado la Cuádruple Alianza. El objetivo de las potencias liberales occidentales, Francia y Gran Bretaña, era acabar con el absolutismo en el occidente europeo. Para ello, habían comprometido a Pedro de Portugal y María Cristina de España en la Cuádruple. Sin absolutismo, Rusia no se atrevería a intervenir en occidente. Ante esta postura tan decidida de Francia y Gran Bretaña, Don Miguel de Portugal había renunciado al trono portugués en 26 de mayo de 1834. Las potencias se comprometieron entonces a terminar enseguida la guerra, que consideraban residual, en España. Pero Francia envió la Legión Francesa, unas tropas de desecho sacadas de Argelia que no ayudaron en nada a las de María Cristina, sino que complicaron el problema carlista. Y Gran Bretaña envió unos campesinos voluntarios que creyeron que la guerra era la oportunidad de delinquir y saquear los pueblos en su propio beneficio. La única ayuda útil que obtuvo María Cristina fue la de Portugal, un ejército regular mandado por el Barón de Antas, muy útil en el campo de batalla.

El 21 de junio de 1834 llegó José Rodil a Madrid. Los carlistas de Portugal habían sido desembarcados en las Vascongadas, aprovechando Don Carlos que Navarra y las Vascongadas se habían sublevado en su favor. El Gobierno de España se dio cuenta de que el general mejor preparado para combatir el carlismo, por su experiencia en Portugal, era Rodil. Rodil fue destinado a las Vascongadas y recibió la orden de trasladar su ejército de Extremadura al País Vasco. Fue dotado de abundantes refuerzos que debían ganar la superioridad militar en Vascongadas y Navarra. El 5 de julio de 1834, Rodil tenía su cuartel general en Logroño y sustituía al General Quesada como General en Jefe del Ejército del Norte. El nuevo trabajo de Rodil fue montar un servicio de información en las Vascongadas y Navarra, como el que había tenido en Portugal. Una de las primeras decisiones que tuvo que tomar fue expulsar de Pamplona al obispo, porque era fervoroso carlista.

En julio de 1834, Vicente Quesada fue destituido y se nombró jefe del ejército cristino a José Ramón Rodil.

Cuando el 12 de junio de 1834 llegó Don Carlos a las Vascongadas, José Rodil tuvo de nuevo a su enemigo enfrente. Ya lo había tenido antes en Portugal. Cuando en julio, ambos personajes estuvieron frente a frente, Rodil creyó que esta vez las operaciones militares serían fáciles, pero se encontró la sorpresa de que el general carlista, Tomás de Zumalacárregui, atacaba y huía, protegido por la población del campo y por los sacerdotes, monjes y monjas de la zona, los cuales le proporcionaban información refugio y alimentos. Entonces Rodil rompió una de las normas básicas militares, la de concentrar las fuerzas propias, y dividió sus hombres en cinco divisiones que estuvieran presentes en diversos puntos, a fin de capturar a Zumalacárregui. Zumalacárregui actuó con habilidad quitándose de encima dos cargas que le disgustaban: Don Carlos y los fueristas vascos: puso a don Carlos al frente de los carlistas vascos, y él se puso al frente de los carlistas navarros. Y tuvo la suerte de que se le sumaran varios miles de voluntarios de ambos territorios. Rodil contaba con 35.000 hombres, y sin embargo no dominaba el terreno, sino sólo las ciudades importantes. Rodil no perdía de vista que su verdadero objetivo era Don Carlos, pero éste fue bien aconsejado por Zumalacárregui para que huyera siempre, pasase lo que pasase. El tiempo jugaba a favor de que ocurriera el desgaste de las fuerzas de José Rodil.

La táctica de José Rodil en julio y agosto de 1834 fue intentar cercar a Zumalacárregui en las Améscoas. Zumalacárregui ya no era un guerrillero sin espacios fijos ocupados, sino que dominaba amplios territorios rurales. Rodil fue derrotado en Peñas de San Fausto y en La Ribera navarra y Zumalacárregui huyó, mientras Don Carlos, ante la presencia de Rodil, huyó también por los Pirineos.

 

El 18 de agosto de 1834, Gran Bretaña se vio obligada a firmar cuatro artículos adicionales al Tratado de la Cuádruple Alianza: Francia se comprometía a impermeabilizar la frontera con España a fin de que no llegaran armas a los carlistas, lo cual era muy difícil de cumplir. Gran Bretaña se comprometió a aportar armas y municiones a los cristinos. Portugal se comprometió a cooperar con España con todos los medios a su alcance. España aceptó la “misión Elliot” y firmó el “Convenio Elliot” por el que se comprometía a respetar la vida de los prisioneros y a darles un trato humano.

Pero a pesar del Convenio Elliot, la guerra carlista fue una guerra sucia, una guerra feroz, donde había represalias por ambos lados, asesinatos de escarmiento, asesinatos de castigo, y todo tipo de torturas, no respetándose tampoco la vida de los prisioneros. Palmerston estaba horrorizado con las noticias que le llegaban, y rogó a ambos bandos que se moderasen en su violencia y respetasen los derechos humanitarios de la guerra. Por entonces ganaron los tories en Gran Bretaña y accedió al poder Peel, el cual firmó los artículos adicionales al Tratado de la Cuádruple Alianza. Peel obligó a Martínez de la Rosa a aceptar en España a Lord Elliot, el cual tenía como misión denunciar las matanzas sistemáticas de prisioneros y de heridos que hacían ambos bandos.

El 22 de septiembre, José Rodil fue destituido como Jefe del ejército cristino. Sustituir a Rodil era lo mismo que declarar su fracaso. Rodil renunció a la Capitanía General de Extremadura que se le ofrecía tras su destitución como Jefe del Ejército del Norte y se limitó a ser Director General de Carabineros de Costas y Fronteras, el cuerpo que le había sido fiel toda la campaña. Se le ofreció la Capitanía General de Cataluña, la de Valencia, la de Extremadura otra vez más, y en 1836 la de Aragón. Rodil prefería estar en Madrid. Se sentía abandonado por su Gobierno y no quería reconocer su fracaso en la captura de Carlos María Isidro.

 

 

Francisco Espoz y Mina y Joaquín Osma

al frente de la guerra carlista.

 

El 22 de septiembre de 1834, el Gobierno español dividió el Ejército del Norte en dos cuerpos, y le dio el de Navarra al teniente general Francisco Espoz y Mina, y el del País Vasco a Joaquín de Osma y Tricio. Espoz y Mina era un navarro que había sido guerrillero en su juventud, en 1808, pero ahora estaba viejo y decrépito. En su estado de salud, se negaba a salir de Pamplona para combatir a los carlistas. El Gobierno de España respondía a la táctica de Zamalacárregui con una división igual del teatro de operaciones. Joaquín de Osma era riojano y conocía también el territorio.

Mina ya no era el joven guerrillero de 1808, sino que estaba viejo y enfermo y no podía moverse de Pamplona, con lo que dejó la guerra en manos de sus colaboradores, generales y brigadieres Manuel Lorenzo, Luis Fernández de Córdova, Joaquín Baldomero Espartero, Leopoldo O`Donnell y Gaspar de Jáuregui (otro exguerrillero). Fue una buena época para Zumalacárregui que venció a Manuel O`Doyle en Alegría (Álava) y le fusiló según su costumbre, junto a todos los prisioneros obtenidos. Espoz y Mina aportó a la guerra una dureza desconocida hasta entonces, donde se buscaba hacer muertos por encima de todo. Zumalacárregui contestaba de modo igual.

Mina controlaba el este de Navarra y Zumalacárregui controlaba el sur y el centro de la provincia.

La situación de Zumalacárregui parecía óptima pues tenía la iniciativa frente a Espoz y Mina y sus colaboradores. Álava quedó en sus manos. Durante todo el año 1835 no cesó de progresar y dominó por completo el Baztán. Espoz y Mina colocó a Córdova en La Ribera, al sur, y a Oráa en El Baztán, intentando limitar los movimientos de Zumalacárregui.

 

El 24 de septiembre de 1834 murió Pedro I de Brasil, padre de María de la Gloria y de Don Miguel de Portugal. Hasta su muerte, había luchado por María de la Gloria. El hecho no afectó a Portugal, que se libró de una guerra que se había trasladado a un escenario lejano, el norte de España.

 

A fines de 1834, los carlistas vencieron en Los Arcos y se plantearon cruzar el Ebro hacia Logroño. Los cristinos reforzaron esta posición. Zumalacárregui hizo una expedición sobre Guipúzcoa y Vizcaya, operación que sorprendió a Martínez de la Rosa, el cual envió al general Oráa a reforzar el País Vasco. Oráa fue derrotado en El Baztán. Más tarde, en marzo de 1835, Oráa fue derrotado en Echarri-Aranaz, y entonces dimitió.

1835 iba bien para los carlistas que tomaron las Améscoas en el Baztán, una base de operaciones estupenda para ellos. Por ello Espoz y Mina fue depuesto en abril de 1835 y sustituido por Jerónimo Valdés, ministro de Guerra. Valdés llegaba por segunda vez a dirigir la Guerra de las Vascongadas y Navarra.

 

 

Valdés al frente de la guerra.

 

En abril de 1835, Espoz y Mina fue destituido y sustituido por Jerónimo Valdés, quien ya había estado al mando de las operaciones contra los carlistas a finales de 1833.

Valdés atacó el núcleo carlista de las Améscoas con 30 batallones, una fuerza muy considerable. Quería aprovechar que los carlistas tenían una posición fija que defender, y confiaba en su superioridad, pues Zumalacárregui sólo tenía 12 batallones navarros, 5 escuadrones de caballería y alguna artillería. La marcha fue tranquila hasta llegar a Ortaza el 22 de abril, pero en Ortaza fue atacado y sorprendido y sus fuerzas se dispersaron. Ordenó la retirada hacia Estella. Perdió muchos hombres. El propósito de Valdés era un ataque duro que forzara a Zumalacárregui a una negociación, pero su derrota en las Améscoas resultó contraproducente. Don Carlos se negó en redondo a negociar, y no quería abandonar la guerra sin resultados positivos para él, como si fuera el vencedor. No había oportunidad para la paz.

Al poco de la derrota de Valdés en las Améscoas, Espartero fue derrotado en Descarga y se perdió Guipúzcoa, con lo que los ejércitos carlistas navarros enlazaron con los vizcaínos. Y Don Carlos se instaló en Oñate donde recibió a un Consejo General de las Juntas de las cuatro provincias que dominaba el carlismo.

Martínez de la Rosa creía que Francia e Inglaterra le resolverían el conflicto carlista y no entendía que se estuviera perdiendo la guerra.

Inglaterra y Francia exigieron acabar con la violencia gratuita y enviaron a Lord Elliot a exigir de ambas partes un compromiso en ese sentido, el cual logró en 27 y 28 de abril de 1835 el Convenio Elliot: respeto a la vida de los prisioneros, canje de prisioneros, no hacer limpiezas ideológicas y liberar heridos y enfermos. Don Carlos se negó a hablar de condiciones de paz. El Convenio Elliot lo firmaron Valdés en Logroño por los isabelinos, el 27 de abril, y Zumalacárregui en Eulate por los carlistas el 28 de abril de 1835. El convenio no se respetó más que en Navarra-País Vasco. En el resto del territorio sólo se hicieron paripés de intercambios de presos para la prensa. Los crímenes de Cabrera fueron feroces, las represalias isabelinas de Nogueras, atroces, y culminaron en el asesinato de la madre de Cabrera, María Grinó en febrero de 1836.

Cuando cayó el Primer Ministro británico, Peel, el Convenio Elliot perdió su fuerza y dejó de respetarse. El convenio Elliot había sido en cierto modo una victoria para los carlistas, pues se les reconocía como beligerantes, cosa que los cristinos no aceptaban de ninguna manera, y en cuanto pudieron, trataron de anular el Convenio. En 1835, Martínez de la Rosa no iba ganando la guerra: había sido derrotado en las Améscoas, sorprendido en Descarga y soportaba el sitio de Bilbao sin poder hacer nada por impedirlo. El ejército cristino estaba desmoralizado.

El general Valdés envió a Madrid al general Luis Fernández de Córdoba para exponer la necesidad de que Francia cooperase en la guerra contra los Carlistas. Tras la derrota en las Améscoas, se limitó a mantener una línea de contención en el Ebro, de modo que el carlismo no entrase en Castilla.

 

Zumalacárregui aprovechó su victoria y en junio de 1835 tomó Treviño (Álava) para aislar Vitoria, y también tomó los pueblos grandes de Guipúzcoa como Villafranca, Tolosa, Vergara, Durango, Ochandiano y Éibar. Pero no podemos hablar de victoria carlista, salvo viéndola en el estrecho marco del País Vasco, porque la guerra en Castilla la Vieja, La Mancha, Extremadura y Andalucía se estaba perdiendo para los carlistas. En realidad se trataba de una gran derrota carlista, disimulada por los éxitos de Zumalacárregui en el País Vasco y Navarra. Únicamente, los carlistas conservaban algunas opciones de victoria en Cataluña y Levante.

Por ello, el cuartel general carlista puso en duda la jefatura militar de Zumalacárregui y las victorias de éste se convirtieron en una crisis en el mando carlista. En efecto, las posibles organizaciones de ejércitos carlistas en el resto de España, estaban siendo controladas por los cristinos: Cuesta se encargaba de Extremadura, Mir dominaba La Mancha, y Malavilla controlaba Andalucía. Eran luchas contra guerrilleros en las que ningún bando progresaba, pues los ejércitos regulares no podían combatir eficazmente a los guerrilleros, ni viceversa.

 

 

La guerra en otros puntos de España.

 

En Cataluña, el 24 de junio de 1834, Don Carlos nombró Comandante Militar del Principado a Juan Romagosa, que se trasladó de Inglaterra a Cerdeña a recoger el dinero que le proporcionaba Carlos Alberto. Se embarcó en Génova, llegó a Cataluña el 12 de septiembre de 1834, fue apresado por el general Llauder y fusilado en Igualada el 16 de septiembre de 1834. En Cataluña sólo se mantenían algunas partidas de guerrilleros igual que en 1808 y en 1833. No llegó a haber coordinación carlista, y las partidas de guerrilleros continuaron como hasta entonces.

En agosto de 1835, el líder carlista catalán más prestigioso era Juan Antonio Guergué, al cual se le calculan unas fuerzas de 2.700 hombres y a partir de esa fecha sumó unos miles de voluntarios más. Uno de sus hombres era Blas María Royo de León, que había sido Comandante de Voluntarios Realistas en Torreblanca y en 1833 había formado una partida carlista en Valencia, que se pasó a Cataluña a pelear a las órdenes de Guergué.

Cuando Guergué abandonó Cataluña, asumieron el mando de la zona catalana Ignacio Brujó y Rafael Maroto.

En diciembre de 1836 se concedió el mando de los carlistas catalanes a Blas María Royo de León.

En 1837, fue jefe Juan Antonio de Urbiztondo.

Luego lo fue José Segarra.

Y en julio de 1838 se le dio el mando a Roger Bernard de Rameford, conde de Cominges, de Couserans, de Foix y de España, conocido como “Conde de España”.

 

En El Maestrazgo (Tarragona-Teruel-Castellón), Rafael Ram de Víu y Pueyo barón de Hervés[5] aparecía como jefe carlista, hasta que fue fusilado en 12 de enero de 1834 en Teruel. Todo fueron disputas por el liderazgo, hasta que se hizo con la jefatura Cabrera: en enero de 1834 se hizo jefe Juan Marcoval, el cual cayó en una emboscada en febrero de 1834 y fue fusilado. Entonces tomó el mando Manuel Carnicer[6], aunque sólo era coordinador de distintas partidas carlistas como las de Joaquín Quílez[7], José Miralles Marín el Serrador[8], Domingo Forcadell Michavila alias Pebreroyo[9], y Ramón Cabrera Griñó[10].

Manuel Carnicer escogió como ayudantes, a Manuel Añón[11] y a Ramón Cabrera. Carnicer tenía su base en el Maestrazgo, desde donde atacó Tarragona, donde pensaba coordinarse con los carlistas de Cataluña. El Gobernador de Tarragona, Carratalá, le derrotó en Mayals en abril de 1834. Carnicer pidió ayuda a Zumalacárregui, pero éste se limitó a nombrarle Comandante General de Aragón y ascender a coroneles a Añón y a Cabrera. El grupo fue atacado por el brigadier Agustín Nogueras, y Cabrera y Añón huyeron a Navarra en enero de 1835 sin permiso de Carnicer, acusando a Carnicer de mala gestión de la guerra. Carnicer fue llamado para dar explicaciones, pero los cristinos le detuvieron en Miranda de Ebro y le fusilaron el 6 de abril de 1835.

Entonces, Ramón Cabrera pidió el mando y no se le dio. Tuvo que esperar unos meses. Cabrera fue nombrado jefe carlista en octubre de 1835. Cabrera era un hombre de carácter fuerte e independiente y no le gustaba nada a don Carlos, que los quería sumisos.

Un hombre importante, pero que aparece como secundario entre los carlistas del Maestrazgo, era Miguel Sancho, el hombre que actuaba como correo entre El Maestrazgo y Navarra. Era conocido como “el fraile de la Esperanza”, porque su madre, Esperanza, había hecho una promesa y le había vestido de fraile desde pequeño, le había vestido con un hábito de fraile, pero no era del clero regular.

Espartero recurrió a todos los medios imaginables para combatir a los carlistas, incluso resucitar la vieja guerrilla antinapoleónica: En 1835, se creó el “Batallón de Voluntarios de La Rioja Alavesa”, el cual recuperaba al viejo guerrillero Martín Varea, 1788-1845, alias Zurbano, curtido en la guerrilla de Cuevillas en 1808. Zurbano fusilaba sistemáticamente a los soldados carlistas capturados. En 1840, Espartero le incorporaría al ejército y le utilizó para luchar contra la rebelión de Barcelona y siguió realizando el trabajo sucio de Espartero, hasta que sus soldados se pasaron a Narváez en 1844, momento en que Zurbano fue apresado y fusilado (25 de enero de 1845) junto a sus dos hijos, Benito y Feliciano Varea.

 

 

Final de la primera fase de la guerra.

 

Tras dos años de desgaste inútil por ambas partes, Don Carlos exigió que se tomase Bilbao, en cuyo sitio murió Zumalacárregui en junio de 1835, lo que decidió a los carlistas a levantar el sitio en julio.

Los isabelinos aprovecharon el momento y derrotaron a los carlistas en Puente la Reina, en julio de 1835, y en Arrigorriaga y Estella, en octubre de 1835.

En junio de 1835, Carlos María Isidro abandonó la guerra abierta y coordinada, y dio libertad para que cada jefe guerrillero en España obrara por su cuenta. Acusaba el golpe de la derrota y renunciaba a un final de la guerra a corto plazo.

En junio de 1835 cayó Martínez de la Rosa, Presidente del Gobierno de María Cristina.

 

 

[1] José Ramón Esteban Mateo Méndez Rodil y Gayoso Campillo, 1788-1853, marqués de Rodil, 1834-1853, estudió en Santiago de Compostela y en 1808, fue reclutado como tantos otros estudiantes para el ejército. El Marqués de Rivadulla le hizo subteniente. Se quedó en el ejército. En 1817 salió para Perú en el Regimiento Infante don Carlos, donde formó parte del Batallón de Arequipa que luchó contra los independistas chilenos. En 1823 fue nombrado general. En 1824 se hizo cargo del gobierno de Callao y de la Comandancia General de Lima, subordinado al virrey La Serna. En diciembre de 1824 fue herido en Ayacucho y se refugió en Callao, donde aguantó un asedio de 15 meses, hasta que en 22 de noviembre de 1826 la plaza se rindió a Bolívar. Rodil regresó a España. En 1830 fue Virrey de Argón. En este destino, tenía la misión de contener las oleadas liberales procedentes de Francia. Sus órdenes eran de fusilar en el acto a los liberales capturados en la frontera. En 1831 regresó a Madrid. En 1832 fue Capitán General de Extremadura. En 1833 elevó un informe al Gobierno sobre un método de control de las fronteras españolas, y de vigilancia de los caminos en el interior, recomendando un cuerpo Militar especializado en esos menesteres que persiguiese el contrabando. Se le hizo Inspector General de Carabineros de Costas y fronteras. En 1833 se le encomendó la captura de Don Carlos de Borbón, que estaba en Portugal, misión en la que fracasó. También debía evitar la formación de un ejército absolutista, miguelista y carlista, que se estaba preparando en Extremadura, misión en la que tuvo éxito. Para ello, se le nombró General en Jefe de un Ejército de Observación de la frontera Portuguesa, con base en Ciudad Rodrigo (Salamanca). En 1834 le fueron concedidos los títulos de marqués de Rodil y vizconde de Trobo. En julio de 1834 fue Virrey de Navarra y General en Jefe del Ejército del Norte. En agosto de 1835 fue nombrado Ministro de Guerra. En 27 de abril de 1836 fue nombrado Ministro de Guerra. En 1836 persiguió a Gómez por toda España, no logrando tampoco capturarle. En septiembre de 1840 tuvo lugar el levantamiento de Espartero. Rodil fue nombrado Capitán General de Castilla La Nueva e Inspector de Infantería en la idea de que defendiera Madrid e hiciese una labor similar a la efectuada en Extremadura y Portugal a partir de 1833. En octubre de 1841 fue nombrado Comandante en Jefe del Ejército del Norte, el puesto que él quería, y lo mantuvo hasta mayo de 1842. Fue nombrado Presidente del Gobierno y Ministro de Guerra en junio de 1842, año en que tuvo lugar el bombardeo de Barcelona. Cesó en mayo de 1843. El descrédito por el bombardeo de Barcelona le llevó al exilio junto a Espartero en 1844. Regresó a España en 1845, durante el Gobierno de Narváez,

Fuente: Galería Militar Contemporánea, Colección de biografías y retratos de los generales…Madrid 1846.

[2] De ello queda un vestigio en la ciudad, el Cementerio de los Ingleses, sito a la entrada del barrio de Cazoña.

[3] Tomás Zumalacárregui, 1788-1835, estudió en Idiazábal y en Pamplona, y en 1808 se sumó a la defensa de Zaragoza contra los franceses. Cayó prisionero y quedó libre como tantos otros de los apresados en Zaragoza. Se sumó entonces a la guerrilla de Gaspar de Jáuregui y desde allí se pasó al ejército patriota. En 1812 tenía el grado de capitán. En 1820 fue separado del ejército porque se dudaba de sus convicciones, poco liberales. Se sumó a los realistas del general Genaro Quesada, quien le hizo Teniente Coronel y le concedió el mando de un batallón realista. En 1824 no obtuvo el mando de su batallón, aunque éste había sido reconocido y legalizado por el Gobierno absolutista, y se retiró del ejército. Tuvo varios destinos administrativo-militares en los que sufrió experiencias desagradables con antiguos compañeros. Y en 1833, pidió licencia ilimitada en el ejército y se marchó a Pamplona. Cuando supo de la muerte de Fernando VII, en septiembre de 1833, se declaró carlista. Se mostró buen organizador, investigaba correctamente a sus propios soldados a fin de evitar deserciones y traiciones, y organizaba los servicios de información que todo buen militar necesita para conocer al enemigo y a la gente del territorio considerado propio. Debido a esa buena organización, pronto se convirtió en el líder militar del carlismo. Murió el 24 de junio de 1835.

[4] Luis Penne conde de Villemur, 1761-1847.

[5] Rafael Ram de Víu y Pueyo barón de Hervés, era natural de Alcañiz y en 1824 había sido Gobernador de Teruel y en 1828-1833 había sido Alcalde Corregidor de Valencia. Se sublevó en 1833 acudiendo a Morella, el lugar de concentración de los carlistas del Maestrazgo. Presidió la Junta que proclamó Rey a Don Carlos María Isidro, Carlos V. Fueron atacados por Horé y huyeron hacia Calanda, donde fueron alcanzados y derrotados. Hervés fue reconocido y apresado durante la huída y llevado a Teruel, donde se le fusiló el 27 de diciembre de 1833 (otra fuente dice que fue el 12 de enero de 1834)..

[6] Manuel Carnicer, 1790-1835, había sido coronel de Guardias Valonas, y había participado en las revueltas realistas de 1822-1823, por lo que fue retirado del ejército y se marchó a Alcañiz, su pueblo. en 1833, levantó El Maestrazgo y lo puso al servicio de Rafael Ram de Víu barón de Hervés. A la muerte de Hervés, tomo el mando personalmente, hasta su muerte en 6 de abril de 1835.

[7] Joaquín Quílez, 1799-1837, se había retirado del ejército en 1833, y en 1834 formó una partida realista de cierta importancia, hasta su muerte en combate en 1837. Uno de sus hombres fue Luis Llangostera Casadevall, el cual estuvo primero con Quílez y más tarde con Cabrera. Compañero de Luis Llagostera era el fraile mercedario José Vicente Perciva, el cual murió en 1837 cuando iba a hacer una visita a su madre y fue reconocido. Otro hombre de Quílez fue Juan Pertegaz, un militar pasado al carlismo, que más tarde se unió a Cabrera.

[8] José Miralles Marín, el Serrador, 1792-1844, era un leñador de Villafranca (Castellón) que en 1808 había desertado del ejército y se había unido a la partida de guerrilleros de El Fraile. En 1833 volvió a la partida, esta vez de Tomás Cubero, y estuvo en la reunión de carlistas de Morella y luego se sumó a las partidas de Carnicer y a la del barón de Hervés. Formó su propia cuadrilla, que fue exterminada por Gerónimo Valdés, Capitán General de Valencia, pero logró escapar y formar una nueva cuadrilla. Don Carlos le nombró en 1836-1837 Comandante General en Valencia. Posteriormente, las cuadrillas fueron sometidas a la autoridad de Cabrera, y José Miralles no aceptó esta subordinación, por lo que Miralles estuvo apartado en varios destinos que le imponía Cabrera. En 1840 se acogió a un indulto, pero enseguida volvió a la guerrilla carlista, hasta su muerte en 1844. Uno de los hombres de Miralles fue José María Arévalo, teniente de granaderos natural de Granada, que había llegado a Sagunto porque se había casado con una saguntina. Cuando Miralles fue eliminado, Arévalo pasó a la cuadrilla de Forcadell. Otro de sus hombres fue José Domingo Arnau, el cual, a la muerte de Miralles en 1844, se pasó a la cuadrilla de Forcadell, y más tarde se pasó a la cuadrilla de Cabrera, se exilió a Francia en 1840 y regresó para formar otra cuadrilla en 1846.

[9] Domingo Forcadell Michavila, alias Pebreroyo, 1800-1866, se sublevó en 1833 en Morella y estuvo en el grupo que fue derrotado en Calanda. Se acogió a una amnistía y luego huyó para formar una nueva cuadrilla. En 1840, al perder la guerra los carlistas, huyó a Francia, pero regresó en 1848 para formar una nueva partida carlista, tras de lo cual se volvió a exiliar a Francia. Uno de sus hombres destacados fue Pedro Beltrán, alias Peret del Ríu.

[10] Ramón Cabrera Griñó fue el líder indiscutible del Maestrazgo a partir de octubre de 1835. Uno de sus hombres fue Cosme Covarsi Menbrado, un militar retirado en 1818 que, ya en 1823, se había sublevado por los realistas, y en 1833 se volvió a sublevar en Benicarló, Peníscola y Vinaroz, acudiendo con sus hombres a Morella, donde se puso al servicio de Cabrera, hasta que, en 1834, fue capturado y fusilado. Otro de sus hombres fue Ramón O`Callagham Tarragó.

[11] Manuel Añón era un hombre de Alcañiz (Teruel) que había sido coronel de caballería.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

2 Comments

  1. Diogo Tovar

    Buenas tardes,
    Li com muito gosto o seu artigo sobre a guerra carlista, primeira fase.
    A participação portuguesa teve o exercito regular do Barão das Antas no apoio aos cristinos.
    Terá tido também participacão de ex miguelistas do lado carlista?
    Tem conhecimento se alguns portuguesesapoiantes de D Miguel, apos a derrota, tenham ido combater em Espanha com os carlistas?

    Obrigado pela sua atencao e disponibilidade.
    Cumprimentos,
    Diogo Tovar

    1. Emilio Encinas

      Dado que el ejército carlista se concentró en Extremadura española para una acción conjunta en toda la península, y ese ejército fue trasladado para empezar la guerra en España, lo probable es que hubiera portugueses en el bando carlista, pero no he corroborado ese dato en ninguna publicación.

Leave a Reply