EUROPA EN 1814-1816.

 

 

El conservadurismo europeo hacia 1815.

 

Las nuevas ideas revolucionarias que llegaban a España desde Francia e Inglaterra enseñaban que los gobiernos, e igualmente los reyes absolutos, eran responsables ante los pueblos, y no solamente ante Dios. No era una simple discusión teórica, pues el rey de Francia había sido ejecutado por traición al Estado.

Frente a esas ideas, surgieron y llegaron a España las conservadoras que, en esencia, decían que la paz era un valor superior a conservar, y la paz se garantizaba mediante la tradición y la continuidad, mientras, por el contrario, sería alterada por los intentos de cambio, ilustración, liberalismo y nacionalismo. Por tanto, había que restaurar las instituciones tradicionales, si bien se podía aprovechar para hacer alguna reforma de las que provocaban conflictos ya antes de la revolución burguesa.

El primer intelectual que analizó la Revolución Francesa fue Edmund Burke. Edmund Burke, 1729-1797, escribió Reflexiones sobre la Revolución Francesa en 1790, y razonó los males de la revolución antes de producirse éstos, antes del Terror y antes de las guerras revolucionarias y napoleónicas. Burke rechazaba que existieran “derechos naturales” y argumentaba que todos los derechos se fundamentan en la historia de cada sociedad concreta. Los derechos son una herencia que pasa de generación en generación. El gobierno perfecto, justo, equitativo, que proponían los revolucionarios franceses era pues una utopía, era un intento de organizar una sociedad por decreto. Ciertamente se trataba de una idea nueva, pero decía que sólo conduciría a unos experimentos más o menos inútiles y probablemente dañinos. La revolución era un momento fatuo, transitorio, hasta que una figura populista se hacía con el poder y llevaba al pueblo a la tradición, a lo de siempre, pero puesto a su servicio, y, entre tanto, quien mandaba sobre el ejército se convertía en amo del Estado. No merecía la pena tanto sufrimiento. Era mejor un mal prejuicio heredado del pasado, que una brillante experiencia racionalista, pero sin demostrar.

El teórico conservador, prototipo de la época de la Restauración, fue Carl Ludwig von Haller, 1768-1854, un suizo que fue impactado anímicamente por la invasión francesa y se puso a luchar contra los franceses, e incluso abandonó el protestantismo y se hizo católico porque los católicos eran más antirrevolucionarios. Escribió Restauración de la Ciencia Política (1816-1822). Von Haller defendía que todos los hombres somos desiguales, diferentes, que siempre habrá débiles y fuertes, que los débiles siempre dependerán de los fuertes y, en último término, del príncipe reinante. La ventaja de tener un príncipe reinante es que el príncipe se debe al pueblo y en conciencia no debe actuar contra el pueblo. El absolutismo viene limitado por la ley de Dios. El Estado se puede apoyar en el ejército, en la Iglesia, o en el pueblo, en cuyo caso hablaríamos de república, cuya maldad de resultados estaba demostrada en la revolución francesa.

El conservadurismo católico, muy seguido en España, estaba representado por Bonald y Maistre:

Louis Gabriel de Bonald, vizconde de Bonald, 1754-1840, representaba el catolicismo legitimista y ultramonárquico. Fue mosquetero, y más tarde alcalde de Millau, y como tal alcalde apoyó la revolución de 1789, pero las medidas anticatólicas de los revolucionarios le llevaron a dimitir en 31 de enero de 1791. Emigró a Heidelberg para ponerse al servicio de Condé y los contrarrevolucionarios. En 1796 escribió Teoría del Poder Político Religioso, intentando demostrar que la sociedad se rige por leyes naturales de origen divino que no pueden ser cambiadas por las leyes humanas, como pretendían los revolucionarios. Su ideología básica era que el poder proviene de Dios, que la monarquía es anterior a la sociedad, de modo que era la monarquía la que había creado la sociedad y establecido unas reglas para el orden social. Asimismo, hay otros dones divinos como la palabra, las artes, el conocimiento, que debemos respetar como respetamos a Dios.

Joseph de Maistre, 1753-1821, era un saboyano que estudió en Turín y fue miembro del Tribunal de Justicia de Saboya (Senado). Al sufrir la invasión francesa de 1793, huyó a Lausana (Suiza). En 1797, escribió Consideraciones sobre Francia, donde calificaba la revolución como obra de Satán, permitida por Dios como castigo al ateísmo ilustrado. La consecuencia de la revolución era la democracia, signo de todos los desórdenes sociales. El remedio a los males de la revolución era la vuelta a la monarquía absoluta, la religión y el liderazgo del Papa. Todos los fenómenos de la naturaleza y de la sociedad tienen su explicación en Dios y Dios dirige el mundo. La forma de ponerse en contacto con Dios es la oración. En 1802 fue ministro plenipotenciario de Cerdeña en San Petersburgo.

 

El Congreso de Viena no tuvo en cuenta el cambio de mentalidad que se estaba produciendo en Europa, y creyó posible borrar el momento revolucionario de la historia de Europa. Los negociadores de Viena se esforzaron por volver Europa a un sistema como el anterior a 1789, pero con las reformas territoriales que hubieran debido hacerse antes de esa fecha. No se plantearon su propia legitimidad para decidir, y la daban por supuesta, dentro de la mentalidad absolutista. España y Portugal, con sus fronteras consolidadas desde el siglo XV, estuvieron al margen de las inquietudes europeas por lograr un equilibrio de fronteras, y más bien se dedicaron a reivindicar territorios que ya no podían concedérseles, dado el nuevo equilibrio que se buscaba. España y Portugal no comprendieron el sentido del Congreso de Viena y, al final, fueron los grandes perjudicados del mismo.

 

El liberalismo europeo de la época de la Restauración era también muy conservador y alejado del populismo sansculotte:

Benjamín Constant, 1767-1830, había nacido en Lausana, era hijo de un oficial holandés, estudió en Alemania, Inglaterra y Escocia, y conocía por tanto diversos ambientes europeos. En 1790 estuvo entre los revolucionarios franceses, y en 1800 fue partidario de Napoleón y su nuevo orden social, pero se decepcionó de todo ello y se marchó a Ginebra, donde expuso las que él creía ideas fundamentales de la revolución liberal: el valor fundamental a preservar por el Estado es la libertad individual, libertad que no puede sobrevivir sin la protección del Estado, pero tanto las masas, como el mismo Estado, pueden hacer peligrar la libertad individual. El absolutismo, que en el siglo XV pudo haber sido una defensa frente a los abusos nobiliarios, había acabado con la libertad individual en los últimos tiempos. La solución era la monarquía constitucional, con independencia de poderes del Estado y con garantía de libertad de prensa y de culto, factores fundamentales para la libertad individual. Las ideas de Constant irían calando y se consideró que triunfaban en 1830, pero las revoluciones burguesas fueron otra decepción, pues el voto censitario daba el poder a los propietarios, y el sistema no garantizaba la libertad de los más, los proletarios. Los liberales se fueron decepcionando y acabarían por instalarse en la violencia revolucionaria de 1848.

Alexis de Tocqueville criticaba la democracia que se quería imponer mediante la revolución liberal, porque el igualitarismo también mata la libertad individual. En efecto, en los sistemas igualitarios, la mayoría aplasta a las minorías, y el individuo se ve anulado totalmente, primero para hacerse valer dentro de una minoría, y luego para imponerse como mayoría. Defender un derecho individual en este ambiente y con este proceso, es imposible. El gran problema es cómo mantener la libertad dentro de la democracia. Históricamente la libertad había sido defendida por la nobleza y por la Iglesia frente a veleidades del rey absoluto, pero una vez eliminados los estamentos, la libertad quedaba en peligro. La manera de defender la libertad era la tradición, pues ese era el legado de siglos anteriores.

Jeremy Bentham, 1748-1832, en Introducción a los Principios de la Legislación Moral, hacía profesión de fe en la razón como medio para organizar la sociedad y la política. El gran principio director de las decisiones políticas era “el mayor bien para el mayor número de personas”. Decía que las leyes debían tener la finalidad de dar a las personas libertad para perseguir su propio interés, y ello implicaba acabar con los privilegios sociales y acabar con la creencia de que existía un derecho natural. El interés de cada persona persigue el máximo de placer y el mínimo daño, y el interés general debe perseguir el máximo placer y el mínimo daño para el mayor número de personas.

James Mill, en Elementos de Economía Política, de 1821, se oponía a los excesos de la Revolución Francesa y también a las teorías románticas. También escribió el artículo “Gobierno” para la Enciclopedia Británica.

El gran planteamiento liberal, el de Stuart Mill, se producirá mucho más tarde y ya fuera del tiempo de la Restauración, en 1859, y se llama Sobre la Libertad, donde se plantea a fondo el problema de la libertad como algo muy complejo, que no sólo peligra ante los gobiernos, sino también ante la sociedad, ante el grupo de amigos que rodean a cada individuo, y ante el propio individuo que se niega a aceptar su libertad. Pero esto ya pertenece a una época posterior.

 

 

El Congreso de Viena[1] 1814-1815.

 

En primer lugar, debemos tener en cuenta que las legaciones españolas en el extranjero en 1814 eran muy pocas, doce en concreto, y los embajadores y demás legados eran por entonces considerados gente importante del Gobierno de España. En concreto, España tenía en 1815 legaciones en Londres, París, Austria, Suecia, Estados Unidos, Portugal, Rusia, Holanda Prusia, Sicilia y Bizancio, y un embajador en el Congreso de Viena.

Los embajadores españoles que jugaban las cartas de España eran:

En el Congreso de Viena, Pedro Gómez Labrador, que no se incorporó hasta 17 de septiembre de 1814.

En Prusia, o Berlín, el duque de Fernán Núñez, hasta que en 4 de mayo de 1814 fue sustituido por José Miguel Carvajal y Vargas, duque de San Carlos.

En Austria, o Viena, García de León y Pizarro hasta enero de 1815, cuando fue sustituido por el duque de Fernán Núñez.

En Gran Bretaña, o Londres, el duque de Fernán Núñez desde 4 de mayo 1814 hasta 21 de enero de 1815.

 

En 18 de mayo de 1814, fue nombrado embajador en el Congreso de Viena Pedro Gómez Labrador[2] con plenos poderes para negociar el Tratado de Viena que habría de convocarse el 20 de julio para iniciarse el 1 de octubre (ya se sabe que nunca se inició oficialmente), pero los poderes fueron retenidos en Madrid y no llegaron a Labrador hasta 1 de agosto. Labrador no se dio prisa en trasladarse a Viena, a donde no llegó hasta 17 de septiembre de 1814, no enterándose de nada de lo que estaban hablando las potencias durante los días anteriores. Pedro Gómez Labrador, el conocido y ferviente absolutista, fue calificado de inepto total por Wellington. El negociador, en tanto llegaba Labrador, fue José García León y Pizarro, embajador en Viena desde 1813 a enero de 1815, también ferviente absolutista.

Tras los fracasos diplomáticos españoles en Chaumont[3] de 9 de marzo 1814, en Fontainebleau[4] de 4 abril de 1814, y en el Primer Tratado de París[5] de 30 de mayo de 1814, en los que España no había tenido opción de participar, García León y Pizarro fue sustituido en Viena, en 21 de enero de 1815, por Carlos Gutiérrez de los Ríos y Sarmiento Rohán, duque de Fernán Ñúñez, con la excusa de que Pizarro era anglófobo. El duque de Fernán Núñez estuvo en Londres desde mayo 1814 hasta enero de 1815, que fue trasladado a Viena, y en Londres fue retenido por los británicos todo el tiempo que pudieron, para que no se incorporara a las negociaciones de Viena. Las potencias decidieron negociar entre ellas, Gran Bretaña, Prusia, Rusia y Austria, y les molestaba mucho la pretensión de España de dirigir los tratados, cuando ni siquiera había estado presente en Waterloo.

El duque de Fernán Núñez[6], embajador español en Berlín en 1813-1814, en Londres de mayo de 1814 a enero de 1815, y en Viena a partir de enero de 1815, debería haber sido el hombre más próximo a las negociaciones de Viena, pero no se dejó intervenir a España en las negociaciones, llevadas a cabo en secreto entre los cuatro vencedores. En Londres, en julio de 1814, firmaría los tratados con Gran Bretaña iniciados en marzo del mismo año, tratados en los que Gran Bretaña obtenía ventajas comerciales como nación más favorecida y Fernando VII renunciaba y anulaba los Pactos de Familia con Francia. Se creía que la amistad con Gran Bretaña favorecería los intereses de España en Viena. En Viena, el duque de Fernán Núñez, ignorante de que estaba fuera de la negociación de los cuatro grandes, exigía que Parma fuera entregado a María Luisa de España, y quitado a la archiduquesa María Luisa de Austria, esposa de Napoleón, y que, en caso de no darle Parma a María Luisa de España, fuera compensada con Cerdeña, además de la indemnización de guerra de 50.000 millones de reales para España o, en su defecto, 6.000 a 8.000 yeguas y 2.000 caballos.

España, por unas u otras razones ya consideradas en este trabajo en el apartado de la Regencia de Luis María de Borbón, no había participado apenas en los tratados internacionales de 1814.

En el Tratado de Chaumont, 9 de marzo de 1814, Gran Bretaña tomaba posiciones entre los vencedores de Napoleón. Castlereagh se dio cuenta de que Gran Bretaña había peleado en una zona marginal, Península Ibérica y el Atlántico, y ello le iba a dar pocas posibilidades de decidir sobre las fronteras de Francia, los problemas de Países Bajos, Italia, Polonia y territorios alemanes. Entonces decidió estar en pie de igualdad respecto a Rusia, Prusia y Austria, en la fase final de la guerra, lo que le daba derecho a estar entre las potencias decisivas para Europa. Además alegaba que estaba apoyando financieramente a los otros aliados de Chaumont. España no captó este matiz internacional, y se había retirado de la guerra contra Napoleón en el momento decisivo de la victoria, nada más salir las tropas francesas de España.

En Fontainebleau, 4 abril de 1814, se demostró la incapacidad negociadora de Napoleón. Napoleón era buen militar, pero no tan buen negociador: se le había ofrecido en noviembre de 1813 continuar como emperador de Francia y mantener la orilla izquierda del Rin (“Propuestas de Francfort” hechas por Metternich) y había renunciado a esas condiciones por orgullo. En abril de 1814 se le exigía abandonar Francia.

El 30 de mayo de 1814 se firmó el Tratado de París o Primera Paz de París, en la que Francia pactaba con Prusia, Austria, Gran Bretaña, Suecia, Portugal y Rusia, los vencedores de Napoleón, y éstos devolvieron a Francia a sus fronteras de 1792 (pero no la orilla izquierda del Rin), y acordaron hacer un Congreso en Viena.

Sorprendentemente para este tipo de negociaciones, Francia, la potencia derrotada, no pagaba gastos de guerra ni devolvía las riquezas robadas en palacios, iglesias y museos, y llevadas a París, ni hacía devoluciones territoriales. Los aliados no querían dañar a Luis XVIII, el nuevo gobernante de Francia, pero el gran perjudicado era España. España protestó y no se adhirió a este pacto hasta julio de 1814, apartándose aún más de las potencias vencedoras.

El duque de Fernán Núñez exigió el reconocimiento de Fernando VII y la devolución de riquezas robadas. Castlereagh consiguió que la parte española de Santo Domingo fuera devuelta a España y éste, el único éxito español, se debió por tanto a la intervención de un británico. El 22 de mayo, cuando las negociaciones del Tratado de París ya estaban concluidas y sólo faltaba redactarlas, había llegado Labrador a París reclamando devoluciones de territorios, pero no se hizo caso de sus reivindicaciones: que los Estados Pontificios le fueran devueltos al Papa, que Nápoles fuera para Fernando IV y que la Luisiana fuera para España.

El 5 de julio de 1814, Gran Bretaña promovió una alianza con Portugal y España, por la que los dos últimos países no firmarían tratados que perjudicasen a Gran Bretaña.

El 20 de julio de 1814 Francisco I de Austria convocó el Congreso de Viena que debía tener su primera sesión el 1 de octubre de ese mismo año.

El 1 de agosto, en España, se le daban instrucciones a Pedro Gómez Labrador, en el sentido de que debía pasar a segundo plano la demanda de territorios para España, y concentrarse en otros cambios territoriales extrapeninsulares, como tratar de volver a Francia a sus antiguos límites, buscar alianzas con Gran Bretaña, Austria y Prusia, lograr que los Estados Pontificios fueran devueltos al Papa, que Nápoles fuera para Fernando IV, que la Louisiana fuera devuelta a España, que los tesoros de José I fueran devueltos a España, y que Francia le pagara a España 50.000 millones de reales como indemnización de guerra. Labrador no llegó a Viena hasta el 17 de septiembre, confiando en que el congreso empezase el 1 de octubre como estaba previsto. Muchas cosas ya estaban habladas para esas fechas.

El 14 de agosto de 1814 se firmó un tratado entre Dinamarca y España por el que Dinamarca reconocía a Fernando VII como rey de España, y España pagaba unas deudas a Dinamarca. Si Napoleón había considerado a España como fuente de riquezas, y los británicos habían hecho lo mismo atacando Buenos Aires, ahora se aprovechaba Dinamarca. Lo sorprendente es que España firmaba pagos por doquier.

La primera reunión de las potencias del Congreso de Viena tuvo lugar el 15 de septiembre de 1814. Labrador llegó a Viena el 17.

Las potencias estaban representadas por:

Klemens Lotario Wenceslao von Metternich[7], y Federico de Gentz[8], representando a Francisco I de Habsburgo de Austria[9].

Karl August príncipe von Hardemberg[10], representando la Prusia de Federico Guillermo III[11]. Otros negociadores fueron Karl von Stein y Gebhard von Blücher[12].

Robert Stewart vizconde de Castlereagh[13], representando a Gran Bretaña, sustituido al final del congreso por Arthur Colley Wellesley duque de Wellington.

y Karl Robert conde von Nesselrode[14], ayudado por Andrey Razumovsky[15], y, en cuestiones alemanas, por el barón Karl von Stein[16], representando a Alejandro I Paulovich de Rusia. Grandes negociadores complementarios de Rusia fueron Tatischeff y Pozzo di Borgo.

 

El conglomerado de asistentes hacía imposible cualquier esperanza de acuerdo, pues había 90 soberanos reinantes y 53 plenipotenciarios de países desposeídos que reclamaban restitución de territorios. Los cuatro grandes acordaron reunirse ellos solos (Inglaterra, Austria, Prusia y Rusia) para tratar de cuestiones territoriales. Las potencias llevaron las negociaciones en reuniones privadas mientras la mayor parte de los delegados se divertía, y Pedro Gómez Labrador protestaba intentando entrar en las reuniones secretas de los cuatro grandes. Finalmente sería Francia quien entrase en esas reuniones, limitadas desde entonces a cinco.

Las ideas previas de Castlereagh eran: que no se pusiera a discusión la libertad de los mares, que se daba por sentada, y que no se tratasen las cuestiones coloniales ultramarinas españolas, que estaban sublevadas y darían sus frutos en poco tiempo. Estaba pensando en el comercio americano para Gran Bretaña. También reclamaba una serie de bases para el comercio y la marina británica, como las islas Malta y Jónicas en el Mediterráneo, Heligoland en Alemania, Santa Lucía, Trinidad y Tobago en las Antillas, Oregón en la costa del Pacífico de América del Norte, Mauricio y Ceilán en el Índico, y el Cabo de Buena Esperanza al sur de África.

Las ideas de Alejandro I eran: que no se discutiese sobre los Balcanes, donde pretendía introducirse, que se admitiera como suyos los territorios de Besarabia, Finlandia y las recientes conquistas en el Cáucaso.

Las ideas de Metternich eran las siguientes: Dejar Europa como si no hubiese pasado nada entre 1804 y 1814; evitar apoyos a las ideas de emancipación de los pueblos, que sólo habían traído, como consecuencia, la guerra; evitar la difusión de ideas liberales, tales como las constituciones, la libertad de prensa, que sólo habían significado desestabilización. Su sonrisa natural, hacía creer a todo el mundo que daba la razón a cada uno de sus interlocutores, pero luego hacía, en las reuniones privadas con las potencias, lo que le parecía. Era además un gran bailarín y estaba siempre en el centro de todos los bailes, pero se sabía retirar y dejar a los demás divirtiéndose mientras él se reunía con las potencias que le convenían.

Por tanto, a los problemas obvios de dar solución a los territorios ocupados por Napoleón (Países Bajos, Alemania, Polonia, Italia), se añadían los problemas de las pretensiones rusas y las pretensiones británicas, además del llamado problema de libertad de los mares, que se podía concretar o traducir en que América quedase libre al comercio británico, y de las demás potencias.

Castlereagh propuso ampliar el grupo de los grandes a seis, incluyendo a España y Francia, pero Hardemberg se opuso y argumentó que serían cuatro para cuestiones territoriales aunque pudieran ser seis para temas legales como el comercio de esclavos y la precedencia diplomática, asuntos que afectaban a España.

Labrador llegó a Viena el 17 de septiembre de 1814, cuando ya había sido excluido del grupo de los cuatro. Pedro Gómez Labrador intentó una política internacional de estilo antiguo, asistiendo al Congreso de Viena con actuaciones que rayaban en lo ridículo. Aparte de enviar a la bailaora María Medina para distraer a los congresistas (Francia había enviado a Emilia Bigottini), España buscaba objetivos poco útiles al país, y más bien al servicio de la familia Borbón. Labrador no asistía a los bailes ni a las comidas, y se limitaba a enviar escritos de protesta por todo lo que le disgustaba. No se enteraba a tiempo de lo que ocurría, pues no estaba en los corrillos, y se enteraba más tarde con cierto disgusto para él. Algunas reivindicaciones españolas podemos considerarlas modernas:

Integridad del territorio español.

Restitución de la parte española de Santo Domingo.

Oponerse a que Cayena y Guayana fueran francesas.

Pedir que Estados Unidos devolviera a España la Luisiana.

Que Francia entregase a España 8.000 yeguas y 2.000 caballos, como indemnización de guerra.

Que no se tocase el tema del comercio americano.

Pero otras reivindicaciones españolas eran claramente de tipo antiguo, absolutista, o al servicio del monarca gobernante de turno:

Que Parma, Plasencia y Guastalla fueran para la reina de Etruria (al final fueron para Austria).

Que no se tocase en el Congreso el tema de los afrancesados.

Un casamiento de Fernando VII con alguna princesa rusa.

El reconocimiento del nuevo gobierno absolutista de Fernando VII. Este reconocimiento británico a la persona de Fernando VII le costó a España ceder el comercio americano.

 

Las potencias europeas no estaban de acuerdo con las reivindicaciones españolas, pues no querían agobiar a Luis XVIII, nuevo señor de Francia, y estimular viejas revanchas nacionales por las fronteras. Sobre todo era antipático el tema de la Luisiana, pues si España se la había cedido a Francia en 1800, y ésta la había vendido a Estados Unidos posteriormente, no creían que el Congreso debiese echar atrás esos negocios o torpezas españolas de antaño, que en todo caso eran conflictos entre dos potencias, a solucionar entre ambas.

 

Pronto surgieron divergencias entre las cuatro potencias. El tema clave fue el asunto Polonia. Hubiera sido una oportunidad para España, pero fue Francia la que aprovechó para introducirse entre los cuatro grandes, y España no supo estar a la altura: Había caído el Gran Ducado de Varsovia creado por Napoleón, y Rusia quería reconstruir la gran Polonia histórica y ser él el rey. Pero ello significaba que Prusia y Austria debían renunciar a las zonas polacas que habían perdido frente a Napoleón. Prusia estaba dispuesta a renunciar a su parte si se le daba a cambio Sajonia, que había sido de un colaborador de Napoleón. Austria se oponía a que Prusia ganase Sajonia y acercara sus dominios hacia Praga. Gran Bretaña apoyó a Austria, pues creía que el proyecto prusiano amenazaba la paz futura.

El 22 de septiembre se firmó el protocolo y, en principio, se admitiría a seis para cuestiones generales. España y Francia estaban, en ese momento, dentro del grupo selecto.

Pero el 23 de septiembre llegó a Viena el delegado de Francia, Carlos Mauricio duque de Talleyrand[17], y empezó a intrigar. El 30 de septiembre se entrevistaban los seis. Talleyrand acusó a los cuatro de ilegalidad, de inmoralidad, y acabó pidiendo que las potencias fueran ocho, incluyendo a Portugal y Suecia. Labrador fue llamado aparte y se le encargó que procurase que Talleyrand no armase un escándalo convocando a todas las pequeñas potencias contra las cuatro grandes como había amenazado.

El 1 de octubre, fecha prevista para la inauguración oficial, no había acuerdo entre las potencias, sobre todo porque Talleyrand manipulaba el descontento de los pequeños contra los cuatro grandes. No hubo inauguración del Congreso.

El 5 de octubre, sin haberse abierto el Congreso por disentir en ello Talleyrand, la solución fue aceptar a los ocho más importantes, que se reunieron el 8 de octubre, y aplazar de momento el inicio oficial del Congreso de Viena. El 30 de octubre decidieron volver a aplazar la apertura oficial, que nunca tuvo lugar, por lo que en algunos libros se dice que el Congreso de Viena nunca existió oficialmente.

Talleyrand logró atraer a Labrador a su bando, y el ingenuo de Labrador se puso terco en aliarse con Francia, a pesar de que Alejandro de Rusia le dijo que se pusiese de parte de los cuatro y no de parte de Francia y de las pequeñas potencias. Los cuatro siguieron discutiendo las cuestiones territoriales en privado, y España se quedó definitivamente fuera de las discusiones.

El 12 de octubre, Labrador criticaba fuertemente a los cuatro, ganándose la antipatía de todos. Labrador se había negado a firmar la Paz de París de mayo 1814, e hizo un tratado idéntico con Francia, pero separado de el del resto de las potencias que lo habían firmado a fines de julio de 1814. Por ello, era visto como un personaje raro. Labrador, en Viena, volvió a intentar lo mismo, se entrevistó con Talleyrand de Francia exigiendo una paz separada entre España y Francia, idéntica a la que firmaran los aliados, pero en documento separado, a lo que contestó Talleyrand que Francia no podía decidir sobre Parma y Cerdeña, que era lo mismo que decir no a la petición. Por el contrario, Talleyrand pedía perdón para los afrancesados españoles y devolución de los bienes incautados, petición a la que se sumaba Alejandro de Rusia. Fernando VII ordenó a Labrador que eludiese esas cuestiones con buenas palabras y no prometiese nada concreto sobre ellas.

Castlereagh hizo política de cerrar el paso a Rusia logrando una alianza entre Prusia y Austria, y de hecho Prusia ocupó Sajonia, lo que cerraba el paso a Rusia en sus pretensiones sobre Centroeuropa. El zar contraatacó nombrando a Constantino gobernador de Polonia. Prusia y Austria tenían miedo de Rusia y llamaron como intermediario a Talleyrand de Francia para pactar una alianza. El 3 de enero de 1815, hubo un acuerdo secreto entre Castlereagh y Metternich, sobre el asunto Polonia, en el que pactaban ir a la guerra si Rusia y Prusia imponían su criterio de quedarse Polonia y Sajonia. A ese acuerdo se sumaba Francia, y así, Francia apareció en adelante entre los grandes. Francia se olvidó de las pequeñas potencias, y de España por supuesto. Labrador no sabía qué hacer y cometió muchos errores cambiando de aliados y de política, error en el que fue ayudado por las órdenes recibidas de España, que el 9 de octubre le ordenaban apoyar a Rusia en el caso de Polonia, y el 3 de noviembre le ordenaban ser neutral.

Cuando Alejandro I se enteró del acuerdo entre Austria y Gran Bretaña, apoyadas por Francia, de llegar a la guerra si era preciso, propuso una solución intermedia: una nueva Polonia pequeña, que básicamente era el Gran Ducado de Varsovia, que Prusia renunciara a su zona polaca y recibiese sólo una parte de Sajonia, manteniéndose el reino de Sajonia, y que Austria renunciase a su zona polaca. Los grandes habían solucionado sus diferencias, y Francia estaba en la Cuádruple Alianza.

La crisis de Sajonia y Polonia, citada en el párrafo anterior, modificó las alianzas de Viena pues surgió rivalidad dentro de las cuatro potencias. Los primeros días de la crisis, Labrador parecía tener ganada la batalla de conseguir Parma pues obtuvo la promesa de Metternich y de Francisco I de Austria de que no apoyarían a la archiduquesa María Luisa de Austria (esposa de Napoleón) y sí a María Luisa de España (reina de Etruria y duquesa de Parma). Pero en estos mismos días, Francia y Austria hicieron un tratado secreto por el que se expulsaba a Murat de Nápoles y se restablecía en ese territorio a Fernando IV, y Fernando IV cedía a Austria la Toscana, que había sido territorio español. Labrador no se enteró de este tratado hasta muy tarde.

Portugal estaba en la misma línea de diplomacia antigua en la que todos los países eran considerados iguales independientemente de su tamaño y potencia militar, intentando en 30 de octubre que no se aboliese el comercio de negros que era un gran ingreso de su corona y que España le devolviese la ciudad de Olivenza. Perdió la Guayana a favor de Francia. Los trabajos del representante portugués en Viena, Pedro de Sousa Holstein, 1781-1850, cuya obsesión permanente era la devolución de Olivenza a Portugal por parte de España, resultaron bastante insubstanciales para Portugal, que siguió siendo una potencia marginal.

 

Labrador estaba pidiendo Génova para España, pero Metternich no aceptó. Labrador pidió Ferrara, Bolonia y Rávena (que habían sido cedidas poco antes a Napoleón), pero el Papa reclamó esos territorios como pontificios, y Fernando VII ordenó apoyar que se le dieran al Papa. El 22 de noviembre, Labrador reclamaba Toscana en la esperanza de obtener al menos, y como compensación, Parma, Placencia y Guastalla. Pero Toscana fue entregada a Fernando III de Austria, y Modena, Reggio y Mirándola a Fernando IV de Nápoles[18].

El 27 de diciembre de 1814, Labrador reclamaba la Louisiana para España, y se le contestó que las necedades de España al habérsela vendido a Napoleón eran un problema de España y no del Congreso de Viena. Labrador se sintió muy ofendido.

Ante el rotundo fracaso, Labrador ofreció un millón de francos anuales para la archiduquesa María Luisa de Austria (esposa de Napoleón) si renunciaba a Parma a favor de María Luisa de España. Ya se conformaba con Parma y poco más. Pero el 13 de febrero de 1815, Metternich aceptaba entregar Parma a España siempre que la ciudad de Placencia y la de Mantua quedaran para Austria, y entonces, la archiduquesa María Luisa reclamó a Alejandro I de Rusia y logró quedarse con Parma. España se quedaba sin nada.

Los logros de España fueron muy limitados: se reconoció a Fernando VII como rey de España. Se logró que Murat fuese destituido como rey de Nápoles y que ese trono volviese a los Borbones. Pero en ello quizás influyó más Francia que España. Austria apoyaba a Murat, pero el 29 de abril de 1815, se desligó de su compromiso y Francia se salió con la suya. Otro logro de Labrador fue que el Papa Pío VII pidiese a Godoy que abandonara el Palacio Barberini de Carlos IV en Roma. A esto se resume el escaso botín para las grandes esperanzas que en España se habían concebido respecto del Congreso de Viena.

El 1 de marzo de 1815, Napoleón se fugó de Elba y el 7 de marzo de 1815, Napoleón pisó suelo francés.

El 12 de marzo de 1815, se nombró una comisión de las ocho potencias que redactara un documento único sobre las decisiones del Congreso.

El Congreso de Viena siguió negociando como si nada pasara, pero las cuatro potencias vencedoras pusieron en práctica la alianza en Chaumont, aportando cada una 150.000 hombres e invitando a las demás a colaborar. España, que no había participado en Chaumont, tuvo la oportunidad de entrar en la coalición de las potencias. La negativa de España a colaborar con soldados ante el levantamiento de Napoleón en la campaña de marzo-junio de 1815, Imperio de los Cien Días, aislará total y definitivamente a los diplomáticos españoles (Wellington le pidió 80.000 soldados y España le dio largas, dijo que estudiaría el asunto, intentó ir presionando y ganar en ello lo que se había perdido en las negociaciones anteriores). El 18 de junio, Wellington y Blücher derrotaban a Napoleón en Waterloo y todavía España estaba discutiendo si enviaba soldados. España había perdido su segunda oportunidad.

El 13 de marzo de 1815, Rusia, Prusia, Gran Bretaña, Austria, España, Francia, Suecia y Portugal, declararon ilegal la vuelta de Napoleón a Francia.

El 20 de marzo de 1815, Napoleón estaba en París. Gran parte del pueblo y el ejército francés le aclamaba, y no necesitó ninguna batalla para tomar París.

El 14 de abril de 1815, Labrador ofreció la cooperación española a la alianza de las cuatro potencias si se incluía a España entre las Potencias, pero nadie quiso escucharle. El desprestigio de España era muy grande en Europa, pues se consideraba que Fernando VII había sido colaborador de Napoleón, el hombre vencido en 1815, y que España se había negado a luchar contra Napoleón en 1813 y en la primavera de 1815. Fernando VII intentó reconciliarse con Luis XVIII y le ofreció algunas tropas a la vuelta de Napoleón desde Elba, pero Luis XVIII las rechazó. Sólo Inglaterra apoyaba a Fernando VII, por su alianza en 1808-1814, pero incluso para los ingleses era muy difícil justificar ante los suyos esta amistad con un monarca del que ya sabían que era un torturador y antiliberal, Fernando VII. Luis XVIII de Francia reconoció a la Archiduquesa María Luisa como señora de Parma y entonces Labrador quedó definitivamente derrotado en el tema de Parma.

Tras lograr Talleyrand ser incluido en las reuniones de los vencedores, Labrador quiso ser el sexto invitado (Austria, Rusia, Gran Bretaña, Prusia y Francia eran los cinco), pero las potencias consideraron que quien no había aportado soldados a las batallas finales no tenía derecho a los despojos de la victoria, y prescindieron de España.

El 2 de junio de 1815, el documento único sobre las decisiones del Congreso de Viena estaba redactado. Entonces Labrador se enteró de muchas cosas que no sabía, de tratados secretos, y de cambios y trapicheos entre potencias, y se enfadó mucho, insultando a todos los diplomáticos y haciendo un papel vergonzoso a nivel personal. El 9 de junio firmaron siete de las ocho potencias y Labrador se negó a firmar el tratado. Después firmaron el resto de las potencias excepto Turquía y el Papa. Turquía porque se sentía ignorada. El Papa porque se sentía agraviado al no darle los territorios italianos. El Estado español apoyó la resolución de Labrador de no firmar.

El 18 de junio, Labrador seguía resistiéndose a firmar el tratado, y ese mismo día tuvo lugar la derrota de Napoleón en Waterloo. España quedaba completamente desprestigiada y Labrador en ridículo, pues se había negado a llevar tropas contra Napoleón y participar en la victoria contra Francia, y reclamaba estar entre los vencedores, lo cual era un contrasentido.

El 8 de julio de 1815, Luis XVIII fue repuesto en París.

El 15 de julio, Napoleón fue embarcado en el Bellerhofon para Santa Elena. En ese momento, España propuso enviar tropas a Francia, pero ya era demasiado tarde y no se le admitió que invadiera el Rosellón y la Cerdaña como pretendía.

 

Los resultados finales del Congreso de Viena fueron:

Francia perdió las conquistas hechas por Napoleón, pero ganó la Guayana, al norte de Brasil.

Prusia recibió la Prusia Occidental, el ducado de Berg, parte de Westfalia, Colonia y Aix le Chapelle (Aquisgrán) en la orilla izquierda del Rin, la Pomerania Sueca, Posen, Danzig y Thorn en Polonia, y el norte de Sajonia.

Austria recibió Tirol y Salzburgo en los Alpes, parte de Lombardía, y Véneto, Trieste y Dalmacia en el Adriático, Galitzia en Polonia, aunque perdía los Países Bajos Austriacos (Bélgica y Luxemburgo) y Dalmacia. La pérdida de los Países Bajos Austriacos no era muy significativa pues representaban una carga para la Corona austriaca y ya habían tratado de deshacerse de ellos varias veces en el siglo XVIII, cambiándolos por otros territorios. Además ganaba influencia en Toscana y Módena, que quedaban en manos de parientes de los Habsburgo. También Fernando IV de Nápoles era reconocido como rey de las Dos Sicilias con el título de Fernando I.

Rusia ganaba Finlandia (antes sueca), Besarabia (antes turca) y parte del ducado de Varsovia. Polonia era entregada a Rusia como Zarato de Polonia.

Gran Bretaña recibía de Francia las Islas Mauricio, Tobago, Santa Lucía y Ceylán, de Holanda el Cabo de Buena Esperanza, de España Trinidad, y además territorios con importancia comercial y marítima en las costas europeas como Heligoland, Malta y las Jónicas.

Se creó la Confederación Alemana con 39 Estados en vez de los 309 entonces existentes.

Hannover ganaba Münster y Frisia oriental y era reconocido como reino.

Suecia ganó Noruega a costa de Dinamarca, que había ayudado a Napoleón y era castigada.

Dinamarca ganó Lauenburg, aunque perdió Noruega.

Portugal ganaba Olivenza a costa de España y perdió la Guayana que pasó a ser francesa.

Se reconocía la autonomía de Servia, Montenegro, Valaquia y Moldavia.

María Luisa de Austria, la esposa de Napoleón recibía Parma, Plasencia y Guastalla.

Al Reino de Cerdeña se le reconocían los territorios de Niza, Saboya y Génova.

Los Estados Pontificios ganaban Ferrara y Bolonia.

Los Países Bajos eran reconocidos como reino, incluyendo Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Dicho de otra manera, Holanda ganaba los territorios de Bélgica y Luxemburgo. En los Países Bajos gobernaría Guillermo I y en Luxemburgo el Gran Duque de Luxemburgo.

Cracovia era reconocida como república.

Suiza restauró los 19 cantones que había antes de la época napoleónica, y se crearon 3 más que fueron: Ginebra, Wallis y Neuchatel.

España perdió Trinidad, que pasó a ser británica.

 

España no reconoció la defección que había hecho a sus aliados al no prestar soldados contra Napoleón y, muy digna, luego se sintió ofendida por los resultados del Congreso de Viena y se negó, durante dos años a firmarlos. Estaba fuera de la realidad política europea[19].

Una de las causas, aducida por España para no firmar el Tratado, era la imposición de renunciar a los territorios de Florida y Louisiana, que pasaron a los EE.UU.

 

 

 

El Congreso de Viena.

Temas no territoriales.

 

En temas no territoriales, el resultado del Congreso de Viena, respecto a España, no fue nada positivo para los gobernantes españoles: Se le impuso a España la abolición del comercio de negros, que era el mayor negocio de los nobles y reyes españoles, portugueses y franceses. Por eso, España sólo aceptará los acuerdos de Viena a partir de 1817.

 

El comercio de esclavos en el Tratado de Viena.

El 10 de diciembre de 1814 se trató del tema del comercio de esclavos pues el inglés Castlereagh quería abolirlo. Se opusieron Francia, España y Portugal, los que hacían este comercio. El asunto pasó al comité de las ocho potencias. Este comité decidió en febrero de 1815 prohibir el tráfico de negros. Labrador logró que se suprimieran las fechas concretas en que entraría en vigor la abolición del tráfico de esclavos, alegando que sería preciso un tratado bilateral entre España y Gran Bretaña. La táctica española de dar largas a los asuntos para intentar más tarde hacer lo que le conviniera no dio resultados.

En septiembre de 1817, España suprimió el comercio de esclavos al norte del Ecuador con una compensación de 400.000 libras que debía pagar Gran Bretaña. En mayo de 1820, la prohibición se extendió a toda América.

El tema venía de una proposición del inglés Wilberforce, y apoyada por Wellesley, hecha a Pizarro. Pizarro la planteó en el gobierno de España, y el Consejo de Indias aceptó, pero señalando algunos perjuicios que se seguirían para España. Entonces Fernando VII ordenó que se llevasen muchas mujeres negras a América, pues si se prohibía el comercio de esclavos, los esclavos se debían reproducir allí mismo. Y hecho esto, Ceballos ofreció la abolición por 1,5 millones de libras, que Inglaterra no aceptó en marzo de 1816. Finalmente se llegó a un acuerdo, en los términos arriba expuestos, en 1817 y en 1820.

 

La precedencia diplomática.

El único éxito duradero de Labrador fue el tema de la precedencia diplomática, pues el viejo orden, indicado por el Papa en 1504, les daba importancia a los diplomáticos por categorías y causaba muchos problemas. Los países se inventaban categorías nuevas y exigían precedencia a la hora de intervenir. Ello fue sustituido por la formación de cuatro únicas categorías de diplomáticos y la decisión de colocar a cada individuo de cada categoría por orden de antigüedad en el cargo, independientemente de la nación o de la condición social que fueran.

 

Otros temas, que ya no tocaban a España, eran:

La libre navegación del Rin y del Mosa, y

La liberación de los campesinos judíos de la servidumbre en Centroeuropa.

 

 

 

El Congreso de Viena, en París.

 

Napoleón fue derrotado en Waterloo en julio 1815.

Una vez derrotado Napoleón, el Congreso de Viena se trasladó a París, y Talleyrand ofreció su casa a Alejandro de Rusia, lo cual le permitió negociar mejor. Labrador llegó a París el 11 de julio de 1815 y se encontró con que todos le ignoraban públicamente.

El 17 de septiembre de 1815 se trató sobre las fronteras de Francia, se decidió la ocupación de Francia por un periodo de entre 3 y 7 años, y se fijó la indemnización que debía pagar Francia en 800 millones de francos, que se partirían en 5 partes iguales, una para cada una de las cuatro grandes potencias, y la quinta para repartirla entre el resto de potencias. Labrador lograría que se adjudicasen a España 12,5 millones de francos.

El 26 de septiembre de 1815, Rusia propuso la Santa Alianza, a la que inmediatamente se sumaron todas las potencias menos Turquía, Inglaterra y el Papa. Turquía no podía estar de acuerdo con la alianza de las tres religiones cristianas; Inglaterra creía que se debía mantener la Cuádruple Alianza con reuniones periódicas de los aliados para tratar de temas que fueran surgiendo; el Papa dijo que el catolicismo tenía la verdad eterna y no podía aliarse con protestantes y ortodoxos.

Durante estos meses, Labrador y Ceballos discrepaban en todo. Pedro Ceballos Guerra, el Secretario de Estado, fue cesado y sustituido por José García León y Pizarro en 1816. Pizarro nombró embajador en París al duque de Fernán Núñez, retirando a Labrador a Nápoles. Labrador fue descrito como un negociador torpe, nada amable, nada dialogante, que no asistía a comidas ni reuniones de diplomáticos, y no se enteraba de nada, pues se limitaba a redactar escritos y mandárselos a las potencias.

Desde noviembre de 1815, España estaba fuera de todos los tratados de Viena, pues se negaba a firmar todo, mientras no le dieran Parma y Louisiana. Los aliados se cansaron de España, y Austria, en julio de 1816, protestó por la actitud de una España que boicoteaba todo. El 24 de agosto de 1816 se entrevistaban Wellington y Labrador. España tardó en reconocer su aislamiento, y sólo en junio de 1817, decidió firmar y aceptar la pérdida de Parma.

El 20 de noviembre de 1815 se firmó el Segundo Tratado de París o Segunda Paz de París ratificando los acuerdos de 17 de septiembre. Se establecieron indemnizaciones de guerra en cinco partes, de las cuales una sería para cada una de las grandes potencias vencedoras y la quinta a repartir entre las demás. Labrador recibió órdenes de España de aceptar, y exigió que Francia pagase las reparaciones de Rosas, Berga, Puigcerdá y Gerona.

 

[1] En cuestiones internacionales seguiremos la obra de R.Palmer-J.Colton, Historia Contemporánea, Akal Textos, escrita en 1950 y publicada en Madrid en 1980.

[2] Pedro Gómez Labrador, 1772-1850, marqués de Labrador, había estudiado Derecho en Salamanca y había sido juez en Sevilla en 1793, embajador en Florencia en 1798 para ayudar al Papa Pío VI, prisionero de los franceses, y embajador en Etruria, por lo que era experto en asuntos italianos. En 1812 había sido Secretario de Estado en España, y en 1814 fue nombrado embajador en el Congreso de Viena. Tras sus fracasos en Viena, llevó una vida gris y murió discapacitado y arruinado.

[3] El 9 de marzo de 1814, los aliados se habían reunido en Chaumont para constituir una Cuádruple Alianza por 20 años, en la que Rusia, Prusia, Austria y Gran Bretaña se comprometían a aportar cada uno 150.000 soldados para la derrota definitiva de Napoleón. También acordaron hacer un congreso en Viena, cuando fuera derrotado Napoleón, a fin de reorganizar Bélgica, Holanda, Alemania, Polonia, Italia y Francia, de modo que fuera posible la paz en Europa. Igualmente se deberían tratar los problemas de América española y del imperio colonial francés, así como la libertad de navegación, a fin de que fuese posible la paz en el resto el mundo. España estaba fuera de la Alianza porque no había estado entre los vencedores de Napoleón, pues se había retirado de la guerra a finales de 1813.

[4] En Fontainebleau, Napoleón aceptó dejar el gobierno de Francia e irse a Elba.

[5] En el Primer Tratado de París, Francia fue reducida a sus fronteras de 1792.

[6] Carlos José Gutiérrez de los Ríos y Sarmiento Rohán, duque de Fernán Núñez, 1779-1822, en 1808 había sido afrancesado y estuvo en Bayona discutiendo la constitución de 1808, pero en agosto de 1808 se había pasado a los absolutistas y sería recompensado por Fernando VII en 1814. En 1820, volvería a trabajar para Fernando VII como espía o informador, y fue quien negoció la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis en nombre de Fernando VII.

[7] Klemens Lotario Wenceslao von Meternicht, 1773-1859 era un alemán de Renania, que había huido a Viena con motivo de los ataques franceses a su país, se casó con una noble austríaca que le introdujo en la Corte de Francisco I de Austria. En 1797 representó a Austria en el Congreso de Rastadt, en 1801 fue embajador en Sajonia, en 1803, embajador en Prusia, en 1806 embajador en Francia. Cuando Austria fue vencida por Napoleón en Wagram, convenció a Francisco I de que había que casar a la archiduquesa María Luisa de Austria con Napoleón para salvar Austria, y así se hizo. En 1813, tras la derrota de Napoleón en Rusia, exigió a Napoleón los territorios austríacos de los que se había apoderado éste, y ello supuso la ruptura con Napoleón y la entrada de Austria en la Sexta coalición contra Francia. En 1813, los coaligados derrotaron a Napoleón en Leipzig, y éstos invadieron Francia y entraron en París en marzo de 1814, provocando que Napoleón abdicara en Fontainebleau y Luis XVIII se proclamara rey de Francia. Napoleón fue conducido a la isla de Elba.

[8] Federico de Gentz, 1764-1832, nació en Silesia, era hijo de un funcionario prusiano y de una francesa hugonote y se educó en Berlín. Era partidario de la revolución burguesa pero no de la violencia “revolucionaria”. En 1791, tradujo a Burke al alemán. En 1802 se fue a Viena y entró en el grupo de Meternicht, declarándose ya complemente contrario a los revolucionarios franceses.

[9] Francisco José Carlos de Habsburgo-Lorena, 1768-1835, fue rey de Bohemia en 1792-1835, rey de Hungría en 1792-1835, rey de Austria en 1804-1835 (con el título de Francisco I), emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en 1804-1806 (con el título de Francisco II. En 1806 declaró extinguido el SIRG para que Napoleón no se lo apropiase), emperador de Austria en 1806-1835, rey de Lombardía en 1815-1835. También son muy interesantes las relaciones de sus hijos: la archiduquesa María Luisa de Austria (1815-1847), duquesa de Parma, se casó con Napoleón; el archiduque Fernando, 1793-1847, fue emperador de Austria; la archiduquesa de Austria María Leopoldina fue reina de Portugal y de Brasil; la archiduquesa de Austria María Carolina, 1797-1826, fue esposa de Federico Augusto II de Sajonia; la archiduquesa de Austria María Clementina, 1798-1881, fue esposa de Leopoldo de Borbón Dos Sicilias, Príncipe de Salerno.

[10] Kart August von Hardenberg, 1750-1822, fue ministro de Relaciones Exteriores de Prusia en 1804-1806 y Primer Ministro (Canciller de Estado) en 1810-1822. Desde 1807 colaboraba con von Stein en las reformas del Estado Prusiano y las continuó durante su Gobierno con el Edicto de Finanzas de 1810, la regulación de impuestos al comercio de 1811, la libertad de oficios de 1811, la liberación de los campesinos de la servilitud de 1812, la emancipación de los judíos. La diferencia respecto a von Stein era que Hardenberg quería toda Alemania unida bajo la Corona de Prusia, y von Stein era más conservador en ese tema y defendía acercamiento a Rusia. En 1814, Hardenberg, von Stein y Humboldt propusieron una constitución federal, pero fracasó y en 1819 la volvió a proponer.

[11] Federico Guillermo III de Prusia, 1770-1840, rey desde 1797, fue vencido por los franceses en Jena-Auerstädt en 14 de octubre de 1806 y huyó a Prusia Oriental y se acogió a la protección de Alejandro I de Rusia, sufriendo juntos la derrota de Tilsit ante Napoleón en la que Prusia perdió territorios polacos y territorios al este del Elba, además de pagar dinero a Francia y obligarse a sostener un ejército de ocupación de Napoleón. Estaba, pues, fuertemente comprometido con Rusia.

[12] Gebhard Leberecht von Blücher, 1742-1819, príncipe de Wehlstatt, era un militar prusiano que tuvo mando sobre tropas en tiempos de Federico el Grande, se enemistó con Federico el Grande y fue retirado del ejército durante 16 años, pero volvió llamado pro Federico Guillermo III y luchó contra Francia en 1793, venciendo en Landau. Fue hecho prisionero en Jena. Estuvo en las batallas de Leipzig y Lützen en 1813, fue derrotado en Ligny 1815, pero colaboró en la victoria de Waterloo 1815 siendo comandante en jefe de los 128.000 soldados de la coalición, mandando sobre von Dieten (Primer Cuerpo de Ejército), Pirch (Segundo Cuerpo de Ejército), Thielemann (Tercer Cuerpo de Ejército) y Vulgo (Cuarto Cuerpo de Ejército). Un cuerpo de ejército era el conjunto de 4 regimientos de infantería, 1 cuerpo de caballería y 1 cuerpo de artillería, lo que más tarde se conocerá como una División.

[13] Robert Stewart, 1769-1822, vizconde de Castlereagh fue jefe de la Secretaría de Irlanda en 1799-1801 y sofocó la rebelión de Iralanda de 1798 e hizo aprobar la Ley Irlandesa de la Unión en 1800. Secretario de Guerra y colonias en 1805-1806 y en 1807-1809. De 1812 a 1822, fue ministro de Asuntos Exteriores y líder de la Cámara de los Comunes. Se suicidó en 1822.

[14] Kart Robert Nesselrode, 1780-1862, era hijo de un diplomático sajón y nació en Lisboa, pero su padre entró al servicio de Catalina II de Rusia, y Kart ingresó en la marina rusa de Pablo I de Rusia. Alejandro I de Rusia le hizo embajador en Berlín, un puesto clave para conocer la política europea. En 1806, Nesselrode entendió que Napoleón pretendía dominar toda Europa y que las negociaciones eran sólo entretenimientos, y su acierto le llevó a ser Secretario de Estado en 1814 y representante de Rusia en Viena. Fue Secretario de Estado desde 1814 hasta 1856. El resto de su vida ya no fue tan brillante, y se distinguió por aplastar la revolución de Hungría frente a Austria en 1849 y por invadir Crimen en 1853, lo que provocó la derrota de Rusia en 1856.

[15] Andrey Razumovsky, 1752-1836, era un noble ucraniano, que en 1792-1807 había sido embajador en Viena, por lo que conocía el ambiente austriaco.

[16] Heinrich Friedrich Kart Reichsfreiherr von und zum Stein, 1757-1831, en 1804 había sido ministro de Economía y Finanzas de Prusia y había colaborado con Hardenberg a las reformas que salvaron el presupuesto del Estado, elevando el impuesto de la sal y generalizándolo a todo el territorio prusiano, eliminando tarifas interiores al comercio y creando un Banco Central, medidas que serían complementadas con otras de Hardenberg a partir de 1810. En julio de 1807 fue nombrado Primer Ministro y descentralizó el poder dando cierta autonomía a las provincias, distritos y municipios, liberando campesinos de la servilitud, dando libertad de empleo, libertad de transportes, y creando un Ministerio de Estado con cinco Carteras: Interior, Finanzas, Relaciones Exteriores, Guerra y Justicia, al tiempo que eliminaba muchas instituciones que quedaban inutilizadas. En noviembre de 1808 fue despedido por presiones de Napoleón, pero era un buen conocedor de los asuntos alemanes, y en ello servía en el congreso de Viena tanto a Prusia como a Rusia.

[17] Charles Maurice de Talleyrand y Perigord, 1754-1838, era el primogénito de una familia de la alta nobleza francesa, y fue educado para ingresar en el ejército, pero una enfermedad muscular le impidió ingresar en la milicia, y entonces le privaron de su derecho al título familiar y le dedicaron a la Iglesia. En 1769 ingresó en un seminario y en 1779 obtuvo el título de teología en la Sorbona y fue ordenado sacerdote. En 1780 era Agente General del Clero de Francia, lo cual significaba administrar los bienes de la Iglesia francesa y defender los privilegios de la misma. En 1789 fue elegido representante del clero en los Estados Generales y se mostró partidario del Tercer Estado y de repartir los bienes de la Iglesia entre los pobres. La Revolución le nombró obispo de Autun. El 14 de julio de 1789 fue nombrado, por la Asamblea Nacional, miembro del Comité que había de preparar la constitución, la de 14 septiembre 1791. También colaboró en la redacción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. El 14 de julio de 1790 celebró misa en el Campo de Marte conmemorando el primer aniversario de la Revolución y se hizo popular como cura y como revolucionario. Ese mismo año participa en la confiscación de bienes de la Iglesia y se separa de la misma. En 1792 era embajador en Londres. Volvió a Francia y huyó a tiempo a Londres para escapar del Terror. En 1794 fue expulsado de Inglaterra y se fue a Estados Unidos donde hizo dinero construyendo casas en Massachussets. En 1797 regresó a Francia y fue ministro de Asuntos Exteriores, puesto en el que conoció a Napoleón, y ambos se reconocieron el uno al otro como personas de ambición máxima y fuerte energía. Sieyes preparó el 18 de Brumario, un golpe de Estado para cambiar la constitución, y Napoleón aprovechó para redactar la Constitución del Año VIII y proclamarse Cónsul, gracias al apoyo de Talleyrand y otros. Talleyrand fue ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón y le preparó el Tratado de Campo Formio con Austria, por el que Francia adquiría derechos para trasladar su frontera hasta el Rin, se creaban la República Cisalpina y la República de Liguria en el norte de Italia, Francia tenía derecho a parte del Véneto, y Francia adquiría los Países Bajos Austríacos (Bélgica y Luxemburgo), lo cual era el inicio de la idea napoleónica de dominar Europa. En 1801, Talleyrand se casó, y en 1803 obtuvo de Napoleón el castillo de Valençay con 12.000 hectáreas de terreno. En 1804, Talleyrand maniobró de manera asombrosa, de modo que los líderes realistas, Cadoudal, y Louis Antoine Henrí de Bourbon-Condé, duque de Enguien, fueron arrestados y fusilados, dejando libre el trono para Napoleón, mientras Talleyrand aparecía como al margen de toda la trama. Napoleón le nombró Gran Chamberlain del Imperio. En 1805, Talleyrand vuelve a maniobrar tras la victoria inglesa de Trafalgar y logra el Tratado de Presburgo con Austria, de manera que Austria se retira de la Tercera Coalición contra Francia y además cede territorios a Napoleón. En julio de 1806 Napoleón promueve la Confederación del Rin, y Talleyrand, además de ser nombrado Príncipe de Benevento, adquiere muchas propiedades en los territorios ganados por Francia en la orilla izquierda del Rin, además de recibir 60 millones de francos como regalo de Napoleón. En 1807, Talleyrand tiene una nueva intuición genial: la política de Napoleón de dominar Europa entera mediante la agresión militar está condenada al fracaso. Entonces renuncia a su cargo de Asuntos Exteriores y deja sólo a Napoleón cuando éste se equivoca en la invasión de España y Portugal de 1807, y en la invasión de Rusia de 1812. Es más, Talleyrand negocia en 1809 con Alejandro I de Rusia, y se alía con Joseph Fouché, el Jefe de Seguridad y Ministro de Policía de Francia, para contener a Napoleón. Éste les acusa de traición, pero salen relativamente airosos. En 1813, cuando Napoleón lo ve todo perdido, vuelve a llamar a Talleyrand, y éste es tan listo que abandona París y espera la caída de su antiguo protector, y regresa inmediatamente a la rendición de Napoleón, de modo que forma Gobierno Provisional y es Presidente del mismo el 1 de abril de 1814, diez días antes del Tratado de Fontainebleau, en el que Napoleón renunció al trono de Francia y aceptó irse a Elba. Por tanto, fue Talleyrand quien firmó el armisticio con los aliados que habían invadido Francia. Inmediatamente, Talleyrand coronó a Luis XVIII, y éste le nombró Primer Ministro y Ministro de Asuntos Exteriores, con lo que Talleyrand salió de la crisis con más poder del que tenía durante la época de Napoleón. En septiembre de 1814, Talleyrand fue expulsado de sus cargos, porque los ultrarrealistas no le perdonaban su pasado de colaboración con Napoleón, y ello fue una suerte, porque Napoleón volvió en febrero de 1815 y el 20 de marzo entró en París aclamado por los soldados franceses. De nuevo Napoleón ofreció a Talleyrand ser ministro, pero éste dio largas a la proposición y estuvo perfectamente preparado cuando Napoleón fue derrotado en Waterloo. En 23 de septiembre de 1814, Talleyrand era el delegado de Luis XVIII en el congreso de Viena y allí explotó sus cualidades diplomáticas para convertir a Francia en la quinta potencia, al lado de las cuatro vencedoras. Cuando Napoleón fue derribado, Joseph Fouché hizo Gobierno Provisional y Talleyrand tampoco quiso colaborar con él y, al contrario, el 9 de julio de 1815, Talleyrand se hace Presidente y Ministro de Asuntos Exteriores, al tiempo que nombra a Fouché Ministro de Policía. De nuevo colabora con Luis XVIII y se gana su confianza. Todavía tendrá más protagonismo en 1830, cuando Carlos X de Francia sea sustituido por Luis Felipe de Orleáns, pues éste le mandó como embajador a Inglaterra, y Talleyrand promovió la Cuádruple Alianza entre España, Portugal, Francia e Inglaterra.

[18] Fernando IV de Nápoles se convirtió en Fernando I de las Dos Sicilias, a partir del congreso de Viena.

[19] Labrador, al final de su vida se hizo carlista apoyando esta tendencia integrista y conservadora hasta su muerte en 1850. Era otro gesto anacrónico.

 

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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