JOSÉ PATIÑO en 1734-1736.

 

 

La figura de Patiño en 1734-1736.

 

En 1734, Felipe V seguía con sus excentricidades y hacía que Patiño estuviera tras una cortina para que no pudieran verse mientras hablaban. Juan Francisco Orendayn Azpilicueta había fallecido en octubre de 1734, y Patiño administraba las Secretarías de Estado, Marina e Indias, Hacienda y Guerra. Sólo Justicia estaba en manos de José Rodrigo Villalpando. Patiño en 1734 se presentaba como uno de los grandes “supersecretarios”, secretario de casi todas las Secretarías de Despacho, tan representativos del siglo XVIII. Patiño no contaba con los Consejos, los marginaba, y quería el poder precisamente para eliminar funciones de los Consejos.

Desde diciembre de 1733 era Presidente del Consejo de Castilla Gaspar de Molina y Oviedo, agustino. Permanecería en el cargo hasta agosto de 1744. En 1737 fue designado cardenal.

 

José Patiño Rosales, (ya hemos presentado su figura personal en 18.2.6. nota a pie de página) es tenido por el gran valedor de la reina Isabel de Farnesio, su hombre de confianza. Se dice que no le gustaba mucho a Felipe V.

Patiño era un reformador, y si quería hacer reformas, tenía que estar a bien con la reina, la que tomaba las decisiones, e incluso para ello desdecirse a veces de posiciones de negociación ya tomadas en firme. Quizás el gran problema de España era Isabel de Farnesio, una reina como tantos otros reyes de la Europa de aquel tiempo, y tantos duques, marqueses y condes, que creían que el reino era patrimonio personal suyo, y sus súbditos no eran más que criaturas puestas por Dios a su servicio, a las que se podía sacrificar a través de los impuestos e incluso exigirles la vida en la lucha por intereses personales del rey. Los reyes identificaban sus intereses con los del Estado.

Detrás de algunas decisiones del rey estaba el “Partido español” o castizo, muy activo desde 1729, un grupo de nobles que pretendía monopolizar los cargos del Gobierno y repartírselos según el prestigio y valor que se le suponía a cada casa nobiliaria, independientemente de que algunos individuos fueran ineptos e inmorales. Los gobernantes no provenientes del círculo de la alta nobleza, eran tratados como advenedizos que habían llegado a quitarles lo que era suyo. Los Grandes Estaban en contra de los extranjeros franceses que habían gobernado España, y de los italianos que llegaron después. Patiño era medio italiano, y era hijo de militar, y no de alta cuna, y era considerado un advenedizo más, como lo serían más adelante los manteístas que gobernarían después de Patiño.

Pero Patiño tuvo muchas más causas por las que era repudiado: Al procurar la administración directa de las rentas generales (aduanas) y de las rentas provinciales (impuestos estimativos a repartir), había acabado con los prósperos negocios de los asentistas de impuestos, pues se decía que recaudaban varias veces lo que entregaban al Estado y se quedaban con la diferencia. Al intentar racionalizar el comercio de Indias y llevarse la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz, se puso en contra a los sevillanos. Al defender los intereses personales de Isabel de Farnesio y mandar a Italia a muchos soldados que no reportaban ningún beneficio a España, pero sí a Isabel y sus hijos, los españoles en general estaban disgustados.

Es decir, Patiño fue “el malo” de su tiempo entre los españoles. Su figura se revalorizó tiempo después. Sobre todo, cuando se constató que no se lucró en absoluto de su cargo, que era hombre de gran saber, que trabajaba en Hacienda, marina, comercio, administración con eficacia, y que murió pobre.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, la historiografía posterior se ha tenido que repensar la figura de José Patiño. Y cuando nos damos cuenta de que era un hombre que sabía entender su tiempo, que contra la opinión generalizada de los grandes, de los militares y de los políticos, sabía que Gran Bretaña era la gran potencia del mar, y que Francia era la gran potencia militar en tierra, mientras España lo había sido pero ya no era ni lo uno ni lo otro, debemos reconocer que era un tipo por encima de las emociones patrioteras. Viendo después que sus reformas fueron proseguidas por ministros a los que tenemos por grandes gobernantes, no podemos simultanear esas valoraciones con la de que el que comenzó las reformas era un inepto.

El defecto mayor que podemos atribuir a Patiño es su devoción por los reyes, por cultivar el sentido de la realeza, su origen divino, su providencialismo. Para la revolución francesa de 1789, faltaban todavía 50 años, y los reyes eran considerados como algo superior en toda Europa.

 

 

Los objetivos de José Patiño

 

Los objetivos de la política de Patiño eran fortalecer al Estado impidiendo que sus recursos fueran utilizados en beneficio personal de algunos de sus súbditos y luchando porque los beneficios obtenidos de América se incrementasen. Eso le ponía en contra a los Grandes por lo primero y a los indianos por lo segundo.

En política exterior, tenía una visión amplia, pero no quería contradecir a la reina. Necesitaba restablecer el poder naval de España para realizar una política global defendible, y dentro de esos objetivos generales cabían los de la reina Farnese de poseer Italia. La política frente a Inglaterra fue dura: decidió responder a las agresiones británicas en el Caribe, tanto persiguiendo a los contrabandistas y corsarios como luchando contra la South Sea Company. Pero en Italia, y para poder luchar contra Austria, necesitaba del apoyo de Francia y de Inglaterra.

La contradicción entre oponerse a los abusos de Francia e Inglaterra en el Caribe y necesitar sus servicios en Italia, era evidente, y se resolvía dando prioridad al asunto italiano, para lo cual tenía que conceder privilegios comerciales a las potencias europeas. Esos acuerdos comerciales garantizando un comercio lícito, le daban más fuerza para presionar sobre el comercio ilícito. Era un encaje de bolillos, en el que se daban privilegios comerciales en América (Tratado de Sevilla de 9 de noviembre de 1729), se hacía la vista gorda a veces, y se exigía el cumplimiento de los Tratados de Utrecht en el continente europeo. Inglaterra se dio cuenta del juego y lo siguió siendo consciente del chantaje español, pero para sacar los máximos beneficios, dispuesta a traicionar los tratados en cuanto no le conviniesen.

 

 

Acontecimientos de 1734.

 

De la época de Patiño es la reglamentación de la fiesta de los toros, mandando hacer plazas y convertirlos en espectáculos de pago. La primera plaza, en madera, se construyó en Sevilla 1733, y posteriormente se hicieron las de Madrid 1749, la Maestranza de Sevilla 1761, la Maestranza de Ronda 1783… Hasta que Godoy en 1805 prohibiera las corridas de toros.

En 1734 se reglamentaron las Milicias Provinciales, un sistema militar por el que algunos civiles tenían armas, prestaban algunos servicios, y estaban dispuestos a colaborar con el ejército en el ámbito de su territorio en caso de guerra. Existían desde el siglo XVI. Las había recreado Felipe IV en 1637. El 31 de enero de 1734 Felipe V y Patiño trataron de revitalizar las Milicias Provinciales y le encargaron su reforma al marqués de Casa Tremañes. Se rigieron por la “Real Ordenanza sobre la Formación de 33 Regimientos de Milicias”. Su jefe era el Director General de Infantería, lo cual garantizaba su coordinación con el ejército. Cada regimiento constaba de un batallón de 7 compañías, y cada compañía tenía 106 hombres, mandos incluidos. Cada regimiento se asentaba sobre una provincia, aproximadamente y por ello se llamaron “provinciales”. Sus miembros se escogían en proporción a los vecinos que tenía cada provincia, sorteando quién se debía incorporar a estas milicias provinciales. Los soldados de milicias poseían armas y uniforme. Las Milicias Provinciales sustituían a la infantería en las plazas fuertes militares, cuando ésta tenía que marchar a la guerra. Estas milicias se consideraban un ejército de reserva tanto para cubrir las bajas del ejército profesional, como para fortalecer el ejército en caso de necesidad.

Las Milicias Provinciales serían completadas en tiempos de Carlos III con las Milicias Urbanas, cuya misión era guardar las ciudades importantes y las plazas fronterizas. Por ello, en 1766 sería elevado el número de regimientos a 42. En 1808, al empezar la Guerra de la Independencia, había 43 regimientos de Milicias Provinciales y 114 regimientos de Milicias Urbanas, lo cual matiza un poco lo que vulgarmente se cuenta sobre “levantamiento popular” contra los franceses y sobre bandas de guerrilleros en 1808.

En la campaña de crear compañías comerciales, iniciada en 1728 con la Real Compañía de Caracas, en 1734 se creó la Real Compañía de Galicia. Tenía su sede en La Coruña y pretendía copar el comercio de palo campeche en Honduras, pero los británicos le hicieron la guerra, se instalaron en Belice y expulsaron a los gallegos de Honduras.

Un tema que pasa casi desapercibido en las historiografías sobre la época es el descontento de los campesinos sobre los privilegios de los señores: En 1734, Elche puso pleito al marqués de Arcos para que éste probara sus derechos jurisdiccionales, mostrando que había en España un gran descontento contra los derechos señoriales y la jurisdicción señorial.

En 1734 se creó la Academia de Medicina y Cirugía de Madrid, como iniciativa particular. Tuvo muy poca repercusión en la medicina española, pues el progreso en medicina se produciría más tarde y a iniciativa estatal la mayoría de las veces: en 1748 el Colegio de Cirugía de Cádiz, en 1760 el Colegio de Cirugía de Barcelona, en 1780 el Colegio de Cirugía de Madrid, en 1799 los Colegios de Cirugía de Burgos y Santiago, en 1786 la Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona también privada.

 

Patiño abrió un colegio de marinos en 1734, además de poner gravámenes a las mercancías extranjeras a fin de obtener nuevos impuestos. Más tarde abriría el arsenal de El Ferrol. Construyó naves de guerra hasta disponer de 31 navíos y 15 fragatas. Como en 1724, había abierto el arsenal de La Carraca en Cádiz, la política marinera de José Patiño resultaba coherente.

El año 1734, no fue sin embargo un buen año para la economía española: 1734 es citado como año de malas cosechas.

Y en 24 de diciembre de 1734 se incendió el Alcázar de Madrid. Con el incendio del Alcázar, Patiño perdió mucha documentación de Gobierno, lo cual fue un disgusto personal y un quebradero de cabeza.

Felipe V, o más bien Isabel de Farnesio, decidió hacer un palacio allí mismo, por lo que se encargó a Felipe Juvara unos planos al estilo de los palacios italianos o franceses. Juvara murió en 1736 sin acabar los planos, con sólo una maqueta, pero sin dibujar los planos, y tomó el proyecto Juan Bautista Sachetti, que modificó los planos de Juvara para hacer un palacio más barroco-clasicista. Así, el 6 de abril de 1738 empezarían las obras del llamado Palacio Real. En 1760 se haría cargo de las obras Francisco Sabatini y en 19 de julio de 1764, el Palacio ya era habitado, aunque continuaban las obras de edificios colindantes auxiliares. En 1797 se hizo cargo de las obras Juan de Villanueva.

El Palacio Real será protagonista de muchos sucesos españoles: El motín de Esquilache de 1766 será a las puertas de Palacio. A las puertas de Palacio tuvo lugar el suceso del 2 de mayo de 1808. En julio de 1822, los guardias de Palacio se sublevarán y fueron a El Pardo y a Palacio a retener al Gobierno, pero serán vencidos por las Milicias de Madrid provenientes de El Pardo. En 1931, el Palacio Real cambiará de nombre para llamarse Palacio Nacional, pero Franco le devolvió su antiguo nombre. En 14 de abril de 1931, Aznar se reunió allí con Alfonso XIII y se dio por terminada la monarquía.

 

 

Acontecimientos de 1735.

 

En 1735 Patiño hizo reformas en los pósitos: se decidió que los pósitos pudiesen dedicar un tercio de sus recursos disponibles a hacer préstamos en dinero o en especie con “creces” (interés anual), interés que estuvo entre el 3% para faenas agrícolas o de corto plazo, y el 4,16% para siembra, que era un plazo más largo.

En 1735 Patiño organizó un convoy de barcos Cádiz-Veracruz, protegido por navíos de guerra, que regresó dos años después, librándose de los ataques británicos y franceses que eran tan frecuentes. Con el convoy, surgió una idea nueva para preservar el comercio.

El 11 de febrero de 1735 se firmó un Concordato con Roma por el que el Papa cedía al rey de España el derecho universal a la nominación de obispos y el derecho de presentación de candidatos a muchos cargos eclesiásticos, unos 50.000, dotados con diversas pensiones que salían del Estado y de los españoles. El Papa ya no podría conceder pensiones a costa del erario español y no podría exigir cédulas bancarias, expolios de mitras y frutos de iglesias vacantes, ni annatas, quindenios y otros dineros que se llevaba cada año de España. A cambio, España le pagaba al Papa, en concepto de lucro cesante, 1.153.333 escudos (32.477.857 reales de vellón). Uno de los problemas más candentes entre España y Roma, parecía solucionado, pero todavía quedaban pendientes el de la Nunciatura que actuaba como tribunal de apelación en diversas causas españolas, las diversas gracias de justicia que concedía la Iglesia de Roma en España y el problema de las dispensas matrimoniales que se tramitaban en Roma y eran una fuente inagotable de dinero.

España en 1735, creó la Agencia General de Preces en Madrid, a fin de tramitar los asuntos con Roma, solicitudes y concesiones romanas de dispensas matrimoniales, en un solo organismo, lo cual abaratase los costos. También se creó el Tribunal de La Rota para recortar competencias de la Nunciatura.

En 1735, la Academia de Ciencias de París organizó una expedición para medir el meridiano terrestre en el Pacífico de las costas americanas y España colaboró enviando a Jorge Juan y Santacilia (1713-1773) y a Antonio de Ulloa en la expedición de La Condamine, prolongándose los estudios hasta 1744. Los resultados se publicaron en Observaciones Astronómicas y Phísicas… en los Reinos de Perú, 1748. En esta obra, Jorge Juan sorprendió al mundo y a los españoles, porque utilizó el análisis infinitesimal. También se publicó en 1748 Relación Histórica del Viaje a la América Meridional, sobre el mismo viaje y tema. Como hito histórico, debemos resaltar el descubrimiento del platino en esta expedición.

 

 

El conflicto de Patiño con los Grandes.

 

Patiño se enemistó con los asentistas o arrendadores de rentas del Estado, pues les acosaba para que no se llevaran ellos tanto dinero a costa de los contribuyentes y del Estado mismo. Los asentistas eran gente rica y poderosa y formaron un grupo que decidió denigrar a Patiño:

En 8 de diciembre de 1735 apareció por Madrid un panfleto periódico llamado El Duende de Patiño, elaborado por un grupo de nobles y escrito por un fraile carmelita descalzo portugués, llamado Manuel Freire da Silva[1] en la vida real y Manuel de San José en el convento, que hacía copias en el convento de San Hermenegildo de la calle de Alcalá de Madrid, para ser distribuidas por la ciudad. “El Duende Crítico” satirizaba a todos los personajes del equipo de Patiño y de la reina. Eran relatos graciosos y desenfadados que hablaban de personajes de Palacio, del rey, de la reina y de Patiño. Los infantes Fernando y Carlos eran presentados como juguetes de Patiño. Madrid entero, y gran parte del resto del país se reían. Al equipo de Patiño le llamaba “la patiñada”, a los Secretarios de Estado de Patiño “la covachuela”, y a Patiño “el cáliz de la agonía”, “el Judas de de la Compañía” y “de España el mal ladrón”. Las acusaciones de venalidad, ignorancia y soberbia que hacía el Duende sobre Patiño, fueron tenidas por ciertas, aunque no tenían fundamento. Y cuando un tal Artalejos falsificó nombramientos de funcionarios de Indias, las acusaciones del Duende parecieron fundamentarse y verificarse, pero el tipo no era más que un criminal cualquiera, sin relación con Patiño. La moralidad del fraile carmelita deja mucho que desear, cuando sabemos que casi todo se lo inventaba. No toda la culpa era de Freire da Silva. Se valía de muchos informadores que le proporcionaban material, y muchos copistas y repartidores que lo distribuían gratis. El Duende se siguió publicando hasta 7 de junio de 1736.

 

 

Ruptura con Roma en 1736.

 

En marzo de 1736 se rompieron las relaciones entre el Gobierno de España y el de la Iglesia Católica. Patrullas de soldados españoles, que estaban reclutando en los Estados Pontificios, fueron atacados en Veletri, Ostia, Roma y Palestrina, y el Papa decretó la expulsión de sus Estados “de españoles y napolitanos residentes en los Estados Pontificios, hasta tercera generación”. En reciprocidad, el nuncio en España, Valentino Gonzaga, fue expulsado de Madrid, y fue detenido en Bayona, mientras viajaba a Roma. El nuncio en Nápoles, también fue expulsado. En 1736 se rompían así una vez más las relaciones entre España y El Vaticano, cerrándose la nunciatura de Madrid y endureciendo el regium exequátur.

 

 

Muerte de Patiño en noviembre de 1736.

 

Los últimos meses de la vida de José Patiño fueron un tanto desagradables. Primero fue la sucia campaña de El Duende, durante la primera mitad del año 1736. A última hora de la vida de Patiño, surgió un falsificador, llamado Artalejos, que elaboraba documentos firmando como José Patiño. Fue ejecutado en agosto de 1736.

Y lo peor para Patiño llegó a continuación: la reina, que sabía que ella y Patiño estaban engañando al rey cada día para mantenerle soportable, empezó a pensar si Patíño la engañaba a ella. Por lo pronto le quitó la Secretaria de Despacho de Indias que dio al conde de Montijo, enemigo de Patiño, y con el enemigo en casa, Patiño sufrió lo indecible.

José Patiño Rosales enfermó en septiembre de 1736 y murió en 3 de noviembre de 1736. Fue sucedido por Sebastián de la Cuadra, marqués de Villarías.

En pocos años desaparecerían varios hombres importantes en el Estado de Felipe V, como Orendáin (21 de octubre de 1734), Patiño (3 de noviembre de 1736), José Campillo (12 de abril de 1743) y el propio Felipe V en 1746.

 

A Patiño se le reconoce el haber formado una generación de gobernantes honestos y capaces, empezando por José Campillo, y siguiendo por Zenón de Somodevilla, que, en la segunda mitad del XVIII, darían el impulso definitivo a las reformas emprendidas en 1700. Pero también eligió un grupo de colaboradores de poca altura intelectual o de poco carácter, simplemente porque le eran fieles a Patiño y le protegían frente a las intromisiones de la reina Isabel: Sebastián de la Cuadra era poco inteligente y además débil de carácter, no siendo capaz de enfrentarse a los monarcas. El marqués de Torrenueva era tímido y mediocre en Hacienda. Francisco Varas y Valdés desconocía los asuntos de Indias que gobernaba.

A la caída de Patiño sus herederos políticos no interpretaron correctamente las ideas directrices de su maestro y protector, y los recursos del Estado se canalizaron hacia Italia, mientras los recursos destinados a construir una armada poderosa fueron a menos. Nunca lo hubiera hecho así Patiño.

 

 

 

 

 

LA CULTURA ESPAÑOLA DE MEDIADOS DEL XVIII.

 

 

La Academia del Trípode en Granada.

 

En 1738-1743 se reunía en la Abadía de Sacromonte de Granada una tertulia llamada Academia del Trípode, fundada por tres clérigos de Sacromonte: José Antonio Porcel “caballero de Floresta”, Alonso Dalda “caballero de la Peña Devota”, y Diego Nicolás de Heredia “caballero del yelmo de plata”, apoyados económicamente por Alonso Verdugo y Castilla conde de Torrepalma “caballero acólito aventurero”. Su objetivo era cultivar el culteranismo de Góngora.

 

 

Nuevas ideas económicas

en el segundo tercio del XVIII.

 

En 1732, Miguel Zabala y Auñón, tesorero del ejército y del catastro en 1716-1730, y regidor perpetuo de Badajoz, propuso de nuevo las reformas que todos demandaban: una reforma de Hacienda en la que se suprimieran las rentas provinciales y se sustituyeran por una contribución real y otra personal (lo cual era imposible por no tener censos de población ni catastros) y la libertad de comercio de granos a fin de restablecer la agricultura. Era preciso relanzar el comercio americano para los productos españoles. Era partidario de extender el catastro de Cataluña a toda España y de suprimir las rentas provinciales, liberalizar el comercio interior y practicar le mercantilismo en el comercio exterior.

En 1732 apareció también la Rapsodia Económica-Política-Monárquica… de Álvaro de Navia Osorio y Vigil de la Rúa, 1684-1732, III marqués de Santa Cruz de Marcenado, que fue embajador en Turín (Cerdeña Piamonte) en 1720-1727, y en París a partir de 1727. Murió en combate en 1732. Este hombre defendía las bajadas de impuestos a las materias primas industriales de importación; la unificación de pesos, medidas, monedas y papeleo jurídico; la atracción de extranjeros capitalistas con un límite que no enajenara el país; el obligar a los vagabundos a trabajar en fábricas o la marina; el obligar a los nobles e hidalgos a tener estudios; suprimir aduanas interiores; suprimir situaciones de monopolio comercial; posibilidad de liberar los señoríos mediante la compra de la libertad de territorios; democratizar los ayuntamientos eliminando regidores perpetuos y eligiendo nobles, comerciantes y labradores, por tercios, con mandato por dos años, elegidos cada año por mitad; cuidar el medio ambiente de aires fétidos, aguas contaminadas (como las que produce la fabricación de azúcar o de cáñamo) y obligando a reponer los árboles talados para cualquier uso.

En 1740, Bernardo de Ulloa, 1682-1740, en su Restablecimiento de las Fábricas y Comercio Español, hizo un resumen de la ideas de Uztariz, y en 1741 en su Del Comercio y Tráfico Marítimo…, se queja de que el negocio de Cádiz esté en manos extranjeras y de la poca producción española que había como causa de lo anterior, insistiendo en las reformas de Zabala y Auñón. Dice que las bases del desarrollo económico son la industria y el comercio marítimo y analiza las causas de la decadencia de España en la injusta y exagerada tributación, en las aduanas interiores, y en el mal estado de las vías de comunicación. En cuanto a los males del comercio se los atribuye al Tratado de Utrecht, a la estructura impositiva española, y a la escasez de la flota mercante.

En 1742, José Campillo Cossío[2], 1693-1743, había escrito su Nuevo Sistema de Gobierno Económico para América, publicado en 1789, en donde expuso ideas que luego aprovecharía Bernardo de Ward, quien publicó en 1779.

 

 

Nuevo ciclo económico 1735-1785.

 

En 1735, según los estudiosos del siglo XVIII, podríamos abrir un nuevo ciclo económico[3], 1735-1785:

El trend general de Europa fue de precios al alza en 1730-1810: 1735-1765-1785 es época de fuerte alza de precios hasta 1765, con depresión intermedia en 1746-1749, y esta alza se prolongará, más suavemente, hasta 1770, con depresión intermedia en 1771-1774, seguida de grandes aumentos de precios a partir de 1775. Algunos autores ven el alza de precios desde 1730, pero si el comienzo fue unos años antes no tiene demasiada importancia para la afirmación de ser una época distinta la que se inició en estos años. El alza de precios arrastraría un alza de rentas de la tierra y un mayor rendimiento de los diezmos. En 1755-1760 se cortaría este primer periodo expansivo. 1782 y 1783 fueron años de buenas cosechas y bajada de precios. 1784 fue de mala cosecha, con espectacular subida de los precios.

Los decretos de libertad de comercio, disposición de 1756 sobre libertad de comercio de cereales, y disposición de 1765 sobre abolición de las tasas sobre los cereales, significaron posibilidades de enriquecimiento de los almacenistas acaparadores, los que podían guardar en los años de buena cosecha y precios bajos, y vender en los de mala cosecha y precios altos. También significaron empobrecimiento de los pobres, porque con ello subieron los arrendamientos. Los disturbios consiguientes, sólo servían para acrecentar la destrucción y la miseria.

El ambiente de subida de precios, significó relativa escasez de la oferta respecto a la demanda, esto es, que los grandes propietarios vendían toda su producción agrícola y cada vez a más precio. Pero también significó que los pequeños productores, que no vendían grano sino que producían para autoconsumo, no ganaron nada y, como los salarios crecieron siempre menos que los precios, los trabajos complementarios se pagaban cada vez menos en términos reales. Igualmente, las clases medias y bajas urbanas, cuyos salarios no subían tanto como los precios, veían bajar su poder adquisitivo.

Al igual que había ocurrido a principios del siglo XVIII, la coyuntura económica de Castilla será diferente de la de Valencia, mucho menos alcista, y de la de Andalucía, de alzas medias de precios (ni tan altas como Castilla ni tan bajas como Valencia). Cataluña frenó el alza de precios a partir de 1740. El desarrollo no se notó en España hasta mediados de siglo XVIII, porque el principio del siglo fue muy duro a causa de las guerras, terminadas en 1715, y las derrotas españolas correspondientes a las mismas. La crisis de Hacienda motivó que el Estado no tuviera iniciativas de Gobierno, y no pudiese aprovechar la coyuntura en los primeros momentos.

La política económica española del nuevo ciclo económico intentó modernizar el país, con pocos resultados:

Promovió fábricas reales piloto, con reglamentación oficial para la organización del trabajo y de la producción.

Hizo política de atracción de obreros cualificados, ofreciendo privilegios y exenciones a los extranjeros que aceptaran venir a España.

Practicó el proteccionismo, tanto elevando las tarifas aduaneras para desfavorecer las importaciones, como prohibiendo exportar algunas materias primas.

Liberalizó el comercio interior suprimiendo aduanas interiores y mejorando el sistema comercial con Indias.

Reconstruyó la marina nacional.

Orry, Patiño y Campillo hicieron una reforma de Hacienda que permitió duplicar la recaudación en medio siglo, pasando de 142,3 millones de reales recaudados en 1701, a 296,7 millones en 1745.

Se introdujo el papel moneda, una nueva moneda mala. Como no se sabían manejar los medios monetarios, se produjeron desajustes desafortunados.

 

El nuevo ciclo económico fue aprovechado más tarde por Fernando VI, 1746-1759, quien promovió reformas a través de sus ministros José de Carvajal y el Marqués de Ensenada, fomentando la actividad económica.

José de Carvajal fue un magnífico diplomático y entendía de industria.

Ensenada fue un hito en la historia de las reformas españolas:

Mejoró la Hacienda y la Administración en bloque.

Construyó barcos para la Armada y para la Marina Mercante.

Inició un plan de construcción de caminos y carreteras.

Abrió canales de riego.

Hizo que la Administración se hiciera cargo de la recaudación de Hacienda, aboliendo el sistema de arriendos.

Suprimió el desbarajuste que suponía que cada aduana tuviera unos aranceles distintos, y eliminó algunos abusos que los arrendadores hacían en las aduanas.

Instituyó el Real Giro para realizar transferencias al extranjero, evitando así cuantiosas comisiones de cambistas extranjeros.

Intentó el impuesto único y directo.

Sirvió de pauta para sus sucesores, porque Ensenada no tuvo tantos recursos como los tendrían los ministros que le sucedieron.

 

 

[1] Se investigó quién era Manuel Freire de Silva y resultó ser un carmelita descalzo llamado Manuel de San José, que fue apresado.

[2] José del Campillo Cossío, 1693-1743, empezó estudios eclesiásticos de filosofía y teología, pero en 1726 y tuvo un encuentro con la Inquisición al tiempo que abandonó esos estudios y se fue a trabajar al Real Astillero de Guarnizo, pasando después a diversos cargos en la administración, entre los que destaca ser secretario de Estado de Hacienda en 1739.

[3] CASTILLO PINTADO, ÁLVARO. Coyuntura y crecimiento de la economía española en el siglo XVIII. Hispania, Revista Española de Historia, 1971.

Post by Emilio Encinas

Emilio Encinas se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca en 1972. Impartió clases en el IT Santo Domingo de El Ejido de Dalías el curso 1972-1973. Obtuvo la categoría de Profesor Agregado de Enseñanza Media en 1976. fue destinado al Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega en 1976-1979, y pasó al Instituto Santa Clara de Santander 1979-1992. Accedió a la condición de Catedrático de Geografía e Historia en 1992 y ejerció como tal en el Instituto Santa Clara hasta 2009. Fue Jefe de Departamento del Seminario de Geografía, Historia y Arte en 1998-2009.

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